Obras de S. Freud: Análisis de la fobia de un niño de 5 años. Historial clínico y análisis II

Historial clínico y análisis II

Acerca de esto, señalo: Cuando el domingo quisimos ir a ver los carneros, ese recinto estaba
cerrado con una cuerda, de suerte que no pudimos pasar. Hans se asombró mucho de que un
recinto se cerrara sólo con una cuerda por debajo de la cual uno puede deslizarse fácilmente.
Le dije que los hombres decentes no se deslizan por debajo de esa cuerda. Opinó que no
obstante es facilísimo, a lo cual repliqué que entonces puede venir un guardián y llevárselo a
uno. A la entrada de Schönbrunn hay un soldado de la guardia, acerca del cual en una
oportunidad le dije a Hans que arrestaba a los chicos que no se portaban bien.
Al regreso de la visita que hice a usted, ese mismo día, Hans confesó todavía un pequeño
fragmento de su concupiscencia por hacer algo prohibido. «Escucha, hoy a la mañana
temprano volví a pensarme una cosa». «¿Qué?». «He viajado contigo en el ferrocarril, y hemos
roto una ventanilla, y el guarda nos ha llevado».
La correcta continuación de la fantasía de las jirafas. El vislumbra que está prohibido ponerse en
posesión {sich in den Besitz zu setzen} de la madre; ha chocado con la barrera del incesto. (ver
nota)(38) Pero lo considera prohibido en sí mismo. En todas las picardías prohibidas que él
realiza en su fantasía está presente el padre, quien es encerrado con él. Es que, según él opina,
el padre a pesar de todo hace eso prohibido enigmático con la madre, que él se sustituye por
algo violento, como romper el vidrio de una ventanilla, penetrar en un recinto clausurado.
Esa tarde me visitaron padre e hijo en mi consultorio médico. Ya conocía yo al gracioso
hombrecito, y siempre había tenido gusto en verlo, tan amoroso por su seguridad en sí mismo.
No sé si se acordaba de mí, pero se comportó de manera intachable, como un miembro
enteramente razonable de la sociedad humana. La consulta fue breve. El padre comenzó
diciendo que a pesar de todos los esclarecimientos la angustia ante los caballos no había
aminorado. Debimos confesarnos también que los vínculos entre los caballos ante los cuales
se angustiaba y las descubiertas mociones de ternura hacia la madre eran poco abundantes.
Detalles como los que conocí en ese momento -a saber, que le molestaba particularmente lo
que los caballos tienen ante los ojos y lo negro alrededor de la boca- era evidente que no se
podían explicar a partir de lo que sabíamos. Pero al ver a los dos así, sentados enfrente, al
tiempo que escuchaba la descripción de su angustia al caballo, se me hizo la luz sobre otro
fragmento de la resolución, que me resultó comprensible que se le escapara justamente al
padre. Pregunté a Hans, en broma, si sus caballos llevaban gafas, cosa que él negó, y luego sí
su padre las llevaba, cosa que también negó, contra toda evidencia; le pregunté si con lo negro
alrededor de la «boca» quería significar el bigote, y le revelé que tenía miedo a su padre
justamente por querer él tanto a su madre. El no podía menos que creer, le dije, que el padre le
tenía rabia, pero eso no era cierto: el padre le tenía cariño, y podía confesarle todo sin miedo.
Que hacía mucho tiempo, antes que él viniera al mundo, yo sabía ya que llegaría un pequeño
Hans que querría mucho a su madre, y por eso se vería obligado a tener miedo del padre; y yo
le había contado esto a su padre. «¿Por qué crees tú que te tengo rabia? -me interrumpió el
padre en este punto-. ¿Acaso te he insultado o te he pegado alguna vez?». «¡Oh, sí!, tú me has
pegado», lo rectificó Hans. «Eso no es verdad. ¿Cuándo, pues? ». «Hoy por la mañana», indicó
el pequeño, y el padre se acordó de que Hans inopinadamente lo chocó, con la cabeza, en el
vientre, tras lo cual, como por vía de reflejo, él le había dado un golpe con la mano. Era notable
que no hubiera recogido ese detalle dentro de la trama de la neurosis; pero ahora él lo entendía
como expresión de la predisposición hostil del pequeño hacia él, quizá también como
exteriorización de la necesidad de recibir a cambio un castigo.
En el camino de regreso a casa, Hans preguntó al padre:
«¿A caso habla el profesor con el buen Dios, pues puede saberlo todo desde antes?». Me
enorgullecería extraordinariamente esta admisión de labios del niño si yo mismo no la hubiera
provocado con mis fanfarronadas en chanza. Desde esa consulta, recibí informes casi diarios
sobre las alteraciones en el estado del pequeño paciente. No cabía esperar que mi
comunicación lo librara de su angustia de un golpe, pero se demostró que ahora le era dada la posibilidad de presentar sus producciones inconcientes y desovillar su fobia. El siguió desde ese momento un programa que yo pude comunicar de antemano a su padre.
El 2 de abril se comprueba la primera mejoría sustancial. Mientras que hasta entonces no se lo podía mover a que permaneciera un tiempo largo ante la puerta de calle, y siempre que se
acercaban caballos trotaba hacia adentro con todos los signos del terror, esta vez permanece
una hora ahí, aunque pasan carruajes, lo cual es muy frecuente delante de nuestra casa. Una
que otra vez corre adentro cuando ve venir a lo lejos un carruaje, pero enseguida retorna como
si lo hubiera pensado mejor. Comoquiera que fuese, sólo subsiste un resto de angustia, y es
inequívoco el progreso realizado desde el esclarecimiento.
Al anochecer dice: «Si ya vamos a la puerta de calle, también iremos al parque».
El 3 de abril se llega a la mañana temprano hasta mi cama, mientras que los últimos días no lo había hecho y aun estaba orgulloso de esa abstención. Pregunto: «¿Por qué has venido hoy?».
Hans: «Hasta que no tenga miedo, no vendré más».
Yo: «¿Entonces vienes a mí porque tienes miedo?».
Hans: «Cuando no estoy contigo, tengo miedo; cuando no estoy contigo en la cama, entonces
tengo miedo. Hasta que yo no tenga más miedo, no vendré más».
Yo: «Entonces tú me tienes cariño y te sientes ansioso cuando estás por la mañana temprano
en tu cama, y por eso vienes a mí».
Hans: «Sí. ¿Por qué me has dicho que yo tengo cariño a mami, y tengo miedo por eso, si yo te
tengo cariño a ti?».
El pequeño demuestra aquí una claridad realmente superior. Da a entender que en él luchan el
amor al padre con la hostilidad hacia él a consecuencia de su papel de competidor ante la
madre, y le reprocha que no le haya llamado la atención sobre este juego de fuerzas que
necesariamente llevaba a la angustia. El padre no lo comprende del todo, pues sólo durante
esta plática adquiere el convencimiento sobre la hostilidad del pequeño hacia él, que yo le había aseverado en nuestra consulta. Lo que sigue, que trascribo sin cambio alguno, es en verdad tan significativo para el esclarecimiento del padre como para el del pequeño paciente.
Por desgracia no capté enseguida el significado de esta objeción. Porque Hans tiene cariño a su madre, es evidente que quiere quitarme de en medio, pues así ocupa el lugar del padre. Este deseo hostil sofocado se convierte en angustia por el padre, y él viene por la mañana temprano a mí para ver si me he ido. Lamentablemente, en ese momento aún no lo había entendido, y le dije:
Yo: «Cuando tú estás solo, tienes nostalgia de mí y vienes a mí».
Hans: «Cuando te has ido, tengo miedo de que no vuelvas a casa».
Yo: «¿Alguna vez te he amenazado con no volver a casa?».
Hans: «Tú no, pero mami sí. Mami me ha dicho que no vuelve más». (Pr obablemente él se
portaba mal, y ella lo amenazó con irse.)
Yo: «Te lo ha dicho porque te portabas mal».
Hans: «Sí».
Yo: «Entonces tienes miedo de que yo me vaya porque te portas mal, por eso vienes a mí».
Después del desayuno me levanto de la mesa, y Hans dice: «¡Papi, no te trotes de mí!». Me
llama la atención que diga «trotes» {«davonrennen»} en lugar de «marches» {«davonlaufen»}, y
le replico: «Oh, tienes miedo de que el caballo se trote de ti». A lo cual él ríe.
Sabemos que esta pieza de la angustia de Hans es de doble articulación: angustia ante el padre y angustia por el padre. La primera proviene de la hostilidad hacia el padre; la segunda, del conflicto entre la ternura, exagerada aquí por vía de reacción, y la hostilidad.
El padre prosigue:
Este es sin duda el inicio de un tramo importante. El hecho de que a lo sumo se atreva a llegar a la puerta de calle, pero no a alejarse {weggehen} de la casa, y vuelva atrás en mitad del camino al primer ataque de angustia, está motivado por el miedo de no hallar a los padres en casa por haberse alejado ellos. Se pega a la casa por amor a la madre; su miedo de que yo me aleje obedece a deseos hostiles hacia mí, pues entonces él sería el padre.
En el verano partí de viaje {wegfahren} repetidas veces de Gmunden para Viena, pues así lo
exigía mi profesión; entonces, él era el padre. Le recuerdo que la angustia ante el caballo se
anuda a la vivencia de«Gmunden, cuando un caballo llevaría el equipaje de Lizzi a la estación de ferrocarril. El deseo reprimido de que yo viaje {fahren} a la estación, pues así él queda solo con la madre («que el caballo parta de viaje»), deviene luego angustia ante el partir de viaje los caballos, y de hecho nada le produce mayor angustia que el partir un carruaje, ponerse en movimiento los caballos, desde el patio de la Aduana, frontero de nuestra vivienda.
Esta nueva pieza (ánimo hostil hacia el padre) sólo pudo salir a la luz después que supo que yo no le tengo rabia por tener él tanto cariño a la mamá.
Después de mediodía voy {gehen} de nuevo con él ante la puerta de calle; él de nuevo va
{gehen} hasta allí y ahí se queda aunque pasen {fahren} carruajes, sólo ante algunos siente
angustia y corre adentro del zaguán. Me explica también: «No todos los caballos blancos
muerden»; o sea: por el análisis, algunos caballos blancos ya han sido discernidos como
«papi»; esos ya no muerden, pero todavía quedan otros que lo hacen.
La situación en que está nuestra puerta de calle es la siguiente: Enfrente, el depósito de la
Oficina Impositiva para Artículos de Consumo, con una rampa de descarga por la cual durante
todo el día desfilan carruajes para retirar cestas, etc. Hacia la calle, una verja cierra ese patio.
En línea recta frente a nuestra vivienda está el portón de entrada al patio (figura 2). Desde hace
ya unos días noto que Hans tiene particular miedo cuando salen del patio o entran a él
carruajes, para lo cual se ven precisados a virar. En su momento le he preguntado por qué tiene
tanto miedo, y él respondió: «Tengo miedo de que los caballos se tumben cuando el carruaje da
la vuelta» (A). Otro tanto teme cuando los carruajes, estacionados frente a la rampa de
descarga, se ponen de repente en movimiento para seguir viaje (B). Además, tiene más miedo
(C) a los caballos de tiro grandes que a los caballos pequeños, a los caballos rústicos más que
a los elegantes (p. ej., los de coches de plaza). También tiene más miedo a un carruaje que
pasa rápido (D) que si los caballos van al trote corto. Tales diferenciaciones, desde luego, sólo
se han mostrado con nitidez en los últimos días.

Análisis de la fobia de un niño de 5 años
Yo diría que a consecuencia del análisis no sólo el paciente, sino también su fobia, han cobrado más coraje y se atreven a mostrarse.
El 5 de abril, Hans vuelve al dormitorio y es reenviado a su cama. Le digo: «Mientras sigas
viniendo al dormitorio por la mañana temprano, no mejorarás de tu angustia a los caballos».
Pero él desafía y responde: «Vendré, aunque haya de tener miedo». Vale decir, no quiere
dejarse prohibir la visita a la mamá.
Después del desayuno nos disponemos a bajar. Hans se alegra mucho y planea, en lugar de
permanecer ante la puerta de calle, cruzar hasta el patio de la Aduana, donde a menudo ha visto jugar a unos pilluelos. Le digo que me alegrará si él cruza, y aprovecho la oportunidad para preguntar por qué tiene tanto miedo cuando los carros cargados se ponen en movimiento desde la rampa (B).
Hans: «Tengo miedo si yo estoy {stehen} en el carro y el carro parte de viaje {wegfahren} ligero,
y yo estoy arriba y quiero ir ahí sobre la planchada» (la rampa de descarga) «y yo parto de viaje
con el carro».
Yo: «¿Y si el carro está estacionado {stehen}? ¿En ese caso no tienes miedo? ¿Por qué no?»..
Hans: «Si el carro está estacionado, yo voy {gehen} ligero sobre el carro y voy sobre la
planchada». [Figura 3.]
(Hans planea, pues, treparse por un carro hasta la rampa de descarga, y tiene miedo de que el
carro parta cuando está sobre este.)

análisis de la fobia de un niño de 5 años
Camino planeado por Hans
Yo: «¿Quizá temes no poder volver más a casa si partes con el carro?».
Hans: «¡Oh, no!; siempre puedo volver adonde está mamá, con el carro o con un coche de
plaza. Yo puedo decirle el número de la casa».
Yo: «¿Entonces por qué tienes miedo en verdad?».
Hans: «Yo no lo sé, pero el profesor lo sabrá. ¿Crees tú que él lo sabrá? ».
Yo: «Dime: ¿por qué quieres cruzar hasta la planchada?».
Hans: «Porque todavía nunca estuve ahí arriba, y me gustaría muchísimo estar. ¿Y sabes tú por
qué iría? Porque querría subir los equipajes y cargarlos, y ahí me treparía por todos los
equipajes. Muchísimo me gustaría treparme. ¿Sabes de quién he aprendido a treparme por
ellos? Unos muchachos se treparon a los equipajes y yo los vi, y eso quiero hacer yo también».
Su deseo no alcanza cumplimiento, pues cuando Hans se anima otra vez ante la puerta de
calle, los pocos pasos que da para cruzar hasta el patio le despiertan unas resistencias
demasiado grandes, porque en él no dejan de pasar carruajes.
Y bien; el profesor sabe que este juego que Hans se propone con los carros cargados tiene que
haber entrado en una referencia simbólica, sustitutiva, con otro deseo del cual él todavía no ha
exteriorizado nada. Y ese deseo, si no pareciera demasiado osado, podría construirse desde
ahora.
A la tarde vamos de nuevo frente a la puerta de calle, y al regreso le pregunto a Hans:
Yo: «Dime, ¿a qué caballos tienes más miedo?».
Hans: «A todos».
Yo: «No es verdad».
Hans: «Tengo más miedo a los caballos que tienen algo así en la boca».
Yo: «¿A qué te refieres? ¿Al hierro que llevan en la boca? ».
Hans: «No, tienen algo negro en la boca» (se cubre la boca con la mano).
Yo: «¿Qué? ¿Acaso un bigote?».
Hans (ríe): «¡Oh, no!».
Yo: «¿Todos lo tienen?».
Hans: «No, sólo algunos».«
Yo: «¿Qué es, pues, eso que llevan en la boca?».
Hans: «Algo negro así». (Yo creo que es en realidad el grueso correaje que los caballos de tiro
llevan sobre el hocico. ) «También a un carro mudancero le tengo más miedo».

anlisis de la fobia de un niño de 5 años
Yo: «¿Por qué?».
Hans: «Yo creo que si los caballos de mudanzas tiran de un carro pesado se tumban».
Yo: «¿Entonces un carro pequeño no te da miedo?». Hans: «No, con un carro pequeño o un
coche correo no me asusto. También cuando viene una diligencia tengo más miedo».
Yo: «¿Porque es tan grande?».
Hans: «No, porque una vez un caballo de un carruaje así se tumbó».
Yo: «¿Cuándo?».
Hans: «Una vez cuando salí con mami a pesar de la tontería, cuando compré el chaleco». (Esto
es confirmado con posterioridad por la madre.)
Yo: «¿Qué te pensaste cuando el caballo se tumbó?».
Hans: «Ahora eso será siempre. Todos los caballos se tumbarán en la diligencia».
Yo: «¿En toda diligencia?».
Hans: «¡Sí! Y también en el carro mudancero. En el carro mudancero no tan a menudo».
Yo: «¿En esa época ya tenías la tontería?».
Hans: «No, sólo ahí la he cogido. Cuando el caballo de la diligencia se ha tumbado, me he
asustado muchísimo, ¡de verdad! Esa vez que he ido, me la he cogido».
Yo: «Pero si la tontería era que te habías pensado que un caballo te mordería, y ahora dices
haber tenido miedo de que un caballo se tumbaría».
Hans: «Se tumbará y morderá».
Yo: «¿Por qué te asustaste tanto?».
Hans: «Porque el caballo hizo así con las patas». (Se tiende sobre el piso y me enseña el
pataleo.) «Me he asustado porque él ha hecho un «barullo» con las patas».
Yo: «¿Dónde estuviste esa vez con mami?».
Hans: «Primero en la pista de patinaje, después en el café, después fuimos a comprar un
chaleco, después en lo del pastelero con mami, y después volvimos a casa al anochecer;
atravesamos el parque». (Todo ello es confirmado por mi mujer; también, que la angustia estalló inmediatamente después.)
Yo: «¿Quedó muerto el caballo cuando se tumbó?».
Hans: « ¡Sí! ».
Yo: «¿Cómo lo sabes?».
Hans: «Porque lo he visto» (ríe). «No, sí no estaba muerto».
Yo: «Quizá creíste que estaba muerto».
Hans: «No, seguro que no. Sólo lo dije en broma». (Sin embargo, en ese momento su gesto era serio.)
Como está fatigado, lo dejo ir. Sólo me cuenta, todavía, que al principio tuvo miedo a los
caballos de diligencia, después a todos los otros y sólo últimamente a los caballos de carro
mudancero.
En el camino de regreso a Lainz, le pregunto aún:
Yo: «Aquel caballo de diligencia que se cayó, ¿qué color tenía? ¿Blanco, rosillo, marrón, gris?».
Hans: «Negro, los dos caballos eran negros».
Yo: «¿Era grande o pequeño?».
Hans: «Grande».
Yo: «¿Gordo o flaco?».
Hans: «Gordo, muy grande y gordo».
Yo: «Cuando el caballo se cayó, ¿pensaste en tu papi? ».
Hans: «Quizá. Sí. Es posible».
Puede ser que el padre haya explorado sin éxito en muchos lugares; pero en nada perjudica
procurarse el mayor conocimiento posible sobre una fobia así, que a uno le gustaría designar
según su nuevo objeto. De ese modo llegamos a saber cuán difusa es en verdad. Recae sobre caballos y sobre carruajes, sobre unos caballos que se caen o que muerden, sobre caballos de un tipo particular, sobre carruajes con carga pesada. Revelemos desde ahora que todas esas peculiaridades se deben a que la angustia no valía originariamente para los caballos, sino que fue trasportada a estos en un segundo momento y se fijó en aquellos lugares del complejo del caballo que resultaron apropiados para ciertas trasferencias. Tenemos que reconocer, en particular, un resultado esencial de la inquisición del padre. Hemos averiguado la ocasión actual tras la que estalló la fobia. Fue cuando el muchacho vio caerse a un caballo grande y pesado, y al menos una de las interpretaciones de esa impresión parece ser la destacada por el padre, a saber, que Hans en ese momento sintió el deseo de que el padre se cayera de ese modo … y quedase muerto. Su gesto serio durante el relato abona sin duda ese sentido inconciente. ¿No se esconderá tras ello algún otro sentido? ¿Y qué significa el hacer barullo con las patas?
Desde hace algún tiempo, Hans juega en la casa al caballo, trota en torno de la habitación, cae
al suelo, patalea, relincha. En cierto momento se ata una bolsita a modo de morral. Repetidas
veces se abalanza sobre mí, y me muerde.
Acepta, pues, las últimas interpretaciones más decididamente de lo que podría hacerlo con
palabras, pero, desde luego, permutando roles, puesto que el juego está al servicio de una
fantasía de deseo. En consecuencia, él es el caballo, él muerde al padre; por lo demás, así se
identifica con el padre.
Desde hace dos días noto que Hans se revela contra mí de la manera más decidida, no
insolente, sino con espíritu alegre. ¿Será porque ya no tiene miedo de mi, el caballo?
6 de abril. A la tarde, delante de la casa, con Hans. A cada caballo, le pregunto si le ve lo «negro
en la boca»: lo niega para todos. Le pregunto qué aspecto tiene en verdad eso negro; dice que
es un hierro negro. Por tanto, no se confirma mi primera conjetura, referida a los gruesos
correajes en el arreo de los caballos de tiro. Le pregunto sí lo «negro» le hace acordar a un
bigote; dice: «Sólo por el color». Ahora no sé qué es eso en realidad.
El miedo es menor; esta vez ya se atreve a llegar hasta la casa vecina, pero se vuelve con
rapidez cuando escucha un trote de caballos en la lejanía. Cuando un «carruaje se acerca a la puerta de nuestra casa y se detiene, es presa de angustia y se mete en la casa pues el caballo escarcea. Le pregunto por qué tiene miedo, si acaso le angustia que el caballo haga así (pateo con el pie). El dice: « ¡Pero no hagas ese barullo con los pies! ». Compárese lo que él manifestó antes sobre el caballo de la diligencia caído.
Lo asusta en particular el paso de un carro mudancero. Se mete adentro de la casa. Le
pregunto, con tono indiferente: «¿No es cierto que un carro mudancero se parece a una
diligencia?». No dice nada. Repito la pregunta. Dice entonces: «Claro que sí, de otro modo no
tendría tanto miedo a un carro mudancero».
7 de abril. Hoy vuelvo a preguntarle qué aspecto tiene eso «negro en la boca» de los caballos.
Dice: «Es como un bozal». Lo curioso es que desde hace tres días no pase ningún caballo en
que se pueda comprobar ese «bozal»; yo mismo en ningún paseo he visto un caballo así, por
más que Hans asevere que los hay. Conjeturo que realmente una pieza de los arreos que los
caballos llevan en la cabeza -tal vez el grueso correaje en torno del hocico- le ha hecho acordar
a un bigote, y que también ese miedo ha desaparecido con mi indicación.
La mejoría de Hans es constante, aumenta su radio de acción con la puerta de calle como
centro; incluso emprende la demostración, hasta entonces imposible para él, de cruzar
corriendo a la acera de enfrente. Todo el miedo que le resta se entrama con la escena de la
diligencia, cuyo sentido, por otra parte, no me es todavía claro.
9 de abril. Hoy por la mañana temprano, Hans se aparece cuando yo me lavo con el torso
descubierto.
Hans: « i Papi, mira qué lindo eres, tan blanco! ».
Yo: «¿No es cierto? Como un caballo blanco».
Hans: «Sólo el bigote es negro» (siguiéndome el tren). «¿O es quizás el bozal negro?».
Le cuento luego que al atardecer del día anterior estuve en casa del profesor, y le digo: «El
quiere saber algo», a lo cual Hans responde: «Tengo curiosidad por saber de qué se trata».
Le digo que yo sé a raíz de qué oportunidad él hace barullo con los pies. Me interrumpe: «¿No
es cierto? Cuando tengo una rabieta o cuando debo hacer Lumpf y prefiero jugar». (Es verdad
que cuando se encoleriza tiene la costumbre de hacer barullo con los pies, o sea, dar patadas
sobre el piso. «Hacer Lumpf» indica la necesidad mayor. Cuando Hans era pequeño, dijo un
día, levantándose de la bacinilla: «¡Mira, el Lumpf!». Esta designación ha subsistido hasta
hoy. En épocas muy anteriores, cuando debían sentarlo a la bacinilla y se rehusaba a dejar el
juego, furioso daba golpes con los pies, pataleaba y eventualmente también se arrojaba al piso.)
Yo: «También pataleas cuando debes hacer pipí y no quieres ir porque te gustaría seguir
jugando».
El: «Escucha, tengo que hacer pipí», y marcha a hacerlo, a modo de una corroboración.
En su visita, el padre me había preguntado a qué pudo hacerle acordar a Hans el pataleo del
caballo caído, y yo le había respondido que bien pudiera tratarse de su propia reacción cuando
retenía su orina. Es lo que Hans corrobora mediante la reemergencia de la necesidad de orinar
en el curso de la plática, y aun agrega otros significados del «hacer barullo con los pies».
Luego vamos ante la puerta de calle. Me dice, cuando se acerca un carro carbonero: «Escucha,
también le tengo mucho miedo a un carro carbonero».
Yo: «Quizá porque es tan grande como una diligencia».
Hans: «Sí, y porque tiene una carga muy pesada y los caballos tienen que tirar tanto y pueden
caerse fácilmente. Cuando un carro está vacío, no tengo miedo». De hecho, como ya se
comprobó antes, sólo los vehículos con carga le producen angustia.
Con todo eso, la situación es muy poco trasparente. El análisis obtiene escasos progresos; su
exposición, me terno, pronto terminará por aburrir al lector. Sin embargo, en todo psicoanálisis
hay esos períodos oscuros. Hans se interna enseguida en un ámbito con el que no contaba
nuestra expectativa.
De regreso a casa, hablo con mi mujer, quien ha hecho diversas compras y me las muestra.
Entre ellas, un calzón amarillo, Hans dice algunas veces «¡Puf!», se arroja al piso y escupe. Mi
mujer explica que ya lo hizo algunas veces cuando vio los calzones. Yo pregunto: «¿Por qué
dices «¡Puf!»?».
Hans: «Por los calzones».
Yo: «¿Por qué? ¿Por el color, porque son amarillos y recuerdan al pipí o al Lumpf?».
Hans: «Pero el Lumpf no es amarillo; es blanco o negro. – E inmediatamente después:
«Escucha, ¿uno hace Lumpf con facilidad si come queso?». (Yo se lo había dicho una vez,
cuando me preguntó para qué comía queso.)
Yo: «Sí».
Hans: «¿Por eso vas enseguida a hacer Lumpf por la mañana temprano? Me gustaría mucho
comer queso con pan y manteca».
Ya ayer me había preguntado, cuando él daba saltos por la calle: «Escucha, ¿no es cierto que si
uno salta tanto hace Lumpf con facilidad?». – Desde siempre ha tenido dificultades para deponer
las heces, a menudo fue preciso recurrir a laxantes y enemas. Una vez su constipación habitual
fue tan intensa que mi esposa hubo de consultar al doctor L. Este opinó que Hans estaba
sobrealimentado, lo cual era correcto, y recomendó una dieta moderada, que pronto mejoró su
estado. En este último tiempo, la constipación volvió a hacerse frecuente.
Después de comer le digo: «Le escribiremos otra vez al profesor», y él me dicta: «Cuando he
visto el calzón amarillo he dicho «¡Puf!», y entonces escupí y me tiré. al suelo, he cerrado los
ojos y no he mirado».
Yo: «¿Por qué?».
Hans: «Porque he visto los calzones amarillos, y lo mismo hice con los calzones negros. Los negros son también unos calzones, sólo que eran negros». (Se interrumpe.)
«Escucha, yo estoy contento; cuando puedo escribir al profesor, siempre estoy contento».
Yo: «¿Por qué has dicho «¡Puf!»? ¿Te ha dado asco?».
Hans: «Sí, porque he visto eso. He creído que yo tenía que hacer Lumpf».
Yo: «¿Por qué?».
Hans: «No sé».
Yo: «¿Cuándo has visto los calzones negros?».
Hans: «Una vez, cuando Anna» (nuestra sirvienta) «hacía tiempo que estaba -con mamá-, ella
los trajo de la tienda a casa». (Esta indicación es corroborada por mí mujer.)
Yo: «¿Te ha dado asco?».
Hans: «Sí».
Yo: «¿Has visto a mami con esos calzones?».
Hans: «No».
Yo: «¿Cuando se vestía?».
Hans: «A los amarillos, sí una vez, desde que los ha comprado». (¡Contradicción! Los vio por
primera vez al comprarlos la mamá.) «A los negros los ha tenido puestos hoy» ( ¡correcto! )
«porque he visto cuando se los sacaba a la mañana temprano».
Yo: «¿Qué? ¿A la mañana temprano se ha sacado los calzones negros?».
Hans: «A la mañana temprano, cuando ha salido {weggeben}, se ha sacado los calzones
negros, y cuando ha venido, se ha puesto de nuevo los negros».
Pregunto a mi mujer, porque esto me parece un disparate. Ella dice, en efecto, que no es
verdad; desde luego, no se ha cambiado los calzones al salir.
Inquiero a Hans enseguida: «Tú has contado que mami se ha puesto un calzón negro, y cuando
ha partido se lo ha sacado y cuando ha venido se lo ha vuelto a poner. Pero mami dice que eso
no es verdad».
Hans: «Me parece, yo quizá lo he olvidado, que no se los ha sacado». (De mal humor.)
«¡Déjame tranquilo, por fin!».
Para elucidar esta historia de los calzones, puntualizo: Es evidente que Hans finge cuando se
manifiesta tan contento de poder hablar sobre este asunto. Al final arroja la máscara y se pone
grosero con su padre. Se trata de cosas que antes le han deparado mucho placer, y de las que
ahora, luego de sobrevenida la represión, se avergüenza mucho, so pretexto de asquearse.
Miente, lisa y llanamente, para situar el cambio de calzones de la mamá en un diverso
escenario; en realidad, el ponerse y sacarse los calzones pertenece al contexto del «Lumpf». El padre sabe bien lo que está en juego aquí y lo que Hans quiere ocultar.
Pregunto a mi mujer sí Hans a menudo estuvo presente cuando ella ha ido al baño. Dice que sí,
que él «cargosea» hasta que ella se lo permite; lo hacen -sostiene- todos los niños.
Por nuestra parte, tomaremos buena nota del placer, hoy ya reprimido, de ver a la mamá
mientras hace Lumpf.
Vamos frente a la casa . Está muy contento y, como brinca de continuo cual si fuera un potrillo,
le pregunto: «Escucha, ¿quién es en verdad un caballo de diligencia? ¿Yo o mami?».
Hans (con prontitud): «Yo, yo soy un potrillo».
Cierta vez que en su período de más intensa angustia vio unos caballos que brincaban, tuvo
angustia y me preguntó por qué lo hacían; yo le dije, para tranquilizarlo: «¿Sabes? Son potrillos, y ellos dan brincos como los niños. Tú también brincas y eres un niño». Desde entonces, cuando ve brincar caballos dice: «Es cierto, son potrillos».
En la escalera, al subir, le pregunto, como quien no quiere la cosa: «¿En Gmunden has jugado
al caballito con los niños?».
El: «¡Sí!» (Reflexionando.) «Me parece que ahí he cogido la tontería».
Yo: «¿Quién era el caballito?».
El: «Yo, y Berta era el cochero».
Yo: «¿Quizá te caíste cuando eras tú el caballito?».
Hans: «¡No! Cuando Berta ha dicho «¡Júoo!» yo he corrido ligero, he salido disparado».
Yo: «¿Y a la diligencia no jugaron nunca?».
Hans: «No, casi siempre al carro y al caballo sin carro. Cuando el caballo tiene un carro, puede
andar sin carro y el carro puede quedar en casa».
Yo: «Jugaban a menudo al caballito?».
Hans: «Muy a menudo. Fritzl también fue una vez caballito y Franzl era cochero y Fritzl
corría muy fuerte y una vez tropezó con una piedra y le salió sangre».
Yo: «¿Quizá se cayó?».
Hans: «No, metió el pie en un poco de agua y después se puso una venda».
Yo: «¿A menudo eras tú caballo?». Hans: «Oh, sí».
Yo: «Y ahí fue donde cogiste la tontería».
Hans: «Porque ellos siempre decían por causa del caballo» y «por causa del caballo»» (acentúa
el «por causa de» {wegen}), «y yo quizá porque ellos dijeron tanto) «por causa del caballo», yo
quizá cogí la tontería».
Durante un rato el padre explora infructuosamente otras sendas.
Yo: «¿Contaron algo sobre caballos?».
Hans: «¡Sí!».
Yo: «¿Qué?».
Hans: «Lo he olvidado».
Yo: «¿Quizá contaron algo sobre el hace-pipí?».
Hans: «¡Oh, no! ».
Yo: «¿Allí ya le tenías miedo al caballo?».
Hans: «Oh, no, yo no he tenido miedo».
Yo: «Quizá Berta te habló de que un caballo … ».
Hans (interrumpiéndome): « … ¿hace pipí? ¡No!»

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