Seminario 1 de J. Lacan: Los escritos técnicos de Freud (tercera parte)

Seminario 1 de J. Lacan: Los escritos técnicos de Freud (tercera parte)

Quisiera ofrecerles una idea más precisa aún sobre la manera en que encaro este
seminario.
Han visto, al final de las últimas lecciónes que les he expuesto, el esbozo de una lectura
de lo que puede llamarse el mito psicoanalítico. Esta lectura está orientada, no tanto a
criticarlo, sino más bien a medir la amplitud de la realidad con la que se enfrenta, y a la
cual brinda una respuesta, mítica.
Pues bien, el problema es más limitado, pero mucho más urgente cuando se trata de
técnica.
En efecto, el examen que debemos hacer de todo lo que pertenece al orden de nuestra
técnica no debe escapar a nuestra propia disciplina. Si hay que distinguir los actos y
comportamientos del sujeto de lo que viene a decirnos en la sesión, diría que nuestros
comportamientos concretos en la sesión analítica están igualmente distanciados de la
elaboración teórica que de ellos hacemos.
Sin embargo, no es ésta sino una primera verdad, que sólo adquiere su alcance si se la
invierte, y quiere decir, al mismo tiempo: tan próximos. El absurdo fundamental del
comportamiento interhumano sólo puede comprenderse en función de ese sistema ­como
acertadamente lo ha denominado Melanie Klein, sin saber, como siempre, lo que decíallamado
yo humano, a saber, esa serie de defensas, negaciones, barreras, inhibiciones,
fantasmas fundamentales que orientan y dirigen al sujeto. Pues bien, nuestra concepción
teórica de nuestra técnica, aunque no coincida exactamente con lo que hacemos, no por
ello deja de estructurar, de motivar, la más trivial de nuestras intervenciones sobre los
denominados pacientes
En efecto, he aquí lo grave. Porque efectivamente nos permitimos ­nos
permitimos las cosas sin saberlo, tal como el análisis lo ha revelado
hacer intervenir nuestro ego en el análisis. Puesto que se sostiene que se trata de obtener una re-adaptacion del paciente a lo real, sería preciso saber si es el ego del analista el que da la medida de lo real.
Con toda seguridad, no basta para que nuestro ego entre en juego, que tengamos una
cierta concepción del ego, cual un elefante en el bazar de nuestra relación con el paciente.
Sin embargo, cierto modo de concebir la función del ego en el análisis no deja de tener
relación con cierta práctica del análisis que podemos calificar de nefasta.
Me limitaré a abrir esta cuestión. Nuestro trabajo debe resolverla. ¿Acaso la totalidad del
sistema del mundo de cada uno de nosotros ­me
refiero a ese sistema concreto que no
necesita el síntoma humano por excelencia, la enfermedad mental del hombre que lo
hayamos formulado para que esté allí, que no es del orden del inconsciente, pero que
actúa sobre nuestro modo cotidiano de expresarnos, en la más mínima espontaneidad de
nuestro discurso
es algo que efectivamente debe servir, sí o no, como medida en el
análisis?
Creo haber abierto suficientemente la cuestión, como para que vean, ahora, el interés de
lo que podemos hacer juntos.
Mannoni, ¿quiere usted asociarse a uno de sus compañeros, Anzieu, por ejemplo, para
estudiar la noción de resistencia en los escritos de Freud, que est n a su alcance con el
título de Acerca de la técnica psicoanalítica.(3) No descuiden la continuación de las
lecciónes de la Introducción al psicoanálisis. ¿Y si otros dos, Perrier y Granoff, por
ejemplo, quisieran asociarse para trabajar el mismo tema? Ya veremos cómo hemos de
proceder. Nos dejaremos guiar por la experiencia misma.
Primeras intervenciones sobre el problema de la resistencia.
20 y 27 de Enero de 1954
El análisis la primera vez. Materialidad del discurso. Análisis del análisis. ¿Megalomanía de
Freud?
1
Después de la ponencia de 0. Mannoni
Agradecemos calurosamente a Mannoni quien acaba de hacer una muy acertada
apertura hacia la reanudación del dialogo en el seminario. No obstante, su tendencia es
netamente fenomenológica, y no pienso que la solución asuma totalmente la forma que él
nos deja entrever, él mismo lo ha sentido así. Pero está bien que plantee el problema
como lo ha hecho, hablando de un mecanismo interpersonal, aunque en este caso la
palabra mecanismo sea tan sólo aproximativa.
2
Interrupción, en el transcurso de la ponencia de D. Anzieu
Freud explica, a propósito de Lucy R., que recurría a la presión de las manos cuando sólo
conseguía una hipnosis incompleta. Dice a continuación que dejó de preocuparse por este
asunto; y que renunció incluso a obtener del sujeto, según el método clásico, la respuesta
a la pregunta ¿duerme usted?, porque le desagradaba escuchar la respuesta: Pero no, no
duermo en absoluto, lo cual lo colocaba en una situación harto incómoda.
Explica, de manera ingenua y encantadora, que esto lo llevaba a persuadir al sujeto que
se refería a un tipo distinto de sueño que el que el sujeto suponía, y que a pesar de todo
éste debía estar algo adormecido. Rayando casi con la ambigüedad más perfecta, dice
muy claramente, que todo esto le ponía en un gran aprieto, del que sólo pudo
desembarazarse el día en que dejó de preocuparse por ello.
Conservó, sin embargo, la presión de las manos, ya sea sobre la frente, ya sea a ambos
lados de la cabeza, invitando al paciente, al mismo tiempo, a concentrarse en la causa del
síntoma. Era éste un estadio intermedio entre el diálogo y la hipnosis. Los síntomas eran
tratados uno por uno, en sí mismos; los afrontaba directamente como si fueran problemas
propuestos. Bajo las manos de Freud, el paciente estaba seguro de que los recuerdos que
iban a presentarse eran los que importaban, y que no tenía sino que confiar en ellos.
Freud añadía este detalle, en el momento en que levantase las manos —mímica del
levantamiento de la barrera— el paciente volvería a estar perfectamente consciente, y no
tendría sino que tomar lo que se presentase en su mente para estar seguro de tener el hilo
por el cabo adecuado.
Es muy notable que, en los casos que Freud relata, este método se haya revelado
perfectamente eficaz. En efecto, resolvió completamente el hermoso caso de Lucy R., con
una facilidad que tiene la belleza de las obras de los primitivos. En todo lo nuevo que se
descubre, hay un feliz azar, una feliz conjunción de los dioses. Por el contrario, con Anna
O.,a pesar del método empleado, estamos en presencia de un largo trabajo de
working-through, que muestra la animación y la densidad de los casos más modernos de
análisis: se revive, se reelabora varias veces la serie completa de acontecimientos, toda la
historia. Se trata de una obra de largo alcance, que dura casi un año. En el caso de Lucy
R., las cosas marchan mucho más aprisa, con elegancia realmente sorprendente. Sin
duda, las cosas son demasiado densas y no nos permiten ver dónde realmente est n los
resortes; pero, sin embargo, es un material perfectamente utilizable. Esta mujer tuvo lo que
pueden llamarse alucinaciones olfativas, síntomas histéricos cuya significación, lugares y
fechas, son satisfactoriamente detectados. Freud en esta ocasión nos proporciona todos
los detalles sobre su modo de operar.
3
Interrupción, en el transcurso de la ponencia de D. Anzieu
Ya he acentuado el carácter privilegiado, debido al carácter especial de su técnica, de los
casos tratados por Freud. Cómo era ella, sólo podemos presumirlo, a través de algunas
reglas que nos dejó, y que han sido fielmente aplicadas. Según lo confiesan los mejores
autores, y entre ellos quienes conocieron a Freud, no podemos hacernos una idea cabal
del modo en que aplicaba la técnica.
Insisto en el hecho de que Freud avanzaba en una investigación que no está marcada con
el mismo estilo que las otras investigaciones científicas. Su campo es la verdad del sujeto.
La investigación de la verdad no puede reducirse enteramente a la investigación objetiva,
e incluso objetivamente, del método científico habitual. Se trata de la realización de la
verdad del sujeto, como dimensión propia que ha de ser aislada en su originalidad en
relación a la noción misma de realidad: es aquí donde he puesto el acento en todas las
lecciónes de este año.
Freud estaba comprometido en la investigación de una verdad que le concernía a él
completamente, hasta en su persona, y por lo tanto también en su presencia ante el
enfermo, en su actividad digamos de terapeuta; aunque el término resulte cabalmente
insuficiente para calificar su actitud. Según afirma el propio Freud, este interés confirió a
sus relaciones con sus enfermos un carácter absolutamente singular.
Ciertamente, el análisis como ciencia es siempre una ciencia de lo particular. La realización
de un análisis es siempre un caso particular, aún cuando estos casos particulares, desde
el momento en que hay más de un analista, se presten, de todos modos, a cierta
generalidad. Pero con Freud la experiencia analítica representa la singularidad llevada a
su límite, puesto que él estaba construyendo y verificando el análisis mismo. No podemos
borrar este hecho, era la primera vez que se hacía un análisis. Sin duda alguna el método
se deduce a partir de allí, pero sólo es método para los demás. Freud, él, no aplicaba un
método. Si descuidáramos el carácter único, inaugural, de su proceder, cometeríamos una
grave falta.
El análisis es una experiencia de lo particular. La experiencia verdaderamente original de
este particular adquiere pues un valor aún más singular. Si no subrayamos la diferencia
que existe entre esta primera vez, y todo lo que ha venido después —nosotros que nos
interesamos, no tanto en esta verdad, como en la constitución de las vías de acceso a esta
verdad— no podremos nunca captar el sentido que debe darse a ciertas frases, a ciertos
textos que emergen en la obra de Freud, y que posteriormente adquieren, en otros
contextos, un sentido muy distinto, aunque parecieran calcados uno sobre el otro.
El interés de estos comentarios de textos Freudianos reside en que nos permiten seguir
detalladamente cuestiones —ustedes lo verán, ya lo ven hoy— que son de considerable
importancia. Ellas son múltiples, insidiosas, hablando estrictamente, son el prototipo de
cuestión que todos intentan evitar, para confiarse a una cantinela, a una fórmula
abreviada, esquemática, gráfica.
4
D. Anzieu cita un pasaje de los Estudios sobre la Histeria(4)
Interrupción.
Lo sorprendente, en este párrafo que usted invoca, es que se desprende de la metáfora
pseudo-anatómica evocada cuando Freud habla de las imagenes verbales deambulando a
lo largo de los conductos nerviosos. Aquí, lo que se estratificó alrededor del nódulo
patógeno evoca un legajo de documentos, una partitura de varios registros. Estas
metáforas tienden, inevitablemente, a sugerir la materialización de la palabra; no la
materialización mítica de los neurólogos, sino una materialización concreta: la palabra
empieza a fluir en las páginas de un manuscrito impreso. También aparece la metáfora de
la página en blanco, del palimpsesto. Desde entonces han surgido en la pluma de más de
un analista.
La noción de varios estratos longitudinales aparece aquí, es decir de varios hilos de
discurso. Los imaginamos en el texto que los materializa en forma de haces literalmente
concretos. Existe una corriente de palabras paralelas que, en determinado momento, se
extienden y rodean al famoso nódulo patógeno —el cual, él también, es una historia— se
abren para incluirlo y, un poco más adelante, vuelven a reunirse.
El fenómeno de la resistencia se sitúa exactamente allí. Existen dos sentidos, un sentido
longitudinal y un sentido radial. Cuando queremos acercarnos a los hilos que se
encuentran en el centro del haz, la resistencia se ejerce en sentido radial. Ella es
consecuencia del intento de atravesar los registros exteriores hacia el centro. Cuando nos
esforzamos en alcanzar los hilos de discurso más próximos al nódulo reprimido, desde él
se ejerce una fuerza de repulsión positiva, y experimentamos la resistencia. Freud, no en
los Estudios, sino en un texto ulterior publicado con el título de Metapsicología, llega
incluso a escribir que la fuerza de la resistencia es inversamente proporcional a la distancia
que nos separa del nódulo reprimido.
No creo que sea ésta la frase exacta, pero es muy sorprendente. Evidencia la materialidad
de la resistencia tal como se la capta en el transcurso de la experiencia y, precisamente,
como decía hace un momento Mannoni, en el discurso del sujeto. Para saber dónde esta
el soporte material, biológico, Freud considera resueltamente el discurso como una
realidad en tanto tal, una realidad que está allí, legajo, conjunto de pruebas como suele
decirse, haz de discursos yuxtapuestos que se recubren unos a otros, se suceden, forman
una dimensión, un espesor, un expediente.
Freud no disponía aún de la noción, aislada como tal, de soporte material de la palabra.
Hoy, habría tomado, como elemento de su metáfora, la sucesión de fonemas que
componen parte del discurso del sujeto. Diría que la resistencia que encontramos es tanto
mayor cuanto más se aproxima el sujeto a un discurso que sería el último y el bueno, pero
que rechaza de plano.
En el esfuerzo de síntesis que ustedes han hecho, tal vez lo que no destacaron es una
cuestión que, sin embargo, está en primer plano tratándose de la resistencia: el problema
de las relaciones entre lo inconsciente y lo consciente. ¿Es la resistencia un fenómeno que
sólo aparece en el análisis? ¿O bien es algo de lo que podemos hablar cuando el sujeto
está fuera del análisis, incluso antes de llegar a él, o después de dejarlo? ¿Sigue teniendo
sentido la resistencia fuera del análisis?
Hay un texto sobre la resistencia que se encuentra en el análisis de los sueños, al que
ninguno de ustedes se ha referido, y que permite, sin embargo, abordar algunos
problemas que ambos se han planteado, ya que Freud se interroga allí sobre el carácter
de inaccesibilidad del inconsciente. Las nociones de resistencia son antiquísimas. Desde el
origen, desde las primeras investigaciones de Freud, la resistencia está vinculada a la
noción de ego. Pero, cuando leemos en el texto de los Studien ciertas frases
sorprendentes, donde no sólo se considera al ego como tal, sino al ego como
representante de la masa ideacional, nos damos cuenta que la noción de ego deja
vislumbrar ya en Freud, todos los problemas que ahora nos plantea. Casi diría que es una
noción con efecto retroactivo. Cuando se leen estas primeras cosas a la luz de lo que
desde entonces se ha desarrollado en torno al ego, todas las formulaciones, incluso las
más recientes, parecen enmascarar en lugar de evidenciar.
En esta fórmula, la masa ideacional, no pueden ustedes dejar de percibir algo que se
asemeja singularmente a una fórmula que he podido darles, a saber que la
contratransferencia no es sino la función del ego del analista, lo que denominaba la suma
de los prejuicios del analista. Asimismo, encontramos en el paciente una organización
completa de certidumbres, creencias, coordenadas, referencias, que constituyen, hablando
estrictamente, lo que Freud llamaba desde el comienzo un sistema ideacional, y que
abreviando podemos llamar aquí el sistema.
¿Proviene la resistencia únicamente de allí? Cuando, en el límite de ese campo de la
palabra que es justamente la masa ideacional del yo, les representaba el montante de
silencio tras el cual una palabra distinta reaparece, aquella que se trata de reconquistar en
el inconsciente ya que ella es esa parte del sujeto separada de su historia: ¿acaso está allí
la resistencia? ¿Es, sí o no, pura y simplemente la organización del yo lo que constituye,
como tal, la resistencia? ¿Es esto lo que dificulta el acceso al contenido del inconsciente
en sentido radial, para emplear el término de Freud? Hénos aquí ante una pregunta muy
simple, demasiado simple, y como tal insoluble.
Afortunadamente, durante los primeros treinta años de este siglo, la técnica analítica ha
progresado lo suficiente, ha atravesado suficientes fases experimentales, como para
diferenciar sus preguntas. Hemos sido conducidos, ya lo ven, a lo siguiente —que les he
dicho sería el modelo de nuestra investigación— hay que plantear que la evolución, los
avatares de la experiencia analítica nos informan sobre la naturaleza misma de esta
experiencia, en tanto ella también es una experiencia humana enmascarada para sí
misma. Esto es aplicar al análisis mismo el esquema que él nos ha enseñado. ¿Después
de todo, no es él acaso un rodeo para acceder al inconsciente? Es también elevar a un
grado segundo el problema que nos plantea la neurosis. Por ahora, me limito a afirmarlo,
ustedes lo verán demostrarse a la par de nuestro examen.
¿Qué quiero? —sino salir de este verdadero callejón sin salida, mental y práctico, en el
que desemboca actualmente el análisis. Se dan cuenta ustedes que voy lejos en la
formulación de lo que digo: es importante someter el análisis mismo al esquema
operacional que él nos ha enseñado y que consiste en leer, en las diferentes fases de su
elaboración teórico-técnica, cómo avanzar en la reconquista de la realidad auténtica del
inconsciente por parte del sujeto.
Este método nos hará superar en mucho el simple catálogo formal de procedimientos o
categorías conceptuales. Volver a examinar el análisis, en un examen a su vez analítico,
es un procedimiento que revelará su fecundidad en relación a la técnica, como ya lo ha
revelado en relación a los textos clínicos de Freud.
5
Intervenciones en el curso de la discusión
Los textos analíticos abundan en impropiedades metódicas. Hay en ellos temas difíciles de
tratar, de verbalizar, sin dar al verbo un sujeto: leemos también continuamente que el ego
emite la señal de angustia, maneja el instinto de vida, el instinto de muerte; ya no se sabe
dónde está la central, dónde el guardagujas, dónde la aguja. Todo esto es escabroso.
Vemos aparecer constantemente en el texto analítico diablillos de Maxwell, que son de una
clarividencia, de una inteligencia… Lo molesto es que los analistas no tienen una idea muy
precisa de la naturaleza de estos demonios.
Estamos aquí para ver qué significa la evocación de la noción de ego de punta a punta de
la obra de Freud. Es imposible comprender lo que representa esta noción, tal como
empezó a surgir en los trabajos de 1920, en los estudios sobre la psicología del grupo y
Das Ich und das. Es, si se empieza mezclando todo en una suma general con el pretexto
de que se trata de aprehender una cierta vertiente del psiquismo. El ego, en la obra de
Freud, no es en absoluto esto. Cumple un papel funcional vinculado a necesidades
técnicas.
El triunvirato que funciona en Nueva York, Hartmann, Loewenstein y Kris, en su tentativa
actual de elaborar una psicología del ego, se pregunta constantemente: ¿qué quiso decir
Freud en su última teoría del ego? ¿Se han extraído, verdaderamente, hasta el momento
sus consecuencias técnicas? No traduzco, sólo repito lo que aparece en los dos o tres
últimos artículos de Hartmann. En el Psychanalytic Quaterly de 1951, encontrarán tres
artículos de Loewenstein, Kris y Hartmann sobre este tema que merecen ser leídos. No
podemos decir que lleguen a una formulación totalmente satisfactoria, pero investigan en
este sentido y plantean principios teóricos que implican aplicaciones técnicas muy
importantes que, según ellos, no se habían percibido. Es muy interesante seguir este
trabajo que se elabora a través de artículos que vemos sucederse desde hace algunos
años, especialmente desde el fin de la guerra. Creo que en ellos se evidencia un fracaso
muy significativo, que debe sernos instructivo.
En todo caso, es grande la distancia recorrida entre el ego del que se habla en los Studien,
masa ideacional, contenido de ideaciones, y la última teoría del ego, aún problemática
para nosotros, tal como Freud la formulo a partir de 1920. Entre ambas, se encuentra ese
campo central que estamos estudiando.
¿Cómo apareció esta última teoría del ego? Es la culminación de la elaboración teórica de
Freud, una teoría extraordinariamente nueva y original. Sin embargo, en la pluma de
Hartmann ella se presenta como si tendiera a incorporarse con todas sus fuerzas a la
psicología clásica.
Ambas cosas son ciertas. Esta teoría, Kris es quien lo escribe, hace entrar al psicoanálisis
en la psicología general, y a la vez, aporta una novedad sin precedentes. Paradoja que
aquí debemos resaltar, ya sea que sigamos con los escritos técnicos hasta las vacaciones,
o bien que abordemos el mismo problema en los escritos de Schreber.
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En el artículo de Bergmann, Germinal cell, se considera como célula germinal de la
observación analítica la noción de reencuentro y restitución del pasado. Hace referencia a
los Studien über Hysterie para evidenciar que Freud hasta el final de su obra, hasta las
expresiones últimas de su pensamiento, mantiene siempre en primer lugar esta noción del
pasado, de mil maneras, y sobre todo bajo la forma de la reconstrucción. En este artículo,
la experiencia de la resistencia no es considerada pues central.
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Hyppolite alude al hecho de que los trabajos anatómicos de Freud pueden considerarse
éxitos, y como tales fueron sancionados. En cambio, cuando comenzó a operar en el plano
fisiológico, parece haber manifestado un cierto desinterés. Esta es una de las razones por
las que no profundizó el alcance del descubrimiento de la cocaína. Su investigación
fisiológica fue floja porque permaneció demasiado cerca de la terapéutica. Freud se ocupó
de la utilización de la cocaína como analgésico, y dejó de lado su valor anestésico.
En fin, aquí sólo estamos evocando un rasgo de la personalidad de Freud. Sin duda,
podríamos preguntarnos si, como decía Z*, se reservaba para un destino mejor. Pero me
parece excesivo llegar hasta el punto de decir que su orientación hacia la psicopatología
fue para él una compensación. Si leemos los trabajos publicados con el título El nacimiento
del psicoanálisis(5) y el primer manuscrito encontrado donde figura la teoría del aparato
psíquico, nos damos cuenta que él está realmente en la corriente de la elaboración teórica
de su época sobre el funcionamiento mecanicista del aparato nervioso; por otra parte todo
el mundo lo ha reconocido así.
Por ello no debemos asombrarnos demasiado de que se inmiscuyan allí metáforas
eléctricas. Pero no hay que olvidar que es en el campo de la conducción nerviosa donde
por primera vez la corriente eléctrica fue experimentada sin aún saberse cuál sería su
alcance.
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Z*: Creo que, desde el punto de vista clínico, la noción de resistencia representa realmente
una experiencia que todos enfrentamos alguna vez con casi todos los pacientes en nuestra
práctica: resiste y eso me pone furioso.
¿Qué? ¿Cómo dice?
Z*: Esa experiencia extremadamente desagradable en la que uno se dice: estaba a punto
de encontrarlo, podría encontrarlo él mismo, lo sabe sin saber que lo sabe, no tiene sino
que mirar más allá de sus narices, y este pedazo de imbécil, este idiota, todos los términos
agresivos y hostiles que se nos ocurran, no lo hace. Y la tentación que se siente de
forzarlo, de obligarlo…
No se regodee demasiado en eso.
SR. HYPPOLITE: Esta resistencia que hace pasar al analizado por idiota es lo único que
permite al analista ser inteligente. Esto le permite una elevada conciencia de sí.
De todos modos, la trampa de la contratransferencia, puesto que así hay que llamarla, es
más insidiosa que este primer plano.
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Z*: Freud sustituyó el poder indirecto y más potable que la ciencia ofrece sobre la
naturaleza al poder directo sobre los seres humanos. Volvemos a ver aquí el mecanismo
de intelectualización; comprender a la naturaleza y de ese modo someterla, fórmula clásica
del determinismo, lo cual por alusión remite a ese carácter autoritario de Freud que puntúa
toda su historia, y particularmente, sus relaciones tanto con los herejes como con sus
discípulos.
Debo decir que si bien hablo en ese sentido, no he llegado al extremo de convertirlo en la
clave del descubrimiento de Freudiano.
Z*: Tampoco pienso convertirlo en su clave, sino en un elemento interesante a destacar.
En esa resistencia, la hipersensibilidad de Freud a la resistencia del sujeto no deja de estar
en relación con su propio carácter.
¿Qué es lo que le permite hablar de la hipersensibilidad de Freud?
Z*: El hecho de que él, y no Breuer, ni Charcot, ni los otros, la haya descubierto. Fue a él a
quien le sucedió, porque la sintió más intensamente, y elucidó lo que había experimentada.
¿Cree usted que destacar el valor de una función como la resistencia significa que quien lo
hace tiene una intolerancia peculiar hacia aquello que le resiste? Por el contrario, ¿no es
acaso por haber sabido dominarla, por ir más lejos, y mucho ‘más allá, que pudo Freud
hacerla uno de los resortes de la terapéutica, un factor que se puede objetivar, nombrar y
manejar? ¿Cree usted que Freud es más autoritario que Charcot?, cuando Freud —en la
medida en que pudo—renuncia a la sugestión para dejar integrar al sujeto aquello de lo
cual está separado por las resistencias. En otros términos, ¿hay menos autoritarismo en
quienes desconocen la resistencia, o en quien la reconoce como tal? Yo tendería más bien
a creer que quien, en el hipnotismo, intenta hacer del sujeto su objeto, su cosa, volverlo
dócil como un guante, para así darle la forma que quiere, para sacar de él lo que quiere,
está impulsado, en mayor medida que Freud, por una necesidad de dominar y de ejercer
su poder. Freud parece, al contrario, respetuoso de lo que comúnmente también se llama
la resistencia del objeto.
Z*: Desde luego.
Creo que debemos ser muy prudentes aquí. No podemos manejar tan fácilmente nuestra
técnica. Cuando les hablo de analizar la obra de Freud, es para proceder a ello con toda la
prudencia analítica. No debe hacerse de un rasgo de carácter una constante de la
personalidad, y menos aún una carácterística del sujeto. Jones ha escrito, sobre este
tema, cosas sumamente imprudentes, pero que son de todos modos mucho más
matizadas que lo que ha dicho usted. Pensar que la carrera de Freud ha sido una
compensación de su deseo de poder, incluso de su franca megalomanía, de la que por
otra parte quedan huellas en sus escritos, creo que es… El drama de Freud, en el
momento en que descubre su vía, no puede resumirse así. Después de todo hemos
aprendido en el análisis lo s uficiente como para no creernos obligados a identificar a Freud
soñando con dominar al mundo, con Freud iniciador de una nueva verdad. Esto no me
parece provenir de la misma Cupido, si es que no es de la misma libido.
Sr. HYPPOLITE: Con todo me parece —sin aceptar integralmente las fórmulas de Z* y las
conclusiones que de ellas saca— que, en la dominación hipnótica de Charcot sólo se trata
de la dominación de un ser reducido a objeto, de la posesión de un ser que ya no es
dueño de sí. Mientras que la dominación Freudiana consiste en vencer a un sujeto, a un ser
que aún tiene conciencia de sí. Hay pues una mayor voluntad de dominio en el dominio de
la resistencia a vencer, que en la pura y simple supresión de esa resistencia; sin que
pueda deducirse que Freud haya querido dominar el mundo.
¿En la experiencia de Freud, se trata acaso de dominio? Siempre tuve mis reservas sobre
muchas cosas que no están indicadas en su modo de proceder. Su intervencionismo, en
particular, nos sorprende si lo comparamos con algunos principios técnicos a los que ahora
damos importancia. Pero no hay en este intervencionismo —contrariamente a lo que dice
Hyppolite— satisfacción alguna por haber obtenido la victoria sobre la conciencia del
sujeto; menos seguramente, que en las técnicas modernas, que ponen todo el acento en
la resistencia. En Freud, vemos una actitud más diferenciada, es decir más humana.
No siempre define lo que hoy se llama interpretación de la defensa, quizá no es éste el
mejor modo de decirlo. Pero al fin y al cabo, la interpretación del contenido cumple en
Freud el papel de interpretación de la defensa.
Al evocar eso tiene usted razón Z*. Es lo que esto es para usted. Intentaré mostrarles en
qué rodeo surge el peligro, a través de las intervenciones del analista, de forzar al sujeto.
Es mucho más evidente en las técnicas llamadas modernas —como se dice al hablar del
análisis como se habla del ajedrez— de lo que jamás lo ha sido en Freud. No creo que la
promoción teórica de la noción de la resistencia pueda servir como pretexto para formular
respecto a Freud esa acusación que va radicalmente en sentido opuesto al efecto
liberador de su obra y su acción terapéutica.
No enjuicio sus intenciones Z*. Lo que usted manifiesta es, efectivamente, una intención.
Ciertamente hay que tener espíritu de examen, de crítica, aún frente a la obra original,
pero de este modo, sólo se consigue espesar el misterio, y de ninguna manera aclararlo.