Obras de S.Freud: A propósito de un caso de neurosis obsesiva (1909) Del historial clínico (parte IV)

Del historial clínico

No poco le asombraba que justamente tales ocasiones bellas y arrobadoras lo esforzaran a
masturbarse. Pero yo, de estos dos ejemplos, no pude menos que poner de relieve, como el
rasgo común, la prohibición y el sobreponerse a un mandamiento.
Al mismo nexo pertenecía también su rara conducta en una época en que estudiaba para rendir
un examen y jugaba con esta fantasía, a que se aficionó: su padre aún vive y puede retornar en
cualquier momento. En esa época arreglaba las cosas para estudiar en las horas más tardías
de la noche. Entre las 12 y la 1 suspendía, abría la puerta que daba al zaguán de la casa como
si el padre estuviera frente a ella, y luego, tras regresar, contemplaba en el espejo del vestíbulo
su pene desnudo. Este loco accionar {Treiben; «pulsionar»} se vuelve entendible bajo la
premisa de que se comportaba como si esperara la visita del padre a la hora de los espectros.
En vida de él, había sido un estudiante más bien perezoso, por lo cual el padre se había
mortificado a menudo. Ahora debía alegrarse si retornaba como espectro y lo encontraba
estudiando. En cuanto a la otra parte de su obrar, era imposible que alegrara a su padre; con
ella, pues, lo desafiaba. Así, dentro de una acción obsesiva no entendida, daba expresión uno junto al otro a los dos lados de su relación con el padre, de un modo semejante a como lo hiciera, respecto de la dama amada, en la posterior acción obsesiva de la piedra en la calle.
Apoyado en este y parecidos indicios, me atreví a formular una construcción: de niño, a la edad
de 6 años, él ha cometido algún desaguisado sexual entramado con el onanismo, y recibió del
padre una sensible reprimenda. Este castigo habría puesto fin al onanismo, sí, pero por otra
parte dejó como secuela una inquina inextinguible contra el padre y fijó para todos los tiempos
su papel como perturbador del goce sexual. Para mi gran asombro, el paciente
informó entonces que su madre le había contado repetidas veces un suceso así de su primera
infancia, y evidentemente no había caído en el olvido porque se anudaban al suceso cosas bien
singulares. Pero su propio recuerdo no sabía nada de eso. Ahora bien, he aquí el relato: Cuando
él era todavía muy pequeño -la datación precisa se pudo obtener, además, por su coincidencia
con la enfermedad mortal de una hermana mayor, debe de haber emprendido algo enojoso, por
lo cual el padre le pegó. Y entonces el pilluelo fue presa de una ira terrible e insultaba todavía
bajo los golpes del padre. Pero como aún no conocía palabras insultantes, recurrió a todos los
nombres de objetos que se le iban ocurriendo, y decía: «¡Eh, tú, lámpara, pañuelo, plato!», etc.
El padre, sacudido, cesó de pegarle y expresó: «¡Este chico será un gran hombre o un gran
criminal! ».
El opina que la impresión de esta escena debe de haber sido de duradera eficacia tanto para él
como para el padre. Este nunca más le pegó; pero él mismo deriva una pieza de su alteración
de carácter de esa vivencia. Por angustia ante la magnitud de su propia ira se volvió cobarde
desde entonces. Por lo demás, durante toda su vida tuvo una angustia terrible a los golpes, y se
escondía lleno de horror e indignación cuando pegaban a alguno de sus hermanitos.
Una renovada averiguación [del paciente] ante la madre trajo, aparte de la confirmación de ese
relato, la noticia de que él tenía entonces entre 3 y 4 años y mereció el castigo por haber
mordido a alguien. Tampoco la madre recordaba nada más preciso; muy insegura, creía que la
persona lastimada por el pequeño pudo ser la niñera; en la comunicación de la madre, ni hablar
de un carácter sexual del delito.
Remito a la nota de pie de página para el examen de esta escena infantil; aquí consignaré que
en virtud de su emergencia empezó a ceder el rehusamiento del paciente a creer en una ira
adquirida en la prehistoria, y devenida luego latente, contra el padre amado. Sólo que yo había
esperado un efecto más intenso, pues este episodio le había sido relatado tan a menudo, aun
por el padre mismo, que su realidad objetiva no estaba expuesta a ninguna duda. Con una
aptitud para torcer la lógica que en los muy inteligentes enfermos obsesivos nos produce.
siempre suma extrañeza, argumentaba una y otra vez, contra la fuerza probatoria de ese relato,
que él mismo, empero, no se acordaba. Entonces, sólo por el doloroso camino de la
trasferencia pudo adquirir el convencimiento de que su relación con el padre exigía real y
efectivamente aquel complemento inconciente. Pronto le sucedió, en sus sueños, fantasías
diurnas y ocurrencias, insultarme a mí y a los míos de la manera más grosera y cochina, no
obstante que en su conducta deliberada me testimoniaba siempre el mayor respeto. Durante la
comunicación de esos insultos, su comportamiento era el de un desesperado. «¿Cómo es
posible, profesor, que usted se deje insultar por un tipo puerco, por un perdido como yo? Usted
tiene que echarme fuera; no merezco otra cosa». Y al hablar así solía levantarse del diván y
pasearse por la habitación. Como motivo para esto adujo al comienzo una fineza: no soportaba
decir cosas tan crueles yaciendo él ahí, cómodamente. Sin embargo, pronto él mismo
descubrió la explicación más certera: se sustraía de mi proximidad por angustia de que yo le
pegara. Si permanecía sentado, se comportaba como uno que, presa de una angustia
desesperada, quiere protegerse de una azotaina desmesurada; se tomaba la cabeza entre las
manos, cubría su rostro con los brazos, escapaba de pronto con el rostro crispado por el dolor,
etc. Recordaba que su padre había sido colérico y en su violencia muchas veces ya no sabía
hasta dónde era lícito llegar. En tal escuela de padecer, mi paciente adquirió poco a poco el
convencimiento que le faltaba, y que a cualquier otro, no personalmente envuelto, le habría
parecido evidente; pero así quedaba expedito el camino para resolver la representación de las
ratas. Entonces, en el apogeo de la cura, se volvió disponible para establecer ese nexo una
plétora de comunicaciones sobre detalles de hecho, hasta entonces retenidas.
En la exposición de tales detalles, como lo he anunciado ya, abreviaré y resumiré al máximo. El
primer enigma era, evidentemente, por qué los dos dichos del capitán checo, el cuento sobre
las ratas y su reclamación de devolver el dinero al teniente primero A, le provocaron tanta
emoción y reacciones patológicas tan violentas. Cabía suponer la presencia aquí de una
«sensibilidad de complejo» o sea, que por aquellos dichos habían sido tocados
ásperamente unos lugares hiperestésicos de su inconciente. Y así era; él se encontraba, como
siempre le ocurría en el terreno de lo militar, dentro de una identificación inconciente con el
padre, que había prestado servicios durante muchos años y solía contar muchas cosas de su
época de soldado. Y entonces, la casualidad, que puede cooperar en la formación de síntoma
como lo hace el texto en el chiste, permitió que una pequeña aventura del padre tuviera un
importante elemento en común con la reclamación del capitán. Una vez, el padre había perdido
en el juego de naipes (Spielratte) una pequeña suma de dinero de la que podía disponer en
su condición de suboficial, y las habría pasado muy mal de no prestarle ese dinero un
camarada. Después de abandonar el servicio y alcanzar una posición desahogada, buscó a ese
camarada generoso para devolverle el dinero, pero nunca más lo encontró. Nuestro paciente no
estaba seguro de que la devolución se hubiera producido alguna vez; el recuerdo de este
pecado de juventud de su padre le resultaba penoso, siendo que su inconciente rebosaba de
reclamaciones hostiles al carácter de aquel. Las palabras del capitán: «Tienes que devolver las
3,80 coronas al teniente primero A.», le sonaron como una alusión a la deuda impaga del padre.
Ahora bien, la comunicación de que la empleada de la estafeta postal en Z. había saldado el
rembolso por sí misma, con algunas palabras lisonjeras para él, reforzó la identificación
con el padre en otro campo. El paciente agregó ahora, con posterioridad {nachtragen}, que en el
lugar donde se encontraba la estafeta postal, la bonita hija del posadero había mostrado mucha
solicitud al joven y bien ataviado oficial, de suerte que él podía atreverse a volver allí, concluidas
las maniobras, para procurar suerte con la muchacha. Pero en la empleada de la estafeta
postal le había nacido una competidora; como el padre en su novela matrimonial, él podía vacilar
en cuanto a saber a cuál de las dos otorgaría sus favores terminado el servicio militar. De golpe
notamos que no eran tan carentes de sentido como al comienzo hubieron de parecernos su
irresolución sobre si debía viajar a Viena o regresar hasta el lugar de la estafeta postal, y sus
continuas tentaciones, durante el viaje, de dar la vuelta en sentido inverso. Para su pensar
despierto, la atracción del lugar Z., donde se hallaba la estafeta postal, estaba motivada por la
necesidad de cumplir allí su juramento con ayuda del teniente primero A. En la realidad efectiva,
el objeto de su añoranza era la empleada de la estafeta, que se hallaba en ese mismo sitio, y el
teniente primero no era más que un buen sustituto de ella, pues había vivido en el mismo
lugar y tenido a su cargo el servicio del correo militar. Cuando luego se enteró de que ese día no
fue el teniente primero A., sino otro oficial B., quien había estado en funciones en la estafeta
postal, incluyó también a este en su combinación, y entonces pudo repetir, en el delirio con los
dos oficiales, su vacilación entre las dos muchachas que le habían mostrado deferencia*.

* Después que el paciente lo hubo hecho todo para enredar el pequeño episodio de la devolución del rembolso por los quevedos, quizá mí exposición tampoco consiguió volverlo trasparente por completo. Por eso reproduzco aquí un pequeño diagrama mediante el cual mis traductores {al inglés}, el señor y ¡a señora Strachey, quisieron ilustrar la situación existente al terminar las maniobras militares.
Ellos hicieron notar, con razón, que el comportamiento del paciente sigue siendo ininteligible mientras no se con signe de manera expresa que el teniente primero A. había vivido antes en el lugar de la estafeta postal Z. y estaba encargado ahí del correo militar, pero en los últimos días había cedido ese cargo al teniente primero B., y había sido trasladado a otra aldea. Ahora bien, el «capitán cruel» no conocía esos cambios, de ahí su error sobre la devolución del rembolso al teniente primero A. [El diagrama original, tal como figura en las ediciones alemanas de 1924 en adelante, era por desgracia totalmente incongruente con algunos de los pormenores que se presentan en el historial clínico. En consecuencia, para la presente edición se dibujó uno enteramente nuevo, teniendo en cuenta además el material de los «Apuntes originales».]

obras de Freud, neurosis obsesiva
Para esclarecer los efectos que partían del relato que sobre las ratas le hizo el capitán,
debemos mantenernos más ceñidos al curso del análisis. Al comienzo se obtuvo una plétora
extraordinaria de material asociativo sin que por el momento la situación de la formación obsesiva se volviera más trasparente. La representación del castigo consumado con las ratas había estimulado cierto número de pulsiones, despertado una multitud de recuerdos, y por eso las ratas, en el breve intervalo entre el relato del capitán y su reclamación de devolver el dinero,
habían adquirido una serie de significados simbólicos, a los que se fueron agregando de
continuo otros nuevos en el tiempo que siguió. Es imposible que mi informe no aparezca muy
incompleto. El castigo de las ratas despabiló sobre todo al erotismo anal, que en su infancia
había desempeñado considerable papel y se había mantenido durante años por un estímulo
constante debido a los gusanos {lombrices intestinales}. Así, las ratas llegaron al significado de
«dinero» nexo señalado al ocurrírsele al paciente, para «ratas» {«Ratten»}, «cuotas»
{«Raten»}. En sus delirios obsesivos {Zwangsdelirien}, él se había instituido una formal moneda
de ratas; por ejemplo, cuando, preguntado por él, yo le comuniqué el precio de la hora de
tratamiento, eso dijo {es heisst} en él algo de lo cual me enteré seis meses más tarde: «Tantos
florines, tantas ratas». A esta lengua fue traspuesto poco a poco todo el complejo de los
intereses monetarios que se anudaban a la herencia del padre; vale decir, todas las
representaciones a él pertinentes fueron asentadas, a través de este puente de palabras
cuotas-ratas, en lo obsesivo, y arrojadas a lo inconciente. Este significado de dinero de las ratas
se apoyó, además, en la reclamación del capitán a devolver el monto del rembolso; ello sucedió
con ayuda de la palabra-puente «Spielratte», desde la cual se descubría el acceso hacia la
prevaricación de juego de su padre.
Ahora bien, la rata era consabida, además, como portadora de peligrosas infecciones, y por eso
pudo ser empleada como símbolo de la angustia ante la infección sifilítica, tan justificada en el
militar, tras lo cual se escondían toda clase de dudas sobre la conducta del padre mientras
estuvo en el servicio de las armas. En otro sentido: portador de la infección sifilítica era el pene
mismo, y así la rata devino el miembro de la generación, para cuya acepción podía invocar aún
otro título. El pene, en particular el del niño pequeño, puede ser descrito sin más como un
gusano, y en el cuento del capitán las ratas cavaban en el ano como en su infancia lo hacían los
grandes gusanos. Así, el significado de «pene» de las ratas descansaba a su vez en el erotismo
anal. La rata es, por lo demás, un animal roñoso que se alimenta de excrementos y vive en
cloacas. Huelga consignar cuán grande extensión fue capaz de cobrar mediante
este significado nuevo. «Tantas ratas, tantos florines» pudo, por ejemplo, valer como una
certera caracterización de un oficio femenino muy aborrecido. En cambio, no es nada
indiferente que el trueque de la rata por el pene en el cuento del capitán diera por resultado una
situación de comercio per anum, que dentro de su referencia a padre y amada no podía menos
que parecerle particularmente repugnante. Y como además dicha situación reafloró en la
amenaza obsesiva que se plasmó en él tras la reclamación del capitán, esto recuerda de
manera inequívoca a ciertas maldiciones usuales entre los eslavos del Sur.
Todo este material, y aun más, se ordenaba, en la ocurrencia encubridora «heiraten»
{«casarse»}, en la ensambladura de la discusión en torno de las ratas.
Que el cuento sobre el castigo de las ratas alborotó en nuestro paciente toda clase de
mociones de una crueldad egoísta y sexual, sofocadas prematuramente, he ahí algo de que
dieron testimonio la descripción que él hizo y su mímica al repetir el cuento. Sin embargo, en
desafío a todo este rico material, durante largo tiempo no se hizo luz alguna sobre el significado
de su idea obsesiva, hasta que un día apareció la Damisela de las Ratas, de Pequeño Eyolf, de
lbsen, y se volvió irrefutable la conclusión de que en muchas configuraciones de sus delirios
obsesivos las ratas significaban también hijos. Cuando se investigó la génesis
de este nuevo significado, se tropezó enseguida con las más antiguas y sustantivas raíces.
Cierta vez que estaba visitando la tumba de su padre había visto un animal grande, que tuvo por
una rata, correteando por el túmulo. Supuso que vendría de la tumba de su
padre y acababa de darse un banquete con su cadáver. Es inseparable de la representación de
la rata que ella roe y muerde con sus afilados dientes; ahora bien, la rata no es
mordedora, voraz y roñosa sin castigo, sino que, como él lo había visto a menudo con horror, es
cruelmente perseguida por los hombres, y aplastada sin piedad. Frecuentemente había sentido
compasión de esas pobres ratas. Y él mismo era un tipejo así de asqueroso y roñoso, que en la
ira podía morder a los demás y ser por eso azotado terriblemente. Real y efectivamente podía
hallar en la rata «la viva imagen de sí mismo». En el cuento del capitán, el destino le había
convocado, por así decir, una palabra-estímulo de complejo, y él no dejó de reaccionar frente a ella con su idea obsesiva.
Ratas eran entonces hijos, según las experiencias de él más tempranas y grávidas en
consecuencias. Y en ese punto aportó una comunicación que durante un tiempo harto largo
había mantenido alejada del nexo, pero que ahora esclarecía por completo el interés que debió
de tener por los hijos. La dama a quien admiró durante tantos años, a pesar de lo cual no se
podía decidir a casarse {heirateh} con ella, estaba condenada a no tener hijos a consecuencia
de una operación ginecológica, la extirpación de ambos ovarios; y aun era esto para él, que
amaba extraordinariamente a los niños, la principal razón de sus vacilaciones.
Sólo entonces se pudo comprender el proceso incomprensible ocurrido en la formación de su idea obsesiva; con el auxilio de las teorías sexuales infantiles y del simbolismo que conocemos por la interpretación de los sueños, todo pudo traducirse con arreglo a sentido. Cuando en aquel alto a la siesta en que se vio despojado de sus quevedos el capitán contó sobre el castigo de las ratas, primero sólo lo sobrecogió el carácter de cruel concupiscencia de la situación representada. Pero enseguida se estableció la conexión con aquella escena infantil en que él mismo había mordido; el capitán, capaz de abogar por tales castigos, se le situó en el lugar del padre y atrajo sobre sí una parte del retornante encono que en aquel tiempo se había sublevado contra el padre cruel. La idea que le añoró fugitiva -que podía sucederle algo parecido a una persona por él amada- se traduciría mediante esta moción de deseo: «A ti habría que hacerte algo así», moción dirigida al que hizo el cuento, pero tras él, sin duda, al padre. Cu ando un día y medio después el capitán le alcanza el paquete llegado por contrarrembolso y le reclama devolver las 3,80 coronas al teniente primero A., él ya sabe que el «jefe cruel» se equivoca y que su deuda es sólo con la señorita encargada de la estafeta postal. Para él lo natural es una respuesta como: «¡Bah! ¡Qué cosas se te ocurren!» o «¡Sí, cualquier día! ¡Un cuerno le devolveré a él el dinero!», respuestas que no habría estado forzado a declarar. Pero desde el complejo paterno, revuelto entretanto, y desde el recuerdo de aquella escena infantil, se le plasma esta respuesta: «Sí, devolveré el dinero a A. si mi padre y mi amada tienen hijos», o
«Tan cierto como que mi padre y la dama -Pueden tener hijos, devolveré el dinero a él». Vale
decir, una afirmación solemne anudada a una condición absurda, incumplible.
Ahora bien, así se había cometido el crimen, la blasfemia de él contra las dos personas que le
eran más caras, padre y amada; esto pedía un castigo, y la punición consistió en imponerse un
juramento imposible de cumplir, que promulgaba el texto de la obediencia al injustificado
reclamo de su superior: «Ahora tienes que devolver realmente el dinero a A.». En una
obediencia convulsiva él reprimió {suplantó} su mejor saber de que el capitán fundaba su
reclamación en una premisa errónea: «Sí, tienes que devolver el dinero a A., como lo ha exigido
el subrogado del padre. El padre no se puede equivocar». Tampoco la majestad se puede
equivocar, y si se ha dirigido a un súbdito atribuyéndole un título que no le corresponde, el
súbdito lleva en lo sucesivo ese título.
De este proceso llega a su conciencia sólo una noticia borrosa, pero la sublevación contra el
mandamiento del capitán y el vuelco hacia lo contrarío están por cierto subrogados en su
conciencia. (Primero, no devolver el dinero, de lo contrario sucede aquello… [el castigo de las
ratas] y luego la mudanza en la orden juramentada contraria como castigo por la
sublevación.
Es preciso todavía tener presente la constelación en que hubo de formarse la gran idea obsesiva. En virtud de una prolongada abstinencia, así como de la amistosa solicitud con que el oficial joven puede contar entre las mujeres, él había devenido libidinos o, y además de ello había entrado, para las maniobras, en cierta enajenación respecto de su dama. Este acrecentamiento libidinal lo inclinó a retomar la lucha antigua y primordial contra la autoridad del padre, y osó pensar en una satisfacción sexual con otras mujeres. La duda en la feliz memoria que guardaba de su padre y los reparos contra el valor de la amada se habían acrecentado; en tal estado de ánimo, se dejó arrastrar a la blasfemia contra ambos, y luego se castigó por ello. Repetía de ese modo un viejo arquetipo. Cuando, concluidas las maniobras, vaciló tanto tiempo sobre si viajaría a Viena o permanecería para cumplir el juramento, lo que en verdad hacía era figurar en una unidad los dos conflictos que desde siempre lo habían movido: si debía obedecer al padre y si debía permanecer fiel a la amada.
Añadiré algunas palabras sobre la interpretación del contenido de la sanción: «de lo contrario se
consumará en ambas personas el castigo de las ratas». Descansa en la vigencia de dos
teorías sexuales infantiles sobre las cuales he dado noticia en otro lugar. La
primera de estas teorías consiste en que los hijos salen por el ano; la segunda argumenta de
manera consecuente con la posibilidad de que los varones puedan tener hijos lo mismo que las
mujeres. De acuerdo con las reglas técnicas de la interpretación de los sueños, el
salir-del-intestino puede ser figurado por su opuesto, un introducirse-en-el-intestino (como en el
castigo de las ratas), y a la inversa.
Por cierto que no es lícito esperar soluciones más simples, o que recurran a otros medios, para ideas obsesivas tan graves. Con la que nosotros obtuvimos quedó eliminado el delirio de las ratas.

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