Obras de M. Klein: Contribución a la psicogénesis de los estados maníacos-depresivos (1935) Parte III

En los sueños, el paciente trata la posición depresiva de diferentes modos. Utiliza el control maníaco sádico sobre sus padres, manteniéndolos separados uno del otro y deteniéndolos así en su relación tanto placentera como peligrosa. Al mismo tiempo, su modo de cuidarlos es signo de mecanismos obsesivos. Pero su modo principal de dominar la posición depresiva es la restauración. En el sueño se dedica por entero a sus padres con el objeto de mantenerlos vivos y confortables. Su interés por su madre se remonta a su más temprana infancia, y su impulso por restaurar y restituir a sus padres y hacer que prosperen sus hijos en ella desempeña un papel importante en todas sus sublimaciones. La conexión entre los hechos peligrosos en su interior y sus ansiedades hipocondríacas está demostrada por las observaciones que hizo el paciente sobre su resfrío, en la época de sus sueños. Parecía que el mucus, que era tan extraordinariamente espeso, estaba identificado con la orina en el bol -con la grasa en la sartén- al mismo tiempo que con su semen, y que en su cabeza, que él sentía tan pesada, llevaba los genitales de sus padres (la sartén con el riñón). El mucus estaba para conservar sanos los genitales de su madre, impidiendo el contacto con su padre, y al mismo tiempo esto significaba su semen y relación sexual con su madre en su interior. La sensación que tenía era la de que su cabeza estaba obstruida, sensación que correspondía a la de separar los genitales de sus padres, y a la separación de sus objetos internos. Un estímulo para la formación de sus sueños había sido una frustración verdadera que el paciente había experimentado poco antes de tener estos sueños, aunque esta experiencia no lo había llevado a la depresión, pero había influido profundamente en su equilibrio emocional, hecho que se hizo claro en sus sueños. En éstos, la fuerza de la posición depresiva aparece acrecentada, y la eficiencia de las fuertes defensas del paciente están, en cierto modo, disminuidas. Esto no es así en su vida real. Es interesante el hecho de que otro estímulo que provocó el sueño era completamente distinto y sucedió después de la dolorosa experiencia por la que había pasado recientemente con sus padres en un corto viaje donde había gozado mucho. En realidad el sueño comenzó de un modo que le hacía recordar ese placentero viaje, pero luego los sentimientos depresivos ensombrecieron los agradables. Según he señalado antes, el paciente se preocupaba mucho por su madre, pero esta actitud había cambiado durante el análisis, y ahora mantenía relaciones felices y despreocupadas con sus progenitores. Los puntos que particularicé en conexión con los sueños, me parece que demuestran que el proceso de internalización, que comienza en el primer estadío de la infancia, es fundamental para el desarrollo de las posiciones psicóticas. Vemos ahora cómo, tan pronto como los padres se internalizan, las tempranas fantasías agresivas contra ellos llevan al miedo paranoide de persecuciones externas y, aun más, internas, y producen penas y tristeza por la inminente muerte de los objetos incorporados, junto con ansiedades hipocondríacas, dando origen a una tentativa por defenderse de manera maníaca omnipotente de los insoportables sufrimientos que se le han impuesto al yo de adentro. También vemos cómo el centro dominante y sádico de los padres internalizados se modifica a medida que aumentan las tendencias a la restauración. El espacio no me permite tratar en detalle los modos en que los niños normales desarrollan las posiciones depresiva y maníaca, las cuales, según mi opinión, forman parte del desarrollo normal (23). Me limitaré, por lo tanto, a unas cuantas observaciones de naturaleza general.En mi trabajo anterior presenté el punto de vista, al que me he referido al comienzo de este trabajo, de que en los primeros meses de su vida el niño pasa por ansiedades paranoides relacionadas con los pechos «malos» frustradores, que se toman como perseguidores externos internalizados (24). De esta relación con los objetos parciales y de su ecuación con las heces, surge en este estadío la naturaleza fantástica y fuera de la realidad de la relación del niño con todas las otras cosas: partes de su propio cuerpo y personas y cosas de su alrededor, que al principio se perciben confusamente. El mundo de los objetos del niño en los primeros dos o tres meses de su vida puede ser descrito como formado en partes y porciones del mundo real que son hostiles y perseguidoras, o bien gratificadoras y benéficas. No pasa mucho tiempo antes de que el niño perciba más y más todo el cuerpo de la madre, y estas percepciones más realistas se extienden al mundo que está más allá de la madre. El hecho de que una buena relación con la madre y con el mundo externo ayuda al niño a vencer sus tempranas ansiedades paranoides arroja una nueva luz sobre la importancia de las primeras experiencias. Desde su comienzo el análisis ha acentuado siempre la importancia de las primeras experiencias del niño, pero me parece que solamente desde que tenemos más conocimientos de la naturaleza y contenido de sus primeras ansiedades, y del continuo juego recíproco entre sus experiencias reales y su vida de fantasía, es que podemos comprender ampliamente por qué el factor externo es tan importante. Cuando el niño comienza a ver a la madre como ser total, sus fantasías y sentimientos sádicos, especialmente los canibalísticos, están en su punto culminante. Al mismo tiempo experimenta un cambio en su actitud emocional hacia la madre. La fijación libidinal del niño al seno se transforma en sentimiento hacia ella como persona. De este modo se experimentan sentimientos de naturaleza destructiva y amorosa hacia uno y el mismo objeto, y esto da lugar a profundos y conmovedores conflictos en la mente del niño. En el curso normal de los acontecimientos, el yo se enfrenta en este punto de su desarrollo -más o menos entre los cuatro o cinco meses- con la necesidad de reconocer en cierto grado la realidad psíquica así como la externa. De este modo tiene que darse cuenta de que el objeto amado es al mismo tiempo el odiado, y además de esto, de que los objetos reales y las figuras imaginarias, tanto las externas como las internas, están ligadas unas a otras. He señalado en otro lugar que en los niños muy pequeños existen, junto con sus relaciones con objetos reales -pero en plano diferente- relaciones con sus imagos no reales, como figuras excesivamente buenas o excesivamente malas (25) y que esas dos clases de relaciones con objetos se entremezclan y disfrazan en un grado siempre creciente en el curso de su desarrollo (26) . El primer paso importante en esta dirección ocurre, en mi opinión, cuando el niño llega a conocer a su madre como persona completa y se identifica con ella como persona total, real y amada. Es entonces que la posición depresiva -cuyas características he descrito en este trabajo- se coloca en primer plano. Esta posición es estimulada y reforzada por «la pérdida del objeto amado» que el bebé experimenta una y otra vez cuando le han retirado el pecho de la madre, y esta pérdida alcanza el punto culminante durante el destete. Sandor Rado ha señalado que «el punto de fijación más profundo en la disposición depresiva es encontrarse en la situación de amenaza de pérdida del amor (Freud), más especialmente en la situación de hambre del niño de pecho». Con respecto a la afirmación de Freud de que en la manía el yo se confunde una vez más con el superyó en unidad, Rado llega a la conclusión de que «este proceso es la fiel repetición intrapsíquica de la experiencia de esa fusión con la madre que tiene lugar durante el amamantamiento de su pecho». Yo estoy de acuerdo con estas opiniones, pero mi enfoque difiere en puntos importantes con las conclusiones de Rado, especialmente sobre las formas indirectas y tortuosas en que la culpa -según él- se pone en conexión con estas primeras experiencias. He puntualizado anteriormente que, según mi opinión, ya durante el período de la lactancia, cuando se llega a conocer a su madre como un todo (o como persona completa) y cuando progresa de la introyección del objeto parcial a la del objeto total, el niño experimenta algunos de los sentimientos de culpa y remordimiento, algo del dolor que resulta del conflicto entre el amor y el odio incontrolable, algunas de las ansiedades sobre la inminente muerte de los objetos amados internalizados y externos: es decir, en menor grado, los sufrimientos y sentimientos que encontramos completamente desarrollados en el adulto melancólico. Por supuesto que estos sentimientos se experimentan en distintas situaciones. La situación completa y las defensas del bebé que obtiene alivio una y otra vez en el amor de su madre difieren enormemente de las del adulto melancólico. Pero el punto importante es que estos sufrimientos, conflictos y sentimientos de culpa y remordimiento, resultantes de la relación del yo con su objeto internalizado, están ya activos en el bebé. Lo mismo se aplica, según he sugerido, a las posiciones paranoides y maníacas. Si el bebé en ese período de su vida fracasa en el establecimiento de su objeto amado dentro de él -si la introyección del objeto «bueno» no tiene éxito-, entonces la situación de «la pérdida del objeto amado» surge ya en el mismo sentido que se encuentra en el adulto melancólico. Esta primera y fundamental pérdida externa de un objeto amado real, que se experimenta a causa de la pérdida del pecho, antes y durante el destete, dará más tarde por resultado un estado depresivo, si el niño, en este primer período de su desarrollo, no ha tenido éxito en el establecimiento y conservación de su objeto amado dentro de su yo. Estas afirmaciones difieren en un punto fundamental de los resultados de Rado y llevan a conclusiones diferentes. Según Rado, el lactante se encuentra en la situación de amenaza de pérdida del objeto si el pecho que le da la leche (el pecho real) le es retirado (situación de hambre). Yo creo como fundamental de la posición depresiva, el fracaso de los procesos de introyección que van junto con la relación, sumamente importante, del lactante con la madre real, es decir, un proceso intrapsíquico muy temprano. En mi opinión, es también en este temprano estadío del desarrollo que las fantasías maníacas comienzan, primero controlando el pecho, y muy pronto controlando a los padres internalizados y los externos, en todas las características de la posición maníaca que he descrito, y que utilizan para la defensa contra la posición depresiva. En cualquier momento en que el niño encuentra el pecho de nuevo, después de haberlo perdido, el proceso maníaco por el cual el yo y el ideal del yo llegan a coincidir (Freud) se pone en movimiento; porque la gratificación del niño de ser alimentado no sólo la siente como la incorporación canibalística de los objetos externos (la «fiesta» de la manía, como la llama Freud), sino que también pone en movimiento fantasías sobre los objetos ya internalizados y lo relaciona con el dominio de estos objetos. No hay duda que cuanto en mayor grado pueda el niño desarrollar una feliz afinidad con su madre real, en mayor grado podrá vencer la posición depresiva. Pero todo depende de cómo encuentre la salida del conflicto entre el amor y el incontrolable odio y sadismo. Según he señalado antes, en la fase más temprana del yo los objetos perseguidores y los buenos objetos parciales (pechos) son mantenidos completamente aparte en la mente del niño. Por medio de la introyección del objeto total y real se juntan cada vez más, lo que representa un proceso que es primariamente insoportable para el yo débil. El yo se refugia entonces en el mecanismo, tan importante para el desarrollo de las relaciones objetales, de dividir sus imagos en amadas y odiadas, es decir, en buenas y malas. Podría pensarse que es realmente en este punto donde comienza la ambivalencia, que, después de todo, tiene conexión con las relaciones de objetos -es decir, con los objetos totales y reales-. La ambivalencia, lograda con la separación de las imagos, permite al niño pequeño obtener más confianza y fe en sus objetos reales, y de este modo en los internalizados – amarlos más y ganar de este modo una confianza más estable en su bondad-. Al mismo tiempo las ansiedades paranoides y las defensas están dirigidas hacia los objetos «malos». El apoyo interno que recibe el yo por sus relaciones amistosas positivas con su objeto real y bueno aumenta a su vez la confianza en los objetos internalizados. De esta manera el yo se refugia alternativamente -sirviéndose en eso de la ambivalencia- en los objetos buenos externos e internos. Parece que en este estadío del desarrollo, la unificación de los objetos externos e internos, amados y odiados, reales e imaginarios, se realiza de tal manera que cada paso hacia la unificación conduce de nuevo a una renovada división de las imagos. Pero a medida que la adaptación al mundo externo aumenta esta división es realizada sobre planos que gradualmente se acercan más a la realidad. Esto continúa hasta que el amor por los objetos internalizados reales y la confianza en ellos están bien establecidos. Entonces, la ambivalencia, que es en parte una salvaguardia contra el propio odio y contra los objetos terroríficos y odiosos, disminuirá de nuevo en distintos grados durante el desarrollo normal. Junto con el aumento de amor por los objetos propios buenos y malos se manifiesta una mayor confianza en la capacidad de uno para amar y una disminución de la ansiedad paranoide ante los objetos malos: cambios que conducen a una disminución del sadismo y al logro de mejores medios para dominar la agresión y utilizarla. Las tendencias de reparación, que tienen un papel tan importante en el proceso normal del triunfo de la posición depresiva infantil, son puestas en movimiento por diferentes métodos, de los cuales mencionaré dos, fundamentales: los mecanismos maníacos y los obsesivos. Parecería que el paso de la introyección de objetos parciales a los objetos totales amados, con todas sus implicaciones, es de una importancia decisiva en el desarrollo. Su éxito -en verdad- depende enormemente de cómo el yo ha podido tolerar su sadismo y su ansiedad en el anterior estadío de desarrollo y de si ha desarrollado o no una fuerte relación libidinal con sus objetos parciales. Pero una vez que el yo ha dado este paso, ha llegado, por así decirlo, a un punto crucial desde el cual se bifurcan, en diferentes direcciones, las sendas que determinan todo el proceso mental. Ya me he referido con algunos detalles a cómo el fracaso para mantener la identificación con ambos objetos amados, el internalizado y el real, puede dar por resultado trastornos psicóticos tales como estados depresivos, manía o paranoia. Mencionaré ahora una o dos formas por las que el yo trata de poner fin a todos los sufrimientos que se relacionan con la posición depresiva, es decir: a) por una «fuga hacia el objeto ‘bueno’ internalizado», sobre la cual M. Schmideberg llamó la atención en relación con la esquizofrenia. Dice (27) que «en la esquizofrenia se logra la separación del mundo exterior por medio de una fuga hacia los objetos buenos internalizados, abandonando la proyección y sobrecompensando narcisísticamente el amor hacia los objetos malos introyectados y reales.» El resultado de tal fuga es a menudo la negación de la realidad psíquica y externa y una psicosis profunda. b) Por medio de una fuga hacia los objetos «buenos» externos como un medio para refutar todas las ansiedades – internas y externas- (28). Este es un mecanismo característico de la neurosis y puede conducir a una esclavizante subordinación a los objetos y a una debilitación del yo.Estos mecanismos de fuga, según he señalado antes, desempeñan también un papel importante en el proceso normal de la posición depresiva infantil. El fracaso en el desarrollo de esta posición puede conducir al predominio de uno u otro de los mecanismos de fuga mencionados, y de este modo a una psicosis o neurosis grave. He destacado en este trabajo que considero a la posición infantil depresiva como central para el desarrollo. La evolución normal del individuo y de su capacidad de amor parecen basarse ampliamente en el grado en el cual el yo temprano logró elaborar y superar esta posición decisiva. En último término, ello parece depender de la capacidad del yo de modificar suficientemente sus situaciones de angustia primitivas y sus mecanismos de defensa y de desarrollar así nuevos mecanismos de defensa, que llevan a una confianza mayor y más estable en la bondad de sus objetos (internalizados y reales) y simultáneamente a una mayor independencia de éstos y especialmente en un interjuego exitoso entre las posiciones depresiva, maníaca y obsesional y esos mecanismos defensivos.

Notas:

23) Edward Glover (1932) sugiere que el niño atraviesa, en su desarrollo, fases que suministran las bases de las perturbaciones psicopáticas de la melancolía y de la manía.
24) La doctora Susan Isaacs (1934) ha sugerido que las primeras experiencias infantiles de estímulos dolorosos externos e internos dan la base para las fantasías sobre objetos hostiles internos y externos, y que ellos en gran parte contribuyen a la formación de tales fantasías. Parece que en el más temprano de los estadíos, todos los estímulos desagradables están relacionados con los pechos «malos», perseguidores y frustradores, y todos los estímulos agradables con los pechos «buenos» y gratificadores.
25) «Estadíos tempranos del conflicto edípico » y «La personificación en el juego de los niños «
26) El psicoanálisis de niños, cap. 8.
27) M. Schmideberg (1930).
28) Desde hace muchos años opino que la fijación desmedida del niño en la madre proviene de sentimientos de culpa y angustia que resultan de su agresión contra día; por ejemplo, el pequeño busca refugio en la madre real ante la madre mala fantaseada.
Miss Sean expone en su trabajo «The Flight of Reality» (Int. Journal of Psychoanalysis, tomo X. 1929) que la realidad representa para el yo en cierta manera el justo medio entre las fantasías de satisfacción de deseos y fantasías angustiantes. La autora confronta la fuga de la realidad angustiante en el neurótico hacia la fantasía y la fuga de las fantasías angustiantes hacia la realidad.

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