Viktor Frankl: Nuestra única posesión: la existencia desnuda

Nuestra única posesión: la existencia desnuda

Mientras esperábamos a ducharnos, nuestra desnudez se nos hizo patente: nada teníamos ya salvo nuestros cuerpos mondos y lirondos (incluso sin pelo); literalmente hablando, lo único que poseíamos era nuestra existencia desnuda. ¿Qué otra cosa nos quedaba que pudiera ser un nexo material con nuestra existencia anterior? Por lo que a mí se refiere, tenía mis gafas y mi cinturón, que posteriormente hube de cambiar por un pedazo de pan. A los que tenían braguero les estaba reservada todavía una pequeña sorpresa más. Por la tarde, el prisionero veterano que estaba a cargo de nuestro barracón nos dio la bienvenida con un discursito en el que nos aseguró bajo su palabra de honor que, personalmente, colgaría «de aquella viga» —y señaló hacia ella— a cualquiera que hubiera cosido dinero o piedras preciosas a su braguero. Y orgullosamente explicó que, como veterano que era, las leyes del campo le daban derecho a hacerlo.
Con los zapatos hubo también sus más y sus menos. Aunque se suponía que los conservaríamos, los que poseían un par medio decente tuvieron que entregarlos y, a cambio, les dieron otros zapatos que no les servían. Pero los que estaban en verdadera dificultad eran los prisioneros que habían seguido el consejo aparentemente bien intencionado que les dieron (en la antesala) los prisioneros veteranos y habían cortado las botas altas y untado después jabón en los bordes para ocultar el sabotaje. Los hombres de las SS parecían estar esperándolo. Todos los sospechosos de tal delito pasaron a una pequeña habitación contigua. Al cabo de un rato volvimos a oír los azotes del látigo y los gritos de los hombres torturados. Esta vez el castigo duró bastante tiempo.

Viktor Frankl