De la psicosis paranoica: Concepciones de la psicosis paranoica como determinada por un proceso orgánico

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3. Concepciones de la psicosis paranoica como determinada por un proceso orgánico

En el capitulo anterior mostramos hasta dónde han avanzado las concepciones de eminentes autores en su esfuerzo por reducir las psicosis paranoicas a reacciones de la personalidad. Estas reacciones se caracterizan por su inserción en un desarrollo psicológicamente comprensible, por su dependencia de la concepción de, si mismo que tiene el sujeto y de la tensión propia de sus relaciones con él medio social, Al precisar los términos de tal definición, lo único que hemos pretendido es destacar los puntos en que hay unanimidad entre los distintos autores acerca de los rasgos propios de los fenómenos psicógenos.

Estas investigaciones psicogénicas acerca de las psicosis paranoicas, independientemente de sus éxitos, son fecundas desde más de un punto de vista.

En primer lugar nos induce a no olvidar el valor propio de los síntomas de la psicosis. Porque un delirio no es un objeto de la misma naturaleza que una lesión física, que un punto doloroso o que un trastorno motor. Traduce un trastorno electivo de ‘ los comportamientos más elevados del enfermo: de sus actitudes mentales, de sus juicios, de su conducta en sociedad. Más aún: el delirio no expresa este trastorno directamente: lo significa a través de un simbolismo social. Este simbolismo no es unívoco, y tiene que ser interpretado.

En efecto, por muy sobre aviso que estemos en cuanto a los errores propios del interrogatorio, siempre nos toparemos en él con obstáculos intrínsecos. Estos consisten en que, para expresar la convicción delirante, síntoma de su trastorno, el enfermo no puede servirles más que del lenguaje común y corriente, que no está hecho para el análisis de los matices mórbidos, sino sólo para el uso de las relaciones humanas normales. 0 sea que la convicción expresada sigue siendo problemática.

Por eso no es superfluo que nos informemos sobre el conjunto de la personalidad del enfermo. La concepción subyacente, que él tiene de sí mismo trasforma el valor del síntoma: una convicción orgullosa, si se funda sobre una hiperestenia afectiva primitiva, no tiene el mismo valor que si traduce una defensa contra la obsesión de un fracaso o de una culpa; controlaremos asimismo los datos del lenguaje mediante el simbolismo más grosero, pero quizá más seguro, de los actos del enfermo, de sus reacciones sociales, donde aparecerán nuevas diferenciaciones capitales.

Así nos enseñaremos a juzgar la evolución de la psicosis, no a base de la mera persistencia de afirmaciones delirantes, más o menos solicitadas por el interrogatorio, sino a base de hechos- de. actitud práctica del enfermo, de adaptación de su conducta social y profesional. De ese modo la evolución hacia la atenuación, la adaptación e incluso la curación de la psicosis -hechos, en suma, reconocidos por todos los autores- vendrán a corregir la primera noción de la irreductibilidad del delirio.

Esta irreductibilad, más o menos duradera, más o menos profunda, se manifiesta sin embargo. No por ser relativa deja de ser menos cierta. La acción perturbadora que normalmente ejerce la afectividad sobre la aprehensión normal de lo real explica en parte la irreductibilidad del error. Aquí radica lo esencial de la psicogenia reaccional del delirio, tal como el análisis de casos concretos se lo ha revelado a observadores minuciosos. No obstante, vemos que en sujetos normales estas reacciones de la afectividad van seguidas de variaciones contrarias, las cuales atenúan y permiten corregir las ilusiones nacidas de las primeras.

Si, en cambio, se admite (con Bleuler) la permanencia del conflicto generador, la clínica nos hace saber que este conflicto está condicionado, las más de las veces, por las disposiciones íntimas del enfermo. En tal caso hay que recurrir (con ese autor) a una estabilidad particular de la afectividad. Quienes adopten cualquiera de estas dos explicaciones deberán sostener el reproche de elevar a la categoría de causa la simple transposición verbal de los hechos., No creemos, sin embargo, que sea una ganancia desdeñable el haber hecho retroceder lo más posible el ultimum movens mórbido, y demostrado sobre qué elemento conocido del funcionamiento psíquico es preciso situarlo.

Existen. ciertamente, factores orgánicos de la psicosis. Pero entonces nuestra obligación es precisarlos en toda la medida de nuestras fuerzas. Y si se nos dice que ésos son factores constitucionales, lo admitiremos de buena gana, con tal que no sea eso el pretexto para una satisfacción meramente verbal, y con tal que a la existencia de tales factores respondan, si no certidumbres biológicas actualmente difíciles de conseguir, por lo menos verosimilitudes clínicas.

Ahora bien: la sola exposición de las teorías que acabamos de resumir revela que semejante constitución está lejos de imponerse a todos los clínicos con señales unívocas. Por el contrario: allí donde esa concepción ha triunfado, parece haber acarreado una distorsión de los hechos más bien que un descubrimiento de hechos nuevos.

Es aquí donde se introduce la concepción de una génesis completamente distinta de la psicosis paranoica. Lejos de ser una reacción de la personalidad comprensible psicógenamente, la paranoia vendría a estar condicionada por un proceso de naturaleza orgánica. Este proceso es menos grave o menos aparente que los que se impone reconocer en la psicosis maniaco-depresiva, en la esquizofrenia o en las psicosis de origen tóxico. Pero es de la misma naturaleza. En todas estas psicosis el laboratorio ha revelado aliteraciones humorales o neurológicas, funcionales si no lesionales, que no por quedar insuficientemente aseguradas dejan de hacer lícito afirmar el predominio del determinismo orgánico del trastorno mental. Aunque falten tales datos en las psicosis paranoicas, su andadura clínica puede hacemos admitir su identidad de naturaleza con las psicosis orgánicas. Tal es la tesis de gran número de autores que se oponen a los partidarios de la psicogenia.

Esa tesis pretende estar fundada en el examen atento de la evolución clínica de la psicosis. Lejos de mostrarles a sus autores un desarrollo psicológico regular, lo que este examen les revela es que los momentos de la evolución en que se crea el delirio, los puntos fecundos de la psicosis, cabria decir, se manifiestan con trastornos clínicamente idénticos a los de las psicosis orgánicas, si bien es verdad que son más deleznables y más pasajeros.

Cuando se trata de precisar cuáles son esos trastornos característicos, las respuestas difieren con los autores. No obstante, el estado actual de la psiquiatría puede explicar la incertidumbre de estas respuestas, y no permite descartar la hipótesis que les es común, o sea la de un determinismo no psicógeno. Como, por otra parte, esta hipótesis puede basarse en principios heurísticos bien probados parece que al psiquiatra no le queda más que aceptarla como ley.

Expondremos, por principio de cuentas, las ideas de los autores franceses y alemanes que han querido reducir la psicosis paranoica a los mecanismos de uno de los grandes grupos de psicosis orgánicas, a saber: trastornos del humor, más o menos larvados, de la psicosis maniaco-depresiva; disociación mental, más o menos borrosa, de los estados paranoides y de la esquizofrenia; -determinismo, más o menos detectable, del delirio debido a estados tóxicos o infecciosos.

Después veremos cómo otros autores, ante la imposibilidad de reconocerle un valor constante a ninguno de estos mecanismos, se han contentado con poner de relieve aquello que en el análisis sistemático resiste a todo comprensión psicógena. Estas investigaciones han gravitado en Francia en tomo a la concepción del  automatismo psicológico, mientras que en—Alemania han culminado la formación de un concepto analitico: el de proceso, que ha sido creado muy especialmente para las investigaciones sobre las psicosis paranoicas. Estos dos conceptos, el de automatismo y el de proceso, se definen por su oposición a las reacciones de la personalidad.

Nosotros creemos, en resumidas cuentas, que las investigaciones psicógenas siguen conservando todo su valor. Si deben de hecho, como es probable, renunciar a penetrar un elemento orgánico irreductible, en todo caso habrán servido para determinar el punto de aparición de ese elemento, así como su papel y tal vez su naturaleza, por el único camino que actualmente nos está permitido en esta clase de estudios: la observación clínica.

I. Relaciones clínicas y patológicas de la psicosis paranoica con los trastornos de humor de la psicosis maníaco-depresiva

La relación de las variaciones del humor (maníaco y melancólico) con las ideas delirantes es una cuestión que no ha dejado nunca de estar en el orden del día de las discusiones psiquiátricas.

El día en que Laségue trazó una raya divisoria entre su delirio de las persecuciones y las lipemanías, con las cuales lo confundía Esquirol, se obtuvo ciertamente un progreso capital de la nosografía. Basta, sin embargo, evocar el esfuerzo de análisis 8 que tuvo que emplearse posteriormente en la tarea de discriminar a los perseguidos melancólicos de los perseguidos verdaderos, para ver hasta qué punto las variaciones depresivas del humor aparecen trabadas con las ideas delirantes, y viceversa. Señalemos (independientemente de lo que en nuestros días podamos pensar al respecto) la importancia que los autores antiguos daban a un período hipocondríaco en los delirios de persecución.’

Por otra parte, la exaltación maníaca forma parte del cuadro clásico de los perseguidos perseguidores. Los autores modernos -Köpen, Sérieux y Capgras-, fundados en una nosografía precisa del delirio de reivindicación, reconocen en ella uno de los rasgos esenciales del síndrome.

Importa distinguir dos órdenes de concepciones.

Las primeras sacan partido de aquellos hechos clínicos incontestables en que las señales diagnosticas entre la psicosis maniaco-depresiva y la psicosis paranoica se revelan insuficientes, es decir, aquellos hechos clínicos en que incontestablemente hay combinación de los dos síndromes.

Las segundas, inspiradas en esos hechos, tratan de encontrar los rasgos de la psicosis maniaco-depresiva bajo las apariencias clínicas de la paranoia típica, y de dar a esos rasgos un valor patogénico.

Expongamos en primer lugar las concepciones sobre los hechos de asociación o de combinación de las dos psicosis.

Estos hechos son reconocidos desde hace mucho por los investigadores. En 1888, Séglas expone un caso en que el delirio de persecución se combina con la melancolía ansiosa, de tal manera que se hacen imposibles las discriminaciones que él mismo ha fijado. En el congreso de Blois, de 1892, Gilbert Ballet llama la atención sobre ciertas formas que él considera como transiciones entre la melancolía y el delirio de persecución, e insiste sobre los contenidos de ideas hipocondríacas que están presentes en ellas. Taguet se fija en ciertas formas intermitentes del delirio, que aparecen sobre estados de sobreexcitación periódica de la inteligencia, de la sensibilidad y de la voluntad.

Hacia 1900 estos hechos están sobre el tapete y son objeto de un debate apasionado. Lo que provoca las discusiones es la confianza demasiado absoluta que ciertos autores han concedido al progreso clínico representado por el aislamiento de la noción de delirio sistematizado en Francia, de Verrücktheit o paranoia primaria en Alemania. Se multiplican sobre todo las disputas de palabras en torno al término de delirio sistematizado secundario en Francia’  y en tomo al de paranoia periódica  en Alemania. Este último término, «paranoia periódica» era una contradictio in adjecto para Kraepelin, el cual no vacila en esa época en decir que quienes lo emplean pecan de «candidez». Bleuler, que publica once hermosísimos casos de delirio periódico, prefiere calificarlo de periodischer Walínsinn, término que en alemán tiene un valor vecino de la Verwirrtheit y de la Amentia, o sea de nuestra confusión mental. Kraepelin mismo, en sus recopilaciones de casos clínicos  cita un caso magnífico, en el que se ve cómo el delirio de interpretación, en su forma más típica, alterna con un delirio místico mezclado de sentimiento de influencia y tendencias expansivas, según oscilaciones de humor depresivas y eufóricas de aspecto típicamente ciclotímico.

La escuela de Burdeos ha sido particularmente pródiga en trabajos acerca de estos hechos. Regís, muy orientado hacia la investigación de las determinaciones orgánicas del delirio, inspira la tesis de Lalanne acerca de los perseguidos melancólicos. Anglade, sobre cuyas ideas tendremos que volver, inspira las tesis de Dubourdieu y de Soum sobre las relaciones de la psicosis periódica con la paranoia.

Todos los autores anteriormente citados, desde Séglas hasta Anglade y sus discípulos, tienden a ver en estos hechos una determinación del delirio por las variaciones maniaco-depresivas. El pronóstico favorable de los accesos delirantes en dichas formas da una gran fuerza a su punto de vista.

Sea lo que fuere, esta interpretación, que podríamos llamar unitaria, nos parece más fecunda que la concepción de una simple coexistencia o asociación de las dos psicosis, tal como se muestra en la teoría de Masselon sobre las psicosis asociadas  y en las conclusiones de la tesis de Bessiére sobre esos mismos hechos.

Es un hecho que la clínica muestra casos en que determinados accesos típicos de la psicosis maniaco-depresiva se combinan con el brote de sistemas delirantes más o menos organizados, particularmente bajo la forma de delirios de persecución. Este brote se produce en los periodos premonitorios de los accesos o en los momentos en que los accesos declinan. El delirio se extiende más o menos sobre los intervalos de los períodos y ofrece remitencias más o menos completas. A veces el delirio se presenta ‘ como un verdadero equivalente del acceso maníaco o depresivo.

Estos hechos manifiestos son los que permiten introducir el segundo orden de concepciones que ahora nos corresponde exponer, o sea el de aquellas que tratan de encontrar la patogenia esencial de la paranoia legitima en tales o cuales variaciones ciclotimicas, o, dicho en otras palabras, aquellas que intentan hacer de la paranoia una manifestación particular de la psicosis maniaco-depresiva. La tentativa más caracterizada de este género se ha producido en Alemania, y es la de Specht.

En su primer trabajo, Specht sostiene que no cabe hacer distinción entre la mamá crónica y la paranoia crónica, tal como ésta se presenta en los reformadores religiosos, políticos o filosóficos, en los inventores delirantes, etc. Encuentra asimismo en los querulantes no solamente, a la zaga de Köppen, la alteración maníaca del humor, sino también la logorrea, la grafomanía, la inquietud, la impulsión a obrar, la ideorrea, la distracción, características de la mamá.

En otro trabajo sostiene que ciertos accesos de mamá, evolucionando por periodos típicos, conducen en casos favorables a la instalación permanente de un delirio paranoico sobre el fondo de sub-excitación persistente en los intervalos.

En cuanto a los delirios de persecución, considerados por los autores antiguos como secundarios a estados melancólicos, Specht los relaciona con los estados mixtos de la concepción kraepeliniana. En esos delirios predomina, según él, la tonalidad depresiva, y el factor maníaco eleva el sentimiento del yo y da impulso a las ideas delirantes.

Esta concepción, que sólo hemos indicado en sus rasgos más generales, fue rechazada por Kraepelin y criticada severamente por sus discípulos en Alemania y por Expósito en Italia.

Es preciso observar que, sin que se exprese de manera tan dogmática, esta concepción no ha dejado nunca de tentar a ciertos investigadores. En particular nos parece encontrarla, ciertamente no en forma de afirmación, pero de todos modos muy activa, en las orientaciones teóricas de Anglade. Es posible reconocerla en algunos de sus escritos así como en las conclusiones de las tesis que él ha inspirado; pero sobre todo hay que buscar esta orientación patógena en los auténticos tesoros de hechos y de datos estadísticos que este autor dejó confinados en unos informes administrativos verdaderamente notables.

Nosotros, desde luego, creemos que hay que cuidarse mucho de confundir la variación ciclotímica con los estados afectivos que son secundarios a las ideas delirantes. O, por mejor decir, creemos que es preciso distinguir, con Bleuler, entre la variación afectiva holotímica y la variación afectiva catatimica, o sea entre el trastorno global del humor (depresivo o hiperesténico) y los estados afectivos ligados a ciertos complejos representativos, que representan una situación vital determinada.

Un autor como Ewald afirma que determinadas variaciones holotímicas -«oscilaciones del biotonus»- desempeñan un papel esencial en el determinismo de los delirios paranoicos, al mismo tiempo que, por otra parte, reserva el papel de los factores caracterológicos y reactivos. Esas oscilaciones forman, según él, la base de la constitución «hipoparanoica», que representa una tentativa de precisar, de manera distinta que a base de rasgos caracterológicos tan contradichos a menudo por la clínica, el factor biológico constitucional. Lange  subraya las dificultades de semejante tentativa. No obstante, él mismo aporta unos casos en que el factor hipomaníaco es manifiesto, y otros en que la diversidad de los diagnósticos formulados sobre el mismo sujeto muestra bien el parentesco de los dos tipos de trastornos.

Salta a la vista la complejidad de los factores que aquí entran en juego; sin embargo, no creemos que sea estéril volver a empren-der el estudio de los trastornos de humor de tipo maniaco-depresivo en la paranoia, teniendo en cuenta esas precisiones nuevas.

Con el doctor Petit, que nos ha hecho el honor de asociamos a él para exponer la abundante colección de hechos que él ha precisado en este camino, vamos a emprender luego el estudio comparado de los mecanismos ideativos en la manía y en la paranoia. Por otro lado, nos proponemos demostrar que, incluso en ciertos casos de paranoia querulante, que a primera vista parecen representar un tipo mismo de la psicorrigidez hiperesténica, se descubren períodos de atenuación en. los sentimientos agresivos y en la convicción delirante, que responden a estados periódicos de depresión. Un caso así, observado durante varios años, nos permite afirmar la naturaleza holotímica de esos estados.

No nos extenderemos sobre – tales hechos ni sobre su interpretación, que están destinados a arrojar luces nuevas sobre el valor psicológico de la manía y de la paranoia.

II. Relaciones clínicas y patogénicas de las psicosis paranoicas con la disociación mental de las psicosis paranoides y de la esquizofrenia, según los autores.

Sabido es que, en la descripción kraepeliniana, la paranoia se diferencia de las parafrenias y de los estados paranoides por «el orden que en ella queda mantenido en el pensamiento, en los actos y en el querer», por su invasión sin ruptura (schleichend) con la personalidad anterior, por su duración sin evolución demencial. La concepción de Sérieux y Capgras refleja, hasta en el término locura razonante, la misma idea, o sea la de la coherencia lógica del delirio consigo mismo y con la personalidad anterior, y subraya en la evolución la ausencia de debilitamiento demencial.

Los casos que se han descrito como típicos de esos caracteres diferenciales no se han mostrado bajo el mismo ángulo a todos los autores, y no han faltado los que reconocen, a través de sus síntomas, un parentesco de naturaleza con los estados de disociación mental mucho más manifiesta que presentan los casos de demencias paranoides.

Desde los tiempos en que se estaba definiendo el grupo nosológico hubo autores que sostenían ese punto de vista. Citemos a Schneider, para quien la paranoia, lejos de ser una especie clínica, no es más que un síndrome que aparece sobre el terreno de otras enfermedades, y que, en consecuencia, describe uno de esos casos (señalado como tipo por Kraepelin) como el residuo, en forma de un déficit del juicio, de una demencia precoz abortiva.

De manera análoga, Heilbronner clasifica en la demencia paranoide los casos llamados de paranoia legitima de Kraepelin.

Lévy-Bianchin reduce la paranoia exclusivamente al marco de los enfermos a quienes él llama mattoïdes, o sea los reformadores, los inventores, etc. Según él, todos los delirios de filiación, de imaginación, de persecución, no son más que demencias paranoides.

MacDonald destaca los siguientes rasgos: el delirio más o menos agudo, los períodos de confusión íntimamente vinculados con la enfermedad, las alucinaciones episódicas, la sistematización imprecisa e incompleta del delirio, cuya fijeza no es más que aparente, la incoherencia que algunas veces se descubre en el lenguaje y en los escritos, y el auténtico debilitamiento de que dan muestras el raciocinio y la conducta.

Según Dercum, no existen más que grados, sin diferencia radical de naturaleza, en la gama de trastornos que va de la hebefrenia a la paranoia simple.

Tal como hicimos en la parte precedente de nuestra exposición, nos atendremos a la nosografía adquirida, y trataremos de reconocer aquello que en las teorías puede ponerse en relación con los hechos.

También aquí es preciso distinguir dos órdenes de concepciones. Las unas se fundan sobre ciertos casos en los cuales son detectables en el enfermo algunas manifestaciones esquizofrénicas pasajeras o duraderas, ya sea antes, ya después del momento en que un examen ha permitido plantear el diagnóstico de psicosis paranoica. Estos casos, al igual que aquellos en que aparece la combinación con la psicosis maniaco-depresiva, plantean un problema patogénico general, que los autores resuelven de maneras distintas.

De modo inverso, el estudio comparativo de ciertos síntomas típicos de la paranoia empuja a ciertos autores a disociar de la entidad clínica algunas de sus formas, para relacionarlas con los delirios parafrénicos y paranoides.

Está fuera de duda la existencia bastante frecuente de hechos en que un brote fugaz de síntomas esquizofrénicos ha precedido algunos años a la aparición de una psicosis paranoica que se establece y que se hace duradera.

Por otra parte, ciertos brotes alucinatorios, admitidos como episodios evolutivos por todos los autores (sin excluir a Sérieux y Capgras), así como algunos otros síntomas sobre los cuales tendremos que volver, pueden en ciertos momentos plantear la cuestión de una parafrenia o de un estado paranoide de evolución más o menos larvada. Finalmente, no es raro que el resultado de una psicosis paranoica típica sea una evolución hacia una disociación mental manifiesta, de tipo paranoide.

Khan, en Alemania, aporta hechos que demuestran «que no pocos paranoicos legítimos atraviesan en un periodo precoz por un proceso esquizofrénico, y que de ello les queda un ligero déficit sobre el cual se instala la paranoia». Khan se apoya en esos hechos para oponerse a las teorías psicógenas y para sugerir que tal vez un déficit ligero, debido a un proceso esquizofrénico, es un terreno predisponente para la psicosis paranoica, y ‘probablemente su condición necesaria.

Claude, en 1925, publica un caso magnífico, en que una psicosis paranoica comprobada, compatible durante largo tiempo con una vida profesional eficaz, aunque fecunda en conflictos, evoluciona hacia una psicosis paranoide.

Lange, en el articulo que ya hemos citado, evoca diversos casos de la misma naturaleza. Observemos que Lange defiende la autonomía clínica de la paranoia. No obstante, varios de los casos descritos como delirios de interpretación por Sérieux y Capgras a él le parece que deben diagnosticarse como procesos esquizofrénicos (en particular el de Strindberg) .

Bleuler, en la última edición de su obra se ve obligado a tomar partido en cuanto a esos casos. Admite que al lado de la paranoia verdadera, determinada por mecanismos puramente psicógenos, exis-ten en efecto casos clinicos de aspecto semejante, que pueden de-pender de un proceso esquizofrénico ligero, pero dice que éste «no presenta todavía ninguno de los síntomas permanentes específicos de la esquizofrenia».

No se trata, entonces, más que de cierto debilitamiento de los vínculos asociativos, sin ninguna de las graves alteraciones de los vínculos lógicos que puede mostrar un proceso más avanzado.

Recordemos que los factores psicógenos que Bleuler distingue en la paranoia son, además del conflicto interior del sentimiento ético de insuficiencia y del sentimiento reactivado del yo, y además del juego de los acontecimientos que agudizan este conflicto,

1] una afectividad de fuerte acción de circuito, que se distingue además por la estabilidad de sus reacciones; y

2] cierta desproporción entre la afectividad y el entendimiento.

Bleuler, por consiguiente, admite que esta misma desproporción puede realizarse en sentido inverso mediante un proceso esquizofrénico ligero, que disminuye la resistencia de los vínculos asociativos intelectuales, lo cual hace concebir que el cuadro de la paranoia puede realizarse mediante un proceso esquizofrénico.

Así, pues, Bleuler reconoce que «si por regla general no se puede poner en evidencia ningún debilitamiento de la coherencia de los vínculos lógicos, ciertamente tiene que existir en todo paranoico alguna tendencia a la disociación, o hacia una coordinación menos fuerte que en el hombre normal; si así no fuera, no reaccionaría con una marca catatimica tan unilateral y tajante». De esa manera le atribuye al paranoico rasgos del esquizoide, sin querer con ello «designar nada realmente patológico, ni tampoco nada esquizofrénico propiamente dicho».

‘Tara engendrar la afección paranoica, esta disposición esquizoide tiene que combinarse con una afectividad de tipo estable y de fuerte acción de circuito.»

Bleuler, por lo demás, menciona los trabajos de Hoffmann y de Von Economo, que pretenden demostrar correlaciones hereditarias válidas entre paranoia y esquizoidia.

Cualquiera que sea el valor de estas consideraciones, Bleuler se atiene en sus conclusiones al terreno de los hechos. Ninguna tentativa de reducción de la paranoia a mecanismos esquizofrénicos puede fundarse más que sobre casos clínicos demostrativos, casos en que la verdadera naturaleza de la afección se haya revelado con la suficiente claridad para reformar un diagnóstico propuesto. Ahora bien, dice Bleuler, «tales inversiones de diagnóstico no son lo bastante frecuentes para que se tenga el derecho de hacer entrar gran parte de las paranoias en el proceso esquizofrénico.

Y completa en los siguientes términos las conclusiones cuya parte sustancial ya hemos expuesto antes:

La disposición al delirio paranoico no carece de correlación con la esquizoidia y la esquizofrenia.

Ciertas formas poco frecuentes de delirio en esquizofrenias ligeras y estabilizadas no pueden, actualmente, diferenciarse de las paranoias. Tenemos, por otra parte, razones para admitir que en la esquizofrenia existe siempre un proceso anatómico, pero no en las paranoias.

Ciertos autores, como Hoffmann, llevando al extremo las inducciones clínicas que se pueden obtener de esos casos complejos, no vacilan en colocar las psicosis paranoicas en el marco de las afecciones esquizofrénicas.

Nosotros pensamos, con Lange, que no es nada lo que se gana con extender tan indefinidamente un marco clínico al cual se le puede ya reprochar legítimamente su demasiada amplitud. Hay ciertas asimilaciones que no tienen interés sino a condición de que nos conduzcan, por el contrario, a establecer discriminaciones clínicas más rigurosas. Cuando en un mecanismo aparentemente subnormal descubrimos una forma degradada de un mecanismo de naturaleza mórbida bien reconocida, tenemos materia para un análisis semiológico más fino, única manera de hacer que la observación vaya de acuerdo con los mecanismos reales.

Es ésta la ruta que, a partir de 1921, decidió emprender Guiraud.

Guiraud se opone a los autores que en el síntoma interpretación, propio del delirante paranoico, no quieren ver otra cosa más que los mecanismos mismos del error normal de base afectiva. Para demostrarlo, hace recaer su estudio sobre una de las formas que los clásicos ponen entre las más frecuentes de la interpretación típica del delirante: la interpretación sobre las formas verbales. Elabora por principio de cuentas un catálogo de orden formal de esos hechos: alusiones verbales, relaciones cabalísticas, homonimias, razonamientos por juegos de palabras. Pero, en el momento de situar tales hechos en relación con la personalidad del enfermo, se le impone por sí mismo un contraste clínico entre las interpretaciones que hallan una justificación en la lógica pasional, y las interpretaciones que no se fundan en ninguna justificación de ese orden.

La clínica demuestra que el primer orden de hechos depende de la intensidad de un estado afectivo prevalente, que polariza la asociación de los contenidos verbales en un sentido determinado y acarrea una pérdida localizada del sentido critico.

En los otros hechos, por el contrario, no se manifiesta «ningún intento de verificación, ninguna explicación general, ningún sistema. De la consonancia de las palabras o de sus fragmentos brota una certidumbre indiscutida, que el enfermo no trata de coordinar lógicamente con procesos intelectuales.»

Tales ejemplos, dice el autor, «merecen el nombre de interpretaciones sólo a causa de los así pues, los por consiguiente y otros giros de relación lógica que se conservan, lo cual da al lenguaje una marca silogística. Pero detrás de esta máscara no hay ni duda, ni crítica, ni intento de agrupaciones sistemáticas; la asociación de dos ideas distintas se hace de un golpe, y con la certidumbre de la evidencia. Esta certidumbre ha sido elaborada en las profundidades del inconsciente afectivo, de donde sale como un absoluto. La función lógica no queda aquí más que como un residuo: el hábito de expresar nuestro pensamiento en forma de razonamiento.»

El autor no puede menos de -evocar, a propósito de estos casos, la subversión de las leyes citológicas a la cual se debe la proliferación de un neoplasma, y habla, metafóricamente, de «neoplasma psicológico».

Mecanismos pasionales por una parte, y, por otra, subversión de la estructura mental, demasiado profunda para que no se imponga la idea de su estructura orgánica: tales son los dos órdenes de hechos que el análisis de Guiraud permite distinguir en las interpretaciones de los paranoicos.

En todo caso, nada más alejado de los hechos, en opinión suya, que la explicación según la cual «el espíritu falso del interpretador tiene, independientemente de todo factor emocional, una tendencia espontánea a andar buscando sentido en las coincidencias fortuitas la explicación que sostiene que, dejando a un lado las causas provocadoras del delirio, «es la perversión intelectual la que trasforma el juicio pasional en idea delirante y lo deja fijado irrevocablemente». Nuestro autor dista tanto de la noción de una falsedad del juicio como de la idea de «locura razonante».

El análisis de los síntomas que hace Guiraud no sólo precisa las distinciones clínicas, sino que toca el terreno de las distinciones patogénicas.

Con razón concluye nuestro autor que «el orden conservado en los pensamientos, los actos y el querer» no es más que un rasgo semiológico global, con sólo un valor de aproximación grosera.

En un articulo que ya hemos citado, Bouman, sin dejar desde luego de mantener la autonomía de la paranoia, señala en los paranoicos cierta falta de sentido de lo real (donde el término «real» designa aquello que es prácticamente accesible a la acción). Estos enfermos, en efecto, comienzan por negarse a admitir la imposibilidad de alcanzar las metas que se proponen, dada la situación que ocupan (la situación social sobre todo). El autor relaciona este hecho con «la pérdida de su autocrítica y de la critica de su propio sistema». Y, refiriéndose a la tesis según la cual los paranoicos conservan la lógica de su sistema de defensa, dice que, si se mira de cerca, se encontrará que las relaciones entre los contenidos, en esa pretendida lógica, son «mucho menos lógicas de lo que se dice y que «hacen pensar a menudo en la causalidad aglutinante de Monakow».

Al final del presente capitulo, en el resumen que haremos de las investigaciones de análisis semiológico, veremos cómo un discípulo de Bouman, Westerterp, cree poder separar de los demás delirios paranoicos el delirio de persecución, para clasificarlo entre los estados esquizofrénicos.

III. Relación clínica y patogénica de la psicosis paranoica con las psicosis de intoxicación y de autointoxicación. Papel del onirismo y de los estados oniroides. Relación entre los estados pasionales y las embriagueces psíquicas. Papel de los trastornos fisiológicos de la emoción

Si hemos introducido este apartado en nuestra exposición ha sido sólo para dejar una especie de memorándum. No parece, en efecto, que los problemas que aquí se van a evocar puedan resolverse sino una vez que se hayan conseguido muchisimos progresos en el campo de cuya exploración se trata.

Sin cesar encontramos, en las páginas de no pocos autores, el deseo de que un estudio mejor de las secuelas delirantes que persisten después de los delirios agudos, después de los estados confusionales, después de las borracheras delirantes y de los diversos tipos de onirismo, venga a aportamos nuevas clarificaciones acerca del mecanismo de los delirios.

El estudio del alcoholismo nos ha hecho descubrir hechos sumamente sugestivos de ideas fijas post-orínicos, de delirios sistematizados post-orínicos, de delirios sistematizados de sueño a sueño, de delirios con elipses (Legrain). Se conoce la existencia de verdaderos estados paranoicos secundarios al alcoholismo. Y sabida es la frecuencia de delirios de celos alcohólicos.

Estos hechos parecen ajenos al marco de nuestras psicosis, del cual están eliminados, por definición, los casos de etiología tóxica manifiesta.

Lo tocan, sin embargo, y muy de cerca. Se sabe, en efecto, que en el determinismo de los accidentes subagudos y crónicos del alcoholismo se ha podido invocar, con razones fortísimas, un mecanismo diferente de la acción directa del tóxico: por ejemplo, el de la insuficiencia hepática secundaria a la intoxicación.

En vista de eso, es licito plantear la cuestión de si determinados estados de autointoxicación, como por ejemplo los que pueden deberse a diferentes trastornos digestivos, al exceso de fatiga (surmenage), etc., no podrán desempeñar un papel esencial en las psicosis.

Esto equivale a postular para las psicosis unos estados iniciales completamente distintos de los estados de consciencia aparentemente normales que observamos en el momento en que las secuelas delirantes vienen a nuestro examen. Adelante veremos que la observación parece en efecto mostrar estados iniciales de esa índole, que, con Kretschmer, podríamos llamar estados hipnoides.

Los alemanes, por otra parte, se han dedicado a definir los estados de onírísmo, separándolos de los estados confusionales, con los cuales se tiende demasiado habitualmente a confundirlos, según se vio en 1920 en el informe de Delmas sobre las psicosis postoníricas y en la discusión que a él Siguió. Entre estos estados llamados oníroídes, se ofrece al análisis toda una gama de formas fenomenológicas de la vida mental cuyo estudio parece indispensable para la comprensión de los trastornos psicospatológicos.

Pero el hecho de que tanto la intoxicación exógena como la endógena provoquen la aparición de esos estados no es todo. Hay que tener en cuenta las disposiciones anteriores del sujeto.

En primer lugar, hay ciertas disposiciones fisiológicas, tales como el equilibrio neurovegetativo anterior del sujeto, que desempeñan aquí un papel comprobado. El desequilibrio parasimpático, particularmente, parece tener un papel determinante en la aparición de las borracheras atípicas y de los estados subagudos alcohólicos. Con nuestro maestro el doctor Heuyer, nosotros tenemos que aportar hechos nuevos en tomo a este particular.

Por otra parte, las disposiciones psicológicas parecen ser no menos importantes, y muchisimos autores, particularmente alemanes, reconocen que los trastornos mentales del alcoholismo dependen, mucho más que de la intoxicación, de las disposiciones psicopáticas anteriores del sujeto.

Es preciso, en efecto, ver. en la intoxicación misma no una causa primera, sino a menudo un síntoma de trastornos psíquicos, ya sea por representar una tentativa del sujeto para compensar un desequilibrio psíquico, ya por ser el estigma mismo de una deficiencia moral. En ambos casos, las fallas psíquicas del terreno se manifiestan en las consecuencias de la intoxicación.

Señalemos, por otra parte, el interés teórico de las comparaciones que la observación impone entre las borracheras psíquicas y los estados pasionales, particularmente en lo que atarle a la exaltación patológica del sentimiento de la creencia. James, para quien la creencia comporta un elemento afectivo esencial, subrayó ya el hecho de que ciertas borracheras parecen determinar experimentalmente el sentimiento de la creencia. Por lo demás, la creencia delirante en las borracheras psíquicas parece ser tanto más duradera cuanto más elaborada ha sido en el sentido perceptivo.

Se ha querido atribuir en nuestras psicosis un papel, muy particular a la intoxicación por el café, tan frecuentemente observada en efecto en ciertos sujetos, por ejemplo mujeres menopáusicas en las cuales estalla de pronto un delirio paranoico. Tampoco aquí es posible hablar de una determinación exclusiva por el tóxico.

Debemos conceder un lugar importante al papel patógeno atribuido a la emoción. Los trastornos orgánicos concomitantes de la emoción han sido objeto de gran número de investigaciones. Al lado de los trastornos vasculares, el laboratorio ha revelado la existencia de los trastornos humorales: shock hemoclásico, variaciones del quimismo sanguíneo. La clínica aporta hechos bien averiguados de psicosis que estallan bajo la acción de la emoción. Son conocidos, por otra parte, los trabajos teóricos de la señorita Pascal y de sus discípulos sobre las psicocoloidoclasias  y sobre las psicosis de sensibilización. Según esta investigadora, donde hay que buscar la génesis de la psicosis es en una «reacción de alergia mental». En este sentido es como interpreta ella toda la descripción de Kretschmer.

Llamemos la atención, finalmente, sobre los lazos de la psicosis con los trastornos endocrinos. Las observaciones ponen de relieve el hecho de que muy a menudo la psicosis se declara en el momento en que se vive un periodo critico de la evolución genital. Hay aquí un vínculo causal que no es, desde luego, puramente psicológico. El papel de la menopausia ha sido puesto en evidencia por autores como Kant  y Kleist, que le otorgan un papel esencial en el determinismo de la paranoia.

Estos determinismos no pueden ser ajenos a los delirios que estamos estudiando. No olvidemos, sin embargo, que desbordan el marco nosológico que habitualmente se les asigna. Por lo demás, aunque estos determinismos humorales estuvieran afirmados en los hechos con toda la claridad deseable, dejarían siempre intacto el problema de la estructura psicológica compleja de los delirios paranoicos, que es el problema que a nosotros nos atrae.

El conjunto de los trabajos que hemos pasado en revista en lo que va del presente capítulo tiende, en suma, a someter el determinismo de la paranoia a factores orgánicos. En otras palabras, lo que esos trabajos hacen es mostrar el parentesco de la paranoia con determinadas psicosis en las cuales, por lejos que estemos de poder medir o a veces ni precisar siquiera tales factores, parecen incontestablemente predominantes.

Pero el problema no puede ser resuelto en su fondo si se sigue un camino como ése. De hecho y de derecho se opondrá siempre la objeción de que se trata de hechos de asociación mórbida, objeción tanto más válida cuanto que las combinaciones semiológicas que presentan esos hechos son diversísimas, y no permiten la postulación de una patogenia orgánica unívoca de la paranoia. Así, pues, se podrá siempre hacer la reserva de los casos clásicos de evolución pura. En éstos, la reconocida imposibilidad de detectar una alteración orgánica o un déficit bien claro de alguna función psíquica elemental, la evolución coherente del delirio, su estructura conceptual y su significación social se presentarán con todo su valor y pondrán sobre el tapete la cuestión de las relaciones entre psicosis y personalidad.

En vista de ello, ciertos autores han decidido emprender otro camino y han buscado, en el análisis psicológico mismo de los síntomas y de la evolución de la psicosis, la demostración negativa de que ésta depende de mecanismos diferentes de los del desarrollo de la personalidad.

Vamos a estudiar ahora esas investigaciones en las escuelas francesa y alemana.

IV. Análisis franceses del «automatismo psicológico» en la génesis de las psicosis paranoicas. La cenestesia, aducida por Hesnard y Guiraud. El automatismo mental, de Mignard y Petit. Significación de los «sentimientos intelectuales» de Janet. La noción de estructura en psicopatología, según Minkowski

El tema de la génesis orgánica de los delirios crónicos ha estado siempre en el orden del día de las investigaciones francesas. Éstas comenzaron por estudiar el conjunto entero del cuadro nosográfico, sin ocuparse de distinguir entre las psicosis alucinatorias y las psicosis interpretativas. La falta de diferenciación sigue dejando en ellas una huella visible, como es fácil de comprobar en ciertos artículos recientes de autores muy entendidos, en los cuales no se ve que haya quedado especialmente demarcado el grupo que nos interesa. Se explica, pues, que no haya aparecido todavía ningún estudio plenamente satisfactorio del síntoma que, por lo que hace a nuestro tema, plantea el problema psicológico de mayor importancia, a saber: el síntoma de la interpretación.

Los titubeos que aparecen en dichos estudios en cuanto a las demarcaciones nosológicas están, por lo demás, justificados. En efecto, las doctrinas recientes acerca de la psicosis alucinatoria crónica han ensanchado desmesuradamente el dominio de la alucinación, y han tendido a hacer entrar en él todos los fenómenos que la consciencia percibe como xenopátícas. Hay en esto una verdadera regresión respecto de análisis anteriores, de una calidad clínica e intelectual superior; de ello resulta, naturalmente, una discordancia entre las teorías y los hechos clínicos. Los alemanes, en gran número de trabajos, han insistido en la crítica severa a que hay que someter el diagnóstico del fenómeno alucinatorio. Los últimos trabajos de Claude y de sus discípulos señalan una nueva y mejor clarificación de esos hechos, y nuestro trabajo tiene el mismo sentido.

Sea como fuere, las investigaciones acerca de las cuales vamos a hablar ahora tienen este rasgo en común: el haberse dedicado a estudiar el periodo primitivo de la psicosis, a señalar en él el carácter irruptivo de los trastornos en relación con la personalidad, a insistir en que esos trastornos no son resultado de las tendencias prexistentes de la personalidad, sino que provocan en ella reacciones secundarías, las cuales constituyen el delirio, y, finalmente, a subrayar ese carácter secundario del delirio aduciendo la perplejidad provocada al principio por los trastornos primitivos, y las oscilaciones de la elaboración delirante.

El único lazo teórico entre estas investigaciones es la noción sumamente flexible de automatismo psicológico, que no tiene nada en común, salvo la homonimia, con los fenómenos de automatismo neurológico. Debido a la complejidad de los sentidos del término «automatismo», éste puede aplicarse perfectamente a toda una serie de fenómenos psicológicos que, como bien lo ha demostrado nuestro amigo H. Ey, son de muy diverso orden.

Ahora bien: si de lo que se trata es de encontrar una definición que sea lo suficientemente amplia para comprender las acepciones de una diversidad súbita que comporta el mencionado término, lo único que cabe hacer es establecerla en relación con la definición positiva que hemos dado de los fenómenos de la personalidad. Cuando el orden de la causalidad psicógena, tal como lo hemos definido antes, se modifica con la intrusión de un fenómeno de causalidad orgánica, se dice que hay un «Fenómeno de automatismo. Este es el único punto de vista capaz de resolver la ambigüedad fundamental del término automático, permitiendo comprender a la vez su sentido de fortuito y de neutro, que se entiende en relación con la causalidad psicógena, y su sentido de determinado, que se entiende en relación con la causalidad orgánica.

La opinión de los autores se ha mostrado, por el contrario, muy divergente en cuanto a la naturaleza precisa de los fenómenos de automatismo por los cuales están condicionados los delirios crónicos. Por lo demás, no tomaremos de estas investigaciones sino aquello que se aplica a las psicosis paranoicas.

Fuerza nos es señalar en primer lugar el papel concedido por los autores a los trastornos de la cenestesia. Con este término se designa el conjunto de las sensaciones proprioceptivas e interoceptivas, por ejemplo las sensaciones viscerales y las sensaciones musculares y articulares, pero solamente en la medida en que siguen siendo vagas e indistintas y también, propiamente hablando, en la medida en que, tal como ocurre en el estado de salud, permanecen en el estado de sensaciones puras, sin llegar a la percepción consciente.

Se sostiene, pues, que estas sensaciones difusas son la base del sentimiento psicológico del yo individual. Tal es, al menos, la teoría que Ribot hizo admitir.

Era tentador en consecuencia, buscar en una alteración más o menos controlada de esa cenestesia el origen de los sentimientos mórbidos llamados de despersonalización, y a extender en seguida sus efectos a los sentimientos de inhibición y de depresión, a los sentimientos de influencia, así como a los sentimientos de extrañeza y de transformación del mundo exterior. 0 sea que en la base de todos estos fenómenos lo que había eran determinados trastornos de la cenestesia, cuya diversidad, por cierto, quedaba sin explicar. Semejante concepción conserva todavía su prestigio. Constituye, por ejemplo, el punto de apoyo central de una doctrina general de la génesis de los trastornos mentales ingeniosamente construida por Hesnard. En efecto, lo que sostiene esta doctrina es que, en virtud de una modificación de la cenestesia, un trastorno humoral de origen tóxico o infeccioso subvierte o trastorna -la afectividad subconsciente. Muchas veces, dice Hesnard, después de la curación del trastorno humoral es cuando la transformación afectiva viene a expresarse en la consciencia, y esto bajo una forma intelectual, por la ley del «simbolismo natural a todo estado afectivo». De esa manera nacen convicciones delirantes primitivas, a las cuales la lógica y la imaginación del enfermo vendrán a agregar una sistematización explicativa.

Es inútil llamar la atención sobre el carácter oscuro del papel desempeñado en esta teoría por la pretendida «Ley del simbolismo» fundada de manera completamente analógica sobre la experiencia psicoanalítica. Se trataría de explicar por qué algunos de los trastornos afectivos que se traen a cuento son experimentados unas veces como puramente subjetivos, otras veces como impuestos desde fuera, y otras veces, por último, están enteramente objetivados.

La teoría cenestopática sigue siendo seductora debido a que muchos casos de delirio paranoico muestran un período de ideas hipocondríacas, para el cual esa teoría parece resultar particularmente adecuada. Sin embargo, si se procede a un examen atento, nada permite afirmar que en la base de tales ideas existan realmente trastornos cenestopáticos. Las ideas hipocondríacas, en efecto, pueden depender de un mecanismo mucho más complejo, del orden por ejemplo de la ideogénesis de las formaciones delirantes que se refieren al mundo exterior.

Falta, en verdad, todo vínculo seguro entre las cenestopatías comprobadas y las diversas psicosis. Se explica, así, que Janet haya criticado vigorosamente esta explicación, y que no vacilara en hablar de su carácter puramente verbal.

La teoría ha sufrido buen número de retoques en manos de Guiraud el cual modifica el sentido del término cenestesia» sirviéndose de él para designar una hipótesis: la sensación del «tonus» nervioso íntra-central. A partir de esta hipótesis, Guiraud explica las ideas hipocondríacas como cenestopatías originadas en los centros nerviosos, superiores a los centros mesocefálicos y tuberianos, de los cuales dependen las regulaciones neurovegetativas y humorales de la afectividad. La situación de estos centros explica, según él, la imposibilidad de toda objetivación somática de las cenestopatías hipocondríacas. Para explicar, por otra parte, las anomalías de la percepción objetiva, el sentimiento de extrañeza, los fenómenos seudoalucinatorios, etc., Guiraud hace intervenir unos trastornos de la cronaxia que afectan electivamente, según él, ciertos sistemas neuronales de dichos centros superiores: así, lo que habría en la base del delirio serían unas cenestopatías dístónicas. La explicación, ingeniosa sin duda, sigue siendo insuficiente para explicar fenómenos como la interpretación o la ilusión de la memoria. Por elemental que se suponga ser el trastorno primario que sirve de núcleo a esos fenómenos en nuestras psicosis, su carácter objetivado y sobre todo su relación electiva con los factores sociales de la personalidad no puede, en efecto, explicarse con ninguna teoria-neuronal.

En cuanto a las teorías supuestamente neurológicas que se declaran adeptas del automatismo mental, son a fortiori ajenas a nuestro tema.

Con todo, este término, automatismo mental, les sirvió a Mignard y a Petit 7,1 desde 1912 como titulo de una doctrina que se atenía a los hechos clínicos. Utilizando esa designación, Mignard y Petit ponen de relieve la autonomía relativa del sistema delirante con respecto a la personalidad. Los hechos por ellos estudiados se relacionan directamente con el marco de nuestro trabajo. La discontinuidad del delirio con la personalidad anterior del sujeto no es, dicen nuestros autores, patrimonio exclusivo de las psicosis alucinatorias crónicas. Se la puede observar asimismo en los delirios interpretativos, en los cuales la constitución paranoica dista mucho de ser la regla. Pero, sobre todo, «es en el curso de la fase delirante propiamente dicha cuando cabe observar, al lado de la antigua personalidad variable pero continua en su pasado y su presente, la coexistencia de un segundo sistema más o menos coordinado de sentimientos y de tendencias que sirven de sostén a las concepciones mórbidas, especie de nueva personalidad delirante en oposición más o menos marcada con la primera». La génesis de este sistema tiene que ser buscada en las tendencias afectivas reprimidas, principalmente a causa de las compulsiones sociales. ‘Favorecida por un estado de confusión, de excitación o de depresión, o simplemente por un estado afectivo un poco intenso o prolongado, una corriente psíquica que se ha ido formando de manera más o menos subconsciente aparece a la luz de la consciencia, y, repentina o lentamente, pero siempre de manera imperiosa, con Jus tendencias, sus sentimientos y sus creencias propias, viene a oponérsele o a imponérsele al sujeto.» 11,1 Estos autores hablan del auténtico «neoplasma mental que la personalidad del sujeto tiene que tomar en cuenta. En la medida en que sólo se trata de la revelación de una parte de dicha personalidad, ésta puede, al parecer, adherirse completamente al «neoplasma», pero semejante evolución, por clásica que sea, dista de ser la regla. Lo que hay, las más de las veces, es un combate entre la personalidad y el sistema que nuestros autores llaman parásito. Este combate puede permanecer indeciso durante largo tiempo. Puede terminar con una especie de inmovilización y, neutralización del delirio, el cual pasa a segundo plano y, aunque quizá conserve alguna apariencia de convicción y de organización, es a partir de entonces algo puramente retrospectivo o, en todo caso, sin alcance eficiente. En estados de este tipo, los autores ven formas de curación de un trastorno inicial que hubiera podido tener un desenlace más grave, y en apoyo de su concepción ofrecen algunas observaciones del delirio de interpretación.

Gracias a estas precisiones hechas por Mignard y Petit, se restituye su valor típico, su alcance significativo y su frecuencia a las formas llamadas atenuadas o resignadas de los delirios. Mignard, por cierto, había de dar, años más tarde, una doctrina acerca de este tema clínico. No nos podemos detener en ella, como tampoco en la teoría de la polifrenia de Revault d’Allonnes, etc.

Desde hace ya bastante tiempo, Janet: habla lanzado una concepción de los delirios que no ha dejado de perfeccionar posteriormente. La idea se la debe a la observación de unos pacientes cuyas disposiciones delirantes fue él quien tuvo el mérito de mostrar por vez primera, según vimos antes. Nos referimos a los obsesos psicasténicos.

Son estos enfermos, en efecto, los que le revelaron a Janet la importancia semiológica de algo que él llamó sentimientos intelectuales. En una de sus primeras obras los agrupa en las diferentes variedades del sentimiento de incompletud: incompletud en la acción, que comprende a su vez los sentimientos de dificultad, de inutilidad de la acción, y luego de automatismo, de dominio, de descontento, de intimidación, de rebelión; incompletud en las operaciones intelectuales, donde hallan su lugar los sentimientos de extrañeza, de «nunca visto», de falso reconocimiento, de duda; incompletud en las emociones; y finalmente incompletud en la percepción de la propia persona, o sea extrañeza del yo, desdoblamiento, despersonalización.

Este catálogo, que ha sido completado ulteriormente, tiene un alto valor sugestivo por el hecho de agrupar accidentes homólogos del desarrollo psíquico. No tendría, sin embargo, más que un valor meramente semiográfico si Janet no hubiera mostrado la correlación de los síntomas con toda una serie de insuficiencias psicológicas, que se manifiestan en las operaciones voluntarias intelectuales y emocionales de orden elevado y complejo: por ejemplo, ineficacia de los actos sociales, abulia, especialmente profesional, etc., trastornos de la atención, amnesia, etc., necesidades de dirección moral, de estímulos, necesidad de ser amados, etc. El conjunto del cuadro constituye algo que recibe el nombre de estigmas psicasténicos.

A las teorías que explican los síntomas mencionados a base de trastornos intelectuales o emocionales, Janet opone otra que le es propia: la teoría psicasténica. Esta teoría se funda en un conjunto de investigaciones que Janet no ha dejado nunca de acrecentar. Sus observaciones establecen la jerarquía de los fenómenos psicológicos, -no sobre una distinción escolástica de facultades llamadas emocionales, intelectuales, voluntarias, etc., sino sobre el estudio de los -actos concretos y sobre el desarrollo que se puede colegir de su -complejidad progresiva. Se da uno cuenta entonces de que los actos concretos conservan la huella de las colaboraciones sociales que -han permitido adaptarlos.

Esta colaboración es primitiva en relación con la aparición de los fenómenos mentales complejos. Permite clarificar algunos de los enigmas que presentan los fenómenos de consciencia, como por ejemplo juicios de valor, volición, sentimientos depresivos o triunfantes, y en particular su carácter notable de desdoblamiento intencional. Para ello es preciso poner en relación esos fenómenos con los actos precedidos o acompañados normalmente por ellos, así como con las correlaciones sociales de esos actos. Se ve entonces el papel formador que en la elaboración del pensamiento psicológico han desempeñado los hechos primitivos del mando y de la ejecución, del «dar» y del «tomar», del «mostrar» y del «ocultar».

Se concibe, de ese modo, que las actividades complejas y sociales, las adquiridas en época más tardía, sean las primeras afectadas en toda insuficiencia del psiquismo, y se concibe que estas insuficiencias se revelen electivamente con ocasión de las relaciones sociales.

Por otra parte, se comprende no sólo que los estados así provocados sean percibidos en la consciencia como mal integrados a la personalidad del sujeto, sino también que se atribuyan tan fácilmente a una acción exterior, y a una acción humana ajena.

En un artículo reciente, notable por su atención minuciosa a los hechos clínicos, Janet aplica ese método de análisis al estudio de los sentimientos de imposición, de influencia, de penetración, de sustitución; de vuelo, de adivinación y de eco del pensamiento, de extrañeza del mundo exterior. No se pueden negar las claridades que su método proyecta sobre la significación de esos fenómenos. Aún más: es evidente que este método permite rectificar la descripción a menudo inexacta que de tales fenómenos suele hacerse a base de las expresiones forzosamente sumarias del enfermo.

No es nada raro observar esos sentimientos en nuestros interpretantes más típicos. Sérieux y Capgras destacan ciertos síntomas episódicos de esta serie en su descripción, pero esos síntomas aparecen sobre todo en gran número de sus observaciones. Los síntomas de que se trata son, sin embargo, más típicos de la psicosis llamada alucinatoria crónica. Al ocuparse del delirio de persecución, Janet se concentró en lo más difícil, o sea en todos esos fenómenos seudoalucinatorios que otros investigadores se sienten inclinados a representarse groseramente como los productos de una lesión o de una irritación cerebral.

El autor proyecta vivas claridades sobre el mecanismo de la ilusión de la memoria, fenómeno que depende, y en el más alto punto, de las insuficiencias de la adaptación a lo real; pero no ataca por sí mismo el fenómeno tan delicado de la interpretación. Así y, todo, brotan de su análisis sugestiones muy valiosas acerca del tema. Y, gracias a él, es más fácil de concebir cómo la interpretación mórbida, muy diferente del mecanismo normal de la inducción errónea o de la lógica pasional, puede depender de una perturbación primitiva de las actividades complejas, perturbación que la personalidad imputa naturalmente a una acción de índole social.

Las necesidades del lenguaje no dejan de imponer, tanto para el enfermo como para el observador, algunas expresiones intelectuales. Pero esto no debe hacer olvidar la verdadera naturaleza de los sentimientos intelectuales: hay que concebirlos como estados afectivos casi inefables, para los cuales el delirio no representa más que la explicación secundaria, a menudo forjada por el enfermo después de una perplejidad prolongada.

Un punto teórico importante está constituido por la concepción patogénica que semejante análisis le impone a su autor. Contrariamente a lo que a veces se cree, esta concepción es fisiológica, lo cual nos hace comprobar que un análisis psicológico minucioso no tiene por qué atentar contra los derechos de una concepción organicista del psiquismo. Es verdad, en efecto, que el autor se niega -emitir una conclusión prematura hablando de alguna alteración dé determinado sistema especializado de neuronas -cuya existencia sigue siendo científicamente mítica-, y sin embargo él se adhiere a una concepción biológica de esos trastornos. Concepción energética ante todo, se expresa mediante metáforas como pérdida de la función de lo real, baja de la tensión psicológica, descenso del nivel mental o crisis de psicolepsia, que corresponden a hechos clínicamente observables. Los actos complejos son los primeros en quedar afectados por esos fenómenos patológicos, y los sentimientos mórbidos, arriba descritos, marcan el trastorno con su regulación.

La causalidad biológica de estos hechos está bien subrayada por la influencia de determinadas condiciones, como las enfermedades, la fatiga, las emociones, las sustancias excitantes, los cambios de ambiente, el movimiento, el esfuerzo, la atención, que actúan no como factores psicógenos, sino como factores orgánicos.

Estos sentimientos intelectuales, normalmente encargados de la regulación de las acciones (sentimiento de esfuerzo, de fatiga, de: fracaso o de triunfo), parecen asimismo traducir a menudo de manera directa una modificación orgánica. En uno y otro caso, sin embargo, tenderán a mostrársele al sujeto como condicionados por los valores socialmente vinculados con el buen éxito de los actos personales (estima propia, autoacusación), y entonces aparecerá una conclusión delirante, correspondiente a esas ilusiones.

Observemos, para volver sobre un punto ya abordado antes, que un control preciso de estos datos podría ser aportado por el estudio psicológico atento de los fenómenos subjetivos de la psicosis maniaco-depresiva.

Pongamos de relieve, antes de despedimos de Janet, el hecho de que los psicólogos modernos más economizadores de hipótesis se ven forzados a hacer intervenir, en varios puntos de la teoría de las funciones psicológicas, esos mismos sentimientos reguladores. Parece como si, contrariamente a las doctrinas intelectualistas de Spinoza y de Hume, la teoría de la creencia no pudiera prescindir de una intervención específica de tales sentimientos (james). Los hechos clínicos de una determinación psicopatológica de la creencia por ciertas borracheras, como ejemplo, vienen a apoyar esa teoría.

Estos sentimientos, por otra parte, parecen indispensables no solamente para la teoría del recuerdo y de la identificación del pasado, sino incluso para la teoría misma de la percepción (véase el Análisis de la mente de Bertrand Russell). Pero no podemos dedicar mucho espacio a teorías de pura psicología. Señalemos sólo que pueden aclarar el verdadero valor de trastornos como la ilusión de la memoria y la interpretación en nuestras psicosis.

En Francia, según lo hemos dicho, son pocos los estudios que se han opuesto a la concepción reinante de una «interpretación» mórbida, cuyo mecanismo no sería diferente del de la «interpretación» normal. Sin embargo, en este sentido tenemos que llamar la atención sobre un notabilísimo artículo de Meyerson y Quercy acerca de las interpretaciones mancas.

Según la concepción clásica, dicen los autores, la interpretación impresiona «por su carácter de refinamiento y de complejidad psicológica». En ella distinguen:

Un trastorno de la afectividad;

Un trabajo de reconstrucción, de coordinación y de explicación, que, cuando llega hasta el fin, produce una idea delirante, y que cuando se queda en estado de esbozo constituye el sentimiento de extrañeza y de automatismo;

Una materia de hechos: percepciones, recuerdos de percepciones o recuerdos afectivos que servirán de punto de referencia: la actividad delirante se enganchará en esos hechos y se detendrá en ellos un instante para poder rebotar;

Y finalmente una expresión verbal: un esquema, un símbolo o una fórmula.

Un trastorno de la afectividad ha revolucionado el equilibrio del enfermo y le ha dado el sentimiento de inseguridad. La necesidad de lo familiar demanda una labor de reclasificación, de reorganización. Esta reorganización se hace en tomo de algunos hechos, tomados a menudo al azar, y que desempeñarán el papel de los cristales o de los polvos en una mezcla en sobrefusión. La cristalización, por cierto, será poco estable al comienzo; sólo más tarde llegará a un sistema coherente, a expresiones verbales fijas.

Fácil es ver lo mucho que este análisis está en oposición con el punto de vista clásico sobre la interpretación considerada como «la inferencia de un precepto exacto a un concepto erróneo». Aquí, por el contrario, nos encontramos con la alteración de un- percepto por una interferencia afectiva fortuita, aparecida bajo la forma de un sentimiento intelectual patológico, y después, de manera secundaria, la tentativa (lograda o no) de reducción del trastorno mediante las funciones conceptuales, más o menos organizadas, de la personalidad.

Los autores se ven inducidos a semejante concepción por los hechos que ellos mismos aportan bajo el nombre de «interpretaciones mancas» (frustes), que son interpretaciones en las que faltan ciertos elementos de la interpretación completamente desarrollada.

Tal es el caso de ese enfermo en el cual, después de un período alucinatorio, el delirio de persecución se ha ido reduciendo poco a poco a puras interpretaciones. Sucede que un día, una vecina, al mismo tiempo que se ocupa en limpiar y recortar un emparrado, emite a su oído estas palabras: «Todo esto está salvaje.» El enfermo queda muy turbado al oírlas. Sin embargo, no puede afirmar que esas palabras se hayan dicho por él. «La cosa le ha parecido chistosa.» La cosa le sigue pareciendo chistosa. Está seguro de que la vecina no tiene nada en contra de él. El interrogatorio del enfermo, que vale la pena de ser leído en todo su detalle, traduce a la vez su buena voluntad (la evidente falta de reticencia) y su impotencia para explicar lo que le ha sucedido.

El enfermo se halla en ese momento perfectamente orientado, y conserva reacciones intelectuales y mnésicas que están en la media normal.

Nos encontramos aquí en presencia de una actitud mental que se caracteriza por un estado afectivo casi puro, y en el cual la elaboración intelectual se reduce a la percepción de un significado personal imposible de precisar.

Semejante reducción del síntoma se presenta como un hecho de demostración notable, pero, para que toda elaboración conceptual esté ausente, parece que tenemos que habérnosla con un caso en que la reacción de defensa psicológica es mala, y la observación nos indica en efecto que el caso se agrava ulteriormente y presenta un cuadro con visos de esquizofrénico.

En otro de los casos que nos citan los autores vemos una interpretación manca de mecanismo diferente, que pone en mejor relieve los alcances del primer caso: en efecto, al paso que en éste se trataba de un sentimiento vivido casi inefable, pero que el estado intelectual del enfermo permitía evocar y discutir con precisión, en el segundo caso, que es un caso de debilidad mental senil, la interpretación es manca a causa de una presentación estereotipada, unida a un debilitamiento intelectual y también a la evanescencia del fenómeno.

De muy buena gana concedemos que los casos presentados por estos autores no entran en el marco nosológico de los delirios que nos ocupan. Plantean, sin embargo, el problema de la génesis exacta de las interpretaciones en éstos.

Toda asimilación de un fenómeno mórbido a la experiencia introspectiva de un sujeto normal tiene, en efecto, que sufrir una crítica severa. Blondel, que en su libro sobre la consciencia mórbida nos ha mostrado el método para ello, concluye diciendo que la mayor parte de las experiencias vividas por los enfermos mentales, inclusive algunas que nos resultan muy parecidas a las reacciones psicológicas del individuo sano, comportan una parte impenetrable a la intuición que guía la introspección normal.»

Las conclusiones de ese estudio han guiado posteriormente a muchos investigadores, y algunos de ellos han tratado de definir la estructura de las propiedades de la consciencia mórbida. Tal es, por ejemplo, el sentido de las investigaciones de Minkowski sobre las intuiciones temporales y espaciales en diversas formas de enfermedades mentales.

Así, para Minkowski, los sentimientos de influencia, de extrañeza del mundo exterior y de transitivismo que experimenta el enfermo, lo único que hacen es expresar las modificaciones patológicas de sus intuiciones del espacio, del tiempo, de la causalidad, de su contacto con el mundo y con los seres.

El delirio de relación vendría de algún modo a moldearse naturalmente en estas formas. Para comprender, por ejemplo, un delirio de celos, es preciso cuidarse de imputar a la enferma, celosa de otra mujer, una construcción deductiva o inductiva más o menos racional: lo que hay que hacer es comprender que su estructura mental la fuerza a identificarse con su rival cuando la evoca, y a sentir que ésta se está sustituyendo a ella. En otras palabras, las estereotipias mentales son consideradas en esta teoría como mecanismos de compensación no de orden afectivo, sino de orden fenomenológico. Gran número de hechos clínicos han sido interpretados por Minkowski en esa forma, y de manera brillante.»

Nosotros creemos que toda distinción entre unas estructuras a formas de la vida mental y unos contenidos que las llenarían, descansa sobre hipótesis metafísicas inciertas y frágiles. Semejante distinción, en opinión de algunos, fue impuesta por las psicosis orgánicas y las demencias, pero éstas presentan una desorganización psíquica profunda, en la cual no subsiste ya ningún vínculo psicogénico, y a decir verdad, como muy bien lo observa Jaspers, no se trata entonces de auténticas psicosis.

En las psicosis que nosotros estudiamos, por el contrario, es imposible decidir si la estructura del síntoma está o no determinada por la experiencia vital cuya huella parece ser; dicho en otras palabras, contenido y forma no podrán disociarse sino de manera arbitraria mientras no se haya despejado el papel que el trauma vital tiene en las psicosis.

V. Análisis alemanes de la «vivencia» paranoica.
La noción de proceso psíquico, de Jaspers.
El delirio de persecución es engendrado siempre por un proceso, según Westerterp

Desde hace mucho los autores alemanes han reservado la originalidad de la vivencia (Erlebnis) paranoica. Neisser encuentra el síntoma primitivo de la paranoia en experiencias de «significación personal. Así también Cramer ve en ellas la característica del delirio; de manera análoga, Tiling encuentra en un sentimiento basal de malestar el origen de la modificación que sufre la personalidad entera.

Marguliés ofrece como carácter común a los síntomas centrales de la paranoia no la desconfianza, sino una inquietud imprecisa.

Heilbronner atribuye igualmente al paranoico verdadero, por oposición al reivindicador, un delirio muy difuso de «significación personal» de los hechos exteriores.

Además de esto, los alemanes han demostrado siempre el mayor interés por los documentos autobiográficos que permiten penetrar las experiencias mórbidas.

Jaspers ha concedido una atención particular a las vivencias paranoicas. En su Psicopatología general se expresa así:

De ahí la inanidad de las objeciones que se suelen lanzar contra las investigaciones psicógenas, inanidad que podría quedar demostrada mediante el aislamiento de una entidad como la parálisis general por ejemplo. Son verdaderas objeciones de pereza.

La vieja definición de la paranoia. un juicio falso imposible de corregir, ha dejado de ser válida desde el momento en que se han puesto de relieve determinadas vivencias subjetivas de los enfermos, vivencias que son la fuente del delirio (ideas delirantes auténticas), mientras que en otros casos los estados de alma, los deseos y los instintos son los que hacen nacer las ideas erróneas (ideas de sobrestimación, etc.) de una manera más o menos comprensible.

Estas vivencias se presentan por ejemplo así:

Muchos acontecimientos que sobreviven al alcance de los enfermos y atraen su atención, despiertan en ellos sentimientos desagradables apenas comprensibles. Este hecho los preocupa mucho y los fastidia. Hay veces en que todo les parece tan fuerte, en que la.- conversaciones resuenan con demasiada vehemencia en sus oídos; hay veces incluso en que cualquier ruido, cualquier suceso común y corriente basta para irritarlos. Tienen siempre la impresión de que son ellos el blanco al que se dirigen esas cosas. Acaban por quedar completamente convencidos. Observan que la gente murmura de ellos, que a ellos precisamente es a quienes se echa la culpa de algo. Puestas bajo forma de juicio, estas experiencias engendran el delirio de relación.

«Los enfermos -continúa Jaspers- tienen, además, gran número de sentimientos que uno trata de expresar con términos como espera indefinida, inquietud, desconfianza, tensión, sentimiento de un peligro amenazante, estado temeroso, presentimientos, etc.» Señala la aparición episódica de fenómenos seudoalucinatorios. «A pesar de todos estos trastornos no se llega, sin embargo, a un verdadero estado de psicosis aguda. ‘Los enfermos, orientados, reflexivos, accesibles, a menudo incluso aptos para el trabajo, tienen todo el ocio y todo el celo necesarios para elaborar, como explicación de sus experiencias, un sistema bien organizado, así como toda clase de ideas delirantes explicativas, a las cuales ellos mismos no les reconocen a menudo sino un carácter hipotético. En los casos en que tales vivencias se han desvanecido después de un tiempo bastante largo, lo único que se encuentra son los contenidos delirantes de juicios petrificados; la vivencia paranoica particular ha desaparecido.» Jaspers no deja de observar el tinte psicasténico de esto-. fenómenos iniciales. Presenta en seguida dos observaciones típicas de esas vivencias o experiencias subjetivas. En un caso se trata de un reivindicante de tinte depresivo. En el otro se muestra el desarrollo extensivo, primitivamente incoherente, de las interpretaciones delirantes en un sujeto cuya personalidad es trasformada por ese delirio. Jaspers opone estas auténticas vivencias paranoicas al carácter sistematizado y concéntrico de las ideas de sobrestimación y de las ideas erróneas.

Sobre hechos como los descritos se funda Van Valkenburg para sostener que la psicosis no está determinada nunca por una reacción afectiva.

Van Valkenburg aprecia al comienzo de la psicosis un sentimiento de despersonalización y toda una serie de pequeñas señales somáticas en las cuales se basa para admitir un proceso cerebral, no accesible todavía, por cierto, a la observación directa. Con todo, los casos que él aduce no parece que se puedan considerar como psicosis paranoicas verdaderas.

Para el análisis de éstas contamos con unos principios analíticos de gran prudencia que han sido dados por Jaspers. En nuestra opinión, estos principios derivan de un método sano y pueden servir para aclarar los hechos.

El concepto central es el de proceso psíquico.

El concepto de proceso psíquico se opone directamente al de desarrollo de la personalidad, que puede ser expresado siempre en relaciones de comprensión. Introduce en la personalidad un elemento nuevo y heterogéneo. A partir de la introducción de este elemento se forma una síntesis mental nueva, una personalidad nueva, sometida de nuevo a las relaciones de comprensión. El proceso psíquico se opone así, por otra parte, al curso de los procesos orgánicos cuya base es una lesión cerebral: éstos, en efecto, van acompañados siempre de desintegración mental.

Jaspers describe de ese modo varios tipos formales de evolución que quizá, como él lo confiesa, no tengan más que un valor puramente descriptivo, pero que poseen el interés de permitir una clasificación de los hechos.

Para que un fenómeno psicopático sea considerado como una reacción- de la personalidad, es preciso demostrar que «su contenido tiene una relación comprensible con el acontecimiento original, que no habría nacido sin ese acontecimiento, y que su evolución del acontecimiento, de su relación con él». Reacción inmediata o descarga en que culmina una larga maduración, la psicosis reactiva depende del destino del sujeto, está ligada a un acontecimiento que tiene un valor vivido (Erlebniswert).

Semejante reacción­sostiene Jaspers-, a pesar de las huellas que deja en la vida sentimental y afectiva, es, en principio, reductible.

El carácter del proceso psíquico es completamente diferente: es, en esencia, un cambio de la vida psíquica, pero un cambio que no va acompañado de ninguna desintegración de la vida mental. Determina una vida psíquica nueva, que se mantiene parcialmente accesible a la comprensión normal y que parcialmente le sigue siendo impenetrable. «Hay en el enfermo­dice Jaspers- ilusiones que él no somete a ninguna crítica. Estas ilusiones desempeñan un papel, y el enfermo asimismo tiene una manera propia de tomar posición con respecto a las fases agudas anteriores. Todo esto hace que se imponga nuestra conclusión: se trata de una alteración general de la personalidad y de la consciencia.»

Sin embargo, este desarrollo nuevo conserva caracteres típicos que es preciso distinguir en cada caso. Bleuler ha descrito algunos de esos tipos en sus estudios sobre la vida esquizofrénica. Mayer-Gross ha descrito otros y ha aportado algunas diferenciaciones: hay, dice, casos de dominio taimado y apenas perceptible de la enfermedad, casos en que la personalidad primitiva lucha por su continuidad, casos en que los estados nuevos son acogidos con un átono encogimiento de hombros, y casos en que, a la inversa, provocan un entusiasmo extraordinario.

Estas modificaciones psíquicas, causadas por procesos, son en principio definitivas.

Jaspers distingue, asimismo, unas modificaciones que están a medio camino entre la reacción y el proceso. Son aquellas que, a pesar de estar determinadas de manera puramente biológica y a pesar de no tener relación con las vivencias del enfermo, son sin embargo restaurables y dejan intacta la personalidad: tales son los accesos, las fases y los períodos, de los cuales encontramos ejemplos en tantas enfermedades mentales. Reiss ha estudiado la evolución de la personalidad en el curso de las fases maníacas.

En todos estos casos persiste una organización de la vida psíquica. Esta organización queda totalmente destruida en los procesos orgánicos groseros: las lesiones evolutivas del cerebro, a decir verdad, provocan trastornos mentales que de una auténtica psicosis no tienen más que el nombre. La observación nos muestra, en efecto, que a cada instante de su evolución intervienen alteraciones psíquicas siempre nuevas, heterogéneas entre sí, sin lazo estructural común.

En su primer trabajo, que es donde presentó estos conceptos, fundándolos en la observación comparada de cuatro casos de delirio de celos, Jaspers concluía con el cuadro siguiente:
Trabajos de lacan, de la psicosis paranoica
trabajos de lacan, de la psicosis paranoica
Cuatro casos de delirio de celos, agrupados de dos en dos, ilustran de manera notable esta concepción de la psicosis como un proceso, en oposición a las que la presentan como un desarrollo.

En los dos primeros casos aducidos, se pueden observar, según Jaspers, los rasgos clínicos siguientes:

1] Se trata ciertamente de personas un poco particulares, que dan muestras de terquedad son bastante excitables, sin que, no obstante, se las pueda distinguir le los miles y miles de personas que presentan los mismos rasgos.

2] El delirio de celos seguido muy pronto de ideas de persecución) se declara en un lapso relativamente corto, sin límites claros, pero que no va más allá de un año o algo así.

3] Esta formación delirante va acompañada de síntomas diversos: inquietud («¿no has oído nada?»); idea delirante de ser observado por los demás («están hablando en voz baja y se están burlando del asunto»); ilusiones de la memoria («las escamas se le están cayendo de los ojos»); síntomas somáticos interpretados («¿vértigo? ¿cefalea? ¿trastornos intestinales?»).

4] Estos enfermos saben relatar de manera muy expresiva las circunstancias de su envenenamiento y los estados aterradores que a él han seguido. No se tiene ningún punto de apoyo para afirmar la existencia de alucinaciones, si se somete este diagnóstico a la crítica conveniente, que lo hace tan raro [sic].

5]No se encuentra ninguna causa exterior para el estallido de todo el proceso (o sea, ni modificación alguna de las circunstancias de la vida, ni el más trivial accidente).

6] En el curso ulterior de la vida (observado siete años y ocho años en estos dos casos) no se encuentra ninguna adición de nuevas ideas delirantes, pero el sujeto conserva su delirio antiguo, no lo olvida; considera el contenido de ese delirio como la clave de su destino, y traduce su convicción mediante sus actos. Es posible y verosímil que se completen las ideas delirantes, pero esto se limita a antedatar ciertos sucesos en la época fatal relativamente corta y en los tiempos que la precedieron; y, si bien estos sucesos llegan a añadir algunos contenidos nuevos al delirio, nada nuevo aparece en su modo. El sujeto no es reticente.

7] La personalidad, en la medida en que se pueda juzgar del asunto, permanece sin alteraciones, y no se encuentra la menor traza de debilitamiento demencial (Verblödung). Hay un desajuste delirante que se puede concebir como localizado en un punto, y la personalidad antigua lo elabora racionalmente con sus sentimientos y sus instintos antiguos.

8] Estas personalidades presentan un complejo de síntomas que es posible asimilar a la hipomanía: consciencia de sí mismo que nunca falla, irritabilidad, tendencia a la cólera y al optimismo, disposiciones que a la menor oportunidad se invierten en su contrario: actividad incesante, alegría de emprender cosas.

Tal se presenta el delirio de celos que es condicionado por un .proceso. Este delirio está esencialmente caracterizado por la ruptura que representa en el desarrollo de la personalidad. La ruptura, a su vez, está constituida por la aportación de esa experiencia nueva, bastante corta por lo demás, a partir de la cual el desarrollo de la personalidad se prosigue de acuerdo con relaciones que vuelven a hacerse comprensibles.

Este proceso se opone radicalmente a los casos cuyos tipos son los otros dos ejemplos de Jaspers:

Aquí se trata de individuos cuyas tendencias celosas se remontan a la juventud. Jaspers señala la frecuencia de anomalías instintivas, particularmente sexuales. El cuadro delirante aparece de manera comprensible con ocasión de acontecimientos susceptibles, en efecto, de irritar la pasión del sujeto. Las ideas delirantes así aparecidas son reanimadas cada vez que se presentan nuevas ocasiones y, con el tiempo, se olvidan en parte y en parte se trasforman; lo único que persiste es la tendencia a explosiones nuevas cuando hay ocasiones apropiadas. Aquí no hay nada de ideas de persecución ni de envenenamiento; lo que si hay es una fuerte tendencia al disimulo.

Análisis como estos de Jaspers están marcados con el cuño de la mejor observación clínica, y nosotros mismos podríamos comunicar una observación notablemente conforme con el primer tipo descrito por él.

El interés teórico del concepto de proceso no es menor. Parece en efecto que permite establecer una oposición entre las formas de paranoia determinadas psicógenamente y un grupo de afecciones más emparentadas con las parafrenias. Y parece que una clasificación como ésa resulta en efecto más conforme a la naturaleza real de los mecanismos en juego, por poco precisa que se nos muestre todavía.

Westerterp, discípulo de Bouman, en un trabajo reciente, ha intentado sumar a ese grupo de paranoias no psicógenas todas las paranoias que se manifiestan en forma de delirio de persecución. Mientras que las demás formas del grupo kraepeliniano tienen, según Westerterp, una evolución en la que no se rompen nunca las relaciones de comprensión, y representan el desarrollo normal de una personalidad, el delirio de persecución se presenta siempre de manera distinta. En apoyo de sus palabras aporta el autor observaciones detalladas.

Westerterp insiste en la necesidad de un interrogatorio riguroso y detallado. Dice, en efecto, que si se deja que sea el enfermo quien exponga a su gusto el sistema del delirio, o, peor todavía, si se le sugiere esta sistematización, se deja escapar la verdadera evolución clínica. El interrogatorio deberá consagrarse de manera especialisima a precisar las experiencias iniciales que determinaron el delirio. El observador verá entonces que esas experiencias presentaron siempre, al principio, un carácter enigmático. El enfermo percibe «que algo en los acontecimientos le concierne a él, pero no entiende qué cosa es».

Es preciso no tomar por primitiva la explicación secundaria y tardía que el enfermo se da a si mismo de su persecución, explicación que, sin embargo, es tentador aceptar por su valor afectivo cuando el enfermo atribuye el origen de su persecución a una falta por él cometida.

Westerterp pone aquí en evidencia, de manera minuciosa, las trampas que le pone al observador la tendencia a querer comprenderlo todo; en algunos casos en que se ejerció la penetración psicológica demasiado hábil de investigadores que lo precedieron, detecta él con gran finura las fallas de armadura de esas explicaciones psicogénicas demasiado satisfactorias. Las encuestas sobre el carácter anterior del sujeto tienen que someterse igualmente a una critica minuciosa.

Westerterp resume así sus observaciones :

1] En un período circunscrito que los enfermos pueden delimitar bien, comienzan a aparecer los fenómenos patológicos en sujetos que en todo lo demás no presentaban nada de particular;

2] los enfermos creen notar una actitud hostil y un interés particular de parte de quienes los rodean, cosas que ellos sienten al principio como hechos extraños;

3] esta trasformación no está ligada ni indirectamente ni de manera comprensible a una experiencia para ellos significativa;

4] después de un breve lapso los enfermos encuentran una explicación, que los deja más o menos satisfechos, para. los fenómenos que describimos en el párrafo 2, en la idea delirante de estar siendo perseguidos por cierta categoría de seres humanos a causa de una acción precisa;

5] entonces, una fuerte desconfianza se hace cada vez más visible en el primer plano;

6] el delirio, nacido así secundariamente, permanece alimentado por la continuación de las manifestaciones del proceso, pero saca también de sí mismo interpretaciones comprensibles, como toda idea prevalente;

7] no existe ninguna alucinación.

Después de haber expuesto as¡, en la primera parte de nuestro trabajo, las diversas concepciones de los autores sobre las relaciones de la psicosis paranoica con el desarrollo de la personalidad, vamos ahora a presentar la nuestra, sobre la base de nuestras observaciones clínicas.

VI. El caso «Aimée» o la paranoia de autocastigo

VII. Presentación crítica, reducida a manera de apéndice, del método de una ciencia de la personalidad y de su alcance en el estudio de las psicosis