Obras de S. Freud: Determinismo, creencia en el azar y superstición: puntos de vista (segunda parte)

Psicopatología de la vida cotidiana: Determinismo, creencia en el azar y superstición: puntos de vista

4. (1) Tampoco la elección de los llamados «números predilectos» carece de nexos
con la vida de la persona en cuestión, ni deja de tener cierto interés psicológico. Un hombre que confiesa particular predilección por los números 17 y 19, tras meditar un poco supo indicar que a los 17 aflos llegó a la universidad y así consiguió la libertad académica ansiada por él desde mucho tiempo atrás, y a los 19 años hizo su primer gran viaje y poco después su primer
descubrimiento científico. Pero la fijación de esa preferencia sólo se produjo dos lustros
después, cuando esos mismos números alcanzaron significatividad para su vida amorosa.
-También números que uno usa con particular frecuencia en cierto contexto, aparentemente
llevado por el libre albedrío, admiten ser reconducidos mediante el análisis a un sentido
inesperado. Así, a uno de mis pacientes le resultó llamativa un día su costumbre de afirmar,
malhumorado: «Ya te lo he dicho de 17 a 36 veces», y se preguntó si habría también una
motivación para ello. Enseguida se le ocurrió que había nacido un día 27, y en cambio su
hermano menor un día 26, y tenía razones para quejarse de que el destino le robara tantos
dones de la vida para dárselos a ese hermano menor. Figuraba entonces este favoritismo del
destino restando lo de su día de nacimiento y sumándolos al de su hermano. «Aunque soy el
mayor, me han reducido así».
5. (2) Me demoraré un poco más en los análisis de ocurrencias de un número, pues
no conozco otras observaciones que prueben de manera tan terminante la existencia de
procesos de pensamiento en extremo complejos,’ de los cuales la conciencia carece de toda
noticia, y, por otra parte, tampoco conozco un ejemplo mejor de análisis en que quede eliminada
con tanta certeza la colaboración que se suele achacar al médico (la sugestión). Por eso
comunicaré, de uno de mis pacientes, y con su consentimiento, la ocurrencia que él tuvo
acerca de un número. Sólo necesito indicar que era el menor de una larga serie de hijos y que
siendo muy joven había perdido a su admirado padre. Encontrándose de un talante
particularmente alegre, se le ocurre el número 426718, y se pregunta: «Bueno; ¿qué se me
ocurre sobre esto? Primero, un chiste que he oído: «Si un resfriado recibe tratamiento médico,
dura 42 días; pero si lo pasa sin tratarlo, sólo dura 6 semanas»». Esto corresponde a las
prímeras cifras del número (42 = 6 X 7). En la parálisis que le sobreviene tras esta primera
solución, le hago notar que el número por él escogido, de seis cifras, contiene los primeros
dígitos salvo el 3 y el 5. Descubre enseguida por dónde sigue la interpretación. «Somos 7
hermanos, y yo soy el menor; el 3 corresponde, en la serie de los hijos, a mi hermana A.; el 5, a
mi hermano L., y ambos eran mis enemigos. De niño, solía rogar a Dios todas las noches que
llamara a su lado a estos dos espíritus que me martirizaban. Paréceme ahora que por mí
mismo me cumplo aquí ese deseo; 3 y 5, el hermano malo y la hermana odiada, son pasados
por alto». – Pero si el número significa la serie de sus hermanos, ¿qué quiere decir el 18 del
final? Porque ustedes sólo eran 7. – «A menudo he pensado que si mi padre hubiera vivido más,
no habría quedado yo como el menor de los hijos. De haber llegado 1 más, habríamos sido 8, y
yo habría tenido un niño más pequeño detrás de mí, frente a quien hacer el papel del mayor».
Así quedaba esclarecido el número, pero aún debíamos establecer el nexo entre el primer
fragmento de la interpretacíón y el siguiente. Fue fácil averiguarlo a partir de la oración
condicional requerida para las últimas cifras: «Si mi padre hubiera vivido más … ». Es que 42 =
6 X 7 significaba burlarse de los médicos que no habían sido capaces de auxiliar al padre, y bajo
esta forma expresaba el deseo de que el padre siguiera con vida. El número íntegro [426718]
correspondía, en verdad, al cumplimiento de sus deseos infantiles con respecto a su núcleo
familiar; es decir, que los dos hermanitos malos murieran y que un nuevo hermanito llegara
después que él, o, expresado más sucintamente: «¡Ojalá se hubieran muerto esos dos en lugar
del padre querido! ». (3)
6. (4) Un pequeño ejemplo tomado de mi correspondencia. Un director de telégrafos
de L. escribe que su hijo de 181/2 años quiere estudiar medicina; ya ha comenzado a
interesarse por la psicopatología de la vida cotidiana y hace experimentos con sus padres para
convencerse de lo correcto de mis concepciones. Reproduzco a continuación uno de los
experimentos por él realizados, sin pronunciarme sobre la discusión conexa.
«Mi hijo dialoga con mi mujer acerca de la llamada «casualidad», y le explica que ninguna
canción o cifra que a ella se le ocurran será elegida realmente «al azar». Se desarrolla entonces
la siguiente plática. Hijo: ‘Time un número cualquiera». – Madre: «79». – Hijo: «¿Qué se te ocurre
acerca de él?». Madre: «Pienso en el lindo sombrero que miré ayer». Hijo: «¿Cuánto costaba?».
Madre: «158 marcos». Hijo: «Ahí lo tenemos: 158 / 2 = 79. El sombrero te pareció demasiado
caro y sin duda pensaste: ‘Si costara la mitad, lo compraría’ «.
»Contra estas puntualizaciones de mi hijo elevé ante todo la objeción de que, en general, las
damas no saben calcular bien, y que sin duda su madre no había establecido con claridad que
79 era la mitad de 158. Y que entonces su teoría presuponía el hecho, bastante improbable, de
que la subconciencia calcula mejor que la conciencia normal. «De ninguna manera -me respondió-; suponiendo que mamá no haya hecho el cálculo 158 / 2 = 79, muy bien puede haber
visto esa igualdad en alguna oportunidad; y hasta puede haberse ocupado del sombrero durante
el sueño, y ahí establecer con claridad cuánto costaría si sólo valiera la mitad»».
7. (5) Tomo de Jones (6) otro análisis de número. Un caballero conocido de él
tuvo por ocurrencia el número 986, y lo desafió entonces a entramarlo con alguna cosa que él
llegara a pensar. «Recurriendo al método de asociación libre, lo primero que se le ocurrió fue un
recuerdo que antes no le había venido a la mente. Seis años atrás, el día más caluroso de que
tuviera memoria, un periódico informó que el termómetro había marcado 986 grados Fabrenheit,
evidentemente una exageración grotesca de 981 grados. Durante la plática estábamos
sentados frente al hogar, donde ardía un intenso fuego, del cual él se alejó señalando,
probablemente con razón, que el gran calor le había traído ese recuerdo. Pero yo estaba
intrigado por saber el motivo por el cual le había quedado grabado con tanta firmeza ese
recuerdo, que la mayoría de las personas habrían echado en el olvido, a menos que estuviera
asociado a alguna otra vivencia más significativa. Refirió haberse reído a rabiar con aquella
chanza, y siempre que tornaba a pasársele por la mente lo volvía a divertir. Pero como yo no la
encontraba tan graciosa, esto no hizo sino reforzar mi expectativa de hallar detrás algo más. Su
siguiente pensamiento fue que la representación del calor siempre significó mucho para él. Dijo
que el calor es lo más importante en el mundo, la fuente de toda vida, etc. Semejante actitud en
un joven tan prosaico en todo lo demás exigía forzosamente una explicación; le rogué que
siguiera con sus asociaciones. Su siguiente ocurrencia fue la chimenea de una fábrica, que
podía ver desde su dormitorio. Al anochecer solía quedarse con la mirada fija en el humo y el
fuego que de ahí salía, reflexionando sobre el lamentable despilfarro de energía. Calor, fuego, la
fuente de toda vida, el despilfarro de energía desde un alto tubo hueco … No era difícil colegir
desde estas asociaciones que las representaciones del calor y el fuego estaban enlazadas en
él con la del amor, como es tan común en el pensar simbólico, y que había presente un fuerte
complejo de masturbación. El confirmó mi conjetura».
Quien quiera recoger (7) una cabal impresión sobre la manera en que el material de los
números es procesado dentro del pensar inconciente, puede remitirse a los trabajos de Jung y
de Jones. (8)
En análisis propios de esta índole, dos cosas me lian llamado sobre todo la atención: en primer
lugar, la seguridad directamente sonámbula con que me lanzo hacia la nieta para mí
desconocida y me enfrasco en unas ilaciones de pensamientos aritméticos que de pronto
recalan en el número buscado, y la rapidez con que se consuma ese trabajo de repaso
{Nacharbeit}; en segundo lugar, la circunstancia de que los números de mi pensar inconciente
se ofrezcan tan prestos, no obstante ser yo un mil calculador y tener la mayor dificultad para
conservar concientemente años, números de direcciones y cosas similares. Por otra parte, en
estas operaciones inconcientes con números descubro una inclinación a la superstición, cuyo
origen siguió siendo durante largo tiempo extraño para mí. (9)
No nos sorprenderá hallar (10) que no sólo números, sino también ocurrencias de palabras de
otro tenor, por regla general prueban, tras la indagación analítica, estar bien determinadas.
8. Un buen ejemplo de derivación de una palabra obsedente (o sea, persecutoría) hallamos en
Jung (11): «Una dama me contó que desde unos días atrás le venía a los labios de continuo la
palabra «Tagantog» (12), sin que ella supiera de dónde. Inquirí a la dama por los sucesos
teflidos de afecto y los deseos reprimidos de sui pasado reciente. Tras alguna vacilación, me
informó que a ella le gustaba mucho una «Morgenrock» {«bata mañanera’% pero su marido no
tomaba el deseado interés. «Morgenrock: Tag-an-rock» {«bata mañanera: traje-de-día»}; se ve el
parcial parentesco de sentido y de sonido. La determinación de la forma rusa proviene de que
por esa misma época la dama había conocido a una personalidad de Taganrog».
9. Al doctor E. Hitschmann debo la resolución de otro caso en que, estando una persona en
determinado lugar, un verso se le impuso repetidamente como ocurrencia sin que se divisaran
su origen ni sus nexos.
«Relato del doctor en jurisprudencia E.: Hace seis años viajaba de Biarritz a San Sebastián. La
línea ferroviaria pasa por el río Bidasoa, que aquí es limítrofe entre Francia y España. Sobre el
puente se ve un hermoso paisaje; de un lado, un ancho valle y los Pirineos; del otro, la lejanía
del mar. Era un bello y resplandeciente día de verano, todo inundado de sol y de luz; iba yo en
viaje de vacaciones, me alegraba llegar a España … y se me ocurrieron los versos:
«¡Ah!, ya está libre el alma,
vuela por el mar de luz».
»Recuerdo que en ese momento me puse a pensar de dónde eran los versos, y no lo pude
desentrañar; por su ritmo, esas palabras debían de provenir de un poema, pero este escapaba
por completo de mi recuerdo. Creo haber preguntado luego a varias personas, después que
repetidas veces los versos me volvieron a pasar por la mente, sin poder averiguar nada de
cierto. ,
»El año pasado, de regreso de una excursión a España, viajaba por la misma línea ferroviaria.
La noche era una boca de lobo, y llovía. Yo miraba por la ventanilla para ver si nos
aproximábamos a la estación fronteriza, y advertí que ya estábamos sobre el puente del
Bidasoa. Enseguida me acudieron a la memoria los versos ya citados, y tampoco esta vez pude
acordarme de su origen.
»Varios meses después, en casa, cayeron en mis manos los poemas de Uliland. Abrí el
volumen, y mi mirada dio con estos versos: «¡Ah!, ya está libre el alma, vuela por el mar de luz»,
que cierran el poema «Der Waller» {El peregrino}. Lo leí entero, y muy oscuramente recordé
haberlo conocido aflos atrás. La acción tiene por escenario a Espafia, y me pareció ser este el
único vínculo con el sitio descrito de la línea ferroviaria. Quedé sólo a medias satisfecho con mi
descubrimiento, y seguí hojeando mecánicamente el libro. Los versos » ¡Ah!, ya está libre. . . «,
etc., eran los últimos de una página. Al dar vuelta la hoja, me encontré con una poesía cuyo
título era «Die Bidassoabrücke» {El puente sobre el Bidasoa}.
»Agregaré que el contenido de este último poema me pareció casi más ajeno que el del primero, y que sus versos iníciales rezaban:
«Sobre el puente del Bidasoa se yergue un santo anciano,
a derecha bendice los montes de España,
y bendice a izquierda el país de Francia»».
B. (13) Esta intelección del determinismo de unos nombres y números en apariencia
elegidos por libre albedrío acaso contribuya a esclarecer otro problema. Como es notorio, muchas personas invocan, contra el supuesto de un total determinismo psíquíco, un particular sentimiento de convicción en favor de la existencia de una voluntad libre (14). Este sentimiento de convicción existe, y no cede a la creencia en el determinismo. Como sucede con todos los sentimientos normales, es fuerza que tenga una justificación. Ahora bien, hasta donde yo he podido observarlo, no se exterioriza a raíz de las grandes e importantes decisiones de la
voluntad; en estas oportunidades, se tiene más bien la sensación de la compulsión psíquica y
de buena gana se la invoca («A esto me atengo, otra cosa no puedo») (15). En
cambio, en las decisiones triviales e indiferentes uno preferiría asegurar que igualmente habría
podido obrar de otro modo, que uno ha actuado por una voluntad libre, no motivada. Pues bien;
de acuerdo con nuestros análisis, no hace falta cuestionar la legitimidad del sentimiento de
convicción de la voluntad libre. Si uno introduce el distingo entre tina motivación desde lo
concíente y una motivación desde lo inconciente, ese sentimiento de convicción nos anotícia de
que la motivación conciente no se extiende a todas nuestras decisiones motrices. «Miníma non
curat praetor» (16). Pero lo que así se deja libre desde un lado, recibe su motivación desde otro
lado, desde lo inconciente, y de este modo se verifica sin lagunas el determinísmo en el interior
de lo psíquico (17).
C. Aunque, por la índole de la situación, es imposible que el pensar concíente tenga noticia de la
motivación de las operaciones fallidas a que nos referimos, sería deseable descubrir una
prueba psicológica de la existencia de esa motivación; y aun es probable, por razones
dimanadas de un conocimiento más preciso de lo inconciente, que tales pruebas se descubran
en alguna parte, Y, efectivamente, en dos ámbitos se pueden descubrir fenómenos que parecen
corresponder a una noticia inconciente, y por eso.desplazada {descentrada}, de esta
motivación:
a. Un rasgo llamativo y universalmente señalado en la conducta de los paranoicos es que
otorgan la máxima significación a los pequeños detalles, en que ordinariamente no reparamos,
del comportamiento de los demás; de ellos extraen interpretaciones y las convierten en base de
unos extensos razonamientos. Por ejemplo, el último paranoico que examiné infería que todos
cuantos lo rodeaban se habían puesto de acuerdo, pues en la estación, cuando él partía de
viaje, habían hecho cierto movimiento con la mano. Otro tomaba nota de la manera de andar la
gente por la calle, cómo manejaban el bastón, etc (18).
Vale decir que el paranoico desestima, en su aplicación a las exteriorizaciones psíquicas de los
demás, la categoría de lo contingente, de lo que no exige motivación, que el hombre normal
considera una parte de sus propias operaciones psíquícas y actos fallidos. Todo cuanto nota en
los otros es significativo, todo es interpretable. ¿Cómo llega a esto? Probablemente -aquí como
en tantísimos casos parecidos- proyectando a la vida anímica de los demás lo que
inconcientemente está presente en la suya propia. En la paranoia, esfuerza su paso hasta la
conciencia mucho de aquello cuya presencia inconciente en normales y neuróticos sólo por medio del psicoanálisis se puede demostrar (19). Entonces, en cierto sentido el
paranoico tiene razón en esto; discierne algo que al normal se le escapa, su visión es más
aguda que la capacidad de pensar normal, pero el desplazamiento sobre los otros del estado de
cosas así discernido quita validez a su discernimiento. Por eso, no se espere de mí que
justifique las diversas interpretaciones paranoicas. Sin embargo, la parte de justificación que
concedemos a la paranoia con esta concepción nuestra de las acciones casuales nos facilitará el entendimiento psicológico del sentimiento de convicción que, en el paranoico, se anuda a todas estas interpretaciones. Es que hay algo verdadero en ello (20); del mismo modo adquieren el sentimiento de convicción que les es inherente aquellos errores de juicio nuestros que no se pueden calificar de patológicos. Ese sentimiento se justifica para cierta parte de la ilación errónea de pensamiento, o para la fuente de donde proviene; y nosotros lo extendemos luego a lo restante del nexo.
b. Otra referencia a la noticia inconciente y desplazada {descentrada} de la motivación en el
caso de operaciones casuales y fallidas se encuentra en el fenómeno de la superstición.
Aclararé mi punto de vista mediante el examen de la pequeña vivencia que constituyó para mí el
punto de partída de estas reflexiones.
De regreso de las vacaciones, mis pensamientos se dirigen enseguida a los enfermos que
habré de tratar en el año de trabajo que ahora empieza. Mi primera visita es a una dama muy
anciana en quien desde hace años ejecuto dos veces al día las mismas manípulacíones
médicas. Por causa de esta monótona regularidad, muy a menudo unos pensamientos
inconcíentes se procuraron su expresión tanto al encaminarme hacia la casa de la enferma
como durante el tiempo en que la atendía. Tiene más de noventa años de edad; es natural,
pues, que uno se pregunte al comienzo de cada año cuánto le restará de vida. El día a que me
estoy refiriendo, yo tengo prisa; tomo entonces un coche que debe llevarme ante su puerta.
Todos los cocheros de la parada de carruajes situada frente a mi casa conocen la dirección de
la anciana señora, pues ya me han llevado varias veces hasta allí cada uno de ellos. Pero véase
lo que hoy sucede: el cochero no se detiene ante la casa de ella, sino ante una que lleva el
mismo número, pero de una calle cercana, paralela, y que realmente se le parece mucho por su
aspecto. Noto el error y se lo reprocho al cochero, quien se disculpa. Ahora bien, ¿tiene algún
significado que me hayan llevado a una casa donde no hallaré a la anciana dama? Para mí
ciertamente que no, pero si yo fuera supersticioso vería en este episodio un presagio, un indicio
del destino, de que es este el último año para la anciana señora. Hartos son los presagios que
la historia nos conserva y que no tuvieron por fundamento un simbolismo mejor. Por cierto que
yo considero este episodio una casualidad sin otro sentido.
Por completo diverso sería el caso si, haciendo el mismo camino a pie, «ensimismado»,
«distraído», hubiera llegado ante la casa de la calle paralela, y no ante la casa correcta. Yo no lo
declararía una casualidad, sino una acción con propósito inconciente que requiere ser
interpretada. Probablemente interpretara ese «extravío» diciendo que tengo la expectativa de que pronto ya no encontraré a la dama.
Por tanto, me diferencio de un supersticioso por lo siguiente:
No creo que un suceso en cuya producción mi vida anímica no ha participado pueda ensefiarme
algo oculto sobre el perfil futuro de la realidad. Sí creo que una exteriorización no deliberada de
mi propia actividad anímica me revela algo oculto, pero algo que sólo a mi vida anímica
pertenece; por cierto que creo en una casualidad externa (real), pero no en una contingencia
interna (psíquica). Con el supersticioso sucede a la inversa: no sabe nada sobre la motivación
de sus acciones casuales y sus operaciones f allidas, cree que existen contingencias psíquicas;
en cambio, se inclina a atribuir al azar exterior un significado que se manifestará en el acontecer
real, a ver en el azar un medio por el cual se expresa algo que para él está oculto afuera. Son
dos las diferencias entre mi posición y la del supersticioso: en primer lugar, él proyecta hacia
afuera una motivación que yo busco adentro; en segundo lugar, él interpreta mediante un
acaecer real el azar que yo reconduzco a un pensamiento. No obstante, lo oculto de él
corresponde a lo inconciente mío, y es común a ambos la compulsión a no considerar el azar
como azar, sino interpretarlo (21).
Ahora bien, yo adopto el supuesto de que esta falta de noticia conciente y esta noticia
inconciente de la motivación de las casualidades psíquicas es una de las raíces psíquicas de la
superstición. Porque el supersticioso nada sabe de la motivación de sus propias acciones
casuales, y porque esta motivación esfuerza por obtener un sitio en su reconocimiento, él está
constreflido a colocarla en el mundo exterior por desplazamiento {descentramiento}. Si
semejante nexo existe, difícilmente se limite a este caso singular. Creo, de hecho, que buena
parte de la concepción mitológica del mundo, que penetra hasta en las religiones más
modernas, no es otra cosa que psicología proyectada al mundo exterior. El oscuro
discernimiento (22) (una percepción endopsíquica (23), por así decir) de factores psíquicos y
constelaciones de lo inconciente se espeja -es difícil decirlo de otro modo, hay que ayudarse
aquí con la analogía que la paranoia ofrece en la construcción de una realidad suprasensible
que la ciencia debe volver a mudar en psicología de lo inconciente. Podría osarse resolver de
esta manera los mitos del paraíso y del pecado original, de Dios, del bien y el mal, de la
inmortalidad, y otros similares: trasponer la metafísica a metapsicología (24). El abismo entre el
descentramiento (desplazamiento} del paranoico y el del supersticioso es menor de lo que a
primera vista parece. Cuando los hombres comenzaron a pensar, se vieron constreñidos,
según es notorio, a resolver antropomórficamente el mundo exterior en una multiplicidad de
personalidades concebidas a su semejanza; entonces, aquellas contingencias que ellos
interpretaban de manera supersticiosa eran acciones, exteriorizaciones de personas, y en esto
se comportaban como lo hacen los paranoicos, quienes extraen conclusiones de los indicios
nimios que los otros les ofrecen, y también como todas las personas sanas, quienes, con
derecho, toman las acciones casuales y no deliberadas de sus prójimos como base para
estimar su carácter. La superstición aparece muy fuera de lugar {de Í placieren} sólo en nuestra
moderna -pero en modo alguno redondeada por completo todavía- cosmovisión
científico-natural; en cambio, estaba justificada y era consecuente en la cosmovisión de épocas
y de pueblos precientíficos (25).
Por tanto, el romano que desistía de una empresa importante si el vuelo de los pájaros le era
adverso tenía relativamente razón; obraba de manera consecuente con sus premisas. Pero
cuando renunciaba a la empresa por haber tropezado con el umbral de su puerta («un Romain
retournerait» (26)), era también absolutamente superior a nosotros, incrédulos; era un mejor
conocedor del alma de cuanto nosotros nos empeñamos en serlo. Porque ese tropezón no
podía menos que probarle la existencia de una duda, de una corriente contraria en su
interioridad, cuya fuerza, en el momento de la ejecución, podría restarse de la fuerza de la
intención que a él lo animaba. En efecto, sólo se está seguro del éxito pleno cuando todas las
fuerzas del alma se aúnan en la aspiración a la meta deseada. ¿Cómo responde el Guillermo
Tell de Schiller, quien titubea tanto en tirar a la manzana puesta sobre la cabeza de su hijo,
cuando el alcalde le pregunta por qué ha aprontado una segunda flecha?:
«Con esa flecha a usted lo atravesara
si a mi hijo amado lastimaba;
y a usted, ciertamente, no le errara». (27)

Continúa en ¨Psicopatología de la vida cotidiana: Determinismo, creencia en el azar y superstición: puntos de vista (tercera parte

Notas:
1- Agregado en 1910.
2- Agregado en 1912.
3- Para simplificar, he omitido algunas ocurrencias incidelitales del paciente, que también venían al caso.
4- Agregado en 1920.
5- [Agregado en 1912.]
6- Jones, 1911b, pág. 478. [La versión de Freud tiene algunas diferencias con el texto original de Jones.]
{Traducimos del texto original en inglés de Jones, tal como lo trascribe la Standard Edition.}
7- Este párrafo fue agregado también en 1912; el siguiente data de 1901.
8- Jung, 1911; Jones, 1912a.
9- [En 1901 y 1904, esta oración finalizaba así: « … cuyo origen sigue siendo extrafio para mí». Y el párrafo continuaba: «Generalmente doy en especular acerca de la duración de mi vida y la de las personas que me son caras; y la circunstancia de que mi amigo de B. [Berlín] haya sometido a sus cálculos, basados en unidades biológicas, los períodos de la vida humana debe de haber actuado como determinante de este escamoteo inconciente. Discrepo con una de las premisas en las que basa su trabajo; por motivos sumamente egoístas, me gustaría hacer valer mi opinión contra él, y sin embargo parezco estar imitando sus cálculos a mi manera». A partir de 1907 se omitió todo este pasaje y se modificó, asimismo, la oración precedente. El pasaje eliminado hace referencia a Wilhelm Fliess, amigo y corresponsal de Freud en Berlín, y al análisis del número 2467, que en las ediciones de 1901 y 1904 lo antecedía inmediatamente. La hipótesis de Fliess con la cual Freud tenía «motivos egoístas» para discrepar era, sin lugar a dudas, la que predecía su muerte a los 51 años, en 1907 (fecha en que el pasaje fue suprimido). Cf. La interpretación de los sueño (1900a), AE, 5, págs. 437n. y 508, y la biografía de Freud por Ernest Jones, 1953, pág 341.]

Nota agregada en 1920. El señor Rudolf Schneider, de Munich, ha planteado una interesante objeción contra la fuerza probatoria de tales análisis de números (1920). Tomaba él números dados (p. ej., el primero que le saltaba a la vista al abrir una obra de historia), o proponía a otra persona un número por él escogido, y examinaba entonces si respecto de esta cifra impuesta acudían también unas ocurrencias en apariencia determinantes. Y, en efecto, así sucedía; en un ejemplo experimentado en él mismo, que comunica, las ocurrencias arrojaron un determinismo tan abundante y significativo como en nuestros análisis de números de emergencia espontánea, en tanto que en el experimento de ScImeider la cifra no exigía determinismo alguno, por ser dada desde afuera. En un segundo experimento con un extraño, es evidente que facilitó demasiado la tarea, pues le impuso el número dos, para el cual existirá sin duda en cada quien algún material que le marque un determinismo. ScImeider infiere dos cosas de sus experiencias: en primer término, que «lo psíquico posee respecto de los números las mismas posibilidades asociativas que respecto de los: conceptos», y, en segundo término, que el afloramiento de ocurrencias determinantes de otras ocurrencias espontáneas de números no prueba que estos se originasen desde los pensamientos hallados en su «análisis». Así, nos encontraríamos simplemente en la situación del llamado «experimento de la asociación», que la escuela de Bleuler-Jung ha estudiado desde los más diversos ángulos. En esta situación, la ocurrencia (reacción) es determinada por la palabra dada (palabra estímulo). Ahora bien, esta reacción podría ser de m1y diversa índole, pero los experimentos de Jung han demostrado que tampoco la ulterior diversidad está librada al «azar», sino que unos «complejos» inconcientes participan en el determinismo cuando son tocados por la palabra-estímulo. – La segunda conclusión de ScImeider va demasiado lejos. Del hecho de que para cifras (o palabras) dadas afloren ocurrencias que vienen al caso no se sigue, en cuanto a la derivación de unas cifras (o palabras) de emergencia espontánea, nada que no entrara en cuenta ya antes de tomar conocimiento de ese hecho. Estas últimas ocurrencias (palabras o cifras) podrían carecer de determinismo, o estar determinadas por los pensamientos que se obtienen en el análisis, o por otros pensamientos que en este no se revelaron, en cuyo caso el análisis nos habría llevado por una senda equivocada. Ahora bien, es preciso librarse de la impresión de que este problema sería diverso para las cifras que para las ocurrencias de palabras. No está en los propósitos de este libro hacer una indagaciói_ crítica del problema, ni, por ende, una justificación de la técnica psícoanalítica de las ocurrencias. En la práctica analítica se parte de la premisa de que la segunda de las posibilidades mencionadas en efecto se verifica, y es aplicable en la mayoría de los casos. Las indagaciones de un psicólogo experimental (Poppelreuter [1914]) han enseñado que es, de lejos, la más probable. Véanse además, sobre esto, las muy notables puntualizaciones de Bleuler en el capítulo 9 de su libro sobre el pensamiento autista (1919).
10- Esta oración y los ejemplos 8 y 9 fueron agregados en 1912.
11- Jung, 1906, 1909.
12- {Nombre de un puerto de Rusia meridional.}
13- Salvo indicación en contrario, las secciones B y C datan de 1901.
14- [Se hallarán breves referencias al libre albedrío en «Lo ominoso» (1919h), AE, 17, pág. 236, y en las Conferencias de introducción (1916-17), AE, 15, págs. 43 y 96.
15- Declaración de Martín Lutero en la Dicta de Worms.
16- {En su forma más corriente, esta sentencia reza: «De minimis non curat lex» («La ley no se ocupa de nimiedades»).}
17- Nota agregada en 1907. Estas intuiciones sobre el determinismo estricto de acciones psíquicas en apariencia producidas con libre albedrío han bríndado ya abundantes frutos para la psicología -y quizá también para la práctica del derecho-. Bleuler y Jung han vuelto inteligibles, en este sentido, las reacciones producidas en el llamado «experimento de la asociación», en el cual el sujeto responde a una palabra que se le dirige (palabra-estímulo) con otra que sobre esa se le ocurre (reacción), y se mide el tiempo trascurrido (tiempo de reacción). Jung (1906, 1909) mostró cuán fino reactívo para estados psíquicos poseemos en el experimento de la asociación así interpretado. Wertheimer y Klein [1904], dos discípulos del profesor de derecho penal Hans Gross, de Praga, han desarrollado, partiendo de estos experimentos, una técnica para la «indagatoría forense» en casos penales, cuyo examen ocupa a psicólogos y juristas. [El propio Freud había escrito poco tiempo atrás un trabajo acerca de este tema (1906c). En mi «Nota introductoria» a ese trabajo hago otras consideraciones sobre los experimentos de la asociación de Jung (AE, 9, pág. 84). -Hans Gross (1847-1915) es apreciado como uno de los fundadores de la moderna criminología científica.]
18- Desde otras puntos de vista, se ha imputado al «delirio de referencia a sí propio» este modo de apreciar manifestaciones inesenciales y casuales de otras personas.
19- Las fantasías de los histéricos acerca de unos maltratos sexuales y crueles, que el análisis tiene que hacer concientes, coinciden a veces hasta en los detalles con las quejas de los que padecen de paranoia persecutoría. Y es notable, pero no ininteligible, que idéntico contenido nos salga al paso también como realidad objetiva en las escenificaciones que efectúan los perversos para satisfacer sus concupiscencias. [Esto se discute en el historial de «Dora» (1905e), AE, 7, págs. 43-7, y en sus aspectos esenciales se lo repite en una nota al pie de Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, págs. 150-1.]
20- [La idea de que hay un núcleo de verdad en los delirios de los paranoicos siguió un largo derrotero en los escritos de Freud. Bajo una forma algo distinta, ya había aparecido en la correspondencia con Fliess; véase el Manuscrito K, del lº de enero de 1896, y la Carta 57, del 24 de enero de 1897 (Freud, 1950a), AE, 1, págs. 266-8 y 284-5. Volvió a presentarse en «Nuevas puntualízaciones sobre las neuropsicosis de defensa» (1896b), AE, 3, págs. 183 y sigs. Entre las menciones posteriores merecen ser citadas la del estudio sobre Gradiva (1907a), AE, 9, págs. 66-7, y una que parece seguir de cerca el examen aquí expuesto, en «Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad» (1922b), AE, 18, págs. 219-20. En escritos posteriores, esa idea fue ampliada; la existencia de un núcleo de verdad histórica fue postulada primero en relación con los mitos, en «Sobre la conquista del fuego» (1932a), AE, 22, págs. 176-7, y luego esa misma noción se aplicó a la religión, en Moisés y ta religión monoteísta (1939a), AE, 23, págs. 124-5. El tema es tratado también, con una perspectiva más clínica, en «Construcciones en el análisis» (1937d), AE, 23, págs. 269 y sigs. En estos últimos exámenes del tema, Freud establece un distingo entre la verdad «histórica» y la verdad «material».]
21- Nota agregada en 1924. Apunto aquí un buen ejemplo, en torno del cual N. Ossipow (1922) elucida la diferencia entre concepción supersticiosa, psícoanalítica y mística. El se había casado en un pequeño pueblo provinciano de Rusia, y enseguida emprendió viaje con su joven esposa hacia Moscú. En cierta estación, dos horas antes de llegar a destino, le entró el deseo de salir de allí y echar un vistazo por la ciudad. Según su expectativa, el tren se quedaría el tiempo suficiente, pero cuando regresó, a lós pocos minutos, ya había partido con su joven esposa a bordo. Cuando su vieja aya se enteró. en casa de ese accidente, manifestó, meneando la cabeza: «De ese matrimonio no saldrá nada bueno». Ossipow se rió entonces de esa profecía. Pero cuando cinco meses después se separó de su mujer no pudo dejar de comprender, con posterioridad, su abandono del tren como una «protesta inconciente» contra su casamiento. La ciudad donde le sucedió esta operación fallida cobró luego gran significado para él, pues en ella vivía una persona con quien el destino lo enlazó estrechamente. Esta persona, y el hecho mismo de su existencia, le eran por completo desconocidos en aquella época, Pero la explicación mística de su conducta diría que dejó en aquella ciudad el tren a Moscú, y abandonó a su esposa, porque quiso anunciársele el futuro que el vínculo con aquella persona habría de depararle.
22- Que, desde luego, no posee en absoluto el carácter de un [verdadero] discernimiento.
23- Las palabras entre paréntesis fueron agregadas en 1907. Freud remite a este pasaje en la sección teórica del historial del «Hombre de las Ratas» (1909d), AE, 10, pág. 181. Había hecho una sugerencia análoga, empleando la frase «mitos endopsíquicos», en una carta a Fliess del 12 de diciembre de 1897 (Freud, 1950a, Carta 78).
24- [Primera vez que apareció esta palabra en una publicación de Freud, quien no volvió a emplearla durante catorce años, hasta «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, pág. 178. No obstante, ya la había acufiado en una carta a Fliess del 13 de febrero de 1896 (Freud, 1950a, Carta 41).]
25- [Las concepciones de Freud sobre el papel que desempeña la proyección en la superstición, la paranoia y los orígenes de la religión fueron desarrolladas en los historiales clínicos del «Hombre de las Ratas» (1909d), AE, 10, págs. 179-84, y de Schreber (1911c), AE, 12, págs. 61-2, así como en Tótem y tabú (1912-13), AE, 13, págs. 67, y 94 y sigs.]
26- [No se ha podido encontrar el origen de esta aparente cita.]
27- Schiller, Guillermo Tell, acto III, escena 3.