Mecanismos de defensa y ajuste del adolescente

Como mecanismos de defensa y de ajuste ante las pérdidas que están ocurriendo
dentro de sí mismo el adolescente experimenta la necesidad de intelectualizar
y de fantasear.
El adolescente está perdiendo el estatus infantil y comienza a preocuparse
por cosas que antes no lo hacía, y esto lleva consigo la pérdida de la despreocupación
y el encuentro con las cavilaciones. El adolescente es feliz cuando sueña, construyendo mundos fantásticos y dejándose arrebatar por el vértigo de éstos.
Cuando entra en esta edad difícil se pregunta quién es, qué es, para luego
intentar una respuesta más o menos adecuada a esta pregunta e interrogarse acerca
de qué hacer con él, con lo que él supone que es. El adolescente descubre las
posibilidades de pensar de forma abstracta y lógica y se dedica a “jugar a pensar”.
Se intensifica el trabajo de introspección (“yo introspectivo”). En este camino se
plantea los grandes temas de la existencia humana y en este proceso pueden atravesar
crisis religiosas (ateísmo, misticismo…), cuya finalidad es siempre la misma:
adoptar una postura personal respecto al mundo que le rodea.
La búsqueda de la propia identidad a menudo se expresa como una rebeldía y
una actitud social reivindicativa. La pérdida de la omnipotencia –inconsciente–
infantil, y el de tomar conciencia de las limitaciones, genera decepción e impotencia,
ante lo que el adolescente manifiesta rebeldía. El adolescente adopta un comportamiento
que a veces se denomina “La segunda edad del No”
(en clara referencia
a la “etapa del No” que atravesó en torno al segundo año de vida). Podemos decir que
niega lo negativo pero no afirma lo positivo. El peligro es que de este modo se afiancen
tendencias antisociales de diversa intensidad, que en el fondo son la respuesta
a sus vivencias de peligro al entrar en el mundo de los adultos y salir del estatus infantil.
Toda la serie de cambios que experimenta lleva al adolescente a una cierta
desubicación temporal. El adolescente convierte el tiempo en presente y activo
como en un intento de manejarlo a su antojo
; las urgencias son enormes y, a veces,
las postergaciones aparentemente irracionales.
Muchos de los acontecimientos que el adulto puede separar, discriminar, diferenciar, etc., son para
él acontecimientos equiparables, de igual significación y coexistentes. También aparecen
contradicciones sucesivas en todas las manifestaciones de la conducta. La
vida aparece dominada por la acción, que constituye la forma de expresión conceptual
más típica de este periodo. Hasta el pensamiento necesita hacerse acción para
poder ser controlado. En el adolescente lo normal es la inestabilidad permanente; se
habla de una “normal anormalidad”.
Finalmente, el adolescente expresa su crisis como constantes fluctuaciones del
humor y del estado de ánimo.
Existe una búsqueda de situaciones placenteras, que
no siempre se logran, lo que determina el refugio en el interior de sí mismo. Se produce
una constante evaluación y reconsideración de vivencias y fracasos; con desmedidos
excesos cuando se siente que se ha superado algún fracaso.