Michel Foucault y las tempranas críticas a la psicología en la década del cincuenta. Psicología y marxismo

Michel Foucault y las tempranas críticas a la psicología en la década del cincuenta

Matías Abeijón
Facultad de Psicología (UBA)
Buenos Aires, Argentina

Fuente: Revista de Epistemología y Ciencias Humanas

3. PSICOLOGIA Y MARXISMO: CONDICIONES SOCIALES DE LA ENFERMEDAD MENTAL
3.1 Análisis de la enfermedad mental en sus formas concretas
Su siguiente obra, “Enfermedad mental y Personalidad”, responde a un encargo de Louis Althusser para la colección “Iniciation philosophique”. Si bien será publicada en 1954, su fecha de redacción no es clara. Según la cronología de Daniel Defert en los “Dits et écrits”, el manuscrito “le fue entregado al editor en el invierno de 1952-1953”. Eribon sitúa su redacción en los inicios de 1953 [22].
Foucault comienza haciéndose dos preguntas: “¿en qué condiciones podemos hablar de enfermedad mental en el campo psicológico? ¿Qué relaciones podemos establecer entre los hechos de la patología mental y los de la patología orgánica?” [23]. Lo que encierra estas preguntas es la dificultad de la psiquiatría y la psicopatología clínica de hallar una unidad entre las patologías orgánicas y mentales. Dicho intento conlleva atribuirles una causalidad del mismo tipo y admitir una metapatología que descansa sobre ellas. Más la raíz de la patología mental, según Foucault, sólo podrá hallarse “en una reflexión sobre el hombre mismo” [24]. Esta referencia al hombre se hará presente a lo largo del texto.
Foucault pasa a analizar esta metapatología. La medicina mental, tomando el modelo de la orgánica, ha intentado descifrar la enfermedad desarrollando tanto una sintomatología como una nosografía (histeria, psicastenia, obsesiones, manía y depresión, paranoia, psicosis alucinatoria crónica, hebefrenia, catatonía, demencia precoz, esquizofrenia). Pero detrás de estas entidades descansan dos postulados: prejuicio de esencia (enfermedad como entidad específica anterior e independiente a los síntomas) y postulado naturalista (enfermedad como especie natural unitaria definida por caracteres específicos y permanentes). Por medio de estos dos postulados sólo se establece un paralelismo abstracto entre ambas patologías, “El problema de la unidad humana y de la totalidad psicosomática permanece completamente abierto” [25].
Considérese ahora un segundo momento, uno de “nuevos métodos y conceptos” [26] y de grandes categorías (neurosis y psicosis). La enfermedad no será pensada como una realidad independiente y natural, sino como una reacción global del individuo, totalidad fisiológica y psicológica. La enfermedad mental afecta la personalidad [27]. Sin embargo, la unidad fisio-psicológica continúa siendo una ilusión; a través de las dimensiones de la abstracción, lo normal-patológico y del enfermo-medio, Foucault demuestra que el abordaje de la enfermedad mental es irreductible a los métodos y conceptos de la patología orgánica. Por lo tanto, “La patología mental debe liberarse de todos los postulados abstractos de una metapatología; la unidad que asegura entre las diversas formas de la enfermedad es siempre artificial; es el hombre real quien sustenta su unidad de hecho” [28].
Dicho lo anterior, se impone la necesidad de analizar la enfermedad mental en sus formas concretas. Para ello, el desarrollo de Foucault se centrará en la enfermedad y sus relaciones con la evolución, la historia individual y la existencia.
Respecto a la evolución, la enfermedad se revela “como la naturaleza misma, pero en un proceso inverso” [29]. Aquello que la patología exalta y suprime refiere a una regresión a fases anteriores de la evolución [30]. En este horizonte de la regresión evolutiva, Foucault incluye tanto a Freud (historia del desarrollo libidinal, de sus fijaciones y de los tipos de neurosis como retorno a un estadio de la evolución libidinal) como a Janet (postulado de una energía psicológica, enfermedad como imposibilidad de las conductas complejas adquiridas en el curso de la evolución social, caída en comportamientos sociales primitivos y reacciones presociales). Ambos análisis encierran la presencia de dos mitos: mito científico de la existencia de una cierta substancia psicológica sobre la cual trabajaría la evolución (“libido” en Freud, “energía psíquica” en Janet), mito ético de la identidad enfermo-primitivo-niño. A su vez, estos mitos acarrean dos problemas, en tanto descuidan la organización rigurosamente original de la personalidad mórbida, y no explican el origen de la orientación regresiva. Por consecuencia, si bien no es descartada, la dimensión evolutiva de la enfermedad debe completarse con el análisis de la dimensión histórica, “dimensión que la hace necesaria, significativa e histórica” [31].
Luego de haber desarrollado la vertiente evolucionista del psicoanálisis, Foucault pasa a analizar su vertiente en el plano de la “historia individual”. A Freud corresponde el privilegio de haber “(…) sabido revelar la dimensión propiamente histórica del psiquismo” [32]. Lo que muestran los trabajos de Freud es que los padecimientos de la enfermedad mental no son la simple repetición del pasado por una negación del presente: “el beneficio que el enfermo encuentra en negar su presente refugiándose en la enfermedad reside en su necesidad de defenderse de este presente” [33]. Es decir, el pasado es resignificado por el presente, en tanto las conductas patológicas deben comprenderse en relación a la situación actual.
Si bien la significación defensiva de la patología ha sido develada, aún no se ha respondido contra qué se erige: “El mecanismo patológico es por lo tanto la protección contra un conflicto, la defensa ante la contradicción que él suscita” [34]. Sin embargo, esta significación defensiva no deja de ser ambigua: el refugio en el pasado ante un presente insostenible se realiza vía medios (mecanismos de defensa) que continúan manteniendo la contradicción interna. La contradicción patológica “desgarra desde el exterior la vida afectiva del sujeto; suscita en él conductas opuestas, lo hace vacilar, provoca reacciones, hace nacer remordimientos; puede exaltar la contradicción hasta la incoherencia” [35].
Foucault finaliza destacando a la angustia como dimensión afectiva de esta contradicción interna. En última instancia, los mecanismos de defensa se definen como modos específicos de reacción ante la angustia. Es ella “quien otorga una significación única al devenir psicológico del individuo” [36] al unir pasado y presente conformando una unidad de sentido. Es más, la misma se constituye como a priori de la existencia al ser fundamento y principio de la historia individual.
Resta abordar la enfermedad mental en su relación con la existencia. Para ello, se impone la necesidad de comprender la angustia en tanto forma de experiencia, tarea que demanda un nuevo tipo de análisis: “la angustia es una forma de experiencia que desborda sus propias manifestaciones y no puede dejarse reducir por un análisis de tipo naturalista. (…) Tampoco puede ser agotada por un análisis de tipo histórico” [37]. Al igual que en la “Introducción”, el privilegio para abordar esta experiencia fundamental será otorgado al método fenomenológico de la comprensión por sobre los “análisis discursivos”, la “causalidad mecanicista” y la “descripción de los encadenamientos sucesivos y su determinismo en series” de la historia biográfica [38].
Jaspers, Minkowski, Kuhn y Binswanger serán los principales autores mencionados. Lo que se pretende es la “comprensión de la conciencia enferma, y reconstitución de su universo patológico” [39]. Evitando reducir la originalidad de la conciencia mórbida tanto a los métodos de la patología orgánica como a los del análisis evolutivo e histórico, se llevará a cabo el examen, por un lado, de las formas de autocomprensión de la conciencia mórbida: “La forma en que un sujeto acepta o niega su enfermedad, la forma en que la interpreta y presta significación a sus aspectos más absurdos” [40]; por otro lado, del examen de las modalidades del mundo patológico (perturbaciones de las formas temporales, espaciales, del universo cultural y social, corporales).
Compartimos con Gros la afirmación de que el análisis de Foucault se sostiene en este punto por la noción de mundo [41]: “El mundo mórbido constituye, en efecto, el terreno existencial de la enfermedad mental. Abre la única perspectiva fundamental desde la que es posible una lectura exhaustiva del hecho patológico y atribuye su verdadero lugar a las estructuras naturales y los factores históricos” [42]. Es decir, el análisis de las estructuras naturales y de los factores evolutivos e históricos de la enfermedad mental sólo adquiere sentido en tanto se subordine al análisis del mundo mórbido en su doble vertiente noética y noemática.
Ahora bien, esta misma noción de mundo mórbido implica una necesaria pérdida de las significaciones del universo, de su temporalidad fundamental. Abandonándose del mundo, el sujeto se abandona a la inautenticidad del mundo (Foucault retoma aquí lo desarrollado en la “Introducción”, la significación de la locura como forma inauténtica de la existencia). Si la conciencia mórbida implica un abandono del mundo, concluye, entonces “¿no es acaso al mundo mismo a quien debemos interrogar acerca del secreto de esta subjetividad enigmática?” [43].
Evolución orgánica, historia psicológica individual y situación existencial del hombre en el mundo agotan el abordaje de las formas de la enfermedad mental. Sin embargo, Foucault invierte el análisis y nos lleva, en la segunda parte de “Enfermedad mental y personalidad” a considerar las condiciones de aparición del hecho patológico, condiciones exteriores y materiales.

3.2 Análisis de las condiciones materiales de la enfermedad mental
La enfermedad mental, entonces, “no tiene realidad y valor de enfermedad más que en una cultura que la reconoce como tal” [44]. Foucault remarca los defectos de un análisis que se limite al punto de vista sociológico. Para ello, refiere a Durkheim y a la escuela culturalista norteamericana, quienes abordan la enfermedad mental como mero alejamiento de una media (conducta no integrada a la sociedad). El hecho patológico es, por el contrario, una expresión positiva y real de la sociedad, en tanto se encuentra ligado a “instituciones sociales bien definidas” [45].
La idea anterior de la locura como desvío de una media no es otra cosa que un producto histórico. El sentido que se le debe otorgar a la enfermedad mental es, por consecuencia, histórico. Foucault ensaya a continuación un breve recorrido por las diversas formas de la locura: desde la antigüedad hasta la época clásica, la locura se define como transformación en un otro distinto. Concepción de locura como posesión demoníaca. A partir de los siglos XVIII y XIX la locura ya no será la superposición del orden sobrenatural al humano. Con la revolución burguesa, la enfermedad mental se definirá como pérdida de la facultad de la libertad. El abandono de la concepción demoníaca de la posesión trae consigo una “práctica inhumana de la alienación” [46]. Esta alienación no será sólo un status jurídico (privación del ejercicio de sus derechos), sino una “experiencia real, que se inscribe necesariamente en el hecho patológico” [47].
Antes se dijo que las dimensiones evolutivas, histórico-individuales y existenciales agotaban las formas de la enfermedad mental. Sin embargo, surge la necesidad de explicar el hecho patológico refiriendo esas dimensiones a las “estructuras sociales”, al “medio humano del enfermo” [48]: el aspecto regresivo de la enfermedad sólo adquiere sentido en tanto “la sociedad instaure entre el pasado y el presente del individuo un umbral que no se puede ni se debe atravesar” [49]. La significación defensiva y el a priori existencial de la angustia sólo se expresan a través de conductas contradictorias porque “el hombre hace una experiencia contradictoria del hombre”; “Las relaciones sociales que determina la economía actual bajo las formas de la competencia, de la explotación, de guerras imperialistas y de luchas de clases ofrecen al hombre una experiencia de su medio humano acosada sin cesar por la contradicción” [50]. Finalmente, el abandono del mundo y constitución de una existencia fantástica y arbitraria del delirio con sus formas existenciales originales sólo se entiende en tanto “El determinismo que la(s) sustenta no es la causalidad mágica de una conciencia fascinada por su mundo, sino la causalidad efectiva de un universo que no puede por sí mismo ofrecer una solución a las contradicciones que ha hecho nacer” [51].
En líneas resumidas, si el hecho patológico es vivenciado como tal, lo es porque la sujeción imaginaria, al intentar escapar de la opresión real de las contradicciones inherentes al mundo contemporáneo, termina por experimentar esa misma opresión como destino mórbido.
Destáquese que las mismas dimensiones que Foucault líneas atrás clasificara como insuficientes para explicar las condiciones de aparición de la enfermedad mental, son ahora calificadas como míticas ante los orígenes reales de la enfermedad [52]. Es decir, dichas dimensiones deben concebirse ahora en necesaria relación con la historia entendida como prácticas sociales efectivas, localizables en un contexto real [53].
Más “Enfermedad mental y personalidad” da un nuevo giro sorpresivo. Si bien se concluyó que el fundamento concreto de la patología mental se encuentra en las contradicciones objetivas de la sociedad, resta aún comprender cómo esas contradicciones se traducen en el hecho mórbido en sí. Para explicar “las condiciones psicológicas que transforman el contenido conflictual de la experiencia en forma de conflicto de la reacción” [54], Foucault recurre ni mas ni menos que a la reflexología pavloviana.
De ella toma la dialéctica de ligazón y oposición entre los procesos de excitación e inhibición que se dan en el funcionamiento normal del sistema nervioso. Según Foucault, en estos principios se encuentra “el origen de las formas patológicas de su actividad” [55]. Existencia de núcleos patológicos, inercia patológica (rigidez en la figura estructural de la respuesta en la actividad nerviosa) y fenómenos paradojales (inversión y afección en la intensidad de la relación estímulo-respuesta). Estas formas patológicas constituyen reacciones de defensa que se dan ante situaciones de conflicto demasiado fuertes, en las cuales en lugar de reaccionar con una respuesta de diferenciación normal (diferenciación progresiva de los valores positivos y negativos de los excitantes que conlleve a una respuesta adaptada al conflicto) se reacciona con una inhibición generalizada (reacciones de defensa antes mencionadas). Lo que esta inhibición generalizada implica es, justamente, que “el individuo no puede gobernar, a nivel de sus reacciones, las contradicciones de su medio” [56].
La conclusión va en la línea de lo desarrollado en esta segunda parte de la obra. A lo que apuntaban los análisis precedentes era a derrumbar el mito de la alienación mental, en tanto este oculta la alienación social: “la sociedad burguesa, por los mismos conflictos que han hecho posible su enfermedad, no está hecha a la medida del hombre real; que es abstracta en relación al hombre concreto y a sus condiciones de existencia; que continuamente pone en conflicto la idea unitaria que se hace del hombre y el status contradictorio que le otorga. El enfermo mental es la apoteosis de este conflicto” [57]. Lo que permite la reflexología pavloviana es un análisis de la enfermedad mental que da lugar a una concepción unitaria de lo patológico, pues hace de la alienación social (condiciones históricas reales) la condición misma de la enfermedad. Patología mental y orgánica encuentran, finalmente, una concepción unitaria a través de la traducción de las contradicciones de las condiciones de existencia real en perturbaciones funcionales en la dialéctica de los procesos de inhibición y excitación.
Si las contradicciones del medio social son las que disparan estas perturbaciones funcionales, entonces “sólo cuando sea posible cambiar esas condiciones (las del medio social), la enfermedad desaparecerá como perturbación funcional resultante de las contradicciones del medio” [58].
La obra finaliza impugnando el papel de las terapias, sobretodo de la psicoanalítica. Ella es denunciada como una psicoterapia abstracta: “El psicoanálisis psicologiza lo real, para irrealizarlo. Obliga al sujeto a reconocer en sus conflictos la desordenada ley de su corazón para evitarle leer en ellos las contradicciones del orden del mundo” [59]. Es decir, al recortar el conflicto y establecer un medio artificial médico-paciente, el psicoanálisis no hace sino psicologizar las contradicciones de las condiciones de existencia, encerrándose en una abstracción y manteniendo al enfermo en su condición de alienado.
Así, Foucault reclama la presencia de una verdadera psicología: “La verdadera psicología debe liberarse de esas abstracciones que oscurecen la verdad de la enfermedad y alienan la realidad del enfermo; pues cuando se trata del hombre, la abstracción no es simplemente un error intelectual; la verdadera psicología debe desembarazarse de ese psicologismo, si es verdad que, como toda ciencia del hombre, debe tener por finalidad desalienarlo” [60].

3.3 Papel de la psicología en la “Introducción” y “Enfermedad mental y personalidad”
Hemos visto como Foucault finaliza su “Introducción” apelando explícitamente a una exigencia ética y una necesidad histórica. En “Enfermedad mental y personalidad”, si bien no se utiliza el término, se entiende que la mención final al advenimiento de una verdadera psicología debe leerse como una exigencia ética hacia los psicólogos y psiquiatras del presente de “liberarse de esas abstracciones que oscurecen la verdad de la enfermedad y alienan la realidad del enfermo” y cumplir con la finalidad propia de la psicología como ciencia del hombre: desalienarlo [61]. La consecuencia de no superar los abordajes psicológicos-positivistas del hombre es, entonces, su alienación.
No obstante, el estatus de la psicología en “Enfermedad mental y personalidad” resulta más complejo de lo que aparenta. Es claro que Foucault a raíz de los desarrollos de la segunda parte considera, al igual que en la “Introducción”, que el análisis psicológico resulta por lo menos insuficiente para abordar el hecho patológico. La analítica existencial que gozara del privilegio de entronar el medio por el cual acceder al hombre real ahora se encuentra sujetada, junto al abordaje evolucionista e histórico-individual, al análisis dialéctico-marxista de la realidad y a los aportes de la reflexología pavloviana.
Por su parte, el papel del psicoanálisis se mantiene en sintonía con el de la “Introducción”. En ella, su presencia se limita a la mención de “La interpretación de los sueños” de Freud, y se encuentra o bien englobado dentro del abordaje insuficiente del psicologismo, o bien considerado como una teoría del símbolo que le servirá para pasar al tratamiento de Husserl. En “Enfermedad mental y personalidad”, si bien goza de un desarrollo más extenso que en la “Introducción”, se erigen contra él las críticas de sus postulados míticos (libido e identidad enfermo-niño). El crédito del psicoanálisis fue, en última instancia, destacar la significación defensiva y el papel de la angustia como a priori existencial. Pero la condición de posibilidad de ambos nuevamente la otorga el abordaje histórico de las contradicciones reales del hombre. Súmese a ello la crítica de la terapia psicoanalítica como psicoterapia abstracta.
Es decir, en ambos textos la psicología resulta insuficiente para abordar al hombre (en tanto esa reducción es considerada un psicologismo), sea para el hombre-existencia auténtica como para el hombre desalienado.
Ahora bien, la mención final del advenimiento de una verdadera psicología abre dos formas de interpretar la posibilidad de la existencia de la psicología: una es la que abona Gros, según la cual el advenimiento del hombre verdadero y de la verdadera psicología anunciaría al mismo tiempo “el final de cualquier psicología posible” [62]. La otra es la que sostiene Moreno Pestaña, para quien las críticas al análisis psicológico en sus vertientes evolucionista, histórico-individual y existencial no vendrían a poner fin a la psicología, sino que en ellas “Solamente, Foucault criticaría la pretensión de los psicólogos por olvidar las condiciones de posibilidad históricas” [63].
Lo que abre la posibilidad de anunciar el fin de toda psicología posible es el hecho de que ella deba cumplir con el papel de desalienar al hombre. Es claro que en su estado actual, según Foucault, la psicología no puede cumplir dicha tarea, sino todo lo contrario (el “análisis abstracto” de la psicología promueve la alienación del hombre).
La pregunta que importa es, entonces, si es posible que advenga una psicología capaz de no-alienar al hombre.
La lectura de Moreno Pestaña aminora demasiado las consecuencias de lo que él mismo sostiene, es decir, de que los psicólogos olviden las condiciones de posibilidades históricas. La crítica de Foucault no implica “solamente” una objeción a dicho olvido. El anuncio de una verdadera psicología trae consigo una necesaria impugnación de las psicologías, pues más allá de las vaguedades terminológicas a la hora de referirse a los conceptos marxistas, la psicología debe subordinarse necesariamente al contexto real del hombre. De otra forma no se entendería la frase del párrafo final: “pues cuando se trata del hombre, la abstracción no es simplemente un error intelectual” [64]. No impugnar a la psicología traería consigo algo más que un mero error intelectual.
Respecto a la lectura de Gros, debemos hacer una salvedad: el anuncio de la verdadera psicología de matiz dialéctico-marxista y reflexológico-pavloviano no implica que se deba renunciar a tener en cuenta los aportes de las psicologías evolutivas, histórico-individuales y existenciales, sino que estos son “diversos aspectos de la enfermedad” que no deben confundirse jamás con sus “orígenes reales” [65]. Sólo al confundir esta faceta descriptiva con la explicativa, y por consecuencia tomar el mito por realidad a la hora de abordar al hombre en la práctica real, la psicología caería en la alienación de aquel.
Ahora bien, demostraremos a continuación que lo que Foucault entiende por verdadera psicología difiere en los cuatro textos pre-doctorales, a excepción de la cercanía conceptual en la “Introducción” y “La psychologie de 1850 á 1950” (1957). En este último veremos cómo aún se mantiene abierta la posibilidad de una verdadera psicología entendida como una psicología que abogue por la historia del hombre. En “La recherche en psychologie” (1957), si bien parecería que esta posibilidad queda anulada ante la calificación directamente mítica de las condiciones sociales necesarias para que advenga y por su valoración de “ciencia condenada a una juventud sin mañana”, se efectuará un pasaje (ya iniciado en “La psychologie de 1850 á 1950”) hacia el análisis de la negatividad originaria del suelo epistémico de la psicología, que será entonces su condición de posibilidad.

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