Diccionario de psicología, letra T, Trauma

Trauma

Una observación inicial importante: en Freud, siempre se trata de trauma, no de traumatismo. Por
lo tanto, se podría admitir una distinción: traumatismo se aplica al hecho exterior que golpea al
sujeto, y trauma al efecto producido por ese hecho en el sujeto, y más específicamente en el dominio psíquico.
Desde el punto de vista histórico, el trauma ocupa un lugar fundamental en el psicoanálisis, en particular el trauma de orden sexual, tal como surge de los Estudios sobre la histeria: agresión de las hijas por los padres (o sustitutos) incestuosos. Sobre lo que entonces le parecen hechos reales, Freud basa su primera teoría de la seducción (su «neurótica»), abandonada en 1897, cuando advierte la importancia del fantasma incestuoso en las pacientes histéricas. Están
vinculadas al trauma las nociones capitales de amnesia y represión, de a-posteriori
[aprés-coup], de lo latente y lo manifiesto. Se pone el acento en el aspecto energético,
económico, del proceso: las experiencias traumatizantes deben su fuerza patógena al hecho de
que producen cantidades de excitación demasiado grandes como para que las asimile el aparato
psíquico. El conjunto se basa en el principio de constancia.
La terapéutica utiliza primero la idea de una «evacuación» posible del trauma, recordado y
revivido en sesiones de hipnosis: la catarsis. Ante las insuficiencias y fracasos de este método,
Freud inaugura un nuevo modo de tratamiento: el psicoanálisis.
Más tarde, al aumentar la importancia atribuida a la actividad fantasmática, los traumas
identificados se diversifican. Así, por ejemplo, se los volverá a encontrar en las neurosis de
guerra que el conflicto mundial de 1914-1918 dio la oportunidad de observar, o en las
situaciones de peligro inevitable que vive el ser humano, entre otras la inmadurez neonatal. Sea
como fuere, en Inhibición, síntoma y angustia, Freud continúa subrayando el hecho de que el
trauma está ligado al estado de impotencia o de desamparo del organismo receptor. El factor
individual o subjetivo aparece por lo tanto en el primer plano, y explica la diferencia de reacción
de los sujetos ante una misma situación catastrófica.
No es menos cierto que, en lo concerniente al trauma y a medida que el psicoanálisis se
desarrollaba, la atención se fue dirigiendo de manera preferencial, según las épocas y los
autores, hacia los acontecimientos particulares de la historia personal, o bien hacia sus
acontecimientos universales, o incluso hacia acontecimientos colectivos de la historia con sus
repercusiones individuales y su transmisión a través de las generaciones; para el estudio
psicoanalítico lo importante es ubicar en su justo lugar el abordaje eventual del efecto trauma,
con las consideraciones terapéuticas implícitas.
Así, si bien actualmente es impensable encarar la patología psicoanalítica del trauma sin evocar,
entre otros hechos, el genocidio judío y sus repercusiones en los sobrevivientes y sus
descendientes, también se tiende a subrayar el trauma, inevitable y de un orden totalmente
diferente, que constituye para cada ser humano su separación respecto de la madre: trauma
«archi originario» -sobre el que Ferenczi ya había llamado la atención- de huellas imborrables y
que no es extraño al desarrollo del pensamiento.
El trauma no ha dejado de atraer la atención de los autores a lo largo de la historia del
psicoanálisis (desde Freud, y después Rank y Ferenczi) y la noción fue retomada desde
diferentes ángulos. Se pueden identificar en estas investigaciones dos grandes tendencias: una
atención concentrada en el acontecimiento traumatizante, en su «realidad» y su reconocimiento
por el terapeuta, por un lado, y por el otro, la preferencia asignada a la actividad fantasmática,
en el orden de la realidad psíquica, en tomo al hecho del que se trata.
Consideraciones de naturaleza terapéutica deberían permitir hallar un término medio entre estas
dos actitudes: en efecto, la repetición desempeña un papel principal en el trabajo psíquico del
trauma; incluso cuando en la personalidad se producen escisiones que preservan sectores
sanos, persisten fijaciones que hacen volver al sujeto al acontecimiento traumatizante y traban
su desarrollo o determinan síntomas. Por lo tanto, el objetivo consistirá, no sólo en recordar y
repetir para llevar a la conciencia un hecho reprimido patógeno, sino también en reelaborar
(durcharbeiten) el recuerdo así reconstituido (cf. el artículo de Freud que lleva estas tres
palabras como título). La situación psicoanalítica, con la transferencia que en ella se desarrolla,
parece uno de los marcos en los que puede efectuarse este proceso, si se considera la
transferencia como una relación que no sólo repite vínculos antiguos sino que también introduce,
gracias al análisis de la contratransferencia, el indicio de algo nuevo con lo que tropezará el
trayecto neurótico. Así puede realizarse la subjetivación mediante la cual, en la actividad de su
relato, el sujeto se apropia de su historia.
 
s. m. (fr. traumatisme; ingl. trauma; al. Trauma). Acontecimiento inasimilable para el sujeto,
generalmente de naturaleza sexual, y que puede parecer constitutivo de una condición
determinante de la neurosis.
Para el lector que intenta introducirse en el conocimiento del psicoanálisis con la ayuda de las
obras más accesibles, más populares, el trauma constituye una de las primeras nociones
explicativas más fáciles de recibir. Si un sujeto sufre trastornos neuróticos más o menos
importantes, puede parecernos concebible que esto sea porque ha sido «traumatizado». Aquí,
las explicaciones que ofrece S. Freud, al menos las de sus primeras obras, parecen fácilmente
acordes con el buen sentido ordinario. A menos que el psicoanálisis no haya influido ya sobre
numerosas representaciones que hoy tomamos como evidentes.
Remitámonos por ejemplo a una de las exposiciones del tratamiento de Anna O. por J. Breuer:
bajo hipnosis, esta joven mujer histérica, que sufre en especial de una imposibilidad para beber
de origen psíquico, recuerda haber visto a un perro, perteneciente a una gobernanta que ella no
quería, beber de un vaso. Freud, extrayendo sus conclusiones de ejemplos de este tipo, dará
entonces una teoría general del síntoma histérico: «Los síntomas eran, por así decirlo, como
residuos de experiencias emotivas que, por esa razón, hemos llamado después traumas
psíquicos: su carácter particular se relacionaba con la escena traumática que los había
provocado» (Cinco conferencias sobre psicoanálisis, 1910).
Esta hipótesis, sin embargo, trae más problemas de los que probablemente resuelve. ¿Qué hace
que un acontecimiento determinado tenga valor de trauma para un sujeto determinado? Mas
precisarnente, en los Estudios sobre la histeria (1895), Freud y Breuer dicen que la causa del
síntoma debe buscarse más bien en la ausencia de una reacción al trauma, sea de una reacción
afectiva, sea de una reacción por medio de la palabra (Anna O. no había dicho nada, por
cortesía), sea de una rectificación del alcance del trauma ligada a su integración «en el gran
complejo de las asociaciones». Hay que preguntarse entonces qué impide que haya una
reacción adecuada al trauma, qué lo vuelve inasimilable, pregunta esta última que abre el camino
a una teoría de la represión.
Agreguemos que muy pronto Freud se da cuenta de que raramente nos encontramos con un trauma aislado. El trabajo analítico, o la hipnosis, hace aparecer una serie de traumas semejantes en la historia del sujeto. Pero entonces, ¿un trauma que se repite es todavía un trauma? Ya no puede concebirse más como una ruptura brutal, inesperada, del curso de la existencia. Se inscribe, precisamente, en lo que el psicoanálisis llama «repetición», es decir, en un orden constrictivo sin duda, pero en el cual el sujeto ciertamente pone algo propio.
Sexualidad y pulsión de muerte. En las primeras obras de Freud, y especialmente en las cartas a
Fliess (1887-1902) [Los orígenes del psicoanálisis], la teoría del trauma está ligada a la de la
seducción precoz. También allí la explicación tiene forma de evidencia: el sujeto neurótico evoca
fácilmente, para explicar los trastornos que sufre, una confrontación brutal con la sexualidad,
que habría ocurrido demasiado temprano, provocada por la coerción o, en todo caso, la
perversidad de un adulto. Eso era, en especial, lo que las mujeres histéricas tratadas por Freud
le contaban: habían sido objeto de violencias sexuales ejercidas por alguien cercano, a veces el
mismo padre. En cuanto a los obsesivos, Freud piensa que un episodio sexual precoz pudo
haberles sucedido, acompañado de placer y no de disgusto o de espanto, mas no por ello deja
de suponer, antes de esta experiencia activa de placer, una «escena de pasividad sexual».
Observemos, por otra parte, que la teoría de la seducción precoz supone una acción traumática
en dos tiempos: el episodio displacentero habría ocurrido generalmente en la infancia, aun en la
primera infancia. Pero sólo cuando es reactivado en el après-coup, en la pubertad, se muestra
realmente patógeno.
Freud abandonaría, sin embargo, la teoría de la seducción precoz. Ante los relatos demasiado
sistemáticos de sus pacientes, especialmente las histéricas, entró a tener dudas, y poco a poco
se le impuso la idea de que el episodio sexual invocado no había ocurrido realmente, que de
hecho pertenecía a la esfera del fantasma. La teoría de la sexualidad infantil, a la que se vio
entonces llevado, volvió caduca la idea de un niño introducido a la sexualidad desde el exterior,
víctima únicamente de la perversidad de los adultos.
Pero si el trauma en tanto episodio sexual precoz pierde muy pronto su papel explicativo en la
teoría freudiana, volverá a encontrar, bajo otra forma muy distinta, un lugar nada desdeñable en
la década de 1920. La Primera Guerra Mundial, efectivamente, multiplica los casos en los que el
sujeto parece afectado por una «neurosis traumática», es decir, ligada esencialmente a un
acontecimiento violento. Se observa, por lo general, el retorno repetitivo de una escena
insoportable en sujetos que se han visto confrontados con incidentes terribles u horribles,
incluso en la edad adulta. El sujeto puede por ejemplo revivirla regularmente en sueños, lo que
por otra parte obliga a completar la definición del sueño como una realización de deseos. La
neurosis traumática constituye uno de los puntos de partida de la teoría freudiana de la pulsión
de muerte.
Sin embargo, en conclusión, parece difícil, en el marco de la elaboración psicoanalítica, darle un
valor demasiado grande a lo que es sólo del orden del acontecimiento. Los acontecimientos,
sexuales o no, son siempre reelaborados por el sujeto, integrados al saber inconciente. Si
queremos conservar verdaderamente la idea de un trauma, sería más justo decir que el sujeto,
en tanto tal, sufre en efecto un trauma: un trauma constitutivo, que es la existencia misma del
lenguaje, puesto que, desde que habla, no tiene un acceso directo al objeto de su deseo, debe
comprometerse en la demanda y se ve reducido finalmente a hacer pasar su goce a través del
lenguaje mismo.