Obras de M. Klein: OBSERVANDO LA CONDUCTA DE BEBÉS (1952), tercera parte

OBSERVANDO LA CONDUCTA DE BEBÉS (1952)

VII

En otros capítulos he descrito la posición depresiva desde varios ángulos. Consideremos aquí el efecto de la ansiedad depresiva ante todo en conexión con las fobias: hasta ahora las he relacionado sólo con la ansiedad persecutoria y he ilustrado este punto de vista con algunos casos. Así he supuesto que la bebita, B, de cinco meses, estaba asustada de su madre, la que en su mente había cambiado de madre buena a mala, y que esta ansiedad persecutoria también perturbaba su sueño. Quisiera ahora sugerir que la perturbación en la relación con la madre también era causada por la ansiedad depresiva. Cuando la madre no volvía apareció en primer plano la ansiedad por si la madre buena estaba perdida porque la voracidad y los impulsos agresivos la habían destruido; esta ansiedad depresiva estaba ligada al temor persecutorio de que la madre buena se hubiera convertido en mala. En el caso siguiente la ansiedad depresiva fue provocada también porque la bebita extrañaba a la madre. Desde los seis o siete meses C estaba acostumbrada a jugar en la falda de su madre durante la hora que precedía a su mamadera de la tarde. Un día, cuando la bebita tenía cinco meses y una semana, la madre tuvo visitas y estaba demasiado ocupada como para jugar con la bebita quien, sin embargo, recibió mucha atención por parte de la familia y de los visitantes. La madre le dio la mamadera de la tarde, la acostó como habitualmente y la bebita pronto se durmió. Dos horas después se despertó y lloró persistentemente; rechazó la leche (que en este estadío ya se le daba ocasionalmente con cuchara, como complemento, y que ella generalmente aceptaba) y siguió llorando. La madre renunció al intento de alimentarla y la bebita se instaló contenta en su falda durante una hora, jugando con los dedos de la madre, se le dio luego su mamadera de la noche a la hora habitual y se durmió rápidamente. Esta perturbación era muy desusada; pudo haberse despertado en otras ocasiones después de la mamadera de la tarde, pero sólo una vez cuando había estado enferma (alrededor de dos meses antes) se había despertado y llorado. Excepto por la omisión del juego con la madre no había habido ninguna alteración de la rutina normal que pudiera explicar que la nenita se despertara y llorara. No había signos de hambre de malestar físico. había estado contenta durante todo el día y durmió bien en la noche siguiente al incidente. Yo quisiera sugerir que el haberse perdido el rato de juego con la madre, la había hecho llorar. C tenía una relación personal muy intensa con la madre y siempre había disfrutado plenamente esa hora en especial. Mientras que en otros períodos de vigilia estaba muy contenta cuando se la dejaba sola, en ese momento del día se ponía inquieta y evidentemente esperaba que su madre jugara con ella hasta la mamadera de la tarde. Si por perderse esta gratificación tuvo esa perturbación del sueño, nos vemos conducidos a otras conclusiones. Debiéramos suponer que la bebita tenía el recuerdo de la experiencia de este placer particular en este momento particular del día; que el momento de juego era para ella no sólo una fuerte satisfacción de deseos libidinales sino también una prueba de la relación amorosa con la madre -en última instancia de la posesión segura de la madre buena- y que esto le daba una sensación de seguridad, antes de dormirse, ligada al recuerdo del momento de juego. Su sueño fue perturbado no sólo porque extrañaba esta gratificación libidinal, sino también porque esta frustración le provocaba ambas formas de ansiedad: la ansiedad depresiva de haber perdido a su madre buena por sus impulsos agresivos, con los consiguientes sentimientos de culpa (13) ; también la ansiedad persecutoria de que la madre se hubiera vuelto mala y persecutoria. Mi conclusión general es que, desde los tres o cuatro meses en adelante, ambas formas de ansiedad subyacen a las fobias. La posición depresiva está ligada a algunos de los cambios importantes que pueden observarse en los bebés hacia la mitad del primer año (aunque comienzan algo más temprano y se desarrollan gradualmente). En este estadío las ansiedades persecutorias y depresivas se expresan en formas diversas, por ejemplo mayor irritabilidad, mayor necesidad de atención, o temporario alejamiento de la madre, súbitas rabietas, y mayor temor a los extraños; también los niños que normalmente duermen bien a veces sollozan en sueños, o de repente despiertan llorando con signos claros de miedo o tristeza. En este estadío cambia considerablemente la expresión facial; la mayor capacidad de percepción, el mayor interés por la gente y las cosas y la respuesta rápida a los contactos con las personas, se reflejan en el aspecto del niño. Por otra parte, hay signos de tristeza y sufrimiento que, aunque transitorios, contribuyen a que el rostro exprese más las emociones, que son a la vez de naturaleza más profunda y de mayor variedad.

VIII

La posición depresiva se hace culminante en la época del destete. Si bien, como se describ ió en párrafos anteriores, el progreso en la integración y los correspondientes procesos sintéticos en relación con el objeto originan sentimientos depresivos, estos sentimientos se intensifican más aun con la experiencia del destete (14) . En este estadío el bebé ya ha pasado por experiencias anteriores de pérdida, por ejemplo, cuando el pecho (o mamadera) intensamente deseado no reaparece inmediatamente y el bebé siente que nunca volverá. Sin embargo, la pérdida del pecho (o mamadera) que ocurre en el destete, es de otro orden. Se siente que esta pérdida del primer objeto amado confirma todas las ansiedades del bebé de naturaleza persecutoria y depresiva. (Véase la Nota N0 2.) El caso siguiente servirá como ilustración. El bebé E, destetado a los nueve meses, no mostraba perturbaciones especiales en su actitud hacia la comida. Por ese entonces ya había aceptado otras comidas y progresado en ellas. Pero demostraba mayor necesidad de la presencia de la madre y, en general, de atención y compañía. Una semana después de la última mamada sollozó en sueños, se despertó con signos de ansiedad y aflicción y no se podía tranquilizarlo. La madre recurrió a dejarlo succionar el pecho una vez más. Succionó de ambos pechos más o menos el tiempo habitual, y aunque había evidentemente poca leche pareció completamente satisfecho, se durmió contento y los síntomas antes descritos disminuyeron mucho a partir de esta experiencia. Esto es para mostrar que la ansiedad depresiva relacionada con la pérdida del objeto bueno, el pecho, había sido aliviada por el hecho de que el pecho reapareciera. En la época del destete algunos bebés muestran menos apetito, otros voracidad aumentada, en tanto que otros aun oscilan entre estas dos reacciones. Estos cambios aparecen en cada paso del destete. Hay bebés que disfrutan mucho más de la mamadera que del pecho, incluso aunque algunos de ellos hayan tenido una lactancia satisfactoria; en otros mejora mucho el apetito cuando se introduce la comida sólida, y hay también bebés que en este punto desarrollan dificultades de alimentación que persisten en una u otra forma a través de los primeros años de la infancia (15) . Muchos bebés encuentran aceptables sólo ciertos gustos, ciertas consistencias de comidas sólidas y repudian otros. Cuando analizamos niños, aprendemos mucho sobre las causas de tales »manías» y llegamos a reconocer como su fuente más profunda las primeras ansiedades en relación con la madre. Ilustraré esta conclusión con un ejemplo de la conducta de la bebita F, de cinco meses, que había sido alimentada a pecho pero que también había tenido mamadera desde el principio. Rechazaba con violencia la comida sólida, como verduras, cuando se las daba la mamá, y las aceptaba muy tranquila cuando su padre le daba de comer. Luego de dos semanas aceptaba las nuevas comidas de la madre. Según un informe confiable, la niña, que ahora tiene seis años, tiene buena relación con ambos padres y con su hermano, pero muestra consecuentemente poco apetito. Esto nos recuerda a la bebita A y la forma en que aceptaba las mamaderas complementarias. También con la bebita F pasó algún tiempo antes de que pudiera adaptarse lo suficiente a la nueva comida como para tomarla cuando se la daba la madre. A lo largo de este capítulo he intentado mostrar que la actitud hacía la comida está ligada fundamentalmente a la relación con la madre e implica la vida emocional entera del bebé. La experiencia del destete hace surgir las emociones y ansiedades más profundas del bebé, y el yo más integrado desarrolla fuertes defensas contra ellas; tanto las ansiedades como las defensas intervienen en la actitud del infante hacia la comida. Aquí debo limitarme a unas pocas generalizaciones sobre los cambios en las actitudes hacia la comida que aparecen en la época del destete. En la raíz de muchas dificultades con la comida nueva está el temor persecutorio de ser devorado y envenenado por el pecho malo de la madre, temor que proviene de las fantasías del bebé de devorar y envenenar el pecho (16) . En un estadío algo posterior, a la ansiedad persecutoria se agrega (en grados variables) la ansiedad depresiva de que la voracidad y los impulsos agresivos destruyan el objeto amado. Durante y después del proceso de ser destetado esta ansiedad puede tener el efecto de aumentar o inhibir el deseo de comida nueva (17) . Como hemos visto antes, la ansiedad puede tener diversos efectos sobre la voracidad: puede reforzarla o puede conducir a fuertes inhibiciones de la voracidad y del placer de tomar alimentos. Un aumento del apetito en la época del destete sugeriría en algunos casos que durante la lactancia el aspecto malo (persecutorio) del pecho había predominado sobre el bueno; además, la ansiedad depresiva por el peligro que teme que corra el pecho amado contribuiría a la inhibición del deseo de comida (es decir, que tanto la ansiedad persecutoria como la depresiva actúan en proporciones variables). Por consiguiente la mamadera, que en cierta medida proviene para la mente del bebé del primer objeto, el pecho -a la vez que lo simboliza- puede ser tomada con menos ansiedad y más placer que el pecho de la madre. Sin embargo, algunos bebés no logran la sustitución simbólica del pecho por la mamadera, y sí llegan a gozar de sus comidas es cuando se les da comida sólida. Una disminución del apetito con la primera interrupción del pecho o mamadera es un suceso frecuente e indica claramente ansiedad depresiva relacionada con la pérdida del primer objeto amado. Pero yo creo que la ansiedad persecutoria contribuye siempre al disgusto ante la nueva comida. El aspecto malo (devorador y venenoso) del pecho, que durante la lactancia estaba contrarrestado por la relación con el pecho bueno, se refuerza por la privación del destete, y se transfiere a la comida nueva. Como he indicado más arriba, durante el proceso de destete tanto las ansiedades persecutorias como las depresivas afectan intensamente la relación con la madre y con la comida. Sin embargo, es la intrincada interacción de una variedad de factores (internos y externos) lo que en este estadío determina el resultado; me refiero no sólo a las variaciones individuales en la actitud hacía los objetos y la comida, sino ante todo al éxito o fracaso en la elaboración y, en cierto grado, la superación de la posición depresiva. Mucho depende de en qué medida, en el estadío más temprano, el pecho ha sido firmemente establecido dentro, y por ende en qué medida puede mantenerse el amor a la madre a pesar de las privaciones -todo lo cual depende en parte de la relación entre madre e hijo-. Como he sugerido, hasta los bebés muy pequeños pueden aceptar una comida nueva (la mamadera) con relativamente poca molestia (caso A). Esta mejor adaptación interna a la frustración, que se desarrolla a partir de los primeros días de vida, está ligada a los progresos en la diferenciación entre madre y comida. Estas actitudes fundamentales determinan en gran parte, especialmente durante el proceso de destete, la capacidad del bebé para aceptar, en el completo sentido de la palabra, sustitutos del objeto primario. Nuevamente aquí la conducta y sentimientos de la madre para con el niño son de la mayor importancia; su atención afectuosa y el tiempo que le dedica lo ayudan en sus sentimientos depresivos. La buena relación con la madre puede en cierta medida contrarrestar la pérdida del primer objeto amado, el pecho, e influir así favorablemente en la elaboración de la posición depresiva. La ansiedad por la pérdida del objeto bueno, culminante en la época del destete, es también provocada por otras experiencias, como incomodidad física, enfermedades, y especialmente por la dentición. Estas experiencias están destinadas a reforzar en el bebé las ansiedades persecutorias y depresivas. En otras palabras, el factor físico nunca puede explicar por si solo la perturbación emocional que las enfermedades o la dentición provocan en este estadío.

IX

Entre los desarrollos importantes, encontramos hacia la mitad del primer año la ampliación de la gama de relaciones objetales, y especialmente la creciente importancia que el padre cobra para el niño. He mostrado en otras oportunidades que los sentimientos depresivos y el temor a perder a la madre, además de otros factores del desarrollo, impulsan al bebé a volverse hacia el padre. Los estadíos tempranos del complejo de Edipo y la posición depresiva están estrechamente vinculados y se desarrollan simultáneamente. Mencionare un solo caso, la bebita B, a quien ya me he referido. Desde los cuatro meses en adelante, la relación con su hermano, varios años mayor que ella, jugó un papel prominente y notable en su vida; difería de su relación con la madre, como podía verse fácilmente, de varias maneras. Admiraba todo lo que su hermano hiciera o dijera, y le coqueteaba con persistencia. Usaba todos sus recursos para conquistarlo, para lograr su atención, y manifestaba una actitud francamente femenina hacia él. En esa época el padre estaba ausente excepto por breves períodos, y recién a los diez meses lo vio más a menudo; desde entonces desarrolló una relación muy estrecha y afectuosa con él, que en algunos rasgos esenciales se asemejaba a su relación con el hermano. Al principio de su segundo año a menudo llamaba a su hermano «Papito»; para entonces su padre se había convertido en su preferido. Su deleite al verlo, su embeleso cuando oía sus pasos o su voz, la forma en que lo mencionaba una y otra vez cuando estaba ausente, y muchas otras expresiones de sus sentimientos hacia él sólo pueden ser descritas como enamoramiento. La madre reconocía claramente que en ese estadío la nenita en cierto modo quería más al padre que a ella. Aquí tenemos un ejemplo de la situación edípica temprana que, en este caso, fue experimentada primero con el hermano y transferida luego al padre.

X

La posición depresiva, como he postulado en varias oportunidades, es una parte importante del desarrollo emocional normal, pero la forma en que el niño maneja estas emociones y ansiedades, y las defensas que utiliza, son índice de que el desarrollo prosigue o no satisfactoriamente. (Véase la Nota N0 3.) El temor de perder a la madre hace que sea doloroso separarse de ella, incluso por breves períodos, y diversas formas de juego son tanto expresión de esta ansiedad como medio de superarla. La observación de Freud del varoncito de dieciocho meses con su carretel, apuntaba en esta dirección (18) . Tal como yo lo veo, por medio de este juego el niño estaba superando no sólo sus sentimientos de pérdida, sino también su ansiedad depresiva (19) . Hay varias formas típicas de juegos similares al juego del carretel. Susan Isaacs (1952) mencionó algunos ejemplos, y yo agregaré ahora algunas observaciones de esta naturaleza. Los niños, a veces incluso antes de la segunda mitad del primer año, gozan en tirar cosas fuera de la cuna una y otra vez y esperan que retornen. Observé un desarrollo mayor de este juego en G, un bebé de diez meses, que hacía poco tiempo había empezado a gatear. Nunca se cansaba de arrojar un juguete lejos de si y luego gatear hacía él y agarrarlo. Me dijeron que ese juego había comenzado alrededor de dos meses antes, cuando hizo sus primeros intentos de avanzar. El bebito E, entre los seis y siete meses, notó una vez mientras vacía en su cuna que cuando levantaba las piernas, un juguete, que había arrojado a un costado, rodaba hacia él, y convirtió esto en un juego. Ya en el quinto o sexto mes muchos bebés reaccionan con placer cuando uno se esconde y aparece sorpresivamente (véase la Nota Nº 4); y yo he visto a bebés incluso de siete meses jugar activamente a esto, tirar de la manta hasta ponerla por encima de la cabeza y sacarla después. La madre del bebé E hizo de este juego un hábito a la hora de acostarlo, permitiendo así que el niño se durmiera de buen humor. Parece que la repetición de estas experiencias es un factor importante para ayudar al niño a que supere sus sentimientos de pérdida y aflicción. Otro juego típico que encuentro de gran ayuda y confort para los niños pequeños es separarse del niño a la hora de dormir diciéndole «adiós, adiós», saludándolo con la mano, y dejar lentamente la habitación, como desapareciendo gradualmente. El uso de «adiós, adiós» y la mano, y luego decir «vuelvo después» o «vuelvo pronto», o palabras semejantes cuando la madre deja la habitación, resulta generalmente de gran ayuda y consuelo. Sé de algunos bebés entre cuyas primeras palabras estaban «vuelvo» o «después». Volvamos a la bebita B, para quien «adiós» fue una de sus primeras palabras. A menudo noté que cuando su madre estaba por dejar la habitación, una fugaz expresión de tristeza aparecía en los ojos de la niña, o parecía que estaba por llorar Pero cuando la madre agitaba la mano y le decía «adiós» parecía consolada y seguía jugando. Cuando tenía entre diez y once meses la vi practicar el gesto de adiós y recibí la impresión de que esto se había vuelto una fuente no sólo de interés sino también de consuelo. La creciente capacidad del bebé de percibir y comprender las cosas que lo rodean aumenta su confianza en su propia capacidad para enfrentarlas e incluso controlarlas, y también su confianza en el mundo externo. Sus repetidas experiencias con la realidad externa se convierten en los medios más importantes para superar su ansiedad persecutoria y depresiva. Esto es, a mi modo de ver, la prueba de realidad, y subyace al proceso de los adultos que Freud ha descrito como parte del trabajo de duelo (20) . Cuando un bebé es capaz de sentarse o pararse en su cuna, puede mirar a la gente, y en cierto sentido se acerca más a ella; esto sucede en mayor medida aun cuando puede gatear y caminar. Tales realizaciones implican no sólo mayor habilidad para acercarse a su objeto por propia voluntad, sino también mayor independencia del objeto. Por ejemplo, la bebita B (alrededor de once meses) gozaba plenamente al gatear de un lado a otro por un pasillo durante horas y estaba muy contenta sola; pero de vez en cuando entraba gateando a la habitación donde estaba su madre (la puerta estaba abierta), le echaba un vistazo, trataba de hablarle y volvía al pasillo. La enorme importancia psicológica de pararse, gatear y caminar ha sido descrita por algunos psicoanalistas. Mi objetivo es aquí señalar que todas estas realizaciones son utilizadas por el niñito para recuperar sus objetos perdidos, tanto como para encontrar en su lugar nuevos objetos; todo esto ayuda al bebé a superar su posición depresiva. El desarrollo del lenguaje, comenzando con la imitación de sonidos, es otro de los grandes logros que acercan al niño a la gente que ama y le permite también encontrar nuevos objetos. Al obtener nuevos tipos de gratificación disminuyen la frustración y el sufrimiento relacionados con las situaciones anteriores, lo que nuevamente procura mayor seguridad. Otro elemento del progreso alcanzado deriva de los intentos del bebé para controlar a sus objetos, su mundo externo tanto como el interno. Cada paso del desarrollo es utilizado también por el yo como defensa contra la ansiedad, en este estadío principalmente contra la ansiedad depresiva. Esto contribuirá al hecho de que, como puede observarse a menudo, junto con los progresos del desarrollo, tales como caminar o hablar, los niños se vuelven más felices y vivaces. Para enfocarlo desde otro ángulo, el esfuerzo del yo para superar la posición depresiva promueve intereses y actividades, no sólo durante el primer año de vida, sino a través de los años tempranos de la niñez (21) . El caso siguiente ilustra algunas de mis conclusiones sobre la vida emocional temprana. El bebé D mostraba a la edad de tres meses una relación muy intensa y personal con sus juguetes, o sea, con sus bolitas, campanilla y sonajero. Los miraba fijamente, los tocaba una y otra vez, se los llevaba a la boca y escuchaba el ruido que hacían; se enojaba con estos juguetes y chillaba cuando no estaban en la posición que él quería; se alegraba y volvían a gustarle cuando los colocaba en la posición correcta. Cuando tenía cuatro meses la madre observó que descargaba bastante su ira en sus juguetes; por otra parte, eran también para él un consuelo cuando se sentía afligido. A veces paraba de llorar cuando se le mostraban los juguetes, y también le servían de consuelo antes de dormir. Al quinto mes distinguía claramente al padre, la madre y la mucama; lo demostraba inequívocamente en su mirada de reconocimiento y al esperar de cada uno ciertos tipos de juego. Sus relaciones personales eran ya muy llamativas en ese estadío; también había desarrollado una actitud especial para con la mamadera. Por ejemplo, cuando estaba vacía junto a él sobre la mesa, se volvía hacia ella, haciendo ruidos, acariciándola y chupando de cuando en cuando la tetilla. De su expresión facial podía deducirse que se estaba comportando con la mamadera como con una persona querida. A los nueve meses se lo vio mirar amorosamente a la mamadera y hablarle, aparentemente esperando que la mamadera le contestara. Esta relación con la mamadera es aun más interesante porque el nene nunca había sido un buen lactante y no mostraba ninguna voracidad, en realidad no demostraba ningún especial placer en alimentarse. Había habido dificultades en la lactancia casi desde el principio, ya que la leche materna se había acabado, y cuando tenía pocas semanas se le empezó a dar sólo mamadera. Su apetito sólo empezó a desarrollarse en el segundo año, e incluso entonces dependía en gran parte del placer de compartir la comida con los padres. Esto nos recuerda el hecho de que a los nueve meses su interés principal por la mamadera parecía ser de naturaleza casi personal y no se relacionaba solamente con la comida que ésta contenía. A los diez meses se encariñó mucho con un trompo, siendo atraído primero por su borlita roja, que en seguida empezó a chupar; esto llevó a un gran interés por la forma en que podía hacerlo girar y el ruido que hacía. Pronto abandonó sus intentos de chuparlo, pero mantuvo su interés por la borlita. Cuando tenía quince meses, sucedió que otro trompo, que también le gustaba mucho, se cayó al suelo mientras jugaba con él y se separaron las dos partes. La reacción del niño a este incidente fue notable. Lloró, no se lo podía consolar y no quería retornar a la habitación en que el incidente había sucedido. Cuando por fin la madre logró llevarlo para mostrarle que la parte superior había sido colocada otra vez, rehusó mirar y se escapó de la habitación (incluso al día siguiente no quería acercarse al armario de juguetes donde solía guardar el trompo). Además, varías horas después del incidente se negó a tomar el té. Sin embargo, poco después su madre tomó su perrito de juguete y dijo: «Qué lindo perrito!» El niño resplandeció, tomó el perro y empezó a caminar de una persona a otra esperando que dijeran «Lindo perrito». Era claro que se identificaba con el perro de juguete, y que por consiguiente el afecto mostrado al juguete lo reaseguraba por el daño que sentía que había infligido al trompo. Es significativo que ya en un estadío temprano el niño había demostrado ansiedad manifiesta ante cosas rotas. Por ejemplo, alrededor de los ocho meses lloró cuando se le cayó un vaso -y otra vez una taza- y se rompió. Pronto se perturbaba tanto a la vista de cosas rotas, sin importar quién hubiera causado el daño, que su madre inmediatamente las ponía fuera de su vista. Su sufrimiento en tales ocasiones era indicación tanto de ansiedad persecutoria como depresiva. Esto se hace claro si vinculamos su conducta de cuando tenía unos ocho meses con el incidente posterior con el trompo. Mi conclusión es que tanto la mamadera como el trompo representaban simbólicamente el pecho de la madre (recordaremos que a los diez meses se comportaba con el trompo como lo hacía a los nueve meses con la mamadera), y que la rotura del trompo significó para él la destrucción del pecho y el cuerpo de su madre. Esto explicaría sus emociones de ansiedad, culpa y aflicción por el trompo roto. Ya he vinculado el trompo con la taza rota y la mamadera, pero debe hacerse una conexión con algo anterior. Como hemos visto, el niño mostraba a veces gran enojo con sus juguetes, a los que trataba en forma muy personal. Yo sugeriría que su ansiedad y culpa observadas en un estadío posterior podían rastrearse hasta la agresividad expresada hacia los juguetes, en especial cuando no le eran accesibles. Hay aun un vínculo anterior con la relación con el pecho de la madre, que no lo había satisfecho y le había sido retirado. De acuerdo con esto, la ansiedad por la taza o vaso rotos seria una expresión de la culpa por su enojo e impulsos destructivos, dirigidos primero hacia el pecho de la madre. Entonces, por formación simbólica, el niño había desplazado su interés a una serie de objetos, del pecho a los juguetes; mamadera-vaso-taza-trompo; y había transferido a estos objetos relaciones y emociones personales como enojo, odio, ansiedad persecutoria y depresiva, y culpa (22) .He descrito antes en este capítulo la ansiedad del niño ante un extraño, e ilustrado con ese ejemplo la escisión de la figura materna (en este caso, la figura de la abuela) en madre buena y mala. Eran marcados el temor a la madre mala y el amor por la buena, que se mostraban intensamente en sus relaciones personales. Yo sugiero que ambos aspectos de las relaciones personales intervenían en su actitud hacía las cosas rotas. La mezcla de ansiedad persecutoria y depresiva que manifestó en el incidente del trompo roto, negándose a entrar en la habitación, y luego a acercarse al armario de los juguetes, muestra el temor a que el objeto se hubiera convertido en objeto peligroso (ansiedad persecutoria) porque había sido dañado. Pero no cabían dudas sobre los fuertes sentimientos depresivos que actuaban también en esta ocasión. Todas estas ansiedades se aliviaron cuando obtuvo un reaseguramiento del hecho de que el perrito (que lo representaba a él) era «lindo», o sea, bueno, y que sus padres todavía lo querían.

Continúa en ¨OBSERVANDO LA CONDUCTA DE BEBÉS (1952), Conclusión¨

Notas:

[13] En niños un poco mayores puede observarse fácilmente que si no se les proporcionan los signos especiales de afecto que ellos esperan a la hora de dormir, su sueño probablemente se perturbará, y que esta intensificación de la necesidad de amor en el momento de separarse está unida a sentimientos de culpa y al deseo de ser perdonados y de reconciliarse con la madre.
[14] S. Bernfeld, en Psychology of the Infant (1929), arribó a la importante conclusión de que el destete está ligado a sentimientos depresivos. Describe el variado comportamiento de los bebés en la época del destete, que va desde un anhelo y pena que apenas se notan hasta verdadera apatía y completo rechazo del alimento; y compara los estados de ansiedad e inquietud, irritabilidad y cierta apatía que pueden aparecer en el adulto con una situación similar en el bebé. Entre los métodos de superar la frustración del destete menciona el retiro de la libido del objeto que desilusiona, por medio de proyección y represión. Califica el uso del término “represión” como “tomado en préstamo del estado evolucionado del adulto”. Sin embargo, concluye que “…sus propiedades esenciales existen en estos procesos” (en el bebé) (pág. 296). Bernfeld sugiere que el destete es la primera causa evidente de la que se ramifica el desarrollo mental patológico, y que las neurosis de nutrición de los bebés son factores contribuyentes para la predisposición a las neurosis. Una de sus conclusiones es que, ya que algunos de los procesos por los que el bebé supera su pena y sensación de pérdida en el destete actúan silenciosamente, una conclusión sobre “los efectos del destete debe ser extraída de un íntimo conocimiento de la reacción del niño a su mundo y sus actividades, que son la expresión de su vida de fantasía, o por lo menos constituyen el núcleo de ella”. (Loc. cit., pág. 259 [la bastardilla es mía]).
[15] En Social Development of Young Children, especialmente en el cap. 3, sección II.A.i., Susan Isaacs dio ejemplos de dificultades en la comida y los examinó en relación con ansiedades que surgen del sadismo oral. Hay también observaciones interesantes en Disorders of Childhood de D. W. Winnicott, especialmente págs. 16 y 17.
[16] Sugerí antes que las fantasías del bebé de atacar el cuerpo de la madre con excrementos venenosos (explosivos y quemantes) son una causa fundamental de su temor a ser envenenado por ella, y yacen en la base de la paranoia; análogamente, que los impulsos a devorar a la madre (y su pecho), la convierten en la mente del bebé en un objeto devorador y peligroso (“Estadíos tempranos del conflicto edípico”, “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo”; también en El psicoanálisis de niños, especialmente cap. 8). También Freud se refiere a los terrores de la niñita de ser envenenada o asesinada por su madre, un temor del que dice que “puede formar posteriormente el núcleo de un trastorno paranoico” (Nuevas conferencias e introducción al psicoanálisis). Además, “es probable también que el miedo a ser envenenado esté conectado con el destete. Veneno es el alimento que lo enferma a uno”. (Loc. cit.). En un artículo anterior, “Sobre la sexualidad femenina”, Freud se refiere también al horror de la niñita en el estadío preedípico a “ser muerta (¿devorada?) por la madre”. Sugiere que “esta ansiedad corresponde a la hostilidad que la niña desarrolla luego hacia la madre, por las múltiples restricciones que ella le impone en el proceso de aprendizaje y cuidado físico”, y que “la inmadurez de la organización psíquica de la niñita favorece el mecanismo de proyección”. Deduce también que “en esta dependencia de la madre tenemos el germen de la paranoia femenina posterior”. En este contexto se refiere al caso, presentado en 1928 por Ruth Mack- Brunswick (“Die Analyse eines Eifersuchstswahnes”) “en el que la fuente directa del trastorno fue la fijación preedípica de la paciente (a una hermana).
[17] Podemos hacer aquí una comparación con la actitud hacia la comida de los maníacodepresivos. Como sabemos, algunos pacientes rechazan la comida; otros muestran temporariamente un aumento de voracidad; otros aun, oscilan entre estas dos reacciones.
[18] Mas allá del principio del placer, O. C., 18. Véase el cap. III, en que se da una descripción de este juego.
[19] En “The Observation of Infants in a Set Situation”, D. W. Winnicott examinó en detalle el juego con el carretel.
[20] “Duelo y melancolía”, O. C., 14.
[21] Como he señalado en el capítulo anterior, aunque las experiencias cruciales de sentimientos depresivos y las defensas contra ellos surgen durante el primer año de vida, le lleva años al niño superar sus ansiedades persecutoria y depresiva. Son reactivadas y superadas una y otra vez en el curso de la neurosis infantil. Pero estas ansiedades nunca son extirpadas, y por consiguiente pueden reavivarse, aunque en menor grado, durante el transcurso de la vida.
[22] En lo que respecta a la importancia de la formación de símbolos para la vida mental, véase S. Isaacs (1952), y también mis artículos “Análisis infantil” y “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo”.