El inconsciente y lo inconsciente (desde Freud y desde el punto de vista psiconeurofisiológico)

EL INCONSCIENTE Y LO INCONSCIENTE.

Podemos reconocer que existen posibilidades de recibir, procesar, integrar informaciones y hasta de inducir, ejecutar y regular alguna conducta, sin que ello ocurra mediante mecanismos conscientes. Podríamos aceptar inclusive, que algunos de estos procesos inconscientes distorsionaran en algún grado nuestra respuesta consciente ante una situación determinada. Sería el caso de apreciar una simpatía especial por alguien que luego de una profunda reflexión −y a veces después de mucho tiempo−, nos percatamos que tiene un gran parecido con nuestro padre.
Desde el punto de vista psiconeurofisiológico, podríamos aceptar que los receptores, vías, centros corticales y procesos de integración, pueden mantener cierto grado de funcionamiento, aun cuando no hayan sido selectivamente preparados para dicha función en el momento de ocurrir la vivencia. También podemos aceptar que muchas experiencias aparentemente olvidadas se mantengan activas a un nivel que les permite, a veces, distorsionar la apreciación de una situación actual sin percatarnos de su influencia. Este mecanismo podría explicar el franco rechazo ante cualquier figura autoritaria en un sujeto educado por un padre muy punitivo.
Está reconocido que en nuestro sistema nervioso, y durante la continua interacción con el medio, existe una constante actividad de estimulación e inhibición sucesiva de diferentes estructuras
encefálicas, en forma similar a las pizarras electrónicas de una antigua estación ferroviaria, donde las luces que se encienden expresan actividad y las que se apagan inhibición. Estos focos
intermitentes representarían como símil los procesos conscientes e inconscientes. Un proceso consciente actual puede ser inconsciente en cuestión de segundos y viceversa.
El tema de lo inconsciente puede abordarse desde diferentes enfoques (González, R,1996):
– Como mecanismo alternativo o de segundo orden en el procesamiento de la información.
– Como proceso interrelacionado en la actividad consciente en su esencia psiconeurofisiológica.
– Como factor capaz de distorsionar en algún grado los procesos conscientes.
Apréciese que en el primero y tercer casos dichos procesos estarían relacionados con las motivaciones inconscientes de la conducta que son el objetivo fundamental de las psicoterapias
dinámicas, derivadas del psicoanálisis clásico u ortodoxo.
El inconsciente fue el término utilizado por Freud para referirse a una de las categorías del criterio topográfico de su teoría psicoanalista, que incluía además el preconsciente y el consciente.
Esto nos permite identificar estos conceptos en dicha teoría de la forma siguiente: el consciente con lo que ocupa en un momento dado nuestra atención activa, el preconsciente con lo que recientemente la ocupó y ahora salió de su campo, y el inconsciente con lo que antes fue consciente y después se olvidó (Rodríguez Rivera, 1994).
En la nomenclatura actual lo inconsciente expresaría los procesos de inhibición, y lo consciente, los de excitación. Por ello es preferible usar lo insconciente que el inconsciente.
Sin que por ello sea menos genial −si recordamos que sus aportes datan de 100 años atrás− destacaremos que el concepto freudiano de inconsciente se refiere a un reservorio donde se
guardaban específicamente instintos, recuerdos penosos, pulsiones prohibidas, o situaciones conflictivas de alta potencialidad ansiogénica; este reservorio está celosamente custodiado por un
censor para evitar la salida de su contenido a los niveles preconsciente o consciente. Estos elementos reprimidos fueron considerados la esencia de la conducta neurótica por el mecanismo
de motivaciones inconscientes, substrato fundamental de la psicopatología y también de la estructuración de la personalidad durante la interacción sujeto-medio. El psicoanálisis redujo esta
interacción a lo esquemáticamente esperable en familias de clase media en Austria durante la época victoriana, sin tener en cuenta −hasta el posterior aporte de los culturistas− los diferentes contextos etnosocioculturales, los sistemas de producción social o las características específicas de las relaciones con figuras significativas.
Esta proyección carente del marco sistémico apropiado llevó a Freud a generalizar algunas apreciaciones clínicas obtenidas de un grupo reducido de pacientes y a universalizarlas, como también hizo con los símbolos y con el principio de la reiteración de comportamientos a lo largo de la vida. Pese a lo señalado, consideramos que sus aportes a la medicina, la psicología general, la
psicología médica y la psiquiatría fueron realmente formidables, como también lo fue el carácter humanista de sus concepciones y métodos, en una época en que el hombre había sido reducido a sus aspectos somáticos en el campo de la medicina.
Para nosotros, la personalidad normal o anormal se establece durante la interacción dialéctica sujeto-medio en un individuo eminentemente social donde la comunicación con el entorno natural
y sociocultural, mediada al inicio por figuras significativas, se produce sobre todo por vías conscientes verbales o extraverbales, determinantes de un amplio espectro de vivencias cuyos polos son la gratificación y la frustración y que, junto a muchas otras experiencias que dejan sus huellas mediante mecanismos de aprendizaje condicionados, instrumentales o imitativos, posibilitan el desarrollo de las características biopsicosociales que integran el concepto de personalidad como sello distintivo de cada sujeto en un medio determinado.
La negación del significado de mecanismos inconscientes en este proceso sería un error tan serio como considerar a dichos mecanismos como el factor fundamental de interacción. De igual manera sería catastrófico desconocer el papel de las relaciones con figuras significativas que desempeñan en primera instancia el papel de modeladores de la arcilla temperamental y aptitudinal, de la que se derivarán en forma respectiva las especificidades caracterológicas e intelectuales. Aceptamos, por lo tanto, la existencia de mecanismos inconscientes que actúan como mecanismos de defensa y también como huellas psicotraumáticas aparentemente olvidadas, y reconocemos su papel relevante en las afecciones psiquiátricas de matiz psicógeno; pero damos más significado al medio que a los instintos, más a las convicciones que a las pulsiones y más a la relación terapéutica interpersonal activa, que a la función de pantalla donde se reflejan los conflictos inconscientes.
Asumimos, en definitiva, la psicoterapia con el paradigma del proceso enseñanza-aprendizaje más que con el modelo de explorador del ello (Borroto y Aneiros, 1996; Freud, 1965). Por
ser uno de los aportes ratificados con el avance de la ciencia, abordaremos también en forma coloquial algunos de los más relevantes mecanismos de defensa del yo, señalados por S. Freud
y desarrollados por su hija Ana.

Fuente: Ricardo González Menéndez,¨psicología y salud¨, capítulo I, la conciencia.