Obras de M. Klein: OBSERVANDO LA CONDUCTA DE BEBÉS (1952), segunda parte

OBSERVANDO LA CONDUCTA DE BEBÉS (1952)

IV

Veamos ahora los malos lactantes. Una incorporación muy lenta de la comida implica a menudo falta de goce, o sea, de gratificación libidinal; esto, si se enlaza a un interés temprano y llamativo por la madre y otras personas, sugiere que las relaciones objetales son usadas en parte para escapar a la ansiedad persecutoria relativa a la comida. Aunque estos niños puedan desarrollar buenas relaciones con la gente, la ansiedad excesiva que se manifiesta en esta actitud hacia la comida permanece como un peligro para la estabilidad emocional. Una de las diversas dificultades que pueden surgir posteriormente es la inhibición de la incorporación de alimento sublimado, esto es, una perturbación en el desarrollo intelectual. Un marcado rechazo de la comida (en comparación con mamar lentamente) es evidentemente un índice de grave perturbación, aunque en ciertos niños esta dificultad disminuye cuando se introducen comidas nuevas, por ejemplo, mamadera en vez de pecho, o comida sólida en vez de líquida. La falta de placer en la comida o el completo rechazo de ella, si se combinan con una deficiencia en el desarrollo de relaciones objetales, indican que los mecanismos paranoides y esquizoides -que están en su punto culminante durante los primeros tres o cuatro meses de vida- son excesivos y el yo no los maneja adecuadamente. Esto a su vez sugiere que prevalecen los impulsos destructivos y la ansiedad persecutoria, que las defensas del yo son inadecuadas y la ansiedad no se atempera lo suficiente. Otro tipo de relación objetal deficiente es típico de algunos niños supervoraces. En ellos la comida se convierte en la fuente casi exclusiva de gratificación, y se desarrolla poco interés por la gente. Yo concluiría que tampoco ellos elaboran exitosamente la posición esquizo-paranoide.

V

La actitud de los bebés hacia la frustración es muy significativa. Algunos bebés -incluso entre los que se alimentan bien- pueden rechazar la comida cuando demoran en dársela, o presentar otros signos de perturbación en la relación con la madre. Los bebés que muestran tanto placer por la comida como amor por la madre toleran más fácilmente la frustración en la comida, la perturbación consiguiente en la relación con la madre es menos severa y sus efectos no duran tanto. Esto es índice de que la confianza y el amor por la madre están relativamente bien establecidos. Estas actitudes fundamentales influyen también en la forma en que la alimentación con mamadera (complementando la del pecho o como sustituto de ésta) es aceptada incluso por bebés muy pequeños. Algunos bebés sienten una fuerte sensación de perjuicio cuando se introduce la mamadera; la sienten como pérdida del objeto bueno primario y como privación impuesta por la madre «mala». Estos sentimientos no se manifiestan necesariamente como rechazo de la nueva comida; pero la ansiedad persecutoria y la desconfianza provocadas por esta experiencia pueden perturbar la relación con la madre y aumentar en consecuencia las ansiedades fóbicas, tales como el temor a los extraños (en este estadío temprano la comida nueva es en cierto sentido un extraño), o pueden aparecer posteriormente dificultades en la comida, o perturbarse la aceptación de comida en forma sublimada, por ejemplo, conocimientos. Otros bebés aceptan la comida nueva con menos resentimiento. Esto implica una mayor tolerancia real a la privación, que es distinta del aparente sometimiento a ella y que deriva de una relación relativamente segura con la madre, permitiendo al bebé volverse hacia una nueva comida (y objeto) al tiempo que conserva el amor por la madre. El caso siguiente ilustra la forma en que un bebé llegó a aceptar la mamadera como complemento de la alimentación por el pecho. La bebita A era una buena lactante (pero no excesivamente voraz) y pronto dio los indicios de una relación objetal en desarrollo que he descrito más arriba. Estas buenas relaciones con la comida y con la madre se revelaban en la forma pausada con que tomaba la comida, unida al goce evidente de ella; en sus ocasionales interrupciones de la mamada, cuando sólo tenía pocas semanas, para mirar hacia el rostro o pecho de la madre; después, incluso al mirar amigablemente a la familia mientras mamaba. A la sexta semana, tuvo que ser introducida una mamadera después de la mamada de la tarde, porque la leche del pecho era insuficiente. A tomó la mamadera sin dificultad. Pero, a la décima semana mostró dos días signos de disgusto mientras tomaba la mamadera, aunque la tomó toda. A la tercera tarde la rechazó por completo. Parecía que no había perturbación física ni mental en ese momento, el sueño y el apetito eran normales. La madre, no queriendo forzarla, la puso en la cuna después de la mamada al pecho, pensando que podría dormirse. La niñita lloró de hambre, entonces la madre, sin alzarla, le dio la mamadera, que ahora vació ávidamente. Lo mismo pasó en las tardes siguientes: cuando estaba en la falda de la madre, la bebita rechazaba la mamadera, pero la tomaba de inmediato cuando se la ponía en la cuna. Después de unos días aceptó la mamadera cuando todavía estaba en brazos de la madre y la succionó esta vez muy bien dispuesta; no hubo más dificultades cuando se introdujeron otras mamaderas. Yo supongo que la ansiedad depresiva se había incrementado y había llevado, en este punto, al rechazo por el bebé de la mamadera dada inmediatamente después del pecho. Esto sugería la aparición relativamente temprana de la ansiedad depresiva (9) que, sin embargo, está de acuerdo con el hecho de que en esta bebita la relación con la madre se desarrolló muy temprano y en forma llamativa: los cambios en esta relación habían sido bastante notorios durante las pocas semanas anteriores al rechazo de la mamadera. Yo concluiría que a causa del incremento de ansiedad depresiva, la cercanía del pecho de la madre y su olor aumentaban tanto el deseo de la bebita de ser alimentada por él como la frustración porque el pecho estaba vacío. Cuando yacía en su cuna, A aceptaba la mamadera porque, como yo sugeriría, en esta situación la nueva comida se mantenía aparte del anhelado pecho, que, en ese momento, se había convertido en el pecho frustrante y dañado. De esta forma puede haber encontrado más fácil mantener con la madre una relación no perturbada por el odio que provocó la frustración, es decir, mantener intacta a la madre buena (el pecho bueno). Todavía tenemos que explicar por que luego de unos días la bebita aceptó la mamadera en la falda de la madre y después no tuvo mas dificultades con las mamaderas. Creo que durante estos días había logrado manejar lo bastante su ansiedad como para aceptar con menos resentimiento el objeto sustitutivo junto con el primario; esto implicaría un progreso temprano hacia la distinción entre la comida y la madre, distinción que por lo general resulta de importancia fundamental para el desarrollo. Citaré ahora un caso en que la perturbación en la relación con la madre surgió sin estar inmediatamente conectada con la frustración por la comida. Una madre me dijo que cuando su bebita B tenía cinco meses se la había dejado llorar más de lo habitual. Cuando por fin la madre se acercó para alzarla, la encontró en estado «histérico», la niñita aparecía aterrorizada, estaba evidentemente asustada de la madre y no parecía reconocerla. Sólo después de cierto tiempo restableció completamente el contacto con la madre. Es significativo que esto ocurriera durante el día, cuando la niñita estaba despierta. y no mucho después de la comida. Esta nena generalmente dormía bien, pero de vez en cuando se despertaba llorando sin motivo aparente. Hay buenas razones para suponer que la misma ansiedad que subyacía al llanto diurno era también la causa de la perturbación del sueño. Yo sugeriría que como la madre no vino cuando se la anhelaba, se convirtió en la mente de la niñita en la madre mala (persecutoria) y que por esta razón no parecía reconocerla y le tenía miedo. El caso siguiente es también significativo. A una bebita, C, de doce semanas, se la dejó dormida en el jardín. Se despertó y lloró reclamando a la madre, pero su llanto no fue oído porque soplaba un fuerte viento. Cuando la madre fue por fin a alzarla era evidente que la bebita había estado llorando durante largo rato, su rostro estaba bañado en lágrimas, y su lloriqueo habitual se había convertido en chillidos incontrolados. Fue llevada adentro, todavía llorando, y los intentos de la madre para calmarla resultaron infructuosos. Por fin, aunque faltaba aproximadamente una hora para su próxima mamada, la madre recurrió a ofrecerle el pecho, remedio que nunca había fallado en ocasiones anteriores, cuando la niñita estaba molesta (aunque nunca había llorado antes en forma tan persistente y violenta). La bebita se prendió al pecho s comenzó a chupar vigorosamente, pero después de unas pocas chupadas rechazo el pecho y reanudó el llanto. Esto siguió hasta que se puso los dedos en la boca, y empezó a chuparlos. A menudo se chupaba los dedos y en muchas ocasiones se los ponía en la boca cuando se le ofrecía el pecho. Por regla general, la madre sólo tenía que sacarle suavemente los dedos y sustituirlos por el pezón, y la nenita empezaba a mamar. Pero esta vez rechazó el pecho y gritó otra vez fuertemente. Pasaron unos momentos antes de que volviera a chuparse los dedos. La madre la dejó chupárselos durante algunos minutos acunándola y calmándola al mismo tiempo, hasta que la nena estuvo lo bastante tranquila como para tomar el pecho, y succionó hasta que se durmió. Parecería que para esta nenita, por las mismas razones que en el caso anterior, la madre (y su pecho), se había convertido en mala y persecutoria, y por eso no podía aceptar el pecho. Luego del intento de mamar, encontró que no podía restablecer la relación con el pecho bueno. Recurrió a chuparse los dedos, es decir, a un placer autoerótico (Freud). Sin embargo, yo agregaría que en este caso el retiro narcisista fue provocada por la perturbación en la relación con la madre y que la nenita se negó a abandonar la succión de los dedos porque los dedos eran mas dignos de confianza que el pecho. Al chuparlos restablecía la relación con el pecho interno y recobraba así bastante seguridad como para renovar la buena relación con el pecho y la madre externos (10) . Estos dos casos también agregan algo, según creo, a nuestra comprensión de las fobias tempranas, por ejemplo, el miedo provocado por la ausencia de la madre (Freud) (11) . Yo sugeriría que las fobias que surgen durante los primeros meses de vida son provocadas por la ansiedad persecutoria que perturba la relación con la madre internalizada y con la madre externa (12) . La división entre madre buena y mala y la intensa ansiedad fóbica relacionada con la madre mala quedan ilustradas en el caso siguiente. Un varoncito, D, de diez meses, miraba a la calle con gran interés mientras su abuela lo sostenía ante la ventana. Cuando miró a su alrededor, vio de repente muy cerca de él el rostro desconocido de una visita, una mujer mayor, que recién había llegado y estaba parada al lado de la abuela. Tuvo un ataque de ansiedad que sólo cedió cuando la abuela lo sacó de la habitación. Mi conclusión es que en ese momento el bebé sintió que la abuela «buena» había desaparecido y que la extraña representaba a la abuela «mala» (división basada en la escisión de la madre en un objeto bueno y uno malo). Más tarde volveré a este caso. Esta explicación de las ansiedades tempranas arroja también nueva luz sobre la fobia a los extraños (Freud). A mi entender, el aspecto persecutorio de la madre (o el padre), que deriva en gran parte de los impulsos destructivos hacia ellos, se transfiere a los extraños.

VI

Las perturbaciones del tipo que he descrito en la relación del bebé con la madre pueden observarse ya durante los tres o cuatro primeros meses de vida. Si estas perturbaciones son muy frecuentes y duran mucho pueden tomarse como indicación de que la posición esquizo-paranoide no es eficazmente manejada. Una falta persistente de interés por la madre incluso en este estadío temprano, a la que poco después se agrega indiferencia hacia la gente en general y hacía los juguetes, sugiere una perturbación más grave del mismo orden. Esta actitud puede observarse también en bebés que no son malos lactantes. Para el observador superficial estos niños, que no lloran mucho, pueden parecer satisfechos y «buenos». Del análisis de adultos y niños, cuyas graves dificultades pueden rastrearse hasta cuando eran bebés, deduje que muchos de esos bebés están en realidad mentalmente enfermos y aislados del mundo externo debido a intensa ansiedad persecutoria y uso excesivo de mecanismos esquizoides. En consecuencia la ansiedad depresiva no puede ser exitosamente superada; se inhibe la capacidad de amor y de relaciones objetales, tanto como la vida de fantasía; se perturba el proceso de formación simbólica, provocando la inhibición del interés y de las sublimaciones. Esta actitud, que podría describirse como apática, es diferente de la conducta de un bebé realmente contento, que a veces reclama atención, llora cuando se siente frustrado, da diversos signos de interés por la gente y de sentir placer en su compañía, y que sin embargo otras veces está bastante feliz solo. Esto indica una sensación de seguridad en sus objetos internos y externos; puede soportar la ausencia temprana de la madre sin ansiedad porque la madre buena está relativamente segura en su mente.

Continúa en ¨OBSERVANDO LA CONDUCTA DE BEBÉS (1952), tercera parte¨

Notas:

[9] A mi entender, como se dijo en el capítulo anterior, la ansiedad depresiva opera ya en cierta medida durante los tres primeros meses de la vida, y se pone en primer plano en el segundo cuarto del primer año.
[10] Véase Heimann (1952a), parte 2a, sección b, “Autoerotismo, narcisismo y las primeras
relaciones objetales”.
[11] Inhibición, síntoma y angustia, O. C., 20.
[12] Véase “Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé” y “Sobre la teoría de la ansiedad y la culpa”.