Obras de Winnicott: Dos niños adoptados (1953), segunda parte

Dos niños adoptados (1953)

Entre esa adopción y la siguiente, la madre hizo algunos trabajos para la Sociedad de Adopción, entrevistando a algunos padres y encargándose de la colocación de dos niños. Su opinión personal era que los padres que deseaban tener dos o más niños eran mucho más adecuados para adoptar que los que pensaban adoptar sólo uno. En ese momento, se ponía cuidado en conseguir para los padres adoptivos la clase de niño adecuada. No obstante, en el caso de Peter la discrepancia existente en cuanto a la clase social no produjo ningún desastre, dado que el niño había tenido un desarrollo emocional sano y debido a la tolerancia de los padres, que no sólo lo aceptaron a él sino también a la esposa que eligió entre las trabajadoras del taller mecánico. Margaret Cinco años después de adoptar a Peter, estos mismos padres adoptaron a Margaret, una beba de once meses. Peter se mostró celoso sólo superficialmente; en lo manifiesto, estaba contento. Cuando le dijeron que era una nena delicada, comentó: «Con más motivo todavía hay que cuidarla». Margaret era muy distinta de Peter. No sé hasta qué punto se suele reconocer que ya a los once meses un niño puede estar muy perturbado, pero Margaret lo estaba en un grado moderado. Al nacer pesaba 2,200 Kg., y tal vez hubo algún intento de desembarazarse de ella con drogas. Tanto su padre legal como su presunto padre biológico eran suboficiales de la Marina. La madre no tenía dinero. La beba sufrió hambre y había tenido una neumonía. Cuando se la adoptó era delicada y tímida, muy sensible a los ruidos. No había aprendido a gatear. Necesitaba mucha atención, y en su desarrollo físico y emocional estuvo siempre uno o dos años atrasada con respecto a su edad. Mucho es lo que hay que dar por sentado en cuanto al temprano manejo de Margaret, pero creo importante que durante los primeros años de vida cobró preponderancia el tratamiento de su «visión lenta». A los 18 meses tenía un evidente estrabismo externo y usaba anteojos. Se encontró un excelente oftalmólogo y la madre se aplicó a tratar su estrabismo como si no le importase otra cosa en el mundo. Pienso que a esto se debió probablemente que la niña pudiera luego recuperarse de lo que, de otro modo, habría sido un defecto permanente de su personalidad, basado en el descuido padecido en las primeras etapas. En lo tocante al defecto visual, la madre curó la falla de su personalidad. Para el tratamiento del estrabismo hay, como se sabe, un aparato en el que el niño debe mirar, y ve una jaula con un ojo y un pájaro con el otro. Cuando lo intentaba con la madre a su lado, Margaret decía que el pájaro estaba en la jaula para complacerla. Hizo el mismo ejercicio en el consultorio y el oftalmólogo pudo asegurar que le estaba diciendo mentirillas. La madre sintió que en esta situación con el oftalmólogo Margaret había sabido la verdad, y se produjo un cambio significativo cuando por primera vez vio realmente al pájaro en la jaula. Curarle el problema visual era curar algo de su personalidad, y en el tratamiento previo a la cura hubo un período de mentiras, engaños y timidez. Como señaló la madre: «La niña aprendió la verdad del oftalmólogo». El hecho de ver con los dos ojos a la vez fue la primera victoria. La lucha de la madre, como terapeuta, con esta niña cobró esa forma. Así, madre e hija tuvieron una relación muy estrecha en torno de dicha tarea. El cuidado especial de su vista comenzó cuando tenía 18 meses, y en los próximos cinco a siete años Margaret debió someterse dos veces por día a un adiestramiento visual intensivo. Estos cuidados duraron hasta que la niña tuvo 13 años, cuando se la declaró curada y se le dijo que podía dejar de usar los anteojos. Al iniciar la escuela de internado estaba en mitad del tratamiento, y esto fue un motivo de trastornos e hizo que Margaret le cobrara antipatía a la supervisora del colegio, que no estaba interesada en su tratamiento. El hogar se hallaba en la zona bombardeada, y durante la guerra hubo que trasladarla varias veces de una escuela a otra. Más adelante se la evacuó a un lugar seguro como pupila, y un día le dijo a su madre: «¿Quieres que te diga algo?, no tendrían que haber hecho eso», refiriéndose a la evacuación. Pero, desde luego, en ese momento los padres no podían mostrarse más benévolos con ella. A medida que crecía comenzó a presentar problemas en la casa. En una ocasión le robó treinta chelines a la madre, y se le antojaba que otros niños planeaban robarle sus cosas. Empezó a desear tener mucho dinero y aún hoy siente que fue una niña privada de riqueza. La inquietaba que sus padres fueran mayores que los de muchos de sus amigos, y los padres contribuyeron a que conservara esta idea consciente. Yo entré en escena cuando Margaret tenía 10 años, y la vi varias veces en entrevistas personales. A la sazón tenía una conducta marcadamente paranoide, y lo que encontré fue la misma expresión, a los 10 años, de la sensibilidad al ruido y la timidez que habían sido características de esta niña cuando tenía once meses. Se ruborizaba si le parecía que la miraban; era apocada; a la hora de comer la asaltaban vagos temores; siempre tenía motivos para quejarse; en la escuela, decía que los maestros tenían mal carácter y que trabajaban demasiado; tenía miedo de ir en un ómnibus de dos pisos, etcétera. No le gustaba comer, o más bien, diría que sospechaba de las comidas. Tenía una masturbación compulsiva. En su casa mantenía tres amistades, siempre las mismas, pero en la escuela de pupilos, aunque anhelaba contar con una amiga íntima, cada vez que encontraba una le hallaba algún rasgo indeseable. Le había contado que había sido adoptada. En la escuela pronto empezó a ocasionar trastornos, ya desde los primeros días. Sus amigas eran chicas menores que ella. En la casa, siempre tenía que tener la última palabra; fastidiaba a su madre y continuamente trataba de enfurecerla. Pese a todo, era vivaz, dinámica y adorable, y muy cariñosa con todos. Se daba cuenta de los problemas de manejo que ocasionaba y un día lo manifestó gritando, con las manos llenas de muñecas: «¡Toda esta familia me hace doler!». Era dueña de una rica imaginación. En una entrevista conmigo dibujó rápidamente por toda la hoja varias figuras, algunas desnudas, partes de personas y objetos extraños; en un caso, trazó un agujero en el vientre de una mujer. En la escuela había tenido una racha en la que dibujó muchas chicas desnudas. Le habían dicho que tenía un carácter inestable y débil, y una personalidad dominante y que ejercía su poder sobre otros niños a los que (según éstos se quejaban) obligaba a hacer daños contra su voluntad. Robaba o escondía comida o libros. Consideraba que las pocas reglas y normas disciplinarias existentes no se aplicaban a ella. Era una artista de la mentira. No obstante, si otros niños estaban en problemas, trataba de intervenir en su favor. Aconsejé que pasara un tiempo en la casa a pesar de los bombardeos, y en ese lapso Margaret aprendió a tocar el violín. Se puso muy difícil con respecto a los alimentos y surgió en ella el temor de que la encerraran en algún lado. Cuando ya estuvo en condiciones de ir a la escuela de campo, durante el primer ciclo lectivo tuvo muchas dificultades. Siempre estaba a punto de escaparse, para lo cual planeaba robar treinta chelines. A esta altura, Margaret desarrolló un alto grado de dependencia respecto de una asistente social psiquiátrica del lugar, a quien llamaba con frecuencia por teléfono y por la cual fue visitada todas las tardes, a una cierta hora, durante algunas semanas. Fue éste un período crítico, pero de este modo la niña pudo ganar confianza como para seguir en la escuela, y a mitad de año la madre fue a visitarla. Poco a poco fue evidenciando sus numerosas cualidades positivas. A los 13 años, como secuela de su anterior fobia a los ómnibus, surgió en ella el deseo de ser conductora de ómnibus. Tocó el violín en un concierto y le dijeron que sabía apreciar la belleza musical. Jugaba bien al tenis. Además, para la época en que tuvo la neumonía en la escuela, el carácter paranoide de su personalidad parecía haber sido «barrido», y la madre, que siempre tenía que prometerle que iba a volver cuando Margaret se enfermaba, decidió que podía dejar que la cuidaran ahí. Margaret aceptó que lo hicieran y le devolvieran la salud. Pasó muy feliz su último año en la escuela e hizo muchos amigos. Gracias a la fuerte ayuda y conducción de los padres en el hogar logró diplomarse. Después empezó estudios para trabajar con niños. Las primeras etapas de su carrera fueron precarias; era el tipo de persona a la que los demás le robaban e infligían todos los malos tratos y desprecio que podían. Los padres se ocupaban de todas estas situaciones de forma realista y, como es natural, comprobaron que algunas quejas estaban justificadas. Margaret estaba todo el tiempo a punto de dejar de estudiar, y los padres debieron abordar permanentemente diferentes situaciones y tolerar su angustia. A los 19 años, la madre decía que parecía tener 17; durante su formación repitió la clase de trastornos que había tenido en la escuela. Por ejemplo, tuvo que pasar una temporada en su casa a raíz de su mala postura y sus hombros caídos, y fue extremadamente difícil de manejar en el hogar. Era perezosa, perdía el tiempo y se la veía siempre descontenta. Esto prosiguió durante casi seis meses, con continuas enfermedades. Se enfermaba cada vez que sus padres se iban afuera, pero no se los hacía saber hasta que regresaban. En el lugar donde estudiaba era buena con los niños, pero celosa, y constituía una carga para el personal. Desarrolló una técnica gracias a la cual los padres, para aliviar una molesta tensión, con frecuencia le pagaban algo más. Siempre necesitaba lo mejor, sin importarle los medios económicos de los padres, y sólo se ponía ropas perfectas. Hasta se daba cuenta de que en su casa era «un demonio». Sin embargo, con un empujón, siempre lograba pasar apenas los exámenes. Dejó de robar y de ser robada, y sus mentiras fueron sustituidas por su compulsión a buscar que se apiadasen de ella. Lo mejor que tenía era la música. Repetidas veces le dijo a su madre que era una chica vulgar, y se jactaba de cómo la habían arruinado sus amigas inteligentes. Como antes, el punto de viraje llegó cuando se enfermó y fue atendida en el lugar donde estudiaba, en lugar de irse a su casa. Esa enfermedad fue probablemente de origen neurótico. Por entonces su madre ya tenía 72 años y comenzaba a sentir las tensiones. Luego de recobrarse de su enfermedad, Margaret empezó a interesarse mucho más en su trabajo con los niños y al fin fue considerada una estudiante promisoria, aunque algunas de sus dificultades anteriores no habían desaparecido. Un día le dijo a la madre: «Te consolará saber que ahora no dejaría los estudios por nada». Finalmente la madre fue recompensada por todo lo que había pasado con Margaret, ya que la palabra «consuelo» empleada por ésta mostraba que sabía cuánta perturbación les había causado. A la sazón, Margaret comenzó a leer grandes obras literarias. Por último, después de haber estado una y otra vez al borde de dejar sus estudios y necesitada de aliento constante, pasó los exámenes con excelentes calificaciones y rindió otros dos exámenes adicionales, por consejo de su hermano Peter. Consiguió trabajo de inmediato, luego de haberse presentado en varios puestos y de haber seleccionado el adecuado; y en la actualidad cuida a un niño en una casa en la que le pagan suficiente dinero como para algunos gastos extras. Es una atractiva joven de 22 años, a la que le gusta vestirse bien, y una persona capacitada y responsable. En este primer trabajo, cuidando a un «bebé perfecto», parece haber hallado algo equivalente a lo que, según supongo, fue su concepción idealizada de sus padres reales. Con los medios de que disponían, sus padres adoptivos no podían competir, lo cual quizás haya sido afortunado. Una anécdota reciente ilustra su actitud. Un día Margaret no pudo tolerar el comportamiento grosero y desagradable de una mucama hacia la madre, y la regañó; la mucama le contestó: «¡Pero si usted también es grosera con ella!», a lo cual Margaret le replicó: «Eso es distinto: ella es mi madre». Resumen teórico El primer hijo, Peter, adoptado a los diez meses de edad, tiene en la actualidad 26 años. Su experiencia como bebé fue buena, corriente. Fue amamantado y destetado por su propia madre, y durante la mayor parte de este período ésta no tuvo el propósito de desembarazarse del niño. Debió lidiar con las perturbaciones provocadas por el cambio de ambiente y la pérdida de su madre real a los diez meses, pero por entonces ya había sido destetado y se había establecido como un individuo por derecho propio. Así pues, en el caso de Peter los problemas fueron más bien los correspondientes al cuidado común de un niño que a la adopción en particular. En mi opinión, lo mejor es que el niño sea criado durante las primeras etapas de su infancia por su madre real, como en este caso, o bien que los padres adoptivos se lo lleven consigo lo antes posible, quizás en sus primeros días de vida. Pero probablemente sea raro encontrar a un niño con una prehistoria anterior a la adopción a los diez meses tan buena como la de Peter. La segunda niña, Margaret, adoptada a los once meses, tiene ahora 22 años, y ya en el momento de la adopción era una niña perturbada. En otras palabras, el manejo de su temprana infancia fue bastante embrollado (aunque no tanto como podría haberlo sido). Por consiguiente, Margaret empezó su vida adoptiva en desventaja: a) La relativa falla ambiental, en general, privó a la niña de un buen comienzo temprano del desarrollo personal, como el que posibilita una provisión ambiental suficientemente buena. b) No obstante, a los once meses hubo una cierta organización de un patrón de enfermedad, lo que indica cierta fortaleza del yo. Ese patrón de enfermedad tenía bases paranoides. O sea hubo un reordenamiento artificial de los objetos en el sentido de que los que se sentían malos eran puestos fuera, en el mundo, en tanto que lo. que se sentían buenos eran recogidos dentro. Los padres adoptivos tuvieron que vérselas, pues, con una niña enferma. Mediante una provisión ambiental simplificada y permanente, los padres corrigieron poco a poco la falla temprana, al menos en una medida considerable. El patrón de enfermedad de la niña le permitió expresar su sospecha de que era amada en términos sucedáneos, como el dinero, los tratamientos de sus dolencias, el reclamo de tolerancia por parte de la madre o la expectativa de que recibiría malos tratos. Su capacidad para amar y ser amada se manifestaba en varios rasgos positivos, así como en su actividad musical y su empeño por vestirse bien. Ahora, a los 22 años, se dedica a una tarea que implica identificarse con una madre que cuida a su bebé. Por cierto que le esperan dificultades, y aún tendrá que recorrer un largo camino entre el actual estado de cosas y su capacidad para asumir la responsabilidad de una familia propia. Pero los padres aún pueden participar en el desarrollo de esta chica, y tiene además a su hermano adoptivo, imbuido de un profundo sentido de responsabilidad por ella y que, a medida que los padres envejezcan, será como una garantía de fondo. El éxito de este caso de adopción de dos niños es tanto más notable cuanto que la madre tenía 48 años cuando adoptó a Peter y 53 cuando adoptó a Margaret, y el padre era apenas unos años menor. Ofrezco la descripción de este caso como muestra de respeto por el logro de ambos.

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