Obras Sigmund Freud, El primer sueño

Obras Sigmund Freud, El primer sueño

Justo en el momento en que teníamos perspectivas de aclarar un punto oscuro en el vivenciar infantil de Dora por medio del material que se imponía al análisis, ella me comunicó que una de las noches pasadas había vuelto a tener un sueño que ya había soñado repetidas veces de la misma manera. Un sueño que se repetía periódicamente era, ya por este solo carácter, muy apropiado para despertar mi curiosidad; en interés del tratamiento era lícito tomar en cuenta la posibilidad de que este sueño se entretejiera en la urdimbre del análisis. Me resolví entonces a investigarlo con particular cuidado. Primer sueño: En una casa hay un incendio contó Dora; mi padre está frente a mi cama y me despierta. Me visto con rapidez. Mamá pretende todavía salvar su alhajero, pero papá dice: «No quiero que yo y mis dos hijos nos quememos a causa de tu alhajero». Descendemos de prisa por las escaleras, y una vez abajo me despierto. Puesto que es un sueño recurrente, le pregunto, desde luego, cuándo lo soñó por primera vez. No lo sabe. Pero se acuerda de que tuvo el sueño en L. (el lugar del lago donde ocurrió la escena con el señor K.) tres noches sucesivas, y había vuelto a tenerlo unos días antes aquí [en Viena]. El enlace que de ese modo se establecía entre el sueño y los acontecimientos de L. aumentó, desde luego, mis expectativas respecto de su solución. Pero primero quise averiguar la ocasión en que le había retornado por última vez, y exhorté a Dora, que por algunos pequeños ejemplos analizados antes ya estaba instruida en la interpretación de sueños, a que descompusiera el sueño y me comunicase lo que se le ocurría sobre él. -«Se me ocurre algo, pero no puede venir al caso, pues es demasiado reciente, mientras que sin duda alguna al sueño va lo he tenido antes». -No importa, siga usted -contesto-; será justamente lo último {en el tiempo} que se adecua al sueño. -«Y bien; en estos días papá tuvo una disputa con mamá, porque ella cierra por la noche el comedor. Es que la habitación de mi hermano no tiene entrada propia, sino que sólo se puede llegar a ella por el comedor. Papá no quiere que mi hermano quede así encerrado por la noche. Dijo que no estaba bien; por la noche podría pasar algo que obligase a salir». -¿Y eso la hizo pensar en el peligro de un incendio? -«Sí». -Le ruego que tome buena nota de sus propias expresiones. Quizá nos hagan falta. Ha dicho que por la noche podría pasar algo que obligase a salir. Pero Dora halla la conexión entre la ocasión reciente y la ocasión antigua del sueño, pues prosigue: -«Cuando llegamos a L. aquella vez, papá y yo, él expresó directamente su angustia por el hecho de que pudiera producirse un incendio. Arribamos en medio de un violento temporal, y vimos que la pequeña cabaña de madera no tenía pararrayos. La angustia era totalmente natural, entonces». Me incumbe, pues, establecer el vínculo entre los acontecimientos de L. y los sueños del mismo tenor que ella tuvo en esa época. Pregunto: ¿Tuvo usted el sueño en L. durante las primeras noches o en las últimas, antes de su partida? Vale decir, ¿antes o después de aquella escena en el bosque? (De hecho, yo sé que la escena no ocurrió el mismo día de la llegada, y que después de ella permaneció todavía unos días en L. sin dejar traslucir nada del suceso.) Primero responde: «No lo sé». Y tras unos instantes: «Pero creo que después». Por tanto, ahora yo sabía que el sueño era una reacción frente a aquella vivencia. Pero, ¿por qué se repitió ahí tres veces? Seguí preguntando: -¿Cuánto tiempo permaneció en L. después de la escena? -«Cuatro días aún; al cuarto, partí con papá». -Ahora tengo la seguridad de que el sueño fue el efecto inmediato de la vivencia con el señor K, Usted lo soñó ahí por primera vez, no antes. Añadió la incertidumbre en el recuerdo sólo para borrarse el nexo. Pero en cuanto a los números, no todo se me compagina todavía. -Si permaneció aún cuatro noches en L., pudo haber tenido el sueño cuatro veces. ¿Acaso fue así? Ella no contradice más mi aseveración, pero en lugar de responderme continúa: (ver nota)(61) -«A la siesta del día de nuestro viaje por el lago, del que el señor K. y yo regresamos a mediodía, yo me había acostado sobre el sofá, como era mi costumbre, en el dormitorio, para dormir un poco. Me desperté de pronto y vi al señor K. de pie frente a mí … ». -Vale decir, ¿tal como su papá estaba en el sueño frente a la cama de usted? -«Sí. Lo increpé, preguntándole qué buscaba. Me respondió que no dejaría de entrar en su dormitorio cuando quisiese; por otra parte, tenía que recoger algo. Alertada por ese episodio, pregunté a la señora K. si no existía una llave para el dormitorio, y a la mañana siguiente (del segundo día) me encerré para hacerme la toilette. Cuando a la siesta quise encerrarme para recostarme de nuevo en el sofá, faltaba la llave. Estoy convencida de que el señor K. la había quitado». He ahí entonces el tema del cerrar o dejar abierta la habitación, que se presenta en la primera ocurrencia acerca del sueño y que por casualidad desempeña también un papel en la ocasión reciente del sueño. ¿Pertenecería también a este contexto la frase «Me visto con rapidez»? -«En ese momento me propuse no quedarme, en ausencia de papá, en casa de los K. Las mañanas que siguieron no podía menos que temer que el señor K. me sorprendiera mientras yo me hacía la toilette, y por eso me vestía con mucha rapidez. Es que papá paraba en el hotel, y la señora K. partía siempre temprano para dar un paseo con él. Pero el señor K. no volvió a fastidiarme». Entiendo que en la siesta del segundo día usted se hizo el designio de sustraerse de esas persecuciones, y entonces la segunda, la tercera y la cuarta noche que siguieron a la escena en el bosque tuvo tiempo de repetirse (wiederholen} ese designio mientras dormía. Ya a la: segunda siesta, vale decir, antes del sueño, usted sabía que a la mañana siguiente -la tercerano hallaría la llave para encerrarse mientras se vestía, y pudo empeñarse en apresurar en lo posible la toilette. Pero su sueño se repitió cada noche justamente porque respondía a un designio. Y un designio persiste hasta que se lo ejecuta. Acaso se dijo usted: No tendré tranquilidad, no podré dormir tranquila hasta que no me encuentre fuera de esta casa. Lo inverso dice usted en el sueño: Una vez abajo me despierto. Interrumpo aquí la comunicación del análisis para cotejar este pequeño fragmento de interpretación con mis tesis generales acerca del mecanismo de la formación del sueño. En mi libro La interpretación de los sueños (1900a) he puntualizado que todo sueño es un deseo al que se figura como cumplido; la figuración es encubridora cuando se trata de un deseo reprimido, que pertenece al inconciente, y, exceptuado el caso de los sueños infantiles, Sólo el deseo inconciente o que alcanza hasta el inconciente tiene la virtud de formar un sueño, Creo que habría conseguido más fácilmente la aprobación general si me hubiera contentado con aseverar que todo sueño posee un sentido que puede descubrirse mediante cierto trabajo de interpretación. Tras una interpretación completa, uno podría sustituir el sueño por pensamientos que se insertan dentro de la vida anímica de la vigilia en lugares fácilmente reconocibles. Y habría podido proseguir diciendo que ese sentido es tan variado como las ilaciones de pensamiento de la vigilia. Una vez se trataría de un deseo cumplido, otra de un temor realizado; en otras ocasiones, de una reflexión proseguida mientras se duerme, de un designio (como en el sueño de Dora), de un fragmento de producción mental, etc. Esta manera de exponer las cosas habría resultado indudablemente atractiva por su claridad, y podría apoyarse en un gran número de ejemplos bien interpretados, como el del sueño que aquí analizamos. En lugar de ello, he formulado una tesis general que restringe el sentido de los sueños a una única forma de pensamiento: la figuración de deseos. He provocado así la universal inclinación a la contradicción. Pero debo decir que no me creí en el derecho ni en el deber de simplificar un proceso de la psicología para agradar a los lectores, cuando mi indagación detectaba en él una complicación que sólo en otro lugar hallará su solución armónica. Por eso tiene particular interés para mí demostrar que las excepciones aparentes, como el presente sueño de Dora, que a primera vista se reveló como un designio diurno proseguido mientras ella dormía, no hacen sino corroborar una y otra vez la regla impugnada. Sin duda, queda todavía por interpretar una buena parte del sueño. Seguí preguntando: -¿Qué hay sobre el alhajero, que su madre quiere salvar? -«A mamá le gustan mucho las alhajas y papá le ha regalado unas cuantas». -¿Y a usted? -«También a mí las alhajas me gustaban mucho antes; desde la enfermedad no llevo ninguna. . . . Hace unos cuatro años (un año antes del sueño) hubo una gran disputa entre papá y mamá a causa de una alhaja. Ella quería algo muy especial, unos pendientes de gotas de perlas {Tropfen von Perlen}. Pero a papá no le gustaban, y en lugar de las gotas le trajo una pulsera. Ella se puso furiosa y le dijo que ya que había gastado tanto dinero en regalarle algo que no le gustaba, que se lo regalase a otra». -¿Y usted habrá pensado que de buena gana lo tomaría? -«No sé(64); de ningún modo sé cómo aparece mamá en el sueño; ella no se encontraba en ese tiempo en L.». -Después se lo explicaré. Entonces, ¿no se le ocurre nada más sobre el alhajero {Schmuckkästchen}? Hasta ahora habló solamente de alhajas {Schmuck}, y nada dijo de una cajita (Kästchen}. -«Sí, el señor K. me había regalado algún tiempo antes un costoso alhajero». -Entonces correspondía retribuir el obsequio. Quizás usted no sabe que «alhajero» es una designación preferida para lo mismo a que usted aludió no hace mucho con la carterita de mano: los genitales femeninos, -«Sabía que usted diría eso». -Es decir que usted lo sabía. . . . Ahora el sentido del sueño se vuelve todavía más claro. Usted se dice: Ese hombre me persigue, quiere penetrar en mi habitación, mi «alhajero» corre peligro y, si ocurre alguna desgracia, la culpa será de papá. Por eso ha escogido usted en el sueño una situación que expresa lo contrario, un peligro del que su papá la salva. En general, en esta parte de su sueño todo está mudado en lo contrario; pronto sabrá la razón. El secreto reside, es cierto, en su mamá. ¿Cómo aparece ahí su mamá? Ella es, como usted sabe, su primera competidora en el favor de su papá. En el episodio de la pulsera usted de buena gana habría aceptado lo que su mamá rechazaba. Ahora sustituyamos «aceptar» por «dar», «rechazar» por «rehusar». Significa, entonces, que usted estaría dispuesta a dar a su papá lo que su mamá le rehusa, y aquello de lo cual se trata tendría que ver con una alhaja. (ver nota)(67) Y bien; usted recuerda el alhajero que el señor K. le obsequió. Ahí tiene usted el principio de una serie paralela de pensamientos en que su papá debe ser reemplazado por el señor K., tal como sucedía en la situación del que estaba frente a su cama. El le ha obsequiado un alhajero, y usted entonces tiene que obsequiarle su alhajero; por eso hablé antes de «retribución del obsequio» {contra-obsequio). En esta serie de pensamientos, su mamá tiene que ser sustituida por la señora K., quien sí estaba presente en ese momento. Por tanto, usted está dispuesta a obsequiarle al señor K. lo que su mujer le rehusa. Aquí tiene usted el pensamiento que debe reprimirse con tanto esfuerzo y que hace necesaria la mudanza de todos los elementos en su contrario {su parte contraria o contraparte}. El sueño vuelve a corroborar lo que ya le dije antes: usted refresca su viejo amor por su papá a fin de protegerse de su amor por K. Ahora bien, ¿qué prueban todos estos empeños? No solamente que usted tuvo miedo del señor K., sino que usted se temió también a sí misma, temió ceder a su tentación. De esa manera, ellos confirman la intensidad {intensiv} de su amor por él. Desde luego, no quiso acompañarme en esta parte de la interpretación. En cambio, yo había conseguido dar un paso adelante en la interpretación del sueño, que parecía indispensable tanto para la anamnesis del caso como para la teoría del sueño. Le prometí a Dora que se lo comunicaría en la sesión siguiente. En efecto, yo no podía olvidar la referencia que parecía desprenderse de las mencionadas palabras ambiguas (por la noche podría pasar una desgracia que obligase a salir). Y a esto se sumaba que el esclarecimiento del sueño me parecía incompleto mientras no se satisfaciese cierto requisito que no quiero establecer con carácter universal, es cierto, pero cuyo cumplimiento busco preferentemente. Un sueño en regla se apoya, por así decir, en dos piernas, una de las cuales está en contacto con la ocasión actual esencial, y la otra con un episodio relevante de la infancia. Entre estas dos vivencias, la infantil y la presente, el sueño establece una conexión: procura refundir el presente según el modelo del pasado más remoto. El deseo que crea al sueño proviene siempre de la infancia, quiere trasformarla una y otra vez en realidad, corregir el presente según la infancia. Yo creía individualizar ya nítidamente en el contenido del sueño de Dora los fragmentos que podían conjugarse como alusión a un acontecimiento de la infancia. Empecé su elucidación con un pequeño experimento que, como suele suceder, tuvo éxito. Dejé al azar sobre la mesa una gran caja de fósforos. Rogué a Dora que escudriñara sobre la mesa para ver si había algo que no -solía estar ahí. No vio nada. Entonces le pregunté si sabía por qué se prohibía a los niños jugar con fósforos. -«Sí, por el peligro de un incendio. Los hijos de mí tío son muy afectos a jugar con fósforos». -No solamente por eso. Se les advierte: «No juegues con fuego», y ello va acompañado de una cierta creencia. Nada sabía Dora sobre eso. -Y bien: se teme que se mojen en la cama. En la base de esto se encuentra, sin duda, la oposición de agita y fuego. Acaso, que sueñen con fuego y después se vean tentados a apagarlo con agua. No sé decirlo con exactitud. Pero veo que la oposición de agua y fuego le presta a usted en el sueño señalados servicios. Su madre quiere salvar el alhajero para que no se queme; en cambio, en los pensamientos oníricos se trata de que el «alhajero» no se moje. Pero «fuego» no se emplea sólo como opuesto de «agua»; sirve también como subrogación directa de amor, estar enamorado, abrasado. Por tanto, desde «fuego» parten unos rieles que, pasando por este significado simbólico, llegan hasta los pensamientos amorosos; otros rieles, a través de su opuesto «agua», y tras desprender un ramal que establece otro vínculo con «amor» (también este hace mojarse), llevan a otra parte. ¿Pero adónde? Considere usted su propia expresión: «Por la noche podría pasar algún percance que obligase a salir». ¿No significa esto una necesidad física? Y si usted traslada ese percance a la infancia, ¿puede ser otra cosa que mojar la cama? Ahora bien, ¿qué se hace para evitar que los niños mojen la cama? Se los despierta por la noche, ¿no es cierto? Lo mismo que su papá hace con usted en el sueño. Este sería, pues, el episodio real de que usted se vale para sustituir al señor K., que la despertó mientras usted dormía, por su papá. Tengo que inferir entonces que usted siguió mojándose en la cama por más tiempo que el corriente en los niños. Lo mismo debe de haber ocurrido con su hermano. En efecto, su papá dice: «No quiero que mis dos hijos… mueran». Su hermano nada tiene que ver con la :situación actual respecto de los K.; tampoco había ido a L. ¿Qué dicen sus recuerdos sobre eso? -«En cuanto a mí, nada sé -respondió ella-; pero mi hermano hasta su sexto o séptimo año mojaba la cama, y aun muchas veces le ocurrió de día». Estaba por hacerle notar cuánto más fácilmente se recuerda una cosa así respecto de un hermano que respecto de uno mismo, cuando ella prosiguió con su recuerdo recuperado: -«Sí; también a mí me ocurrió durante un tiempo, pero sólo en el séptimo u octavo año. Tiene que haber sido enojoso, pues ahora sé que se consultó al doctor. Duró hasta poco antes de mi asma nerviosa». -¿Qué dijo el doctor? -«Declaró que era una debilidad nerviosa; ya pasaría, sostuvo, y prescribió un tónico». Ahora la interpretación del sueño me pareció completa. Pero al día siguiente Dora me aportó todavía un suplemento. Había olvidado contar que todas las veces, tras despertar, había sentido olor a humo. El humo armonizaba muy bien con el fuego, pero además señalaba que el sueño tenía una particular relación conmigo, pues cuando ella aseveraba que tras esto o aquello no había nada escondido, solía oponerle: «Donde hay humo, hay fuego». Pero Dora hizo una objeción a esta interpretación exclusivamente personal: el señor K. y su papá eran fumadores apasionados, como también yo lo era, por lo demás. Ella misma fumó en su estadía en el lago, y justo antes de iniciar esa vez su desdichado cortejo, el señor K. le acababa de liar un cigarrillo. Creía recordar también con certeza que el olor a humo no apareció solamente en el -último sueño, sino en aquellos tres seguidos que tuvo en L. Puesto que ella rehusó ulteriores informaciones, quedó a mi cargo el intento de insertar este suplemento en la ensambladura de los pensamientos oníricos. Pudo servirme de asidero que la sensación del humo se agregase a modo de suplemento, o sea, tras haber vencido un particular esfuerzo de la represión. De acuerdo con ello, probablemente pertenecía al pensamiento mejor reprimido y más oscuramente figurado en el sueño: la tentación de mostrarse complaciente con el hombre. Difícilmente significara otra cosa, en ese caso, que la nostalgia de un beso, que dado por un fumador por fuerza sabe a humo; ahora bien, había habido un beso entre ellos unos dos años atrás y con seguridad se habría repetido más de una vez si la muchacha hubiera cedido al galanteo. Los pensamientos de tentación parecen remontarse entonces a la escena anterior y haber despertado el recuerdo del beso frente a cuyo seductor atractivo la chupeteadora se protegió en su momento por medio del asco. Por último, recogiendo los indicios que hacen probable una trasferencia sobre mí, porque yo también soy fumador, llego a esta opinión: un día se le ocurrió, probablemente durante la sesión, que desearía ser besada por mí. Esta fue la ocasión que la llevó a repetir el sueño de advertencia y a formarse el designio de abandonar la cura. Así, las cosas se acuerdan muy bien, pero, en virtud de las peculiaridades de la «trasferencia», se sustraen a la prueba. Ahora podría vacilar entre considerar primero el partido que puede sacarse de este sueño para la historia del caso, o la objeción que, basándose en él, puede hacerse a la teoría del sueño. Escojo lo primero. Vale la pena tratar con detalle la importancia que tiene el mojarse en la cama para la prehistoria de los neuróticos. En aras de la claridad me limito a destacar que el caso de Dora no era en este aspecto el habitual. Este trastorno no sólo había proseguido más allá de la época admitida como normal, sino que, según su precisa indicación, primero desapareció y volvió a aparecer en época relativamente tardía, después del sexto año de vida. Por lo que sé, la causa más probable de una enuresis de esta clase es la masturbación, que en la etiología de la enuresis desempeña un papel no apreciado todavía suficientemente. Según mi experiencia, esta conexión se hace muy notoria para los niños mismos, y de ahí se siguen todas sus consecuencias psíquicas, como si nunca la hubieran olvidado, Ahora bien, en el momento en que Dora contó el sueño nos encontrábamos en una línea de investigación que llevaba directamente . a confesar una masturbación infantil. Poco antes ella había preguntado por qué, exactamente, había enfermado, y antes que yo le respondiese echó la culpa al padre. La justificación para esto no eran unos pensamientos inconcientes, sino un conocimiento conciente. Para mi sorpresa, la muchacha conocía de qué clase había sido la enfermedad del padre. Después que este regresó de mi consultorio, había espiado con las orejas {belauschen} una conversación donde se mencionó el nombre de la enfermedad. Y en años todavía anteriores, en la época del desprendimiento de la retina, un oculista llamado a consulta debe de haber señalado la etiología luética, pues la curiosa y alertada muchacha oyó esa vez decir, a una tía: «Estaba enfermo ya antes de casarse», y agregó algo incomprensible para ella, que más tarde interpretó entre sí como referido a una cosa indecente. Por tanto, el padre había enfermado por llevar una vida disipada, y ella suponía que le había contagiado la enfermedad por vía hereditaria. Me guardé bien de decirle que yo, según consigné, sostengo también la opinión de que los descendientes de luéticos están particularmente predispuestos a contraer graves neuropsicosis. Esta ilación de pensamiento de acusación al padre proseguía a través de un material inconciente. A lo largo de algunos días se identificó con su madre en pequeños :síntomas y singularidades, lo que le dio oportunidad de descollar por lo insoportable. Me hizo colegir, además, que -estaba pensando en una estadía en Franzensbad que había visitado acompañando a su madre -ya no sé en qué año-. La madre padecía de dolores en el bajo vientre y de un flujo (catarro) que hicieron necesaria una cura de aguas en Franzensbad. Su opinión -también justificada, probablemente- era que esa enfermedad se la debía a su papá, quien había contagiado a su madre su afección venérea. Era bien comprensible que en esta inferencia confundiera, como lo hacen la mayoría de los legos, gonorrea con sífilis y el contagio por comercio carnal con lo hereditario. La persistencia en la identificación [con su madre] me forzó casi a preguntarle si también ella tenía una enfermedad venérea, y entonces me enteré de que estaba aquejada por un catarro (fluor albus) que no podía recordar cuándo empezó. Comprendí entonces que tras la ilación de pensamiento que acusaba expresamente al padre se escondía, como es habitual, una autoacusación. Le salí al paso asegurándole que el fluor de las jóvenes solteras era a mi juicio indicio preferente de masturbación, y que yo relegaba a un segundo plano todas las otras causas que suelen mencionarse además para ese achaque. Así, ella estaba en vías de responder a su pregunta por las razones de su enfermedad confesando haberse masturbado, probablemente en su infancia. Negó de la manera más terminante poder acordarse de una cosa así; pero días después hizo algo que yo debí considerar como otro acercamiento a la confesión. En efecto, ese día trajo colgando una carterita portamonedas de la forma que se había puesto de moda (cosa que no había hecho antes ni haría después), y jugaba con ella mientras hablaba tendida en el diván: la abría, introducía un dedo, volvía a cerrarla, etc. La miré unos instantes y luego le expliqué qué es una acción sintomática. Llamo así a aquellos manejos que el ser humano realiza, como :suele decirse, de manera automática, inconciente, sin reparar en ellos, como jugando. Preguntado, querrá restarles todo ¡significado y los declarará indiferentes y casuales. Pero una observación más cuidadosa muestra que tales acciones, de las que la conciencia nada sabe o nada quiere saber, expresan pensamientos e impulsos inconcientes. Así, son valiosos e instructivos en cuanto exteriorizaciones permitidas del inconciente. Hay dos modos de conducta conciente hacia las acciones sintomáticas. Si es posible atribuirles una motivación corriente, se toma conocimiento de ellas; si falta un pretexto de esa clase ante lo conciente, por lo general no se repara en que se las ejecuta. En el caso de Dora la motivación era fácil: «¿Por qué no llevaría una carterita así, que está tan de moda?». Pero una justificación de esa índole no elimina la posibilidad del origen inconciente de la acción respectiva. Por otra parte, ni este origen ni el sentido que se atribuye a la acción pueden demostrarse convincentemente. Hay que limitarse a comprobar que ese sentido armoniza de manera notable con la trama de la situación presente, con la orden del día del inconciente. En otra oportunidad presentaré una colección de esas acciones sintomáticas, tal como se las puede observar en personas sanas y neuróticas. A menudo las interpretaciones son muy fáciles. La carterita bivalva de Dora no es otra cosa que una figuración de los genitales, y su acción de juguetear con ella abriéndola y metiendo un dedo dentro, una comunicación pantomímica, sin duda desenfadada, pero inconfundible, de lo que querría hacer: la masturbación. Hace poco me sucedió un caso similar, muy divertido. Una dama anciana extrae en mitad de la sesión, supuestamente para refrescarse con un bombón, una pequeña caja de hueso; se esfuerza por abrirla, y después me la alcanza para que me convenza de lo difícil que es hacerlo. Yo manifiesto mi desconfianza: esa caja tiene que significar algo en particular, pues hoy la veo por primera vez, a pesar de que su propietaria me visita desde hace ya más de un año. Y la dama, impaciente: «¡A esta caja la llevo siempre conmigo, dondequiera que vaya!». Sólo se tranquiliza después que le hago notar, riendo, lo bien que sus palabras se adecuan a otro significado. La caja -box, puxiz , como la carterita, como el alhajero, no es sino otro subrogado de la vulva, de los genitales femeninos. Hay en la vida mucho simbolismo de esta clase, que solemos no advertir. Cuando me propuse la tarea de traer a la luz lo que los hombres esconden, y no mediante la compulsión de la hipnosis, sino a partir de lo que ellos dicen y muestran, lo creí más difícil de lo que realmente es. El que tenga ojos para ver y oídos para oír se convencerá de que los mortales no pueden guardar ningún secreto. Aquel cuyos labios callan, se delata con las puntas de los dedos; el secreto quiere salírsele por todos los poros. Y por eso es muy posible dar cima a la tarea de hacer conciente lo anímico más oculto. La acción sintomática de Dora con la carterita no fue la precursora inmediata del :Sueño. La sesión que nos aportó el relato de este último se inició con otra acción sintomática. Cuando entré en la sala donde ella esperaba, escondió rápidamente una carta que estaba leyendo. Desde luego, pregunté de quién era, y primero se negó a decírmelo. Después resultó que se trataba de algo en extremo indiferente y sin relación alguna con nuestra cura, Era una carta de la abuela, que la exhortaba a escribirle más a menudo. Creo que sólo quería jugar al «secreto» conmigo, e indicar que ahora se dejaría arrancar su secreto por el médico. Su renuencia frente a cualquier médico nuevo me la explico por la angustia de que, ya sea al examinarla (por el catarro) o al indagarla (por la comunicación de que se mojaba en la cama), pudiera llegar a colegir la razón de su sufrimiento, la masturbación. En lo sucesivo siempre hablaría muy despreciativamente de los médicos a quienes antes, era evidente, había sobrestimado. Acusaciones al padre, culpable de su enfermedad, con la autoacusación que había detrás; fluor albus; jugueteo con la carterita; enuresis después del sexto año; un secreto que no quería dejarse arrancar por los médicos: considero establecida sin lagunas la prueba indiciaria de la masturbación infantil. En el caso de Dora yo había empezado a sospechar la masturbación cuando me contó acerca de los espasmos estomacales de la prima y después se identificó con esta quejándose todo un día de idénticas sensaciones dolorosas. Sabido es que justamente a los masturbadores les sobrevienen con mucha frecuencia espasmos estomacales. Según una comunicación personal que me ha hecho Wilhelm Fliess, precisamente esas gastralgias son las que pueden interrumpirse mediante la aplicación de cocaína en el «punto gástrico» de la nariz, por él descubierto, y curarse mediante su cauterización. Dora me corroboró que tenía conciencia de dos cosas: que ella misma había padecido a menudo de espasmos gástricos, y que tenía buenos fundamentos para considerar a su prima una masturbadora. Es muy común en los enfermos individualizar en otro un nexo que una resistencia afectiva les imposibilita conocer en su propia persona. Pero ya no lo desconoció más, aunque todavía no recordaba nada. Consideré también susceptible de uso clínico la datación del mojarse en la cama «hasta poco antes que sobreviniese el asma nerviosa».. Los síntomas histéricos casi nunca se presentan mientras los niños se masturban, sino sólo en la abstinencia; expresan un sustituto de la satisfacción masturbatoria, que seguirá anhelándose en el inconciente hasta el momento en que aparezca una satisfacción más normal de alguna otra clase, si esta todavía es posible.