LACAN, SEMINARIO 19. Clase 6: 8 de Marzo de 1972

LACAN, SEMINARIO 19. Clase 6: 8 de Marzo de 1972

LACAN, SEMINARIO 19. Clase 6: 8 de Marzo de 1972

Las cosas son de tal modo que, ya que pretendo este año hablarles del Uno,

comenzaré hoy por enunciar lo que respecta al Otro, este Otro con O mayúscula, a

propósito del cual he recogido hace un año la inquietud, señalada por un marxista, a quien

debía el lugar desde donde había podido retomar mi trabajo, la inquietud de que este Otro

era ese tercero que al adelantarlo en la relación de la pareja no podía —él, el marxista—,

sino identificarlo a Dios.

Esta inquietud, a continuación, prosiguió lo suficiente para inspirarle una desconfianza

irreductible con respecto a la huella que yo podía dejar, es una cuestión que dejaré de lado

por ahora, porque voy a comenzar por el simple develamiento de este otro que escribo en

efecto con O mayúscula. El Otro del que se trata, el Otro es aquel de la pareja sexual, ese

mismo, y es por eso que nos va a ser necesario producir un significante que no puede

escribirse sino de lo que barra ese gran A: A/ [A mayúscula barrada]. No sé — no es

fácil— no sé —lo subrayo sin detenerme pues no daré un paso, no se goza sino del Otro

(on ne jouit que de l’Autre).

Es más difícil avanzar en esto que parecería imponerse, porque lo que carácteriza al goce,

después de lo que acabo de decir, se sustraería. Adelantaré que no se es gozado más que

por el Otro. Es el abismo que nos ofrece en efecto la cuestión de la existencia de Dios,

precisamente la que dejo en el horizonte como inefable, porque lo que es importante no es

la relación con lo que goza de lo que podríamos creer nuestro ser. Lo importante, cuando

digo que no se goza más que del Otro es lo siguiente: no se goza de él sexualmente —no

hay relación sexual— ni se es gozado así, ven que «lalengua», «lalengua» que escribo en

una sola palabra, que es sin embargo buena chica, resiste aquí, infla la mejilla. Se goza,

hay que decirlo, del Otro, se goza «mentalmente». Hay una observación en ese

Parménides, que toma aquí su valor de modelo, es por eso que les he recomendado ir a

cultivarse un poco con él. Naturalmente, si leen en diagonal los comentarios que se hacen

de él en la Universidad, lo situarán en la línea de los filósofos, verán que es considerado

como un ejercicio particularmente brillante. Pero, después de este saludito, se les dice que

no hay mucho que hacer, que Platón simplemente llevó a su último grado de acuidad lo

que se les deducirá de su teoría de las formas. Es tal vez de otro modo que hay que leerlo:

hay que leerlo con inocencia… Observen que de tanto en tanto algo puede impresionarlos

aunque no fuera por ejemplo más que esta observación, cuando aborda así completamente al

pasar, al comienzo de la séptima hipótesis que parte del «Si el Uno no

es», completamente al margen dice: «¿y si dijéramos que el No-Uno no es?» Y allí se aplica

a mostrar que la negación de cualquier cosa —no sólo del Uno, el no-mayúscula y el

no-minúscula— esta negación como tal se distingue por no negar al mismo término.

Está bien en cuanto a lo que se trata, la negación del goce sexual en lo que les ruego

detenerse un instante.

Que escriba S paréntesis A barrado, S(A/) [A mayúscula barrada], y que es lo mismo que

acabo de formular de que el Otro, se goza de él mentalmente, lo que escribe algo sobre el

Otro, y como lo he adelantado, en tanto término de la relación que por desvanecerse, por

no existir, deviene el lugar donde se escribe, donde se escribe tal como esas cuatro

fórmulas están allí inscritas para transmitir un saber, porque —he hecho ya, me parece,

suficiente alusión— el saber, en la materia, el saber se enseña tal vez, pero lo que se

transmite es la fórmula. Es justamente porque uno de los términos se vuelve el lugar en

donde la relación se escribe, que ella no puede más ser… relación ya que el término

cambia de función, deviene el lugar donde ella se escribe y la relación no es sino por estar

escrita justamente en el lugar de ese término. Uno de los términos de la relación debe

vaciarse para permitirle a esta relación escribirse.

(escritura en griego)

Es en lo que ese «mentalmente» que avancé hace un rato entre comillas que la palabra no

puede enunciar, es lo que sustrae radicalmente a ese «mentalmente» todo alcance de

idealismo, ese idealismo incontestable al verlo desarrollarse bajo la pluma de Berkeley,

observaciones que espero ustedes conocen, que reposan todas sobre el hecho de que

nada de lo que se piensa no es pensado sino por alguien. Hay allí argumento o más

exactamente argumentación irreductible y que sería más mordiente si confesara de lo que

se trata: el goce. Ustedes no gozan más que de fantasmas, he aquí lo que daría alcance al

idealismo que nadie por otra parte, a pesar de que sea incontestable, toma en serio. Lo

importante es que vuestros fantasmas los gozan. Y es aquí que puedo volver a lo que

decía hace un momento, es que, como ustedes ven, aún «lalengua», que es buena chica,

no deja salir esta palabra fácilmente.

Que el idealismo avance que no se trata más que de pensamientos para salir del paso,

«lalengua» que es buena chica, pero no tan buena, puede tal vez ofrecerles algo que no

voy a tener de todos modos necesidad de escribir para rogarles que hagan consonar ese

«que» de otro modo. En fin, si hay que hacérselos entender: q.u.e.u.e. «Queue de

pensamientos» es lo que permite la buena —chiquería de lalengua en francés, es en esta

lengua que me expreso, no veo porqué no lo aprovecharía; si hablara otra, encontraría otra

cosa. No se trata allí «queue de pensamientos», no, como lo dice el idealista, en tanto que

se los piensa, ni aún sólo que se los pienso luego soy —lo que constituye sin embargo un

progreso— sino que ellos se piensan realmente.

Es así que me destaco, en la medida en que esto tiene el menor interés porque no veo

porqué me destacaría, porqué me destacaría filosóficamente, yo, por quien emerge un

discurso que no es el discurso filosófico, el discurso psicoanalítico en particular, cuyo

esquema reproduje a la derecha, al que califico de discurso en razón de lo que subrayé, nada toma sentido sino de las relaciones de un discurso a otro discurso. Lo que supone

por supuesto este ejercicio del que no puedo decir ni esperar que yo los haya hecho

duchos.

Todo esto les corre por supuesto como el agua sobre las plumas de un pato, ya que —y

por otra parte esto constituye vuestra existencia— están solidariamente insertos en

discursos que los preceden, que están allí desde hace un tiempo, un montón, incluido el

discurso filosófico, en la medida en que se los transmite el discurso universitario, es decir

en qué estado. Allí están ustedes sólidamente instalados, y eso constituye vuestro asiento.

Los que ocupen el lugar de ese Otro, de ese Otro que saco a la luz, no hay que creer que

tengan más ventajas que ustedes; pero de todos modos , se les ha puesto entre manos un

mobiliario que no es fácil de manejar. En ese mobiliario está el sillón, cuya naturaleza no

está aún bien situada. El sillón es esencial sin embargo porque lo propio de ese discurso

es permitir a ese algo que está escrito allí arriba a la derecha, bajo la forma de S/ y que es,

como toda escritura, una forma muy atractiva —que la S sea lo que Hogarth da como

huella de la belleza, no es completamente una casualidad, debe tener en algún lugar un

sentimiento y ya que hay que barrarla eso tiene seguramente uno también— pero sea

como sea, lo que se produce a partir de ese sujeto barrado es algo de lo que es curioso

ver que lo escribo de la misma manera que lo que tiene en el discurso del Amo otro lugar,

el lugar dominante. Esa S de 1, S1, es justamente lo que para ustedes, en tanto hablo

aquí, trato de producir en lo que, lo he dicho muchas veces, estoy en el lugar, el mismo —y

es por eso que es enseñante, estoy en el lugar del analizante.

Lo que está escrito ha sido pensado, he ahí la cuestión. Se puede no poder decir por

quién ha sido pensado. Y es incluso, en todo lo escrito, con lo que tienen que vérselas. La

«queue de pensamientos» de la que hablaba, es el sujeto mismo, el sujeto en tanto que

hipotético de esos pensamientos. Este hipotético, les han machacado tanto las orejas con

él desde Aristóteles, el (escritura en griego) que era sin embargo claro, han hecho una

cosa tal que una gata no encontraría ya más a sus gatitos. Voy a llamarlo «la traine» (la

cola, el arrastre) justamente de este «queue de pensamientos», de ese algo real que

produce ese efecto de cometa que denominé la «queue de pensamiento» y que es tal vez

muy bien el falo.

Si lo que ocurre allí no es capaz de ser reconquistado por lo que acabo de denominar la

traine, lo que no es concebible más que porque el efecto que es, es de la misma agudeza

que su advenimiento, a saber el desarreglo (desarroi), si me permiten llamar así a la

disjunción de la relación sexual, lo que ocurre allí no es capaz de ser reconquistado

«nachträlglich», si lo que se pensó no es abierto al alcance de los medios de un repensado,

lo que consiste justamente en percibir, al escribirlo, que eran pensamientos —porque el escrito, dígase lo que se diga, viene después que esos pensamientos, esos pensamientos

reales, se hayan producido— es en ese esfuerzo de repensado de ese «nachträglich», esta

repetición, que es el fundamento de lo que descubre la experiencia analítica.

Que se escriba, es allí prueba, pero sólo prueba del «efecto de retoma», «nachträglicht», es

lo que funda al psicoanálisis. Cuantas veces en los diálogos filosóficos ven ustedes el

argumento: si no me sigues hasta aquí no hay filosofía. Lo que voy a decirles es

exactamente lo mismo: una de dos, o lo que está recibido aún en el común, en todo lo que

se escribe sobre psicoanálisis, en todo lo que fluye de la pluma de los psicoanalistas, a

saber que lo que piensa no es pensable y entonces no hay psicoanálisis; para que pueda

haber psicoanálisis, y para decirlo todo, interpretación, es necesario que aquello de lo que

parte el «queue de pensamientos» haya sido pensado, pensado en tanto que pensamiento

real.

Es por eso que les he hecho tostadas con Descartes. El «pienso, luego soy» no quiere

decir nada si no es verdad. Es verdad, porque «luego soy» es lo que pienso antes de

saberlo y lo quiera o no. Es lo mismo. La misma cosa, es lo que denominé justamente la

«Cosa freudiana». Es justamente porque es la misma cosa, ese «yo pienso» y lo que pienso

es decir «luego soy», es justamente porque es la misma cosa, ese «yo pienso» y lo que

pienso, es decir «luego soy», que no es equivalente. Porque por eso es que hablé de la

«Cosa freudiana». Porque en una cosa, dos caras (faces), y escribanlo como quieran

f.a.c.e (cara) o f.a.s.s.e (haga)— dos caras, es no sólo no equivalente, es decir

reemplazable uno por otro en el decir, no hay equivalente, no es ni siquiera parecido.

Es por eso que no hablé de la «Cosa Freudiana» sino de cierta manera. Lo que escribí se

lee, es incluso curioso que sea una de las cosas que obligan a releerlo, es incluso para

eso que está hecho. Y cuando se lo relee se percibe que no hablo de la cosa, porque no

se puede hablar de eso. Hablar «de eso»: la hago hablar a ella misma. La Cosa de que se

trata enuncia: «Yo, la verdad, hablo». Y ello no lo dice, por supuesto así, pero debe verse, y

es por eso incluso que lo escribí, lo dice de todas las maneras y me atrevería a decir que

no es un mal fragmento, no soy aprehensible más que en mis secretos

(cachotteries-misterios triviales). Lo que se escribe, de la Cosa, hay que considerarlo como

lo que se escribe proveniente de ella, no de quien escribe. Es lo que hace que la ontología,

dicho de otro modo, la consideración del sujeto como ser, la ontología es una vergüenza,

si me lo permiten. Entonces lo han entendido: hay que saber de qué se habla. O el «luego

soy» no es más que un pensamiento, a demostrar que es lo impensable que piensa, o es el

hecho de decirlo que puede actuar sobre la cosa lo suficiente para que ella gire de otro

modo. Y es allí que todo pensamiento se piensa por sus relaciones a lo que se escribe de

él. De otro modo, lo repito, no hay psicoanálisis. Estamos en el I.N.A.N. que es

actualmente lo más difundido, lo I.N.A.N. alizable.

No basta con decir que es imposible, porque no excluye que se practique. Para que se

practique sin ser I.N.A.N., no es la calificación de imposible lo que importa, es su relación a

lo imposible lo que está en causa, y la relación a lo imposible es una relación de

pensamiento. Esta relación no podría tener ningún sentido si la imposibilidad demostrada

no fuera estrictamente una imposibilidad de pensamiento porque es la única demostrable.

Si fundamos lo imposible en esa relación a lo Real, nos queda por decir lo que les doy como regalo, lo obtuve de una mujer hermosa, lejana en mi pasado, que permanece no

obstante marcada de un encantador olor a jabón, con el acento valdense que ella sabía

tomar para, habiéndose purificado, recuperarlo. «Nada es imposible al hombre» decía— no

puedo imitarles el acento valdense porque no nací allí— «lo que no puede hacer lo deja».

Esto para centrarles todo lo que es respecto de lo imposible en tanto este término es

aceptable por alguien sensato.

Y bien, esta anulación del Otro no se produce sino a ese nivel donde se inscribe de la

única manera que puede inscribirse, a saber como lo he inscripto: ? de x, y la barra

encima ? x lo que quiere decir que no se puede escribir más que lo que hace obstáculo

allí, a saber la función fálica, que la función fálica, ? x , no sea verdad. Entonces qué

quiere decir ? x, a saber ¿»Existe x» tal como podría escribirse en esta negación de la

verdad de la función fálica? Es lo que merece que lo articulemos según tiempos y ustedes

ven que lo que vamos a poner en cuestión es precisamente este estatuto de la existencia

en tanto no está claro.

Pienso que hace bastante tiempo que tienen las orejas, las entendederas martilladas por

la distinción de la esencia y la existencia como para no estar satisfechos. Que haya allí, en

lo que el discurso analítico nos permite aportar sentidos a los discursos precedentes, es

algo que no podría al fin de cuentas, por la colección de esas fórmulas más que hilvanar

con el término de una motivación de la que lo desapercibido es lo que engendra por

ejemplo la dialéctica hegeliana que, en razón de este desapercibido no prescinde, si puedo

decir, sino al considerar que el discurso como tal regentea el mundo.

He aquí reencontrando una pequeña nota lateral, no veo por qué no la tomaría, esta

disgresión, tanto más cuanto que no me piden más que eso. Me piden eso porque si fuera

derechito los fatigaría. Lo que deja una sombra de sentido al discurso de Hegel, es una

ausencia, muy precisamente esta ausencia de la plus-valía tal como es obtenida del goce,

en lo Real, por el discurso del Amo. Pero esta ausencia, de todos modos, señala algo:

señala realmente al Otro, no como abolido sino justamente como imposibilidad de

correlato. Y es al presentificar esta imposibilidad que colorea el discurso de Hegel,

porque… no perderán nada al reller, no sé, simplemente el prefacio de la Fenomenología

del Espíritu en correlación con lo que adelanto aquí. Ven todos los deberes de vacaciones

que les doy: Parménides y la Fenomenología el prefacio al menos, porque la

Fenomenología, naturalmente no la leen nunca. Pero el prefacio está muy bien, vale por sí

sólo el trabajo de releerlo, y verán que confirma, toma sentido de lo que les digo. No me

atrevo a prometerles otro tanto del Parménides, tomará sentido, pero así lo espero, porque

es propio a un nuevo discurso renovar lo que se pierde en los remolinos de los antiguos

discursos justamente el sentido.

Si les dije que hay algo que lo colorea, este discurso de Hegel es que allí la palabra color

quiere decir otra cosa que sentido. La promoción de lo que adelanto justamente lo

decolora, completa el efecto del discurso de Marx, donde hay algo que querría subrayar y

que constituye su límite: comporta una protesta de la que resulta que el consolida el

discurso del Amo completándolo, y no sólo por la plusvalía, al incitar —siento que esto va a

provocar revuelos— al incitar a la mujer a existir como igual. Igual a qué, nadie lo sabe, porque se

puede decir también que el hombre igual a cero, ya que necesita la existencia

de algo que lo niega para que exista como todos. En otros términos, la suerte de

confusión, que no es inhabitual: vivimos en la confusión, y sería erróneo creer que vivimos

de eso, no va de suyo, no veo porqué, la falta de confusión impediría vivir. Inclusive es

muy curioso que uno se precipita allí, es el caso de decirlo: uno se entrega.

Cuando un discurso como el discurso analítico emerge, lo que les propone es de ser

fuertes como un roble para soportar el complot de la verdad. Cada cual sabe que los

complots no van lejos. Es más fácil hacer tanto bla-bla-bla que se termina por ubicar muy

bien a todos los conjurados. Se confunde, se precipita en la negación de la división sexual,

la diferencia, si ustedes quieren… Si dije «división» es que es operacional. Si digo

«diferencia» es porque es precisamente lo que pretende borrar este uso del signo «igual» :

la mujer = al hombre.

Lo que es formidable se los voy a decir: no son todas esas boludeces; lo formidable es el

obstáculo que pretenden por ese término grotesco transgredir. He enseñado cosas que no

pretenden transgredir nada sino ceñir un cierto número de puntos nodales, puntos de

imposible. A través de lo que, por supuesto, hay gente que a la que eso molestaba porque

eran los representantes, los bien acreditados del discurso analítico en ejercicio, me han

dado así uno de esos golpes que les quiebran la voz. Me sucedió por, por un muchacho

encantador, físicamente, me hizo eso un día, es un amor, puso coraje. Lo hizo a pesar de

que yo estaba al mismo tiempo bajo al amenaza de un asunto en el que no creía

especialmente —pero en fín, hacía como si— de un revólver.

Pero los tipos que me cortaron la voz en cierto momento, no lo hicieron a pesar de… lo

hicieron porque estaba bajo la amenaza de un chumbo, uno verdadero, no de juguete

como el otro. Consistía en someterme a examen, es decir precisamente al standard de la

gente precisamente que no quería oír nada del discurso analítico, aún cuando ocuparan la

posición fundamental. ¿Qué querían que hiciera? Desde el momento en que no me sometí

a ese examen estaba, por supuesto, condenado por anticipado, lo que naturalmente hacía

mucho más fácil cortarme la voz. Porque una voz, existe. Lo que duró así varios años,

debo decir, tenía tan poca voz… Tengo de todos modos una voz de la que nacieron los

«Cachiers pour la Psychanalyse», que es una muy fina literatura, se las recomiendo

decididamente, porque estaba tan enteramente ocupado de mi voz, que esos «Cachiers

pour la Psychanalyse»— voy a decirles todo, no puedo hacer todo; no puedo leer los

«Cachiers pour la Psychanalyse»— tenía que curarme en salud, lo he hecho ahora, los he

leído de cabo a rabo, son formidables. Es formidable, pero es marginal porque no estaba

hecho por psicoanalistas. Durante ese tiempo los psicoanalistas charlaban: no se habló

nunca tanto de la transgresión en torno a mí como durante el tiempo en el que yo había

allí… ¡pfuit Voilá!

Porque figúrense, cuando se trata del verdadero imposible, de lo imposible que se

demuestra, de lo imposible tal como se articula —y por supuesto, lleva tiempo— entre los

primeros garabatos encontrarán algo que existía pero no de la manera que se creía hasta

el momento, a la manera del ser, es decir, de lo que cada uno de ustedes se cree, se cree

ser, bajo pretexto de que son individuos, se percibió que había cosas que existían en ese

sentido de que constituyen el límite de lo que puede resistir de la avanzada de la

articulación de un discurso. Eso es lo Real. Su aproximación por la vía de lo que llamo lo

simbólico, lo que quiere decir los modos de lo que se enuncia por ese campo, ese campo

que existe, del lenguaje, ese imposible, en tanto se demuestra, no se transgrede.

Hay cosas que desde hace mucho tiempo han constituido referencia mítica tal vez, pero

muy buena referencia, no sólo de lo que respecta a este imposible sino de su motivación,

muy precisamente a saber: que la relación sexual no se escribe. En el género no se ha

hecho nunca nada mejor que, no diré la religión, porque como se los diré, se los explicaré

a lo largo y a lo ancho, no se hace etnología cuando se es psicoanalista, y ahogar la

religión en un término general, es lo mismo que hacer etnología.

No puedo tampoco decir que no hay que más que una, pero está aquella en la que nos

bañamos, la religión cristiana. Y bueno, créanme la religión cristiana se las arregla muy

bien con vuestras transgresiones, es incluso lo que ella anhela, lo que la consolida. ¡Más

transgresiones hay, más le conviene!

Y es eso justamente lo que está en cuestión, se trata de demostrar dónde está la verdad

de lo que se sostiene en pie un cierto número de discursos que los petrifican.

Terminaré hoy —ojalá que no haya estropeado mi anillo— terminaré hoy en el mismo

punto en que comencé.

Partí del Otro, no salí de eso porque el tiempo pasa y porque después de todo no hay que

creer que en el momento en que la sesión termina, yo, no tenga mi claque. Redondearé

entonces lo que dije, trazo local, referido al Otro, dejando lo que podrá ser de lo que tengo

que avanzarles de lo que constituye el punto pivote, el punto al que apunto este año, a

saber el Uno —no por nada no lo he abordado hoy— porque lo verán, no hay nada que

sea tan deslizante como este Uno.

Es muy curioso: hace de esto cosa que tiene caras en lo que se hacen no innumerables

sino singularmente divergentes, como ustedes verán, es el Uno. El Otro, no por nada

tengo que tomar apoyo en él. El Otro, óiganlo bien, es entonces un entre, el «entre» del que

se trata en la relación sexual, pero desplazado y justamente por Otro-plantearse. Por «Otro

o plantearse», es curioso que al plantear este Otro, lo que he tenido que avanzar hoy no

concierne más que la mujer. Es ella quien, por esta figura del Otro nos da la ilustración a

nuestro alcance, por ser como lo ha escrito un poeta (entre centro y ausencia), entre el

sentido que toma en lo que denominé este «al-menos-uno» en el que ella no lo encuentra

sino al estado de lo que les anuncié — anuncié, no más— por no ser más que pura

existencia. Entre centro y la ausencia, ¿que se vuelve qué para ella? Justamente esta

segunda barra que no pude escribir más que al definirla como «No-toda», la que no está

contenida en la función fálica sino por eso ser su negación. Su modo de presencia está

entre centro y ausencia, entre la función fálica de la que participa, singularmente por lo que

«al-menos-una» que es su partenaire, en el amor, renuncia allí para ella, lo que le permite,

a ella, dejar aquello por lo que no participa en la ausencia que no es menos goce

(jouissance), por ser «gozo-ausencia» («jouis-absence»)

Y pienso que nadie dirá que lo que enuncio de la función fálica proviene de un

desconocimiento de lo que respecta al goce femenino. Es al contrario de lo que el

«gozo-presencia», si puedo expresarme así, de la mujer, en esta parte que no la hace «No toda»

abierta a la función fálica, es de lo que esta «goza-presencia», el «al-menos-uno» esté

apurado de habitarla en un contrasentido radical sobre lo que exige su existencia, es en

razón de ese contrasentido, que hace que no pueda siquiera existir, que la excepción de

su existencia misma está excluída, que entonces este estatuto del Otro hecho de no ser

universal se desvanece y que el desconocimiento del hombre es necesitado, lo que es la

definición de la histérica.

Es aquí que los dejaré hoy. Pongo un punto para darles cita dentro de 8 días, la reunión de

Sainte-Anne cae un día tal, el primer jueves de Abril, que, no tendrá lugar; se los advierto a

los que están aquí para que lo hagan saber a los demás que frecuentan Sainte-Anne.

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