Estudio Preliminar a Freud en Buenos Aires 1910-1939 (capítulo I)

Estudio Preliminar a Freud en Buenos Aires 1910-1939
Hugo Vezzetti

Prólogo a la segunda edición
Transcurridos siete años desde la primera edición, la reedición de esta obra se justifica en la medida en que sigue siendo el único estudio y la única compilación documental de un período importante de la recepción del freudismo en la Argentina. Por otra parte, el libro que vengo de publicar (Aventuras de Freud en el país de los argentinos, Paidós, 1996) no se superpone ni con los propósitos ni con los contenidos de esta compilación, que fue armada como una presentación inicial y tentativamente exhaustiva de escritos que se refieren al creador del psicoanálisis en este rincón del planeta hasta su muerte. Y aunque siempre es posible que aparezcan algunos textos dignos de engrosar el corpus presentado, en el estado actual de la investigación sigue constituyendo un conjunto representativo y relativamente integral de las operaciones de lectura y las vías de circulación de enunciados atribuidos a Freud y al psicoanálisis.
    He mantenido prácticamente inalterado el “Estudio preliminar”, con excepción de algunas mínimas rectificaciones y del agregado de una cita de Alejandro Korn (1927) sobre la recepción de Freud que no había registrado en la primera edición. En cuanto a la antología, sólo agrego el artículo que el padre Leonardo Castellani (1939) escribió en ocasión de la muerte de Freud, del cual ya me había ocupado en la edición anterior.
Buenos Aires, julio de 1996.

Estudio preliminar

I

 “Un médico de Chile (probablemente un alemán) se pronunció en el congreso internacional que sesionó en Buenos Aires, en 1910, a favor de la sexualidad infantil, y encomió los éxitos de la terapia psicoanalítica en el caso de los síntomas obsesivos”.1 Así se refiere Freud, en 1914, a la temprana presencia del psicoanálisis en Buenos Aires. El médico en cuestión no era alemán sino chileno y, en todo caso, esa primera mención de Freud en la capital argentina no tuvo repercusiones. Sólo hacia mediados de la década del veinte y, sobre todo, en los años treinta, se encuentran referencias al psicoanálisis, aunque no puede decirse que el tema adquiera un relieve muy destacado ni en el dispositivo psiquiátrico ni en el campo intelectual y literario. Esa progresiva –y limitada– difusión e implantación de nociones y enfoques del psicoanálisis era correlativa al clima de ideas entre las dos guerras mundiales y a las modalidades de circulación y refracción de ideas y valores modernos en Buenos Aires, tanto en la cultura letrada como en el discurso psiquiátrico y psicológico.   
Hasta ahora, los trabajos históricos sobre el psicoanálisis en la Argentina han acentuado, en general, el carácter inaugural y novedoso de su nacimiento institucional en 1942, con la creación de la Asociación Psicoanalítica Argentina (apa), descuidando el análisis de las condiciones previas. 2 Por una parte, en el espacio propio del discurso y las prácticas de la medicina mental encuentra Freud algún anclaje inicial, reducido y polémico, que está asociado, sobre todo, a los usos posibles, en la clínica de la neurosis, de un método que se conocía poco y mal. Más adelante, hacia el final del período considerado, la muerte de Freud va a ser la ocasión que muestre una renovación y diversificación de lecturas que vienen a señalar, ante todo, que sectores del medio intelectual porteño no son inmunes a la relevancia que su figura había adquirido en Occidente como exponente del pensamiento y la conciencia moral de esos tiempos de crisis e incertidumbres.
    Dado que hay más de un Freud, a partir del abanico de lecturas que lo toman por objeto, ¿en qué campo preexistente de ideas y valores se van a ir inscribiendo esas referencias? ¿Cuáles fueron los nuevos problemas que esa constelación de discursos vino a encontrar y, en parte, a producir? ¿Cuáles los canales y los modos de su incorporación y difusión? En todo caso, la constitución fragmentaria del psicoanálisis como objeto discursivo no es separable de condiciones de recepción en las que se aprecia la presión por incluir a Freud en alguna tradición preconstituida: científica, ideológica, estética o moral. Por otra parte, en un período en el cual están escasamente definidos los criterios de pertinencia, consistencia y legitimidad de la disciplina psicoanalítica, se tornaba posible la integración de un cuerpo bastante heterogéneo y arbitrario de referencias bajo la rúbrica de Freud.   
Entre 1880 y el Centenario la psiquiatría argentina, concentrada en Buenos Aires, había concluido la construcción y consolidación de un dispositivo institucional –asistencial y académico– inspirado en la tradición del alienismo. Si a partir de allí se advierte una diversificación de las referencias científicas y doctrinarias (neuropsiquiatría, psicofisiológica y psicología experimental, hipnosis y sugestión, higiene mental), esa crisis relativa del paradigma pineliano es correlativa al desplazamiento del alienista desde su reducto en el manicomio hacia los conflictos y desequilibrios de la vida urbana. En las huellas del viejo “tratamiento moral” emerge, limitadamente, la cuestión de la psicoterapia, a la vez como tópico académico y como un desarrollo tecnólogico virtual de la psiquiatría.
Más tempranamente, el tema se instala bajo la directa influencia de las polémicas francesas en torno a la hipnosis, la histeria y la sugestión; Charcot y Bernheim, Janet y Grasset son los autores que dominan el planteamiento de la cuestión, reducida a los ámbitos académicos. En 1904 José Ingenieros publica una obra que será reeditada muchas veces, Los accidentes histéricos y las sugestiones terapéuticas (desde la segunda edición, en 1906, lleva por título Histeria y sugestión. Estudios de psicología clínica), escrita bajo la influencia de P. Janet, que viene a cumplir el papel de introducir y, en parte, legitimar ese nuevo campo de problemas. Ya en la primera edición, el nombre de Freud es mencionado, junto con Breuer, entre los autores que han contribuido al estudio de la histeria, insertado en una larga serie que inicia Janet y en la que domina abrumadoramente la corriente neuropatológica y psiquiátrica francesa. De algún modo se revela allí –anticipatoriamente– una matriz de lectura, propiamente cultural, que va a hegemonizar las operaciones de importación de la obra de Freud en las siguientes tres décadas.
Por otra parte, con el surgimiento y expansión del movimiento de la higiene mental, en una perspectiva de consideración e intervención profiláctica sobre las formas menos visibles de la locura, el tema de la “psicología médica” –que es casi sinónimo de psicoterapia– encuentra condiciones más favorables para su formulación, y aun para cierto ejercicio empírico. Hacia fines de la década del veinte, la Liga Argentina de Higiene Mental inaugura sus consultorios externos; por entonces una figura destacada (E. Mouchet, 1931) del campo psiquiátrico y psicológico propone –sin mucho éxito, por otra parte– la inclusión de la psicología en el plan de estudios de la Facultad de Medicina. Pero esa y otras expresiones, más bien aisladas, están lejos de sostenerse en un movimiento decidido de renovación de la psiquiatría. No sólo porque la vieja medicina mental mantenía su posición hegemónica en hospitales y cátedras, sino porque los puntos de vista innovadores surgían más bien de cierto ejercicio de divulgación, sin que alcanzaran mayores consecuencias en el dominio de las prácticas clínicas. Más aun, a menudo en el mismo planteo que incluye referencias innovadoras es posible encontrar el lastre de un eclecticismo sin conceptos que mezcla y confunde sus nociones con los temas más tradicionales de la psiquiatría del siglo xix.
En la medida en que las tesis de la degeneración mantienen una vigencia que va a perdurar, como una matriz de diagnóstico del campo múltiple de las manifestaciones de la locura, el recurso práctico a la psicoterapia o la posibilidad de un interés amplio por la vertiente terapéutica del psicoanálisis, en el campo de la psiquiatría establecida, muestran un escaso desarrollo.3 Y sin embargo, bajo formas fragmentarias, mezclado con lo viejo o “importado” a partir del despliegue del psicoanálisis en la cultura europea –sobre todo francesa– algo de Freud llega a Buenos Aires por esos años.
El texto de Ingenieros de 1904 parece corresponderse con un interés nuevo en el ámbito académico por los temas de la sugestión, la hipnosis y la histeria, cuestiones que quedan colocadas en la perspectiva de una apropiación, por parte de la ciencia positiva, de recursos hasta entonces abandonados a las prácticas mágicas. El ejemplo de Charcot y su legitimación de la hipnosis como procedimiento médico viene a constituirse, en ese sentido, en el ejemplo mayor y paradigmático.   
“¿Por qué no deberían los hombres de ciencia repetir en sus clínicas los ‘milagros’ practicados por taumaturgos incultos? Jesús en Galilea, y Pancho Sierra, en Buenos Aires, tuvieron conocimientos que a Charcot le fuera vedado descubrir en la Salpêtrière y a nosotros confirmar en San Roque.” En la pregunta de Ingenieros, el señalamiento de ese cruce entre la ciencia y la magia, entre el médico y el taumaturgo, revela uno de los ejes más problemáticos de la cuestión. Y no sólo por las dificultades de un pensamiento de cuño naturalista para teorizar y, sobre todo, “tecnificar” el tratamiento psíquico, sino porque precisamente allí queda marcada una zona de inconsistencia, propiamente un flanco vulnerable (¿cómo ser a la vez hombre de ciencia y taumaturgo?) que parece estar en la base de esa posición a la defensiva que caracterizó, en general, la recepción de las nuevas ideas.
En la quinta edición de Histeria y sugestión (1919), Ingenieros incluye un agregado sobre Freud en el que sostiene, básicamente, que el psicoanálisis no difiere del “análisis psicológico”, con lo cual, implícitamente, se pone del lado de Janet en la disputa por la prioridad del método. También es de inspiración janetiana la comparación de la tesis freudiana sobre la etiología sexual de la histeria con las antiguas teorías uterinas de la medicina griega (P. Janet, 1914).4 Pero lo más importante de esta breve referencia de Ingenieros a Freud es que viene a establecer, por primera vez entre nosotros, una divisoria de aguas respecto del campo de la medicina. ¿Qué clase de ciencia?, y más aun –con todo el peso de los emblemas de ese apostolado laico– ¿qué clase de medicina es el psicoanálisis? “Es indispensable agregar que Freud y sus secuaces parecen deleitarse singularmente en la exposición de sus ideas dándoles proyecciones ajenas a la medicina y resbalando a un terreno demasiado práctico y mundano.” En todo caso, no deja de ser curioso que una amonestación como la citada provenga de una figura intelectual que en su obra y en su actuación pública desbordaba ampliamente los espacios, las nociones y los valores de la medicina establecida.
La mención que Freud hizo del trabajo de Germán Greve lo convierte en una referencia obligada de la historia del psicoanálisis en la Argentina. Sin embargo, más allá de su presentación en el Congreso Científico de 1910, no tuvo difusión en Buenos Aires; no fue publicado en ninguna revista médica ni es citado por los autores argentinos que se ocuparon del tema, hasta que fue rescatado por Ludovico Rosenthal en la Revista de Psicoanálisis en 1945.5 Como sea, la exposición de Greve se esfuerza por colocar a Freud en la zaga de la psiquiatría francesa, de Charcot a Janet e insiste en que las respectivas teorías son conciliables. Lo más significativo, quizás, es que defiende el papel de la sexualidad en la etiología de la neurosis devolviendo el mismo argumento empleado por los detractores de Freud: los ataques son anticientíficos y fundados en razones “de orden convencional y social”. Al mismo tiempo, se refiere al procedimiento psicoterapéutico en las neurosis y las modificaciones técnicas introducidas por Freud, para concluir admitiendo que, en realidad, practica el método de un modo incompleto.   
Muy distinta es la difusión que alcanza un texto breve publicado en La Semana Médica (W. F. Waugh, 1912) cuyo autor, un médico de Chicago, promete una “aplicación de las teorías de Freud”. Para ello se propone usar lo que entiende es el método psicoanalítico en el análisis de un caso policial, el episodio de un marido abandonado que asesinó a su esposa, y postula –en nombre de Freud– que se trata de un retorno a un estado primitivo, es decir, la manifestación brutal de la persistencia de una naturaleza bárbara y “troglodita” por debajo del barniz de la civilización. Que Freud sea asociado, en la revista médica más importante de Buenos Aires, a esta versión vulgarizada de Lombroso muestra hasta qué punto el psicoanálisis debe su difusión inicial ante todo a sus expresiones “silvestres”. Como sea, si se trata de señalar un comienzo, Freud ingresa al espacio discursivo de la medicina porteña a través de este texto insólito, de apenas dos páginas, sobre un sórdido drama conyugal y es leído en el marco de las doctrinas del atavismo propias de la antropología criminal del siglo anterior.   
Dos años más tarde es presentada en la Sociedad Médica Argentina la primera comunicación sobre el psicoanálisis que incluye alguna forma de práctica clínica inspirada en el descubrimiento freudiano (L. Merzbacher, 1914). La primera circunstancia destacable, respecto de todos los que van a referirse a Freud en Buenos Aires, es que Merzbacher lo lee en alemán. Al mismo tiempo viene a decir, bastante tempranamente, que no se puede ignorar una doctrina que ha alcanzado considerable difusión en Europa y a manifestar su extrañeza por el desconocimiento local de las tesis de Freud. Aunque destaca que la obra del maestro vienés encierra un interés que excede el ámbito de la psiquiatría, por cuanto constituye “un capítulo curioso de la psicología, y especialmente de la psicología de todos los días”, lo más importante es su presentación y ejemplificación del método psicoterapéutico, de acuerdo con las primeras formulaciones de Freud y Breuer. En rigor de verdad, no diferencia la terapia analítica de la sugestión bajo hipnosis, pero distingue entre un método complicado, “de laboratorio” –que corresponde a la técnica jungiana de la asociación de palabras– y otro, “de consultorio”, que es ilustrado con una presentación clínica. En todo caso, esa distinción parece anticipar un enfoque pragmático que será reiteradamente expuesto: adjudicar al método psicoanalítico requisitos bastante estrictos para después preferir un uso simplificado e impreciso.   
Esa aislada invitación al pragmatismo tiene que ver menos con la actitud del campo psiquiátrico porteño que con la obra del peruano Honorio Delgado, difundida en Buenos Aires desde 1918 (H. Delgado, 1918, 1919 y 1920). Se trata del esfuerzo más ambicioso, sistemático y continuado de exposición y promoción del psicoanálisis en América Latina, por parte de un autor que lee a Freud en alemán, que conoce y cita las traducciones inglesas y que polemiza con las críticas provenientes de la psiquiatría francesa, especialmente las de Janet y de E. Regis y A. Hesnard. Pero, al mismo tiempo, su adhesión se sostiene en una actitud ampliamente integrativa, tanto en el nivel de las disciplinas –psiquiatría clínica, neurobiología, psicología experimental– como en el de los autores. Así es como los disidentes Jung y Adler pueden ser incorporados en una versión de la teoría psicoanalítica en la que las diferencias conceptuales y metodológicas quedan reducidas a meros matices. Finalmente, viene a decir Delgado, si las “explicaciones” pueden ser pasibles de objeciones, no sucede lo mismo con el método, y con esa disociación entre teoría y método –sobre la que van a insistir todos los críticos del psicoanálisis– se instituye una modalidad de asimilación que acentúa la autonomía del procedimiento terapéutico y busca incluirlo, a contrapelo de lo que Freud proclamaba, en el arsenal técnico de la psiquiatría.
Si algo se destaca de modo sorprendente en este período es que las obras de Freud están ausentes de las revistas porteñas, y esto no sólo bajo la forma directa de la traducción, sino aun al modo del comentario o la reseña. La única excepción es una breve recensión de “Duelo y melancolía”, sin firma y simplemente descriptiva, publicada en la Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal en 1923. En todo caso, aun después de la edición española de Freud, a partir de 1922, su obra sigue llegando a Buenos Aires, para los pocos que se interesan en ella, en versiones de segunda mano y es citada generalmente en francés. Más aun, la temprana traducción del largo trabajo crítico de Janet en los Archivos de Ciencias de la Educación, de La Plata, sugiere que los cuestionamientos al psicoanálisis son conocidos antes que los textos freudianos. Por entonces, las pocas referencias suelen corresponder a traducciones, por ejemplo, un caso publicado en la citada Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal (E. Minkowski, 1923) que revela la lógica que va a encontrar un eco bastante generalizado entre quienes se ocupen del tema en la Argentina. Por una parte, resalta el “dogmatismo” de Freud y sus adeptos para apelar a una posición de neutralidad y objetividad, sólo dispuesta a las convicciones empíricas. Pero, al mismo tiempo, sitúa al psicoanálisis en el lugar paradójico de ser, a la vez, una doctrina sospechosa y un procedimiento terapéutico rescatable, aunque sólo sea en la medida en que se lo use de un modo atenuado, distante de su forma clásica.   
De las versiones provenientes de Europa –sobre todo de Francia– que van sancionando e instituyendo cierta significación de Freud, la más difundida parece ser la ya citada de Janet, con argumentos críticos que se repiten y difunden por más de dos décadas. Por otra parte, una vía alternativa de incorporación y transmisión de ideas psicoanalíticas es la presencia en Buenos Aires de algunos viajeros que traen a Freud entre las novedades que se ofrecen desde el Viejo Continente. El primero de ellos es el español Gonzalo Lafora (1923), quien a través de conferencias de divulgación y algunos artículos logra una considerable repercusión e influencia, particularmente en el argentino Juan R. Beltrán.
Psiquiatra que busca hacer compatible el psicoanálisis con la religión católica,6 no disimula sus reservas ni su propósito de expurgarlo, a partir de definirlo como “método de investigación del espíritu”, en una orientación que remite a la obra del pastor Pfister. Así es como advierte contra la unilateralidad de la “doctrina pansexualista” y afirma la importancia de los factores provenientes del instinto de conservación, tal como procura demostrarlo con la presentación de un ejemplo clínico. Por otra parte, el estatuto científico del psicoanálisis parece depender, en su óptica, de su compatibilización con los enfoques de la psicología experimental, lo que lo lleva a destacar el test de asociación de palabras de Jung y a ilustrarlo con un ejemplo que vendría a demostrar que el psicoanálisis, pese a lo que muchos afirman, es asimilable a las corrientes científicas más legítimas en el campo de la psicología. Pero allí donde el experimento amenaza salirse de control, la impostación científica cede ante la apelación moral. Es lo que sucede cuando se esboza la cuestión de la “transferencia afectiva” y se sitúa allí el peligro mayor del método, a saber, el desencadenamiento de un amor correspondido entre médico y paciente. Finalmente, afirma, el psicoanálisis es una forma de confesión –y la confesión, un psicoanálisis sin psicología–, con lo que vendría a resaltar la idea de un encuentro entre ciencia y moral, núcleo central de muchas paradojas en torno del ejercicio terapéutico del psicoanálisis.
Más relevante desde el punto de vista de su trascendencia intelectual y el alcance de su difusión hacia un público “letrado” que excede el de los especialistas médicos es la visita de Charles Blondel. En 1927 dictó una serie de conferencias en la Facultad de Filosofía y Letras, la última dedicada al psicoanálisis y publicada en la Revista de Filosofía (Ch. Blondel, 1927). Coroliano Alberini, decano de la Facultad, había realizado la presentación del disertante y en ella se dedicaba a señalar los vínculos que mantenía con el pensamiento de Bergson, en una línea enteramente contraria a la orientación positivista de la revista. Más aun, es ésa la única oportunidad en que se publica algo de Alberini en el órgano fundado por José Ingenieros. Sólo puede concluirse que si la revista, que escasamente había dedicado algunas páginas a Freud a lo largo de una década, acoge de ese modo un pensamiento cuya filosofía repudiaba íntimamente, es sólo porque coincidía en el cuestionamiento al psicoanálisis. Las tesis de Blondel, sintéticamente, sostienen que lo que puede haber de valioso en las teorías y el método freudiano era ya conocido y carece de originalidad; por otra parte, insiste, Bergson se anticipó a Freud en el problema del inconsciente. El verdadero dominio del psicoanálisis, concluye, es la literatura: Freud viene a ser, finalmente, un Balzac que ha errado su vocación.
    Por entonces, Enrico Morselli había publicado en Italia un libro sobre el psicoanálisis que estaba destinado a una repercusión considerable en el medio psiquiátrico. En 1926, casi al mismo tiempo, dos revistas porteñas ampliamente interconectadas entre sí –la Revista de Filosofía y la Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal– inexplicablemente reproducen el primer capítulo (E. Morselli, 1926) que constituye el cuestionamiento médico más fuerte a las concepciones freudianas hasta entonces publicado en Buenos Aires. Permanecer dentro del “terreno médico” y “no separar el órgano de la función” son las directrices de una exposición destinada a enfrentar la amenaza del “hiperpsicologismo” en la clínica psiquiátrica. En todo caso, queda demostrado que el blanco es bien amplio por el modo en que Freud es incluido en las “corrientes teutónicas” (expresión antigermana que verdaderamente no parece haber encontrado resonancias entre los críticos locales de Freud), junto con Jaspers, Bleuler y hasta Kretschmer, para señalar un supuesto extravío de la psiquiatría respecto de sus fundamentos somáticos. Si el núcleo del cuestionamiento, en el marco de una lectura chatamente materialista, radica en ver en el psicoanálisis la expresión actualizada de la vieja metafísica, lo llamativo es ese interés redoblado que indica prácticamente una toma de posición de las revistas y el empeño por difundir una línea crítica que tiende al arcaísmo. Mientras en el mundo se admitía la crisis de la psiquiatría del siglo xix y algunos se empeñaban en buscar nuevos caminos y promover innovaciones teóricas y tecnológicas, en Buenos Aires la vieja medicina mental se aferraba a sus fueros, movilizada por el fantasma de una conjura que pretendería reducir la psiquiatría a “simple doméstica del freudismo”.
De cualquier manera, los argumentos de Morselli se acumulan sin mucha lógica y si, frente a la seriedad de la psiquiatría, la práctica del psicoanálisis le evoca la frivolidad –y aun la inmoralidad– del chaisse-longue, a renglón seguido puede denunciar esa “investigación sugestiva y opresiva”, en una vuelta de tuerca sobre la acusación al método inquisitorial. Por otra parte, no deja de ser curioso que la misma revista que había alabado como “magistral” esa crítica de Blondel en nombre de Bergson, celebre igualmente una posición que pone a éste en la misma bolsa con el creador del psicoanálisis. “Me parece ver al auditorio [se refiere al de Freud] igualmente compuesto e igualmente incompetente, de mayoría femenina, que se aglomeraba en las elegantes conferencias filosóficas de H. Bergson, en un todo dedicado a proclamar la superioridad de la intuición sobre la reflexión, del instinto sobre la razón: argumentos simpáticos, especialmente para mujeres.” En síntesis, este positivista tardío lanza contra el psicoanálisis un triple anatema: doctrina metafísica, método moralmente peligroso, moda frívola. Como se verá, su juicio tuvo considerable influencia entre quienes se ocuparon del tema en Buenos Aires.

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Notas
     1 Freud, S., “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico” (1914), en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, t. xiv, p. 29.
    2 Especialmente Aberastury, A., Aberastury, M. y Cesio, F., Historia, enseñanza y ejercicio legal del psicoanálisis, Buenos Aires, Omega, 1967. Asociación Psicoanálitica Argentina, Asociación Psicoanálitica Argentina 1942-1982, Buenos Aires, 1982. Para una consideración de los antecedentes previos a la fundación de la apa, véase Balán, J., Profesión e identidad en una sociedad dividida: la medicina y el origen del psicoanálisis en la Argentina, Buenos Aires, cedes, 1988.
    3 Balán, J., op. cit., pp. 7-11.
    4 Janet, P., “El psico-análisis”, Archivos de Ciencias de la Educación, 2ª época, i, 1914, pp.175-229. Se trata de una traducción del relato presentado al Congreso de Medicina de Londres en 1913 y publicado en Journal de Psychologie Normale et Pathologique, 1914, ii, pp.1-35 y 97-129. Véase Roudinesco, E., La bataille de cent ans. Histoire de la psychanalyse en France, i, París, Seuil, 1968, pp. 242-257.
    5 Rosenthal, L., “El psicoanálisis en la Argentina hace 35 años”, Revista de Psicoanálisis, 1945, iii(1), p. 202.
    6 Delacampagne, C., “La psychanalyse dans la Peninsule Iberique”, en Jaccard, R., (ed.), Histoire de la Psychanalyse, París, Hachette, 1982, t. 2, p. 442.
    7 Véase Agosti, H. P., Aníbal Ponce. Memoria y presencia, Buenos Aires, Cartago, 1974, pp. 42-46.
    8 “Una sátira de José Ingenieros contra Freud”, en Nosotros, 2ª época, iv, vol.  xi, 1939, pp. 272-276.
    9 Agosti, H., op. cit., pp. 15-17.
    10 Foradori, A., Enrique Mouchet. Una vida. Una vocación, Buenos Aires, Instituto Cultural Joaquín V. González, 1941, pp. 41 y 110.
    11 Balán, J., op. cit., pp. 17-18.
    12 Véase Rouquié, A., Poder militar y sociedad política en la Argentina, i, Buenos Aires, 1978, pp. 280-281.
    13 La Semana Médica, 1931, nº 1.
    14 Véase Sarlo, B., Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988, pp.16-28.
    15 Gómez Nerea, J., Freud al alcance de todos, 10 volúmenes, editados a partir de 1935 aproximadamente. La colección quedó finalmente constituida así: i. Freud y el problema sexual, ii. Freud y los actos maniáticos, iii. Freud y el chiste equívoco, iv. Freud y la histeria femenina, v. Freud y las degeneraciones, vi. Freud y los orígenes del sexo, vii. Freud y el misterio del sueño, viii. Freud y la perversión de las masas, ix. Freud y su manera de curar y x. Freud y la higiene sexual; Buenos Aires, Tor. Una consideración de la obra de Gómez Nerea escapa a los límites del presente trabajo. Detrás de ese pseudónimo se ocultaba el poeta e intelectual peruano Alberto Hidalgo.
    16 Sobre la editorial Claridad véase “Claridad, editorial del pensamiento izquierdista”, en Todo es historia, nº 172, septiembre de 1981. Romero, L. A., Libros baratos y cultura de los sectores populares, Buenos Aires, cisea, 1986. Gutiérrez, L. y Romero, L. A., La cultura de los sectores populares en Buenos Aires, 1920-1945, pehesa-cisea (mimeo), Buenos Aires, 1985.
    17 Veáse, por ejemplo, el artículo del peruano Rodríguez, M. I., “Bergson y Freud”, en Revista de Filosofía, 1927, xiii, pp. 375-378.
    18 Moscovici, S., El psicoanálisis, su imagen y su público, Buenos Aires, Huemul, 1979, pp. 27-54.
    19 Sarlo, B., op. cit., pp. 138-142.
    20 Castelnuovo, E., Yo vi… en Rusia. Impresiones de un viaje a través de la tierra de los trabajadores, Buenos Aires, Actualidad, 1932. Véase Sarlo, B., op. cit., pp. 124-129. Sobre la historia del psicoanálisis en la Unión Soviética después de la muerte de Lenin, véase Dahmer, H., Libido y sociedad, México, Siglo xxi, 1983, pp. 183-215, y Caparrós, A., Historia de la psicología I, Barcelona, Círculo Editor Universo, 1977, pp. 432-445.
    21 Mariátegui, J. C., “El freudismo en la literatura contemporánea” (1926), en Crítica Literaria, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1969, pp. 163-168.
    22 Bermann, G., “James Mapelli”, en Revista Latinoamericana de Psiquiatría, 1, 2, 1952, pp. 107-109. Véase también Etchegoyen, R. H., “Estado actual de la psicoterapia en la Argentina”, 1962, en Bermann, G. (ed.), Las psicoterapias y el psicoterapeuta, Buenos Aires, Paidós, 1964, pp. 197-198; y Balán, J., op. cit., pp. 9-10.
    23 Etchegoyen, R. H., op. cit., p. 198.
    24 Pizarro Crespo cita a Reich, W., La crise sexuelle, París, 1934. Ese libro incluía, además del trabajo del título, una versión expurgada del texto del mismo Reich “Materialismo dialéctico y psicoanálisis” y un artículo de Sapir, I., sobre “Freudismo, sociología y psicoanálisis”. Véase Roudinesco, E., op.cit., t. ii, pp. 64-66, y Palmier, J. M., “La psychanalyse en Union Soviétique”, en Jaccard, R. (ed.), op. cit., ii, pp. 213-269.
    25 La revista Viva Cien Años (1934-1949) incluye numerosas referencias al psicoanálisis, en un marco de amplia divulgación y escaso conocimiento específico. Sobre esa publicación puede verse Vezzetti, H., “Viva Cien Años: algunas consideraciones sobre familia y matrimonio en la Argentina”, Punto de Vista, 27, Buenos Aires, agosto de 1986.
    26 El primer artículo fue publicado en Anales de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social, ii, nº 31, octubre de 1934 y la respuesta de F. Boas en ii, nº 37, enero de 1935.
    27 Balán, J., op. cit., p. 12.
Fuente:
Vezzetti, Hugo: Freud en Buenos Aires 1910-1939, Universidad Nacional de Quilmes, edición ampliada, 1996. (Primera edición, Folios, 1989).