Obras de M. Klein: Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé (1952), CONCLUSIONES

ALGUNAS CONCLUSIONES TEORICAS SOBRE LA VIDA EMOCIONAL DEL BEBE (1952)

CONCLUSIONES

Examiné detalladamente las primeras etapas de la superación de la posición depresiva que caracterizan la segunda mitad del primer año de vida. Hemos visto que en los estadíos tempranos, en los que predomina la ansiedad persecutoria, los objetos del bebé son de naturaleza primitiva y persecutoria: devoran, desgarran, envenenan, inundan, etc., es decir, que los múltiples deseos y fantasías orales, uretrales y anales son proyectados tanto en los objetos externos como en los objetos internalizados. La imagen de estos objetos se altera poco a poco en el psiquismo del bebé a medida que progresa la organización libidinal y se modifica la ansiedad. Sus relaciones con su mundo interno y externo progresan simultáneamente; la interdependencia entre esas relaciones implica cambios en los procesos de introyección y de proyección que son un factor esencial para la disminución de las ansiedades persecutoria v depresiva. Todo esto tiene por resultado una mayor capacidad del yo para asimilar al superyó, aumentando en esta forma su propia fuerza. Cuando se logra la estabilización, algunos factores fundamentales han sufrido alteraciones. No me ocupo ahora del progreso del yo, ligado en cada etapa (según traté de mostrarlo) al desarrollo emocional y a la modificación de la ansiedad, sino que deseo subrayar los cambios en los procesos inconscientes. Creo que estos cambios resultan más comprensibles si los vinculamos al origen de la ansiedad. Me refiero aquí nuevamente a mí afirmación de que las pulsiones destructivas (instinto de muerte) constituyen el factor primario causante de ansiedad (37). La voracidad es incrementada por las quejas y el odio, es decir, por manifestaciones del instinto destructivo; pero estas manifestaciones son a su vez reforzadas por la ansiedad persecutoria. Cuando en el transcurso del desarrollo la ansiedad es a la vez reducida y mantenida a raya más firmemente, disminuyen las quejas y el odio así como la voracidad, y esto en última instancia conduce al debilitamiento de la ambivalencia. Expresando esto en función de los instintos: cuando la neurosis infantil pudo seguir su curso, es decir, cuando la ansiedad persecutoria y la ansiedad depresiva han sido reducidas v modificadas, el equilibrio en la fusión de los instintos de vida y de muerte (y también entre la libido y la agresión) ha sido alterado en alguna forma. Esto implica cambios importantes en los procesos inconscientes, es decir, en la estructura del superyó y en la estructura y dominio de las partes inconscientes (tanto como conscientes) del yo. Hemos visto que las fluctuaciones entre las posiciones libidinales y entre la progresión y la regresión, que caracterizan los primeros años de la niñez, están inextricablemente ligadas a las vicisitudes de las ansiedades persecutoria y depresiva que surgen durante la primera infancia. Así pues, estas ansiedades son no sólo un factor esencial de fijación y regresión, sino que su influencia es constante en el curso del desarrollo. El desarrollo normal exige como condición previa el mantenimiento, a través de la alternancia de la regresión y progresión, de aspectos fundamentales del progreso ya logrado. En otras palabras, exige que el proceso de integración y síntesis no sea fundamental y permanentemente perturbado. Si la ansiedad se mitiga gradualmente, la progresión deberá primar sobre la regresión y, en el curso de la neurosis infantil, quedarán establecidas las bases para la estabilidad mental.

Notas

Nº 1

Margaret A. Ribble relata observaciones realizadas en 500 bebés («Infantile Experience in Relation to Personality Development», 1944), y expresa sus opiniones, algunas de las cuales complementan las conclusiones a las que llegué a través del análisis de niños pequeños. Así, refiriéndose a la relación con la madre desde el principio de la vida, recalca la necesidad del lactante de recibir los cuidados de la madre, necesidad que va mucho mas allá de la gratificación al mamar; por ejemplo, dice en la pág. 631: «Mucho de la calidad y cohesión de la personalidad del niño depende del apego emocional a la madre. Este apego (o empleando el término psicoanalítico, esta catexia dirigida hacia la madre) se desarrolla gradualmente a partir de la satisfacción que proviene de ella. Hemos estudiado la naturaleza de este apego progresivo tan esquivo y sin embargo tan esencial en razón de importantes detalles. Tres tipos de experiencia, o sea: la experiencia táctil, la experiencia kinestésica o sentido de la posición del cuerpo, y la experiencia del sonido, contribuyen en primer lugar a su formación. El desarrollo de esas capacidades sensoriales ha sido mencionado por casi todos los observadores del comportamiento infantil, pero no ha sido recalcada su particular importancia para la relación personal entre la madre y el niño». La importancia de esta relación personal en el desarrollo físico del niño es subrayada por Margaret A. Ribble en varios lugares; por ejemplo, dice en la pág. 630: «… las irregularidades mas triviales en el cuidado personal o el manejo de todo lactante, como ser escaso contacto con la madre, insuficiente alzarlo en brazos, o cambios de niñera o de rutina general, provocan a menudo perturbaciones, como ser palidez, respiración irregular y trastornos alimentarios. En lactantes constitucionalmente sensibles o pobremente organizados, estas perturbaciones, si son demasiado frecuentes, pueden alterar en forma permanente el desarrollo orgánico y psíquico y no pocas veces amenazan la vida misma». En otro lugar, la autora resume estas perturbaciones en la forma siguiente (pág. 630): «El lactante se halla continuamente en peligro potencial de desorganización funcional, debido al propio estado incompleto del cerebro y sistema nervioso. En lo exterior, el peligro radica en una súbita separación de la madre, quien ya sea intuitivamente o a sabiendas, debe mantener ese equilibrio funcional. La negligencia afectiva o falta de amor pueden ser igualmente desastrosas. Internamente, el peligro parece radicar en el aumento de tensión proviniente de necesidades biológicas y en la incapacidad del organismo para mantener su energía interior o equilibrio metabólico y excitabilidad refleja. La necesidad de oxígeno puede volverse aguda porque los mecanismos respiratorios del lactante no están aún suficientemente desarrollados para trabajar en forma adecuada a la creciente demanda interior causada por el rápido crecimiento de los lóbulos frontales». Estas perturbaciones funcionales que, de acuerdo con las observaciones de M. Ribble, llegarían a poner en peligro la vida, pueden ser interpretadas como expresión del instinto de muerte que, según Freud, se dirige primitivamente contra el propio organismo ( Mas allá del principio de placer ). Afirmé que este peligro, que despierta el temor al aniquilamiento, a la muerte, constituye la causa primaria de ansiedad. El hecho de que los factores biológicos, fisiológicos y psicológicos están ligados desde el principio de la vida postnatal, es ilustrado por las observaciones de M. Ribble. Yendo mas allá, sacaré la conclusión de que el constante y afectuoso cuidado del niño por la madre, al fortalecer la relación libidinal hacia ella, apoya el instinto de vida en su lucha contra el instinto de muerte (tratándose de lactantes «constitucionalmente sensibles o pobremente organizados», esto es esencial aun para mantenerlos vivos). En el presente trabajo y en «Sobre la teoría de la ansiedad y la culpa» discuto mas ampliamente este punto. Otro tema sobre el que las conclusiones de la doctora Ribble coinciden con las mías, se refiere a los cambios que ella sitúa hacia el tercer mes de vida. Estos cambios pueden considerarse como la contraparte fisiológica de los rasgos de la vida emocional que describí como aparición de la posición depresiva. Dice (pág. 64): «En ese período, las actividades orgánicas respiratorias, digestivas y circulatorias empiezan a mostrar considerable estabilidad, indicando así que el sistema nervioso autónomo ha asumido sus funciones específicas. Sabemos por estudios anatómicos que el sistema circulatorio fetal se halla generalmente obliterado por ese entonces. Aproximadamente en esa época aparecen en el electroencefalograma los trazados de ondas cerebrales típicos de los adultos… indicando probablemente una mayor madurez de la actividad cerebral. Se observan estallidos de reacciones emocionales no siempre bien diferenciadas pero que expresan obviamente una dirección positiva o negativa y que involucran la totalidad del sistema. Los ojos focalizan correctamente y siguen a la madre, los oídos funcionan bien y pueden diferenciar los ruidos que ella hace. El sonido que ella produce o su visión, provocan respuestas emocionales positivas que antes eran obtenidas sólo por contacto, y que consisten en sonrisas oportunas y aun genuinas explosiones de alegría». Creo que estos cambios están ligados a la disminución de los procesos de escisión y al progreso en la integración del yo y las relaciones de objeto; en particular están ligados a la capacidad del bebé para percibir e introyectar a la madre como persona total, todo lo cual he descrito como ocurriendo en el segundo trimestre del primer año, al aparecer la posición depresiva.

Nº 2

Cuando estas adaptaciones fundamentales de la relación entre el yo y el superyó no han sido cabalmente efectuadas durante el desarrollo temprano, una de las tareas esenciales del proceso psicoanalítico es la de capacitar al paciente para hacerlas retrospectivamente. Esto sólo es posible mediante el análisis de los estadíos mas primitivos del desarrollo (así como de los ulteriores) y el análisis de la transferencia, tanto negativa como positiva. En la fluctuante situación transferencial, las figuras externas e internas -buenas y malas- que dominan inicialmente el desarrollo del superyó y de las relaciones objetales, son transferidas al psicoanalista. Por lo tanto, éste a veces debe ocupar el lugar de imágenes terribles, y solamente en esta forma pueden ser vivenciadas, elaboradas y reducidas las ansiedades persecutorias infantiles. De hallarse el psicoanalista inclinado a reforzar la transferencia positiva, evita desempeñar para la mente del paciente el papel de figuras malas y es predominantemente introyectado como objeto bueno. En algunos casos, la creencia en objetos buenos puede ser reforzada; pero este beneficio está lejos de ser estable, puesto que el paciente no ha sido capacitado para vivenciar el odio, la ansiedad y la sospecha, que en los tempranos estadíos de su vida se hallaban unidos a los aspectos terrib les y peligrosos de los padres. Solamente mediante el análisis de la transferencia negativa, así como de la positiva, el psicoanalista desempeña alternativamente el papel de objeto buenos y malos, es alternativamente amado y odiado, admirado y temido. En esta forma el paciente puede elaborar, y por lo tanto modificar, las tempranas situaciones de ansiedad; decrece la disociación de figuras buenas y malas, y éstas se vuelven mas sintetizadas, vale decir, la agresión es ahora atenuada por la libido. En otras palabras, la ansiedad persecutoria y la ansiedad depresiva quedan disminuidas, podríamos decir, de raíz.

Nº 3

Abraham (1924b) se refiere a la fijación de la libido en el nivel oral como a uno de los factores etiológicos fundamentales de la melancolía. Describe esa fijación en un caso particular en los siguientes términos: «En sus estados depresivos, se sentía sobrecogido por la añoranza del pecho de la madre, añoranza que era indescriptiblemente poderosa y diferente de cualquier otra cosa. Si la libido se halla aún fijada en este punto en el adulto, entonces se ha llenado una de las condiciones de mayor importancia para la aparición de una depresión melancólica». Abraham apoya sus conclusiones, que arrojan nueva luz sobre la relación entre la melancolía y el duelo normal, en extractos de dos historiales clínicos. Se trataba por aquel entonces de los dos primeros pacientes maníaco-depresivos que emprendían un análisis exhaustivo, aventura nueva en el desarrollo del psicoanálisis. Hasta ese momento no se había publicado casi material clínico en apoyo del descubrimiento de Freud respecto a la melancolía. Según dice Abraham: «Freud describe en términos generales los procesos psicosexuales que ocurren en la melancolía. Pudo hacerse una idea intuitiva de ellos a través del tratamiento ocasional de pacientes depresivos; pero no ha sido publicado hasta ahora casi ningún material en la literatura psicoanalítica en apoyo de esa teoría». Pero aun a través de estos pocos casos, Abraham llegó a comprender que ya en la niñez (a la edad de 5 años) había habido un verdadero estado agudo de melancolía. Dice que se inclinaría a hablar de «paratimia primaria» consecutiva al complejo de Edipo en el varón y termina su descripción en la forma siguiente: «Este es el estado de espíritu que llamamos melancolía». En su artículo «The Problems of Melancholia» (1928), Sandor Rado va mas allá y considera que la raíz de la melancolía puede hallarse en la situación de hambre del niño de pecho. Dice: «El punto de fijación mas profundo de la posición depresiva se halla en la situación de amenaza de pérdida del amor (Freud), y, de modo muy especial, en la situación de hambre del niño de pecho». Refiriéndose a la afirmación de Freud de que en la manía el yo se fusiona una vez mas con el superyó formando una unidad, Rado infiere que este proceso es la repetición fiel de la experiencia de fusión con la madre que ocurre al beber de su pecho. No obstante, Rado no aplica esta conclusión a la vida emocional del lactante; se refiere únicamente a la etiología de la melancolía.

Nº 4

La descripción de los primeros seis meses de vida que he esbozado en estas dos secciones implica una modificación de algunos de los conceptos que presento en El psicoanálisis de niños. Describí allí la confluencia de las pulsiones agresivas de cualquier origen como «fase de sadismo máximo». Aún creo que las pulsiones agresivas están en su apogeo en el estadío en que predomina la ansiedad persecutoria; o, en otras palabras, que la ansiedad persecutoria es provocada por el instinto destructivo y constantemente alimentada por la proyección de las pulsiones destructivas en los objetos. Pues es inherente a la naturaleza de la ansiedad persecutoria el hecho de que ésta incrementa el odio y los ataques contra el objeto sentido como perseguidor, y esto a su vez refuerza el sentimiento de persecución. Algún tiempo después de la publicación de El psicoanálisis de niños elaboré mi concepto de la posición depresiva. Tal como lo veo ahora, con el progreso de las relaciones de objeto entre los tres y seis meses de edad, disminuyen tanto las pulsiones destructivas como la ansiedad persecutoria y comienza la posición depresiva. Por lo tanto mi opinión no varió en lo que respecta a la estrecha relación entre la ansiedad persecutoria y la predominancia del sadismo, pero debo alterar lo relativo a las fechas. Anteriormente sugería que la fase de máximo sadismo se halla en su apogeo hacia la mitad del primer año; diría ahora que se extiende a lo largo de los tres primeros meses de vida y corresponde a la posición esquizo-paranoide, descrita en la primera parte de este capítulo. Si supusiéramos que el bebé tiene determinado monto total de agresión, variable en cada niño, esta cantidad no sería a mi entender inferior, al principio de la vida postnatal, a lo que es en el estadío en que las pulsiones y fantasías canibalistas, uretrales y anales actúan con fuerza plena. Considerada en términos de cantidad únicamente (punto de vista que sin embargo no tiene en cuenta los distintos factores que determinan la acción de los instintos), podría decirse que tiene lugar un proceso de distribución, a medida que se abren nuevas fuentes de agresión y que es posible un mayor número de aptitudes, tanto físicas como mentales, que gradualmente entran en juego; y el hecho de que estas pulsiones y fantasías de distintos orígenes se superpongan, interactúen y se refuercen mutuamente, también puede considerarse como expresión del progreso en la integración y la síntesis. Mas aun, a la confluencia de pulsiones y fantasías agresivas corresponde la confluencia de fantasías orales, uretrales y anales de carácter libidinal. Esto significa que la lucha entre la libido y la agresión es llevada a un campo mas amplio. Digo en El psicoanálisis de niños: «La emergencia de los estadíos de organización que conocemos corresponde, diría, no sólo a las posiciones que la libido conquistó y estableció en su lucha contra el instinto destructivo, sino (ya que estos dos componentes están para siempre jamás tanto unidos como opuestos) a un creciente ajuste entre ellos». La capacidad del bebé para entrar en la posición depresiva e instalar al objeto total dentro de sí, implica que no está ya tan fuertemente dominado por las pulsiones destructivas y la ansiedad persecutoria como lo estaba en un estadío mas primitivo. La creciente integración introduce cambios en la naturaleza de su ansiedad pues, al irse sintetizando el amor y el odio en relación con el objeto, surge un gran dolor mental, sentimientos depresivos y culpa. El odio hasta cierto punto es mitigado por el amor, mientras que los sentimientos de amor son en cierta medida afectados por el odio; el resultado es un cambio en la cualidad de las emociones del bebé hacia sus objetos. Al mismo tiempo el progreso de la integración y las relaciones de objeto capacita al yo para desarrollar formas mas efectivas de manejo de las pulsiones agresivas y de la ansiedad despertada por éstas. Sin embargo, no podemos perder de vista el hecho de que las pulsiones sádicas, sobre todo porque actúan en varias zonas, constituyen un factor de suma importancia en los conflictos del bebé que surgen en este estadío; pues la esencia de la posición depresiva es la ansiedad del bebé de que su objeto amado sea dañado o destruido por su sadismo. Los procesos emocionales y mentales que se desarrollan durante el primer año de vida (y que se repiten a lo largo de los primeros cinco o seis años) pueden ser definidos en términos de éxito o fracaso de la lucha entre la agresión y la libido; y la elaboración de la posición depresiva implica que en esta lucha (renovada en cada crisis mental o física) el yo es capaz de desarrollar métodos adecuados de manejo y modificación de las ansiedades persecutoria y depresiva, y, en última instancia, de disminuir y mantener a raya la agresión dirigida hacia los objetos amados. Elegí el término «posición» para designar las fases paranoide y depresiva porque estos agrupamientos de ansiedades y defensas, aunque surjan primeramente en los estadíos primitivos, no se restringen a éstos, sino que aparecen y reaparecen durante los primeros años de la infancia y, bajo determinadas circunstancias, en la vida ulterior.

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Notas:
[37] Véase «Sobre la teoría de la ansiedad y la culpa».