Diccionario de Psicología, letra I, Interpretación

Diccionario de Psicología, letra I, Interpretación

Al.: Deutung. Fr.: interprétation. Ing.: interpretation. It.: interpretazione. Por.: interpretação. A) Deducción, por medio de la investigación analítica, del sentido latente existente en las manifestaciones verbales y de comportamiento de un sujeto. La interpretación saca a la luz las modalidades del conflicto defensivo y apunta, en último término, al deseo que se formula en toda producción del inconsciente. B) En la cura, comunicación hecha al sujeto con miras a hacerle accesible este sentido latente, según las reglas impuestas por la dirección y la evolución de la cura. La interpretación se halla en el núcleo de la doctrina y de la técnica freudianas. Se podría caracterizar al psicoanálisis por la interpretación, es decir, por la puesta en evidencia del sentido latente de un material. El primer ejemplo y el modelo de la interpretación lo ha constituido la actitud freudiana con respecto al sueño. Las teorías «científicas» del sueño intentaban explicarlo, como fenómeno de la vida mental, invocando un descenso de la actividad psíquica, una relajación de las asociaciones; algunas definían ciertamente el sueño como una actividad específica, pero ninguna de estas teorías tomaba en consideración su contenido y a fortiori la relación existente entre éste y la historia personal del individuo. En contraste con ello, los métodos de interpretación del tipo «la clave de los sueños» (Antigüedad, Oriente) no descuidaban el contenido del sueño, sino que le atribuían una significación. En este sentido, Freud declara adscribirse a esta tradición. Pero él hace recaer el acento en la inserción singular del simbolismo en la persona y, en este sentido, su método se aparta de las claves de los sueños . Para Freud, la interpretación deduce, a partir de la narración que efectúa el sujeto (contenido manifiesto), el sentido del sueño, tal como se formula en el contenido latente, al cual conducen las asociaciones libres. El objetivo último de la interpretación es el deseo inconsciente y el fantasma que lo encarna. Por supuesto, el término « interpretación » no se reserva exclusivamente para designar esta importante producción del inconsciente que es el sueño. Se aplica también a las restantes producciones del inconsciente (actos fallidos, síntomas, etc.) y, de un modo más general, a todo aquello que, dentro de las manifestaciones verbales y el comportamiento del sujeto, lleva el sello del conflicto defensivo. Dado que la comunicación de la interpretación es por excelencia el modo de acción del analista, el término empleado aisladamente tiene asimismo el sentido técnico de interpretación comunicada al paciente. La interpretación, en este sentido técnico, se halla presente desde los orígenes del psicoanálisis. Con todo, se observará que en la época de los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895), en la medida en que el principal objetivo consistía en hacer surgir de nuevo los recuerdos patógenos inconscientes, la interpretación no se había deducido todavía como el principal modo de la acción terapéutica (por lo demás, la propia palabra no se encuentra todavía en dicho texto). La interpretación adquiere verdadera importancia a partir del momento en que comienza a definirse la técnica psicoanalítica. La interpretación se integra entonces en la dinámica de la cura, como ilustra el artículo sobre El manejo de la interpretación de los sueños en psicoanálisis (Die Handhabung der Traumdeutung in der Psychoanalyse, 1911): «Sostengo, pues, que la interpretación de los sueños no se debe practicar, en el curso del tratamiento analítico, como un arte en sí, sino que su uso queda sometido a las reglas técnicas que rigen todo el conjunto del tratamiento». La consideración de estas «reglas técnicas» debe regir el nivel (más o menos «profundo»), el tipo (interpretación de las resistencia, de la transferencia, etc.) y el orden eventual de las interpretaciones. No pretendemos tratar aquí de los problemas que plantea la interpretación, y que han sido objeto de numerosas discusiones técnicas: criterios, forma y formulación, oportunidad, «profundidad(132)», orden, etcétera. Indicaremos solamente que la interpretación no cubre el conjunto de las intervenciones del analista en la cura (como, por ejemplo, el alentar al paciente a hablar, el darle seguridad, la explicación de un mecanismo o de un símbolo, las órdenes, las construcciones, etc.), aunque todas ellas puedan adquirir valor interpretativo dentro de la situación analítica. Señalemos, desde el punto de vista terminológico, que la palabra interpretación no es exactamente superponible al término alemán Deutung. La interpretación hace pensar más bien en todo lo que hay de subjetivo, de forzado y arbitrario, en el sentido que se da a un acontecimiento, a una palabra. Deutung tiene un sentido más próximo a explicación, esclarecimiento, y está menos impregnado, para la conciencia lingüística común, del matiz peyorativo que puede presentar el término español(133). Freud escribe: « la Deulung de un sueño consiste en determinar su Bedeutung, su significación». También es preciso señalar que Freud no dejó de indicar el parentesco existente entre la interpretación, en el sentido analítico del término, y otros procesos mentales en lo que se manifiesta una actividad interpretativa. Así, por ejemplo, la elaboración secundaria constituye, por parte del sujeto que sueña, una «primera interpretación» destinada a proporcionar cierta coherencia a los elementos que son el producto del trabajo del sueño: « […] algunos sueños han experimentado hasta el fondo una elaboración realizada por una función psíquica análoga al pensamiento durante la vigilia; parecen tener un sentido, pero este sentido es lo más alejado que pueda darse de la verdadera significación (Bedeutung) del sueño […]. Se trata de sueños que, por así decirlo, ya han sido interpretados antes de que nosotros los sometamos, en estado de, vigilia, a la interpretación». En la elaboración secundaria, el sujeto trata el contenido del sueño de igual forma que todo contenido perceptivo inédito: tendiendo a reducirlo a lo ya conocido por medio de ciertas «representaciones de espera» (Erwartungsvorstellungen) . Freud también señala las relaciones existentes entre la interpretación paranoica (o incluso la interpretación de los signos en la superstición) y la interpretación analítica . En efecto, para los paranoicos todo es interpretable: «[…] atribuyen la mayor significación a los pequeños detalles que ordinariamente desatendemos en el comportamiento de los demás, interpretan a fondo (ausdeuten) y extraen conclusiones de gran alcance» . En sus interpretaciones del comportamiento de otro individuo, los paranoicos demuestran, con frecuencia, una mayor penetración que el sujeto normal. Pero esta lucidez de la que el paranoico da pruebas con respecto a los demás tiene como contrapartida un profundo desconocimiento de su propio inconsciente.

Interpretación

s. f. (fr. interprétation; ingl. interpretation; al. Deutung). Intervención del analista tendiente a hacer
surgir un sentido nuevo más allá del sentido manifiesto que un sueño, un acto fallido, y aun
cualquier parte del discurso del sujeto puedan presentar.
La idea de que los sueños, los lapsus y los actos fallidos, el conjunto de las formaciones del
inconciente, o incluso los síntomas, pueden interpretarse; la idea de que ocultan un sentido
diferente de su sentido manifiesto, un sentido latente, constituye uno de los principales aportes
de Freud al conocimiento del sujeto humano y uno de los modos de acción decisivos del analista
en la cura.
La interpretación está presente desde el principio en las obras de Freud. En los primeros tiempos, sin embargo, el trabajo de la cura consiste sobre todo en hacer volver los recuerdos patógenos reprimidos. Sólo a medida que la dificultad de esta reconstitución mnémica se fue haciendo sentir, y especialmente con el abandono de la hipnosis, Freud se dedicó más a
servirse del material que sus pacientes le traían espontáneamente y a interpretarlo.
Debe reconocérsele aquí un valor particular al sueño. Si este realiza un deseo, pero al mismo
tiempo el compromiso con la censura hace que ese deseo quede disimulado, es necesario
interpretar el sueño manifiesto para hacer surgir el sueño latente. Hay que notar además que, si
el sujeto, al contar su sueño, tiende a borrar los aspectos absurdos o incoherentes, a darle muy
rápidamente sentido, la interpretación psicoanalítica suele ir a contrapelo de esta primera
interpretación.
Sin embargo, la interpretación del sueño recurre al soñante. Para el psicoanálisis, en efecto, no se trata de construir una clave de los sueños, un diccionario universal de símbolos que
permitiera traducir toda producción onírica. Aunque Freud no excluya la idea de que la cultura o
la lengua vehiculicen símbolos válidos para todos (especialmente el simbolismo sexual), la
práctica de la interpretación supone tomar en cuenta las asociaciones del sujeto. Sólo él está en
condiciones de indicar el episodio o el pensamiento que un elemento de su sueño le evoca, y la
interpretación no es posible si no se han producido las asociaciones necesarias. Podrán ser
tenues (basta a veces, por ejemplo, que el marco en el que sucede la acción del sueño
manifiesto remita a una situación anterior para que esta se encuentre en el centro de la cuestión
del sueño latente): pero son siempre necesarias.
Forjada principalmente en relación con el análisis de los sueños, la interpretación ciertamente se
aplica a un material mucho más amplio, que incluye los lapsus, los actos fallidos, los olvidos y, en
general, todo lo que lleva la marca del inconciente. En este sentido, incluso una frase
aparentemente anodina puede revelarse portadora de un sentido latente si el contexto permite
oírla de otro modo.
Se ha reprochado a veces al psicoanálisis un uso sistemático de la interpretación, que reduce
todo discurso y toda acción a una significación sexual estereotipada. Pero, en realidad,
personas ajenas al psicoanálisis y basadas en un saber superficial han hecho proliferar el uso
degradado de interpretaciones simplistas, del tipo de la que reza que cada vez que un señor se
olvida su paraguas en la casa de una dama eso significa que le hace una proposición sexual. Ya
Freud criticó con el nombre de «psicoanálisis silvestre» (wilde Psychoanalyse) la tendencia de
ciertos médicos poco informados sobre el psicoanálisis a hacer a sus pacientes interpretaciones
prematuras, mal elaboradas en sí mismas, y que para sus pacientes intervenían en un momento
en el que todavía no podían aceptarlas. Los psicoanalistas, por su parte, han tenido cada vez
más tendencia a ser prudentes en sus interpretaciones. Desde que un elemento de un sueño,
por ejemplo, puede estar sobredeterminado, es decir, puede remitir a varias cadenas asociativas
diferentes, una interpretación que privilegie un solo y único sentido es totalmente problemática.
Por cierto, este es el modelo más espontáneo de interpretación: asociar una significación a todo
lo que pueda llegar a presentarse como formación del inconciente o como síntoma. Pero este
modelo espontáneo no lleva muy lejos. Hace de obstáculo, más que de apertura, a la
prosecución del discurso.
Cita y enigma, [Se trata de dos términos analizados por Lacan en su Seminario XVIII, «De un
discurso que no sería un semblante», inédito.] Pero, entonces, ¿todavía es posible la
interpretación?
El recentramiento operado por J. Lacan del psicoanálisis en el campo del lenguaje («el
inconciente está estructurado como un lenguaje») permite responder a esta pregunta.
Lo que caracteriza al lenguaje humano es la polisemia. Una misma palabra tiene muy a menudo
varios sentidos diferentes. La poesía le debe mucho a esta propiedad, al hacer oír en una forma
frecuentemente concisa las resonancias más diversas. El psicoanálisis sólo va un poco más
allá. Lo que un paciente dice no vale sólo por su sentido, que se articula a partir de palabras
organizadas en oraciones. A lo que el analista presta atención es a la secuencia acústica
misma, a la cadena significante (véase significante), que puede recortarse, en el inconciente, de
una manera totalmente distinta. Para retomar un ejemplo bien conocido, recogido de S. Leclaire,
un analizante puede soñar con un «palan» [aparejo elevador]. Pero no es imposible que en el
nivel inconciente el significante «palan» evoque el encanto de un paseo efectuado a paso lento
[homofonía francesa palan = pas lents (pasos lentos)], y hasta el horror de un suplicio (pal [palo]
en). Más aún, es frecuente que un mismo significante vehiculice a la vez las significaciones más
contradictorias.
La interpretación, entonces, debe hacer valer, o al menos dejar abiertos los efectos de sentido
del significante. Lo logra principalmente siendo enigma o cita.
Cita: el analista recuerda, en un punto determinado de lo que el analizante pueda decir, otra
palabra que ha pronunciado un poco antes, tal fragmento del discurso que ha desarrollado, o tal
recuerdo que hace eco al que está relatando. El acento aquí se pone no en la significación de un
término aislado, sino en las correlaciones obligadas, que hacen que en una vida se repitan los
mismos temas, las mismas elecciones, el mismo destino.
Enigma: el analista evita que sus propias intervenciones se dejen oír como unívocas. Si quiere
introducir al analizante al lenguaje del inconciente, debe hacer valer el carácter polisémico de lo
que se dice en la cura y, especialmente, de las palabras maestras [maitres mots: palabras
dueñas, amas, rectoras, implica el concepto lacaniano de significante, SI, discurso del amo] que
orientaron la historia del paciente. De esta manera, la interpretación tiene efectos de sentido.
Pero este sentido queda abierto al cuestionamiento para el analizante; no se clausura en el
establecimiento de una imagen de sí definitiva y alienante.
Por otro lado, la interpretación no hace más que introducir al sujeto a significaciones nuevas.
Sobre las significaciones que el analizante desarrolla, las anécdotas que cuenta, los afectos que
expresa, el analista puede, en cierto modo, poner el sello del significante. Así, tal sujeto puede
perderse un poco en la expresión de sentimientos ambivalentes frente a otro: si al mismo tiempo
ha soñado que aquel de quien habla le clava una copa, le basta al analista con proferir un «usted
está copado» para convalidar la expresión de una pasión que el analizante no lograba expresar
totalmente, sin negar sin embargo su carácter doloroso.

Interpretación

En un sentido amplio, la interpretación de textos o relatos forma parte de nuestra tradición
cultural. La hermenéutica se inicia en efecto con la interpretación de Homero por la escuela
alejandrina; el Libro se volverá rápidamente objeto de la exégesis apasionada de talmudistas y
cabalistas. Señalemos de entrada que la imposibilidad de extraer conclusiones indudables o
garantizadas desemboca por lo general en la constitución de escuelas o sectas hostiles entre sí.
El pre-texto es, desde luego, el cuidado por restituir el sentido original. Pero el fracaso del
procedimiento, aun cuando se haya constituido en ciencia -la filología-, habría podido subrayar
que la postulación de un sentido original revela un mito, y que la esencia de un texto consiste en
diverger entre un exceso y una carencia: sobreabundancia de los sentidos posibles, y falta de
una interpretación conclusiva. Fue necesario que, con Saussure, apareciera otra ciencia, la
lingüística, para que esa falta se considerara, más que como propia del lector, como el límite
constitutivo de su espíritu y su inteligencia, facultad de leer entre líneas. Este preámbulo nos
recuerda que la interpretación freudiana aparecerá en un contexto que de entrada le asegura un
lugar, pero que en ese lugar ella se cuenta entre las otras imposibilidades de concluir.
La singularidad de Freud habría entonces consistido en la afirmación de que el sentido último
-éste es su descubrimiento- es sexual, y que los otros referentes están subordinados a él, como
solamente defensivos. Es cierto que su trayecto no se basa en una idea preconcebida o en una
concepción del mundo, sino en una práctica con los neuróticos: sus síntomas, de apariencia
incoherente, se dejan descifrar como un texto perfectamente sensato cuando se los lee como
defensas contra un deseo. Lo importante para nosotros es que esta «lectura» no debe tomarse
en un sentido metafórico (la metáfora es un tropo polisemántico por excelencia y gran proveedor
de interpretaciones), puesto que un soporte material -la letra- se revela, por un juego de
combinaciones, desplazamientos o defecciones, como causa de la singularidad del síntoma, de
su «organicidad» diremos nosotros, si por esto se entiende su carácter debidamente
organizado. Y hay algo más: el desciframiento del síntoma lo hace desaparecer, con lo cual se
verifica su validez mediante un desplazamiento de lo real, prueba científica por excelencia.
Un éxito tan excepcional justifica otro fantasma: el de una reconciliación posible con el texto del
mundo, una armonización con él, en cuanto sería adecuadamente iluminado. ¿No es ese
fantasma el que ha obrado, desde el principio, en la búsqueda hermenéutica y el gusto por las
Luces?
Se comprende que Freud haya tenido que sufrir la acusación de pansexualismo. Es cierto que
ésta es el argumento de la neurosis, que prefiere el parloteo de un idiolecto a la lengua común, y
sostiene una interpretación singular de lo real en beneficio de satisfacciones llamadas
pregenitales. Así, por ejemplo, el vienés tropieza muy pronto con las neurosis traumáticas, cuyo
goce se sostiene de la repetición paradójica del trauma, no obstante culpable. Se comprende de
qué modo una interpretación «sexual» tendría que poder remover tal fijación.
Sin embargo, esta sedación muestra pronto sus límites, puesto que en 1920 Freud registra los
fracasos sufridos como resistencia a la interpretación, y propone que ésta se refiera en
adelante a las defensas pasadas, tanto como a las organizadas en el transcurso de la cura.
Poco después, el ensayo Más allá del principio de placer trastorna de una manera aún más
radical la simplicidad inicial, al afirmar la sumisión de la búsqueda de placer a la búsqueda de la
muerte. Este nuevo punto de referencia provoca entre los discípulos una repugnancia aún más
grande que la suscitada por la libido, ya que si el sexo está vedado por elaboraciones
neurógenas cuya disipación permite esperar mejores relaciones con él, la pulsión de muerte
ejerce el efecto de aspiración de un agujero sin parapeto. ¿Qué esperar de la interpretación, ya
no de las formaciones defensivas, sino del agujero en sí?
De modo que los discípulos tendieron a olvidar la prevalencia de la pulsión de muerte, exaltando
el carácter sexual de las interpretaciones que desde entonces entraron en las costumbres,
aunque con la denominación de «salvajes».
Los analistas experimentados han continuado recordando que, para ser eficaz, una
interpretación debe realizarse «en la transferencia». La disipación del pasado exige su
actualización en la relación que ata al analizante con el analista, y la interpretación debe basarse
en esa relación. No obstante, subsiste el misterio: ¿cómo puede entonces actuar una palabra
para hacer renunciar a la familiaridad de un goce adquirido, por desdichado que parezca, en
beneficio de otro, sexual en sentido amplio, pero cuyo beneficio sigue siendo problemático?
La remoción de la ignorancia desempeña un papel tanto más discutible cuanto que el sujeto sabía
al elegir la vía de la neurosis, y la aceptación de un nuevo goce puede carecer para él de
consecuencias prácticas. Para que ese nuevo goce des-estructure quizá se necesita que el
sentido sexual se imponga menos por su verdad (¿No contraviene al masoquismo fundamental?)
que por su carácter superyoico (que lo satisface más). Pero Dora le pregunta al profesor por
qué tendría ella que someterse a las trivialidades de un sentido tal, cuando la sublimación permite
allí una aplicación más rigurosa. Contra la histeria, subsistirá la tentativa desesperada de
Ferenczi de realizar una interpretación omnipresente y omnivalente, capaz de asegurar la
transparencia de las comunicaciones y la identidad finalmente restituida a cada uno de los
interlocutores.
La técnica de Lacan está pensada de otro modo. En efecto, no se basa en el sentido sino en la
disposición del material literal que lo fija en un sujeto. Ya no se trata de privilegiar el sentido, sino
de hacer valer su génesis y sus avatares, ilustrando que no hubo allí otra autoridad que el
significante para proponerlo a lo imaginario, ya sea que ello haya conducido a la rebelión, vana, o
a la sumisión risible del sujeto. Este procedimiento, ¿conducirá al escepticismo? No para Lacan,
puesto que el límite del saber -de lo interpretable- se basa en el objeto que rige el fantasma, lo
que inscribe el algoritmo $ à a (que se lee S tachada punzón de a); su presentificación se
convierte en la condición de acceso al orden finito (sensato) e infinito (insensato) que, al mismo
tiempo, organiza a un sujeto, organiza al mundo en él y lo organiza a él en el mundo. Este
momento crucial del saber, llamado por Lacan el Pase, aparece como el tiempo exigible de un
final de cura.
A los discípulos de Freud y Lacan, a los profesionales del análisis, puede parecerles también el
resultado necesario de una elaboración conceptual, la conclusión sin la cual la teorización está
destinada a girar en círculo, rumiando las mismas impasses de manera cansadora y oscura.
Interpretación y construcción
«El psicoanálisis -decía Freud en 1937, en su artículo «Construcciones en el análisis»- no es un
arte de interpretación». El término «interpretación» se relaciona con la manera de tratar un
elemento aislado del material, una idea incidental, un acto fallido, etcétera. En cambio, se puede
hablar de construcción cuando se le presenta al analizado un período olvidado de su prehistoria,
por ejemplo en los términos siguientes: «Hasta su año x, usted se consideró el poseedor único y
absoluto de su madre; en ese momento llegó un segundo niño, y con él una fuerte decepción. Su
madre lo abandonó a usted durante algún tiempo, y después usted nunca recuperó la
exclusividad de sus cuidados. Sus sentimientos respecto de ella se volvieron ambivalentes, su
padre adquirió una nueva significación» y así sucesivamente.
De hecho, en los treinta y siete años transcurridos desde La interpretación de los sueños, donde
se encontraba, si no definida, por lo menos inicialmente ilustrada la andadura de la interpretación,
el desplazamiento del centro de interés de la teoría desde la neurosis hacia la psicosis -con la
propuesta de la noción de destino de pasión, derivada del análisis Schreber, como categoría
dominante- había abierto al psicoanálisis todo el campo de la existencia subjetiva en sus
renovaciones, a través de las vicisitudes de la relación de alteridad.
De este modo perdía su prevalencia la gestión interpretativa, tal como la había caracterizado la
Traumdeutung, en tanto que restitución de los eslabones de la cadena significante excluidos del
«contenido manifiesto», consciente, o, dicho de otro modo, como restitución del sentido (Sinn)
del sueño en el desarrollo de su «significación» (Bedeutung), que había quedado implícita.
Tal había sido la introducción de Freud en el capítulo II de la Traumdeutung, titulado «El método de
interpretación de los sueños». «Como pudimos verificarlo, las teorías científicas
(wissenschaftliches Theorien) del sueño no dejan ningún lugar al problema de la interpretación,
puesto que para ellas el sueño no es un acto anímico sino un proceso somático, El punto de vista
del sentido común siempre ha sido otro. Valiéndose de su derecho a la inconsecuencia, admite
que el sueño es incomprensible y absurdo, pero no se atreve a negarle una significación
(Bedeutung). Guiado por un presentimiento oscuro, parece admitir que el sueño tiene un sentido
(Sinn), pero oculto, que el sueño sustituye a otro proceso de pensamiento y que para
comprender ese sentido (Sinn) oculto, basta con saber exactamente cómo se ha realizado la
sustitución.»
Desde el principio, la interpretación se presentaba como una crítica de la concepción «científica»
del sueño. Pero la construcción puede a su vez entenderse como una crítica de la interpretación,
destinada a moderar la pretensión de esta última de agotar los significantes interpretativos.
En efecto, es propio de la construcción relacionar esos significantes interpretativos con la serie
de los estatutos sucesivamente reconocidos al Otro en el franqueamiento de la posición
narcisista del sujeto. Lejos de quedar como letra muerta en lo que concierne a la práctica, estos
nuevos desarrollos subrayaron en particular el riesgo de llevar el entusiasmo interpretativo más
allá de sus límites, sobre todo con la ilusión de abreviar la duración de la cura mediante el análisis
de las resistencias.

Interpretación

Alemán: Deutung.
Francés: Interprétation.
Inglés: Interpretation.
Término tomado del vocabulario corriente, y utilizado por Sigmund Freud en La interpretación de
los sueños para explicar el modo en que el psicoanálisis puede dar una significación al
contenido latente del sueño, a fin de sacar a luz el deseo inconsciente del, sujeto.
Por extensión, el término designa toda intervención psicoanalítica que apunta a hacer
comprender al sujeto la significación inconsciente de sus actos o de su discurso, puesta de
manifiesto por una palabra, un lapsus, un sueño, un acto fallido, una resistencia, a través de la
transferencia, etcétera.
Como lo subrayan Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis, la interpretación está en el corazón
de la doctrina y la técnica freudianas. Desde la publicación de La interpretación de los sueños,
Freud evocó siempre una larga tradición filosófica (que iba desde Aristóteles hasta el
romanticismo alemán) según la cual el sueño tiene una significación. Pero, al poner el acento en
el anclaje del simbolismo en la persona humana, hizo del sueño la expresión de la vida
fantasmática del hombre, y la traducción de su deseo inconsciente. Por ello creó una técnica de
la interpretación que iba a formar parte de la técnica psicoanalítica en sí, es decir, de la dinámica
de la cura: «Sostengo -escribió en un artículo de 1911- que la interpretación de los sueños no
debe practicarse en el curso del tratamiento analítico como un arte en sí, sino que su manejo
debe estar sometido a las reglas técnicas que tiene que respetar el conjunto del tratamiento—.
En este sentido, la interpretación no debe ser «salvaje», ni estar en el ámbito del delirio o la manía.
No es un juego gratuito, ni el fruto de un goce o de un principio de placer. Tiene que respetar
algunas reglas, entre ellas la de no ceder a una actitud supersticiosa, paranoica, interpretativa o
sugestiva, para la cual todo sería interpretable. En Psicopatología de la vida cotidiana, Freud,
hablando de los paranoicos, indica claramente lo que no debe ser la interpretación: ellos, dice en
sustancia, interpretan los pequeños detalles del comportamiento común de la vida del prójimo, y a
menudo dan muestras de una mayor lucidez que el sujeto normal. Pero esta cualidad tiene como
contrapartida un desconocimiento radical de sí mismos.
Freud definió la interpretación psicoanalítica de manera negativa, puntualizando lo que no debe
ser, porque el concepto abarca muchas variantes: desde la simple explicación significativa hasta
el delirio, pasando por la interpretación salvaje y la manía.
En la nosografía psiquiátrica, se denomina delirio de interpretación a una forma de delirio crónico
caracterizado por la preponderancia de un motivo persecutorio y un razonamiento monoideico
que impulsa al sujeto a proceder a construcciones alucinatorias, convencido como lo está de
que todas las manifestaciones exteriores de la realidad se relacionan con él.
Si bien este delirio de interpretación es propio de la psicosis en general, y de la paranoia en
particular, la interpretación salvaje constituye una de las modalidades del funcionamiento de la
transferencia en la cura. Para caracterizarla, Freud emplea la expresión «psicoanálisis salvaje».
En 1901, en su artículo sobre la psicoterapia, cita una declaración de Hamlet a los dos
cortesanos encargados por el rey de vigilarlo: «¿Acaso creéis -pregunta el príncipe- que es más
fácil tocarme a mí que tocar una flauta? Tomadrne por el instrumento que queráis-, podréis
estropearme, pero jamás sabréis tocar música conmigo.- Más tarde, en 1910, a propósito de un
médico neófito que le ha explicado «salvajemente» a una paciente que ella padece de falta de
actividad sexual, Freud denomina por primera vez psicoanálisis salvaje al error técnico que
comete un profesional ignorante cuando, en la primera entrevista, arroja a la cabeza del paciente
los secretos que ha intuido. En este caso, sea la interpretación «verdadera» o «falsa», resulta
inadmisible, puesto que procede de una ignorancia completa de la estructura psíquica del sujeto,
de sus resistencias, de lo que reprime.
En 1929, en una carta al historiador francés Maxime Leroy (1873-1957), quien le pedía que
interpretara tres sueños de René Descartes (1596-1650), Freud subrayó la dificultad de trabajar
con ese material, en ausencia del principal interesado. Con el mismo enfoque, condenaba los
intentos de -diagnóstico fulminante», asimilándolos a un verdadero abuso de poder
Freud estuvo siempre atento a la manía de interpretación, porque provocaba estragos. (Sus
primeros discípulos de la Sociedad Psicológica de los Miércoles, por otra parte, no estaban
exentos de ella.) Esa mezcla de psicoanálisis salvaje, delirio interpretativo y utilización dogmática
de la doctrina freudiana para explicar la realidad se puso muy pronto de manifiesto entre quienes
pretendían servirse del freudismo a fin de hacer surgir verdades ocultas en un texto o un
individuo.
El goce interpretativo, lejos de retroceder ante las advertencias de Freud, aumentó incluso de
intensidad a medida que el movimiento se interesaba por la clínica de la psicosis y los estados
límite. Para tratar tales casos, el analista, a menudo marcado también él por la locura, se veía
llevado a manejar la interpretación en plena transferencia pulsional con el analizante. De allí su
carácter desenfrenado. Esta pasión, por otra parte denunciada por los propios psicoanalistas
(Edward Glover, Heinz Kohut y muchos otros), permitió que los adversarios de Freud se
basaran en disparates publicados por autores mediocres para presentar la doctrina vienesa
como una nueva variedad de charlatanismo: videncia, astrología, ocultismo, superstición,
etcétera.
En 1958, consciente del peligro, también Jacques Lacan emprendió la revisión del concepto y de
su utilización técnica en el marco de su teoría del significante. Él puso el acento en la necesidad
de examinar de manera incesante, en el curso de la cura, el deseo del analizante, pero sin
asestarle verdades de confección. No obstante, sus discípulos cedieron a la manía
interpretativa. Mientras que los freudianos hacían surgir en todas partes símbolos sexuales, y
los kleinianos «intuían» detrás de cada discurso el odio arcaico a la madre, los lacanianos
inventaron una nueva jerga interpretativa hecha de juegos de palabras, matemas, nudos
borromeos.
Si a la doctrina freudiana le ha costado tanto preservarse de esta pasión, ello se debe a que el
mecanismo de la interpretación es inherente a su sistema de pensamiento. Por ello Freud intentó
siempre atemperar la omnipotencia de interpretación mediante otro procedimiento: la
construcción.
En 1937 él le dio a este término un verdadero contenido teórico, al definirla como una elaboración
que el analista debe absolutamente realizar en la cura (lo mismo que un científico en su
laboratorio) para reconstruir literalmente la historia infantil e inconsciente del sujeto. En este
sentido, puede decirse que la construcción es a la vez la quintaesencia de la interpretación y
también su crítica, en cuanto permite restituir de manera coherente la significación global de la
historia de un sujeto, en lugar de atenerse a la captación de algunos detalles sintomáticos. El
propio Freud utilizaba constantemente el procedimiento de la construcción, tanto en sus curas
(por ejemplo, la de Serguei Constantinovich Pankejeff, durante la cual inventó literalmente la
escena del «coito a tergo»), como en sus hipótesis sobre la metapsicología o la pulsión de
muerte, y en sus obras literarias sobre Leonardo da Vine¡ (1452-1519) o Moisés.
Dos corrientes filosóficas han comentado el concepto freudiano de interpretación. La primera,
representada por Karl Popper (1902-1994) y sus herederos, afirma que el psicoanálisis, en la
medida en que no es refutable, no puede ser promovido al rango de ciencia. La segunda,
cercana a Paul Ricocur y la fenomenología, reivindica para el freudismo el estatuto positivo de
una hermenéutica, capaz de aportarle a la filosofía los instrumentos de una verdadera crítica de
las ilusiones de la conciencia.