Diccionario de psicología, letra S, Sexualidad infantil

Sexualidad infantil

(fr. sexualité infantile; ingl. infantile sexuality; al. infantile Sexualität). Forma que toma la pulsión
sexual antes de la pubertad y durante los primeros años de la vida, cuya importancia fue
reconocida por el psicoanálisis, que la concibe organizada alrededor de la cuestión del falo y
dependiente de una especie de «perversión polimorfa».
Las descripciones referidas a la sexualidad infantil constituyen una de las partes más conocidas
de la teoría psicoanalítica, y una de las más controvertidas, al menos en los primeros tiempos.
Debemos preguntarnos con todo qué constituye su originalidad, si los educadores siempre
supieron, aunque más no sea por el hecho de combatirla, de la existencia de una pulsión sexual
en el niño.
¿El aporte freudiano consiste principalmente, como se ha creído durante mucho tiempo, en una
teoría de los estadios (estadio oral, estadio anal, etc.), que constituirían otros tantos apoyos de
la pulsión en necesidades corporales? Sin embargo, estos «estadios», estas «organizaciones
pregenitales de la libido», no son descritos por Freud directamente a partir de la observación de
los niños. Aun si, en un segundo tiempo, las descubre en ellos, comienza primero por
reconstruirlas a partir del análisis de los adultos. Si algunas actividades infantiles, como el
chupeteo, son descritas como sexuales, es porque el trabajo asociativo del análisis obliga a
vincularlas a lo que en el adulto aparece bajo una forma claramente sexualizada, se trate del
beso o de la fellatio. Freud destaca por otra parte cierto número de particularidades de la
sexualidad infantil que se pueden enumerar rápidamente.
La primera concierne a la aproximación entre sexualidad infantil y sexualidad perversa. El niño
se comporta de una manera que, en el adulto, se consideraría perversa (voyeurismo,
exhibicionismo, sadismo, etc.). De hecho, es más adecuado hablar de perversión polimorfa, al no
estar sujeto el niño a libretos fijos, condiciones absolutas del goce, como sí puede estarlo el
perverso en el sentido habitual de este término.
¿Debe decirse entonces que la libido en el niño no está «organizada» como puede estarlo en el
adulto, que no se observa en él un primado de la genitalidad? Tras haber sostenido esta tesis,
Freud la matiza, indicando que, en el niño, existe efectivamente, para los dos sexos, un primado
del falo: si este no es reducible en la sexualidad humana al órgano masculino, es porque
representa el pivote alrededor del cual se anuda la cuestión del deseo con la de la castración.
Así, más aun que a comportamientos sexualizados, el psicoanálisis está atento a lo que en el
niño depende del fantasma, o a lo que Freud llamaba «teorías sexuales infantiles». Estas teorías, que cada niño se forja, sean cuales fueren las explicaciones que pueda dárseles por otro lado, estas teorías más o menos curiosas, que constituyen tentativas de responder a preguntas
importantes, como la de saber de dónde vienen los niños, constituyen el fondo inconciente de
nuestro saber sexual.
En fin, la cuestión de la sexualidad infantil parece conducir necesariamente a plantear la del
autoerotismo, si es verdad que la sexualidad del niño no puede realizarse a través de una
relación con el otro comparable a la del adulto. Pero sería erróneo hacer equivaler sexualidad
infantil y autoerotismo, puesto que el niño, desde su más tierna edad, es capaz de elegir objetos
muy precisos.