Modelos de habilidades y la inteligencia emocional (IE) dividida en cuatro ramas básicas

Los modelos de habilidades tienen su origen en las teorías sobre la inteligencia;
conciben la IE como un conjunto de habilidades cognitivas referentes a las emociones
con poca relación a factores de la personalidad.
El modelo de habilidades que
actualmente está teniendo mayor aceptación en la literatura científica, el de Mayer,
Salovey y Caruso (1999), divide la inteligencia emocional en cuatro ramas básicas:
percepción, apreciación y expresión de emociones; facilitación emocional del
pensamiento; comprensión, análisis y utilización del conocimiento emocional;
regulación reflexiva de las emociones para el desarrollo intelectual y emocional. Cada
rama incluye diferentes estadios de habilidad que se aprenden a dominar de manera
secuencial. Otro aspecto destacable de esta definición de la inteligencia emocional es su
concepción en términos de conjuntos de habilidades, como las de percibir, asimilar,
entender o manejar emociones. Esta concepción es claramente diferente de la propuesta
por otros modelos de inteligencia emocional, como el de Goleman (1995) o Bar-On
(1997), en el sentido que no tan solo prescinde de conceptos próximos a la personalidad,

como la motivación y la felicidad, sino que además considera las habilidades
emocionales como elementos de la inteligencia que se pueden desarrollar.
Consecuentemente, estas habilidades se evalúan mediante “tests”, en el sentido de
prueba, en los cuales se pretende medir de forma objetiva la conducta óptima. Mayer,
Salovey y Caruso desarrollaron el MSCEIT (Mayer-Salovey-Caruso Emotional
Intelligence Test; Mayer, Salovey, Caruso & Sitarenios, 2003) que se basa en la idea de que la inteligencia emocional implica la solución eficaz de problemas emocionales y la
solución de problemas mediante la utilización de las emociones.
Antes de desarrollar el MSCEIT, Salovey y Mayer habían elaborado otro instrumento
de evaluar IE. El modelo que representa el cuestionario de autoinforme TMMS (Trait
Meta-Mood Scale, Salovey, Mayer, Goldman, Turvey y Palfai, 1995) está a medio
camino entre un modelo “mixto” y un modelo de habilidad, ya que se ciñe a un
constructo compuesto de competencias emocionales muy definidas y prescinde de otros
constructos de personalidad; sin embargo, no deja de ser una escala “rasgo” (como
implica la palabra trait en su nombre). El TMMS se centra en los procesos reflexivos
que acompañan los estados de ánimo (metaconocimiento), y por eso los autores insisten
en que mide la inteligencia emocional percibida (IEP). La escala original tiene 30 items
y tres subescalas que incluyen Atención (Attention; habilidad percibida por el sujeto de
prestar atención a sus estados de ánimo y a sus emociones), Claridad (Clarity; habilidad
percibida de comprender y discriminar entre diferentes estados de ánimo y emociones) y
Reparación del estado de ánimo (Mood Repair; habilidad percibida para mantener
estados de ánimo positivos y reparar los negativos). Existe una versión española del
TMMS por Fernández-Berrocal y Ramos (1999), el TMMS-24 que contiene 24 ítems y
tres subescalas con ocho ítems cada una (Atención, Comprensión y Regulación de les
emociones). El cuestionario presenta unas propiedades psicométricas adecuadas,
baremos para hombres y mujeres, y actualmente es el instrumento de IE más utilizado
en el ámbito académico español.
Al margen de las discusiones e investigaciones académicas, el auge del concepto de IE
demuestra la creciente aceptación que las emociones,
lejos de ser un elemento irracional en nuestro funcionamiento adaptativo, más bien contribuyen a ello. En su descripción
de IE como “zeitgeist”, Mayer, Salovey y Caruso (2000), argumentan que el éxito de la
IE es también debido a su potencial de “igualador” o “nivelador” (equalizer), ya que,
según las promesas de Goleman, se supone que pueden llenar el abismo entre
inteligencia y éxito en la vida. Mientras la inteligencia general se supone que es algo
que se tiene hasta cierto grado, sin poder cambiarlo, con la idea de la IE se da esperanza
a personas que no están satisfechas con sus dotes intelectuales, ya que las competencias
de la IE se pueden aprender; así hasta personas menos brillantes pueden ser
consideradas “inteligentes”. Sin embargo, como argumentan estos autores, “para el
escéptico, (…) esto sugería una imagen empobrecida del futuro en la cual la razón y el
pensamiento crítico ya no importaba” (Mayer, Salovey & Caruso, 2000, p. 97). En una
línea similar, Scarr (1989) alerta contra el hecho de llamar “inteligencia” a lo que en
realidad son talentos, habilidades y competencias, o virtudes humanas. Y de hecho,
algunos modelos de IE mezclan alegremente conceptos de niveles diferentes como
habilidades, emociones, autoimágenes, actitudes, virtudes, etc. Hay que destacar que la
simple presencia de competencias emocionales o cognitivas no necesariamente
constituyen una “inteligencia”, un error en que incurre Gardner con su muy amplia
definición de lo que son “inteligencias”. Un nuevo constructo psicológico necesita una
definición clara y cuidadosa, y tiene que ser validado empíricamente. Además, tiene que
aportar algo nuevo. En este sentido los modelos de habilidades parecen identificar un
área hasta ahora no suficientemente valorada que puede ser importante para el
funcionamiento humano
.