Diccionario de Psicología, letra I, Italia

Diccionario de Psicología, letra I, Italia

Atormentado por las dudas, con ansias de calma, Sigmund Freud le escribió a Wilhelm Fliess, el 14 de agosto de 1897: «…lo que necesitaría es Italia». Entre 1876 y 1923 viajó cerca de veinte veces a ese-país. Roma, Florencia, Orvietto, Pompeya, la Antigüedad romana y los artistas del Renacimiento, Leonardo da Vine¡ y Miguel Ángel, serían otras tantas referencias principales en la obra freudiana. Lo que no impidió que el psicoanálisis tropezara con muchas dificultades para implantarse y florecer en ese país. Durante la primera parte del siglo XX, la escena intelectual, ideológica y política italiana estuvo dominada por corrientes de pensamiento que, más allá de sus diferencias, compartían el rechazo a las ideas freudianas. El idealismo espiritualista, inspirado en Hegel, de Benedetto Croce (1866-1952) y Giovanni Gentile (1875-1944), que dominó totalmente la filosofía italiana hasta fines de la década de 1930, concebía la psicología como una ramificación de la filosofía. Ministro de Educación al principio de la era mussoliniana, Gentile concretó esta idea suprimiendo la psicología de la enseñanza secundaria, y reduciendo a dos las cátedras de psicología experimental en la enseñanza superior. Los objetivos y las ambiciones de la empresa freudiana fueron combatidos por todos los medios, incluso recurriendo a formas de psicología alejadas tanto del positivismo como de las ideas de Freud: la psicologia de Alfred Adler y la de Pierre Janet. Gentile opuso el subconsciente de Janet al inconsciente freudiano, y Croce, por su lado, si bien parece haber favorecido en 1930 la traducción y publicación de Tótem y tabú, no ocultaba la atracción que ejercían sobre él las ideas de Carl Gustav Jung. Basándose en la herencia de las teorías organicistas de Cesare Lombroso (1835-1909), considerablemente difundidas en los ambientes universitarios y médicos, el pensamiento positivista, en lucha con la filosofía idealista, favoreció el desarrollo de una psicología experimenta¡ que se inscribía en la perspectiva abierta por los trabajos de Wilhelm Wundt (1833-1920). Al mismo tiempo, los psiquiatras que no se sentían satisfechos con la orientación estrictamente organicista se volcaban hacia la escuela alemana de Emil Kraepelin, de Múnich. El psicoanálisis aparecía entonces como una pura especulación metafísica, a la que se le reprochaba su falta de cientificidad. En el plano político, los pensadores y burócratas mussolinianos al principio parecieron ignorar la existencia de las tesis freudianas, así como a los pocos representantes italianos del freudismo. Pero al desarrollar su ideología voluntarista basada en los mitos de la virilidad conquistadora y de la «sana latinidad», el régimen fascista se opuso pronto a los valores del freudismo. A partir de 1934, la llegada de Hitler y el alineamiento del dictador italiano con las tesis racistas y antisemitas de los nazis llevaron a la desaparición del psicoanálisis en Italia. Poderosa y triunfante hasta mediados de la década de 1950, la Iglesia Católica , que supo concertar un compromiso con el régimen fascista, condenaba todas las otras doctrinas: el liberalismo, el positivismo, el idealismo y, evidentemente, el psicoanálisis, al que se le reprochaba su ateísmo, la importancia que atribuía a la sexualidad (el pansexualismo), la adhesión a las tesis darwinianas y la idea de culpabilidad inconsciente, opuesta a la noción teológica del pecado. El nombre de Freud fue citado por primera vez en Italia en 1908, o sea un año antes de la muerte de Lombroso. Dos artículos, uno de Luigi Baroncini, psicólogo del hospital psiquiátrico de Imola, y el otro de Gustavo Modena, psiquiatra de Ancona, basados en informaciones parciales, presentaron de manera favorable, pero muy prudente, los trabajos de Freud, quien fue informado de su primer signo de reconocimiento italiano por Karl Abraham, en una carta del 4 de octubre de 1908. Al mismo tiempo, un médico veneciano instalado en Florencia, Roberto Assagioli, conducía un grupo de reflexión sobre la sexualidad. Él dedicó su tesis al psicoanálisis, y en 1910 participó en el Congreso de Nuremberg. Más tarde publicó diversos artículos de introducción al psicoanálisis en la Rivista di psicologia (la cual, hasta 1917, sería una de las tribunas más abierta a las ideas freudianas), en la revista cultural La Voce (donde presentó las tesis de Freud sobre la sexualidad), y en un número especial, dedicado al psicoanálisis, de la revista Psyche (de la cual era uno de los animadores). Modena y Assagioli descubrieron el psicoanálisis gracias a Ernest Jones, a quien habían conocido en Múnich cuando realizaban una pasantía en el servicio de Kraepelin. A estos pioneros, cuyo interés por el psicoanálisis se debilitó con bastante rapidez, hay que añadir el nombre de Sante De Sanctis ( 1862-1935), psiquiatra y psicólogo de origen rumano que más tarde llamó a Edoardo Weiss a Roma, y publicó en 1890 una compilación de la literatura dedicada al sueño (Freud la cita en La interpretación de los sueños, y al final de su ensayo Sobre el sueño). En vísperas de la guerra, cuando un sentimiento antigermánico y, más específicamente, antiaustríaco, impregnó al conjunto del país, Freud observó con lucidez, en su ensayo «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico», que, «en Italia, después de un comienzo muy prometedor, la participación en el movimiento se ha detenido». Debido a su situación geográfica y política, en virtud de la cual estuvo bajo la dominación austríaca hasta 1918, la ciudad de Trieste, vía de paso entre la Mitteleuropa y la península italiana que Freud atravesó muchas veces, era el marco de una actividad intelectual específica. El bilingüismo le permitía a sus habitantes acceder sin mediaciones a la cultura alemana y austríaca, y por lo tanto a los trabajos de Freud; la prioridad que las autoridades del Imperio de los Habsburgo les asignaban a los diplomas austríacos, por sobre los italianos, inducía además a los estudiantes a abandonar la ciudad de los Césares para ir a formarse en Berlín o Múnich, pero más aún en Viena, que fue lo que hizo en particular el joven Edoardo Weiss. A continuación de la Primera Guerra Mundial, en Italia, humillada por hechos de armas poco gloriosos, prevalecía un resentimiento nacionalista que prenunciaba al régimen fascista. Los ambientes intelectuales, por su lado, habían sido en gran medida ganados por las ideas positivistas. En ese contexto, Marco Levi-Bianchini, psiquiatra judío originario de la región de Padua, que en 1909 había comenzado a difundir el psicoanálisis en el ambiente de la psiquiatría italiana, se perfiló como un pionero. Espíritu burbujeante pero confuso, Levi-Bianchini desplegó una actividad considerable, dándole al psicoanálisis sus primeros fundamentos institucionales en forma de revistas y colecciones. En 1925, cuando era director del hospital psiquiátrico de Teramo, pequeña ciudad de los Abruzos, fundó la primera Societá Psicanalitica Italiana (SPI). Ese mismo año, Weiss presentó los grandes ejes de la teoría psicoanalítica en el Congreso Nacional de Psiquiatría. Su intervención, recibida con grandes reservas, fue duramente criticada por Enrico Morselli (1852-1929), presidente de la Sociedad Italiana de Psiquiatría. El mismo Morselli publicó unos meses después un compendio en dos volúmenes titulado La Psicanalisi. Lejos de presentar objetivamente las tesis freudianas a un público que las ignoraba por completo, el texto de Morselli era un ensayo crítico que recogía una parte de sus argumentos entre los adversarios franceses del psicoanálisis, sobre todo Charles Blondel. Presentaba a Freud como un Satán lujurioso, y a sus tesis sobre la sexualidad como un catálogo pornográfico. Para denunciar el carácter decadente y pernicioso del freudismo, Morselli desarrolló una argumentación organicista y explotó sin ninguna vergüenza la sensibilidad nacionalista fascistizante, así como la ideología de la supuesta «virginidad latina», que él consideraba protegida de las «perversiones germánicas» gracias a la piedad religiosa. Al acusar recibo de un ejemplar de la obra, Freud respondió amablemente al autor, y lamentó sus reservas respecto de «nuestra joven ciencia», pero sin calibrar la influencia que, a pesar de su mediocridad intelectual este libro ejercería en Italia. Los verdaderos pioneros del psicoanálisis -entre ellos Emilio Servadio, Nicola Perrotti y Cesare Musatti (que iba a ser el alumno, y después el asistente de Vittorio Benussi)- se formaron en torno a Weiss, instalado en Roma desde 1931. Fundada en 1932 por Weiss, la Rivista italiana di psicanalisi publicó artículos de Ernest Jones, Marie Bonaparte y Paul Federn, traducciones de Freud debidas a Weiss y a Servadio, así como los momentos intensos de una violenta controversia con algunos representantes de la nueva generación croceana. Ese mismo año se realizó la reforma de la SPI , cuya sede estaría en adelante en Roma. El naciente movimiento psicoanalítico italiano – la Sociedad Italiana de Psicoanálisis fue reconocida por la International Psychoanalytical Association (IPA) en 1935- no tuvo tiempo para desarrollarse. Fue muy pronto asfixiado, y después destruido, por los ataques conjuntos de la Iglesia Católica y el régimen fascista. Desde 1925, la Iglesia atacó a fondo las tesis freudianas, basándose en las de Janet y Blondel. A partir de 1932 la reemplazaron los ideólogos fascistas que se inspiraban en las trivialidades de la teoría de la herencia-degeneración para denunciar el carácter malsano y desmoralizador de las ideas freudianas. Y si bien fueron las autoridades fascistas las que en 1934 decidieron prohibir la joven Rivista italiana di psicanalisi, la medida había sido en realidad inspirada por el Vaticano, a su vez aconsejado por el padre Wilhelm Sclimidt (1868-1954), jesuita vienés adversario decidido del psicoanálisis, bien conocido por Freud, quien lo señaló explícitamente como responsable de esa medida en una carta a Arnold Zweig. En ese contexto, un hombre influyente, el padre franciscano Agostino Gemelli (1878-1959), psiquiatra, discípulo de Lombroso, alumno de Kraepelin y admirador de Janet, fundador en 1921 de la Universidad Católica de Milán, que el ministro Gentile iba a reconocer oficialmente en 1923, desempeñó un papel de los más turbios. En esa época no se declaró explícitamente adversario del psicoanálisis (lo que haría después de la Segunda Guerra Mundial), pues llegó incluso a tomar el partido de Weiss y sus alumnos, atacados por los filósofos croceanos, pero tampoco intervino en favor del psicoanálisis en 1934, aunque su posición ante la curia romana y su acceso a los círculos fascistas se lo habrían permitido. En 1938, cuando el pequeño grupo de Weiss estaba a punto de dispersarse, Gemelli lanzó el primer número de la revista que le había comprado a Levi-Bianchini, Archivi di neurologia, psichiatria e psicanalisi, reemplazando la última palabra del título por psi coterapia. De hecho, Gemelli, con un gran sentido de la oportunidad política, hizo suya a partir de esa época la posición de la Iglesia Católica Romana, la cual, a diferencia de la Iglesia de Francia, se negaba a cualquier transacción con el psicoanálisis. Durante unos años más, la SPI trató de sobrevivir. En 1936, en el octogésimo cumpleaños de Freud, la Biblioteca Psicanalitica Internazionale publicó lo que quedaría como la única compilación colectiva de los analistas italianos de esa época. En ese mismo momento, los analistas italianos recibían en Roma al pediatra berlinés Ernst Bernhardt, quien había salido de Berlín para escapar a las persecuciones de los nazis. Bernhardt abandonó más tarde las ideas de Freud por las de Jung, y fundó la escuela junguiana italiana, la cual, en reconocimiento por esa acogida, siempre mantuvo relaciones pacíficas con la SPI. A partir de 1937 la censura intensificó su presión, y las persecuciones se multiplicaron. En 1938 las leyes antisemitas les prohibieron a los judíos el ejercicio de las profesiones liberales. Los psicoanalistas se vieron entonces obligados a ocultarse y a vivir de recursos circunstanciales (fue el caso de Musatti o de Perrotti), o bien a exiliarse (como lo hicieron en particular Servadio y Weiss, el primero en la India , el segundo en los Estados Unidos). En septiembre de 1939, por una extraña astucia de la historia y del espíritu que sin duda habría arrancado la sonrisa de Freud, L’Osseriatore roinallo, el diario del Vaticano, fue el único órgano de prensa italiano que anunció su muerte. Al final de la guerra, el reordenamiento político e ideológico que hizo de Italia una pieza maestra de la geopolítica de la guerra fría, transformó radicalmente el paisaje intelectual del país. Las dos grandes corrientes de pensamiento, hostiles entre sí, que se dividían las mentes, se abrieron al psicoanálisis: la Iglesia Católica por una parte, atravesada durante la década de 1960 por el terremoto del Concilio Vaticano II, y por otro lado el marxismo, cuyas certidumbres se vieron conmovidas por el radicalismo de las rebeliones políticas de la década de 1970. En 1946 se reunió en Roma el primer congreso de la SPI , bajo el impulso de Joachim Flescher, alumno de Weiss, que acababa de publicar un libro, Psicanalisi della vita istintiva, después de haber vivido clandestinamente en el país durante toda la guerra. Perrotti fue el presidente de la nueva sociedad, Musatti el vicepresidente, y entre los escasos miembros presentes, se encontraban, además de Servadio, que había vuelto de la India , la princesa de Lampedusa, Alessandra Tomas¡ (1897-1982), esposa del autor de El gatopardo, que aparentemente había sido analizada en Berlín por Felix Boehm. El segundo congreso de la SPI también se realizó en Roma, en 1950. Se consagró al tema de la agresividad. Durante esos años, Cesare Musatti se impuso como cabeza del psicoanálisis en Italia, gracias sobre todo a su intensa actividad editorial e institucional. Con la muerte del papa Pío XII en 1959, y la de Gemelli, ese mismo año, finalizó un período signado por la flexibilización de la posición pontificia ante la psicoterapia (expresada en el marco de dos intervenciones) en 1952 y 1953, y además por la condena radical del psicoanálisis, enunciada por filósofos católicos, reemplazados y amplificados por Gemelli. El Concilio Vaticano II permitió escuchar por primera vez el nombre de Freud bajo la cúpula de la basílica de San Pedro. Pues el Vaticano decidió abrirse al psicoanálisis. Esa apertura fue retomada en el plano universitario por el sucesor de Gemelli en Milán, Leonardo Ancona, amigo de Musatti, que en 1963 publicó La Psicanalisi , obra de rehabilitación de las ideas de Freud y presentación de las terapias de grupo, que iban a tener un inmenso éxito en Italia. El renacimiento del movimiento psicoanalítico italiano, sancionado en 1969 por la incorporación oficial de la SPI a la IPA (cuyo congreso se reunió ese año en Roma), no debe sin embargo ocultar los límites y las debilidades de su implantación. A diferencia de lo que sucedía en Francia en la misma época, el psicoanálisis sólo ejerció una pequeña influencia sobre los ambientes intelectuales, en los que prevalecía el pensamiento marxista; este pensamiento, cerrado a toda forma de psicología, aparecía paradójicamente como heredero de la filosofía idealista de preguerra. Debido sin duda a los sufrimientos que había padecido su esposa, afectada de depresión crónica, Antonio Gramsei (1891-1937), fundador del Partido Comunista Italiano, siempre dio muestras de un interés ambiguo pero real por todo lo concerniente al funcionamiento psíquico. Pero ese rasgo fue ignorado por sus sucesores, a quienes sólo interesó la figura del intelectual colectivo y militante, para el que sólo debían contar lo político y lo social. El ejemplo más resonante de esta forma de resistencia al psicoanálisis es el de la experiencia realizada por Franco Basaglia. Hostil al psicoanálisis, Basaglia dio origen a una corriente de pensamiento -síntesis del marxismo fenomenológico de Lukács, la herencia binswangeriana de la Escuela de Francfort y el existencialismo sartreano- que se fijó como objetivo el cierre de los hospitales psiquiátricos y la creación de comunidades jurisdiccionales de atención. Esta versión italiana de la antipsiquiatría inglesa desarrolló la tesis de que la enfermedad mental es determinada por las condiciones sociales. En 1979 la coyuntura política hizo posible una victoria de esta rebelión psiquiátrica, a través de la promulgación de la ley 180, pero los escasos medios económicos puestos al servicio de la reforma limitaron notoriamente su alcance. Replegada en su ortodoxia ipaísta, aislada de las corrientes intelectuales en plena efervescencia, la SPI no estaba en condiciones de desempeñar un rol motor en la tormenta ideológica que se anunciaba. La primera manifestación de envergadura de tales turbulencias fue la reunión, en 1969, junto al congreso oficial de la IPA , de un contracongreso dirigido sobre todo por Elvio Fachinelli, psicoanalista milanés. A partir de esa fecha, en particular bajo la conducción de Massimo Fagioli, Giovanni Jervis, Enzo Morpurgo y Diego Napolitani, todos psicoanalistas o psiquiatras ganados por la impugnación y deseosos de hacer estallar los marcos rígidos de la SPI , se multiplicaron las formas más diversas de experiencia terapéutica, casi siempre inscritas en una perspectiva militante. En todas esas iniciativas prevaleció el radicalismo político característico del clima intelectual italiano en la década de 1970. Pero tales aperturas fueron de una utilidad mucho mayor para la psicología en general que para el psicoanálisis. Aunque la SPI fue objeto de críticas radicales, su poder nunca se vio amenazado por la fundación de una organización rival capaz de constituir el marco institucional de una renovación psicoanalítica. La discreción que rodeaba en ese momento a los trabajos del psicoanalista y lógico chileno Ignacio Matte-Blanco, instalado en Roma desde muchos años antes, atestigua que el psicoanálisis no preocupaba verdaderamente a la nueva generación. El libro de Matte-Blanco, Unconscious as Infinite Set, publicado en Londres en 1973, sólo fue traducido al italiano en 1981. También atestigua esta ambigüedad el modo en que fueron recibidas y utilizadas las ideas de Jacques Lacan. Se privilegió al Lacan crítico de la Ego Psychology y del orden médico (en el marco de la «lucha antiimperialista»), en detrimento del Lacan teórico, ansioso de reordenar las condiciones de la práctica y la escuela psicoanalíticas. Por otra parte, si bien en esa época Francia exportaba sus ideas, lo que contaba con el favor de los radicales era la temática de la liberación el deseo, tal como la expresaban Giles Deleuze y Félix Guattari en L’Anti-Edipe. En oposición a esta especie de neofreudomarxismo se desarrolló, al precio de una nueva ambigüedad, la aventura de un analizante de Lacan, Armando Verdiglione, cuya repercusión internacional eclipsó a los trabajos menos rimbombantes, pero más rigurosos, de jóvenes psicoanalistas lacanianos como Giacomo Contri, Sergio y Virginia Finzi, entre otros. Psicoanalista, editor, organizador de coloquios multidisciplinarios en todo el mundo, Verdiglione, cuyo éxito fue proporcional a los ataques y a los procesos que más tarde se le siguieron, fracasó en su intento de implantar el pensamiento lacaniano y el estructuralismo en Italia. En el umbral de la década de 1980, en una coyuntura signada por el retorno triunfante del positivismo (bajo la forma de las neurociencias y la cultura electrónica), por una parte, y por la otra del espiritualismo (religioso o ecologista), el psicoanálisis, aunque desarrollado en el plano institucional, no llegó a liberarse totalmente del provincialismo característico de la vida intelectual italiana durante toda la primera parte del siglo XX. La SPI , con unos quinientos miembros, agrupa a la mayoría de los psicoanalistas italianos, cuya formación realiza en los institutos de Milán y Roma. Esta implantación y esta organización, reconocidas i nte. nacional mente, no deben sin embargo ilusionar a nadie: no hay una escuela psicoanalítica italiana, y lo esencial de los trabajos publicados sigue revelando las influencias de las corrientes del psicoanálisis inglés, sea que se trate de las ideas de Melanie Klein, de las de Donald Woods Winnicott, de las de Masud Khan o de las de Wilfred Ruprecht Bion. Esta debilidad es probablemente una de las causas de la fuerte y rápida implantación en Italia de distintas formas de psicoterapia: terapias familiares, cognitivas o incluso colectivas del tipo más diverso. Los lacanianos italianos, por su lado, dispersos en múltiples grupos o escuelas, no han llegado a estructurarse. Por lo tanto, no están en condiciones de dialogar con la SPI o los Junguianos que, herederos de Bernhardt, son particularmente influyentes en los ambientes culturales y artísticos, como lo atestiguó, entre otras celebridades, el cineasta Federico Fellini.