Aristóteles – DE LA MEMORIA Y EL RECUERDO

De la memoria y el recuerdo – Aristóteles

Aristóteles DE LA MEMORIA Y EL RECUERDO

capítulo I
HEMOS de tratar ahora de la memoria y el recuerdo: qué es, por qué motivos
tiene lugar y a qué parte del alma corresponde esta afección y la del recuerdo.
Porque los hombres que tienen buena memoria no son idénticos a los que son
prontos en recordar, sino que, hablando en general, los que son de
penetración lenta tienen mejor memoria, mientras que los que son de
penetración rápida y aprenden fácilmente son mejores en el recordar.
En primer lugar, pues, hemos de entender qué clase de cosas son objetos de la
memoria; ya que con frecuencia se yerra en este punto. Es, en efecto,
imposible recordar el futuro, que es objeto de la conjetura o de la espera —
podría incluso haber una ciencia de la expectación; según algunos dicen que
ella es la adivinación—; tampoco hay memoria del presente, sino tan sólo
percepción de él; puesto que, por la percepción, no conocemos ni lo que es
futuro ni lo que es pasado, sino solamente lo que es presente. Ahora bien, la
memoria tiene por objeto el pasado; nadie podría pretender recordar el
presente, mientras el es presente. Por ejemplo, no se puede recordar un objeto
blanco particular mientras uno lo está mirando, como tampoco se puede
recordar el tema de una especulación teórica, mientras actualmente se está
especulando acerca de ella y se está pensando en ello. Solamente se dice que
se percibe lo primero, y que se conoce lo último. Pero, cuando uno tiene
conocimiento o sensación de algo sin la actualización de estas facultades,
entonces se dice que recuerda: en el primer caso, se recuerda lo que él
aprendió o pensó, y en el otro caso, lo que se oyó, se vio o se percibió de
cualquier otra manera; pues, cuando un hombre ejercita su memoria, siempre
dice en su mente que él ha oído, sentido o pensado aquello antes.
La memoria, pues, no es ni sensación ni juicio, sino un estado o afección de
una de estas cosas, una vez ha transcurrido un tiempo. No puede haber
memoria de algo presente ahora y en el tiempo presente, según se ha dicho,
sino que la sensación se refiere al tiempo presente, la esfera o expectación a lo
que es futuro y la memoria a lo que es pretérito. Toda memoria o recuerdo
implica, pues, un intervalo de tiempo. Por esto, sólo aquellos seres vivos que
son conscientes del tiempo puede decirse que recuerdan y hacen esto con
aquella parte del alma que es consciente del tiempo.
Hemos tratado ya de la imaginación o fantasía en el tratado Del alma (32):
incluso pensar es imposible, sin una pintura o reproducción mental. Se da la
misma modificación o afección en el pensar, que se da también en el dibujar;
en este caso, en efecto, aunque no hacemos uso del hecho de que la magnitud
de un triángulo es una cantidad finita, sin embargo lo dibujamos con una
cantidad finita. De la misma manera, el hombre que está pensando, aunque
pueda no estar pensando en una magnitud finita, sin embargo coloca ante sus
ojos una magnitud finita, aunque no piense así en ella. Y, aun cuando la
naturaleza del objeto sea cuantitativa, pero indeterminada, sin embargo pone
ante sus ojos una magnitud finita, aunque piensa en ella como si fuera
meramente cuantitativa.
Por qué motivo es imposible pensar en cualquier cosa sin continuidad, o
pensar en las cosas intemporales a no ser en términos de temporalidad, es
otra cuestión. Necesariamente conocemos la magnitud y el movimiento con la
facultad con que conocemos el tiempo, y la imagen es una afección de la
facultad sensitiva común. Así pues, es evidente que el conocimiento de estas
cosas pertenece a la facultad sensitiva primaria. Pero la memoria, aun la de
los objetos del pensamiento, implica una pintura mental. Por eso parecerá
pertenecer accidentalmente a la facultad pensante, pero esencialmente
pertenece a la facultad sensitiva primaria. De aquí que la memoria se halle no
solamente en el hombre y en los seres que son capaces de opinión y
pensamiento, sino también en algunos otros animales. Si ella formara parte
de la facultad intelectual, no pertenecería, como pertenece, a muchos otros
animales; probablemente, no corresponde a todo ser mortal, porque tal como
vemos las cosas actualmente no pertenece a todos, puesto que no todos tienen
consciencia del tiempo; ya que, como hemos dicho antes, siempre que un
hombre recuerda actualmente lo que ha visto, oído o aprendido, tiene la
conciencia simultánea de que ha hecho aquello antes; ahora bien, expresiones
como antes y después dicen relación al tiempo.
Es, pues, evidente que la memoria corresponde a aquella parte del alma a que
también pertenece la imaginación: todas las cosas que son imaginables son
esencialmente objetos de la memoria, y aquellas cosas que implican necesariamente la imaginación son objetos de la memoria tan sólo de una manera accidental.
-32 1 Cfr. Del alma, lib. III, cap. 7.
Puede plantearse la cuestión de cómo es posible recordar algo que no está
presente, puesto que solamente está presente la impresión, pero no el hecho.
Porque, es evidente que hay que considerar la afección causada en el alma
por la sensación, igual que la causada en la parte del cuerpo que contiene el
alma, a manera de una especie de grabado o pintura —la afección, cuyo
último estadio llamamos memoria—; el estímulo, en efecto, produce la
impresión de una especie de semejanza de lo percibido, igual que cuando los
hombres sellan algo con sus anillos sellados. De aquí que, en algunas gentes,
debido a la ineptitud o a la edad, la memoria no tenga efecto ni aun bajo un
estímulo muy fuerte, como si el estímulo o el sello se hubiera aplicado a un
agua que fluye; mientras que en otros, debido a un desgaste parecido al de las
paredes viejas en los edificios, o bien debido a la dureza de la superficie
receptora, la impresión no penetra. Por esta razón los muy jóvenes y los
viejos tienen pobre memoria; esos están en estado de fluencia, los jóvenes a
causa de su crecimiento, los viejos a causa de su decadencia. Por una razón
semejante, ni los que son muy rápidos, ni los que son muy lentos parecen
tener buena memoria; los primeros son más húmedos de lo que deberían ser
y los otros son más duros de lo conveniente; en los primeros, no puede
perdurar la impresión en el alma y en los otros no deja huella.
Ahora bien, si la memoria efectivamente tiene lugar de esta manera, ¿qué es
lo que uno recuerda, la afección presente o el objeto que dio origen a ella?
Si lo primero, entonces no recordaríamos nada una vez ausente; si lo otro,
¿cómo podemos, percibiendo la afección, recordar el hecho ausente que no
percibimos? Si hay en nosotros algo análogo a una impresión o una pintura,
¿por qué razón la percepción de esto será memoria o recuerdo de algo
distinto y no de esto mismo? Pues es esta afección lo que uno considera y
percibe, cuando ejercita su memoria. ¿Cómo, pues, se recuerda lo que no es
presente? Esto implicaría que se puede también ver y oír lo que no está
presente. Y seguramente, en algún sentido, es esto lo que puede ocurrir y
ocurre. Igual que una pintura pintada sobre un panel es a la vez una pintura
y un retrato y, aunque una sola e idéntica, es ambas cosas, sin que, sin
embargo, la esencia de las dos sea idéntica, y así como es posible pensar de
ella las dos cosas, que es una pintura y que es un retrato, así, de la misma
manera, hemos de considerar la pintura mental que se da dentro de nosotros
como un objeto de contemplación en sí mismo y como una pintura mental de
una cosa distinta. En la medida en que la consideramos en sí misma, es un
objeto de contemplación o una pintura mental, mientras que en la medida en
que la consideramos relacionada con alguna otra cosa, por ejemplo, como una
semejanza, es también un recuerdo. De manera que, cuando su estímulo es
actual, si el alma percibe la impresión en sí misma, parece tener efecto a
manera de un pensamiento o una pintura mental, es como si uno contemplara
en un retrato o pintura una figura, por ejemplo, la de Corisco, aun cuando
uno no haya visto precisamente a Corisco. Igual que, en este caso, la afección
causada por la contemplación difiere de la que se produce cuando se
contempla el objeto meramente como pintado en un lienzo, así en el alma un
objeto aparece como meramente pensado, mientras que el otro, por ser —
como en el primer caso— una semejanza, es «un recuerdo. Y, por esta razón, a
veces no conocernos, cuando estos estímulos tienen lugar en el alma, a partir
de una sensación antigua, si el fenómeno es debido a la sensación, y dudamos
de si aquello es recuerdo o no lo es. A veces ocurre que pensamos o recordamos
que hemos visto u oído este algo antes. Ahora bien, esto ocurre
siempre al comienzo pensamos en ello por sí mismo, y luego cambiamos y
pensamos en ello refiriéndolo a algo distinto. También tiene lugar lo
contrario, como le ocurrió a Antiferon de Oreo y a otros alienados; esos, en
efecto, hablan de sus imágenes como si ellas tuvieran lugar actualmente y
como si ellos las recordaran en la actualidad. Esto ocurre cuando se considera
como semejanza lo que no lo es. El ejercicio guarda el recuerdo y conserva la
memoria por medio de una constante repetición mental. Esto no es nada más
que contemplar muchas veces un objeto como una semejanza y no como un
algo en sí mismo o un algo independiente.
Así pues, hemos explicado qué es la memoria o el recordar: hemos dicho que
es un estado producido por una imagen mental, referida, como una
semejanza, a aquello de que es una imagen; y hemos explicado también a qué
parte de nosotros pertenece: a saber, que pertenece a la facultad sensitiva
primaria, es decir, a aquella con que percibimos el tiempo.