Diccionario de psicología, letra R, Represión

Represión
A) En sentido propio: operación por medio de la cual el sujeto intenta rechazar o mantener en el
inconsciente representaciones (pensamientos, imágenes, recuerdos) ligados a una pulsión. La
represión se produce en aquellos casos en que la satisfacción de una pulsión (susceptible de
procurar por sí misma placer) ofrecería el peligro de provocar displacer en virtud de otras
exigencias.
La represión es particularmente manifiesta en la histeria, si bien desempeña también un papel importante en las restantes afecciones mentales, así como en la psicología normal. Puede
considerarse como un proceso psíquico universal, en cuanto se hallaría en el origen de la
constitución del inconsciente como dominio separado del resto del psiquismo.
B) En sentido más vago: el término «represión» es utilizado en ocasiones por Freud en una acepción que lo aproxima al de «defensa», debido, por una parte, a que la operación de la represión en el sentido A, se encuentra, al menos como un tiempo, en numerosos procesos
defensivos complejos (en cuyo caso la parte es tomada por el todo) y, por otra parte, a que el
modelo teórico de la represión es utilizado por Freud como el prototipo de otras operaciones
defensivas.
La distinción entre las acepciones A y B se impone, aparentemente, si se tiene en cuenta la
apreciación que Freud hizo en 1926 sobre su propia utilización de los términos represión y
defensa: «Pienso ahora que hay cierta ventaja en volver al viejo concepto de defensa, aunque
estableciendo que debe designar de un modo general todas las técnicas de las que se sirve el
yo en sus conflictos, y que pueden eventualmente conducir a la neurosis, mientras que
reservamos el término «represión» para designar uno de estos métodos de defensa en
particular, que, debido a la orientación de nuestras investigaciones, pudimos al principio conocer
mejor que los otros».
En realidad, la evolución de los conceptos de Freud acerca del problema de la relación entre la
represión y la defensa no corresponde exactamente a lo que él adelanta en el texto citado. A
propósito de esta evolución pueden hacerse las siguientes observaciones:
1.ª En los textos anteriores a La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900) se
utilizan con la misma frecuencia, aproximadamente, los términos «represión» y «defensa». Pero
esto sólo ocurre en las ocasiones, muy raras, en que los emplea como si fueran simplemente
equivalentes, y sería erróneo considerar, basándose en el testimonio ulterior de Freud, que el
único modo de defensa entonces conocido era la represión, modo de defensa específico de la
histeria, coincidiendo el género con la especie. En efecto, por una parte, ya en aquella época,
Freud especificó las diversas psiconeurosis por la utilización de modos de defensa claramente
distintos, modos de defensa entre los que no incluía la represión; también en los textos sobre
Las psiconeurosis de defensa (1894, 1896), la conversión del afecto es el mecanismo de
defensa de la histeria, la transposición o el desplazamiento del afecto el de la neurosis obsesiva,
mientras que, en la psicosis, Freud considera mecanismos tales como el rechazo (verwerfen)
concomitante de la representación y del afecto o la proyección. Por otra parte, el término
«represión» se utiliza para designar el destino de las representaciones separadas de la
conciencia, que constituyen el núcleo de un grupo psíquico separado, proceso que se encuentra
tanto en la neurosis obsesiva como en la histeria.
Incluso aunque los dos conceptos de defensa y de represión desborden el marco de una
afección psicopatológica particular, se aprecia que esto no sucede en el mismo sentido: defensa
es, desde un principio, un concepto genérico, que designa una tendencia general «[…] ligada a
las condiciones más fundamentales del mecanismo psíquico (ley de la constancia)», que puede
adoptar formas tanto normales como patológicas y que, en estas últimas, se especifica en
«mecanismos» complejos en los cuales el afecto y la representación siguen destinos diferentes.
Si la represión se halla también universalmente presente en las diversas afecciones y no es
específica, como mecanismo de defensa particular, de la histeria, es porque las diferentes
psiconeurosis implican todas ellas la existencia de un inconsciente (véase esta palabra)
separado que se instituye precisamente por efecto de la represión.
2.ª A partir de 1900 Freud tiende a utilizar con menos frecuencia la palabra defensa, pero ésta
dista de desaparecer como Freud pretendió («Represión como yo he empezado a decir en lugar
de defensa») y conserva la misma significación genérica. Freud habla de «mecanismos de
defensa», de «lucha de defensa», etc.
En cuanto al término «represión», jamás pierde su especificidad para confundirse simplemente
con un concepto global que abarcase el conjunto de las técnicas defensivas utilizadas para
manejar el conflicto psíquico. Se observará, por ejemplo, que Freud, cuando trata de las
«defensas secundarias» (defensas contra el síntoma mismo), no las califica jamás de
«represiones» secundarias. Fundamentalmente, en el texto que le consagra en 1915, la noción
de represión conserva la acepción anteriormente expresada: «Su esencia consiste únicamente
en el hecho de separar y mantener a distancia de lo conciente». En este sentido, la represión
es considerada a veces por Freud como un «mecanismo de defensa» particular o más bien
como un «destino de la pulsión» susceptible de ser utilizado como defensa. Desempeña un papel
primordial en la histeria, mientras que en la neurosis obsesiva se inserta en un proceso
defensivo más complejo. Por consiguiente, del hecho de que la represión se describe en varias
neurosis, no debe inferirse, como lo hacen los editores de la Standard Edition, que «represión»
equivale en lo sucesivo a «defensa»: se encuentra en cada afección como uno de los tiempos
de la operación defensiva, y en su acepción bien precisa de represión en el inconsciente.
Así, pues, el mecanismo de la represión, estudiado por Freud en sus diversos tiempos,
representa para él una especie de prototipo de otras operaciones defensivas; así, en el Caso
Schreber, es decir, incluso cuando intenta descubrir un mecanismo de defensa específico de la
psicosis, se refiere a los tres tiempos de la represión, cuya teoría explica con tal ocasión. Sin
duda es en este texto donde se ve con más claridad la confusión entre represión y defensa,
confusión que no es simplemente terminológica, sino que conduce a dificultades de fondo
(véase: Proyección).
3.ª Finalmente, no es posible olvidar que, después de haber incluido la represión entre los
mecanismos de defensa, Freud, comentando el libro de Anna Freud, escribe: «Jamás he dudado
de que la represión no es el único procedimiento de que dispone el yo para sus intenciones. Sin
embargo, la represión es algo muy particular, que se distingue más claramente de los restantes
mecanismos que éstos entre sí».
«La teoría de la represión es la piedra angular sobre la que reposa todo el edificio del
psicoanálisis». La palabra represión se encuentra ya en Herbart, y algunos autores han
pretendido que Freud, por intermedio de Meynert, conoció la psicología de Herbart. Pero la
represión se impuso como hecho clínico desde los primeros tratamientos de histéricos, en los
que Freud constata que los pacientes no tienen a su disposición recuerdos que, no obstante,
conservan toda su vivacidad cuando son evocados de nuevo: «Se trataba de cosas que el
enfermo quería olvidar y que intencionadamente mantenía, rechazaba, reprimía, fuera de su
pensamiento consciente»
Vemos que la noción de represión, captada aquí en su origen, aparece desde un principio como
correlativa de la de inconsciente (la palabra reprimido será durante mucho tiempo para Freud,
hasta concebir la idea de defensas inconscientes del yo, sinónimo de inconsciente). En cuanto al
término « intencionadamente », Freud, a partir de esta época (1895), no lo utiliza sin reserva; la
escisión de la conciencia solamente se inicia en virtud de un acto intencional. En efecto, los
contenidos reprimidos escapan a los poderes del sujeto y, como un «grupo psíquico separado»,
se rigen por sus propias leyes (proceso primario). Una representación reprimida constituye por
sí misma un primer «núcleo de cristalización» capaz de atraer otras representaciones
intolerables, sin que deba intervenir una intención consciente. En tal medida, la operación de la
represión viene marcada por el proceso primario. Es esto lo que la define como defensa
patológica en comparación con una defensa normal del tipo, por ejemplo, de la evitación.
Finalmente, la represión se describe desde un principio como una operación dinámica que implica
el mantenimiento de una contracatexis y siempre susceptible de fracasar por la fuerza del deseo
inconsciente que busca retornar a la conciencia y a la motilidad (véase: Retorno de lo reprimido;
Transacción).
Durante los años 1911-1915, Freud se dedicó a exponer una teoría articulada del proceso de la
represión, distinguiendo en él diferentes tiempos. A este respecto, debe hacerse observar que
no se trata de su primera elaboración teórica. En efecto, creemos que su teoría de la seducción
debe considerarse como una primera tentativa sistemática de explicar la represión, tentativa
tanto más interesante cuanto que no aísla la descripción del mecanismo del objeto electivo al que
afecta, es decir, la sexualidad.
En su artículo La represión (Die Verdrängung, 1915), Freud distingue una represión en sentido
amplio (comprendiendo tres tiempos) y una represión en sentido estricto, que no es más que el
segundo tiempo de la anterior. El primer tiempo sería una «represión originaria»; no recae sobre
la pulsión como tal, sino sobre sus signos, sus «representantes», que no llegan a la conciencia y
a los cuales queda fijada la pulsión. Se crea así un primer núcleo inconsciente que funciona
como polo de atracción respecto de los elementos a reprimir.
La represión propiamente dicha (eigentliche Verdrängung) o «represión con posterioridad»
(Nachdrängen) constituye, por consiguiente, un proceso doble, que une a esta atracción una
repulsión (Abstossung) por parte de una instancia superior. Finalmente, el tercer tiempo es el
«retorno de lo reprimido» en forma de síntomas, sueños, actos fallidos, etc.
¿Sobre qué recae la represión? Es preciso subrayar que no recae sobre la pulsión, ya que ésta,
por ser orgánica, escapa a la alternativa consciente-inconsciente, ni sobre el afecto. Éste puede
experimentar diversas transformaciones correlativamente a la represión, pero no puede
volverse inconsciente sensu stricto (véase: Supresión). Solamente son reprimidos los
«representantes representativos » (idea, imagen, etc.) de la pulsión. Estos elementos
representativos van ligados a lo reprimido originario, ya porque provengan de éste, ya porque
entren en conexión fortuita con él. La represión reserva a cada uno de ellos un destino
diferente, «completamente individual», según su grado de deformación, su distancia respecto al
núcleo inconsciente o su valor afectivo.
La operación de la represión puede considerarse dentro del triple registro de la metapsicología:
a) desde el punto de vista tópico: si bien la represión se describe, en la primera teoría del
aparato psíquico, como mantenimiento fuera de la conciencia, Freud no asimila la instancia
represora a la conciencia. El modelo lo proporciona la censura. En la segunda tópica, la
represión se considera como una operación defensiva del yo (parcialmente inconsciente);
b) desde el punto de vista económico, la represión supone un juego complejo de retiro de la
catexis, recatectización y contracatexis que afecta a los representantes de la pulsión;
c) desde el punto de vista dinámico, la cuestión principal es la de los motivos de la represión:
cómo una pulsión cuya satisfacción, por definición, engendra placer, llega a suscitar un
displacer tal que desencadena la operación de la represión. (Acerca de este punto, véase:
Defensa).

 Represión
 
s. f. (fr. refoulement; ingl. repression; al. Verdrängung). Proceso de apartamiento de las
pulsiones, que ven negado su acceso a la conciencia.
Para Freud, existen dos momentos lógicos de la represión: la represión originaria y la represión
propiamente dicha. La represión originaria es el apartamiento de una significación que, en virtud
de la castración, ve negada su asunción por lo conciente: la significación simbólica soportada
por el falo, objeto imaginario.
En el après-coup, se da la intervención de la represión propiamente dicha, represión de las
pulsiones oral, anal, escópica e invocante, es decir, de todas las pulsiones ligadas a los orificios
reales del cuerpo. La represión originaria las arrastra tras sí, sexualizándolas. Exige su
apartamiento.
Dos clases de represión. Una primera observación semántica permite distinguir dos términos
traducidos indiferentemente en francés como represión: Unterdrückurtg, que significa
«supresión» y da cuenta del empuje subyacente y activo del elemento suprimido, y Verdrängung,
para el que convendría más la expresión apartamiento. Freud mismo la define en estos términos:
«Su esencia consiste solamente en el apartamiento (al. die Abweisung) y en el hecho de
mantener alejado de lo conciente (al. die Fernhaltung)»..
Lo que la represión aparta y mantiene alejado de lo conciente es aquello susceptible de provocar
un displacer. Pero, observa Freud, «antes de tal nivel de organización psíquica, los otros
destinos pulsionales, como la trasformación en lo contrario y la vuelta contra la propia persona,
cumplen con la tarea de defensa contra las incitaciones pulsionales». En otros términos, Freud
observa que, si en ciertas condiciones se producen incitaciones pulsionales capaces de
provocar displacer, y la represión todavía no ha tenido lugar, aquellas son desviadas por otros
procesos pulsionales. Estos procesos son característicos de la neurosis obsesiva, como el
hecho de trasformar una incitación en su contrario -no matar a alguien cercano- o de infligirse un
imperativo punitivo.
Los dos momentos lógicas de la represión. Según Freud, entonces, podemos admitir una
represión originaria (al. Urverdrängung), una primera fase de la represión que consiste en que
el representante de la pulsión, que va a hacer que haya representación (al.
Vorstellungsrepräsentanz [representante de la representación como propuso Lacan traducir
este término que solía traducirse como «representante representativo», cualitativo, opuesto al
«representante pulsional», el otro componente, cuantitativo, de la representación de la pulsión
según Freud]), «ve negada su asunción por lo conciente. Con lo que se da una fijación: aquel
representante permanece establecido desde entonces en forma invariable y la pulsión queda
fijada a él (…) El segundo estadio de la represión, la represión propiamente dicha, concierne a
las ramificaciones psíquicas del representante reprimido o a las cadenas de ideas que, viniendo
de otra parte, se han asociado con ese representante». Aparte de que estas representaciones
conocen el mismo destino que lo reprimido originario, «la represión propiamente dicha es (…) una
represión après-coup».
La represión de las incitaciones pulsionales. Las incitaciones pulsionales provienen ante todo de
los orificios reales del cuerpo. (Véase deseo.) Se trate de la pulsión oral, la anal, la escópica o la
invocante, actúan «a favor -dice Lacan- del rasgo anatómico de un margen o un borde: labios,
«cerco de los dientes», margen del ano (…) y hasta el pabellón de la oreja». Freud habla además
de las incitaciones pulsionales cuando evoca esas cadenas de ideas, signos de una excitación
orgánica, que se ven aspiradas «après-coup» por efecto de la represión originaria. La represión
originaria las arrastra tras sí y, al mismo tiempo, son reprimidas como si se tratase de una
«rasurada» ejecutada por el sentido sobre los orificios corporales, soportes de la excitación.
Si admitimos ahora con Freud «el primado de lo genital», es decir, el hecho de que «la fijación»
de este objeto imaginario, el falo, va a exigir la represión de todas las otras pulsiones, al mismo
tiempo que las sexualiza, podemos admitir entonces que el representante originariamente
reprimido del que habla Freud sea precisamente el falo. Se trata del único objeto para el cual, a
pesar de la existencia del pene, no hay soporte real. Este exige, en un après-coup lógico, la
represión propiamente dicha. Las pulsiones no genitales se vinculan a partir de allí al goce que
representa el falo. Este las sexualiza y las arrastra en su apartamiento. Llama al sacrificio del
goce, cualquiera sea su objeto.
El sentido como causa de la represión. ¿Sacrificio en virtud de qué? En virtud del sentido, un
sentido unívoco por ser fálico y estar soportado en el significante, trátese de una palabra, una
frase o una letra. Bajo este aspecto es notable en la clínica que «la emergencia en la vida
psíquica de una incitación pulsional (…) de cualquier orden que sea, va a (…) encontrar
automáticamente la hoja que la va a rasurar (…) que va a exigir que se renuncie a esta incitación
pulsional, que se la vuelva inofensiva, se la anule, trasforme, desvíe, sublime o, si aún debe ser
realizada, no se podrá obtener placer de ella sino bajo ciertas condiciones» (Ch. Melman,
Seminario sobre la neurosis obsesiva, 1989). Se comprende así por qué represión e inconciente
son correlativos. Lo que también explica que esta incitación sólo pueda retornar en la cadena
hablada como obscenidad, es decir, que los significantes que se apoyan en la represión del falo
pueden llegar a ser, si la conciencia se descuida, signos de esta obscenidad.
A través de la represión, el sujeto sacrifica todo goce. El objeto imaginario, el falo, que significa
el goce, es apartado en virtud del significante, y el sujeto le sacrifica todas sus incitaciones. Por
último, esta aspiración de las incitaciones Pulsionales por la significación fálica apartada, así
como la sexualización simultánea de los significantes que se le vinculan en las diferentes
pulsiones, puede muy bien producirse sin intervención de la función paterna. La represión
originaria del falo está determinada solamente por un efecto de sentido ligado para el niño a
enunciados significantes.
La función paterna en la represión. Al mismo tiempo, la idea corriente según la cual el padre
prohibiría y sería el iniciador de la castración merece ser precisada. Es cierto que al padre le
corresponde por su sola presencia real manifestarle al varón en particular que debe renunciar a
ese objeto imaginario que él cree detentar a través del deseo de su madre. Pero es el sentido
vehiculizado por la cadena significante el que opera la verdadera castración, mientras que la
función paterna, por el contrario, parece tener como efecto impedir que el mecanismo implacable
de la represión acarree la inhibición definitiva del sujeto. La función paterna autoriza al sujeto a
ser menos timorato en su deseo; en resumen: menos golpeado por una castración que, de lo
contrario, lo anularía como sujeto deseante. No es raro en la clínica que algunos se den cuenta
de que se han sacrificado mucho tiempo a los imperativos de la castración, es decir, que han
cumplido sus deberes sociales sin extraer la menor satisfacción de ello.
Es porque no situaban en ellos la función que podía autorizarlos a desear y a gozar dentro de
los límites que esa función define y establece sexual y socialmente. Esta observación sobre la
naturaleza de la represión originaria permite sin duda relativizar lo que en el psicoanálisis podría
desembocar en un culto desconsiderado de la castración. Lo esencial, más bien, es que el
sujeto pueda estar de acuerdo con su deseo.