Diccionario de Psicología, letra E, Estudios sobre la histeria

Diccionario de Psicología, letra E, Estudios sobre la histeria

Obra de Sigmund Freud y Josef Breuer publicada en 1895 con el título Studien über Hysterie. Reeditada en 1925 sin los aportes de Josef Breuer y con notas de Sigmund Freud, y después, en 1995, en su forma inicial. Traducida por primera vez al francés por Anne Berman (1889-1979) en 1956 con el título de Études sur l’hystérie, incluyendo las contribuciones de Josef Breuter y las notas de 1925 de Sigmund Freud. Traducida por primera vez al inglés en 1909 por Abraham Arden Brill, con el título de Studies in Hysteria, sin los historiales de «Anna O …. .. Emmy von N.» y «Katharina», y también sin las «Consideraciones teóricas» de Josef Breuer (capítulo III), y en 1936 por Abraham Arden Brill en versión completa, pero sin las notas añadidas en 1925 por Freud. Retraducida en 1955 por James Strachey y Alix Strachey, con el título de Studies on Hysteria, incluyendo los aportes de Josef Breuer y las notas de Sigmund Freud. Aunque la palabra psicoanálisis no apareció en la pluma de Sigmund Freud antes de 1896, Estudios sobre la histeria fue siempre considerado el libro inaugural de la creación del psicoanálisis y de la nueva definición Freudiana de la histeria. Esto se debe en parte a la publicación, en el cuerpo de la obra, del famoso caso «Anna O.», que iba a convertirse en legendario en la historia del Freudismo. A través de él, se ha podido atribuir a una mujer histérica la invención del método psicoanalítico. Las diferentes revisiones de la historiografía experta a partir de la segunda mitad del siglo XX han permitido dirigir una mirada totalmente distinta a estas historias de mujeres. Subsiste el hecho de que la celebridad bien merecida de esta obra se debe sobre todo a sus extraordinarias cualidades literarias. Las exposiciones teóricas de los dos autores son de una limpidez admirable, y las historias de estas enfermas, transcritas en un estilo novelesco, contribuyen a dar vida a figuras femeninas semejantes a las descritas por Gustave Flaubert (1821-1880) u Honorato de Balzac (1799-1850). Cuando Félicité se dirige a Emma Bovary para explicarle el «mal» del que sufre Guérine, hija de un pescador normando, uno piensa en las ocho mujeres inmortalizadas por Freud y Breuer: «Su mal -escribe Flaubert, haciendo hablar a Félicité a propósito de Guérine- era una especie de niebla que tenía en la cabeza, contra la cual los médicos no podían nada, ni el cura tampoco. Cuando la tomaba con demasiada fuerza, ella se iba sola a la orilla del mar, de modo que el teniente de la aduana, al realizar su recorrido, a menudo la encontraba tendida boca abajo y llorando sobre los guijarros.» No sorprenderá entonces que los Estudios de Freud y Breuer, en los que se describen magníficamente las relaciones íntimas entre padres abusivos, madres sumisas y autoritarias e hijas rebeldes y víctimas, hayan fascinado tanto a los escritores. La obra fue (y sigue siendo) una especie de síntesis de todos los interrogantes propios de la sociedad occidental de fin de siglo: emancipación de las mujeres, declinación del patriarcado, emergencia de una nueva forma de diferencia de los sexos. Los surrealistas, temiendo la desaparición de la histeria, celebraron en 1928 a la Augustine de Jean Martin Charcot como el emblema olvidado de la belleza convulsiva: análogamente, Jacques Lacan dijo en 1973 que el psicoanálisis corría el riesgo de morir si renunciaba a sus mitos originales: «¿Adónde se han ido las histéricas de antaño -preguntó-, esas mujeres maravillosas, las Anna O., las Emmy von N.? Ellas no sólo desempeñaban un cierto rol, un cierto rol social, sino que cuando Freud comenzó a escucharlas, fueron ellas quienes hicieron posible el nacimiento del psicoanálisis. Fue a partir de su escucha como Freud inauguró un modo totalmente nuevo de relación humana.» El primer capítulo, redactado por Freud y Breuer, lleva como título «Del mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos», y como subtítulo -Comunicación preliminar». Se trataba de la reimpresión de un artículo publicado en 1893, en el cual los autores hablaron por primera vez del método catártico (catarsis) y la abreacción, subrayando, sobre todo a propósito del caso «Frau Cäcilie», el carácter psíquico y traumático de la histeria. Verdadero manifiesto contra el nihilismo terapéutico de los partidarios de la organogénesis, la «Comunicación preliminar» demostraba que la histeria tipo Charcot era una enfermedad psíquica, y curable mediante una terapia de la palabra. Si el sujeto sufre de reminiscencias, es decir, de representaciones ligadas a los afectos enterrados, y no de trastornos orgánicos, puede ser curado mediante la verbalización de dichos afectos. De allí la idea de emplear, en lugar de la sugestión, una cura por la palabra bajo hipnosis leve. En 1893, otra versión de esta «Comunicación preliminar» fue objeto de una exposición oral realizada por Freud solo, cuya transcripción taquigráfica fue publicada el mismo año en la Wiener medizinische Presse, y en 1971 en Studienausgabe. Después de esa vigorosa defensa de los principios de la psicogénesis, y por lo tanto de la posible curabilidad de la neurosis, los autores necesitaban afirmar que sus enfermas se habían curado, si no de su enfermedad, al menos de sus síntomas. Breuer y Freud forzaron entonces el destino, y presentaron sus ocho historias de mujeres histéricas como ocho casos de curación. Hubo que aguardar las revisiones de la historiografía experta y la identificación de las diversas pacientes para advertir que ninguna de ellas había sido verdaderamente «curada», ni de sus síntomas, ni, fundamentalmente, de sus neurosis. En tal sentido, ese gran libro inaugural es la expresión de una línea divisoria entre la historia de la locura y la historia de la psicopatología. Se sabe que la conciencia crítica del científico no es de la misma naturaleza que la conciencia trágica del enfermo o el loco. Todos los historiales se construyen como ficciones destinadas a validar las hipótesis de los investigadores, y el caso sólo tiene valor de verdad porque está redactado como una ficción. De allí las necesarias revisiones, de las que por lo general surge hasta qué punto el enfermo real rechaza el montaje de la ciencia y la validez del discurso científico, del cual se siente víctima. Por ejemplo, la verdadera Bertha Pappenheim siempre negó haber sido «Anna O.», así como Marguerite Anzieu negó haber sido el caso «Aimée» de Lacan. El segundo capítulo de Estudios sobre la histeria presenta los historiales de cinco grandes casos: «Fräulein Anna O …. .. Frau Emmy von N …. .. Fräulein Lucy R.» (o «Miss Lucy»), «Katharina'» y «Fräulein Elisabeth von R.». Hay además tres pequeñas historias: «Fräulein Mathilde H …. .. Fräulein Rosalie H.» y «Frau Cäcilie». Una sola enferma (Anna 0.) había sido tratada por Breuer; las otras lo fueron por Freud. Las identidades de cuatro de estas pacientes han sido reveladas por los trabajos de la historiografía: Anna 0. (Bertha Pappenheim) por Ernest Jones, y después por Henri F. Ellenberger; Emmy von N. (Fanny Moser) por Ola Andersson; Katharina (Aurelia Ohm) por Albrecht Hirschmüller, y Cäcilie (Anna von Lieben) por Peter Swales. Nos faltan considerar las otras cuatro historias: Luey, Elisabeth von R., Mathilde H. y Rosalie H. De origen húngaro, Elisabeth consultó a Freud en 1892, a los 24 años, por dolores en las piernas y dificultades para caminar. En seguida él atribuyó los síntomas a causas sexuales. Advirtió que presionando el muslo de la paciente le hacía experimentar un placer erótico que ella rechazaba en la vida consciente. Casi sin utilizar la hipnosis, Freud puso a punto una técnica de concentración, y denominó análisis psíquico al método empleado, lo que más tarde lo llevará a decir que Elisabeth fue la primera mujer tratada y curada por el psicoanálisis. Tendida, con los ojos cerrados, el médico le solicitó que se concentrara y dijera todo lo que le pasaba por la cabeza. Cuando ella se negó a responder, Freud trató de persuadirla. A medida que avanzaba el diálogo, él comprendió que el mecanismo de rebelión u olvido voluntario funcionaba como un síntoma. Ése fue su primer paso hacia la técnica de la asociación libre, y después hacia la elaboración de la noción de resistencia. Freud se dio cuenta de que Elisabeth estaba enamorada de su cuñado, y que expulsaba de la conciencia los deseos de muerte que había experimentado respecto de la hermana, fallecida a consecuencia de una enfermedad. El reconocimiento de este deseo marcó para la joven el final de sus dolores. Al término del tratamiento, Freud se entrevistó con la madre de Elisabeth, quien le confirmó la inclinación de la hija hacia el cuñado; la mujer prefería que ellos no se casaran. Freud invitó entonces a su paciente a aceptar esa realidad, y la consideró curada: «En el curso de la primavera de 1894 -escribió-, me enteré de que ella iba a concurrir a un baile al que yo podía hacerme invitar, y no dejé escapar esa oportunidad de ver a mi ex paciente dejándose arrastrar en una danza rápida». Elisabeth se llamada llona Weiss. Muchos años después de un matrimonio feliz, su hija le hizo preguntas y dejó un testimonio subrayando que la imagen de Elisabeth que aparecía en los Estudios correspondía a la realidad. Sin embargo, al hablar de su cura, la ex paciente sostuvo que el «médico barbudo» de Viena al que la habían enviado intentó convencerla, contra su propia voluntad, de que estaba enamorada del cuñado. Miss Lucy, institutriz inglesa empleada de una familia de Viena, consultó a Freud en 1892 por una alucinación olfativa acompañada de crisis depresivas. Se sentía perseguida por un olor de postre quemado. Empleando el mismo método que con Elisabeth, Freud usó la palabra represión para demostrar que los síntomas de su paciente provenían del amor inconsciente que ella sentía por su patrón. El caso de Rosalie H., joven vienesa de 23 años que quería convertirse en cantante y padecía una sensación de estrangulamiento, es expuesto por Freud en algunas páginas. Se trata de una historia que incluye, como la de Aurelia Öhm (Katharina), una escena de seducción. Rosalie es curada mediante hipnosis cuando logra rememorar el modo brutal en que su tío había maltratado en otro tiempo, delante de ella, a su mujer y sus hijos, mientras manifestaba sus preferencias sexuales por las domésticas. El síntoma de la garganta oprimida se transforma entonces en picazón en la punta de los dedos. Freud va más lejos, y hace surgir una escena antigua: el tío malvado, que sufría de reumatismo, había exigido en una oportunidad que la sobrina le hiciera masajes. Mientras la joven obedecía, él apartó la ropa de cama e intentó abusar de ella, que huyó. En cuanto a la cuarta historia, la de Mathilde H., joven depresiva de 19 años y afectada de una parálisis parcial de la pierna, es expuesta en unas pocas líneas, como un caso de curación por abreacción. El tercer capítulo de los Estudios es un ensayo de Breuer titulado «Consideraciones teóricas», y el cuarto, «Psicoterapia de la histeria», constituye una reflexión de Freud, con comentarios teóricos sobre los casos y acerca de sus divergencias con Breuer. Como lo subraya James Strachey en su presentación de la obra, esas divergencias entre Freud y Breuer no se advierten a primera vista. Sin embargo, se sabe que la decisión de publicar el libro fue el resultado de una transacción, destinada a hacer conocer a la comunidad científica el estado de los trabajos realizados en común por ambos hombres hasta 1894, fecha en la cual concluyeron sus relaciones verdaderamente científicas. De ese compromiso y de la divergencia que se introdujo entre los dos puntos de vista, los autores, y después los comentadores, retuvieron tres aspectos. En primer lugar, Freud sostenía que la disociación mental que se encontraba en el síntoma histérico era provocada por una defensa psíquica, mientras que Breuer pensaba en una fisiología de los estados hipnoides. En segundo lugar, Breuer se negaba a atribuir una etiología puramente sexual a la histeria, como lo hacía Freud. Finalmente, Breuer no aceptaba la crítica realizada a su posición por el neurólogo alemán Adolf Strümpell (185 3-1925). Éste reconocía el carácter psíquico de la enfermedad histérica y su etiología sexual, pero ponía en duda la eficacia tanto de la hipnosis como del tratamiento catártico, subrayando que las enfermas, por sus síntomas, podían perfectamente inducir a los médicos a error. De modo que las diferencias más graves que iban a llevar a Freud y Breuer a la ruptura emergieron en torno a las cuestiones de la defensa, de la sexualidad, del problema del estado hipnoide como causa de la histeria y, finalmente, de la concepción general de la ciencia. En términos generales, los Estudios fueron acogidos favorablemente por el ambiente científico, como una contribución preciosa a la elucidación de la vida psíquica. Según lo subraya Albrecht Hirschmüller, las reservas de Breuer acerca de la etiología sexual se referían a la famosa hipótesis de la seducción, según la cual en el origen de la neurosis habría un drama sexual, y a la idea Freudiana de una etiología sexual específica de cada neurosis. En cuanto a la concepción Breueriana de la ciencia, era más fisiologista que la de Freud. Por ejemplo, a propósito del principio de constancia, Breuer hacía depender el funcionamiento psíquico de una homeostasis, es decir, de un equilibrio dinámico del cuerpo vivo, mientras que Freud se preguntaba cuál era el límite de un proceso primario, entendiendo por tal la tendencia del sistema psíquico a liberarse de las excitaciones. Freud abandonó la tesis de la seducción en 1897, lo que demuestra que Ernest Jones, en su versión oficial de la desavenencia entre los dos hombres, omitió considerar el modo en que progresa la verdad en la historia de las ciencias, privilegiando una representación hagiográfica de la realidad. En efecto, Jones justificó la ruptura en la supuesta ignorancia radical de Breuer respecto de la sexualidad, y describió a este último como un sabio loco que no había comprendido nada del amor de transferencia de Bertha Pappenheim, dirigido hacia él.