Obras de S. Freud: La interpretación de los sueños, Estímulos y fuentes del sueño: Fuentes psíquicas de estímulo (Las particularidades psicológicas del sueño)

Fuentes psíquicas de estímulo

Las particularidades psicológicas del sueño.
En la consideración científica del sueño partimos del supuesto de que este es un resultado de nuestra propia actividad psíquica; es verdad que los sueños, una vez terminados, nos aparecen como algo ajeno, cuya paternidad nos apuramos tan poco a confesar que [en alemán] tanto decimos «Mir hat geträumt» {«Me ha ocurrido un sueño»} cuanto «Ich habe geträumt» {«He soñado»}. ¿A qué se debe esta «ajenidad psíquica» del sueño? De acuerdo con nuestras elucidaciones sobre las fuentes del sueño, tenemos que pensar que no la determina el material que ha llegado a su contenido; en efecto, en buena medida es común a la vida onírica y a la vida de vigilia. Podemos preguntarnos si no son modificaciones de los procesos psíquicos,
sobrevenidas en el sueño, las que despiertan esa impresión. Quizá podamos buscar allí una
caracterización psicológica del sueño.
Nadie ha destacado con mayor vigor la diversidad de esencia entre vida onírica y vida de vigilia
ni se ha empeñado en razonamientos más vastos que G. T. Fechner en algunas observaciones
de sus Elemente der Psychophysik. Opina (1889, 2, págs. 520-1) que «ni la simple disminución
de la vida psíquica conciente por debajo del umbral principal» ni el retraimiento de la atención
respecto de las influencias del mundo exterior bastan para esclarecer las peculiaridades de la
vida onírica en relación con la vida de vigilia. Conjetura que el escenario de los sueños es otro que el de la vida de representaciones de la vigilia. «Si el escenario de la actividad psicofísica fuese el mismo en el dormir y en la vigilia, el sueño a mi juicio no podría ser sino tina continuación de la vida de representaciones de vigilia; se mantendría en un grado de intensidad inferior que el de esta, pero por lo demás debería compartir su material y su forma. Ahora bien, nada de eso sucede».
No sabemos con claridad qué entendía Fechner con ese cambio de teatro de la actividad
psíquica; pero también es cierto que nadie, por lo que yo sé, emprendió el camino cuyo rumbo
él mostraba con esa observación. Debemos excluir una interpretación anatómica en el sentido
de la localización fisiológica, cerebral, o aun referida a la estratificación histológica de la corteza
del cerebro. Pero quizá. la idea de Fechner resulte certera y fecunda si la referimos a un
aparato anímico compuesto por varias instancias interpoladas una detrás de otra. (1)
Otros autores se han contentado con destacar una u otra de las particularidades psicológicas
aprehensibles de la vida onírica, convirtiéndolas en el punto de partida de intentos de explicación
más vastos.
Con acierto se ha observado que una de las principales peculiaridades de la vida onírica se
presenta ya en el estado del adormecimiento, y ha de verse en ella el fenómeno preparatorio del
dormir. Lo característico del estado de vigilia es, según Schleiermacher (1862, pág. 351), que la
actividad de pensamiento se cumple en conceptos y no en imágenes. Ahora bien, el sueño
piensa principalmente por imágenes, y puede observarse que cuando se aproxima el momento del dormirse, y en el mismo grado en que las actividades voluntarias se muestran dificultadas, surgen representaciones involuntarias que pertenecen, todas, a la clase de las imágenes. La incapacidad para ese trabajo de representaciones que experimentamos como voluntario e intencional, y el surgimiento de imágenes regularmente asociado con esa dispersión, he ahí dos caracteres que se reiteran en el sueño y que, después del análisis psicológico de este,
habremos de reconocer como caracteres esenciales de la vida onírica. Acerca de estas
imágenes -las alucinaciones hipnagógicas- averiguamos ya que por su contenido son idénticas
a las imágenes oníricas. (2)
El sueño, entonces, piensa de manera predominante, aunque no exclusiva, por imágenes visuales. Trabaja además con imágenes auditivas y, en menor medida, con las impresiones de los otros sentidos. También es mucho en el sueño lo que simplemente se piensa o se representa (subrogado en tal caso, probablemente, por restos de representaciones-palabra) de idéntico modo que en la vigilia. No obstante, lo único característico del sueño son esos
elementos de contenido que se comportan como imágenes, vale decir, se asemejan más a percepciones que a representaciones mnémicas. Dejando de lado las discusiones acerca de la
naturaleza de la alucinación, bien conocidas de todos los psiquiatras, podemos enunciar,
siguiendo a todos los autores expertos en la materia, que el sueño alucina, remplaza
pensamientos por alucinaciones. En este sentido no hay diferencia alguna entre
representaciones visuales y acústicas; se ha observado que si nos adormecemos con el
recuerdo de una serie de notas musicales, ese recuerdo se trasforma, una vez dormidos
profundamente, en la alucinación de esa misma melodía; y si después recobramos el sentido
(lo cual puede alternar varias veces con el adormecerse), la alucinación deja lugar de nuevo a la
representación mnémica, más débil y cualitativamente diversa.

La mudanza de la representación en alucinación no es la única divergencia del sueño con un pensamiento de vigilia que le correspondiera. Mediante esas imágenes el sueño crea una situación, figura algo como presente, dramatiza una idea, según la expresión de Spitta (1882, pág. 145). No obstante, la caracterización de este aspecto de la vida onírico sólo es completa si se añade que en sueños no nos parece estar pensando, sino que nos parece estar vivenciando (ello por regla general; las excepciones requieren explicación particular), y por tanto se da pleno crédito {Glauben} a las alucinaciones. La afirmación crítica de que no hemos vivenciado nada de eso, sino que sólo lo hemos pensado -soñado- de una manera peculiar, sobreviene después del despertar. Este carácter separa al sueño genuino de la ensoñación diurna {Tagträumerie}, que nunca se confunde con la realidad.
Burdach ha resumido los caracteres de la vida onírico que consideramos hasta aquí en las
siguientes frases (1838, págs. 502-3): «Rasgos esenciales del sueño son: a) la actividad
subjetiva de nuestra alma aparece como objetiva, por cuanto la facultad perceptiva aprehende
los productos de la fantasía como si proviniesen de los sentidos; ( … ) b) con el dormir queda
suprimido el albedrío. De ahí que al adormecimiento le corresponda una cierta pasividad. ( … )
Las imágenes del sueño están condicionadas por la relajación del albedrío».
Pasemos ahora al intento de explicar la credulidad del alma hacía las alucinaciones oníricas,
que sólo pueden entrar en escena después de suspendida una cierta actividad de albedrío.
Strümpell (1877) explica que el alma en ese estado se comporta correctamente y siguiendo su
mecanismo. Los elementos del sueño no son meras representaciones, sino vivencias del alma verídicas y reales, tal como se presentan en la vigilia por mediación de los sentidos. Mientras
que el alma vigilante piensa y representa por imágenes de palabra y por el lenguaje, en el sueño
ella piensa y representa por imágenes de sensación reales, Y en el sueño viene a agregarse a
esto una conciencia espacial, en la medida en que, como en la vigilia, sensaciones e imágenes son trasladadas a un espacio exterior. Por eso debe admitirse que respecto de sus ímágenes y percepciones el alma se encuentra en sueños en idéntica situación que en la vigilia. Y si, no obstante, en sueños se equivoca, ello se debe a que en el estado del dormir falta el único criterio que permite distinguir las percepciones sensoriales según sean dadas desde fuera o
desde dentro. No puede someter sus imágenes a la única prueba que mostraría su realidad
objetiva. Además, desdeña la diferencia entre imágenes intercambiables caprichosamente y
aquellas otras en que no cabe esa arbitrariedad. Yerra porque no puede aplicar la ley de la
causalidad al contenido de su sueño. En suma, su apartamiento del mundo exterior contiene
también la razón de su creencia en el mundo subjetivo de los sueños.
A las mismas conclusiones llega Delboeuf, después de desarrollos psicológicos en parte
divergentes (1885, pág. 84). Prestamos a las imágenes oníricas la creencia en la realidad
{Realitätsglauben} porque en el dormir no tenemos otras impresiones con que pudiéramos
compararlas, porque estamos desligados del mundo exterior. Pero si creemos en la verdad de
estas alucinaciones no es por la imposibilidad de emprender exámenes mientras dormimos. El
sueño puede fingir todos esos exámenes; puede mostrarnos, por ejemplo, que tocamos la rosa
vista, y por cierto soñamos con ello. Según Delboeuf no existe ningún criterio concluyente para
saber si algo es un sueño o una realidad de vigilia, salvo -y esto sólo como universalidad
práctica- el hecho del despertar. Declaro que fue espejismo todo lo que viví después que me
hube dormido cuando, ya despierto, observo que yazgo desvestido en mi lecho. Mientras dormía
tuve por verdaderas las imágenes de mis sueños a causa del hábito de pensamiento -que a- su
vez no puede adormecerse-, el cual me hace suponer un mundo exterior frente al que pongo en
oposición mi yo. (3)
Elevado así el extrañamiento respecto del mundo exterior a la condición de factor determinante
en el moldeamiento de los caracteres más salientes de la vida onírica, vale la pena citar algunas
finas observaciones del viejo Burdach, que echan luz sobre la relación del alma durmiente con
el mundo exterior y nos precaven de sobrestimar las inferencias antes expuestas. Dice
Burdach:
«El dormir sobreviene sólo a condición de que el alma no sea incitada por estímulos
sensoriales, ( … ) pero la condición del dormir no es tanto la ausencia de estímulos sensoriales
cuanto, más bien, la falta de interés en ellos; (4) y aun muchas veces es necesaria una
impresión sensorial que apacigüe al alma: el molinero sólo se duerme cuando oye el traqueteo
de su molino, y aquellos que por precaución consideran preciso encender una candela de
noche no pueden dormirse en la oscuridad» (1838, pág. 482).
«Durante el dormir el alma se aísla del mundo exterior y se retira de la periferia. ( … ) Empero, el
nexo no se interrumpe del todo; si mientras dormimos no oyésemos ni sintiésemos, y ello
ocurriese sólo luego de despertar, pues no nos despertaríamos. Y una prueba más de la
permanencia de la sensación es el hecho de que nunca nos despertamos por la mera
intensidad sensorial de una impresión, sino por su resonancia psíquica; una palabra indiferente
no despierta al que duerme, pero si se lo llama por su nombre volverá en sí. ( … ) Por tanto, el
alma dormida distingue entre las sensaciones. ( … ) Por eso podemos despertarnos también a
raíz de la ausencia de un estímulo sensorial cuando esa ausencia atañe a un asunto importante
para la representación; así, hay quienes se despiertan cuando se extingue la candela nocturna,
y el molinero lo hace cuando cesa el ruido de su molino, vale decir, cuando se suspende la
actividad sensorial, lo cual presupone que esta era percibida, aunque como indiferente o, más
bien, como algo que, por ser satisfactorio, no traía sobresalto al alma».
Y aun si quisiéramos prescindir de estas objeciones nada desdeñables, deberíamos confesar
que las propiedades de la vida onírica apreciadas hasta aquí, y que han sido derivadas del
apartamiento respecto del mundo exterior, no pueden dar entera razón de su ajenidad. Porque
si así fuere, debería ser posible reconvertir las alucinaciones del sueño en representaciones, y las situaciones oníricas en pensamientos, resolviendo de ese modo la tarea de la interpretación del sueño. Esto, en realidad, es lo que intentamos cuando, una vez despiertos, reproducimos el sueño por el recuerdo que de él tenemos; pero, ya logremos del todo o sólo en parte esa retraducción, el sueño no pierde nada de su carácter enigmático.
Todos los autores suponen también, sin detenerse en ello, que en el sueño ocurren otras
alteraciones, todavía más profundas, del material de representaciones de la vigilia. Una de ellas
es la que Strümpell procura discernir con las siguientes elucidaciones (1877, págs. 27-8):
«Cuando cesan la actividad de la intuición sensible y la conciencia de la vida normal, el alma
pierde también el suelo en que pudieran arraigar sus sentimientos, anhelos, intereses y
acciones. También aquellos estados, sentimientos, intereses y valoraciones mentales que en la
vigilia van unidos a las imágenes mnémicas están sometidos ( … ) a una presión oscurecedora,
a consecuencia de la cual se afloja su conexión con esas imágenes; las imágenes perceptivas
de cosas, personas, lugares, hechos y acciones de la vida despierta muchas veces se
reproducen aisladas, pero ninguna de ellas trae consigo su valor psíquico. Este se ha
desprendido de ellas, que por eso deambulan en el alma por sus propios medios … ».
Este despojamiento de las imágenes de su valor psíquico, también atribuido al extrañamiento
respecto del mundo exterior, ha de tener parte principal, según Strümpell, en la sensación de
ajenidad con que el sueño se contrapone a la vida en nuestro recuerdo.
Vimos que ya el adormecimiento conlleva la renuncia a una de las actividades psíquicas, a
saber, a la guía voluntaria del decurso de las representaciones. Esto nos impone la conjetura,
sugerida ya por otras consideraciones, de que el estado del dormir se extendería también
abarcando los desempeños anímicos. Quizás algunos de estos cesen por completo. ¿Los
restantes siguen trabajando imperturbados, y en tales circunstancias pueden rendir un trabajo
normal? He ahí la pregunta que ahora se nos plantea. Aquí emerge el punto de vista según el
cual las peculiaridades del sueño podrían explicarse por la disminución del rendimiento psíquico
durante el estado del dormir. La impresión que el sueño provoca a nuestro juicio vigilante viene
en auxilio de ese punto de vista. El sueño es inconexo, no le repugna unir las contradicciones
más ásperas, admite cosas imposibles, desecha el saber de que nos preciamos durante el día,
nos muestra embotados en lo ético y lo moral. A quien en la vigilia quisiera portarse tal como el
sueño lo exhibe en sus situaciones, lo tendríamos por insensato; quien despierto hablase como
lo hace en sueños o quisiese comunicar cosas tal como ocurren en el contenido de los sueños,
nos impresionaría como un confundido o deficiente mental. Por eso no creemos sino expresar
un hecho cuando tasamos en muy poco la actividad psíquica durante el sueño y, en particular,
cuando afirmamos que las operaciones intelectuales superiores quedan, en el sueño,
suspendidas o al menos gravemente deterioradas.
Con insólita unanimidad -de las excepciones daremos cuenta en otro lugar-, los autores han
formulado sobre el sueño este tipo de juicios, que también llevan directamente a una teoría o
explicación determinadas de la vida onírica. Es llegado el momento de que yo sustituya el
resumen que vengo haciendo por una selección de sentencias de diversos autores -filósofos y
médicos- acerca de los caracteres psicológicos del sueño.
Según Lemoine (1855), la incoherencia de las imágenes oníricas es el único carácter esencial del sueño.
Maury es del mismo parecer; dice (1878, pág. 163): «Il n’ y a pas de rèves absolument
raisonnables et qui ne contiennent quelque incohérence, quelque anachronisme, quelque
absurdíté».(5)
Siguiendo a Hegel, dice Spitta [1882, pág. 193] que falta al sueño toda trabazón comprensible y objetiva.
Dugas afirma [1897a, pág. 417]: «Le rêve c’est l’anarchie psychique allectíve et mentale, c’est le
jeu des fonclions livrées à elles-mêmes et s’exerçant sans contrôle et sans but; dans le rève
Vesprit est un automate spirituel». (6)
«La falta de ilación, el aflojamiento y la mezcolanza de la vida ideativa que en la vigilia se
mantiene cohesionada por el poder lógico del yo central» son señalados aun por Volkelt (1875,
pág. 14), según cuya doctrina la actividad psíquica en modo alguno aparece sin objetivos
durante el dormir.
El carácter absurdo de los enlaces de representaciones que ocurren en el sueño difícilmente pueda condenarse con mayor vehemencia que la de Cicerón (De divínatíone, 11 [xxi, 146]):
«Nihil tam praepostere, tam incondite, tam monstruose cogitari potest, quod non possimus
somniare». (7)
Fechner dice (1889, 2, pág. 522): «Es como si la actividad psicológica se trasladara del cerebro
de uno. criatura racional al de un loco».
Radestock (1879, pág. 145): «De hecho, parece imposible discernir leyes fijas en ese loco
ajetreo. Sustrayéndose del control estricto de la voluntad y la atención racionales, que guían el
decurso de las representaciones en la vigilia, el sueño lo confunde todo en el torbellino de su
loco juego, como en un caleidoscopio».
Hildebrandt (1875, pág. 45): «¡Qué maravillosos saltos se permite el soñante, por ejemplo en
sus razonamientos! ¡Cuán despreocupadamente ve invertirse las proposiciones empíricas más
conocidas! ¡Qué ridículas contradicciones puede admitir en los ordenamientos de la naturaleza
y de la sociedad, antes que, como suele decirse, cargue las tintas y exagere el absurdo tanto
que despertemos! En ocasiones multiplicamos sin cuidado alguno: tres por tres son veinte; no
nos asombra que un perro nos recite un verso, que un muerto vaya sobre sus propios pies a su
tumba, que una roca flote en el agua; con toda seriedad nos encaminamos al condado de
Bernburg o al principado de Liechtenstein para desempeñar la alta misión de pasar revista a la
marina del país, o nos enrolamos como voluntarios en los ejércitos de Carlos XII poco antes de
la batalla de Poltava».
Dice Binz (1878, pág. 33), con la mira puesta en la teoría de los sueños que se desprende de
estas impresiones: «Entre diez sueños, por lo menos nueve tienen contenido absurdo. En ellos,
acoplamos personas y cosas que no tienen entre sí la menor relación. Y un instante después,
como en un caleidoscopio, el agrupamiento ha cambiado; si es posible, ahora será más
insensato y loco que antes; y así prosigue el juego cambiante del cerebro, no dormido por
completo, hasta que despertamos y, pasándonos la mano por la frente, nos preguntamos si de
hecho poseemos todavía la facultad de representación y pensamiento racionales».
Maury (1878, pág. 50) establece, en cuanto al nexo de las imágenes oníricas con los
pensamientos de la vigilia, una comparación muy impresionante para el médico: «La production
de ces images que chez l’homme éveillé fait le plus souvent naître la volonté, correspond, pour
l’intelligence, à ce que sont pour la motilité certains mouvements que nous offrent la chorée et
les affections paralytiques… ». (8) Por lo demás, el sueño es para él «toute une série
de dégradations de la faculté pensante et raisonnante». (9)
Apenas hace falta citar las manifestaciones de los autores que retoman ese enunciado de
Maury, extendiéndolo a cada una de las operaciones psíquicas superiores.
Según Strümpell, en el sueño retroceden -incluso, desde luego, cuando el absurdo no es
palmario- todas las operaciones lógicas del alma, las que descansan en nexos y relaciones
(1877, pág. 26). De acuerdo con Spitta (1882, pág. 148), en el sueño las representaciones
parecen sustraerse por completo a la ley de causalidad. Radestock (1879 [págs. 153-4] ) y otros
destacan la debilidad del juicio y del razonamiento, característica del sueño. Según jodl (1896,
pág. 123), en el sueño no hay crítica ni enmienda alguna de una serie perceptiva por el
contenido de la conciencia total. El mismo autor expresa: «Todas las variedades de la actividad
conciente ocurren en el sueño, pero incompletas, inhibidas, aisladas unas de otras». Las
contradicciones en que incurre el sueño con relación a nuestro saber de vigilia son explicadas
por Stricker (y por muchos otros) diciendo que en el sueño se olvidan hechos o se pierden las
relaciones lógicas entre las representaciones ( 1879, pág. 98 ), etc., etc.
Estos autores, que en general pronuncian juicios tan desfavorables acerca de las operaciones
psíquicas que se cumplen en los sueños, confiesan no obstante que les queda cierto resto de
actividad anímica. Wundt, cuyas doctrinas fueron ley para tantos otros estudiosos de los
problemas oníricos, lo admite expresamente. Cabría preguntarse entonces por la índole y la
constitución de ese resto de actividad psíquica normal que se exterioriza en los sueños. Ahora
bien, es generalmente admitido que la capacidad de reproducción, la memoria, es la que menos
parece sufrir en el sueño, y aun puede mostrar cierta superioridad respecto de esa misma
función en la vigilia (cf. supra, sección B), aunque una parte de los absurdos del sueño debe
explicarse, precisamente, por el carácter olvidadizo de la vida onírica. Según Spitta, el dormir no
afecta a la vida del ánimo, y es esta la que después dirige al sueño. Por «ánimo» {«Gemüt»}
entiende «la composición constante de los sentimientos, composición que constituye la esencia
subjetiva más íntima del ser humano» 1882, págs. 84-5).
Scholz (1887, pág. 37) considera que una de las actividades psíquicas que se exteriorizan en los sueños es la «reinterpretación alegorizante» a que está sometido el material onírico. Siebeck comprueba también en el sueño la «capacidad de interpretación completante» del alma (1877, pág. 11), que ella ejercita con relación a todo percibir y a todo intuir. Resulta particularmente difícil discernir la posición que ocupa en el sueño la función psíquica supuestamente más elevada, la conciencia. Puesto que sólo por la conciencia sabemos algo de los sueños, no puede dudarse de que se conserva en ellos; no obstante, Spitta (1882, págs.84-5) opina que en sueños se conserva sólo la conciencia, pero no la autoconciencia. Delboeuf confiesa (1885, pág. 19) que no alcanza a comprender ese distingo.
Las leyes de la asociación, siguiendo las cuales se enlazan las representaciones, presiden
también las imágenes oníricas, y aun su imperio se trasluce con mayor pureza y vigor en los
sueños. Strümpell (1877, pág. 70): «Al parecer, el sueño trascurre o bien siguiendo
exclusivamente las leyes de las representaciones desnudas, o bien siguiendo las de los
estímulos orgánicos que acompañan a esas representaciones; vale decir, trascurre sin que la
reflexión y el entendimiento, el gusto estético y el juicio moral, puedan nada con él».
Los autores cuyas opiniones reproduzco aquí se representan la formación de los sueños más o
menos del siguiente modo: La suma de las impresiones sensoriales sobrevenidas durante el
dormir, y que proceden de las diversas fuentes ya mencionadas en otro lugar [sección C],
despiertan primero en el alma una cantidad de representaciones que aparecen como
alucinaciones (Wundt juzga más correcto hablar de ilusiones, puesto que se originan en
estímulos exteriores e interiores). Estas se enlazan entre sí siguiendo las conocidas leyes de la
asociación, y a su vez evocan, de acuerdo con esas mismas leyes, una nueva serie de
representaciones (imágenes). Y el conjunto del material es elaborado después por lo que aun
queda en actividad de la capacidad ordenadora y pensante del alma, todo lo bien que pueda
hacerlo (p. ej., cf. Wundt [1874, pág. 658] y Weygandt [1893] ). Sólo que todavía no se ha
logrado penetrar los motivos por los cuales la suscitación de las imágenes no provenientes de
afuera se cumple siguiendo una u otra de las leyes de la asociación.
Pero repetidas veces se ha observado que las asociaciones que ligan a las representaciones
oníricas son de tipo muy particular y difieren de las que actúan en el pensamiento de vigilia. Así,
Volkelt dice (1875, pág. 15): «En los sueños, las representaciones se dan caza y se apresan
unas a otras de acuerdo con semejanzas contingentes y nexos apenas perceptibles. Todos los
sueños están penetrados de tales asociaciones desaliñadas y arbitrarias». Maury atribuye el
máximo valor a este carácter de la conexión de las representaciones, que le permite trazar una
estricta analogía entre la vida onírica y ciertas perturbaciones mentales. Discierne dos
caracteres principales del «délire»: «1) une actíon spontanée et comme automatique de l’esprit;
2) une association vicieuse et irrégulière des idées» (10) (1878, pág. 126). Del propio
Maury proceden dos notables ejemplos de sueños en que la mera homofonía de las palabras
promovió el enlace de las representaciones oníricas. Cierta vez soñó que emprendía una
peregrinación (pélerinage) a Jerusalén o a La Meca, y después de muchas peripecias se
encontraba en casa del químico Pelletier; luego de conversar, este le dio una pala (pelle) de
cinc, que, en el fragmento de sueño que siguió, se convirtió en su gran espada de combate.
Otra vez marchaba en sueños por la carretera y leía en los mojones los kilómetros; de pronto se
encontró en casa de un boticario que tenía una gran balanza, y un hombre ponía pesas de un
kilo en el platillo para pesar a Maury; entonces el boticario le dijo: «No está en París, sino en la
isla Gilolo». Después siguieron muchas imágenes en las que vio las flores de lobelia, y luego al
general López, de cuya muerte había leído poco antes; por último se despertó jugando una
partida de lotería. (11)
Ya estamos bien preparados para esperar que este menosprecio de las operaciones psíquicas del sueño haya encontrado sus contradictores. Por cierto, tal contradicción parece aquí difícil.
Que uno de los desvalorizadores, de la vida onírica asegure (Spitta, 1882, pág. 118) que las
mismas leyes psicológicas que gobiernan en la vigilia presiden también el sueño, o que otro
(Dugas, 1897a) afirme que «le rêve n’est pas déraison ni même irraison pure», (12)
poco significa en la medida en que ninguno de los dos se tome el trabajo de armonizar esta
apreciación con la anarquía psíquica y la disolución de todas las funciones en el sueño, tal como
ellos mismos las describieron. Pero otros parecen haber vislumbrado la posibilidad de que la
locura del sueño quizá no carezca de método, quizá no sea sino disimulo, como el del príncipe
de Dinamarca, a cuya locura alude el inteligente juicio aquí citado. (13) Estos autores
tienen que haber evitado el juzgar por las apariencias, o bien la apariencia que el sueño les
ofreció fue otra.
Así, Havelock Ellis (1899a, pág. 721), que no quiere detenerse en el aparente absurdo del
sueño, aprecia a este como «an archaic world of vast emotions and imperfect thoughts» (14),
cuyo estudio podría hacernos conocer estadios primitivos del desarrollo de la vida psíquica.
James Sully 1893, pág. 362) defiende esta concepción sobre el sueño (15) de manera todavía
más amplia y profunda. Sus veredictos merecen mayor consideración aún si reparamos en que
él estaba convencido, como quizá ningún otro psicólogo, de la oculta sensatez del sueño: «Now
our dreams are a means ol conserving these successive [earlier] personalities. When asleep we
go back to the old wavs of looking at things and of feeling about them, to impulses and activities
which long ago dominated us». (16)
Un pensador como Delboeuf afirma -aunque no justificadamente, pues no aporta pruebas que
refuten las ofrecidas en contrario-: «Dans le sommeil, hormis la perception, toutes les facultés
de l’esprit, intelligence, imagination, mémoire, volonté, moralité, restent intactes dans leur
essence; seulement, elles s’appliquent à des objets imaginaires et mobiles. Le songeur est un
acteur quí loue a volonté les fous et les sages, les bourreaux et les victímes, les nains et les
géants, les démons et les anges» (17) (1885, pág. 222). Quien parece haber
cuestionado de la manera más enérgica la desvalorización del rendimiento psíquico en el sueño
es el marqués d’Hervey [ 1867 ], contra el cual Maury polemizó vivamente y cuya obra yo no
pude conseguir a pesar de todo mi empeño. (18) Maury dice sobre él (1878, pág. 19):
«M. le Marquis d’Hervey prête à l’intelligence durant le sommeil, toute sa liberté d’action et
d’attention et il ne semble faire consister le sommeil que dans l’occlusion des sens, dans leur
fermeture au monde extérieur.- en sorte que l’homme qui dort ne se distingue guère, selon sa
manière de voir, de l’homme qui laisse vaguer sa pensée en se bouchant les sens; toute la
différence qui sépare alors la pensée ordinaíre de celle du dormeur c’est que, chez celui-ci,
l’idée prend une forme visible, objective et ressemble, á s’ y méprendre, à la sensation
déterminée par les objets extérieurs; le souvenir revêt l’apparence du fait présent». (19)

Pero Maury agrega «qu’il y a une difiérence de plus et capitale, à savoir que les facultés
intellectuelles de l’homme endormi n’offrent pas l’équilibre qu’elles gardent chez l’homme
éveillé». (20)
En Vaschide (21) (1911, págs. 146-7), que nos proporciona un mejor conocimiento del libro de
d’Hervey, hallamos que este autor se expresa del siguiente modo [1867, pág. 35] acerca de la
aparente incoherencia de los sueños: «L’image du rêve est la copie de l’idée. Le principal est
l’idée; la vision n’est qu’accessoire. Ceci êtabli, il faut savoir suivre la marche des idées, il faut
savoir analyser le tissu des rêves; l’incohérence devient alors compréhensible, les conceptions
les plus fantasques deviennent des faits simples et parfaitement logiques. ( … ) Les rêves les
plus bizarres trouvent même une explication des plus logiques quand on sait les analyser». (22)
J. Stärcke ( 1913, pág. 243) ha señalado que un autor antiguo, desconocido para mí, defendió
una solución semejante para la incoherencia del sueño. Escribía Wolf Davidson (1799, pág.
136): «Las extrañas discontinuidades de nuestras representaciones oníricas tienen todas su
fundamento en la ley de la asociación, sólo que esta conexión suele producirse en el alma de
manera muy oscura, y así creemos observar discontinuidades donde no las hay».
La escala de la apreciación del sueño como producto psíquico muestra, en la bibliografía, un amplío registro; va desde el menosprecio más profundo, cuyas expresiones hemos citado, pasando por la sospecha de Un valor todavía no descubierto, hasta la sobrevaloración, que sitúa al sueño por encima de los rendimientos de la vida de vigilia. Hildebrandt, quien, como sabemos, esboza en tres antinomias la característica psicológica de la vida onírica, resume en la tercera de esas oposiciones los puntos extremos de dicha serie (1875, págs. 19-20):
«Es la que enfrenta a una elevación, una potenciación que no pocas veces llega al virtuosismo,
con una aminoración y un debilitamiento de la vida anímica que a menudo decae por debajo del
nivel de lo humano.» En lo que atañe a lo primero, ¿quién no podría corroborar por su propia
experiencia que en las creaciones y urdimbres del genio de los sueños suelen manifestarse una
profundidad e intimidad del ánimo, una delicadeza de la sensación, una claridad en las
intuiciones, una finura de observación, una justeza en el chiste, tales que modestamente
admitiríamos no poseerlas como propiedad constante en la vida de vigilia? El sueño tiene una
poesía maravillosa, una alegoría certera, un humor incomparable, una ironía refinadísima.
Contempla el mundo bajo una luz peculiarmente idealizadora y suele potenciar el efecto de sus
manifestaciones gracias a una comprensión más perspicaz de la esencia que ellas tienen por
base. Nos presenta la belleza terrena con un fulgor verdaderamente celestial, lo excelso con
majestad suprema, lo que por experiencia tememos bajo la figura más horripilante, lo ridículo
con una comicidad indescriptiblemente total; y hay veces en que, ya despiertos, una cualquiera
de esas impresiones perdura con tanta plenitud en nosotros que damos en pensar que el
mundo real nunca nos ha ofrecido nada semejante».
Cabe preguntarse si verdaderamente aquellas observaciones menospreciadoras y esta
alabanza entusiasmada se refieren al mismo objeto. ¿Han descuidado unos los sueños tontos, y otros los profundos y perspicaces? Y si ocurren ambas clases de sueños, los que merecen uno u otro de esos juicios, ¿no parece ocioso buscar una caracterización psicológica del
sueño? ¿No bastaría con decir que en sueños todo es posible, desde el más profundo
desfallecimiento de la vida psíquica hasta una elevación inhabitual en la vigilia? Muy cómoda sería esta solución, pero tiene algo en contra: los esfuerzos de todos los investigadores del sueño parecen presuponer que en efecto existe una caracterización de los sueños, universalmente válida en sus rasgos esenciales, y que debería salvar esas contradicciones.
Es innegable que las operaciones psíquicas del sueño han encontrado reconocimiento más
cálido y dispuesto en aquel período intelectual, ya trascurrido, en que la filosofía y no las
ciencias naturales exactas dominaba sobre los espíritus. Veredictos como el de Von Schubert
(1814, págs. 20-1), para quien el espíritu se liberaba en el sueño de su aherrojamiento por la
naturaleza exterior -el alma se sacudía las cadenas de la sensibilidad-, y juicios parejos de
Fichte el joven (23) (1864, 1, págs. 143-4), entre otros, todos los cuales presentan al sueño
como el ascenso de la vida psíquica a un nivel superior, hoy nos parecen casiinconcebibles; en
nuestros días no los repiten sino místicos y beato. (24) Cuando se impuso el modo de
pensar de las ciencias naturales sobrevino una reacción en la apreciación del sueño.
Precisamente los autores médicos tienen la mayor proclividad a juzgar ínfima y sin valor la
actividad psíquica en los sueños, mientras que los filósofos y observadores no profesionales
-psicólogos aficionados-, cuyas contribuciones justamente en este campo no son de desdeñar,
sostienen casi siempre, en mayor acuerdo con las intuiciones del pueblo, el valor psíquico de
los sueños. Quien se incline por menospreciar el rendimiento psíquico en los sueños dará
desde luego preferencia en su etiología a las fuentes somáticas de estímulo; en cambio,
quienes creen que el alma soñante conserva la mayor parte de sus facultades de vigilia no
tienen, por supuesto, motivo alguno para no concederle también la capacidad de la incitación
autónoma del soñar.
Entre los rendimientos superiores que, aun mediante una comparación desapasionada,
podemos ensayar atribuir a la vida onírica, el de la memoria es el más notable; hemos tratado
con detalle las experiencias que lo prueban, no raras por cierto [cf. sección B]. Otro privilegio del
sueño, muy apreciado por autores antiguos, a saber, que puede derogar soberanamente las
distancias en el tiempo y el espacio, se reconoce con facilidad como una ilusión. Este privilegio
es, según observa Hildebrandt (1875 [pág. 25] ), precisamente ilusorio; el soñar recorre
libremente el tiempo y el espacio no de otro modo que el pensamiento de vigilia, justamente
porque no es sino una forma de este. Con relación a la temporalidad, se afirma que el sueño
gozaría todavía de otro privilegio; aún en otro sentido sería independiente del tiempo. Sueños
como el comunicado por Maury sobre su ejecución en la guillotina parecen probar que el sueño
puede comprimir en un corto lapso un contenido perceptivo mucho mayor del que nuestra
actividad psíquica de vigilia puede dominar en el contenido de su pensamiento. No obstante,
esta conclusión ha sido impugnada con múltiples argumentos; desde las reflexiones de Le
Lorrain (1894) y Egger (1895) «sobre la aparente duración de los sueños», se ha trabado en
torno de ello una interesante discusión, que, por lo que parece, no ha alcanzado todavía el
esclarecimiento definitivo en esta enredada y profunda cuestión. (25)
Que el sueño es capaz de retomar los trabajos intelectuales del día y llegar a una solución no
alcanzada en este, que puede resolver dudas y problemas y, en poetas y compositores,
constituir la fuente de nuevas inspiraciones, parece indiscutible en virtud de numerosos
informes y la recopilación preparada por Chabaneix (1897). Pero si no el hecho, al menos el
modo de concebirlo está expuesto a muchas dudas que rozan los fundamentos mismos. (26)
Por último, la postulada virtud adivinatoria del sueño es objeto de disputas en que objeciones difícilmente salvables tropiezan con refirmaciones repetidas con tenacidad. Pero, con plena justificación, se evita desconocer todo lo fáctico referido a este tema, porque para una serie de casos parece próxima una explicación psicológica natural. (27)

Continúa en ¨Fuentes psíquicas de estímulo (Las particularidades psicológicas del sueño)¨

Notas:
1- [Esta idea se retoma y desarrolla en el capítulo VII]
2- [Nota agregada en 1911:] H. Silberer (1909) ha demostrado con bellos ejemplos cómo en estado de somnolencia unos pensamientos abstractos se trasponen en imágenes plásticointuitivas que pretender) expresar lo mismo. [Agregado en 1925:1 Volveré sobre este descubrimiento en otro contexto]
3- Haffner (1887, pág. 243) intenta, como Delboeuf, explicar la actividad onírica por la modificación que por fuerza produce en el funcionamiento, en lo demás correcto, del aparato anímico intacto la introducción de una condición anormal; pero describe esa condición en términos algo diferentes. Según él, la primera marca del sueño es la ausencia de lugar y de tiempo, es decir, el hecho de que la representación se emancipa del lugar asignado al individuo dentro del orden espaciotemporal. Con esto se enlaza el segundo rasgo básico del sueño: la confusión de las alucinaciones, imaginaciones y combinaciones de la fantasía con percepciones externas. «La totalidad de las fuerzas superiores del alma, en particular la formación de conceptos, el juicio y el razonamiento, por un lado, y la libre autodeterminación, por el otro, se anudan a las imágenes sensibles de la fantasía y en todo momento las tienen por base. Por eso, también estas actividades participan en el desarreglo de las representaciones oníricas. Participan, decimos, pues en sí y por sí nuestra capacidad de juzgar, así como nuestra capacidad de voluntad, en manera alguna se alteran mientras dormimos. Nuestras actividades son tan agudas y tan libres como en el estado de vigilia. Tampoco en sueños puede el hombre infringir las leyes del pensamiento -p. ej., no puede considerar idénticas las cosas que se le presentan como contrapuestas, etc-. De igual modo, sólo puede anhelar lo que se imagina bueno (sub ratione boni). Pero en esta aplicación de las leyes del pensamiento y la voluntad el espíritu humano se extravía en el sueño por la confusión de una representación con otra. Así sucede que en el sueño cometemos las mayores contradicciones, al par que por otro lado podemos formar los juicios más agudos y los razonamientos más consecuentes, así como las decisiones más virtuosas y santas. Falta de orientación, he ahí todo el secreto del vuelo que toma nuestra fantasía en el sueño; y la falta de reflexión crítica, así como de entendimiento con otras personas, es la fuente principal de las desmedidas extravagancias de nuestros juicios y de nuestras esperanzas y deseos en el sueño». [El problema del «examen de realidad» es considerado infra]
4- [Nota agregada en 1914:1 Cf. el désintérêt en que Claparide (1905, págs. 306-7) descubre el mecanismo del dormirse.]
5- {«No hay sueños que sean absolutamente, racionales y no contengan alguna incoherencia, algún anacronismo, algún absurdo».}
6- {«El sueño es la anarquía psíquica afectiva y mental, es el juego de las funciones libradas a sí mismas y ejerciéndose sin control y sin meta; en el sueño el espíritu es un autómata espiritual».}
7- {«Es imposible concebir una cosa tan trastornada, irregular o monstruosa que no podamos soñar».}
8- «La producción de estas imágenes, que en el hombre despierto nacen casi siempre por obra de la voluntad, es para la inteligencia lo que ciertos movimientos de la corea y las afecciones paralíticas son para la motilidad».}
9- {«toda una serie de degradaciones de la facultad pensante y razonante».}
10- {«1) una acción espontánea y como automática del espíritu; 2) una asociación de ideas viciosa e irregular».}
11- [Nota agregada en 1909:] Más adelante se nos hará asequible el sentido de los sueños de este tipo, llenos de aliteraciones y de sílabas iniciales con sonido similar. ]
12- «el sueño no es sinrazón, ni siquiera irracionalidad pura».}
13- «Hay algo de método en su locura», Hamlet, acto II, escena 2»
14- «un mundo arcaico de vastas emociones y pensamientos imperfectos»
15- [Este párrafo se agregó en 1914.]
16- {«Ahora bien, nuestros sueños son un medio para conservar estas personalidades sucesivas [anteriores]. Cuando estamos dormidos retrocedemos a las viejas maneras de ver y sentir las. cosas, a los impulsos y actividades que nos dominaron hace mucho tiempo».}
17- {«En el sueño, y exceptuando la percepción, todas las facultades del espíritu -inteligencia, imaginación, memoria, voluntad, moral- permanecen intactas en su esencia; sólo que se aplican a objetos imaginarios y móviles. El soñante es un actor que juega a voluntad o papeles de locos y sabios, de verdugos y víctimas, de enanos y gigantes, de demonios y ángeles».}
18- [Esta obra del famoso sinólogo se publicó anónimamente.]
19- «El Marqués d’Hervey otorga a la inteligencia en el dormir toda su libertad de acción y de atención, y para él aparentemente el dormir sólo consiste en la oclusión de los sentidos, en que estos se cierren al mundo exterior; de modo que, según su manera de ver, el hombre que duerme no se distingue mucho del que, taponando sus sentidos, deja vagar su pensamiento; entonces, toda la diferencia que separa al pensamiento ordinario del pensamiento del durmiente sería que, en este último, la idea adopta una forma visible, objetiva, y se parece -hasta confundirse con ella- a la sensación determinada por los objetos exteriores; el recuerdo reviste la apariencia del hecho presente»}
20- {«que hay otra diferencia, de capital importancia, a saber: que las facultades intelectuales del hombre dormido no muestran el equilibrio que conservan en el hombre despierto»,}
21- [Este párrafo y el siguiente se agregaron en 1914.]
22- {«La imagen del sueño es la copia de la idea. Lo principal es la idea; la visión es sólo accesoria. Establecido esto, hay que saber seguir la marcha de las ideas, hay que saber analizar el tejido de los sueños; entonces la incoherencia se hace comprensible, las concepciones más fantásticas se convierten en hechos simples y perfectamente lógicos. Los sueños más extravagantes encuentran incluso una explicación muy lógica cuando se los sabe analizar».}
23- CF Haffner (1887) y Spitta (1882, págs. 11-2).
24- [Nota agregada en 1914:] Ese brillante místico que es Du Prel, uno de los pocos autores cuyo olvido en las ediciones anteriores de este libro lamento, declara que en lo que concierne a los hombres el acceso a la metafísica no está en la vida de vigilia sino en el sueño (Du Prel, 1885, pág. 59).]
25- [Nota agregada en 1914:] En Tobowolska (1900), el lector hallará bibliografía adicional y un examen crítico de estos problemas.]
26- [Nota agregada en 1914: ] Cf. la crítica de Havelock Ellis (191 la, pág. 265).]
27- [Véase el artículo de Freud, publicado póstumamente (1941c), que se incluye como apéndice al final de esta obra]
[En realidad esta no es una cita textual, sino una paráfrasis de Vaschide.]