Obras de S. Freud: Catalina (Katharina)
En las vacaciones de 1895… hice una excursión a los Hohe Tauern como para olvidar por un tiempo la medicina y, en particular, las neurosis. Casi lo había logrado, cuando cierto día me desvié de la ruta principal para ascender a un retirado monte, famoso por el paisaje que ofrecía y por su bien atendido refugio. Llegué, pues, a la cima tras dura ascensión y, ya recuperado y descansado, quedé absorto en la contemplación de arrobadoras vistas, tan olvidado de mí que a punto estuve de no darme por aludido cuando escuché esta pregunta: « ¿El señor es un doctor?». Pero la pregunta se dirigía a mí, y provenía de una muchacha de unos dieciocho años que me había servido en el almuerzo con gesto bastante fastidiado y a quien la posadera llamó por el nombre de «Katharina». Por su vestido y su porte no podía ser una doméstica, sino que debía de ser hija o parienta de la posadera.
Ya vuelto en mí, le respondí: «Sí, soy un doctor. ¿Cómo lo sabe?».
«El señor se ha inscrito en el libro de viajeros, y yo me dije que si el señor doctor tuviera ahora un poquitito de tiempo. . . Es que estoy enferma de los nervios y ya una vez estuve en casa de un doctor en L.; es cierto que él algo me ha dado, pero todavía no estoy buena».
Heme ahí de nuevo con las neurosis, pues de otra cosa no podía tratarse en esta muchacha grande y vigorosa, de gesto apesadumbrado. Me interesó que las neurosis se hubieran propagado a más de 2.000 metros de altura, y seguí interrogando.
Reproduzco en lo que sigue la conversación que hubo entre nosotros tal como se ha grabado en mi memoria, y le dejo a la paciente su dialecto.
«¿Y de qué sufre usted?».
«Me falta el aire; no siempre, pero muchas veces me agarra que creo que me ahogaré».
A primera vista no suena esto neurótico, pero se me hacía probable que fuera sólo una designación sustitutiva para un ataque de angustia. Del complejo de sensación de la angustia resalta de manera indebida un solo factor, el angostamiento para respirar.
«Tome usted asiento. Descríbame cómo es ese estado de «falta de aire»».
«Se abate de pronto sobre mí. Primero me hace como una opresión sobre los ojos, la cabeza se pone pesada y me zumba, cosa de no aguantar, y me mareo tanto que creo que me voy a caer, y después se me oprime el pecho que pierdo el aliento».
«¿Y no siente nada en la garganta?».
«Se me aprieta la garganta como si me fuera a ahogar».
«¿Y en la cabeza no le sucede nada más?».
«Martilla y martilla hasta estallar».
«Bien; ¿y no siente usted miedo mientras tanto?».
«Siempre creo que me voy a morir; yo de ordinario soy corajuda, ando sola por todas partes, por el silo y todo el monte abajo; pero cuando es un día de esos en que tengo aquello no me atrevo a ir a ninguna parte; siempre creo que alguien está detrás y me agarrará de repente».
Era realmente un ataque de angustia, y por cierto que introducido por los. signos del aura histérica; o, mejor dicho, era un ataque histérico que tenía por contenido la angustia. ¿No habría algún otro contenido?
«¿Piensa usted siempre lo mismo, o ve algo frente a sí cuando tiene el ataque?».
«Sí, siempre veo un rostro horripilante; me mira tan espantosamente; yo le tengo miedo».
Ahí se ofrecía, quizás, un camino para avanzar con rapidez hasta el núcleo de la cuestión.
«¿Reconoce usted ese rostro? Creo que será un rostro que usted ha visto realmente alguna vez».
«No».
«¿Sabe usted de dónde provienen sus ataques?».
«No».
«¿Cuándo los tuvo por primera vez?».
«La primera vez fue hace dos años, cuando aún estaba con mi tía en el otro monte. Antes tuvo ahí el albergue; ahora estamos aquí desde hace un año y medio, pero eso me sigue viniendo».
¿Debía emprender aquí un intento de análisis? Por cierto que no me atrevía a trasplantar la hipnosis a esa altitud, pero quizá lo consiguiera en una simple plática. Debía arriesgarme. Harto a menudo había discernido la angustia en muchachas jóvenes como una consecuencia del horror que invade a un ánimo virginal cuando el mundo de la sexualidad se le abre por primera vez.
Le dije entonces: «Si usted no lo sabe, yo le diré de dónde creo que le han venido sus ataques.
En algún momento, dos años atrás, usted ha visto o escuchado algo que la embarazó mucho, que preferiría no haber visto».
Y ella: «i Cielos, sí! ¡He pillado a mi tío con la muchacha, con Franziska, mi prima!».
«¿Qué historia es esa de la muchacha? ¿No quiere contármela usted? ».
«A un doctor una puede decírselo todo. Sepa, pues, que mi tío, el marido de mi tía a quien usted ha visto, tenía entonces la posada con mi tía en el monte X. Ahora se han separado, y yo soy la culpable de que estén separados, pues por mí se destapó {aufkommen} que él se entiende con Franziska».
«Bien; ¿cómo llegó {kommen} usted a ese descubrimiento? ».
«Fue así. Cierta vez, hace dos años, unos señores habían ascendido allá {beraufkommen} y pidieron de comer. La tía no estaba en casa, y a Franziska no se la encontraba por ninguna parte; era la que siempre cocinaba. Tampoco se hallaba al tío. Buscamos por doquier, y entonces el muchacho, Alois, mi primo, dice: «Al cabo, Franziska está con el padre». Entonces los dos echamos a reír, pero sin pensar en cosa mala. Vamos al dormitorio que tiene mi tío, y la puerta está con tranca. Pero me resultó llamativo. Y dice Alois: «En el pasillo hay una ventana, desde ahí se puede mirar dentro del dormitorio». Vamos al pasillo. Pero Alois no se anima a la ventana, dice que tiene miedo. Entonces yo digo:
«¡Ah, muchacho tonto! Voy yo, no tengo miedo ninguno». Pero en todo eso yo andaba sin malicia ninguna. Miro adentro, el dormitorio estaba bastante oscuro, pero ahí veo al tío y a Franziska, y él yace sobre ella».
«¿Y entonces?».
«Al punto me he apartado de la ventana, me he apoyado en la pared y me entró la falta de aire que desde entonces tengo; se me nubló el entendimiento, sentí un peso sobre los ojos y en la cabeza me martillaban y todo bullía».
«¿Se lo dijo enseguida, ese mismo día, a la tía de usted?».
«Oh, no, no le he dicho nada».
«¿Y por qué se aterró tanto cuando encontró juntos a los dos? ¿Acaso entendió algo? ¿Se le pasó por la mente lo que ahí sucedía?»,
«Oh, no; en ese entonces no entendí nada, sólo tenía dieciséis años. No sé qué me aterró».
«Señorita Katharina: si usted pudiera recordar lo que entonces pasó dentro de usted, cómo le entró el primer ataque, qué se le pasó entonces por la cabeza, quedaría sana».
«¡Ah, si pudiera! Pero estuve tan aterrorizada que lo he olvidado todo».
(Esto quiere decir, traducido al lenguaje de nuestra «Comunicación preliminar»: El afecto mismo crea al estado hipnoide, cuyos productos luego se mantienen fuera del comercio {Verkehr} asociativo con el yo-conciencia {Ich-Bewusstsein).)
«Dígame usted, señorita; la cabeza que siempre ve cuando le falta el aire, ¿no será la cabeza de Franziska, como usted la vio entonces?».
«Oh, no; no era tan horripilante, y además es sin duda una cabeza de hombre».
«¿O quizá la de su tío?».
«No he visto su rostro tan nítido, estaba demasiado oscuro en el dormitorio; y, ¿por qué habría puesto en ese momento una cara tan espantosa?».
«Tiene razón». (De pronto pareció extraviado el camino. Quizá se encuentre algo en lo que sigue del relato.) «¿Y qué sucedió después?».
«Pues, que los dos han de haber escuchado ruido. Enseguida salieron {berauskommen}. Yo estuve muy mal todo el tiempo, no podía dejar de pensar y pensar; dos días después fue domingo, hubo mucho que hacer, trabajé el día entero, y el lunes por la mañana sentí de nuevo el mareo y vomité y permanecí en cama, y vuelta y vuelta a los vómitos durante tres días».
A menudo habíamos comparado [Breuer y yo] la sintomatología histérica con una escritura figural que, tras descubrir algunos casos bilingües, atinábamos a leer. En ese alfabeto, vómito significa asco. Le dije entonces: «Si usted tres días después vomitó, creo que en ese momento, cuando miró dentro del dormitorio, usted sintió asco».
«Sí, asqueada tengo que haber estado», dice pensativa. «Pero, ¿de qué?».
«¿Quizá vio algún desnudo? ¿Cómo estaban las dos personas en el dormitorio?’».
«Estaba demasiado oscuro para ver algo, y los dos estaban con ropa puesta. ¡Ah, si supiera qué me dio asco en ese momento! ».
Tampoco yo lo sabía. Pero la exhorté a seguir contando lo que se le ocurriera, con la expectativa cierta de que fuese justamente lo que me hacía falta para esclarecer el caso.
Informa entonces que por fin comunicó a su tía, quien la hallaba cambiada y sospechaba algún secreto, lo que había descubierto; siguieron escenas muy afligentes entre tío y tía; los niños escucharon cosas que les abrieron los ojos sobre muchos puntos, y que mejor no hubieran escuchado; hasta que la tía se decidió a tomar a su cargo esta otra posada, con sus hijos y sobrina, y dejar sólo al tío con Franziska, que entretanto había quedado embarazada. Pero luego, para mi asombro, ella abandona este hilo y empieza a contar dos series de historias más antiguas, que se remontaban de dos a tres años atrás del momento traumático. La primera serie contiene ocasiones en que ese mismo tío la asediaba sexualmente a ella, cuando sólo tenía catorce años. Cómo cierta vez hace con él una excursión al valle, y allí pernocta en la posada. El se quedó bebiendo y jugando a las cartas en el salón, a ella le vino sueño y se fue temprano a la habitación que les habían asignado a ambos. No dormía muy profundamente cuando él subió (hinaufkommeiz}; después se volvió a dormir, y de repente se despertó y «sintió su cuerpo» en la cama. Se levantó de un salto y le hizo reproches: «¿Qué haces, tío? ¿Por qué no te quedas en tu cama?». El intentó engatusarla: «Anda, muchacha tonta, quédate quieta; tú no sabes qué bueno es eso». – «No me gusta lo bueno de usted, ni siquiera dormir la dejan a una». Permaneció de pie junto a la puerta, lista para escapar al pasillo, hasta que él desistió y se durmió a su vez. Entonces ella se metió en la cama y durmió hasta la mañana. Por la modalidad de defensa de que ella informa, parece desprenderse que no discernió claramente el ataque como sexual; preguntada si sabía qué quería hacer él con ella, respondió: «En ese tiempo no»; sólo mucho después se le volvió claro. Refiere que se resistió porque le resultaba desagradable que la molestaran cuando dormía y «porque eso no se hace».
Me he visto precisado a informar en detalle sobre este episodio porque posee gran significatividad para entender todo lo que siguió. – Luego cuenta otras vivencias de un tiempo algo posterior, cómo otra vez tuvo que defenderse de él en una posada, cuando estaba totalmente bebido, etc. A mi pregunta sobre sí en esas ocasiones sintió algo semejante a la posterior falta de aire,. responde con precisión que todas las veces tuvo la presión sobre los ojos y sobre el pecho, pero ni con mucho tan intensa como en la escena del descubrimiento.
Inmediatamente después de concluida esta serie de recuerdos empieza a referir una segunda, en la que se trata de oportunidades en que algo le llamó la atención entre su tío y Franziska.
Cómo una vez toda la familia pasó la noche vestida en un pajar y ella de pronto se despertó a causa de un ruido; creyó notar que su tío, que yacía entre ella y Franziska, se movía de sitio y Franziska se estaba acostando. Cómo otra vez pernoctaron en una posada de la aldea N., ella y su tío en una habitación, Franziska en otra contigua. A la noche se despertó de repente y vio una figura larga y blanca junto a la puerta, en tren de bajar el picaporte: «¡Cielos, tío! ¿Es usted?
¿Qué hace en la puerta?». -«Quédate tranquila, sólo buscaba algo». – «Es que se sale por la otra puerta». – «Me he equivocado», etc.
Le pregunto sí en esa época malició algo. «No, no se me pasó nada por la cabeza; es cierto que siempre me sorprendía, pero no ataba cabos». – Le pregunto, también si en esas oportunidades le vino la angustia. Cree que sí, pero esta vez no está tan segura de ello.
Después que ha terminado estas dos series de relatos toma respiro. Está como transfigurada; el rostro con expresión de fastidio y pesadumbre se había animado; tiene los ojos brillantes, está aliviada y renovada. A mí, entretanto, se me abrió el entendimiento de su caso; lo último que me acaba de referir, en apariencia sin plan alguno, explica excelentemente su comportamiento en la escena del descubrimiento. Llevaba dentro de sí dos series de vivencias que ella recordaba, pero no entendía ni valorizaba en conclusión ninguna; a la vista de la pareja copulando se estableció al instante la conexión de la impresión nueva con esas dos series de reminiscencias; empezó a comprender y, al mismo tiempo, a defenderse. Luego siguió un breve período de acabado, de «incubación», y se instalaron los síntomas de la conversión, el vómito como sustituto del asco moral y psíquico. Con ello quedaba solucionado el enigma; no le dio asco la visión de aquellos dos, sino un recuerdo que esa visión le evocó, y, bien ponderadas todas las cosas, sólo podía ser el recuerdo del asalto nocturno, cuando ella «sintió el cuerpo del tío».
Le dije, pues, tras terminar ella su confesión: «Ahora ya sé lo que se le pasó por la cabeza cuando miró dentro del dormitorio. Usted ha pensado: «Ahora hace con ella lo que aquella noche, y las otras veces, quería hacer conmigo». Eso le dio asco porque usted se acordó de la sensación que tuvo cuando a la noche se despertó y sintió su cuerpo».
Ella responde: «Muy bien puede ser que eso me diera asco y se me pasara eso por la cabeza».
«Ahora dígame con exactitud; ya es una muchacha crecida, y lo sabe todo».
«Ahora sí, claro está».
«Dígame entonces con exactitud: ¿qué fue lo que sintió de su cuerpo aquella noche?».
Pero ella no da una respuesta precisa; sonríe turbada y como convicta y confesa, como uno que debe admitir que ahora se ha llegado {kommen} a la raíz de las cosas, sobre la cual ya no cabe decir mucho más. Puedo imaginarme cuál fue la sensación táctil que más tarde aprendió a interpretar; su gesto paréceme decir que presupone que yo me imagino lo correcto, pero ya no puedo seguir ahondando en ella; sólo me resta agradecerle que resulte tanto más fácil hablar con ella que con las mojigatas damas de mí práctica urbana, para quienes todas las cosas naturales son obscenas.
Con esto estaría aclarado el caso; pero, un momento: ¿de dónde proviene la alucinación de la cabeza que le provoca pavor y es recurrente en el ataque? Ahora se lo pregunto. Como si en esta plática se hubiera ensanchado su entendimiento, responde enseguida: «Sí, ahora lo sé: la cabeza es la de mi tío, ahora la reconozco; pero no de aquel tiempo. Más tarde, después que se desataron todas las querellas, mi tío concibió una absurda furia contra mí; siempre ha dicho que soy la culpable de todo; si no hubiera soplado, nunca se hubiera llegado {kommen} a la separación; siempre me ha amenazado con hacerme algo; cuando me vio a lo lejos, su rostro se desfiguró por la furia y se abalanzó sobre mí con la mano levantada. Siempre me he escapado de él, y siempre con la mayor angustia de que me atrapara de improviso en algún lado. El rostro que yo ahora veo siempre es su rostro cuando estaba furioso».
Esta noticia me hace acordar de que el primer síntoma de la histeria, el vómito, ha pasado ya; el ataque de angustia permaneció y se llenó con el nuevo contenido. Según eso, se trata de una histeria ya abreaccionada en gran parte. Es que, en efecto, ella ha comunicado su descubrimiento al poco tiempo a su tía.
«¿Ha contado a su tía también las otras historias, cómo él la asediaba?».
«Sí; no enseguida, pero después, cuando ya se había hablado de divorcio. Entonces tía dijo: «Esto lo dejamos para más tarde; si opone dificultades ante la justicia, lo diremos también»».
Puedo comprender que justamente del último tiempo, cuando las escenas inquietantes en la casa se acumularon, cuando su estado dejó de despertar el interés de la tía reclamada por la querella; que de ese tiempo, digo, de acumulación y de retención, quedara el símbolo mnémico [del rostro alucinado].
Espero que el declararse conmigo haya hecho algún bien a esta muchacha tan prematuramente lastimada en su sentir sexual; no la he vuelto a ver.
Epicrisis
Nada podré objetar si en este historial clínico alguien ve menos un caso de histeria analizada que uno resuelto por mero colegir. Es cierto que la enferma admitió todo lo que yo interpolé en su informe como verosímil; empero, no estaba en condiciones de reconocerlo como algo vivenciado. Opino que para ello habría hecho falta la hipnosis. Si supongo que colegí rectamente, y ahora intento reducir este caso al esquema de una histeria adquirida, tal como resultó del caso 3, parece natural comparar las dos series de vivencias eróticas con unos momentos traumáticos, y la escena del descubrimiento de la pareja, con un momento auxiliar.
La semejanza reside en que en las primeras se creó un contenido de conciencia que, excluido de la actividad pensante del yo, permaneció guardado, mientras que en la última escena una nueva impresión fuerza la reunión asociativa de esos grupos, que se encontraban apartados, con el yo. Por otra parte, hallamos también divergencias que no pueden ser descuidadas. La causa del aislamiento no es, como en el caso 3, la voluntad del yo, sino la ignorancia del yo, que aún no sabe qué hacer con unas experiencias sexuales. En este aspecto, el caso de Katharina es típico; en el análisis de cualquier histeria que tenga por fundamento traumas sexuales, uno halla impresiones de la época presexual que, no habiendo producido efectos sobre la niña, más tarde cobran, como recuerdos, una violencia traumática al abrirse para la joven virgen o la esposa el entendimiento de la vida sexual. La escisión de grupos psíquicos es, por así decir, un proceso normal en el desarrollo de los adolescentes, y bien se comprende que su posterior recepción dentro del yo proporcione una ocasión, aprovechada con harta frecuencia, de perturbación psíquica. Además, en este lugar manifestaría la duda de que la escisión de la conciencia por ignorancia se pueda diferenciar realmente de la producida por desautorización conciente, y de que los adolescentes no posean un conocimiento sexual con frecuencia mucho mayor del que se sospecharía en ellos y del que ellos mismos se atribuyen.
Otra divergencia en el mecanismo psíquico de este caso reside en que la escena del descubrimiento, que hemos calificado de «auxiliar», merece al mismo tiempo el nombre de «traumática». Produce efectos por su propio contenido, no meramente por despertar vivencias traumáticas preexistentes; reúne los caracteres de un momento «auxiliar» y de uno traumático.
Pero en esta coincidencia yo no veo razón alguna para abandonar una separación conceptual que en otros casos corresponde a una temporal. Otra peculiaridad del caso de Katharina, con la cual empero estamos familiarizados desde hace mucho, se muestra en que la conversión, la producción de los fenómenos histéricos, no se cumple enseguida después del trauma, sino luego de un intervalo de incubación. Charcot llamaba de preferencia a ese intervalo la «época de la elaboración [élaboration] psíquica».
La angustia que Katharina padecía en sus ataques es histérica, es decir, una reproducción de aquella angustia que emergió en cada uno de los traumas sexuales. Omito elucidar aquí el proceso que he discernido como el que sobreviene de una manera regular en un número enormemente grande de casos, a saber, la vislumbre de vínculos sexuales produce en personas virginales un afecto de angustia.