Obras de S. Freud: La sexualidad infantil

Tres ensayos de teoría sexual (1905): La sexualidad infantil

El descuido de lo infantil.
Forma parte de la opinión popular acerca de la pulsión sexual la afirmación de que ella falta en la infancia y sólo despierta en el período de la vida llamado pubertad. No es este un error cualquiera: tiene graves consecuencias, pues es el principal culpable de nuestra presente
ignorancia acerca de las bases de la vida sexual. Un estudio a fondo de las manifestaciones
sexuales de la infancia nos revelaría probablemente los rasgos esenciales de la pulsión sexual,
dejaría traslucir su desarrollo y mostraría que está compuesta por diversas fuentes.
Cosa notable: los autores que se han ocupado de explicar las propiedades y reacciones del
individuo adulto prestaron atención mucho mayor a la prehistoria constituida por la vida de los
antepasados (vale decir, atribuyeron una influencia mucho más grande a la herencia) que a la
otra prehistoria, la que se presenta ya en la existencia individual: la infancia. Y eso que, según
debería suponerse, la influencia de este período de la vida es más fácil de comprender, y tendría
títulos para ser considerada antes que la de la herencia  (1). Es cierto que en la
bibliografía hallamos ocasionales noticias acerca de una práctica sexual temprana en niños
pequeños, acerca de erecciones, de la masturbación y aun de acciones parecidas al coito. Pero
se las menciona siempre como procesos excepcionales, como curiosidades o como
horrorosos ejemplos de temprana corrupción. Que yo sepa, ningún autor ha reconocido con
claridad que la existencia de una pulsión sexual en la infancia posee el carácter de una ley. Y en
los escritos, ya numerosos, acerca del desarrollo del niño, casi siempre se omite tratar el
desarrollo sexual. (2)
Amnesia infantil.
La razón de este asombroso descuido la busco, en parte, en los reparos convencionales de los
autores a consecuencia de su propia educación, y en parte en un fenómeno psíquico que hasta
ahora se ha sustraído de toda explicación. Aludo a la peculiar amnesia que en la mayoría de los
seres humanos ( ¡no en todos!) cubre los primeros años de su infancia, hasta el sexto o el
octavo año de vida. Hasta ahora no se nos ha ocurrido asombrarnos frente al hecho de esa
amnesia; pero tendríamos buenas razones para ello. En efecto, se nos informa que en esos
años, de los que después no conservamos en la memoria sino unos jirones incomprensibles,
reaccionábamos con vivacidad frente a las impresiones, sabíamos exteriorizar dolor y alegría de
una manera humana, mostrábamos amor, celos y otras pasiones que nos agitaban entonces
con violencia, y aun pronunciábamos frases que los adultos registraron como buenas pruebas
de penetración y de una incipiente capacidad de juicio. Y una vez adultos, nada de eso sabemos
por nosotros mismos. ¿Por qué nuestra memoria quedó tan retrasada respecto de nuestras
otras actividades anímicas? Máxime cuando tenemos fundamento para creer que en ningún otro
período de la vida la capacidad de reproducción y de recepción es mayor, justamente, que en
los años de la infancia. (3)
Por otro lado, tenernos que suponer -o podemos convencernos de ello merced a la indagación
psicológica de otras personas- que esas mismas impresiones que hemos olvidado dejaron, no
obstante, las más profundas huellas en nuestra vida anímica y pasaron a ser determinantes
para todo nuestro desarrollo posterior. No puede tratarse, pues, de una desaparición real de las
impresiones infantiles, sino de una amnesia semejante a la que observamos en los neuróticos
respecto de vivencias posteriores y cuya esencia consiste en un mero apartamiento de la
conciencia (represión). Ahora bien, ¿cuáles son las fuerzas que provocan esta represión de las impresiones infantiles? Quien solucione este enigma habrá esclarecido al mismo tiempo la amnesia histérica.
Comoquiera que sea, no dejaremos de destacar que la existencia de la amnesia infantil
proporciona otro punto de comparación entre el estado anímico del niño y el del psiconeurótico.
Ya encontramos un punto semejante cuando se nos impuso la fórmula de que la sexualidad de los psiconeuróticos conserva el estado infantil o ha sido remitida a él. ¿Y si la amnesia infantil misma debiera ponerse en relación con las mociones sexuales de la infancia? En verdad, es algo más que un mero juego de ingenio enlazar la amnesia infantil con la
histérica. Esta última, que se halla al servicio de la represión, sólo se vuelve explicable por la
circunstancia de que el individuo ya posee un acervo de huellas mnémicas que se han sustraído
a su asequibilidad conciente y que ahora, mediante una ligazón asociativa, arrastran hacia sí
aquello sobre lo cual actúan, desde la conciencia, las fuerzas repulsoras de la represión (4). Sin amnesia infantil, podríamos decir, no habría amnesia histérica (5). En mi opinión, pues, la amnesia infantil, que convierte la infancia de cada individuo en un tiempo anterior, por así decir prehistórico, y le oculta los comienzos de su propia vida sexual, es la culpable de que no se haya otorgado valor al período infantil en el desarrollo de la vida sexual.
Un solo observador no puede llenar las lagunas que ello ha engendrado en nuestro
conocimiento. Ya en 1896 (6) destaqué la relevancia de los años infantiles para la génesis de
ciertos importantes fenómenos, dependientes de la vida sexual, y después no he cesado de traer al primer plano el factor infantil de la sexualidad.
El período de latencia sexual de la infancia y sus rupturas.
Los hallazgos extraordinariamente frecuentes de mociones sexuales que se creían excepciones
y casos atípicos en la infancia, así como la revelación de los recuerdos infantiles de los
neuróticos, hasta entonces inconcientes (7) permiten quizá trazar el siguiente cuadro de la
conducta sexual en ese período: Parece seguro que el neonato trae consigo gérmenes de
mociones sexuales que siguen desarrollándose durante cierto lapso, pero después sufren una
progresiva sofocación; esta, a su vez, puede ser quebrada por oleadas regulares de avance del
desarrollo sexual o suspendida por peculiaridades individuales. Nada seguro se conoce acerca
del carácter legal y la periodicidad de esta vía oscilante de desarrollo. Parece, empero, que casi
siempre hacia el tercero o cuarto año de vida del niño su sexualidad se expresa en una forma asequible a la observación. (8)
Las inhibiciones sexuales.
Durante este período de latencia total o meramente parcial se edifican los poderes anímicos que
más tarde se presentarán como inhibiciones en el camino de la pulsión sexual y angostarán su
curso a la manera de unos diques (el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales
en lo estético y en lo moral). En el niño civilizado se tiene la impresión de que el establecimiento
de esos diques es obra de la educación, y sin duda alguna ella contribuye en mucho. Pero en
realidad este desarrollo es de condicionamiento orgánico, fijado hereditariamente, y llegado el
caso puede producirse sin ninguna ayuda de la educación. Esta última se atiene por entero a la
esfera de competencia que se le ha asignado cuando se limita a marchar tras lo prefijado
orgánicamente, imprimiéndole un cuño algo más ordenado y profundo.
Formación reactiva y sublimación.
¿Con qué medios se ejecutan estas construcciones tan importantes para la cultura personal y
la normalidad posteriores del individuo? Probablemente a expensas de las mociones sexuales
infantiles mismas, cuyo aflujo no ha cesado, pues, ni siquiera en este periodo de latencia, pero
cuya energía -en su totalidad o en su mayor parte- es desviada del uso sexual y aplicada a otros
fines. Los historiadores de la cultura parecen contestes en suponer que mediante esa
desviación de las fuerzas pulsionales sexuales de sus metas, y su orientación hacia metas
nuevas (un proceso que merece el nombre de sublimación), se adquieren poderosos
componentes para todos los logros culturales. Agregaríamos, entonces, que un proceso igual
tiene lugar en el desarrollo del individuo, y situaríamos su comienzo en el período de latencia
sexual de la infancia (9).
Puede, asimismo, arriesgarse una conjetura acerca del mecanismo de tal sublimación. Las
mociones sexuales de estos años infantiles serían, por una parte, inaplicables, pues las
funciones de la reproducción están diferidas, lo cual constituye el carácter principal del período
de latencia; por otra parte, serían en sí perversas, esto es, partirían de zonas erógenas y se
sustentarían en pulsiones que dada la dirección del desarrollo del individuo sólo provocarían
sensaciones de displacer. Por eso suscitan fuerzas anímicas contrarias (mociones reactivas)
que construyen, para la eficaz sofocación de ese displacer, los mencionados diques psíquicos:
asco, vergüenza y moral. (10)
Rupturas del período de latencia.
Sin hacernos ilusiones en cuanto a la naturaleza hipotética y a la insuficiente claridad de
nuestras intelecciones sobre los procesos del período infantil de latencia o de diferimiento,
volvamos a hacer pie en la realidad para indicar que ese empleo de la sexualidad infantil
constituye un ideal pedagógico del cual el desarrollo del individuo se aparta casi siempre en algunos puntos, y a menudo en medida considerable. De tiempo en tiempo irrumpe un bloque de exteriorización sexual que se ha sustraído a la sublimación, o cierta práctica sexual se conserva durante todo el período de latencia hasta el estallido reforzado de la pulsión sexual en la pubertad. Los educadores, en la medida en que prestan alguna atención a la sexualidad infantil, se conducen como si compartieran nuestras opiniones acerca de la formación de los poderes de defensa morales a expensas de la sexualidad, y como si supieran que la práctica sexual hace ineducable al niño; en efecto, persiguen como «vicios» todas las exteriorizaciones sexuales del niño, aunque sin lograr mucho contra ellas. Ahora bien, nosotros tenemos fundamento para interesarnos en estos fenómenos temidos por la educación, pues esperamos que ellos nos esclarezcan la conformación originaria de la pulsión sexual.
Las exteriorizaciones de la sexualidad infantil.
El chupeteo
Por motivos que después se verán, tomaremos como modelo de las exteriorizaciones sexuales
infantiles el chupeteo (el mamar con fruición), al que el pediatra húngaro Lindner ha consagrado
un notable estudio (1879). (11)
El chupeteo {Ludeln o Lutschen}, que aparece ya en el lactante y puede conservarse hasta la
madurez o persistir toda la vida, consiste en un contacto de succión con la boca (los labios),
repetido rítmicamente, que no tiene por fin la nutrición. Una parte de los propios labios, la lengua,
un lugar de la piel que esté al alcance -aun el dedo gordo del pie-, son tomados como objeto
sobre el cual se ejecuta la acción de mamar. Una pulsión de prensión que emerge al mismo
tiempo suele manifestarse mediante un simultáneo tironeo rítmico del lóbulo de la oreja y el
apoderamiento de una parte de otra persona (casi siempre de su oreja) con el mismo fin. La
acción de mamar con fruición cautiva por entero la atención y lleva al adormecimiento o incluso
a una reacción motriz en una suerte de orgasmo (12). No es raro que el mamar con
fruición se combine con el frotamiento de ciertos lugares sensibles del cuerpo, el pecho, los
genitales externos. Por esta vía, muchos niños pasan del chupeteo a la masturbación.
El propio Lindner (13) ha reconocido la naturaleza sexual de esta acción y la ha destacado sin
reparos. En la crianza, el chupeteo es equiparado a menudo a las otras «malas costumbres»
sexuales del niño. Muchos pediatras y neurólogos han objetado con energía esta concepción;
pero en parte su objeción descansa, sin duda alguna, en la confusión de «sexual» con «genital».
Ese disenso plantea una cuestión difícil e inevitable: ¿Cuál es el carácter universal de las
exteriorizaciones sexuales del niño, que nos permitiría reconocerlas? Opino que la
concatenación de fenómenos que gracias a la indagación psicoanalítica hemos podido inteligir
nos autoriza a considerar el chupeteo como una exteriorización sexual, y a estudiar justamente
en él los rasgos esenciales de la práctica sexual infantil. (14)
Autoerotismo.
Tenemos la obligación de considerar más a fondo este ejemplo. Destaquemos, como el
carácter más llamativo de esta práctica sexual, el hecho de que la pulsión no está dirigida a otra
persona; se satisface en el cuerpo propio, es autoerótica, para decirlo con una feliz designación
introducida por Havelock Ellis [1898].  (15)
Es claro, además, que la acción del niño chupeteador se rige por la búsqueda de un placer -ya
vivenciado, y ahora recordado- Así, en el caso más simple, la satisfacción se obtiene mamando
rítmicamente un sector de la pie¡ o de mucosa. Es fácil colegir también las ocasiones que
brindaron al niño las primeras experiencias de ese placer que ahora aspira a renovar. Su
primera actividad, la más importante para su vida, el mamar del pecho materno (o de sus
subrogados), no pudo menos que familiarizarlo con ese placer. Diríamos que los labios del niño
se comportaron como«una zona erógena, y la estimulación por el cálido aflujo de leche fue la
causa de la sensación placentera. Al comienzo, claro está, la satisfacción de la zona erógena
se asoció con la satisfacción de la necesidad de alimentarse. El quehacer sexual se apuntala
{anlehnen} primero en una de las funciones que sirven a la conservación de la vida, y sólo más
tarde se independiza de ella (16). Quien vea a un niño saciado adormecerse en el
pecho materno, con sus mejillas sonrosadas y una sonrisa beatífica, no podrá menos que
decirse que este cuadro sigue siendo decisivo también para la expresión de la satisfacción
sexual en la vida posterior. La necesidad de repetir la satisfacción sexual se divorcia entonces
de la necesidad de buscar alimento, un divorcio que se vuelve inevitable cuando aparecen los
dientes y la alimentación ya no se cumple más exclusivamente mamando, sino también
masticando. El niño no se sirve de un objeto ajeno para mamar; prefiere una parte de su propia
piel porque le resulta más cómodo, porque así se independiza del mundo exterior al que no
puede aún dominar, y porque de esa manera se procura, por así decir, una segunda zona
erógena, si bien de menor valor. El menor valor de este segundo lugar lo llevará más tarde a
buscar en otra persona la parte correspondiente, los labios. (Podríamos imaginarlo diciendo:
«Lástima que no pueda besarme a mí mismo».)
No todos los niños chupetean. Cabe suponer que llegan a hacerlo aquellos en quienes está
constitucionalmente reforzado el valor erógeno de la zona de los labios. Si este persiste, tales
niños, llegados a adultos, serán grandes gustadores del beso, se inclinarán a besos perversos
o, si son hombres, tendrán una potente motivación intrínseca para beber y fumar. Pero si
sobreviene la represión, sentirán asco frente a la comida y producirán vómitos histéricos.
Siendo la zona labial un campo de acción recíproca {Gemeinsamkeit}, la represión invadirá la
pulsión de nutrición. Muchas de mis pacientes (17) con trastornos alimentarios, globus
hystericus, estrangulamiento de la garganta y vómitos, fueron en sus años infantiles enérgicas
chupeteadoras.
En el chupeteo o el mamar con fruición hemos observado ya los tres caracteres esenciales de una exteriorización sexual infantil. Esta nace apuntalándose en una de las funciones corporales importantes para la vida (18); todavía no conoce un objeto sexual, pues es autoerótica, y su meta sexual se encuentra bajo el imperio de una zona erógena. Anticipemos que estos caracteres son válidos también para la mayoría de las otras prácticas de la pulsión sexual
infantil.
La meta sexual de la sexualidad infantil.
Caracteres de las zonas erógenas.

Todavía podemos extraer muchas cosas del ejemplo del Chupeteo con miras a caracterizar lo
que es una zona erógena. Es un sector de piel o de mucosa en el que estimulaciones de cierta
clase provocan una sensación placentera de determinada cualidad. No hay ninguna duda de
que los estímulos productores de placer están ligados a particulares condiciones; pero no las
conocemos. Entre ellas, el carácter rítmico no puede menos que desempeñar un papel: se
impone la analogía con las cosquillas. Parece menos seguro que se pueda designar
«particular» al carácter de la sensación placentera provocada por el estímulo -particularidad en
la que estaría contenido, justamente, el factor sexual- En asuntos de placer y displacer, la
psicología tantea todavía demasiado en las tinieblas, por lo cual es recomendable adoptar la
hipótesis más precavida. Quizá más adelante hallemos fundamentos que parezcan apoyar la
particularidad como cualidad de esa sensación placentera.
La propiedad erógena puede adherir prominentemente a ciertas partes del cuerpo. Existen
zonas erógenas predestinadas, como lo muestra el chupeteo; pero este mismo ejemplo nos
enseña también que cualquier otro sector de piel o de mucosa puede prestar los servicios de
una zona erógena, para lo cual es forzoso que conlleve una cierta aptitud. Por tanto, para la
producción de una sensación placentera, la cualidad del estímulo es más importante que la
complexión de las partes del cuerpo. El niño chupeteador busca por su cuerpo y escoge algún
sector para mamárselo con fruición; después, por acostumbramiento, este pasa a ser el
preferido. Cuando por casualidad tropieza con uno de los sectores predestinados (pezones,
genitales), desde luego será este el predilecto. Tal capacidad de desplazamiento reaparece en
la sintomatología de la histeria de manera enteramente análoga. En esta neurosis, la represión
afecta sobre todo a las zonas genitales en sentido estricto, las que prestan su estimulabilidad a
las restantes zonas erógenas, que de otro modo permanecerían relegadas en la vida adulta; entonces, estas se comportan en un todo como los genitales. Pero, además, tal como ocurre
en el caso del chupeteo, cualquier otro sector del cuerpo puede ser dotado de la excitabilidad de
los genitales y elevarse a la condición de zona erógena. Las zonas erógenas e histerógenas
exhiben los mismos caracteres. (19)
Meta sexual infantil.
La meta sexual de la pulsión infantil consiste en producir la satisfacción mediante la
estimulación apropiada de la zona erógena que, de un modo u otro, se ha escogido. Para que
se cree una necesidad de repetirla, esta satisfacción tiene que haberse vivenciado antes; y es
lícito pensar que la naturaleza habrá tomado seguras medidas para que esa vivencia no quede
librada al azar (20). Ya tomamos conocimiento de la organización previa que cumple
este fin respecto de la zona de los labios: el enlace simultáneo de este sector del cuerpo con la
nutrición. Todavía habremos de hallar otros dispositivos similares como fuentes de la
sexualidad. En cuanto estado, la necesidad de repetir la satisfacción se trasluce por dos cosas:
un peculiar sentimiento de tensión, que posee más bien el carácter del displacer, y una
sensación de estímulo o de picazón condicionada centralmente y proyectada a la zona erógena
periférica. Por eso la meta sexual puede formularse también así: procuraría sustituir la
sensación de estímulo proyectada sobre la zona erógena, por aquel estímulo externo que la
cancela al provocar la sensación de la satisfacción. Este estímulo externo consistirá la mayoría
de las veces en una manipulación análoga al mamar. (21)
1 Pero si es cierto que la necesidad puede suscitarse también periféricamente, por una
alteración real en la zona erógena, ese hecho armoniza a la perfección con nuestro saber
fisiológico. Sólo parece un poco sorprendente que, para cancelarse, un estímulo requiera de un
segundo estímulo aplicado al mismo lugar.

Las exteriorizaciones sexuales masturbatorias. (22)
No podrá sino alegrarnos sumamente el descubrir que, una vez estudiada la pulsión partiendo
de una única zona erógena, no tenemos muchas más cosas importantes que aprender acerca
de la práctica sexual del niño. Las diferencias más notables se refieren a los pasos que se
necesita dar para obtener la satisfacción, que en el caso de la zona labial consistían en el
mamar y que tendrán que sustituirse por otra acción muscular acorde con la posición y la
complexión de las otras zonas.
Activación de la zona anal.
La zona anal, a semejanza de la zona de los labios, es apta por su posición para proporcionar
un apuntalamiento de la sexualidad en otras funciones corporales. Debe admitirse que el valor erógeno de este sector del cuerpo es originariamente muy grande. Por el psicoanálisis nos
enteramos, no sin asombro, de las trasmudaciones que experimentan normalmente las
excitaciones sexuales que parten de él, v cuán a menudo conserva durante toda la vida una
considerable participación en la excitabilidad genital (23). Los trastornos intestinales
tan frecuentes en la infancia se ocupan de que no falten excitaciones intensas en esta zona.
Los catarros intestinales en la más tierna edad tornan «nervioso» al niño, como suele decirse; si
más tarde este contrae una neurosis, cobran una influencia determinante sobre su expresión
sintomática y ponen a su disposición toda la suma de los trastornos intestinales. Y con
referencia al valor erógeno del tracto anal (valor que se conserva, si no como tal, al menos en
su trasmudación), no puede tomarse a risa la influencia de las hemorroides, a las que la vieja
medicina concedía tanto peso para la explicación de los estados neuróticos.
Los niños que sacan partido de la estimulabilidad erógena de la zona anal se delatan por el
hecho de que retienen las heces hasta que la acumulación de estas provoca fuertes
contracciones musculares y, al pasar por el ano, pueden ejercer un poderoso estímulo sobre la
mucosa. De esa manera tienen que producirse sensaciones voluptuosas junto a las dolorosas.
Uno de los mejores signos anticipatorios de rareza o nerviosidad posteriores es que un lactante
se rehuse obstinadamente a vaciar el intestino cuando lo ponen en la bacinilla, vale decir,
cuando la persona encargada de su crianza lo desea, reservándose esta función para cuando lo
desea él mismo. Lo que le interesa, desde luego, no es ensuciar su cuna; sólo procura que no
se le escape la ganancia colateral de placer que puede conseguir con la defecación.
Nuevamente, los educadores aciertan cuando llaman «díscolos» a los niños que «difieren»
estas funciones.
El contenido de los intestinos que, en calidad de cuerpo estimulador (24), se comporta
respecto de una mucosa sexualmente sensible como el precursor de otro órgano destinado a
entrar en acción sólo después de la fase de la infancia, tiene para el lactante todavía otros
importantes significados. Evidentemente, lo trata como a una parte de su propio cuerpo;
representa el primer «regalo» por medio del cual el pequeño ser puede expresar su obediencia
hacia el medio circundante exteriorizándolo, Ni su desafío, rehusándolo. A partir de este significado de «regalo», más tarde cobra el de «hijo», el cual, según una de las teorías sexuales infantiles, se adquiere por la comida y es dado a luz por el intestino.
La retención de las heces, que al comienzo se practica deliberadamente para aprovechar su
estimulación masturbadora, por así decir, de la zona anal o para emplearla en la relación con
las personas que cuidan al niño, es por otra parte una de las raíces del estreñimiento tan
frecuente en los neurópatas. La significación íntegra de la zona anal se refleja, además, en el
hecho de que se encuentran muy pocos neuróticos que no tengan sus usos escatológicos
particulares, sus ceremonias y acciones similares, que mantienen en escrupuloso secreto (25).
En niños mayores no es nada rara una genuina estimulación masturbatoria de la zona anal con
ayuda del dedo y provocada por una picazón de condicionamiento central o sostenida
periféricamente.

Continúa en ¨La sexualidad infantil: Activación de las zonas genitales (segunda parte)¨

NOTAS:
1- Nota agregada en 1915. Por cierto, no es posible individualizar la cuota correspondiente a la herencia antes de apreciar la que pertenece a la infancia.
2- Tiempo después, la afirmación del texto me pareció a mí mismo tan osada que me impuse, la tarea de volver a cotejarla recorriendo la bibliografía. Resultado de este reexamen fue dejarla intacta. El estudio científico de los fenómenos de la sexualidad en la infancia, tanto corporales como anímicos, se encuentra en sus primeros pasos. Un autor, Bell (1902, pág. 327), observa: «I know of no scientist who bas given a careful analysis ol the emotion as it is seen in the adolescent» {«No conozco ningún científico que haya hecho un cuidadoso análisis de la emoción tal como la vemos en el adolescente»}. Manifestaciones sexuales somáticas del período anterior a la pubertad han sido objeto de atención solamente a raíz de fenómenos degenerativos y como signos de degeneración. En ninguna de las exposiciones de psicología infantil que he leído se encuentra un capítulo sobre la vida amorosa; esto vale para las conocidas obras de Preyer 11882], Baldwin ( 1898), Pérez (1886), Strümpell (1899), Groos (1904), Heller (1904), Sully (1898) y otras. La revista Die Kinderfebler {Las deficiencias del niño}, desde 1896 en adelante, nos proporciona la impresión más clara del actual estado de cosas en este campo. No obstante, uno se convence de que descubrir la existencia del amor en la infancia es innecesario. Pérez (1886, págs. 272 y sigs.) aboga en favor de ella; K. Groos (1899, pág. 326) menciona como cosa de todos conocida el hecho de que «muchos niños son accesibles a mociones sexuales ya muy temprano, y sienten hacia el otro sexo un impulso de contacto»; el caso más reciente de emergencia de mociones amorosas sexuales (sex-love) en la serie de observaciones de Bell (1902 [pág. 330]) concierne a un niño a mediados de su tercer año. Sobre esto, cf. también Havelock Ellis, Das Gescblechtsgefühl (traducción de Von Kurella), 1903, Apéndice 11.
Agregado en 1910. El juicio formulado en el texto sobre la bibliografía acerca de la sexualidad infantil ya no puede sostenerse tras la aparición de la gran obra de Stanley Hall (1904). El libro reciente de A. Moll (1909) no ofrece motivo para una modificación de esa índole. Véase, por otra parte, Bleuler (1908). Agregado en 1915. Después, un libro de Hug-Hellmuth (1913b) ha tomado plenamente en cuenta el descuidado factor sexual.
3- En mi ensayo «Sobre los recuerdos encubridores» (1899a) intenté solucionar uno de los problemas que se enlazan con los recuerdos infantiles más tempranos. [Agregado en 1924:] Cf. también el capítulo IV de mi Psicopatología de la vida cotidiana (1901b).
4- Nota agregada en 1915. No puede comprenderse el mecanismo de la represión si se toma en cuenta uno solo de estos dos procesos que cooperan entre sí. A título de comparación puede servir el modo en que los turistas son llevados hasta la cúspide de la gran pirámide de Giza: de un lado los empujan, del otro los atraen. [Cf. Freud, «La represión» (1915d).]
5- Cf. la carta a Fliess del 10 de marzo de 1898 (Freud, 1950a, Carta 84), AE, 1, pág. 316.
6- Por ejemplo, en «La etiología de la histeria»'(1896c), AE, 3, pág. 201.
7- Este último material se vuelve utilizable por la justificada expectativa de que la infancia de los que después son neuróticos no puede diverger esencialmente de la infancia de los después normales agregado en 1915, sino sólo en cuanto a la intensidad y claridad de los fenómenos involucrados.
8- Una posible analogía con la trayectoria de la función sexual infantil, tal como yo la postulo, la proporcionaría el descubrimiento de Bayer (1902) de que los órganos sexuales internos (útero) de los recién nacidos son, por lo general, rnás grandes que en los niños de más edad. Empero, esta concepción de una involución posterior al nacimiento, que Halban comprobó también para otras partes del aparato genital, no está certificada. Según Halban (1904), este proceso termina tras unas pocas semanas de vida extrauterina. Agregado en 1920. Los autores que consideran a la región intersticial de las glándulas germinales como el órgano determinante del sexo se vieron forzados, a raíz de ciertas investigaciones anatómicas, a hablar a su vez de sexualidad infantil y de período de latencia sexual. Cito un pasaje del libro de Lipschütz (1919, pág. 168), al que ya hice alusión: «Se responde mucho más a los hechos si se afirma que la maduración de los rasgos sexuales, tal como se produce en la pubertad, no consiste sino en el discurrir de unos procesos que en esa época se aceleran fuertemente, pero ya habían empezado mucho antes -según nuestra concepción, ya en la vida embrionaria». «Es probable que lo que hasta ahora se ha designado simplemente «pubertad» no sea sino una segunda gran fase de la pubertad, que se inicia a mediados de la segunda década de vida. ( – – – ) La infancia, contada desde el nacimiento hasta el comienzo de la segunda gran fase, podría designarse como la «fase intermediaria de la pubertad»». Esta concordancia entre los hallazgos anatómicos y la observación psicológica, destacada en una reseña [sobre el libro de Lipschütz] de Ferenczi (1920), desaparece por la indicación de que el «primer punto de inflexión» del desarrollo del órgano sexual cae dentro del período embrionario temprano, mientras que el temprano florecimiento de la vida sexual ha de situarse en el niño en su tercero y cuarto años. Desde luego, no se requiere la total simultaneidad de la conformación anatómica con el desarrollo psíquico. Las investigaciones de referencia se hicieron para las glándulas germinales del ser humano. Puesto que a los animales no les corresponde un período de latencia en sentido psicológico, importaría mucho saber si esos hallazgos anatómicos sobre cuya base los autores suponen dos puntos de inflexión del desarrollo sexual pueden rastrearse también en otros animales superiores.
9- La designación «período de latencia sexual» la he tomado también de Fliess.
10- Nota agregada en 1915. En el caso aquí considerado, la sublimación de las fuerzas pulsionales sexuales se realiza por la vía de la formación reactiva. Pero, en general, es lícito distinguir conceptualmente sublimación y formación reactiva como dos procesos diversos. También puede haber sublimaciones por otros caminos, más simples. [Un ulterior examen teórico de la sublimación se hallará en « Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, págs, 91-2, y en varios pasajes de El Yo Y el ello (1923b), capítulos III, IV y V.]
11- [Freud emplea aquí términos alemanes corrientes en la crianza de niños: «Ludeln» o «Lutschen» {chupeteo}, junto con «Wonnesaugen» {mamar con fruición}. El Conrad de Struwwelpeter, de F. H. Hoffmann, era un «Lutscher» {chupeteador}.]
12- Ya se presenta aquí lo que tendrá vigencia toda la vida: la satisfacción sexual es el mejor somnífero. La mayoría de los casos de insomnio neurótico se reconducen a una insatisfacción sexual. Es sabido que niñeras inescrupulosas hacen dormir a los niños que gritan sobándoles los genitales.
13- Este párrafo fue agregado en 1915. En las ediciones de 1905 y 1910 aparecía en su lugar el siguiente: «Ningún observador tuvo jamás dudas acerca de la naturaleza sexual de esta actividad. Sin embargo, las mejores teorías creadas por adultos con respecto a este ejemplo de conducta sexual infantil nos dejan en ayunas. Considérese e¡ análisis que hace Moll [1898] de la pulsión sexual, a la que descompone en una pulsión de detumescencia y otra de contrectación.. El primero de esos factores no puede estar en juego en este caso, y al segundo sólo es posible reconocerlo con dificultad, dado que, según Moll, aparece después de la pulsión de detumescencia y está dirigido hacia las otras personas». -En 1910 se agregó, luego de la primera oración de este párrafo suprimido, la nota siguiente: «Con excepción de Moll (1909)»
14- Nota agregada en 1920. En 1919, en el número 20 del Neurologisches Zentralblatt, un tal doctor Galant publicó, bajo el título «Das Lutscherli» {La chupeteada}, la confesión de una muchacha adolescente que no ha abandonado esta práctica sexual infantil y que describe la satisfacción que le procura el chupeteo como enteramente análoga a una satisfacción sexual, en particular cuando proviene del beso del amado. «No todos los besos se asemejan a una chupeteada. ¡No, no; ni mucho menos! Es indescriptible el goce que a una le recorre todo el cuerpo cuando chupetea; simplemente, una está muy lejos de este mundo, totalmente satisfecha y en medio de una dicha que no conoce deseos. Es un sentimiento maravilloso; no se pide más que paz, paz, que no debe ser interrumpida. Es indeciblemente hermoso: no se siente ningún dolor ni pena; una se ve trasportada a otro mundo».
15- Nota agregada en 1920. Es verdad que Havelock Ellis ha definido el término «autoerótico» de manera un poco distinta, en el sentido de una excitación que no es provocada desde fuera, sino que se engendra en la interioridad misma. Para el psicoanálisis, lo esencial no es la génesis, sino el vínculo con un objeto. – En todas las ediciones anteriores a 1920, esta nota rezaba como sigue: «Havelock Ellis no hace sino estropear el sentido del término que él inventó cuando incluye la histeria toda y la masturbación, en su íntegro alcance, dentro de los fenómenos del autoerotismo».
16- Esta oración fue agregada en 1915. Cf. «Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, pág. 84.
17- En la primera edición decía aquí «Todas mis pacientes»
18- Esta cláusula fue agregada en 1915; además, en las ediciones anteriores decía «dos caracteres» en lugar de «tres» en la primera oración de este párrafo.
19- Nota agregada en 1915. Posteriores reflexiones, así como la aplicación de otras observaciones, me llevaron a atribuir la propiedad de la erogenidad a todas las partes del cuerpo y a todos los órganos internos. Cf. más consideraciones sobre este tópico a propósito del narcisismo. En la edición de 1910 aparecía en este punto la siguiente nota al pie: «Los problemas biológicos que se vinculan con la hipótesis de las zonas erógenas han sido examinados por Alfred Adler (1907)».
20- Nota agregada en 1920. En elucidaciones de carácter biológico es muy difícil dejar de recurrir a giros conceptuales teleológicos, aunque uno sabe muy bien que en ningún caso singular está a cubierto de errores.
21- Esta descripción de la forma en que se establece un deseo sexual determinado sobre la base de una «vivencia de satisfacción» no es más que una aplicación particular de la teoría general de Freud sobre el mecanismo de los deseos, tal como la expuso en el capítulo VII de La interpretación de los sueños ( 1900a), AE, 5, págs. 557-8. Esta teoría ya había sido esbozada por él en el «Proyecto de psicología» (1950a), AE, 1, págs. 373-5. En ambos pasajes el ejemplo utilizado es el de un bebé mamando. Este tema se vincula con las opiniones de Freud sobre el «examen de realidad», como lo consideró, por ejemplo, en su trabajo sobre «La negación» (1925h), AE, 19, págs. 255-6.
22- Véase acerca de esto la bibliografía sobre el onanismo, muy abundante, pero casi siempre desorientada en cuanto a los puntos de vista que adopta; por ejemplo, Robleder (1899). Agregado en 1915. También, el informe del debate en torno de este tema en la Sociedad Psicoanalítica de Viena (Diskussionen, 1912) y en particular la contribución del propio Freud a dicho debate (1912f)
23- Nota agregada en 1910. Cf. mi ensayo «Carácter y erotismo anal» (1908b) agregado en 1920. y «Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal» (1917c).
24- El párrafo siguiente se agregó en 1915. Su contenido fue ampliado en uno de los trabajos que se mencionan en la nota anterior (1917c).
25- Nota agregada en 1920. En un trabajo que ahonda extraordinariamente nuestra comprensión de la importancia del erotismo anal, Lou  Andreas Salomé (1916) consigna que la historia de la primera prohibición que recibe el niño, la prohibición de ganar placer con la actividad anal y sus productos, es decisiva para todo su desarrollo, A raíz de ella, el pequeño vislumbraría por primera vez la existencia de un medio hostil a sus mociones pulsionales, aprendería a separar su propio ser de ese otro, extraño, y consumaría después la primera «represión» de sus posibilidades de placer. Lo «anal» permanecería desde entonces como el símbolo de todo lo que hay que desechar {verwerfen}, segregar de la vida. El tajante divorcio que más tarde se le exige entre procesos anales y genitales es contradicho por las estrechas analogías y vínculos anatómicos y funcionales entre ambas clases de procesos. El aparato genital sigue vecino a la cloaca y [para citar a Lou Andreas-Salomé] «más aún: en el caso de la mujer no hace sino tomarle terreno en arriendo».