Obras de S. Freud: 19ª conferencia. Resistencia y represión

19ª conferencia. Resistencia y represión (1)

Señoras y señores: Para seguir avanzando en la comprensión

de las neurosis nos hacen falta nuevas experiencias, y

abordaremos ahora dos de ellas. Ambas son sumamente

raras, y en su tiempo sorprendieron mucho. Por nuestros coloquios

del año anterior, ustedes ya están preparados para

recibirlas.2

En primer lugar: Cuando emprendemos el restablecimiento

de un enfermo para liberarlo de sus síntomas patológicos,

él nos opone una fuerte, una tenaz resistencia, que se mantiene

durante todo el tratamiento. Es este un hecho demasiado

extraño; no podemos esperar que se le preste mucho

crédito. Lo mejor es no mencionárselo siquiera a los parientes

del enfermo, pues invariablemente piensan que es una

excusa nuestra para disculparnos por la larga duración o el

fracaso del tratamiento. También el enfermo produce rodos

los fenómenos de esta resistencia sin reconocerlos como tales,

y es ya un gran éxito que logremos inducirlo a aceptar esta

concepción y contar con ella. ¡Piensen un poco: el enfermo,

a quien sus síntomas hacen penar tanto, y ve sufrir también a

sus parientes; que se aviene a tantos sacrificios de tiempo,

de dinero, de trabajo; que se empeña en vencerse a sí mismo

para liberarse de ellos. . . ¿se rebelaría acaso contra su auxiliador

en beneficio de su enfermedad?! ¡Cuán inverosímil

tiene que sonar esta aseveración! No obstante, así es; y si se

nos aduce su inverosimilitud, nos bastará indicar situaciones

análogas: todos los que han acudido al dentista llevados por

un insoportable dolor de muelas le han querido detener el

brazo cuando él aproximaba las tenazas al diente enfermo.

La resistencia de los enfermos es harto diversificada, refinada

en grado sumo, a menudo difícil de reconocer, y son

variadas y proteicas las formas de su manifestación.

Es obligatorio para el médico ser desconfiado y mantenerse

en guardia contra ella. En la terapia psicoanalítica aplicamos

la técnica que ustedes conocen por la interpretación

de los sueños. Ordenamos al enfermo que se ponga en un

estado de calma observación de sí sin reflexión, y nos comunique

todas las percepciones interiores que pueda tener en

ese estado —sentimientos, pensamientos, recuerdos—, en la

secuencia en que emergen dentro de él. Le advertimos de manera

expresa que debe resignar cualquier motivo que le haría

practicar una selección o exclusión entre las ocurrencias: que

eso es demasiado desagradable o indiscreto para decirlo, o

que es demasiado trivial, no viene al caso, o es disparatado

y no hace falta decirlo. Le encarecemos que siga siempre sólo

la superficie de su conciencia, que omita toda crítica, cualquiera

que sea su índole, contra lo que ahí encuentre, y le

aseguramos que el resultado del tratamiento, sobre todo su

duración, dependen de la escrupulosidad con que obedezca

a esta regla técnica fundamental del análisis. 3 Por la técnica

de la interpretación de los sueños sabemos que justamente

las ocurrencias contra las cuales se elevan esos reparos y objeciones

que acabamos de enumerar contienen, por lo general,

el material que nos encamina al descubrimiento de lo

inconsciente.

Cuando fijamos esta regla técnica fundamental, lo primero

que conseguimos es que se convierta en el blanco de ataque

de la resistencia. El enfermo procura evadirse por todos los

medios de sus imperativos. Ora asevera que no se le ocurre nada,

ora que es tanto lo que le acude que no puede apresar

nada. Entonces notamos, con asombro y disgusto, que ha

cedido a esta o a aquella objeción crítica: las largas pausas

que deja entre sus dichos lo delatan. O se confiesa que realmente

no puede decirlo, pues lo avergonzaría, y deja que

este motivo prevalezca sobre su promesa. O se le ocurrió

algo, pero atañe a otra persona y no a él mismo, y por eso

ha de excluírselo de la comunicación. O lo que ahora se le

ocurre es realmente tan nimio, tan estúpido y disparatado:

yo no puedo haber querido indicarle que se entregue a unos

pensamientos así. Y de tal suerte eso continúa con innumerables

variaciones, en contra de las cuales uno tiene que declarar

que decirlo todo significa realmente decirlo todo.

Es raro tropezar con un enfermo que no intente reservar

para sí algún ámbito a fin de defenderlo de la cura. Uno, a

quien yo no podía menos que considerar una persona de

gran inteligencia, calló así por semanas una íntima relación

de amor y, cuando se le pidió cuentas por haber infringido

la regla sagrada, se escudó en el argumento de que había

creído que esa historia era asunto privado. Naturalmente, la

cura analítica no soporta semejante derecho de asilo. Supongamos

que en una ciudad como Viena se admita, como excepción,

que no está permitido efectuar arrestos en un lugar

como el Hohe Marfet o la iglesia de San Esteban, y después

nos empeñemos en dar caza a determinado criminal. No se lo

hallará en otro lugar que en ese refugio. Cierta vez, a un

hombre cuyo restablecimiento tenía considerable importancia

social, le concedí un derecho de excepción así, pues había

prestado un juramento profesional que le prohibía comunicar

a otro determinadas cosas. El, es cierto, quedó satisfecho con

el resultado, pero yo no; me formé el propósito de no repetir

el intento en esas condiciones.

Los neuróticos obsesivos descuellan en componérselas para

hacer casi inutilizable la regla técnica; lo hacen sobre imponiéndole

su exacerbada conciencia moral y sus dudas. Los

que padecen la histeria de angustia logran en ocasiones llevarla

ad absurdum produciendo sólo ocurrencias tan alejadas

de lo buscado que no dan rédito alguno. Pero no me propongo

introducirlos a ustedes en el tratamiento de estas dificultades

técnicas. Baste con saber que al final se logra, a faena

de decisión y de tenacidad, arrancarle a la resistencia una

cierta cuota de obediencia a la regla técnica fundamental, y

entonces ella se vuelca a otro ámbito. Aparece como resistencia

intelectual, lucha con argumentos, se hace fuerte en las

dificultades c inverosimilitudes que el pensamiento normal,

pero no instruido, halla en las doctrinas analíticas. Tenemos

que oír así, de labios de un solo individuo, todas las críticas

y objeciones que en la bibliografía científica hacen de rugiente

coro contra nosotros7. Por eso no nos suena a desconocido

nada de lo que se nos espeta desde afuera , en toda la

regla, una tormenta en un vaso de agua. Empero, el paciente

admite razones; le gustaría movernos a que lo instruyésemos,

lo aconsejásemos, lo refutásemos, lo introdujésemos

en la bibliografía que le permitiría ilustrarse. De

buena gana está dispuesto a hacerse partidario del psicoanálisis,

bajo la condición de que el análisis deje a salvo su persona.

Pero nosotros individualizamos este apetito de saber

como resistencia, como distracción de nuestras tareas específicas,

y lo rechazamos. En el caso del neurótico obsesivo

tenemos que estar preparados para una táctica especial de la

resistencia. A menudo deja que el análisis recorra sin trabas

su camino, de suerte que logre echar una luz cada vez más

clara sobre los enigmas de su enfermedad, pero al final nos

asombramos de que este esclarecimiento no traiga como correlato

ningún progreso práctico, ningún debilitamiento de

los síntomas. Entonces podemos descubrir que la resistencia

se ha atrincherado en la duda de la neurosis obsesiva y desde

esta posición nos combate con éxito. El enfermo se ha dicho,

más o menos: «Todo eso es muy lindo y muy interesante.

De buena gana seguiría esa pista. Mi enfermedad cambiaría

mucho si eso fuera cierto. Pero yo no creo que lo sea, y

puesto que no lo creo, nada tiene que ver con mi enfermedad

». Así puede proseguirse por largo tiempo hasta que, al

fin, nos aproximamos a esa posición reservada y entonces se

desata la batalla decisiva.4

Las resistencias intelectuales no son las peores; siempre se

sale vencedor de ellas. Pero el paciente se las compone también,

mientras permanece dentro del marco del análisis, para

producir resistencias cuyo vencimiento se cuenta entre las

más difíciles tareas técnicas. En lugar de recordar, repite unas

actitudes y mociones afectivas de su vida que, por medio de

la llamada «trasferencia»,5 pueden emplearse para resistirse

al médico y a la cura. Si se trata de un hombre, por lo general

tomará este material de su relación con el padre, en

cuyo lugar pone al médico, y entonces sus resistencias parten

de su afán de afirmar su autonomía personal y de juicio,

de su ambición, cuya primera meta fue igualarse al padre

o superarlo, de su desgana en cargar otra vez sobre sí el 

lastre del agradecimiento. A ratos se tiene la impresión de

que el propósito de descaminar al médico, de hacerle sentir

su impotencia, de triunfar sobre él, hubiera sustituido por

completo en el enfermo al propósito mejor de poner fin a la

enfermedad. Las mujeres se las componen magistralmente

para hacer sobre el médico una trasferencia tierna, de tinte

erótico, y explotarla a los fines de la resistencia. Esta simpatía,

llegada a cierta altura, hace que se pierda todo interés

por la situación actual de la cura, que se abandonen todos

los compromisos que se habían aceptado cuando se ingresó

en ella; los infaltables celos, así como la amargura por el

rechazo inevitable —aunque presentado con todos los miramientos—,

no pueden menos que contribuir a estropear el

entendimiento personal con el médico y, así, a eliminar una

de las más potentes fuerzas impulsoras del análisis.

Las resistencias de esta clase no deben ser objeto de un

juicio adverso unilateral. Contienen tanto del material más

importante del pasado del enfermo, y lo espejan de manera

tan convincente, que se convierten en los mejores soportes

del análisis si una técnica diestra sabe darles el giro correcto.

Lo notable, eso sí, es que este material siempre se pone al

comienzo al servicio de la resistencia y adelanta su fachada

hostil al tratamiento. Puede decirse también que son propiedades

del carácter, actitudes del yo, las que se movilizan para

luchar contra los cambios apetecidos. Así se averigua que

estas propiedades del carácter se han formado en conexión

con las condiciones de la neurosis y como reacción frente a

sus reclamos, y se disciernen rasgos de ese carácter, que llamaríamos

latentes, y que de otra manera no podrían aflorar

o no podrían hacerlo en esa medida. No piensen ustedes que

en el surgimiento de estas resistencias discernimos una amenaza

imprevista para la terapia analítica. No, sabemos que

estas resistencias tienen que salir a la luz; más aún: quedamos

insatisfechos cuando no las provocamos con la nitidez

suficiente y no podemos aclarárselas al enfermo. Y hasta

entendemos, en definitiva, que el vencimiento de estas resistencias

es la operación esencial del análisis ^ y la única

pieza del trabajo que nos asegura que hemos conseguido algo

con el enfermo.

Agreguen a esto que el enfermo explota, convirtiéndolas

en un obstáculo, todas las contingencias que surgen durante

el tratamiento, todo suceso externo que pueda distraer de la

tarea, toda manifestación pronunciada en su círculo por una 

autoridad hostil al análisis, una enfermedad orgánica casual

o que complique la neurosis, y que él mismo aprovecha como

motivo para ceder en su empeño cualquier mejoría de su

estado, y tendrán un cuadro aproximado, aunque todavía

incompleto, de las formas y medios a que recurre la resistencia,

en lucha contra la cual trascurre todo análisis.7

He dedicado a este punto un tratamiento tan prolijo porque

tengo que comunicarles que esta experiencia nuestra con

la resistencia que oponen los neuróticos a la eliminación de

sus síntomas se convirtió en la base de nuestra concepción

dinámica de las neurosis. Breuer y yo mismo cultivamos originariamente

la psicoterapia por medio de la hipnosis; la

primera paciente 8 de Breuer fue tratada enteramente en estado

de influjo hipnótico; yo al principio lo seguí en eso.

Confieso que el trabajo marchaba entonces de manera más

fácil y agradable, y aun tomaba un tiempo mucho menor. Pero

los resultados eran caprichosos y no duraderos; por eso

abandoné definitivamente la hipnosis.9 Y después comprendí

que no habría sido posible alcanzar una intelección de la

dinámica de estas afecciones si se hubiera seguido usando esa

técnica.10 Es que tal estado no podía menos que sustraer

de la percepción del médico justamente las resistencias. Las

empujaba hacia atrás, despejando un cierto ámbito para el

trabajo analítico, y las estancaba en las fronteras de ese ámbito

de tal suerte que las hacía impenetrables, efecto este similar

al de la duda en el caso de la neurosis obsesiva. Por

eso me fue lícito decir, también, que el psicoanálisis propiamente

dicho empezó cuando se renunció a la ayuda de la

hipnosis.11

Puesto que la comprobación de la resistencia se ha vuelto

tan importante, conviene hacer lugar a una duda precavida:

¿No procedimos con demasiada ligereza al suponer tales resistencias?

Quizás existan realmente casos de neurosis en que las 

asociaciones fallen por otras razones; quizás el contenido

de los argumentos dirigidos contra nuestras premisas merezca

realmente considerarse, y cometamos un error al desechar tan

cómodamente como resistencia la crítica intelectual del analizado.

Pero, señores míos, no hemos llegado tan a la ligera

a este juicio. Hemos tenido oportunidad de observar a cada

uno de esos pacientes críticos en el momento en que surgía

una resistencia y tras su desaparición. En efecto, en el curso

de un tratamiento la intensidad de la resistencia varía de

continuo; aumenta cada vez que nos aproximamos a un tema

nuevo, llega a su máxima fuerza en -el ápice de la elaboración

de este y vuelve a desbaratarse cuando se lo finiquita. Por lo

demás, salvo que hayamos cometido particulares torpezas técnicas,

nunca nos enfrentamos con la total dimensión de la

resistencia que un paciente puede desplegar. Así, pudimos

convencernos de que un mismo individuo desecha incontables

veces en el curso del análisis su actitud crítica y la vuelve a

retomar. Si estamos a punto de promover a su conciencia un

fragmento nuevo del material inconsciente, particularmente

penoso para él, se vuelve crítico al extremo; si antes había

comprendido y aceptado mucho, ahora estas adquisiciones

quedan como borradas; en su afán de oponerse a cualquier

precio puede dar la imagen cabal de un imbécil en el campo

afectivo. Si se logra ayudarlo a vencer esta nueva resistencia,

recupera su discernimiento y su comprensión. Por tanto, su

crítica no es una función autónoma, que debiera respetarse

como tal; es la auxiliar de sus actitudes afectivas y está dirigida

por su resistencia. Si algo no le viene bien, puede defenderse

contra eso con mucha agudeza y aparecer muy crítico;

si algo le conviene, puede mostrarse muy crédulo. Quizá

no seamos muy diferentes todos nosotros; si el analizado exhibe

con tanta claridad esta dependencia del intelecto respecto

de la vida afectiva, ello se debe únicamente a que en el

análisis lo ponemos en un aprieto muy grande.

Ahora bien, ¿de qué manera explicamos esta observación,

a saber, que el enfermo se defiende con tanta energía contra

la eliminación de sus síntomas y el restablecimiento de un

discurrir normal en sus procesos anímicos? Nos decimos que

ahí registramos fuerzas poderosas que se oponen a un cambio

de estado; tienen que ser las mismas que en su tiempo

lo impusieron. En la formación del síntoma tiene que haber

ocurrido algo que ahora podemos reconstruir por las experiencias

que hacemos en su solución. Ya desde la observación

de Breuer lo sabemos: la existencia del síntoma tiene por

premisa que algún proceso anímico no fue llevado hasta el

final normalmente, vale decir, de manera que pudiera devenir

consciente. El síntoma es un sustituto de lo que se interceptó 

[pág. 256]. Y bien; conocemos el lugar donde es preciso

situar la así conjeturada acción. Debe de haberse producido

una violenta renuencia a que el proceso anímico cuestionado

penetrase hasta la conciencia; por eso permaneció inconsciente.

Y en cuanto inconsciente tuvo el poder de formar un síntoma.

Esa misma renuencia se opone durante la cura analítica

al esfuerzo por volver a trasportar lo inconsciente a lo

consciente. Esto es lo que sentimos como resistencia. El proceso

patógeno que la resistencia nos revela ha de recibir el

nombre de represión.

Sobre este proceso de la represión tenemos que precisar

ahora mejor las ideas. Es la precondición de la formación

de síntoma, pero es también algo que no se parece a nada de

lo que conocemos. Si tomamos por modelo un impulso, un

proceso anímico que se afana por trasponerse en una acción,

sabemos que puede sufrir un rechazo que llamamos desestimación

o juicio adverso. Con ello le es sustraída la energía

de que dispone; se vuelve impotente, pero puede subsistir

como recuerdo. Todo el proceso de la decisión que se adopte

sobre él trascurre a sabiendas del yo. Enteramente diverso

sería si imagináramos que ese mismo impulso fue sometido

a la represión. Entonces conservaría su energía y no restaría

recuerdo alguno de él; además, el proceso de la represión se

consumaría sin que el yo lo notase. Esta comparación, entonces,

no nos aproxima a la esencia de la represión.

Quiero exponerles las representaciones * teóricas que demostraron

ser las únicas utilizables para ligar el concepto de

la represión con una figura más determinada. A tal fin, es

necesario, sobre todo, que avancemos desde el sentido puramente

descriptivo de la palabra «inconsciente» hasta el sentido

sistemático de esta palabra,12 o sea, nos decidamos a decir

que la condición de consciente o la condición de inconsciente

{Unbewusstheií} de un proceso psíquico es sólo una de sus

propiedades, y no necesariamente unívoca. Cuando un proceso

así ha permanecido inconsciente, entonces ese su apartamiento

de la conciencia es quizá sólo un indicio del destino

que ha experimentado, y no ese destino mismo. Para representarnos

gráficamente este destino, supongamos que todo proceso anímico

—aquí habrá que hacer una excepción, que

mencionaremos más tarde—13 existe primeramente en un

estadio o en una fase inconsciente, y sólo a partir de esta se

traspasa a la fase consciente, como una imagen fotográfica es

primero un negativo y se convierte en imagen por el proceso

del revelado. Ahora bien, no es forzoso que de todo negativo

se obtenga un positivo, y menos todavía que todo proceso

anímico inconsciente se trasmude en uno consciente. Nos resulta

ventajoso expresarnos así: el proceso singular pertenece

primeramente al sistema psíquico de lo inconsciente, y después,

en ciertas circunstancias, puede pasar al sistema de lo

consciente.

La representación más grosera de estos sistemas es para

nosotros la más cómoda; me refiero a la espacial. Equiparamos

entonces el sistema del inconsciente a un gran vestíbulo

donde las mociones anímicas pululan como individuos. En

este vestíbulo se incluye otro más estrecho, una suerte de

salón en el que está presente también la conciencia. Pero en

el umbral entre ambos espacios está en funciones un guardián

que examina las mociones anímicas singulares, las censura

y no las deja entrar en el salón si excitan su desagrado.

Enseguida advierten ustedes que no hay mucha diferencia

entre que el guardián rechace a una moción singular ya desde

el umbral o vuelva por ella y le enseñe la puerta después que

entró en el salón. Lo único que allí está en juego es el grado

en que ejerce su vigilancia y su individualización más o menos

precoz del intruso. Si nos atenemos a esta imagen, podremos

extender nuestra nomenclatura. Las mociones que están

dentro del vestíbulo del inconsciente quedan sustraídas a la

mirada de la conciencia, que se encuentra en el otro espacio;

por fuerza tienen que permanecer al principio inconscientes.

Cuando ya se abrieron paso hasta el umbral y fueron refrenadas

por el guardián, son inadmisibles en la conciencia:14

las llamamos reprimidas.* Pero las mociones a las que el

guardián dejó pasar el umbral no por eso han devenido necesariamente

conscientes; meramente pueden llegar a serlo si

logran atraer sobre ellas la mirada de la conciencia. Por eso

con buen derecho llamamos a este segundo espacio el sistema

del preconsciente. El devenir-consciente mantiene así su sentido

puramente descriptivo. El destino de la represión para

una moción singular consiste, empero, en que el guardián

no la deja pasar del sistema del inconsciente al del preconsciente.

Es el mismo guardián con quien tomamos conocimiento

en calidad de resistencia cuando procuramos cancelar la

represión mediante el tratamiento analítico.

Sé que ahora ustedes dirán que estas representaciones son

tan burdas como fantásticas y en modo alguno admisibles

dentro de una exposición científica. Yo sé que son burdas;

más aún: sabemos que son incorrectas y, si no andamos muy

errados, ya les tenemos preparado un sustituto mejor.15 Si

después les seguirán pareciendo tan fantásticas, eso no lo sé.

Provisionalmente, son imágenes auxiliares como las del hombrecillo

de Ampere, que nadaba en la corriente eléctrica;16 y

no son de despreciar en la medida en que pueda utilizárselas

para comprender las observaciones. Yo quisiera asegurarles

que estos burdos supuestos acerca de los dos espacios, del

guardián en el umbral entre ambos y de la conciencia como

un observador situado al final de la segunda sala tienen que

significar, pese a todo, una aproximación muy grande al

estado de cosas real. Me gustaría oír de ustedes la admisión

de que nuestras designaciones inconsciente, preconsciente, consciente,

son mucho menos perjudiciales y de justificación

más fácil que otras que se han propuesto o han entrado en

uso, como subconsciente, paraconsciente, intraconsciente, y similares.17

Más importante habrá de parecerme, por eso, una advertencia

de ustedes en el sentido de que la organización del

aparato anímico que hemos supuesto aquí con miras a explicar

síntomas neuróticos tendría que ser universalmente válida

y, por tanto, arrojar luz también sobre la función normal.

En esto, desde luego, tienen razón. Ahora no podemos

perseguir esta consecuencia; pero nuestro interés por la psicología

de la formación de síntoma habrá de aumentar extraordinariamente

si nos aguarda la perspectiva de arrojar luz,

por el estudio de las condiciones patológicas, sobre el acaecer

anímico normal, tan bien encubierto.

¿No advierten ustedes dónde se apoyan nuestras puntualizaciones

sobre los dos sistemas, sobre el vínculo entre ellos y con la conciencia? Pero si el guardián entre el preconsciente

y el inconsciente no es otra cosa que la censura a la cual,

según vimos,18 estaba sometida la conformación del sueño

manifiesto! Los restos diurnos, en los que individualizamos

a los incitadores del sueño, eran un material preconsciente que

durante la noche, en el estado del dormir, había podido experimentar

la influencia de unas mociones de deseo inconscientes

y reprimidas, y formar el sueño latente en comunidad

con estas mociones y merced a la energía de ellas. Bajo el

imperio del sistema inconsciente, ese material había recibido

un tipo de procesamiento —la condensación y el desplazamiento—

que en la vida anímica normal, es decir, dentro

del sistema preconsciente, es desconocido o se admite sólo por

excepción. Esta diversidad de los modos de trabajo se nos

convirtió en la característica de ambos sistemas; y en cuanto

a la relación con la conciencia, que depende del preconsciente,

la juzgamos sólo como signo de la pertenencia a uno de los

dos.19 Ahora bien, el sueño ya no es un fenómeno patológico;

puede aparecer en toda persona sana bajo las condiciones

del estado del dormir. Aquel supuesto sobre la estructura del

aparato anímico que nos permita comprender en una unidad

la formación del sueño y la de los síntomas neuróticos tiene

un derecho incontrastable a que se lo tome en cuenta también

respecto de la vida normal del alma.

Es todo lo que queremos decir por ahora sobre la represión.

Pero ella no es más que la condición previa para que

se forme un síntoma. Sabemos que este es un sustituto de

algo que fue estorbado por la represión. Pero de conocer la

represión a comprender esta formación sustitutiva media todavía

considerable distancia. Tras comprobar aquella, en el

otro costado del problema surgen estas preguntas: ¿Qué tipo

de mociones anímicas sucumben a la represión? ¿Qué fuerzas

la imponen? ¿Por qué motivos? Sobre esto, sólo una cosa

sabemos hasta ahora. Cuando estudiamos la resistencia, averiguamos

que ella parte de unas fuerzas del yo, de unas

propiedades del carácter conocidas y latentes [cf. pág. 266].

También son estas, entonces, las que procuraron la represión

o, al menos, participaron en ella. Lo demás nos es todavía

desconocido.

En este punto viene en nuestro auxilio la segunda experiencia

que yo había anunciado [pág. 262]. El análisis nos

permite indicar en todos los casos el propósito de los síntomas neuróticos. Tampoco esto es nuevo para ustedes. Ya se los he mostrado en dos casos de neurosis [págs. 239 y sigs.].

Pero, ¿qué valen dos casos? Ustedes tienen derecho a exigir

que se lo demuestre doscientas, incontables veces. De nuevo

esto tiene que remplazarse por la experiencia propia o por

la fe, que en este punto puede invocar el testimonio coincidente

de todos los psicoanalistas.

Ustedes lo recuerdan; en dos casos cuyos síntomas sometimos

a una indagación profunda, el análisis nos inició en lo

más íntimo de la vida sexual de estos enfermos. En el primero,

además, individualizamos con particular nitidez el

propósito o tendencia del síntoma indagado; quizás en el

segundo estaba algo escondido por un factor que mencionaré

más adelante [pág. 274]. Ahora bien, lo mismo que vimos

en estos dos ejemplos nos lo enseñarían todos los otros casos

que sometiéramos al análisis. Este nos introduciría siempre

en las vivencias y deseos sexuales del enfermo, y siempre nos

veríamos obligados a comprobar que sus síntomas sirven al

mismo propósito: se nos da a conocer, como tal, la satisfacción

de unos deseos sexuales; los síntomas sirven a la satisfacción

sexual de los enfermos, son un sustituto de esa satisfacción

que les falta en la vida.

Consideren la acción obsesiva de nuestra primera paciente.

La mujer echa de menos a su marido, a quien ama intensamente,

pero con quien no puede convivir a causa de las deficiencias

y debilidades de él. Tiene que permanecerle fiel, no

puede remplazarlo por otro. Su síntoma obsesivo le da lo

que ella ansia: eleva a su marido, corrige, desmiente sus debilidades,

sobre todo su impotencia. Este síntoma es en el

fondo un cumplimiento de deseo, en un todo como un sueño,

y es además (lo que el sueño no es siempre) el cumplimiento

de un deseo erótico. En el caso de nuestra segunda paciente

pudieron ustedes al menos sacar en limpio que su ceremonial

pretendía estorbar el comercio sexual de los padres o impedir

que concibiesen otro hijo. Y aun coligieron que en el

fondo ella aspiraba a ponerse en el lugar de la madre. Por

tanto, otra vez una remoción de lo que perturba la satisfacción

sexual y el cumplimiento de unos deseos sexuales propios.

Pronto nos referiremos a la complicación que mencionamos

poco antes.

¡Mis estimados señores! No me gustaría tener que restringir

más adelante la universalidad de estas aseveraciones;

por eso les hago notar que todo lo que aquí digo sobre represión,

formación de síntomas y significado de estos últimos

se obtuvo con relación a tres formas de neurosis: la histeria

de angustia, la histeria de conversión y la neurosis obsesiva,

y por tanto en principio sólo vale para ellas. Estas tres afecciones,

que solemos reunir en un solo grupo bajo el título de

«neurosis de trasferencia,20 abarcan también el campo en

que puede afianzarse la terapia psicoanalítica. Las otras neurosis

han sido mucho menos estudiadas por el psicoanálisis;

respecto de un grupo de ellas, el motivo de ese retraso fue

sin duda la imposibilidad de conseguir un resultado terapéutico.

No deben olvidar que el psicoanálisis es todavía una

ciencia muy joven, su preparación demanda mucho trabajo y

esfuerzo, y hasta no hace mucho se basaba en lo que podían

ver dos ojos solamente. Empero, por todas partes estamos a

punto de penetrar en la comprensión de estas otras afecciones,

las que no son neurosis de trasferencia. Espero poder

exponerles todavía las ampliaciones que nuestros supuestos

experimentan al aplicarse a este material nuevo, así como los

resultados que de ahí se obtienen, y mostrarles que estos ulteriores

estudios no han llevado a contradicciones, sino a

unidades de nivel superior.-21 Así pues, todo lo que ahora

diré rige para las tres neurosis de trasferencia; permítanme

entonces continuar con otra comunicación que acrecienta el

valor de los síntomas. Una indagación comparativa de las

ocasiones en que puede contraerse la neurosis da un resultado

que puede verterse en esta fórmula: Estas personas enferman

a raíz de una frustración cualquiera, cuando la realidad les

escatima la satisfacción de sus deseos sexuales.22 Adviertan

cuan admirablemente armonizan entre sí estos dos resultados.

Ello nos refirma que los síntomas han de comprenderse

como una satisfacción sustitutiva de lo que se echó de menos

en la vida.

Sin duda, es posible plantear aún toda clase de objeciones a

la tesis según la cual los síntomas neuróticos son unas satisfacciones

sexuales sustitutivas. Ustedes mismos, tras haber

indagado analíticamente a un mayor número de neuróticos,

me informarán quizá, sacudiendo la cabeza: «Pero… en una

serie de casos esto no es así en modo alguno; los síntomas

parecen contener más bien el propósito contrario, el de excluir

o cancelar la satisfacción sexual». No impugnaré la

corrección de la interpretación de ustedes. Es que las cosas

suelen presentarse en el psicoanálisis más complicadas de lo

que quisiéramos. Y si fueran tan simples, quizá no se requeriría

del psicoanálisis para echar luz sobre ellas. En realidad,

ya algunos rasgos del ceremonial de nuestra segunda paciente

dejan reconocer este carácter ascético, enemigo de la

 satisfacción sexual [págs. 242 y sigs.]; por ejemplo, el hecho de

que quite los relojes, lo cual tiene el sentido mágico de evitar

erecciones nocturnas, o el de que pretenda prevenir la caída

y rotura de vasijas, lo cual equivale a una protección de su

virginidad.

En otros casos de ceremonial de dormir que pude analizar,

este carácter negativo era mucho más expreso; el ceremonial

podía consistir enteramente en unas medidas de defensa contra

recuerdos y tentaciones sexuales. Y bien: hartas veces

hemos comprobado ya en el psicoanálisis que opuestos no

equivalen a contradicción.23 Pudimos ampliar nuestra aseveración

y sostener que los síntomas llevan el propósito de

obtener una satisfacción sexual o bien de defenderse de ella;

así, en la histeria prevalece el carácter positivo, de cumplimiento

de deseo, y en la neurosis obsesiva, el negativo, ascético.

Si los síntomas pueden servir tanto a la satisfacción

sexual como a su opuesto, esta bilateralidad o polaridad suya

tiene un notable fundamento en una pieza de su mecanismo,

que aún no pudimos mencionar. En efecto, según llegaremos

a saber, son productos de compromiso; nacen de la interferencia

de dos aspiraciones opuestas y subrogan tanto a lo

reprimido cuanto a lo represor que han cooperado en su

génesis. La subrogación puede entonces inclinarse más hacia

un lado o hacia el otro; es raro que una de esas influencias

falte por completo. En la histeria se alcanza, las más de las

veces, la coincidencia de los dos propósitos en el mismo síntoma.

En la neurosis obsesiva, las dos partes a menudo se

separan; el síntoma se hace entonces de dos tiempos, consta

de dos acciones sucesivas que se cancelan entre sí.24

No nos resultará tan fácil aventar un segundo reparo. Si

ustedes abarcan con la mirada una serie más amplia de interpretaciones

de síntomas, probablemente juzguen al comienzo

que en ellas el concepto de satisfacción sexual sustitutiva

se ha extendido hasta límites extremos. No dejarán

de destacar que esos síntomas no ofrecen nada real en materia

de satisfacción, y aun con bastante frecuencia se limitan

a reanimar una sensación o a figurar una fantasía proveniente

de un complejo sexual. Apuntarán, además, que la supuesta

satisfacción sexual muestra demasiado a menudo un

carácter infantil e indigno, tal vez se aproxima a un acto

masturbatorio o recuerda a las cochinas malas costumbres

que ya en los niños se prohíben y se desarraigan. Y encima

expresarán su asombro ante el hecho de que se quiera hacer

pasar por una satisfacción sexual lo que quizá tendría 

que describirse como satisfacción de concupiscencias que se dirían

crueles o monstruosas, y hasta antinaturales. Sobre estos últimos

puntos, señores míos, no habremos de alcanzar acuerdo

alguno antes de someter a indagación radical la vida sexual

de los seres humanos y establecer lo que es lícito llamar

«sexual».

 

Notas:

1 [Lo esencial de la concepción de Freud sobre la represión aparece

ya en su contribución a los Estudios sobre la histeria (1895d),

AE, 2, págs. 275-6. Refirió sus hallazgos en forma similar en la

«Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d),

AE, 14, págs. 15-6. Hago un resumen de la evolución de su teoría al

respecto en mi «Nota introductoria» a «La represión» (1915d), AE,

14, págs. 138 y sigs.; en ese trabajo, así como en la sección IV de

«Lo inconsciente» (1915e), AE, 14, págs. 177 y sigs., están contenidas

sus más profundas reflexiones sobre el tema.]

2 [El concepto de resistencia había sido introducido en la T¡ conferencia,

15 págs. 105-6. La segunda experiencia aludida se trata

infr0, págs. 272-3.]

3 [Freud ya había establecido esta regla, en conexión con la interpretación

de los sueños, en la 7ª conferencia, 15, pág. 105. Su primera

formulación de la misma aparece en el capítulo II de la interpretación

de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 122-4, y posteriormente

en su contribución a un libro de Lowenfeld (Freud, 1904c, AE, 7,

págs. 238-9). La expresión «regla fundamental» fue acuñada en «Sobre

la dinámica de la trasferencia» (1912¿), AE, 13, pág. 104, donde

agrego algunas otras referencias anteriores en una nota al pie. Su descripción

más completa es, quizá, la incluida en otro trabajo técnico,

«Sobre la iniciación del tratamiento» (1913c), AE, 13, págs. 135-7.

Entre las menciones posteriores cabe citar un pasaje dr la Presentación

autobiográfica (1925á), AE, 20, págs. 38-9; hay asimismo una

interesante alusión a las razones profundas que impiden obedecerla en

Inhibición, síntoma y angustia (1926¿i), AE, 30, pág. 116. En este

último pasaje, al discutir el papel que cumple el proceso defensivo

del «aislamiento» en el pensamiento corriente orientado a un propósito,

Freud menciona especialmente las dificultades que tienen al respecto

los neuróticos obsesivos. Véase infra, págs. 264-5.]

4 [En la 17ª conferencia, pág. 237, ya se aludió al papel de ‘la duda

en los casos de neurosis obsesiva. Freud mencionó la necesidad de

emplear técnicas especiales al tratar dichos casos en el trabajo que

presentó en el Congreso de Budapest (1919a), AE, 11, pág. 161.]

5 [La 2?í conferencia, págs. 392 y sigs., está dedicada a una amplia

discusión de este fenómeno.]

6 [Un párrafo del trabajo leído por Freud en el Congreso de

Nuremberg (1910d), AE, 11, pág. 136, demuestra que esta fue una

comprobación comparativamente tardía en la técnica analítica.]

7 [Esta es la más completa de las descripciones que hiciera Freud

sobre las formas que adopta, en general, la resistencia, aunque 

el caso particular de la resistencia a la trasferencia se examina con más

detalle en «Sobre la dinámica de la trasferencia» (1912&).]

8 [Véase la 18? conferencia, págs. 255-6.]

9 [Se hallarán fechas bastante precisas en cuanto al uso de la hipnosis

por parte de Freud en una nota al pie que agregué al caso de

Lucy R., en Estudios sobre la histeria (1895¿), AE, 2, págs. 127-8.]

10 [Freud declaró haber advertido por primera vez la importancia

de la resistencia durante el análisis de Elisabeth von R.; en esa época

estaba utilizando la técnica de la «sugestión», sin hipnosis. Cf. Estudios

sobre la histeria (1895¿), AE, Z, págs. 168-9.]

11 [Freud expresó esto mismo, con palabras muy semejantes, en su

«Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» {1914ÍÍ),

AE, 14, pág. 15. Con anterioridad a ello, no se mostró inclinado a

trazar una línea demarcatoria tan neta (cf. ibid., págs. 7-8).]

* {Vorstellungen; no se olvide que la «representación» tiene origen

sensorial. Una traducción más libre sería, quizá, «las ilustraciones

o imágenes teóricas que permitieron dar carnadura al concepto abstracto

de represión».}

12 [Cf. 15, pág. 208«. La analogía espacial para la resistencia y

la represión que Freud procede a trazar a continuación es similar

a la que empleó en la segunda^ de sus Cinco conferencias sobre psicoanálisis (1910a), AE, 11, págs. 22-3.]

13 [Aparentemente se olvidó de mencionar luego esta excepción,

aunque sin duda debe tratarse de la percepción exterior.]

14 [«Bewusstseinsunfáhig», término acuñado por Breuer tomando

como modelo «hoffiihig» («admisible en la Corte», «que tiene acceso

a la Corte»). Véase al respecto Estudios sobre la histeria (1895),

AE, 2, pág. 235«.]

*{Nótese: «sichvordrangen», «abrirse paso»; «zurückdrangen», «refrenar», y «verdrangeny>, «reprimir»; derivados de «drangen», «esforzar, empujar, urgir».}

15 [No se advierte con claridad qué quiso decir aquí Freud.]

16 [A.-M. Ampere (1775-1836), uno de los creadores del electromagnetismo,

había empleado en uno de sus primeros experimentos, tendiente a establecer la relación entre el magnetismo y la electricidad, un maniquí de metal.]

17 Freud explica su objeción al término «subconsciente» en el trabajo

¿Pueden los legos ejercer el análisis? (1926e), AE, 20, págs.

184-5. Véase asimismo mi nota al pie en «Lo inconsciente» (1915e),

AE, 14, pág. 167, «. 4.]

18 ref. 15. pág. 128.1

19 [Véanse los tramos finales de las conferencias 13′ y 14′ 15,

págs. 194 y 208.]

20 [Esta expresión es explicada en la 27ª conferencia, pág. 404.]

21 [Véase el examen del narcisismo en la 26- conferencia, págs. 378 y sigs.]

22 [Esto se examina con más detalle en la 22ª conferencia, págs.314 y sigs.]

23 [Por ejemplo, en la 11′ conferencia, 15, pág. 163.]

24 [Se hallarán ejemplos y un examen de este punto en el caso

del «Hombre de las Ratas» (1909Í¿), AE, 10, págs. 15Ü-2 y n. 29.J

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