Obras S. Freud: Carta 46 (30 de mayo de 1896)

Carta 46 (30 de mayo de 1896)

Carta 46, Freud

[Antecociente: «Praeconsc» en el original. Este término, que aparentemente Freud no volvió a utilizar jamás, tiene desde luego un significado muy diferente que «vorbewusst» {«preconciente»}.]

[ … ]Como fruto de martirizadoras reflexiones, te comunico la siguiente solución de la etiología de las psiconeurosis, que todavía aguarda ser corroborada por análisis individuales.

Corresponde distinguir cuatro períodos de la vida .

A y B (más o menos de 8 a 10 y de 13 a 17 años) son los períodos de transición en que la mayoría de las veces sobreviene la represión.

El despertar de un recuerdo sexual de una época anterior en otra posterior aporta a la psique un excedente sexual que produce efectos como una inhibición-pensar(281) y brinda tanto al recuerdo como a sus consecuencias el carácter obsesivo {compulsivo} -el carácter de lo no inhibible-.

A la época Ia le corresponde el carácter de lo no traducido, de suerte que el despertar de una escena sexual I a no da lugar a consecuencias psíquicas, sino a unas realizaciones, a la conversión. El excedente de sexualidad impide la traducción.

El excedente sexual por sí solo no puede crear todavía ninguna represión; para ello hace falta la cooperación de la defensa; ahora bien, sin excedente sexual la defensa no produce neurosis alguna.

Las diversas neurosis tienen sus condiciones de tiempos para las escenas sexuales .

Vale decir que las escenas de la histeria ocurren en el primer período de la infancia (menos de 4 años), cuando falta a los restos mnémicos su traducción a representaciones -palabra. Es indiferente que estas escenas Ia sean despertadas en la época posterior a la segunda dentición (de 8 a 10 años) o en el estadio de la pubertad. Siempre se genera histeria y, ciertamente, conversión, pues la conjugación de defensa y excedente sexual impide la traducción.

Las escenas de las neurosis obsesivas pertenecen a la época Ib, están provistas de traducción a palabra, y al producirse su despertar en II o en III se generan síntomas psíquicos obsesivos.

Carta 46, Freud

Las escenas de la paranoia caen en la época que sigue a la segunda dentición, en la época II, y son despertadas en III (madurez). La defensa se exterioriza entonces en incredulidad. Los tiempos de la represión son, por tanto, indiferentes para la elección de neurosis; los tiempos del suceso son los que deciden. El carácter de la escena es importante en la medida en que pueda dar ocasión a la defensa.

¿Qué acontece cuando las escenas se prolongan a lo largo de varias edades? Entonces decide la época más temprana, o se llega a formas de combinación que sería preciso comprobar. De estas combinaciones, la de paranoia y neurosis obsesiva es las más de las veces imposible, porque la represión de la escena Ib, producida en II, imposibilita escenas sexuales nuevas.

La histeria es la única neurosis en Ia que son posibles unos síntomas quizás aun sin mediar defensa, pues en tal caso sigue subsistiendo el carácter de la conversión. (Histeria puramente somática.)

Como se ve, el condicionamiento que corresponde a la paranoia es el menos infantil; ella es la neurosis de defensa genuina, independiente incluso de la moral y del horror a lo sexual que en A y B prestan los motivos de defensa para la neurosis obsesiva y la histeria, y por tanto es asequible a la plebe baja. Es una afección de la madurez. Cuando faltan escenas de la, lb y II, la defensa no puede tener consecuencias patológicas (represión normal); el excedente sexual llena las condiciones del ataque de angustia en la madurez. Las huellas mnémicas son insuficientes para recibir la cantidad sexual desprendida, que estaba destinada a devenir libido.

Se ve qué significado tienen unas pausas en el vivenciar sexual. Una prosecución continuada de las escenas a través de una frontera de separación entre épocas quizás escape a la posibilidad de una represión, pues no se genera ningún excedente sexual entre una escena y el recuerdo siguiente más profundo.

Acerca de la conciencia, o mejor, del devenir-conciente, es preciso establecer tres supuestos:

1. Que respecto de los recuerdos consiste la mayoría de las veces en la pertinente conciencia-palabra, o sea, en su admisión entre las representaciones-palabra que les están asociadas. ver nota

2. Que no es inherente de manera exclusiva al reino llamado «inconciente» ni al reino llamado «conciente», ni es inseparable de ellos, de modo que estos nombres parecen recusables.

3. Que se decide por un compromiso entre los diversos poderes psíquicos que entran en recíproco conflicto a raíz de las represiones.

Estos poderes deben estudiarse con exactitud, y colegirse por sus resultados. Son: 1) la intensidad cuantitativa propia de una representación, y 2) una atención libremente desplazable, que es atraída según ciertas reglas y es repelida según la regla de la defensa. Los síntomas son, casi todos ellos, unas formaciones de compromiso. Cabe comprobar un distingo fundamental entre procesos desinhibidos y procesos con inhibición-pensar. En el conflicto entre ambos se generan los síntomas como compromisos a los que se les abre el camino hacia la conciencia. Cada uno de esos dos procesos es en las neurosis correcto en sí mismo (el desinhibido es monoideísta, unilateral); el resultado de compromiso es incorrecto, análogo a una falacia.

Y en todo esto tienen que llenarse unas condiciones cuantitativas, pues de lo contrario la defensa del proceso de inhibición-pensar impide la formación de síntoma.

Una variedad de perturbación psíquica se genera cuando el poder de los procesos desinhibidos crece, y otra cuando se relaja la fuerza del inhibir-pensar (melancolía, agotamiento; sueño como arquetipo). El crecimiento de los procesos desinhibidos hasta estar en posesión exclusiva del camino que lleva a la conciencia-palabra crea la psicosis.

Ni hablar de una separación entre ambos procesos; sólo unos motivos de displacer bloquean las diversas transiciones asociativas posibles.

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