Diccionario de psicología, letra A, Afecto

Afecto
Al.: Affekt. –
Ing.: affect. –
It.: affetto. –
Por.: afeto.
Expresión emocional, eventualmente reprimida [réprimée] o desplazada, de los conflictos constitutivos del sujeto.
Esta presentación descriptiva muestra la intricación obligada de los conceptos de afecto, de
pulsión y de angustia. La noción de afecto es contemporánea del nacimiento mismo del
psicoanálisis, puesto que S. Freud construye su primera clasificación de las neurosis según el modo en que un sujeto se comporta con relación a sus afectos. En 1894 le escribe a W. Fliess (Los orígenes del psicoanálisis): «Tengo ahora una visión de conjunto y una concepción general de las neurosis. Conozco tres mecanismos: la conversión de los afectos (histeria de conversión); el desplazamiento del afecto (obsesiones), la trasformación del afecto (neurosis de angustia, melancolía)». En esta primera demarcación se comprueba que, para Freud, la pulsión sexual se manifiesta por medio de un afecto: la angustia. Esta angustia se trasforma entonces de tres maneras: en un síntoma histérico (parálisis, vértigos) vivido sin angustia pero como algo de alcance orgánico; desplazándose sobre otro objeto (temor obsesivo a la muerte de una persona amada); convirtiéndose en una reacción corporal inmediata y catastrófica (crisis de angustia, pesadillas). Esta primera descripción clínica es contemporánea de la histeria y la conducción de su cura. Desde 1894, en Estudios sobre la histeria, la cura se hace sea por la hipnosis, sea por la palabra (la «talking cure», así denominada por la paciente Anna O.), y a través de la abreacción o del retorno de lo reprimido, consistente en volver a traer a la
conciencia las huellas mnémicas, los recuerdos y los afectos demasiado violentos o
condenables para obtener el levantamiento del síntoma histérico.
Todos estos conceptos son retomados por Freud en 1915, en Trabajos sobre metapsicología.
Así, en su artículo sobre Lo inconciente (1915), define el afecto de esta manera: «Los afectos y los sentimientos corresponden a procesos de descarga cuyas manifestaciones finales son percibidas como sensaciones». Además, hace responsable a la represión de «inhibir la trasformación de una moción pulsional en afecto», dejando así al sujeto prisionero de estos elementos patológicos inconcientes. Si el abordaje intuitivo del afecto describe el estado actual de nuestros sentimientos, Freud expone también su concepto de pulsión por el mismo medio, puesto que dice «si la pulsión no apareciese bajo su forma de afecto, no podríamos saber nada de ella».
Esta es la segunda dimensión del afecto en su aspecto cuantitativo. En efecto, a través del
factor cuantitativo de este afecto reprimido [refoulé], Freud da cuenta del destino de nuestras
pulsiones, y dice que ese destino es de tres tipos: que el afecto subsista tal cual; que sufra una
trasformación en un quantum de afecto cualitativamente diferente, en particular en angustia; o
que el afecto sea reprimido, es decir, que su desarrollo sea francamente impedido. Freud
reconoce que una pulsión no puede devenir objeto de la conciencia. Lo que nos da una idea de
los avatares de esa pulsión es la representación, que sí es conciente. De la misma manera, el
destino de nuestros investimientos pulsionales no podría sernos totalmente inconciente, puesto
que la pulsión es satisfecha, o parcialmente satisfecha, con las manifestaciones afectivas que
esto acarrea. En lo que concierne al afecto, el aporte de J. Lacan consiste principalmente en
haber explicado de manera más precisa la constitución del deseo de un sujeto. Para él, «el
afecto que nos solicita consiste siempre en hacer surgir lo que el deseo de un sujeto comporta
como consecuencia universal, es decir, la angustia» (Lección del 14 de noviembre de 1962).
Para Lacan, que el afecto sea una manifestación pulsional no implica que sea el ser dado en su inmediatez, ni tampoco que sea el sujeto en forma bruta. Al afecto siempre lo encontramos convertido, desplazado, invertido, metabolizado, incluso desquiciado. Siempre está a la deriva.
Como la pulsión, no está reprimido, pero como en la pulsión, los que están reprimidos del afecto,
dice Lacan, son «los significantes que lo amarran» (ibid.). Para él, el afecto siempre está ligado
a lo que nos constituye como sujetos deseantes, en nuestra relación con el otro, nuestro
semejante; con el Otro, como lugar del significante y, por eso, de la representación; y con el
objeto causa de nuestro deseo, el objeto a.
La neurosis traumática puede ayudarnos a ilustrarlo. En esta neurosis, lo que es reprimido y
trasformado en angustia es un afecto que se ha producido para un sujeto cuando este ha sido
confrontado, en la realidad, con la inminencia de su muerte. La gravedad de esta neurosis es
tanto más patente cuanto más importante ha sido el quantum de afecto reprimido. En esta
neurosis se ha actualizado un traumatismo cuyo prototipo arcaico es el del nacimiento. Este
trauma pone en cuestión la existencia misma del sujeto, como en los primeros tiempos de la
radical dependencia de la madre. La madre, ese objeto primordial cuya presencia y ausencia
engendra en el niño todos los afectos, de la satisfacción a la angustia. La madre, dispensadora
sin saberlo de la inscripción próxima y de su relación con la necesidad, la demanda y el deseo.
Somos, en lo que nos afecta, en tanto sujetos, siempre totalmente dependientes de ese deseo
que nos liga con el Otro y que nos obliga a no ser más que en ese objeto siempre desconocido y
faltante.

Palabra tomada por el psicoanálisis de la terminología psicológica alemana y que designa todo
estado afectivo, penoso o agradable, vago o preciso, ya se presente en forma de una descarga
masiva, ya como una tonalidad general. Según Freud, toda pulsión se manifiesta en los dos
registros del afecto y de la representación. El afecto es la expresión cualitativa de la cantidad de energía pulsional y de sus variaciones.
El concepto de afecto adquiere gran importancia desde los primeros trabajos de Breuer y Freud (Estudios sobre la histeria [Studien über Hysterie, 1895]) acerca de la psicoterapia de la histeria y el descubrimiento del valor terapéutico de la abreacción. El origen del síntoma histérico se busca en un acontecimiento traumático que no ha encontrado una descarga adecuada (afecto arrinconado).
La rememoración sólo resulta terapéuticamente eficaz si el recuerdo del acontecimiento implica la
reviviscencia del afecto que estuvo ligado a aquél en su origen.
Del estudio de la histeria se deduce, por consiguiente, según Freud, que el afecto no se halla
necesariamente ligado a la representación; su separación (afecto sin representación,
representación sin afecto) permite que cada uno de ellos siga un diferente destino. Freud señala
distintas posibilidades de transformación del afecto: «Conozco tres mecanismos: 1.°, el de la
conversión de los afectos (histeria de conversión); 2.°, el del desplazamiento del afecto
(obsesiones), y 3.°, el de la transformación del afecto (neurosis de angustia, melancolía)».
A partir de este período, el concepto de afecto se utiliza desde dos puntos de vista: puede tener
un valor puramente descriptivo, designando la resonancia emocional de una experiencia por lo
general intensa. Pero, con mayor frecuencia, tal concepto implica una teoría cuantitativa de las
catexis, que es la única capaz de explicar la autonomía del afecto en relación con sus diversas
manifestaciones.
El problema fue sistemáticamente tratado por Freud en sus trabajos metapsicológicos (La represión [Die Verdrängung, 1915]; El inconsciente [Das Unbewusste, 1915]). En ellos, el afecto se define como la traducción subjetiva de la cantidad de energía pulsional. Freud distingue aquí claramente el aspecto subjetivo del afecto y los procesos energéticos que lo condicionan. Se observará que, junto al término «afecto», utiliza el de «quantum de afecto» (Affektbetrg), queriendo designar por él el aspecto propiamente económico: el quanturu de afecto «[…] corresponde a la pulsión en la medida en que éste se ha desprendido de la representación y
encuentra una expresión adecuada a su cantidad en procesos que percibimos como afectos».
Resulta difícil comprender que la palabra afecto tenga sentido sin una referencia a la conciencia
de sí mismo; Freud plantea la pregunta: ¿Es lícito hablar de afecto inconsciente?. Rehusa
establecer un paralelismo entre el afecto llamado «inconsciente» (sentimiento de culpa
inconsciente, por ejemplo) y las representaciones inconscientes. Entre la representación
inconsciente y el sentimiento inconsciente existe una notable diferencia: «La representación
inconsciente, una vez reprimida, permanece en el sistema Ics como una formación real, mientras
que el afecto inconsciente sólo corresponde allí a un rudimento que no ha podido llegar a
desarrollarse» (véase: Represión, Supresión).
Señalemos, en fin, que Freud formuló una hipótesis genética destinada a explicar el aspecto
vívido del afecto. Los afectos serían «reproducciones de acontecimientos antiguos de
importancia vital y eventualmente preindividuales», comparables a los «[…] ataques histéricos,
universales, típicos e innatos».
 
El desarrollo de concepto de afecto ilustra la fidelidad de Freud al programa enunciado, desde
1905, en El chiste y su relación con lo inconsciente, de «tratar el concepto de energía a la
manera de los filósofos».
Veinte años más tarde (1927), aplicando una hipótesis de trabajo de ese tipo al afecto de la
angustia, Inhibición, síntoma y angustia, lo inscribe en la «perspectiva económica» de los
procesos; el «quántum de afecto», relacionado con la situación arcaica de la urgencia vital, es
objeto de una «inferencia» característica, ajuicio de Freud, de la «manera de los filósofos».
Se sucedieron tres etapas:
-en los términos de la cura catártica, la génesis de afecto histérico es relacionada con el
acontecimiento externo de la seducción;
-cuando la realidad de la escena traumática es desplazada por la evidencia del fantasma del
deseo (fantasma de una seducción irreal), el afecto y sus vicisitudes van a relacionarse con la
energía interior de la que procede ese deseo, a saber, la pulsión;
-con la segunda tópica y la restitución de su papel al yo, se produce una renovación; el yo
queda a cargo de declarar el alerta a la personalídad ante la inminencia de una sumersión por un
exceso de excitación pulsional.
El problema consiste entonces en interrogarse sobre la dependencia de esta concepción del
afecto respecto de una representación cuantitativa de la energía.
Una primera delimitación del concepto de afecto en la psicología tradicional permitirá precisar en
primer término la fuente de la elaboración que conducirá de la cura catártica al psicoanálisis.
«Cada afecto -escribió Wundt comienza con un sentimiento inicial (Anfangsgefühl) más o menos intenso, característico, por su calidad y su dirección, de la producción del afecto; [ese sentimiento] se origina en una representación provocada por una impresión exterior, o bien en un proceso psíquico que sobreviene en virtud de condiciones asociativas o aperceptivas. Sigue entonces un proceso representativo acompañado de un sentimiento correspondiente, que
aparece como característico de cada uno de los afectos particulares, en razón de la calidad del
sentimiento y de la velocidad del proceso. Finalmente, el afecto concluye con el acompañamiento
de un sentimiento de terminación, que al cabo de este proceso conduce a una situación de
reposo, en la cual el afecto se eclipsa.»
Consideremos ahora la «Comunicación preliminar» de Freud y Breuer (1982). «El
empalidecimiento de un recuerdo, o la pérdida de afectividad que sufre, depende de varios
factores. En primer lugar, importa saber si el acontecimiento desencadenante ha provocado o no
una reacción enérgica. Al hablar aquí de reacción pensamos en toda la serie de reflejos
voluntarios o involuntarios en virtud de los cuales, como lo muestra la experiencia, hay descarga
de afectos, desde las lágrimas hasta el acto de venganza. En el caso de que esta reacción
tenga lugar en grado suficiente, una gran parte del afecto desaparece: a este hecho de
observación cotidiana lo denominamos «aliviarse llorando», «descargar cólera», etcétera. Cuando
esta reacción se encuentra obstaculizada, el afecto sigue ligado al recuerdo. Uno no recuerda
de la misma manera una ofensa vengada -aunque sea con palabras- y una ofensa que se vio
obligado a aceptar.»
Si bien esta presentación marca un primer progreso en la tradición representada por Wundt (en
la medida en que destaca la función de la descarga), dos años más tarde se enriquecerá con
una dimension nueva, y ello gracias al aporte de Freud.
«En oposición con la concepción de Janet, que me parece expuesta a las objeciones más
diversas -se leerá en 1894 en «Las neuropsicosis de defensa»-, se encuentra la que Josef
Breuer ha presentado en nuestra «Comunicación». Según Breuer, «el fundamento y la condición»
de la histeria es el advenimiento de estados particulares de conciencia, de tipo oniroide, con
limitación de la capacidad de asociación; Breuer propone denominarlos «estados hipnoides», La
escisión de la conciencia es en tal caso secundaria, adquirida; se produce por el hecho de que
las representaciones que emergen en los estados hipnoides se hallan excluidas de la
comunicación asociativa con el restante contenido de la conciencia.»
«Yo puedo ahora demostrar la existencia de otras dos formas extremas de histeria, en las
cuales es imposible considerar la escisión de la conciencia como primaria, en el sentido de Janet.
En la primera de estas formas he podido mostrar de manera reiterada que la escisión del
contenido de la conciencia es la consecuencia de un acto de voluntad del enfermo, es decir que
resulta de un esfuerzo de voluntad cuyo motivo es posible indicar. Naturalmente, no estoy
afirmando que el enfermo tenga la intención de provocar una escisión de su conciencia; la
intención del enfermo es diferente, pero no alcanza su objetivo y produce una escisión de la
conciencia.»
«En la tercera forma de histeria, cuya existencia hemos dado a conocer mediante el análisis
psíquico de pacientes inteligentes, el papel de la escisión de la conciencia es mínimo, o quizá
totalmente nulo. Se trata de casos en los cuales la reacción a la excitación traumática
sencillamente no se ha producido, y que por lo tanto pueden también liquidarse y curarse
mediante «abreacción»: son las histerias de retención puras.»
Disociación de la representación y el afecto
Desde entonces, el análisis consistirá en investigar de qué modo el afecto se separa de la
representación: «el yo que se defiende se propone tratar a la representación inconciliable como
«no llegada», pero esta tarea es insoluble de manera directa; tanto la huella mnémica como el
afecto ligado a la representación están allí de una vez por todas y ya no es posible borrarlos.
Pero se tiene el equivalente de una solución aproximada si se consigue transformar esa
representación fuerte en representación débil, despojarla del afecto, de la suma de excitación
con la que está cargada. La representación débil ya no emitirá entonces pretensiones de
participar en el trabajo asociativo. No obstante, la suma de excitación separada de ella debe ser
conducida hacia otra utilización. Las formas de las diferentes neurosis podrían así deducirse de
las distintas modalidades de tal utilización».
En cuanto a la fuente del afecto penoso, parece ser de naturaleza sexual, tanto en la obsesión
como en la histeria: «En todos los casos que yo he analizado, es la vida sexual la que había
producido un afecto penoso, exactamente de la misma naturaleza que el ligado a la
representación obsesiva. En teoría no se excluye que este afecto nazca en ocasiones en otro
dominio; tan sólo puedo declarar que hasta ahora no he podido verificar otro origen. Por otra
parte, es fácil comprender que sea precisamente la vida sexual la que genera las ocasiones más
ricas para que emerjan representaciones inconciliables».
En fin, concluye Freud, «querría, para terminar, mencionar en pocas palabras la representación
auxiliar de la que me he servido para esta presentación de las neurosis de defensa. Hela aquí:
hay que distinguir, en las funciones psíquicas, algo (quántum de afecto, suma de excitación) que
tiene todas las características de una cantidad -aunque no tengamos ningún medio para medirla-,
algo capaz de aumentar, disminuir, desplazarse y descargarse, y que se extiende por las
huellas mnémicas de las representaciones como lo haría una carga eléctrica por la superficie de
los cuerpos».
«Se puede utilizar esta hipótesis, que por otra parte se encuentra ya en el fundamento de
nuestra teoría de la «abreacción» («Comunicación preliminar», 1893), en el mismo sentido con que
los físicos postulan la hipótesis de una corriente de fluido eléctrico. Esta hipótesis queda
provisionalmente justificada por su utilidad para concebir y explicar una gran variedad de
estados psíquicos.»
Posición de Breuer
La comparación de este texto freudiano de 1894 con las consideraciones desarrolladas por
Breuer en el comentario teórico de los Estudios sobre la histeria (1895) indica bien en qué punto
se basará el diferendo.
En lo concerniente a la defensa, Breuer limitaba el alcance de las observaciones freudianas:
«¿Qué forma toma entonces esa exclusión de la asociación de ciertas representaciones
cargadas de afecto? Nuestras observaciones nos han hecho conocer dos. La primera es la
«defensa», la sofocación voluntaria de representaciones penosas que amenazan la alegría de
vivir o el amor propio del individuo. Freud, en «Las neuropsicosis de defensa» y en los historiales
clínicos expuestos más arriba, ha hablado de ese proceso, sin duda muy importante desde el
punto de vista patológico. Cuesta comprender de qué modo una representación puede ser
voluntariamente expulsada de la conciencia; conocemos bien el proceso positivo
correspondiente -la concentración de la atención sobre una representación-, pero nos resulta
imposible decir cómo se efectúa. Así, las representaciones de las que se extraña lo consciente,
en las cuales no se piensa, escapan al desgaste y conservan intacta su carga afectiva.
Además hemos descubierto otro tipo de representaciones que evitan el desgaste resultante del
pensamiento, y ello no porque el sujeto no quiera recordarlas, sino porque no puede. Ello se
debe a que surgieron originariamente acompañadas por afectos, en ciertas circunstancias del
estado de vigilia por las cuales fueron sometidas a la amnesia, es decir, surgieron en estados
hipnóticos o emparentados con la hipnosis. Estos estados parecen tener la mayor importancia
para el conocimiento de la histeria y merecen ser estudiados más minuciosamente».
En lo que concierne al otro rasgo, a la hipótesis auxiliar formulada por Freud respecto del factor
«cuantitativo» de la neurosis, Breuer le otorga una significación fisiológica. «Es una perturbación
del equilibrio dinámico del sistema nervioso, la distribución desigual de una excitación
acrecentada, que constituye el lado psíquico del afecto.»
Breuer introduce así en el análisis la consideración de la «excitación endocerebral tónica» y del
«tétanos intercelular de Exner», de los que depende «la distribución desigual de la energía».
Evoca la idea freudiana de la tendencia a mantener constante la excitación intracerebral.
Después distingue entre excitaciones y sobrexcitaciones. «Una conversación interesante, el té,
el café, estimulan; una disputa, una cantidad grande del alcohol, sobreexcitan. Las excitaciones
sexuales, el afecto sexual, constituyen la transición desde un aumento de las emociones
endógenas hasta los afectos psíquicos propiamente dichos… En el curso del desarrollo,
normalmente debe establecerse un vínculo entre esta excitación endógena debida al
funcionamiento de las glándulas sexuales, y la representación de las percepciones del sexo
opuesto.»
No obstante, subsiste la cuestión de conciliar este punto de vista fisiológico con los principios postulados por Breuer en el giro de su exposición:
«En esta exposición -dice- no se hablará mucho del cerebro, y nada de moléculas. Para hablar
de los fenómenos psicológicos, utilizaremos la terminología de la psicología. ¿Cómo obrar de otro
modo? Suponiendo que en lugar de la palabra «representación» empleáramos la expresión
«excitación cortical», esta última sólo significaría algo para nosotros si bajo ese disfraz
llegáramos a reconocer una antigua conocida, y la reemplazáramos silenciosamente por
«representación». Pues mientras que todos los aspectos de las representaciones, objetos
perpetuos de nuestra experiencia, nos son conocidos, «la excitación cortical» representa para
nosotros sobre todo un postulado, algo de lo que esperamos un conocimiento futuro más
profundo. Ese cambio de terminología nos parece una mascarada simple e inútil. Así que nos
serviremos casi exclusivamente de términos psicológicos.»
Es el propio Breuer quien presenta la solución de la dificultad: «Nosotros no diremos «Son
histéricas las manifestaciones patológicas provocadas por representaciones», sino solamente
que un gran número de fenómenos histéricos, quizá más de los que hoy en día imaginamos, son
ideógenos. No obstante, la alteración patológica fundamental, común, que permite la accióp
patógena, tanto de las representaciones como de las excitaciones no psicológicas, consiste en
una excitabilidad anormal del sistema nervioso. ¿En qué medida es ella, en sí misma, de origen
psíquico? Esto es lo que habrá que determinar.»
Referencia a la pulsión
La originalidad de Freud consistirá entonces en desplazar la concepción del afecto desde ese
registro neurológico al registro propiamente psicológico, y ello gracias a los progresos realizados
en la elaboración del «concepto fundamental» de pulsión, y de la noción de «representación pulsional».
«La observación clínica -escribe Freud en «La represión»- nos obliga a descomponer lo que habíamos concebido como un todo: en efecto, nos muestra que hay que considerar, junto a la representación, algo distinto, algo que representa a la pulsión, y que sufre un destino de
represión que puede ser totalmente diferente del de la representación. Para designar este otro
elemento del representante psíquico se admite el nombre de quántum de afecto; corresponde a la pulsión, en tanto que ella se ha desprendido de la representación y encuentra una expresión conforme a su cantidad en procesos que son registrados como afectos. En adelante, en la descripción de un caso de represión, habrá que investigar por separado lo que ocurre con la energía pulsional ligada a la representación.»
De ahí el bosquejo de una deducción de los afectos: «Son tres los destinos posibles del factor
cuantitativo del representante pulsional, como nos lo enseña un rápido examen de las
observaciones realizadas por el psicoanálisis: la pulsión es totalmente sofocada, de tal suerte
que no se encuentra ninguna huella de su existencia; o bien se manifiesta bajo la forma de un
afecto dotado de una coloración cualitativa cualquiera, o, finalmente, es transformada en
angustia. Estas dos últimas posibilidades nos invitan a tomar en consideración un nuevo destino
pulsional: la trasposición de las energías psíquicas de las pulsiones en afectos, y
particularmente en angustia.»
No obstante, una clasificación de este tipo sólo obtendrá su valor operatorio de la función para la
cual se llama a intervenir a lo inconsciente. El texto sobre lo inconsciente puede confrontarse
desde este punto de vista con el que trata de la represión.
a) Un primer desarrollo remite literalmente a este último texto: «En primer lugar puede suceder
que se perciba una moción de afecto o sentimiento, pero no se la reconozca. Habiendo sido
reprimido su representante propio, ella fue compelida a enlazarse a otra representación, y la
conciencia la toma ahora por la manifestación de esta última. Cuando restablecemos la conexión
exacta, llamamos «inconsciente» a la moción de afecto originaria, aunque su afecto nunca haya
sido inconsciente y sólo su representación haya sucumbido a la represión.»
b) Representación y afecto son a continuación caracterizados según el criterio del estatuto
original de «proceso» (Vorgang) reconocido al afecto. «No se puede por lo tanto negar que esta
manera de hablar es consecuente consigo misma, pero existe una diferencia notable con
relación a la representación inconsciente: ésta, una vez reprimida, permanece en el sistema les
como formación real, mientras que al afecto inconsciente no le corresponde en ese mismo lugar
más que un rudimento que no ha llegado a desarrollarse. Así, y si bien no puede reprobarse esta
manera de hablar, en sentido estricto no hay afectos inconscientes, como hay representaciones
inconscientes. Pero muy bien puede haber en el sistema les formaciones de afectos que se
vuelven conscientes como las otras. Toda la diferencia deriva de que las representaciones son
en lo esencial investiduras de huellas mnémicas, mientras que los afectos y sentimientos
corresponden a procesos de descarga cuyas manifestaciones finales son percibidas como
sensaciones.»
e) De allí el esclarecimiento del dominio de la conciencia sobre el afecto: «La represión puede por
lo tanto inhibir la transposición de la moción pulsional en una exteriorización afectiva. Esta
verificación tiene para nosotros un interés particular: nos demuestra que, normalmente, el
sistema Cs gobierna tanto la afectividad como el acceso a la motilidad; también realza el valor de
la represión al mostrar que ésta impide no sólo el acceso a la conciencia, sino también el
desarrollo del afecto y el desencadenamiento de la actividad muscular. Asimismo, podemos
decir, presentando las cosas de modo inverso, que mientras el sistema Cs domina la afectividad
y la motilidad, llamamos normal al estado psíquico del individuo. Sin embargo, hay una diferencia
innegable en la relación existente entre estas dos acciones análogas de descarga y el sistema
que las rige. Mientras que la dominación del Cs sobre la motilidad voluntaria está firmemente
establecida, y normalmente resiste el asalto de la neurosis y sólo se derrumba en la psicosis, la
dominación del desarrollo del afecto por el Cs es menos firme.»
Afecto de angustia y derelicción
La teoría del afecto encontró así sus puntos de referencia en la primera tópica; se plantea
entonces la cuestión del cambio de perspectiva introducido después de 1920 por la segunda
tópica. Ese cambio afectará en primer lugar a la interpretación de la angustia.
La angustia, en los términos de Inhibición, síntoma y angustia, es un afecto, pero un afecto «que
ocupa una posición excepcional entre los estados afectivos». ¿Por qué razón? ¿Llegaremos
alguna vez a comprender lo que diferencia tal impresión (Empfindung) de otros afectos
displacenteros, como la tensión, el dolor, el duelo?
Es posible precisar la cuestión. «La angustia es la reacción ante el peligro. Y no se puede dejar
de pensar que es en su vínculo con el rasgo distintivo del peligro donde el afecto de angustia
tiene que poder conquistar una posición excepcional en la economía psíquica.»
Desde un doble punto de vista, epistemológico y metódico, aún habrá que interrogarse sobre las
condiciones de abordaje de este rasgo esencial y, en efecto, en ese terreno se le pide entonces
a la teoría del afecto que especifique las nociones generales a las que dio lugar originariamente
la concepción de la energía psíquica.
En 1905, Freud estaba de acuerdo con Lipps en caracterizar el trabajo de la psicología por la
inferencia de procesos inconscientes a partir de datos de la conciencia. En Inhibición, síntoma y
angustia, la inferencia es modificada y convertida en «inferencia [retrospectiva] »
(Zurückerschliessen), y se encuentra subrayada sobre todo la naturaleza de los procesos
«inconscientes», por oposición a la «calidad» de los elementos conscientes; estos procesos
indican por esencia una determinación cuantitativa.
«Las consideraciones precedentes nos demuestran la importancia decisiva de las relaciones
cuantitativas, relaciones que es imposible pesquisar de manera directa y que sólo pueden
captarse mediante una inferencia retroactiva; ellas son las que determinan si se mantendrán las
antiguas situaciones de peligro, si se conservarán las represiones del yo, si las neurosis
infantiles encontrarán o no su prolongación. Entre los factores que contribuyen a causar las
neurosis, y que crean las condiciones en las que las fuerzas psíquicas rivalizan entre sí, se
destacan en particular tres: un factor biológico, un factor filogenético y un factor puramente
psicológico.»