Diccionario de psicología, letra T, Transferencia: Lo imaginario y lo simbólico de la transferencia

Lo imaginario y lo simbólico de la transferencia:
En su primera publicación consagrada explícitamente a la transferencia, «Intervención sobre la
transferencia» (1951), Lacan desarrolla un análisis de la transferencia de Dora en términos de
inversiones dialécticas. «La transferencia no es nada real en el sujeto, sino la aparición, en un
momento de estancamiento de la dialéctica analítica, de los modos permanentes según los cuales
él constituye sus objetos» (Escritos). La relación con el tiempo seguirá siendo un dato discreto
pero efectivo de la teoría lacaniana de la transferencia; así, en 1964, Lacan continúa afirmando
que «la transferencia es una relación esencialmente ligada al tiempo y a su manejo» (Escritos).
En sus seminarios prosigue el estudio de la transferencia en función de los tres registros (real,
simbólico, imaginario) de los que hace la piedra angular de su teoría a partir de 1953. En Los
escritos técnicos de Freud insiste en la dimensión simbólica de la transferencia, recordando
sobre todo que Freud, en La interpretación de los sueños, llama «transferencia» al
desplazamiento sobre los restos diurnos de los elementos de los pensamientos inconscientes de
sueño que forma parte del «elemento central de la realización de deseo». Lacan compara estos
restos diurnos, en sí mismos desinvestidos de deseo, con un alfabeto, con «formas despojadas
de su sentido propio y retomadas en una organización nueva a través de la cual puede
expresarse un sentido», y por primera vez habla, refiriéndose a ellos, de «material significante».
A partir de El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalitica, Lacan pone cada vez más el
acento en la importancia del Otro, garantía de la buena fe de la palabra, más allá del yo y del otro,
y al que se dirige también el sujeto cuando le habla a un otro. Es en el lugar de ese Otro donde
existen agujeros (represión, forclusión) en el encadenamiento significante de los términos de la
historia del sujeto. En el análisis se trata de que el sujeto descubra a qué Otro se dirige, aunque
sin saberlo, y de que asuma progresivamente las relaciones de transferencia en las que está y
en las que antes no sabía que estaba (Wo Es war. soll Ich werden). La transferencia se
produce entre el Otro y el yo, según Lacan los sitúa en el esquema L, y por lo tanto el yo del
analista, en a, falta. El yo del sujeto se dirige a ponerse de acuerdo con el discurso fundamental
del Otro. El analista revela al sujeto una significación que es función de la palabra que viene del
Otro simbólico. Sobre la línea S-A, lo imaginario a-a’ desempeña a la vez un rol de filtro, de
obstáculo, pero también constitutivo, puesto que de la equivocación y el engaño puede surgir la
verdad.
La distinción de los planos imaginario y simbólico de la transferencia demuestra ser decisiva
para la conducción de la cura. Tomemos por ejemplo el caso llamado de homosexualidad
femenina que trató Freud. En un momento dado, la joven produjo una serie de sueños que, según Freud, anticipaban la curación de la inversión y expresaban el deseo de ser amada por un
hombre y tener hijos. Freud pone de manifiesto la dimensión transferencial de esos sueños:
están destinados a agradarle. Pero en lugar de denunciar esto como una mentira y por lo tanto
reforzar su consistencia imaginaria, es preciso reconocer que la dimensión de engaño (que se
abre paso en ellos y les da valor transferencial) pone al analista como lugar de articulación
simbólica, y esto incluso antes de que el sujeto la haya asumido como propia.
A la inversa, en el caso de Dora, Freud asigna un lugar simbólico a la relación con el señor K.,
cuando de hecho se confirma que él representa al yo de Dora y que el objeto del deseo de ella
es la señora K.
En el seminario Les Formations de l’inconscient (1957), Lacan distingue entre transferencia y
sugestión por la vía de diferenciar el deseo de la demanda, que se articulan en función de la
topología del grafo. El deseo se inserta entre la dimensión de la demanda, en el horizonte de la
sugestión, y la dimensión de la transferencia. Al año siguiente, en el seminario Le Désir et son
interprétation (1958), Lacan descarta la referencia vaga a los sentimientos positivos o negativos
y plantea la cuestión de la transferencia en su relación con el deseo, que, deseo de deseo, se
abre al enigma del Otro como tal, y más precisamente al enigma del deseo del analista.
La transferencia se regula sobre el deseo del analista
En «Le Transfert dans sa disparité subjective, sa prétendue situation, ses excursions
techniques» (1960), Lacan no vacila en presentar El banquete como «una especie de acta de
sesiones analíticas», en la que Sócrates encarna el lugar del analista. Sócrates encarna lo que
debe ser el deseo del analista para que se pueda esclarecer la verdad del amor de
transferencia.
La transferencia está en la frontera entre el deseo y el amor. Esto permite comprender mejor en qué la complejidad del amor de transferencia en un sujeto no se limita a lo que sucede en su nivel, sino que se encuentra articulado con lo que sucede en el analista, y más precisamente con el deseo del analista. Amor y deseo se articulan a partir de lo que Lacan llama la metáfora del
amor, escrita eromenon (amante, deseante) – eromenos (amado, deseado). El que está en
posición de amado, sustituye esa posición por la de amante. Entonces se produce la
significación del amor si, deseante, quiero creer que el otro, deseante, ha pasado a desearme, si
en los leños que se inflaman por mi deseo yo percibo una mano que se tiende hacia mí. Esto es
desde luego lo que se produce en el análisis, puesto que el analista, amado, es virtualmente
amante, aunque más no sea porque escucha al analizante. Pero como la posición del sujeto
descante es fundamentalmente la de la falta, el momento de eclosión del amor de transferencia
puede conducir al analizante a la verdad de su deseo, que no es un bien, que, por definición, es
aquello que le falta, puesto que el analista colocado en ese lugar de deseante podrá hacer valer
allí su falta fundamental.
Sócrates, según Lacan, efectúa la tensión de la metáfora del amor que conduce a la función de
la falta (ouden) inherente al deseo, pues en lo que le atañe él significa que es deseante en
cuanto no puede decir nada de él mismo como deseante allí donde es deseado, pues se aboliría
como deseante y pasaría al registro de la demanda. Sosteniendo una posición de deseante,
Sócrates dirige a Alcibíades, más allá de su demanda de amor, hacia una encarnación del objeto
de su deseo, Agatón, poniéndolo así en la vía de la verdad de su transferencia, aunque ésta
siga aún tomada en un imaginario especular, puesto que en el primer plano se trata de una
persona.
Al tomar a Sócrates como figura ejemplar, Lacan invierte de manera definitiva el sentido de la
transferencia. Hace depender la transferencia y la salida de la transferencia (es decir, la
revelación al sujeto del objeto del deseo a partir de su demanda de amor), del deseo del analista.
La transferencia sólo puede interrogarse desde el lugar del deseo del analista, pues sólo desde
ese lugar le llegará un sentido verídico o no a la transferencia del sujeto.
El término «deseo del analista» -observémoslo al pasar- surge de una disparidad subjetiva que
hace obstáculo a la intersubjetividad (en el sentido de que un sujeto supondría a otro sujeto) a la
que apela la noción de contratransferencia.
El deseo de Sócrates se articula en función de una posición subjetiva ante el saber que anticipa
la del analista. El se presenta como no sabiendo nada fuera de las cosas del amor, pero cuando
es su turno de hablar, cita a Diótima, manifestando así su división de sujeto y demostrando que
sólo puede hablar de lo que sabe permaneciendo en la zona del «él no sabía». Desde Le
Transfert se ve no solamente surgir como esencial la referencia al saber, sino más aún la
referencia a la suposición de saber. Como Sócrates, el analista es interrogado en tanto que
sabiendo, y «… es en el lugar mismo donde somos supuesto saber donde somos llamados a ser
y a no ser nada más, nada distinto de la presencia real, y justamente en tanto que ella es
inconsciente».

 El sujeto supuesto saber:
Lacan introduce la fórmula del sujeto supuesto saber en los dos primeros seminarios de
l’Identification (1961), que siguen a Le Transfert. La figura del sujeto supuesto saber se habría
desarrollado como prejuicio filosófico después del cógito de Descartes. De manera notable,
Lacan utiliza esta fórmula con «ironía» y para desmarcarse de ella: «Es preciso que aprendamos
a prescindir de ella en todo momento», «es una suposición indebida».
Al denunciar el sujeto supuesto saber, Lacan renuncia al mismo tiempo, a su propia concepción
del Otro como sujeto: «el Otro no es un sujeto, es un lugar al que uno se esfuerza, dice
Aristóteles, por transferir el saber del sujeto» (15 de noviembre de 1961). El sujeto supuesto saber ocupa el lugar de lo que antes Lacan llamaba el Otro en tanto que sujeto. Al mismo tiempo que el Otro se convierte en un lugar de significantes, que no es sujeto, Lacan enuncia por
primera vez su definición del significante que representa al sujeto para otro significante,
definición que permanecerá corno axiomática: «El significante, a la inversa del signo, no es lo
que representa algo para alguien, es lo que representa precisamente al sujeto para otro
significante» (6 de diciembre de 1961).
En estos primeros seminarios de L’Identification, la transferencia no es vinculada al sujeto
supuesto saber. Sólo lo será dos años más tarde, en 1964 (entre tanto había transcurrido el
seminario sobre l’Angoisse), al final de Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis,
en un vuelco que de nuevo se apoya en Descartes. Después de haber designado al Dios de
Descartes como sujeto supuesto saber, Lacan dice que, en el análisis, el sujeto supuesto saber
(que no es forzosamente como Dios) es el analista, y que desde que hay en alguna parte el
sujeto supuesto saber, hay transferencia, incluso aunque el analizante esté a menudo lejos de
asignar este lugar al analista cuando entra en análisis. El vínculo entre transferencia y sujeto
supuesto saber se había anunciado ya cuando Lacan dijo (en l’Identification) que el Otro es un lugar al que se transfiere el saber del sujeto. Esto permite suponer que el eslabón intermedio -no
confesado por Lacan- para vincular la transferencia con el sujeto supuesto saber sería la idea
de una transferencia de Descartes a Dios, Otro, garante de las verdades eternas.
La afirmación de que el Otro no es un sujeto (al que se dirigiría el sujeto), sino un lugar,
constituye un paso decisivo en la propuesta lacaniana. Si las relaciones del sujeto con el Otro
deben tratarse en términos de lugar, esto exige una topología. L’Identification es el primer
seminario en el que Lacan, efectivamente y de manera concreta, vincula los términos de su
discurso (deseo, demanda…) con una práctica de los objetos topológicos -en este caso, para
comenzar, el toro y el cross-cap- Los términos Otro, deseo, demanda, vaciados de referencia a
una sustancia, se convierten en términos operatorios lógicos. Se identifican con las operaciones
de conteo y de corte que engendran la superficie.