Diccionario de psicología, letra P, Psicoanalítico (historia del movimiento)

Psicoanalítico (historia del movimiento)
I. Viena y el «Comité». Fue en Viena donde Freud pasó casi toda su vida, salvo los años de su
primera infancia (nació en Freiberg, Moravia, en 1856; su familia residió allí hasta 1859, y luego
se detuvo por algunos meses en Leipzig) y el último año de su existencia, cuando, echado por la
persecución nazi, tuvo que refugiarse en Londres.
La ciudad. La juventud y la madurez de Freud son contemporáneas del reino de Francisco José
(1848-1916). Se trata de una época de desarrollo considerable de la ciudad y, en primer lugar,
de un desarrollo demográfico sin precedentes (unos 900.000 habitantes en 1869, más de dos
millones en 1910). Es un período de florecimiento de la industria y la banca. Es también la época
en que ocurrieron las trasformaciones más considerables del marco urbano mismo, con la
sustitución de las antiguas defensas por un bulevar circular, el Ring, en el que iban a alternarse
edificios públicos monumentales (museos, la Opera, el Parlamento, la Universidad) y ricas
mansiones privadas. Pero sobre todo, sin duda, es una época de desarrollo cultural
considerable, tanto en la ciencia como en la literatura y en la música. El psicoanálisis surgió, por
consiguiente, en un mundo donde las necesidades vitales de la población empezaban a estar
mejor garantizadas, en un mundo también donde las aspiraciones intelectuales mismas podían
encontrar cierta satisfacción. Esto constituyó quizás una condición necesaria para que pudiese
al fin ser interrogada la cuestión del deseo, si se la quiere distinguir de la cuestión de la
necesidad, aunque fuese necesidad espiritual. Debe decirse sin embargo que, a pesar de ese
clima favorable, fueron muchos los intelectuales vieneses de la época que criticaron la vida
cultural de la gran ciudad, a veces en duros términos. Algunos, como Musil, reprocharon a Viena
su dependencia de Berlín, sobre todo en el plano editorial. Otros, como Hofmannstahl, criticaron
con severidad ciertos aspectos estrechos del pensamiento vienés: «En lo intelectual-escribe-
somos como cocottes que sólo se alimentan de champagne y de caviar». Hay que decir que, por
considerable que fuese el desarrollo cultural, podía parecer a veces carente de autenticidad, o
de originalidad, ya sea, por ejemplo, que en la arquitectura de fines del siglo XIX se hiciese un
pastiche de los estilos anteriores (antiguo, gótico, renacentista), ya sea que se buscara
inspiración en formas y conceptos tomados de otras grandes capitales europeas, y en particular
de Berlín. Así, hacia fines del siglo XIX, Viena ofrecía ese aspecto convencional que, en cierto
modo, el psicoanálisis cuestiona en la existencia individual. Es verdad que los primeros decenios
del siglo XX debían asistir al surgimiento de formas artísticas nuevas: la «secesión» en
arquitectura, el simbolismo de un Klimt en pintura; y en música, sobre todo, la evolución
anunciada por Bruckner o Maliler se ve confirmada en Schönberg, Berg y Webern. Es verdad
también que los días que siguieron a la Gran Guerra hicieron aparecer mejor una profundidad e
incluso una gravedad que los valses de Strauss y el gusto vienés por la opereta disimulaban en
el período anterior: basta con pensar aquí en Hofmannstahl o en Schnitzler. Pero, precisamente
en ese momento, el público vienés no encontraba en ello la ocasión de serenarse
espiritualmente. La época era más bien de inquietud, inquietud sobre los límites de la civilización,
que los decenios posteriores confirmarían trágicamente.
La Sociedad Psicológica de los Miércoles. Freud, en todo caso, fue siempre ambivalente con
respecto a Viena. Es cierto que residió en ella durante setenta y nueve años y no aceptó de
buen grado partir, ni aun cuando la ocupación de Austria lo puso en peligro. Pero no dejó de
criticarla durante su vida y de considerar la posibilidad de ir a instalarse en otra parte, por
ejemplo Roma, como se lo confía en una carta a su mujer fechada en setiembre de 1907.
Esta ambivalencia (se ha llegado a hablar inclusive de un verdadero odio) se debía en parte a
ese carácter un poco provinciano de Viena, pero más, sin duda, a la forma del poder político,
puesto que la modernización de la sociedad, curiosamente, estaba acompañada del
mantenimiento de una monarquía neo-absolutista. Y sobre todo, esa ambivalencia se debía al
antisemitismo casi oficial que reinaba en Viena. Si, hacia sus doce años, época del ministerio
burgués, Freud puede escuchar que le predicen que será ministro sin que esto sorprenda a su
entorno, las cosas, en cambio, ya han variado mucho en el momento de su madurez, y son
conocidas las dificultades que tendrá para obtener un puesto de profesor en la universidad, que,
por otra parte, nunca ocupará plenamente.
A todo esto hay que agregarle todavía el tiempo que le requirió a Freud ser reconocido en su
ciudad. Se sabe que durante casi diez años, en la época en que introdujo la teoría de la etiología
sexual de las neurosis, Freud conoció el aislamiento y la incomprensión.
Sin embargo fue en Viena donde comenzaron a reunirse, a partir de 1902, sus primeros
discípulos. Al principio, se trataba de un grupo muy pequeño: dos médicos que habían tenido
ocasión de oír las conferencias de Freud, M. Kahane y R. Reitler, otro que había sido tratado por
Freud por una afección neurótica, W. Steke1, y por último A. Adler constituyeron con Freud el
primer núcleo. Aquello fue «la Sociedad Psicológica de los Miércoles», así llamada porque el
grupo tomó la costumbre de reunirse, cada semana, los miércoles, en la sala de espera de
Freud. En los años siguientes, otros se unieron a ellos, a veces transitoriamente. En 1906, la
primera sesión del año reúne a diecisiete personas, pero por aquella época sólo una decena de
miembros asisten a las sesiones y habrá que esperar a 1910 para que el grupo alcance un
número demasiado grande como para poder continuar reuniéndose en casa de Freud.
Entretanto, en 1908, ha tomado el nombre de «Sociedad Psicoanalítica de Viena».
Los informes detallados de las reuniones, cuya redacción desde 1906 estuvo a cargo de O.
Rank, se han conservado [Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena]. Ellos nos muestran
bien la composición, el trabajo y el funcionamiento de este pequeño grupo. Muy pronto no se
limitó sólo a médicos sino que incluyó a docentes, escritores, y un musicólogo. Durante los
primeros años, de todas maneras, era Freud solo, o casi, el que podía beneficiar al grupo con su
experiencia del psicoanálisis. Pero los otros estaban lejos de ser únicamente receptores
pasivos. Se los ve interesarse por todo, analizar las obras más importantes que se publicaban,
de literatura, de historia o de etnología. Se los ve discutir francamente, sin cuidarse unos de
otros, lo que no será siempre el caso en las sociedades psicoanalíticas. Se los ve a veces
evocar su propia vida, como cuando Urbantschitsch describe su vida sexual hasta su
matrimonio. Freud interviene siempre, aun cuando no exponga: rectifica lo que le parece erróneo
pero no deja nunca de subrayar la calidad de las intervenciones.
El comité. En resumen, la sociedad de los miércoles, y luego la Sociedad Psicoanalítica de Viena,
fueron lugares de real actividad intelectual donde personalidades diversas pero en muchos
casos originales comenzaron a retomar de manos de Freud la teoría y la práctica del
psicoanálisis. Pero curiosamente el grupo de los primeros discípulos dio muestras a mentido de
insatisfacción con respecto a Freud, a quien acusaron de manera más o menos explícita de
relegarlos para preferir a los extranjeros que comenzaban a adherir a las tesis del maestro
vienés. Esto sucedió, en particular, cuando Freud decidió confiar la presidencia de la Asociación
Psicoanalítica Internacional a C. G, Jung, idea que en efecto mostró ser mala porque muy
rápidamente este iba a criticar las tesis de Freud, en particular sobre la etiología sexual de las
neurosis, y a descuidar por completo su función de presidente para desarrollar sus propias
opciones y separarse finalmente del grupo freudiano. Se ha creído poder explicar la excesiva
confianza que Freud depositó en Jung a partir de algunas observaciones de Freud mismo: le
preocupaba que el psicoanálisis quedase confinado a un medio restringido como el medio judío
vienés, y el hecho de que Jung, un célebre terapeuta de Zurich, hubiese adherido al
psicoanálisis podía llegar a constituir un comienzo brillante de reconocimiento oficial. Pero tal
explicación es sin duda por entero insuficiente.
Más bien es probable que Freud haya sentido las dificultades a las que podían llevar las
relaciones en el interior de un grupo cuando estas tienden a anular toda diferencia y cada uno
se reconoce con demasiada absorción en el otro, mientras todos buscan estar en un acuerdo
absoluto con el maestro. Sin duda, Freud estaba preocupado por preservar las tesis esenciales
que había introducido y no dejaba de elevar su voz cuando le parecía que sus discípulos
renunciaban a ellas. Pero también alentaba a sus seguidores a labrar por sí mismos, a su
manera, el terreno que él abría, antes que buscar una conformidad absoluta con él. Eso es por
ejemplo lo que le escribe a Ferenczi en febrero de 1924: «En cuanto a su deseo de permanecer
en un perfecto acuerdo conmigo (…) estimo que no es un objetivo deseable ni fácil de alcanzar
(…)¿Por qué no tendría usted el derecho de tratar de ver si las cosas no funcionan de una
manera distinta de la que me ha parecido? Si al hacerlo se extravía, se dará cuenta solo (…) o yo
me tomaré la libertad de hacérselo ver no bien esté seguro de ello».
Se puede exponer esta dificultad a la luz del mismo psicoanálisis. Cuando la personalidad de un
maestro domina considerablemente a la de sus discípulos, estos a menudo no tienen otro
recurso que intentar inscribirse en una filiación, con todos los avatares que entonces se
avizoran: ya sea buscar una conformidad total con lo que representa el padre, ya sea rebelarse
contra su autoridad, en tanto que las elaboraciones «teóricas» sólo vienen a dar un pretexto a la
rebelión. Esto no podía dejar de producirse en el entorno de Freud.
¿Cómo evitarlo entonces? Habiéndose mostrado insuficiente el recurso a alguna personalidad
exterior, como se vio en el episodio con Jung, E. Jones tuvo la idea del «comité», o sea, de un
pequeño grupo de amigos fieles, una especie de «vieja guardia» alrededor de Freud que le
asegurase la prolongación de su obra. El único compromiso de los miembros sería no cuestionar
públicamente los principios fundamentales del psicoanálisis, como el inconciente o la sexualidad
infantil, antes de discutirlo con los otros. Este comité se reunió efectivamente por primera vez en
mayo de 1913, y Freud le dio a este acontecimiento un peso simbólico particular al ofrecer a
cada uno de los que lo componían con él (K. Abraham, S. Ferenczi, Rank, Sachs, luego Eitingon)
una piedra tallada griega que cada uno hizo luego montar en un anillo.
Si su objetivo era evitar el retorno de las formas desagradables de conflicto, como las
producidas con Jung o con Adler, está claro que el comité fracasó en su tarea. Los años
siguientes vieron todavía la defección de Rank, que ni siquiera ocurrió de la forma atemperada
que Jones había imaginado para los desacuerdos eventuales futuros. Pero lo esencial no está
quizás allí. La idea del comité da cuenta indudablemente de una cuestión esencial para el
psicoanálisis. Si la cura analítica a la que cada analista se somete lleva a cada uno a sostener su
deseo con menos dependencia, quizá, de las formas convencionales de la vida social, ¿puede
imaginarse una forma nueva de lazo social en el grupo analítico que responda a lo que, en la
cura, permite prestar atención a aquello que está reprimido en otra parte? La pregunta sigue
planteada hoy para las diversas asociaciones de analistas, tal como se le había planteado ya a
la Sociedad Psicológica de los Miércoles o a la Sociedad Psicoanalítica de Viena.
II. Algunos hitos en la historia de las instituciones psicoanalíticas. Los conceptos freudianos no
fueron todos aceptados en bloque por aquellos que se consideran pertenecientes al movimiento
psicoanalítico. La historia del movimiento, efectivamente, está ornada de escisiones por
cuestiones teóricas desde el principio.
A partir de 1902, se reunía en Viena, los miércoles, en el domicilio de Freud, un grupo de
médicos con el fin de estudiar el psicoanálisis, grupo al que se unirán rápidamente A. Adler, S.
Ferenczi, O. Rank y W. Stekel. E. Bleuler, psiquiatra suizo de renombre, y luego su asistente, C.
G. Jung, muestran enseguida interés por los descubrimientos freudianos. Jung participa en el
primer congreso de psicoanálisis en Salzburgo en 1908 y acompaña a Freud en su viaje a los
Estados Unidos (1908). En 1910, durante el segundo congreso de psicoanálisis, en Nuremberg,
queda fundada la International Psychoanalytical Association (IPA), «con el fin -escribe Freud- de
prevenir los abusos que podrían cometerse en nombre del psicoanálisis una vez que este se
haya vuelto popular». El propio Freud dicta después algunas exclusiones: por una parte, las de
Adler (1911) y Jung (1913); por otra, la de Rank (1924). Con los primeros, el diferendo recae
sobre el papel de la sexualidad como referencia primordial de la causalidad en psicoanálisis; con
Rank, sobre cuestiones prácticas, ligadas a la teoría de la regresión y al trauma. Los discípulos
más fieles de Freud son K. Abraham, que funda en Berlín el primer instituto de psicoanálisis, y E.
Jones, en Londres. Viena, la ciudad de Freud, permanece en el centro del movimiento -al que W.
Reich se une en 1920- hasta que el nazismo obliga a una gran parte de los psicoanalistas a
emigrar, principalmente a los Estados Unidos. Es en este país, al que se dice que Freud creía
haber llevado la peste, donde el psicoanálisis se dejará domesticar más fácilmente: con H.
Hartmann, por ejemplo, se convertirá en una especie de psicología adaptativa. En los países
socialistas, a despecho de una implantación en los comienzos de la revolución socialista (sobre
todo por la actividad de Ferenczi en Budapest, en 1919), pronto el psicoanálisis es excluido
totalmente por considerárselo una ciencia burguesa y reaccionaria; esta situación permanece
inalterable hasta 1990, donde, de subterráneo y clandestino que era, comienza a hacer algunas
apariciones en el mundo de los escritores y en cierta intelligentsia.
En Gran Bretaña, el psicoanálisis tiene un repunte teórico importante: con Melanie Klein, que se
opone a Anna Freud con respecto al análisis de niños, se da un paso esencial en la teoría de los
estadios preedípicos. Más tarde, los trabajos de D. W. Winnicott, de W. Bion y de D. Meltzer se
inscriben en la dimensión desarrollada por Klein, y permiten especialmente el abordaje de las
psicosis.
En Francia, habrá que esperar a 1923 para que algunas de las obras de Freud sean traducidas
y a 1926 para que Marie Bonaparte, Eugénie Sokolnicka, A. Hesnard, R. Allendy, A. Borel, R.
Laforgue, R. Loewenstein, G. Parcheminey y E. Pichon funden la Sociedad Psicoanalítica de
París. Esta sociedad tiene como objetivo agrupar a todos los médicos de lengua francesa en
condiciones de practicar el método terapéutico freudiano y de dar a los médicos deseosos de
hacerse psicoanalistas la ocasión de pasar por el psicoanálisis didáctico indispensable para el
ejercicio del método. La sociedad es reconocida por la IPA. J. Lacan es aceptado como miembro
adherente en noviembre de 1934, y expone su primer estudio sobre el estadio del espejo en el
Congreso Internacional de Psicoanálisis en Marienbad en 1936. La primera escisión del
movimiento psicoanalítico francés se produce en 1953 a propósito de lo que se llama la
«cuestión del Instituto». Ya desde 1933 existía un Instituto de Psicoanálisis en el seno de la
Sociedad Psicoanalítica de París. Después de la guerra, S. Nacht, rodeado por S. Lebovici y M.
Bénassy, elabora un proyecto de separación del Instituto de Psicoanálisis (reservado a la
enseñanza y la formación de los futuros analistas) de la Sociedad Psicoanalítica de París, y
propone también reglamentos para la formación de los candidatos a analistas. Las oposiciones a
estos reglamentos se cristalizan alrededor de Lacan, que funda la Sociedad Francesa de
Psicoanálisis (S.F.P.), cuyos miembros, por el hecho de su salida de la Sociedad Psicoanalítica
de París, no son reconocidos por la IPA. Es también desde esta época cuando la enseñanza de
Lacan, que insiste especialmente en el lugar de la palabra y del lenguaje en el psicoanálisis,
adquirirla una importancia de primer plano.
En 1963, una nueva escisión, llamada «de la Internacional», ve la luz en el seno de la Sociedad
Francesa de Psicoanálisis: un grupo, compuesto sobre todo por universitarios, aspira al
reconocimiento de la IPA, la que dicta la condición sine qua non para la renovación de su
reconocimiento: la corrección de la manera en que Lacan conduce sus análisis didácticos.
Muchos miembros dan vuelta su posición de 1953. La S.F.P. es disuelta. El 21 de junio de 1964,
Lacan funda la Escuela Freudiana de París (E.F.P.), seguido por P. Aulagnier, J. Clavieul, S.
Leclaire, F. Perrier, G. Rosolato y J. -P. Valabrega. También se forma otro grupo, la Asociación
Psicoanalítica de Francia, que pide y obtiene su afiliación a la IPA. Otra escisión, concerniente al
análisis didáctico, se produce en marzo de 1969, alrededor de P. Aulagnier, que deja la E.F.P.
para formar el Cuarto Grupo. En 1980, Lacan disuelve la Escuela Freudiana de París. Hará falta
sin duda algún tiempo todavía para apreciar correctamente lo que estuvo en juego en esta
disolución, así como en la consiguiente constitución de varios grupos que invocan la enseñanza
de Lacan. En contrapartida, lo que se ve claramente es que la trasmisión no se opera en el
psicoanálisis de una manera simple y directa, como un padre lega su herencia a sus hijos. El
psicoanálisis pone a cada uno frente a algo real difícil de aceptar, se trate de la pulsión de
muerte o de lo que en la sexualidad se acomoda mal. La tentación es grande en cada uno de
olvidar eso real, deslizándose hacia teorías o prácticas edulcoradas, o de intentar amaestrarlo
en instituciones burocráticas. A partir de todo esto es comprensible que las renegaciones y los
retornos a la inspiración original puedan alternarse: estas dificultades no han impedido, sin
embargo, hasta el presente, que el psicoanálisis mantuviese vigente lo más vivo de su
experiencia.