Obras de M. Klein: Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé (1952), segunda parte

ALGUNAS CONCLUSIONES TEORICAS SOBRE LA VIDA EMOCIONAL DEL BEBE (1952)

LA POSICIÓN DEPRESIVA INFANTIL

I

Durante el segundo trimestre del primer año, ciertos cambios en el desarrollo intelectual y emocional del bebé se hacen más marcados. Su relación con el mundo externo -con las personas así como con las cosas- se vuelve más diferenciada. La gama de sus gratificaciones e intereses se amplía y aumenta su capacidad de expresar sus emociones y de comunicarse con la gente. Estos cambios observables evidencian el desarrollo gradual del yo. La integración, la conciencia, las capacidades intelectuales, la relación con el mundo externo y otras funciones del yo se desarrollan constantemente. Al mismo tiempo progresa la organización sexual del bebé; las tendencias uretrales, anales y genitales adquieren fuerza, aunque los impulsos y deseos orales predominan aún. Así pues, existe una confluencia de distintas fuentes de libido y agresión, que matiza la vida emocional del bebé y hace aparecer en primer plano varias situaciones nuevas de ansiedad; se amplia la gama de fantasías y éstas se vuelven más elaboradas y diferenciadas. Paralelamente ocurren importantes cambios en la naturaleza de las defensas. Todos estos progresos se reflejan en la relación del bebé con su madre (y en cierta medida con su padre y otras personas). La relación con la madre como persona, que se ha ido desarrollando gradualmente mientras el pecho figuraba aún como principal objeto, se establece más firmemente y la identificación con ella se fortalece cuando el bebé llega a percibir o introyectar a su madre como persona (o, en otras palabras, como «objeto total»). Mientras que cierto grado de integración es condición previa para que el yo pueda introyectar a la madre y al padre como personas totales, el desarrollo ulterior en la dirección de la integración y síntesis se inicia al colocarse en primer plano la posición depresiva. Los diversos aspectos – amado y odiado, bueno y malo – de los objetos se unen y esos objetos son ahora personas totales. Estos proces os de síntesis actúan en la totalidad del campo de las relaciones de objeto externas e internas. Comprenden los aspectos contrastantes de los objetos internalizados (el superyó primitivo) por una parte y de los objetos externos por la otra; pero el yo se ve llevado también a disminuir la discrepancia entre el mundo externo e interno o mas bien la discrepancia entre las imágenes externas e internas Al mismo tiempo que estos procesos de síntesis, se producen ulteriores progresos en la integración del yo que conducen a una mayor coherencia entre las partes escindidas del yo. Todos estos procesos de integración y síntesis hacen que el conflicto entre el amor y el odio aparezca a plena luz La ansiedad depresiva y los sentimientos de culpa resultantes se modifican no sólo en cantidad sino calidad. La ambivalencia es ahora vivenciada predominantemente hacia un objeto total. Se produce un acercamiento del amor y del odio, del pecho «bueno» y del »malo»; la madre «buena» y la madre «mala» ya no pueden ser mantenidas tan separadas como en el estadío primitivo. Aunque el poder de las pulsiones destructivas disminuye, estas pulsiones son sentidas como un gran peligro para el objeto amado, percibido ahora como persona. La voracidad y las defensas contra ésta desempeñan un importante papel en este estadío, pues la ansiedad de perder irreparablemente el objeto amado o indispensable tiende a aumentar la voracidad. Esta, sin embargo, es sentida como incontrolable y destructiva, como amenaza a los objetos externos e internos. El yo por lo tanto inhibe más y más los deseos instintivos y esto puede conducir a serias dificultades del bebé para gustar o aceptar el alimento (17), y ulteriormente a serias inhibiciones en el establecimiento de relaciones tanto de afecto como eróticas. Los pasos hacia la integración y síntesis descritos más arriba conducen a una mayor capacidad del yo para reconocer la realidad psíquica, cada vez más desgarradora. La ansiedad con respecto a la madre internalizada, a la que se siente dañada, sufriendo, en peligro de ser aniquilada, o ya aniquilada y perdida para siempre, conduce a una mayor identificación con el objeto dañado. Esta identificación fortalece a la vez el impulso a reparar y las tentativas del yo de inhibir las pulsiones agresivas. Una y otra vez el yo utiliza la defensa maníaca. Como ya hemos visto, la negación, la idealización, la escisión y el control de los objetos internos y externos son utilizados por el yo con el fin de neutralizar la ansiedad persecutoria. Estos métodos omnipotentes se conservan en cierta medida cuando surge la posición depresiva, pero ahora se los utiliza predominantemente para neutralizar la ansiedad depresiva. Cambian también por los progresos hacia la integración y síntesis, es decir que se hacen menos extremos y se adaptan más a la creciente capacidad del yo para afrontar la realidad psíquica. Alterados de este modo en forma y fin, esos métodos tempranos constituyen ahora la defensa maníaca. Enfrentado con una multitud de situaciones de ansiedad, el yo tiende a negarlas, y cuando la ansiedad es máxima, el yo llega hasta a negar que pueda amar al objeto en forma alguna. El resultado puede ser una supresión permanente del amor, el apartarse de los objetos primitivos y un incremento de la ansiedad persecutoria, es decir, una regresión a la posición esquizo paranoide (18) Las tentativas del yo de controlar los objetos externos e internos – método que en la posición esquizo-paranoide está principalmente dirigido contra la ansiedad persecutoria- también sufren cambios. Cuando predomina la ansiedad depresiva, el control de objetos e impulsos es principalmente utilizado por el yo con el fin de prevenir la frustración, impedir la agresión y el consiguiente peligro para los objetos amados, es decir, mantener a raya la ansiedad depresiva. También hay diferencia en el uso de la escisión del objeto y del símismo. El yo, a pesar de que los primitivos métodos de escisión en cierta medida se mantienen, divide ahora el objeto total en un objeto indemne vivo y un objeto dañado y en peligro (quizá moribundo, o muerto); de este modo la escisión llega a ser principalmente una defensa contra la ansiedad depresiva. Al mismo tiempo ocurren importantes progresos en el desarrollo del yo, que no sólo lo capacitan para establecer defensas más adecuad as contra la ansiedad, sino que logran eventualmente una disminución efectiva de la misma. La repetida experiencia de enfrentar la realidad psíquica, implicada en la elaboración de la posición depresiva, aumenta la comprensión del bebé del mundo externo. Paralelamente, la imagen de los padres, en un principio distorsionada en figuras idealizadas y terribles, se aproxima gradualmente a la realidad. Según expuse en párrafos anteriores, cuando el bebé introyecta una realidad externa más tranquilizadora, mejora su mundo interno; y esto a su vez por proyección mejora la imagen del mundo externo. Por lo tanto, gradualmente, a medida que el bebé reintroyecta una y otra vez un mundo externo más realista y tranquilizador, y también, en cierta medida, establece dentro de sí objetos totales e indemnes, se producen progresos esenciales en la organización del superyó. Sin embargo, a medida que se unen los objetos internos buenos y malos -siendo los aspectos malos atenuados por los buenos- se altera la relación entre el yo y el superyó, es decir, se produce una asimilación progresiva del superyó por el yo. (Véase la nota 2.) En este estadío, el deseo de reparar el objeto dañado entra en juego de lleno. Según hemos visto anteriormente, esta tendencia se halla inextricablemente ligada a sentimientos de culpa. Al sentir el bebé que sus pulsiones y fantasías de destrucción están dirigidos contra la persona total de su objeto amado, surge la culpa en toda su fuerza y, junto con ella, la necesidad dominante de reparar, preservar o revivir el objeto amado dañado. En mi opinión, estas emociones conducen a estadíos de duelo, y las defensas movilizadas, a tentativas por parte del yo de superar el duelo. Puesto que la tendencia a reparar deriva en última instancia del instinto de vid a, origina fantasías y deseos libidinales. Esta tendencia forma parte de todas las sublimaciones y constituirá, a partir de este estadío en adelante, el medio más poderoso por el cual se mantiene a raya y se disminuye la depresión. Parece que no existe ningún aspecto de la vida mental que en los estadíos tempranos no sea utilizado por el yo como defensa contra la ansiedad. También la tendencia a reparar, utilizada en un principio en forma omnipotente, es transformada en defensa. El sentimiento (fantasía) del bebé puede describirse como sigue: «Mi madre está desapareciendo, tal vez no vuelva nunca, está sufriendo, está muerta. No, esto no puede ser, porque yo puedo revivirla.» La omnipotencia decrece a medida que el bebé adquiere gradualmente confianza a la vez en sus objetos y en sus capacidades de reparación (19) . Siente que todas las etapas del desarrollo, todo nuevo logro, complace a los que lo rodean y que en esta forma expresa su amor, compensa o anula el daño hecho por sus pulsiones agresivas y repara sus objetos amados dañados. De este modo se establecen las bases del desarrollo normal: se desarrollan las relaciones con los demás, disminuye la ansiedad persecutoria referida a los objetos internos y externos, se establecen más firmemente los objetos internos buenos, lo que trae aparejado un sentimiento de mayor seguridad; todo lo cual fortalece y enriquece al yo. El yo más fuerte y coherente, aunque haga mayor uso de la defensa maníaca, une repetidamente y sintetiza los aspectos escindidos del objeto y del si-mismo. Gradualmente, los procesos de escisión y de síntesis se aplican a aspectos ahora menos distanciados unos de otros; aumenta la percepción de la realidad y los objetos aparecen bajo una luz más realista. Todos estos progresos conducen a una creciente adaptación a la realidad externa e interna (20). Se produce un cambio paralelo en la actitud del bebé hacia la frustración. Como hemos visto, en el estadío más temprano el aspecto malo perseguidor de la madre (su pecho) representaba en la mente del lactante todo lo malo y frustrador, tanto interno como externo. Cuando aumenta el sentido de la realidad en relación con los objetos y la confianza en ellos, el bebé se vuelve más capaz de distinguir entre la frustración impuesta desde el exterior y los peligros internos fantaseados. Por ende el odio y la agresión se relacionan más estrechamente con la frustración o daño reales derivados de factores externos. Esto constituye un paso hacia un método más realista y objetivo de manejo de su propia agresión, que despierta menos culpa y en último término capacita al niño tanto para vivenciar como para sublimar su agresión en una forma ego-sintónica. Además, esta actitud más realista frente a la frustración -que implica la disminución de la ansiedad persecutoria relacionada con los objetos internos y externos- conduce a una mayor capacidad del bebé para restablecer una buena relación con la madre y otras personas cuando la vivencia de frustración no actúa ya. En otras palabras la creciente adaptación a la realidad ligada a cambios del funcionamiento de la introyección y la proyección- tiene por resultado una relación más segura con el mundo externo e interno. Esto conduce a una disminución de la ambivalencia y agresión, lo que permite que el deseo de reparación entre a jugar de lleno. En estas diversas formas el proceso de duelo que surge de la posición depresiva es gradualmente elaborado. Cuando el bebé alcanza el estadío crucial comprendido entre los tres y los seis meses de edad y se enfrenta con los conflictos, culpa y pena inherentes a la posición depresiva, su capacidad de manejo de la ansiedad se halla en cierto grado determinada por su desarrollo anterior; es decir por la medida en que durante los tres o cuatro primeros meses de vida fue capaz de incorporar y establecer dentro de si el objeto bueno que forma el núcleo de su yo. Si este proceso fue exitoso -lo cual implica que la ansiedad persecutoria y los procesos de escisión no son excesivos y que cierto grado de integración ha sido alcanzado-, gradualmente pierden fuerza la ansiedad persecutoria y los mecanismos esquizoides, el yo puede introyectar y establecer el objeto total y atravesar la posición depresiva. Pero si el yo es incapaz de manejar las numerosas situaciones de ansiedad que surgen en este estadío -fracaso determinado por fundamentales factores internos como por experiencias externas-, puede hacer una marcada regresión desde la posición depresiva a la anterior posición esquizoparanoide. Esto impediría también los procesos de introyección total y afectaría intensamente el desarrollo durante el primer año de vida y toda la niñez. II Mi hipótesis de la posición depresiva infantil descansa en los conceptos psicoanalíticos básicos relativos a los primeros estadíos de la vida; es decir, la introyección primaria y la preponderancia de la libido oral y las pulsiones canibalistas de los niños muy pequeños. Estos descubrimientos de Freud y Abraham contribuyeron sustancialmente a la comprensión de la etiología de las enfermedades mentales. Desarrollando estos conceptos y relacionándolos con la comprensión del bebé que surgió del análisis de niños pequeños, llegué a entender la complejidad de los procesos y vivencias primarios y su efecto en la vida emocional del bebé; y esto a su vez permitió esclarecer más la etiología de las perturbaciones mentales. Una de mis conclusiones ha sido que existe un lazo particularmente estrecho entre la posición depresiva infantil y los fenómenos del duelo y de la melancolía (21). Al continuar el trabajo de Freud sobre la melancolía, Abraham señaló una de las diferencias fundamentales entre el duelo normal v el anormal (véase la nota 3). En el duelo normal el individuo llega a establecer la persona amada y perdida dentro de su yo, mientras que en la melancolía y en el duelo anormal este proceso fracasa. También describe Abraham algunos de los factores fundamentales de los que depende el éxito o el fracaso de este proceso. Si las pulsiones canibalistas son excesivas, se malogra la introyección del objeto bueno perdido y esto conduce a la enfermedad. En el duelo normal el sujeto también se ve llevado a reinstalar la persona amada y perdida en su yo, pero en este caso el proceso es exitoso. No solamente se retiran y reinvisten las catexias referidas al objeto amado y perdido, como dice Freud, sino que durante este proceso el objeto perdido se establece en el interior. En mi articulo «El duelo y su relación con los estados maníacodepresivos», expreso la siguiente opinión: «Mi experiencia me ha llevado a la conclusión de que, si bien es cierto que el rasgo normal del duelo es el establecimiento por parte del individuo del objeto amado y perdido dentro de sí, no está haciéndolo por primera vez, sino que, a través del trabajo del duelo, está reinstalando ese objeto así como todos sus objetos internos amados que siente haber perdido». Cada vez que surge la pena, ésta mina el sentimiento de segura posesión de los objetos internos amados, porque reactiva las ansiedades tempranas por los objetos dañados y destruidos – por un mundo interno despedazado-. Sentimientos de culpa y ansiedades persecutorias -la posición depresiva infantil- se reactivan en toda su fuerza. Una reinstalación exitosa del objeto amado externo por el que se hace el duelo y cuya introyección se intensifica por el proceso de duelo, implica que se restauran y recuperan objetos internos amados. Por lo tanto, la vuelta a la realidad característica del proceso de duelo constituye no solamente el medio de renovar los lazos con el mundo externo, sino también de restablecer el mundo interno destruido. El duelo involucra en esta forma una repetición de la situación emocional vivenciada por el bebé en la posición depresiva. Porque presionado por el temor a perder la madre amada, el bebé lucha con la tarea de establecer e integrar su mundo interno y construir sólidamente los objetos buenos dentro de si. Uno de los factores fundamentales que determinan si la pérdida del objeto amado (por muerte u otras causas) conducirá a la enfermedad maníaco-depresiva o será normalmente superada consiste, de acuerdo con mi experiencia, en el grado de éxito de la elaboración de la posición depresiva durante el primer año de vida y en la firme introyección de los objetos buenos en el interior. La posición depresiva está ligada a cambios fundamentales de la organización libidinal del bebé, pues durante este período (alrededor de la mitad del primer año), el bebé entra en los estadíos tempranos del complejo de Edipo positivo y negativo. Me limitaré aquí a trazar tan solo un rápido esbozo al describir los estadíos tempranos del complejo de Edipo (22). Estos estadíos tempranos se caracterizan por el importante papel que siguen desempeñando los objetos parciales en la mente del bebé mientras se establece la relación con los objetos totales. Además, a pesar de que los deseos genitales se acercan marcadamente al primer plano, predomina aún la libido oral. Poderosos deseos orales, incrementados por la frustración vivenciada en relación con la madre, se transfieren del pecho materno al pene del padre (23). Los deseos genitales en los bebés de ambos sexos se unen a los deseos orales; lo que trae aparejada una relación oral, así como genital, con el pene del padre. Los deseos genitales se dirigen también hacia la madre. Los deseos del pene paterno están ligados a los celos de la madre, porque el bebé siente que ésta recibe el objeto codiciado. Estas múltiples emociones y deseos en ambos sexos subyacen tanto al complejo de Edipo directo como al invertido. Otro aspecto de los estadíos edípicos tempranos está ligado al papel esencial desempeñado en la mente del bebé por el «interior» de la madre y el suyo propio. Durante el período precedente, en el que prevalecen las pulsiones destructivas (posición esquizo-paranoide), la necesidad del bebé de penetrar en el cuerpo materno y posesionarse de su contenido es de naturaleza predominantemente oral y anal. Esta necesidad es activa aún en el estadío siguiente (posición depresiva), pero al aumentar los deseos genitales, se dirige mayormente hacia el pene paterno (igualado con bebés y materias fecales), el que, según cree el bebé, debe estar contenido dentro del cuerpo de la madre. Simultáneamente los deseos orales del pene paterno conducen a su internalización, y así el pene internalizado (a la vez objeto bueno y objeto malo) pasa a desempeñar un papel importante en el mundo objetal interno del bebé. Los estadíos tempranos del desarrollo edípico son muy complejos: convergen deseos de distintos orígenes; estos deseos se dirigen a objetos parciales así como a objetos totales; el pene del padre, codiciado y odiado, existe no sólo como parte del cuerpo del padre, sino que el bebé siente que está simultáneamente en su propio interior y dentro del cuerpo de la madre. La envidia parece ser inherente a la voracidad oral. El trabajo analítico me ha enseñado que la envidia (alternando con sentimientos de amor y gratificación) se dirige primeramente hacia el pecho nutricio. A esta envidia primitiva se agregan los celos cuando surge la situación edípica. Los sentimientos del bebé en relación con ambos padres parecen organizarse en la forma siguiente: cuando es frustrado, el padre o la madre gozan del objeto apetecido del que es privado -el pecho materno o el pene del padre- y gozan de él de manera continua. Es característico de las emociones y voracidad intensas del bebé el atribuir a los padres un estado constante de gratificación mutua de naturaleza oral, anal y genital. Estas teorías sexuales forman la base de figuras parentales combinadas tales como: la madre que contiene el pene paterno o el padre en su totalidad; el padre que contiene el pecho materno o la madre en su totalidad; los padres fusionados inseparablemente en la relación sexual (24). Fantasías de esta naturaleza también contribuyen a la idea de la «mujer con pene». Más aun, debido a la internalización, el bebé establece dentro de si esas figuras parentales combinadas y esto resulta esencial en diversas situaciones de ansiedad de naturaleza psicótica. A medida que se desarrolla una relación más realista con los padres, el bebé llega a considerarlos como individuos separados, o sea que la primitiva figura parental combinada pierde su fuerza (25) . Estos progresos están ligados a la posición depresiva. En ambos sexos, el temor de perder a la madre, objeto amado primario -es decir, la ansiedad depresiva-, contribuye a crear la necesidad de sustitutos; respondiendo a ella el bebé se vuelve primeramente hacia el padre, quien en ese estadío también es introyectado como persona total. En esta forma, la libido y la ansiedad depresiva son desviadas de la madre en cierta medida, y este proceso de distribución estimula las relaciones de objeto y disminuye la intensidad de los sentimientos depresivos. Así pues, los estadíos tempranos del complejo de Edipo positivo y negativo alivian las ansiedades del niño y lo ayudan a superar la posición depresiva. Al mismo tiempo, sin embargo, surgen nuevos conflictos y ansiedades, puesto que los deseos edípicos hacia los padres implican que la envidia la rivalidad y los celos – poderosamente avivados aún en este estadío por las pulsiones sádicoorales- son ahora vivenciados hacia dos personas a las que se odia y ama a la vez. La elaboración de estos conflictos que surgen por primera vez en los estadíos tempranos del complejo de Edipo forma parte del proceso de modificación de la ansiedad que se extiende mas allá de la primera infancia hasta los primeros años de la niñez. Para resumir: la posición depresiva desempeña un papel vital en el desarrollo temprano del niño, v normalmente al llegar a su término la neurosis infantil alrededor de los cinco años la ansiedad persecutoria y la ansiedad depresiva se han modificado. Los pasos fundamentales de la elaboración de la posición depresiva se dan sin embargo, cuando el bebé está estableciendo el objeto total -es decir, durante la segunda mitad del primer año-, y podría afirmarse que si estos procesos son exitosos, se habrá llenado una de las condiciones previas del desarrollo normal. Durante este período la ansiedad persecutoria y la depresiva se activan una y otra vez, como por ejemplo en las experiencias de dentición y destete. Esta interacción entre la ansiedad y los factores físicos es uno de los aspectos de los complejos procesos del desarrollo durante el primer año (procesos que involucran todas las emociones y fantasías del bebé); en verdad esto se aplica, hasta cierto punto, a todo el resto de la vida. He recalcado a lo largo del presente capítulo que los cambios en el desarrollo emocional y las relaciones de objeto del bebé son paulatinos. El hecho de que la posición depresiva se desarrolle gradualmente explica por qué, generalmente, sus efectos en el bebé no aparecen en forma súbita (26). También debemos recordar que, mientras son vivenciados los sentimientos depresivos, simultáneamente el yo desarrolla medios para contrarrestarlos. Esto en mi opinión constituye una de las diferencias fundamentales entre el bebé que está vivenciando ansiedades de naturaleza psicótica y el adulto psicótico; pues al tiempo que el bebé está elaborando estas ansiedades, ya se hallan en acción los procesos que conducen a su modificación. (Véase la nota 4.)

DESARROLLO ULTERIOR Y MODIFICACIÓN DE LA ANSIEDAD

I

La neurosis infantil puede ser considerada como una combinación de procesos mediante los cuales las ansiedades de naturaleza psicótica son ligadas, elaboradas y modificadas. Pasos fundamentales en la modificación de las ansiedades persecutoria y depresiva forman parte del desarrollo durante el primer año. La neurosis infantil, tal como la veo, empieza pues en el primer año de vida y termina -al iniciarse el período de latencia- cuando se logra la modificación de las ansiedades tempranas. Todos los aspectos del desarrollo contribuyen al proceso de modificación de la ansiedad, y por lo tanto, las vicisitudes de la ansiedad sólo pueden comprenderse en su interacción con los demás factores del desarrollo. Por ejemplo, la adquisición de habilidades físicas, las actividades de juego, el desarrollo del lenguaje o el progreso intelectual en general, los hábitos de limpieza, el incremento de las sublimaciones, la ampliación de la gama de las relaciones de objeto, el progreso en la organización libidinal del niño, todos estos logros están inextricablemente entretejidos con aspectos de la neurosis infantil; en última instancia, con las vicisitudes de la angustia y las defensas involucradas contra ella. Sólo puedo escoger aquí algunos de estos factores que interactúan e indicar en qué forma contribuyen a modificar la ansiedad. Los primeros objetos perseguidores externos e internos son -de acuerdo con lo discutido anteriormente- el pecho malo de la madre y el pene malo del padre; e interactúan los temores de persecución referidos a los objetos internos y los referidos a los objetos externos. Estas ansiedades, focalizadas primeramente en los padres, hallan expresión en las fobias tempranas y afectan profundamente la relación del niño con sus padres. Las ansiedades persecutoria y depresiva contribuyen fundamentalmente a crear los conflictos que surgen en la situación edípica (27) e influyen en el desarrollo libidinal. Los deseos genitales hacia ambos progenitores, que inician los estadíos tempranos del complejo de Edipo (hacia la mitad del primer año), están al principio entretejidos con deseos y fantasías orales, anales y uretrales, de naturaleza a la vez libidinal y agresiva. Las ansiedades de carácter psicótico originadas por pulsiones destructivas provenientes de todas estas fuentes tienden a reforzar estas pulsiones, y, en caso de ser excesivas, crean fuertes fijaciones en los estadíos pregenitales (28) . Así pues, la ansiedad influye en cada etapa del desarrollo libidinal, ya que conduce a la fijación de estados pregenitales y una y otra vez a la regresión a éstos. Por otra parte, la ansiedad y la culpa y la consiguiente tendencia a la reparación, agregan ímpetu a los deseos libidinales y estimulan la dirección progresiva de la libido, pues dar y recibir gratificación libidinal alivia la ansiedad y satisface también la necesidad de reparar. Por lo tanto, la ansiedad y la culpa a veces frenan y otras veces favorecen el desarrollo libidinal. Esto no sólo varía de un individuo a otro, sino que puede variar en un mismo individuo, según la intrincada interacción de los factores internos y externos en determinado momento. En las fluctuantes posiciones del complejo de Edipo positivo y negativo son vivenciadas todas las ansiedades tempranas, pues los celos, la rivalidad y el odio de estas posiciones, despiertan renovadamente las ansiedades persecutoria y depresiva. Las ansiedades focalizadas en los padres como objetos internos se elaboran sin embargo y disminuyen gradualmente a medida que el bebé extrae de la relación con los padres externos un creciente sentimiento de seguridad. En el interjuego de progresión y regresión, fuertemente influido por la ansiedad, gradualmente llegan a dominar las tendencias genitales. A consecuencia de ello la capacidad para reparar aumenta, se amplían sus alcances y las sublimaciones adquieren fuerza y estabilidad, pues en el nivel genital están ligadas a la necesidad más creativa del ser humano. Las sublimaciones genitales de la posición femenina están ligadas a la fertilidad – el poder de dar vida- y por ende también a la recreación de objetos perdidos o dañados. En la posición masculina, el elemento de creación de la vida se halla reforzado por las fantasías de fertilizar a la madre dañada o destruida y así restaurarla o revivirla. El órgano genital, pues, no es sólo un órgano de procreación, sino también un instrumento de reparación y de nueva creación. El predominio de las tendencias genitales implica un gran progreso en la integración del yo, ya que ellas se hacen cargo de los deseos libidinales y reparatorios de carácter pregenital, produciéndose en esta forma la síntesis de las tendencias reparatorias pregenitales y genitales. Por ejemplo, la capacidad para recibir «bondad», en primer lugar el alimento y el amor de la madre tan deseados, y la necesidad de alimentarla como recompensa, y restaurarla en esta forma -base de las sublimaciones orales- son condiciones previas de un desarrollo genital exitoso. La creciente fuerza de la libido genital, que incluye el progreso de la capacidad para reparar, corre paralela a la disminución gradual de la ansiedad y de la culpa despertadas por las tendencias destructivas, aunque los deseos genitales sean causa de conflictos y culpa en la situación edípica. Se desprende de ello que la primacía genital implica una disminución de las tendencias y ansiedades orales, uretrales y anales. A través del proceso de elaboración de los conflictos edípicos y logro de la primacía genital, el niño se hace capaz de establecer firmemente los objetos buenos en su mundo interior y de desarrollar una relación estable con sus padres. Todo esto significa que está elaborando y modificando las ansiedades persecutoria y depresiva. Existen razones para suponer que tan pronto como el bebé desplaza su interés hacia otros objetos distintos del pecho materno -como ser partes del cuerpo materno, los objetos que lo rodean, partes de su propio cuerpo, etcétera-, empieza un proceso fundamental para el incremento de las sublimaciones y relaciones de objeto. El amor, los deseos (agresivos así como libidinales) y las ansiedades, son transferidos del primero y único objeto, la madre, a otros objetos; y se desarrollan otros intereses que sustituyen la relación con el objeto primario. Este objeto primario es, sin embargo, no sólo el pecho externo, sino el pecho bueno internalizado; y la desviación de los sentimientos y emociones relacionados ahora con el mundo externo está ligada a la proyección. La función de formación de símbolos y la actividad de las fantasías tienen gran importancia en todos los procesos descritos (29). Con el surgimiento de la ansiedad depresiva y particularmente con el comienzo de la posición depresiva, el yo se ve llevado a proyectar, desviar y distribuir los deseos y emociones así como la culpa y la necesidad de reparar, en nuevos objetos e intereses. A mi entender, estos procesos constituyen la fuente principal de las sublimaciones a lo largo de la vida. Es, sin embargo, condición previa del desarrollo exitoso de las sublimaciones (como también de las relaciones de objeto y de la organización libidinal) que el amor por los primitivos objetos pueda mantenerse, mientras los deseos y ansiedades son desviados y distribuidos, pues el predominio de la queja y el odio hacia los objetos primarios tiende a hacer peligrar las sublimaciones y relaciones con objetos sustitutivos. Surge otra perturbación de la capacidad para reparar y por lo tanto para sublimar, cuando, debido al fracaso en la superación de la posición depresiva, la esperanza de reparar se ve debilitada, o, dicho en otra forma, cuando existe desesperanza por la destrucción ocasionada a los objetos amados.

II

Según sugiero más arriba, todos los aspectos del desarrollo están ligados a la neurosis infantil. Un rasgo característico de la neurosis infantil lo constituyen las fobias tempranas que surgen durante el primer año de vida y, cambiando de forma y contenido, aparecen y desaparecen a lo largo de los años de infancia. Tanto la ansiedad persecutoria como la depresiva subyacen a las fobias tempranas, que incluyen dificultades en la alimentación, terrores nocturnos, ansiedad en ausencia de la madre, miedo a los extraños perturbaciones de las relaciones con los padres y de las relaciones de objeto en general. La necesidad de externalizar los objetos perseguidores es un elemento intrínseco del mecanismo de las fobias (30) . Esta necesidad deriva tanto de la ansiedad persecutoria (referida al yo) como de la ansiedad depresiva (centrada en los peligros que amenazan a los objetos internos buenos por parte de los perseguidores internos). Los temores a la persecución interna igualmente encuentran expresión en las ansiedades hipocondríacas. También contribuyen a una variedad de enfermedades físicas, como ser los frecuentes resfríos de los niños pequeños (31) . Las ansiedades orales, uretrales y anales (que intervienen tanto en la adquisición como en la inhibición de hábitos de limpieza) constituyen rasgos básicos de la sintomatología de la neurosis infantil. Igualmente constituye un rasgo característico de la neurosis infantil que ocurran distintas formas de recaída en los primeros años de vida. Según vimos más arriba, en caso de reforzarse la ansiedad de naturaleza persecutoria y depresiva, tiene lugar una regresión a estadíos anteriores y a sus correspondientes situaciones de ansiedad. Esta regresión se manifiesta, por ejemplo, en el abandono de los hábitos de limpieza ya adquiridos; o bien en la reaparición, bajo formas ligeramente distintas, de fobias en apariencia superadas. Durante el segundo año, las tendencias obsesivas se colocan en primer plano; expresan y, a la vez ligan, ansiedades orales, uretrales y anales. Se pueden observar rasgos obsesivos en rituales al acostarse, rituales relacionados con la limpieza, la alimentación, etc., y en una necesidad general de repetición (por ej., el deseo de escuchar incansablemente el mismo cuento, a veces contado con las mismas palabras, o de repetir los mismos juegos). Estos fenómenos, aunque forman parte del desarrollo normal del niño, pueden ser descritos como síntomas neuróticos. La disminución o superación de estos síntomas conduce a la modificación de las ansiedades orales, uretrales y anales; esto a su vez implica una modificación de la ansiedad persecutoria y depresiva. La capacidad del yo para desarrollar paso a paso defensas que le permitan en cierta medida elaborar las ansiedades, es parte esencial del proceso de modificación de la ansiedad. En el estadío más primitivo (esquizo-paranoide), la ansiedad es contrarrestada por defensas extremas y poderosas, tales como escisión, omnipotencia y negación (32) . En el estadío siguiente (posición depresiva), las defensas sufren, según hemos visto, importantes cambios caracterizados por la mayor capacidad del yo para tolerar la ansiedad. En el segundo año, con el progreso en el desarrollo del yo, el niño utiliza su creciente adaptación a la realidad externa y su creciente control de las funciones corporales para poner a prueba los peligros internos por medio de la realidad externa. Todos estos cambios son característicos de los mecanismos obsesivos, los que también pueden ser considerados como una defensa muy importante. Por ejemplo, al adquirir hábitos de limpieza, las ansiedades del bebé referentes a sus heces peligrosas (es decir, referentes a su propia destructividad), a sus objetos malos internalizados y a su caos interno, disminuyen temporariamente una y otra vez. El control de los esfínteres le prueba que puede controlar los peligros internos y los objetos internos. Más aun, los excrementos reales sirven como prueba en contra de sus temores fantásticos de destructividad. Pueden ahora ser expulsados conforme al pedido de la madre o la niñera, quienes al aprobar las situaciones en que expulsa los excrementos parecen también aprobar la naturaleza de los mismos, y esto los vuelve »buenos» (33) . De ello resulta que el niño llega a sentir que el daño hecho por sus excrementos en sus fantasías agresivas a sus objetos internos y externos, puede ser anulado. La adquisición de hábitos de limpieza disminuye por lo tanto su culpa y satisface su deseo de reparar (34). Los mecanismos obsesivos constituyen una parte importante del desarrollo del yo. Capacitan a éste para mantener temporariamente a raya la ansiedad. Esto a su vez ayuda al yo en el logro de mayor integración y fuerza; en esta forma es posible la gradual elaboración, disminución y modificación de la ansiedad. No obstante, los mecanismos obsesivos constituyen en este estadío tan sólo una de las defensas. Si son excesivos y llegan a ser la defensa principal esto puede considerarse como una indicación de que el yo no puede manejar eficazmente la ansiedad de naturaleza psicótica y de que se esta desarrollando en el niño una grave neurosis obsesiva. Otro cambio fundamental de las defensas caracteriza al estadío en que se fortalece la libido genital. Cuando esto sucede, según vimos anteriormente, el yo se halla mas integrado, la adaptación a la realidad externa ha progresado; se ha desarrollado la función de la conciencia; también el superyó esta mas integrado; se ha producido una síntesis más completa de los procesos inconscientes, es decir entre las partes inconscientes del yo y del superyó; es más nítida la demarcación entre lo inconsciente v lo consciente. Estos progresos permiten a la represión desempeñar el papel dominante entre las defensas (35). Un factor esencial de la represión es el aspecto censurador y prohibidor del superyó, aspecto este que se fortalece como consecuencia del progreso en la organización del superyó. Las exigencias del superyó de mantener fuera de la conciencia determinadas pulsiones y fantasías de carácter agresivo y libidinal, las cumple el yo más fácilmente porque ha progresado en su integración y en la asimilación del superyó. En una sección anterior describí cómo aun durante los primeros meses de vida el yo inhibe los deseos instintivos, primeramente bajo la presión de la ansiedad persecutoria y, algo más tarde, de la ansiedad depresiva. Se da otro paso adelante en el desarrollo de las inhibiciones instintivas cuando el yo puede hacer uso de la represión. Hemos visto las formas en que el yo utiliza la escisión durante la fase esquizo-paranoide (36). El mecanismo de escisión subyace a la represión (lo que está implícito en el concepto de Freud); pero en contraste con las primitivas formas de escisión, que conducían a estados de desintegración, la represión no tiene normalmente por resultado la desintegración del simismo. Puesto que en este estadío existe mayor integración tanto dentro de las partes conscientes como inconscientes del psiquismo, y puesto que en la represión la escisión efectúa predominantemente una división entre lo consciente y lo inconsciente, ninguna de las partes del si-mismo está expuesta al grado de desintegración que podía surgir en los estadíos anteriores. Sin embargo, el grado en que se recurre a los procesos de escisión en los primeros meses de vida influye vitalmente en el empleo de la represión en un período ulterior. Porque en caso de no ser suficientemente superados los mecanismos esquizoides tempranos, puede resultar que. en lugar de un limite fluido entre lo consciente v lo inconsciente, surja entre ellos una rígida barrera; esto indica que la represión es excesiva y que, por lo tanto, el desarrollo está perturbado. Por otra parte, mediante una represión moderada, el inconsciente y la conciencia tienen mayores probabilidades de permanecer «porosos» uno con respecto al otro y por lo tanto las pulsiones y sus derivados son, en cierta medida, autorizados a emerger una y otra vez del inconsciente y son sujetos por parte del yo a procedimientos de selección y rechazo. La elección de las pulsiones, fantasías y pensamientos que deben ser reprimidos depende de la creciente capacidad del yo para aceptar las normas de los objetos externos. Esta capacidad está ligada a la mayor síntesis dentro del superyó y a la creciente asimilación del superyó por el yo. Los cambios en la estructura del superyó, que se efectúan gradualmente y están siempre ligados al desarrollo edípico, contribuyen a la declinación del complejo de Edipo al iniciarse el período de latencia. En otras palabras, el progreso en la organización libidinal y en los distintos ajustes de los que llega a ser capaz el yo en este estadío, está ligado a la modificación de las ansiedades persecutoria y depresiva referidas a los padres internalizados, lo que implica mayor seguridad en el mundo interno. Vistos a la luz de las vicisitudes de la angustia, los cambios característicos de la iniciación del período de latencia pueden resumirse como sigue: la relación con los padres es más segura; los padres introyectados se aproximan más a la imagen de los padres reales; sus normas, advertencias y prohibiciones son aceptadas e internalizadas y por lo tanto la represión de los deseos edípicos es más eficaz. Todo esto representa el clímax del desarrollo del superyó, resultado de un proceso que se extiende a lo largo de los primeros años de la vida.

Continúa en ¨Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé (1952), conclusiones¨

Notas:

[17] Estas dificultades a menudo observables en lactantes, particularmente durante el destete (es decir al reemplazar el pecho por el biberón o al agregar nuevos alimentos a este último, etc.), puede considerarse como un síntoma depresivo bien conocido en la sintomatología de los estados depresivos. Este punto es tratado con algún detalle en «Observando la conducta de bebés». Véase igualmente la nota 16.
[18] Esta regresión primitiva puede ocasionar serios disturbios en el desarrollo temprano, por ejemplo la deficiencia mental (véase «Notas sobre algunos mecanismos esquizoides») y puede constituir la base de ciertas formas de enfermedad esquizofrénica. Otro posible resultado del fracaso en la elaboración de la posición depresiva infantil es la enfermedad maníaco-depresiva, o bien una neurosis grave. Sostengo por lo tanto que la posición depresiva infantil es de central importancia en el desarrollo del primer año.
[19] Tanto en el análisis de adultos como en el de niños puede observarse que, juntamente con una vivencia depresiva total, surgen sentimientos de esperanza. En el desarrollo temprano, éste es uno de los factores que ayudan al bebé a superar la posición depresiva.
[20] Sabemos que, bajo la presión de la ambivalencia, la escisión persiste en cierta medida en el transcurso de la vida y desempeña un papel importante en la economía mental normal.
[21] En lo que hace a la relación de la posición depresiva infantil con los estados maníacodepresivos por una parte y con el duelo normal por la otra, véanse «Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos» y «El duelo y su relación con los estados maníaco-depresivos».
[22] Véase Heimann (1952a), 2ª parte. He descrito detalladamente el desarrollo edípico en El psicoanálisis de niños (en particular capítulo 8) y también en mis artículos «Estadíos tempranos del conflicto edípico» y «El complejo de Edipo a la luz de las ansiedades tempranas».
[23] En «Un breve estudio de la evolución de la libido» (1924), Abraham escribe: «Otro punto que debe señalarse en relación con la parte del cuerpo que ha sido introyectada, es que el pene es regularmente asimilado al pecho materno y que otras partes del cuerpo como ser dedos, pies, cabello, heces y nalgas pueden representar secundariamente aquellos dos órganos».
[24] Véase el concepto de figura parental combinada en El psicoanálisis de niños, cap. 8 en particular.
[25] La capacidad del niño para gozar al mismo tiempo la relación con ambos padres, lo cual constituye un raso importante de su vida mental y está en conflicto con sus deseos (instigados por celos y ansiedad) de separarlos, depende de que los sienta como individuos separados. Esta relación mas integrada con sus padres (distinta de la necesidad compulsiva de mantenerlos separados uno del otro y de impedir el acto sexual) implica mayor comprensión de sus relaciones mutuas y es condición previa de la esperanza del niño de acercarlos y unirlos en forma feliz.
[26] No obstante, signos de recurrencia de sentimientos depresivos pueden ser detectados en bebés normales mediante una observación atenta. Síntomas severos de depresión aparecen en forma muy llamativa en niños muy pequeños bajo determinadas circunstancias, como ser una enfermedad, la súbita separación de la madre o de la niñera, o un cambio en la alimentación.
[27] La interrelación entre las ansiedades persecutoria y depresiva por una parte y el temor a la castración por la otra, se trata detalladamente en mi artículo «El complejo de Edipo a la luz de las ansiedades tempranas».
[28] Véase Heimann e Isaacs (1952).
[29] Debo abstenerme aquí de describir detalladamente las maneras en que la formación de
símbolos está desde un principio inextricablemente ligada a la actividad fantaseadora del niño y a las vicisitudes de la ansiedad. Remito al lector a Isaacs (1925) y a mi trabajo «Observando la conducta de bebés»; también a mis anteriores artículos «Principios psicológicos del análisis infantil» (1926) y «La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo» (1930).
[30] Véase El psicoanálisis de niños.
[31] La experiencia me mostró que las ansiedades que subyacen a la hipocondría se hallan
también en la base de los síntomas de conversión histéricos. El factor fundamental común a ambas es el temor referido a la persecución dentro del cuerpo (ataques provinientes de objetos perseguidores internalizados) o al daño infligido por el sadismo del sujeto a los objetos internos (ataques de sus excrementos peligrosos), todo lo cual es sentido como daño físico infligido al yo. La elucidación de los procesos que subyacen a la transformación de esas ansiedades persecutorias en síntomas físicos puede contribuir a esclarecer los problemas de la histeria.
[32] Si estas defensas persisten excesivamente mas allá del estadío temprano en el que son
apropiadas, el desarrollo puede sufrir en varias formas; se impide la integración, se traba la vida de la fantasía y los deseos libidinales; en consecuencia, la tendencia a reparar, las sublimaciones, las relaciones de objeto y la relación con la realidad pueden quedar perturbadas.
[33] El reconocimiento de que existe en el niño la necesidad de adquirir hábitos de limpieza, necesidad ligada a la ansiedad y culpa y a las defensas contra ellas, lleva a la siguiente conclusión: el aprendizaje de los hábitos de limpieza, efectuado sin premura y en el período en el que la necesidad de este aprendizaje se hace evidente (generalmente en el transcurso del segundo año), es beneficioso para el desarrollo del niño. Impuesto a éste en un estadío anterior, puede resultar dañino. Mas aun, en cualquier período el niño debería ser sólo alentado, pero no forzado, a adquirir hábitos de limpieza. Estas líneas constituyen necesariamente tan sólo una referencia muy incompleta a un importante problema de la crianza del niño.
[34] La concepción de Freud sobre las formaciones reactivas y la «anulación» en el proceso de la neurosis obsesiva, sustenta mi concepto de reparación, que abarca, además, varios procesos mediante los que el yo siente que anula el daño hecho en su fantasía, restaura, preserva y revive el objeto.
[35] Dice Freud: «… señalaremos como materia de ulteriores reflexiones la posibilidad de que la represión sea un proceso especialmente relacionado con la organización genital de la libido y que el yo acuda a métodos distintos de defensa cuando tiene que asegurarse contra la libido en otros niveles de organización». (Inhibición, síntoma y angustia).
[36] Véase «Notas sobre algunos mecanismos esquizoides».