Obras de Paulo Freire: PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO (1970). CAPÍTULO II

CAPÍTULO II
La concepción “bancaria” de la educación como instrumento de opresión. Sus supuestos. Su crítica.
La concepción problematizadora de la educación y la liberación. Sus supuestos.
La concepción “bancaria” y la contradicción educador-educando.
La concepción problematizadora y la superación de la contradicción educador-educando: nadie educa a nadie —nadie se educa a si mismo—, los hombres se educan entre si con la mediación del mundo.
El hombre como ser inconcluso y consciente de su inconclusión y su permanente movimiento tras la búsqueda del SER MÁS.

Cuanto más analizamos las relaciones educador-educandos dominantes
en la escuela actual, en cualquiera de sus niveles (o fuera de ella), más nos
convencemos de que estas relaciones presentan un carácter especial y
determinante —el de ser relaciones de naturaleza fundamentalmente narrativa,
discursiva, disertadora.
Narración de contenidos que, por ello mismo, tienden a petrificarse o a
transformarse en algo inerme, sean estos valores o dimensiones empíricas de la
realidad. Narración o disertación que implica un sujeto —el que narra— y
objetos pacientes, oyentes —los educandos.
Existe una especie de enfermedad de la narración. La tónica de la
educación es preponderantemente ésta, narrar, siempre narrar.
Referirse a la realidad como algo detenido, estático, dividido y bien
comportado o en su defecto hablar o disertar sobre algo completamente ajeno a
la experiencia existencial de los educandos deviene, realmente, la suprema
inquietud de esta educación. Su ansia irrefrenable. En ella, el educador
aparece como su agente indiscutible, como su sujeto real, cuya tarea
indeclinable es “llenar” a los educandos con los contenidos de su narración.
Contenidos que sólo son retazos de la realidad, desvinculados de la totalidad
en que se engendran y en cuyo contexto adquieren sentido. En estas
disertaciones, la palabra se vacía de la dimensión concreta que debería poseer
y se transforma en una palabra hueca, en verbalismo alienado y alienante. De
ahí que sea más sonido que significado y, como tal, sería mejor no decirla.
Es por esto por lo que una de las características de esta educación
disertadora es la “sonoridad” de la palabra y no su fuerza transformadora:
Cuatro veces cuatro, dieciséis; Perú, capital Lima, que el educando fija,
memoriza, repite sin percibir lo que realmente significa cuatro veces cuatro. Lo
que verdaderamente significa capital, en la afirmación: Perú, capital Lima,
Lima para el Perú y Perú para América Latina. (35)
La narración, cuyo sujeto es el educador, conduce a los educandos a la
memorización mecánica del contenido narrado. Más aún, la narración los
transforma en “vasijas”, en recipientes que deben ser “llenados” por el
educador. Cuando más vaya llenando los recipientes con sus “depósitos”, tanto
mejor educador será. Cuanto más se dejen “llenar” dócilmente, tanto mejor
educandos serán.
De este modo, la educación se transforma en un acto de depositar en el
cual los educandos son los depositarios y el educador quien deposita.
En vez de comunicarse, el educador hace comunicados y depósitos que los
educandos, meras incidencias, reciben pacientemente, memorizan y repiten.
Tal es la concepción “bancaria” de la educación, en que el único margen de
acción que se ofrece a los educandos es el de recibir los depósitos, guardarlos y
archivarlos. Margen que sólo les permite ser coleccionistas o fichadores de
cosas que archivan.
En el fondo, los grandes archivados en esta práctica equivocada de la
educación (en la mejor de las hipótesis) son los propios hombres. Archivados ya
que, al margen de la búsqueda, al margen de la praxis, los hombres no pueden
ser. Educadores y educandos se archivan en la medida en que, en esta visión
distorsionada de la educación, no existe creatividad alguna, no existe
transformación, ni saber. Sólo existe saber en la invención, en la reinvención,
en la búsqueda inquieta, impaciente, permanente que los hombres realizan en
el mundo, con el mundo y con los otros. Búsqueda que es también
esperanzada.
En la visión “bancaria” de la educación, el “saber”, el conocimiento, es una
donación de aquellos que se juzgan sabios a los que juzgan ignorantes.
Donación que se basa en una de las manifestaciones instrumentales de la
ideología de la opresión: la absolutización de la ignorancia, que constituye lo
que llamamos alienación de la ignorancia, según la cual ésta se encuentra
siempre en el otro.
El educador que aliena la ignorancia, se mantiene en posiciones fijas,
invariables. Será siempre el que sabe, en tanto los educandos serán siempre
los que no saben. La rigidez de estas posiciones niega a la educación y al
conocimiento como procesos de búsqueda.
El educador se enfrenta a los educandos como su antinomia necesaria.
Reconoce la razón de su existencia en la absolutización de la ignorancia de
estos últimos. Los educandos, alienados a su vez, a la manera del esclavo, en
la dialéctica hegeliana, reconocen en su ignorancia la razón de la existencia del
educador pero no llegan, ni siquiera en la forma del esclavo en la dialéctica
mencionada, a descubrirse como educadores del educador.
En verdad, como discutiremos mis adelante, la razón de ser de la
educación libertadora radica en su impulso inicial conciliador. La educación
debe comenzar por la superación de la contradicción educador-educando. Debe
fundarse en la conciliación de sus polos, de tal manera que ambos se hagan,
simultáneamente, educadores y educandos.
En la concepción “bancaria” que estamos criticando, para la cual la
educación es el acto de depositar, de transferir, de trasmitir valores y
conocimientos, no se verifica, ni puede verificarse esta superación. Por el
contrario, al reflejar la sociedad opresora, siendo una dimensión de la “cultura
del silencio”, la “educación bancaria” mantiene y estimula la contradicción.
De ahí que ocurra en ella que:
a) el educador es siempre quien educa; el educando el que es educado.
b) el educador es quien sabe; los educandos quienes no saben.
c) el educador es quien piensa, el sujeto del proceso; los educandos son los objetos pensados.
d) el educador es quien habla; los educandos quienes escuchan dócilmente.
e) el educador es quien disciplina; los educandos los disciplinados.
f) el educador es quien opta y prescribe su opción; los educandos quienes siguen la prescripción;
g) el educador es quien actúa; los educandos son aquellos que tienen la ilusión de que actúan, en la actuación del educador.
h) el educador es quien escoge el contenido programático; los educandos, a quienes jamás se escucha, se acomodan a él.
i) el educador identifica la autoridad del saber con su autoridad funcional, la que opone antagónicamente a la libertad de los educandos. Son éstos quienes deben adaptarse a las
determinaciones de aquél.
j) Finalmente, el educador es el sujeto del proceso; los educandos, meros objetos.
Si el educador es quien sabe, y si los educandos son los ignorantes, le cabe, entonces, al primero, dar, entregar, llevar, trasmitir su saber a los segundos. Saber que deja de ser un saber de “experiencia realizada” para ser el saber de experiencia narrada o trasmitida.
No es de extrañar, pues, que en esta visión “bancaria” de la educación, los
hombres sean vistos como seres de la adaptación, del ajuste. Cuanto más se
ejerciten los educandos en el archivo de los depósitos que les son hechos, tanto
menos desarrollarán en sí la conciencia crítica de la que resultaría su inserción
en el mundo, como transformadores de él. Como sujetos del mismo.
Cuanto más se les imponga pasividad, tanto más ingenuamente tenderán
a adaptarse al mundo en lugar de transformar, tanto más tienden a adaptarse
a la realidad parcializada en los depósitos recibidos.
En la medida en que esta visión “bancaria” anula el poder creador de los
educandos o lo minimiza, estimulando así su ingenuidad y no su criticidad,
satisface los intereses de los opresores. Para éstos, lo fundamental no es el
descubrimiento del mundo, su transformación. Su humanitarismo, y no su
humanismo, radica en la preservación de la situación de que son beneficiarios
y que les posibilita el mantenimiento de la falsa generosidad a que nos
referíamos en el capítulo anterior. Es por esta misma razón por lo que
reaccionan, incluso instintivamente, contra cualquier tentativa de una
educación que estimule el pensamiento auténtico, pensamiento que no se deja
confundir por las visiones parciales de la realidad, buscando, por el contrario,
los nexos que conectan uno y otro punto, uno y otro problema.
En verdad, lo quo pretenden los opresores “es transformar la mentalidad
de los oprimidos y no la situación que los oprime”.(36) A fin de lograr una mejor
adaptación a la situación que, a la vez, permita una mejor forma de dominación.
Pata esto, utilizan la concepción “bancaria” de la educación a la que
vinculan todo el desarrollo de una acción social de carácter paternalista, en
que los oprimidos reciben el simpático nombre de “asistidos”. Son casos
individuales, meros “marginados”, que discrepan de la fisonomía general de la
sociedad. Esta es buena, organizada y justa. Los oprimidos son la patología de
las sociedades sanas, que precisan por esto mismo ajustarlos a ella,
transformando sus mentalidades de hombres “ineptos y perezosos”.
Como marginados, “seres fuera de” o “al margen de”, la solución para ellos
seria la de que fuesen “integrados”, “incorporados” a la sociedad sana de donde
“partirán” un día, renunciando, como tránsfugas, a una vida feliz…
Para ellos la solución estaría en el hecho de dejar la condición de ser
“seres fuera de” y asumir la de “seres dentro de”.
Sin embargo, los llamados marginados, que no son otros sino los
oprimidos, jamás estuvieron fuera de. Siempre estuvieron dentro de. Dentro de
la estructura que los transforma en “seres para otro”. Su solución, pues, no
está en el hecho de “integrarse”, de “incorporarse» a esta estructura que los
oprime, sino transformarla para que puedan convertirse en “seres para sí”.
Obviamente, no puede ser éste el objetivo de los opresores. De ahí que la
“educación bancaria”, que a ellos sirve; jamás pueda orientarse en el sentido de
la concienciación de los educandos.
En la educación de adultos, por ejemplo, no interesa a esta visión
“bancaria” proponer a los educandos el descubrimiento del mundo sino, por el
contrario, preguntarles si “Ada dio el dedo al cuervo”, para después decirles,
enfáticamente, que no, que “Ada dio el dedo al ave”.
El problema radica en que pensar auténticamente es peligroso. El extraño
humanismo de esta concepción bancaria se reduce a la tentativa de hacer de
los hombres su contrario —un autómata, que es la negación de su vocación
ontológica de ser más.
Lo que no perciben aquellos que llevan a cabo la educación “bancaria”, sea
o no en forma deliberada (ya que existe un sinnúmero de educadores de buena
voluntad que no se saben al servicio de la deshumanización al practicar el
“bancarismo’), es que en los propios “depósitos” se encuentran las
contradicciones, revestidas por una exterioridad que las oculta. Y que, tarde o
temprano, los propios “depósitos” pueden provocar un enfrentamiento con la
realidad en movimiento y despertar a los educandos, hasta entonces pasivos,
contra su “domesticación”.
Su “domesticación” y la de la realidad, de la cual se les habla como algo
estático, puede despertarlos como contradicción de sí mismos y de la realidad.
De sí mismos, al descubrirse, por su experiencia existencial, en un modo de ser
irreconciliable con su vocación de humanizarse. De la realidad, al percibirla en
sus relaciones con ella, como constante devenir.
Así, si los hombres son estos seres de la búsqueda y si su vocación
ontológica es humanizarse, pueden, tarde o temprano, percibir la contradicción
en que la “educación bancaria” pretende mantenerlos, y percibiéndola pueden
comprometerse en la lucha por su liberación.
Un educador humanista, revolucionario, no puede esperar esta
posibilidad. (37) Su acción, al identificarse, desde luego, con la de los educandos,
debe orientarse en el sentido de la liberación de ambos. En el sentido del
pensamiento auténtico y no en el de la donación, el de la entrega de
conocimientos. Su acción debe estar empapada de una profunda creencia en
los hombres. Creencia en su poder creador.
Todo esto exige que sea, en sus relaciones con los educandos, un compañero de éstos.
La educación “bancaria”, en cuya práctica no se concilian el educador y
los educandos, rechaza este compañerismo. Y es lógico que así sea. En el
momento en que el educador “bancario” viviera la superación de la
contradicción ya no sería “bancario”, ya no efectuaría “depósitos”. Ya no
intentaría domesticar. Ya no prescribiría. Saber con los educandos en tanto
éstos supieran con él, sería su tarea. Ya no estarla al servicio de la
deshumanización, al servicio de la opresión, sino al servicio de la liberación.
Esta concepción bancaria, más allá de los intereses referidos, implica
otros aspectos que envuelven su falsa visión de los hombres. Aspectos que han
sido ora explicitados, ora no explicitados, en su práctica.
Sugiere una dicotomía inexistente, la de hombres-mundo. Hombres que
están simplemente en el mundo y no con el mundo y con los otros. Hombres
espectadores y no recreadores del mundo. Concibe su conciencia como algo
especializado en ellos y no a los hombres como “cuerpos conscientes”. La
conciencia como si fuera una sección “dentro” de los hombres,
mecanicistamente separada, pasivamente abierta al mundo que la irá
colmando de realidad. Una conciencia que recibe permanentemente los
depósitos que el mundo le hace y que se van transformando en sus propios
contenidos. Como si los hombres fuesen una presa del mundo y éste un eterno
cazador de aquéllos, que tuviera por distracción henchirlos de partes suyas.
Para esta concepción equivocada de los hombres, en el momento mismo
en que escribo, estarían “dentro” de mí, como trozos del mundo que me
circunda, la mesa en que escribo, los libros, la taza del café, los objetos que
están aquí, tal como estoy yo ahora dentro de este cuarto.
De este modo, no distingue entre hacer presente a la conciencia y entrar
en la conciencia. La mesa en que escribo, los libros, la taza del café, los objetos
que me cercan están, simplemente, presentes en mi conciencia y no dentro de
ella. Tengo conciencia de ellos pero no los tengo dentro de mí.
Sin embargo, si para la concepción “bancaria” la conciencia es, en su
relación con el mundo, esta “pieza” pasivamente abierta a él, a la espera de que
en ella entre, coherentemente concluirá que al educador no le cabe otro papel
sino el de disciplinar la “entrada” del mundo en la conciencia. Su trabajo será
también el de imitar al mundo. El de ordenar lo que ya se hizo,
espontáneamente. El de llenar a los educandos de contenidos. Su trabajo es el
de hacer depósitos de “comunicados” —falso saber que él considera como saber
verdadero. (38)
Dado que en esta visión los hombres son ya seres pasivos, al recibir el
mundo que en ellos penetra, sólo cabe a la educación apaciguarlos más aún y
adaptarlos al mundo. Para la concepción “bancaria”, cuanto más adaptados
estén los hombres tanto más “educados” serán en tanto adecuados al mundo.
Esta concepción, que implica una práctica, sólo puede interesar a los
opresores que estarán tanto más tranquilos cuanto más adecuados sean los
hombres al mundo. Y tanto más preocupados cuanto más cuestionen los
hombres el mundo.
Así, cuanto mis se adaptan las grandes mayorías a las finalidades que les
sean prescritas por las minorías dominadoras, de tal manera que éstas
carezcan del derecho de tener finalidades propias, mayor será el poder de
prescripción de estas minorías.
La concepción y la práctica de la educación que venimos criticando, se
instauran como instrumentos eficientes para este fin. De ahí que uno de sus
objetivos fundamentales, aunque no sea éste advertido por muchos de los que
la llevan a cabo, sea dificultar al máximo el pensamiento auténtico. En las
clases verbalistas, en los métodos de evaluación de los “conocimientos”, en el
denominado “control de lectura”, en la distancia que existe entre educador y
educando, en los criterios de promoción, en la indicación bibliográfica, (39) y así
sucesivamente, existe siempre la connotación “digestiva” y la prohibición de pensar.
Entre permanecer porque desaparece, en una especie de morir para vivir,
y desaparecer por y en la imposición de su presencia, el educador “bancario”
escoge la segunda hipótesis. No puede entender que permanecer equivale al
hecho de buscar ser, con los otros. Equivale a convivir, a simpatizar. Nunca a
sobreponerse ni siquiera yuxtaponerse a los educandos y no simpatizar con
ellos. No existe permanencia alguna en la hipertrofia.
Sin embargo, el educador “bancario” no puede creer en nada de esto.
Convivir, simpatizar, implican comunicarse, lo que la concepción que informa
su práctica rechaza y teme.
No puede percibir que la vida humana sólo tiene sentido en la
comunicación, ni que el pensamiento del educador sólo gana autenticidad en la
autenticidad del pensar de los educandos, mediatizados ambos por la realidad
y, por ende, en la intercomunicación. Por esto mismo, el pensamiento de aquél
no puede ser un pensamiento para estos últimos, ni puede ser impuesto a
ellos. De ahí que no pueda ser un pensar en forma aislada, en una torre de
marfil, sino en y por la comunicación en torno, repetimos, de una realidad.
Y si sólo así tiene sentido el pensamiento, si sólo encuentra su fuente
generadora en la acción sobre el mundo, el cual mediatiza las conciencias en
comunicación, no será posible la superposición de los hombres sobre los
hombres.
Tal superposición, que surge como uno de los rasgos fundamentales de la
concepción “educativa” que estamos criticando, la sitúa una vez más como
práctica de la dominación.
De ésta, que se basa en una falsa comprensión de los hombres a los que
reduce a meros objetos, no puede esperarse que provoque el desarrollo de lo
que Fromm denomina biofilia, sino el desarrollo de su contrario, la necrofilia.
“Mientras la vida —dice Fromm— se caracteriza por el crecimiento de una
manera estructurada, funcional, el individuo necrófilo ama todo lo que no
crece, todo lo que es mecánico. La persona necrófila se mueve por un deseo de
convertir lo orgánico en inorgánico, de mirar la vida mecánicamente como si
todas las personas vivientes fuesen objetos. Todos los procesos, sentimientos y
pensamientos de vida se transforman en cosas. La memoria y no la
experiencia; tener y no ser es lo que cuenta. El individuo necrófilo puede
realizarse con un objeto —una flor o una persona— únicamente si lo posee; en
consecuencia, una amenaza a su posesión es una amenaza a él mismo; si
pierde la posesión, pierde el contacto con el mundo.” Y continúa, más adelante:
“ama el control y, en el acto de controlar, mata la vida” (40).
La opresión, que no es sino un control aplastador, es necrófila. Se nutre
del amor a la muerte y no del amor a la vida.
La concepción “bancaria” que a ella sirve, también lo es. En el momento
en que se fundamenta sobre un concepto mecánico, estático, espacializado de
la conciencia y en el cual, por esto mismo, transforma a los educandos en
recipientes, en objetos, no puede esconder su marca necrófila. No se deja
mover por el ánimo de liberar el pensar mediante la acción de los hombres, los
unos con los otros, en la tarea común de rehacer el mundo y transformarlo en
un mundo cada vez más humano.
Su ánimo es justamente lo contrario: el de controlar el pensamiento y la
acción conduciendo a los hombres a la adaptación al mundo. Equivale a inhibir
el poder de creación y de acción. Y al hacer esto, al obstruir la actuación de los
hombres como sujetos de su acción, como seres capaces de opción, los frustra.
Así, cuando por un motivo cualquiera los hombres sienten la prohibición
de actuar, cuando descubren su incapacidad para desarrollar el uso de sus facultades, sufren.
Sufrimiento que proviene “del hecho de haberse perturbado el equilibrio
humano (Fromm). El no poder actuar, que provoca el sufrimiento, provoca
también en los hombres el sentimiento de rechazo a su impotencia. Intenta,
entonces, “restablecer su capacidad de acción” (Fromm).
Sin embargo, ¿puede hacerlo? ¿y cómo?, pregunta Fromm. Y responde que
un modo es el de someterse a una persona o grupo que tenga poder e
identificarse con ellos. Por esta participación simbólica en la vida de otra
persona, el hombre tiene la ilusión de que actúa, cuando, en realidad, no hace
sino someterse a los que actúan y convertirse en una parte de ellos. (41)
Quizás podamos encontrar en los oprimidos este tipo de reacción en las
manifestaciones populistas. Su identificación con líderes carismáticos, a través
de los cuales se puedan sentir actuando y, por lo tanto, haciendo uso de sus
potencialidades y su rebeldía, que surge de la emersión en el proceso histórico,
se encuentran envueltas, por este ímpetu, en la búsqueda de realización de sus
potencialidades de acción.
Para las élites dominadoras, esta rebeldía que las amenaza tiene solución
en una mayor dominación –en la represión hecha, incluso, en nombre de la
libertad y del establecimiento del orden y de la paz social. Paz social que, en el
fondo, no es otra sino la paz privada de los dominadores.
Es por esto mismo por lo que pueden considerar –lógicamente, desde su
punto de vista– como un absurdo “la violencia propia de una huelga de
trabajadores y exigir simultáneamente al Estado que utilice la violencia a fin de
acabar con la huelga.” (42)
La educación como práctica de la dominación que hemos venido
criticando, al mantener la ingenuidad de los educandos, lo que pretende,
dentro de su marco ideológico, es indoctrinarlos en el sentido de su
acomodación al mundo de la opresión.
Al denunciarla, no esperamos que las élites dominadoras renuncien a su
práctica. Esperarlo así sería una ingenuidad de nuestra parte.
Nuestro objetivo es llamar la atención de los verdaderos humanistas sobre
el hecho de que ellos no pueden, en la búsqueda de la liberación, utilizar la
concepción “bancaria” so pena de contradecirse en su búsqueda. Asimismo, no
puede dicha concepción transformarse en el legado de la sociedad opresora a la
sociedad revolucionaria.
La sociedad revolucionaria que mantenga la práctica de la educación
“bancaria”, se equivocó en este mantener, o se dejó “tocar” por la desconfianza
y por la falta de fe en los hombres. En cualquiera de las hipótesis, estará
amenazada por el espectro de la reacción.
Desgraciadamente, parece que no siempre están convencidos de esto
aquellos que se inquietan por la causa de la liberación. Es que, envueltos por el
clima generador de la concepción “bancaria” y sufriendo su influencia, no
llegan a percibir tamo su significado como su fuerza deshumanizadora.
Paradójicamente, entonces usan el mismo instrumento alienador, en un
esfuerzo que pretende ser liberador. E incluso, existen los que, usando el
mismo instrumento alienador, llaman ingenuos o soñadores, si no
reaccionarios, a quienes difieren de esta práctica.
Lo que nos parece indiscutible es que si pretendemos la liberación de los
hombres, no podemos empezar por alienarlos o mantenerlos en la alienación.
La liberación auténtica, que es la humanización en proceso, no es una cosa
que se deposita en los hombres. No es una palabra más, hueca, mitificante. Es
praxis, que implica la acción y la reflexión de los hombres sobre el mundo para transformarlo.
Dado que no podemos aceptar la concepción mecánica de la conciencia,
que la ve como algo vacío que debe ser llenado, factor que aparece además
como uno de los fundamentos implícitos en la visión bancaria criticada,
tampoco podemos aceptar el hecho de que la acción liberadora utilice de ]as
mismas armas de la dominación, vale decir, las de la propaganda, los
marbetes, los “depósitos”.
La educación que se impone a quienes verdaderamente se comprometen
con la liberación no puede basarse en una comprensión de los hombres como
seres “vacíos” a quien el mundo “llena” con contenidos; no puede basarse en
una conciencia espacializada, mecánicamente dividida, sino en los hombres
como “cuerpos conscientes” y en la conciencia como conciencia intencionada al
mundo. No puede ser la del depósito de contenidos, sino la de la
problematización de los hombres en sus relaciones con el mundo.
Al contrario de la concepción “bancaria”, la educación problematizadora,
respondiendo a la esencia del ser de la conciencia, que es su intencionalidad,
niega los comunicados y da existencia a la comunicación. Se identifica con lo
propio de la condena que es ser, siempre, conciencia de, no sólo cuando se
intenciona hacia objetos, sino también cuando se vuelve sobre si misma, en lo
que Jaspers denomina “escisión”. (43) Escisión en la que la conciencia es
conciencia de la conciencia.
En este sentido, la educación liberadora, problematizadora, ya no puede
ser el acto de depositar, de narrar, de transferir o de trasmitir “conocimientos”
y valores a los educandos, meros pacientes, como lo hace la educación
“bancaria”, sino ser un acto cognoscente. Como situación gnoseológica, en la
cual el objeto cognoscible, en vez de ser el término del acto cognoscente de un
sujeto, es el mediatizador de sujetos cognoscentes —educador, por un lado;
educandos, por otro—, la educación problematizadora antepone, desde luego,
la exigencia de la superación de la contradicción educador-educandos. Sin ésta
no es posible la relación dialógica, indispensable a la cognoscibilidad de los
sujetos cognoscentes, en torno del mismo objeto cognoscible.
El antagonismo entre las dos concepciones, la “bancaria”, que sirve a la
dominación, y la problematizadora, que sirve a la liberación, surge
precisamente ahí. Mientras la primera, necesariamente, mantiene la
contradicción educador-educandos, la segunda realiza la superación.
Con el fin de mantener la contradicción, la concepción “bancaria” niega la
dialogicidad como esencia de la educación y se hace antidialógica; la educación
problematizadora —situación gnoseológica— a fin de realizar la superación
afirma la dialogicidad y se hace dialógica.
En verdad, no sería posible llevar a cabo la educación problematizadora,
que rompe con los esquemas verticales característicos de la educación
bancaria, ni realizarse como práctica de la libertad sin superar la contradicción
entre el educador y los educandos. Como tampoco sería posible realizarla al
margen del diálogo.
A través de éste se opera la superación de la que resulta un nuevo
término: no ya educador del educando; no ya educando del educador, sino
educador-educando con educando-educador.
De este modo, el educador ya no es sólo el que educa sino aquel que, en
tanto educa, es educado a través del diálogo con el educando, quien, al ser
educado, también educa. Así, ambos se transforman en sujetos del proceso en
que crecen juntos y en el cual “los argumentos de la autoridad” ya no rigen.
Proceso en el que ser funcionalmente autoridad, requiere el estar siendo con
las libertades y no contra ellas.
Ahora, ya nadie educa a nadie, así como tampoco nadie se educa a sí
mismo, los hombres se educan en comunión, y el mundo es el mediador.
Mediadores son los objetos cognoscibles que, en la práctica “bancaria”,
pertenecen al educador, quien los describe o los deposita en los pasivos
educandos.
Dicha práctica, dicotomizando todo, distingue, en la acción del educador,
dos momentos. El primero es aquel en el cual éste, en su biblioteca o en su
laboratorio, ejerce un acto cognoscente frente al objeto cognoscible, en tanto se
prepara para su clase. El segundo es aquel en el cual, frente a los educandos,
narra o diserta con respecto al objeto sobre el cual ejerce su acto cognoscente.
El papel que a éstos les corresponde, tal como señalamos en páginas
anteriores, es sólo el de archivar la narración o los depósitos que les hace el
educador. De este modo, en nombre de la “preservación de la cultura y del
conocimiento’“, no existe ni conocimiento ni cultura verdaderos.
No puede haber conocimiento pues los educandos no son llamados a
conocer sino a memorizar el contenido narrado por el educador. No realizan
ningún acto cognoscitivo, una vez que el objeto que debiera ser puesto como
incidencia de su acto cognoscente es posesión del educador y no mediador de
la reflexión crítica de ambos.
Por el contrario, la práctica problematizadora no distingue estos
momentos en el quehacer del educador-educando. No es sujeto cognoscente en
uno de sus momentos y sujeto narrador del contenido conocido en otro. Es
siempre un sujeto cognoscente, tanto cuando se prepara como cuando se
encuentra dialógicamente con los educandos.
El objeto cognoscible, del cual el educador bancario se apropia, deja de ser
para él una propiedad suya para transformarse en la incidencia de su reflexión
y de la de los educandos.
De este modo el educador problematizador rehace constantemente su acto
cognoscente en la cognoscibilidad de los educandos. Estos, en vez de ser
dóciles receptores de los depósitos, se transforman ahora en investigadores
críticos en diálogo con el educador, quien a su vez es también un investigador crítico.
En la medida en que el educador presenta a los educandos el contenido,
cualquiera que sea, como objeto de su ad-miración, del estudio que debe
realizarse, “readmira” la “admiración” que hiciera con anterioridad en la
“admiración” que de él hacen los educandos.
Por el mismo hecho de constituirse esta práctica educativa en una
situación gnoseológica, el papel del educador problematizador es el de
proporcionar, conjuntamente con los educandos, las condiciones para que se
dé la superación del conocimiento al nivel de la “doxa” por el conocimiento
verdadero, el que se da al nivel del “logos”.
Es así como, mientras la práctica “bancaria”, como recalcamos, implica
una especie de anestésico, inhibiendo el poder creador de los educandos, la
educación problematizadora, de carácter auténticamente reflexivo, implica un
acto permanente de descubrimiento de la realidad. La primera pretende
mantener la inmersión; la segunda, por el contrario, busca la emersión de las
conciencias, de la que resulta su inserción critica en la realidad.
Cuanto más se problematizan los educandos, como seres en el mundo y
con el mundo, se sentirán mayormente desafiados. Tanto más desafiados
cuanto más obligados se vean a responder al desafío. Desafiados, comprenden
el desafío en la propia acción de captarlo. Sin embargo, precisamente porque
captan el desafío como un problema en sus conexiones con otros, en un plano
de totalidad y no como algo petrificado, la comprensión resultante tiende a
tornarse crecientemente crítica y, por esto, cada vez más desalienada.
A través de ella, que provoca nuevas comprensiones de nuevos desafíos,
que van surgiendo en el proceso de respuesta, se van reconociendo más y más
como compromiso. Es así como se da el reconocimiento que compromete.
La educación como práctica de la libertad, al contrario de aquella que es
práctica de la dominación, implica la negación del hombre abstracto, aislado,
suelto, desligado del mundo, así como la negación del mundo como una
realidad ausente de los hombres.
La reflexión que propone, por ser auténtica, no es sobre este hombre
abstracción, ni sobre este mundo sin hombre, sino sobre los hombres en sus
relaciones con el mundo. Relaciones en las que conciencia y mundo se dan
simultáneamente. No existe conciencia antes y mundo después y viceversa.
“La conciencia y el mundo —señala Sartre— se dan al mismo tiempo:
exterior por esencia a la conciencia, el mundo es, por esencia, relativo a ella.” (44)
Es por esto por lo que, en cierta oportunidad, en uno de los “círculos de
cultura” del trabajo que se realiza en Chile, un campesino, a quien la
concepción bancaria clasificaría como “ignorante absoluto”, mientras discutía a
través de una “codificación” el concepto antropológico de cultura, declaró,:
“Descubro ahora que no hay mundo sin hombre”. Y cuando el educador le dijo:
“Admitamos, absurdamente, que murieran todos los hombres del mundo y
quedase la tierra, quedasen los árboles, los pájaros, los animales, los ríos, el
mar, las estrellas, ¿no seria todo esto mundo..” “No —respondió enfático—,
faltaría quien dijese: Esto es mundo”. El campesino quiso decir, exactamente,
que faltaría la conciencia del mundo que implica, necesariamente, el mundo de la conciencia.
En verdad, no existe un yo que se constituye sin un no-yo. A su vez, el noyo
constituyente del yo se constituye en la constitución del yo constituido. De
esta forma, el mundo constituyente de la conciencia se transforma en mundo
de la conciencia, un objetivo suyo percibido, el cual le da intención. De ahí la
afirmación de Sartre, citada con anterioridad, “conciencia y mundo se dan al mismo tiempo”.
En la medida en que los hombres van aumentando el campo de su
percepción, reflexionando simultáneamente sobre sí y sobre el mundo, van
dirigiendo, también, su “mirada” a “percibidos” que, aunque presentes en lo
que Husserl denomina “visiones de fondo”. (45) hasta entonces no se destacaban,
“no estaban puestos por sí”.
De este modo, en sus “visiones de fondo”, van destacando “percibidos” y
volcando sobre ellos su reflexión.
Lo que antes existía como objetividad, pero no era percibido en sus
implicaciones más profundas y, a veces, ni siquiera era percibido, se “destaca”
y asume el carácter de problema y, por lo tanto, de desafió.
A partir de este momento, el “percibido destacado’ ya es objeto de la
“admiración” de los hombres y, como tal, de su acción y de su conocimiento.
Mientras en la concepción “bancaria” —permítasenos la insistente
repetición— el educador va “llenando” a los educandos de falso saber que son
los contenidos impuestos, en la práctica problematizadora los educandos van
desarrollando su poder de captación y de comprensión del mundo que, en sus
relaciones con él, se les presenta no ya como una realidad estática sino como
una realidad en transformación, en proceso.
La tendencia, entonces, tanto del educador-educando como de los
educandos-educadores es la de establecer una forma auténtica de pensamiento
y acción. Pensarse a sí mismos y al mundo, simultáneamente, sin dicotomizar
este pensar de la acción.
La educación problematizadora se hace, así, un esfuerzo permanente a
través del cual los hombres van percibiendo, críticamente, cómo están siendo
en el mundo, en el que y con el que están.
Si, de hecho, no es posible entenderlos fuera de sus relaciones dialécticas
con el mundo, si éstas existen, independientemente de si las perciben o no, o
independientemente de cómo las perciben, es verdadero también que su forma
de actuar, cualquiera que sea, es, en gran parte, en función de la forma como
se perciben en el mundo.
Una vez más se vuelven antagónicas las dos concepciones y las dos
prácticas que estamos analizando. La “bancaria”, por razones obvias, insiste en
mantener ocultas ciertas razones que explican la manera como están siendo
los hombres en el mundo y, para esto, mitifican la realidad. La
problematizadora, comprometida con la liberación, se empeña en la
desmitificación. Por ello, la primera niega el diálogo en tanto que la segunda
tiene en él la relación indispensable con el acto cognoscente, descubridor de la realidad.
La primera es “asistencial”, la segunda es crítica; la primera, en la medida
en que sirve a la dominación, inhibe el acto creador y, aunque no puede matar
la intencionalidad de la conciencia como un desprenderse hacia el mundo, la
“domestica” negando a los hombres en su vocación ontológica e histórica de
humanizarse. La segunda, en la medida en que sirve a la liberación, se asienta
en el acto creador y estimula la reflexión y la acción verdaderas de los hombres
sobre la realidad, responde a su vocación como seres que no pueden
autenticarse al margen de la búsqueda y de la transformación creadora.
La concepción y la práctica “bancarias” terminan por desconocer a los
hombres como seres históricos, en tanto que la problematizadora parte,
precisamente, del carácter histórico y de la historicidad de los hombres.
Es por esto por lo que los reconoce como seres que están siendo, como
seres inacabados, inconclusos, en y con una realidad que siendo historia es
también tan inacabada como ellos.
Los hombres, diferentes de los otros animales, que son sólo inacabados
mas no históricos, se saben inacabados. Tienen conciencia de su inconclusión.
Así se encuentra la raíz de la educación misma, como manifestación
exclusivamente humana. Vale decir, en la inconclusión de los hombres y en la
conciencia que de ella tienen. De ahí que sea la educación un quehacer
permanente. Permanente en razón de la inconclusión de los hombres y del
devenir de la realidad.
De esta manera, la educación se rehace constantemente en la praxis. Para
ser, tiene que estar siendo.
Su “duración” como proceso, en el sentido bergsoniano del término, radica
en el juego de los contrarios permanencia-cambio.
En tanto la concepción “bancaria recalca la permanencia, la concepción
problematizadora refuerza el cambio. De este modo, la práctica “bancaria”, al
implicar la inmovilidad a que hicimos referencia, se hace reaccionaria, en tanto
que la concepción problematizadora, al no aceptar un presente bien
comportado no acepta tampoco un futuro preestablecido, y enraizándose en el
presente dinámico, se hace revolucionaria.
La educación problematizadora no es una fijación reaccionaria, es futuro
revolucionario. De ahí que sea profética y, como tal, esperanzada. (46) De ahí que
corresponda a la condición de los hombres como seres históricos y a su
historicidad. De ahí que se identifique con ellos como seres más allá de sí
mismos; como “proyectos”; como seres que caminan hacia adelante, que miran
al frente; como seres a quienes la inmovilidad amenaza de muerte; para
quienes el mirar hacia atrás no debe ser una forma nostálgica de querer volver
sino una mejor manera de conocer lo que está siendo, para construir mejor el
futuro. De ahí que se identifique con el movimiento permanente en que se
encuentran inscritos los hombres, como seres que se saben inconclusos;
movimiento que es histórico y que tiene su punto de partida, su sujeto y su objetivo.
El punto de partida de dicho movimiento radica en los hombres mismos.
Sin embargo, como no hay hombres sin mundo, sin realidad, el movimiento
parte de las relaciones hombre-mundo. De ahí que este punto de partida esté
siempre en los hombres, en su aquí, en su ahora, que constituyen la situación
en que se encuentran ora inmersos, ora emersos, ora insertos.
Solamente a partir de esta situación, que les determina la propia
percepción que de ella están teniendo, pueden moverse los hombres.
Y para hacerlo, auténticamente incluso, es necesario que la situación en
que se encuentran no aparezca como algo fatal e intrasponible sino como una
situación desafiadora, que sólo los limita.
En tanto la práctica “bancaria”, por todo lo que de ella dijimos, subraya,
directa o indirectamente, la percepción fatalista que están teniendo los
hombres de su situación, la práctica problematizadora, al contrario, propone a
los hombres su situación como problema. Les propone su situación como
incidencia de su acto cognoscente, a través del cual será posible la superación
de la percepción mágica o ingenua que de ella tengan. La percepción ingenua o
mágica de la realidad, de la cual resultaba la postura fatalista, cede paso a una
percepción capaz de percibirse. Y dado que es capaz de percibirse, al tiempo
que percibe la realidad que le parecería en sí inexorable, es capaz de objetivarla.
De esta manera, profundizando la toma de conciencia de la situación, los
hombres se “apropian” de ella como realidad histórica y, como tal, capaz de ser
transformada por ellos.
El fatalismo cede lugar, entonces, al ímpetu de transformación y de
búsqueda, del cual los hombres se sienten sujetos.
Violencia sería, como de hecho lo es, que los hombres, seres históricos y
necesariamente insertos en un movimiento de búsqueda con otros hombres, no
fuesen el sujeto de su propio movimiento.
Es por esto mismo por lo que, cualquiera que sea la situación en la cual
algunos hombres prohíban a otros que sean sujetos de su búsqueda, se
instaura como una situación violenta. No importan los medios utilizados para
esta prohibición. Hacerlos objetos es enajenarlos de sus decisiones, que son
transferidas a otro u otros.
Sin embargo, este movimiento de búsqueda sólo se justifica en la medida
en que se dirige al ser más, a la humanización de los hombres. Y ésta, como
afirmamos en el primer capítulo, es su vocación histórica, contradicha por la
deshumanización que, al no ser vocación, es viabilidad comprobable en la
historia. Así, en tanto viabilidad, debe aparecer ante los hombres como desafío
y no como freno al acto de buscar.
Por otra parte, esta búsqueda del ser más no puede realizarse en el
aislamiento, en el individualismo, sino en la comunión, en la solidaridad de los
que existen y de ahí que sea imposible que se dé en las relaciones antagónicas
entre opresores y oprimidos.
Nadie puede ser auténticamente, prohibiendo que los otros sean. Esta es
una exigencia radical. La búsqueda del ser más a través del individualismo
conduce al egoísta tener más, una forma de ser menos. No es que no sea
fundamental —repetimos— tener para ser. Precisamente porque lo es, no
puede el tener de algunos convenirse en la obstaculización al tener de los
demás, robusteciendo así el poder de los primeros, con el cual aplastan a los
segundos, dada su escasez de poder.
Para la práctica “bancaria” lo fundamental es, en la mejor de las hipótesis,
suavizar esta situación manteniendo sin embargo las conciencias inmersas en
ella. Para la educación problematizadora, en tanto quehacer humanista y
liberador, la importancia radica en que los hombres sometidos a la dominación
luchen por su emancipación.
Es por esto por lo que esta educación, en la que educadores y educandos
se hacen sujetos de su proceso, superando el intelectualismo alienante,
superando el autoritarismo del educador “bancario”, supera también la falsa
conciencia del mundo.
El mundo ahora, ya no es algo sobre lo que se habla con falsas palabras,
sino el mediatizador de los sujetos de la educación, la incidencia de la acción
transformadora de los hombres, de la cual resulta su humanización.
Esta es la razón por la cual la concepción problematizadora de la
educación no puede servir al opresor.
Ningún “orden” opresor soportaría el que los oprimidos empezasen a decir:
“¿Por qué?”
Si esta educación sólo puede ser realizada, en términos sistemáticos, por
la sociedad que hizo la revolución, esto no significa que el liderazgo
revolucionario espere llegar al poder para aplicarla.
En el proceso revolucionario, el liderazgo no puede ser “bancario”, para
después dejar de serlo.(47)

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NOta:
35- Podrá decirse que casos como éstos ya no ocurren en las escuelas actuales. Si bien estos
realmente no ocurren, continúa el carácter preponderantemente narrativo que estamos criticando.
36- Simone de Beauvoir, El pensamiento político de la derecha, Siglo XX, Buenos Aires, 1963. p. 64.
37- Nos hacemos esta afirmación ingenuamente. Ya hemos declarado que la educación refleja la
estructura de poder y de ahí la dificultad que tiene el educador dialógico para actuar
coherentemente en estructura que niega el diálogo. Algo fundamental puede ser hecho sin
embargo: dialogar sobre la negación del propio diálogo.
38- La concepción del saber de la concepción “bancaria” es, en el fondo. lo que Sartre (el hombre
y las cosas) llamaría concepción “digestiva” o “alimenticia” del saber. Este es como si fuese el
“alimento” que el educador va introduciendo en los educandos, en una especie de tratamiento
de engorda…
39- Existen profesores que, al elaborar una bibliografía, determinan la lectura de un libro
señalando su desarrollo entre páginas determinadas, pretendiendo con esto ayudar a los alumnos…
40- Erich Fromm, op. cit. pp. 2839.
41- Erich Fromm, op. cit., pp. 28-29.
42- Niebuhr, El hombre moral en una sociedad inmoral, p. 127.
43- La reflexión de la conciencia sobre sí misma es algo tan evidente y sorprendente como la intencionalidad. Yo me digo a mí mismo, soy uno y doble. No soy un ente que existe como una
cosa, sino que soy escisión, objeto para mí mismo. Karl Jaspers, Filosofía, vol. I, Ed. de la Universidad de Puerto Rico, Revista de Occidente. Madrid, 1958. p. 6.
44- Jean Paul Sartre, El hombre y las cosas, Ed. Losada, Buenos Aires.-1965, pp. 25.26.
45- Edmund Husserl, Notas relativas a una fenomenología pura y una filosofía
fenomenológica. Fondo de Cultura Económica, México, 1962, p. 79.
46- En un ensayo reciente, aún no publicado, Cultural action for fredom, discutimos con mayor
profundidad el sentido profético y esperanzado de la educación o acción cultural
problematizadora. Profecía y esperanza que resultan del carácter utópico de tal forma de
acción, tornándose la utopía en la unidad inquebrantable entre la denuncia y el anuncio.
Denuncia de una realidad deshumanizante y anuncio de una realidad una en que los hombres
pueden SER MÁS. Anuncio y denuncia no son, sin embargo, palabras vacías sino compromiso histórico.
47- En el capítulo IV analizaremos detenidamente este aspecto, al discutir las teorías dialógica y
antidialógica de la acción.