Biografía Ferenczi Sandor (1873-1933)

Biografía Ferenczi Sandor (1873-1933)

Ferenczi Sandor (1873-1933) Psiquiatra y psicoanalista húngaro

Nacido en Miskolc, Hungría, en una familia de judíos polacos emigrados, Sandor Ferenczi no fue sólo el discípulo preferido de Sigmund Freud, sino también el clínico más dotado de la historia del Freudismo. Bajo su impulso, la escuela húngara de psicoanálisis, de la que fue el primer animador, dio origen a una prestigiosa filiación de artífices del movimiento, entre ellos Melanie Klein, Geza Roheim y Michael Balint. La obra escrita de Ferenczi está compuesta por numerosísimos artículos, redactados en un estilo inventivo y siempre en contacto con la realidad. Gran escritor de cartas, Ferenczi fue también el autor de un Diario clínico publicado en 1969. Un año antes de su muerte consignó allí varias historias de casos, numerosas innovaciones, y también las críticas que dirigía al dogmatismo psicoanalítico. El padre de Ferenczi fue un simpático librero que se comprometió con fervor en la revolución de 1848, antes de convertirse en un editor militante, partidario de la causa del renacimiento húngaro. Consecuentemente, cambió su nombre de resonancia alemana (Baruch Fraenkel) por otro magiar (Bernat Ferenczi). Dio a su hijo preferido -el octavo entre los doce hermanos- una educación en la que prevalecían el culto a la libertad y un gusto pronunciado por la literatura y la filosofía. El joven Ferenczi optó por la carrera médica y trabajó en el Hospital Saint-Roch, en el cual, cuarenta años antes, otro gran médico húngaro, Philippc Ignace Semmelweis (1818-1865), había tratado de hacer reconocer su descubrimiento del carácter infeccioso de la fiebre puerperal. Lo mismo que su ilustre predecesor, Ferenczi se mostró muy pronto adepto a la medicina social. Siempre dispuesto a ayudar a los oprimidos, a escuchar a las mujeres en dificultades y a aliviar a los excluidos y los marginales, asumió en 1906 la defensa de los homosexuales, en un texto valiente presentado a la Asociación Médica de Budapest. En él refutaba los prejuicios reaccionarios de la clase dominante, que tendían a señalar como responsables degenerados del desorden social a las personas que se denominaba «uranistas». Ése era el hombre que, después de haber leído con entusiasmo La interpretación de los sueños, visitó a Freud en febrero de 1908, acompañado por su colega y amigo Fulop Stein (1867-1917). Este último lo había iniciado en el test de asociación verbal puesto a punto por Carl Gustav Jung. A partir de ese día Ferenczi intercambió con el maestro de Viena, durante un cuarto de siglo, mil doscientas cartas: un verdadero tesoro de invención teórica y clínica, sazonado con confidencias privadas. De una curiosidad insaciable, durante toda su vida Ferenczi se interesó por múltiples formas de pensamiento, desde las más sabias hasta las más irracionales. Freud lo llamaba de buena gana su «Paladín» o su «Gran Visir secreto». En cuanto a él, le gustaba presentarse en el ambiente analítico corno «un astrólogo de corte». A partir del combate con el nihilismo terapéutico, Freud había elaborado una teoría de la neurosis y la psicosis que excedía considerablemente el marco de la clínica. Siempre consciente de su propio genio y de la importancia de su descubrimiento, sabía dominar sus afectos y mostrarse implacable con sus adversarios. Sobre todo, amaba la razón, la lógica, las construcciones doctrinarias. Más intuitivo, más sensual y más femenino, Ferenczi buscaba en el psicoanálisis el modo de aliviar el sufrimiento de sus pacientes. De modo que las grandes hipótesis generales lo atraían menos que las cuestiones técnicas. Era más inventivo que Freud en el análisis de las relaciones con el otro. En una carta de 1908 descubrió la existencia de la contratransferencia, al explicarle su tendencia a considerar los asuntos del enfermo como suyos propios. Dos años más tarde, Freud conceptualizó la noción para hacer de ella una apuesta esencial en la situación analítica. Es decir que el intercambio epistolar entre los dos hombres tenía la función de hacer surgir nuevas problemáticas que después servían para nutrir la doctrina común. Como numerosos pioneros del Freudismo, Ferenzci experimentó en sí mismo los efectos de sus descubrimientos. En 1904 se convirtió en compañero de Gizella Palos, ocho años mayor que él. Esta relación era tolerada por el marido de la mujer, que sin embargo se negaba a divorciarse. Gizella vivía con sus dos hijas: Magda, casada con el hermano menor de Sandor, y Elma, nacida en 1887. En 1908, Ferenczi no sólo se convirtió en analista de su amante, sino que, tres años más tarde, no vaciló en iniciar el tratamiento de Elma cuando ésta presentó síntomas depresivos. Freud tuvo que prevenirlo contra los peligros de semejante práctica, pero Ferenczi no le prestó atención. Implicado en una especie de autoanálisis epistolar, trató entonces de desafiar a Freud, pidiéndole que lo reconociera como un padre reconoce al hijo, con la idea implícita de que él, Sandor, podía prescindir totalmente del maestro vienés. En noviembre de 1911, después de que el pretendiente de Elma se suicidara de un balazo, le anunció a Freud que se había enamorado de la joven. Le dijo que ya no experimentaba ningún deseo sexual por Gizella, demasiado vieja, y que quería convertirla en suegra, formando una familia con la hija. En realidad, quería conservar a las dos. Pronto anunció su intención de casarse con Elma. Finalmente advirtió que estaba apresado en un enredo transferencial, y renunció a casarse con la joven, respecto de la cual estaba en posición de médico y analista. Pero, no pudiendo ya llevar correctamente la cura, obligó a Freud a tomar a Elma en análisis, y después se hizo analizar él mismo por el maestro, en tres oportunidades, entre 1914 y 1916. Freud actuó entonces como un padre autoritario, obligando a Ferenczi a casarse con Gizella y renunciar a Elma. De tal modo pensaba reforzar la tesis enunciada en Tótem y tabú en 1912, según la cual el deseo de incesto es inherente al hombre, y sólo puede alejarlo un interdicto formulado como ley. Si bien Freud se comportó como los famosos «casamenteros» de las historias judías, Ferenczi tuvo la impresión de que ese análisis lo había despojado de sus pasiones y sus deseos. En una palabra, aceptó con pesar que Freud lo hubiera «normalizado»: «…Le he dicho a Gizella que me he convertido en otro hombre, menos interesante y más normal. También le he confesado que algo en mí echa de menos al hombre de antes, un poco inestable, pero tan capaz de grandes entusiasmos (y, en verdad, a menudo inútilmente deprimido).» Vemos entonces que, en las relaciones entre Freud y Ferenczi, entraron en juego todas las contradicciones de la cura psicoanalítica, que lleva a un sujeto a pasar desde el estado infantil a la edad adulta, desde la sinrazón a la razón, desde la omnipotencia ilusoria a la sabiduría, desde el goce al verdadero deseo, pero con el riesgo de que esta pérdida, lejos de ser benéfica y fuente de una nueva pasión, no constituya más que la expresión de la voluntad normalizadora del analista y, más allá de él, de la sociedad en la cual vive. Sea como fuere, el episodio de este enredo familiar y transferencial puede verse como la matriz de todas las reflexiones ulteriores sobre el estatuto incierto de la cura psicoanalítica, que oscila siempre entre un exceso de conformismo adaptativo (denunciado por Ferenczi y sus partidarios) y la ausencia de ley (contra lo cual reaccionarán los herederos ortodoxos de Freud). Mientras continuaba su análisis con Freud, Ferenczi se consagró en cuerpo y alma a la «causa» Freudiana. En 1909, junto con Jung, acompañó al maestro a los Estados Unidos. Un año más tarde, viajó con él a Italia: a Florencia, Roma, Palermo y Siracusa. Ese mismo año fundó la International Psychoanalytical Association (IPA). Finalmente, en 1912, creó la Sociedad Psicoanalítica de Budapest, teniendo a su alrededor a Sandor Rado, Istvan Hollos y Hugo Ignotus. A partir de 1919 se les unieron Geza Roheim, René Spitz, Irnre Hermann y Eugénie SokoInicka. Miembro del Comité Secreto a partir de 1913, participó en todas las actividades de dirección del movimiento Freudiano, formando con Otto Rank y Freud un polo «sudista» y austro-húngaro frente a las iniciativas más rígidas y burocráticas de los discípulos provenientes de la Europa del Norte: Karl Abraham, Ernest Jones, Max Eitingon. Durante ese período se desarrolló el gran debate sobre la telepatía, en torno al cual cristalizaron los conflictos entre Jones, partidario de un psicoanálisis racionalista empírico, y Ferenczi, mucho más abierto a experiencias que su adversario consideraba desviadas, irracionales o extravagantes. La derrota de las potencias centrales anunció la insurrección húngara. En marzo de 1919, Bela Kun proclamó la República de los Consejos, mientras que en Budapest se creaba por primera vez en el mundo una cátedra de enseñanza de psicoanálisis en la universidad. Muy naturalmente, Ferenczi fue designado para el puesto. Pero cuatro años más tarde la Comuna fue reprimida de modo sangriento por las tropas del almirante Miklos Horthy. Hungría cayó entonces bajo el yugo de otra dictadura, y los brillantes re~ presentantes de la escuela húngara de psicoanálisis, joyas del movimiento, comenzaron a emigrar. Berlín se convirtió así en el centro neurálgico del Freudismo: en esa época, en efecto, se creó el Berliner Psychoanalytisches Institut (BPI). A partir de 1919, lo mismo que Rank, Ferenczi emprendió el camino de una reforma completa de la técnica psicoanalítica. Creó en primer lugar la técnica activa (que consiste en intervenir directamente en la cura mediante gestos de ternura y afecto) y después el análisis mutuo (en el curso del cual el analizante es invitado a «dirigir» la cura al mismo tiempo que el terapeuta), antes de restablecer la teoría del trauma, denunciando la hipocresía de la corporación analítica en un texto famoso de 1932, titulado «Confusión de lenguas entre el adulto y el niño». Con ese escrito, que provocó la oposición de Jones y Freud, reactivó todo el debate sobre la teoría de la seducción. En 1926 realizó una gira de conferencias en los Estados Unidos, en cuyo transcurso algunos terapeutas, como Clara Thompson (1893-1958), la gran amiga de Harry Stack Sullivan, lo reconocieron pronto como un clínico genial. En 1924 Ferenczi publicó Thalassa. Ensayo sobre la teoría de la genitalidad, obra cercana a la de Rank sobre el trauma de nacimiento. En ambos textos, en efecto, se perfila el abandono de la tesis de la primacía del padre, en favor de una investigación sobre los orígenes del vínculo arcaico del niño con la madre -tema abordado por Melanie Klein en la misma época-. A diferencia de los kleinianos, Ferenczi se ubicó en el terreno del evolucionismo darwiniano. Sostuvo que la vida intrauterina reproduce la existencia de los organismos primitivos que viven en el mar. Según él, el hombre tendría nostalgia del seno de la madre, pero también buscaría regresar al estado fetal en las profundidades marítimas. Este enfoque del psicoanálisis a través de la metáfora de la cripta y de las profundidades iba acompañado por innovaciones técnicas. Si la sesión analítica repite una secuencia de la historia individual y, por otra parte, la ontogénesis recapitula la filogénesis, la reflexión sobre la sesión en sí conduce naturalmente a preguntarse cuál es el estado traumático que la ontogénesis repite simbólicamente. Cuestionado con dureza, en razón de sus tesis e innovaciones, por los representantes de la ortodoxia, Ferenczi no abandonaría el redil Freudiano como Rank. Jones, sin embargo, lo iba a tratar de psicótico: Ferenczi siempre había creído firmemente en la telepatía. Después aparecieron los delirios sobre la presunta hostilidad de Freud. Hacia el final surgió una violenta paranoia, acompañada incluso de explosiones homicidas. Éste fue el fin trágico de una personalidad brillante…» En realidad, Ferenczi murió de una anemia perniciosa. Freud le rindió un vibrante homenaje, subrayando la enorme importancia que había tomado a sus ojos el deseo de curar: «De regreso de una temporada de trabajo en América, él [Ferenczi] pareció encerrarse cada vez más en un trabajo solitario [ … ] . Nos dimos cuenta de que un único problema había monopolizado su interés. La necesidad de curar y ayudar se había vuelto en él extremadamente fuerte.» Es en Francia y en Suiza donde la obra de Ferenczi se aprecia particularmente, gracias a su traductora Judith Dupont, sobrina de Alice Balint (1898-1939) y a André Haynal, responsable en Ginebra de los archivos de Michael Balint.