Obras de S. Freud: Parte II. El sueño (1916 [1915-16]) – 8ª conferencia. Sueños de niños

1. Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17 [1915-17])

Parte II. El sueño (1916 [1915-16])

8ª conferencia. Sueños de niños

Señoras y señores: Tenemos la impresión de haber avanzado demasiado rápido.

Retrocedamos un trecho. Antes de que hiciéramos ese intento último de dominar la dificultad de

la desfiguración onírica por medio de nuestra técnica, nos habíamos dicho que lo mejor sería

sortearla deteniéndonos en sueños en que estuviera ausente esa desfiguración o ella fuera

mínima, si los había. Con esto nos apartamos de nuevo de la génesis de nuestro conocimiento,

pues en realidad sólo tras una aplicación consecuente de la técnica interpretativa y tras un

análisis completo de los sueños desfigurados se fijó la atención en la existencia de los sueños

no desfigurados.

Los sueños que buscamos se encuentran en niños (ver nota(103)). Son breves, claros,

coherentes, de fácil comprensión, unívocos y, con todo, indubitables. Pero no crean ustedes

que todos los sueños de niños son de esta índole. También la desfiguración onírica se instala

muy temprano en la infancia, y se han registrado sueños de niños de cinco a ocho años que ya

presentaban todos los caracteres de los posteriores. Pero si ustedes se circunscriben a la edad

en que comienza la actividad anímica observable, hasta el cuarto o el quinto año de vida,

recogerán una serie de sueños que poseen un carácter que ha de llamarse infantil, y después

podrán hallar algunos de este tipo en años más tardíos de la infancia. Y aun en personas

adultas ocurren, en ciertas condiciones, sueños en un todo equiparables a los típicamente

infantiles.

En estos sueños de niños podemos conseguir, con mayor facilidad y certeza, informaciones

sobre la esencia del sueño; confiamos en que habrán de revelarse decisivas y universalmente

válidas.

1. Para la comprensión de estos sueños no se requiere de ningún análisis, de ninguna

aplicación de una técnica. No hace falta preguntarle nada al niño que cuenta su sueño. No

obstante, es preciso relatar algo de su vida. En todos los casos hay una vivencia del día anterior

que nos explica el sueño. El sueño es la reacción de la vida anímica, durante el dormir,

frente a esta vivencia del día.

Consideremos algunos ejemplos para apuntalar en ellos nuestras ulteriores inferencias.

a. Un varoncito de 22 meses debe obsequiar una cesta con cerezas para un cumpleaños. Es

evidente que lo hace de muy mala gana, aunque le han prometido que le darán algunas. A la

mañana siguiente cuenta lo que ha soñado: «He(r)mann alle Kirschen aufgessen!(104)».*

b. Una niñita de 3 años y tres meses ha navegado por primera vez por el lago. Ya en el

desembarcadero, no quiere abandonar la embarcación y llora amargamente. Le parecía que el

tiempo del viaje por el lago había pasado demasiado rápido. A la mañana siguiente: «Esta noche

he viajado por el lago». Sin duda este viaje duró más, bien podemos agregar nosotros.

c. Un chiquillo de 5 años y tres meses participó en una excursión a Echerntal, en Hallstatt(105).

Había oído decir que Hallstatt estaba al pie del monte Dachstein, y mostró mucho interés por

este cerro. Desde la casa donde habitaba en Aussee, el Dachstein se veía hermoso, y con el

anteojo podía distinguirse en la cumbre la cabaña de Simony. El niño se había esforzado

repetidas veces por discernirla con el anteojo; no se supo el resultado. La expedición comenzó

con talante alegre y esperanzado. Cada vez que se veía un nuevo cerro, preguntaba el

muchacho: «¿Es el Dachstein?». Fue enmudeciendo cada vez más a medida que se le

contestaba negativamente, después se quedó mudo del todo y no quiso participar de una

pequeña escalada hasta una caída de agua. Se pensó que estaría fatigado, pero a la mañana

siguiente contó, dichoso: «Esta noche he soñado que estábamos en la cabaña de Simony».

Con esa esperanza había participado entonces en la excursión. En cuanto a detalles, sólo dio lo

que él había oído antes: Se sube durante seis horas por escalones.

Bastarán esos tres sueños para todas las informaciones que deseábamos.

2. Vemos que estos sueños de niños no carecen de sentido; son actos anímicos de pleno

derecho, comprensibles.

Recuerden ustedes lo que yo les presenté como el juicio médico sobre el sueño, el símil de los

dedos de una persona ignara en música al recorrer las teclas del piano. No se les escapará a

ustedes cuán tajantemente contradicen estos sueños de niños aquella concepción. Y sería

bastante extraño que el niño mientras duerme llevara a cabo operaciones anímicas plenas y que

el adulto, en idéntico caso, se conformara con reaccionar mediante contracciones

espasmódicas. Además, tenemos pleno fundamento para atribuir al niño un dormir mejor y más

profundo.

3. Estos sueños están desprovistos de desfiguración; por eso no necesitan de ningún trabajo

interpretativo. Sueño manifiesto y sueño latente coinciden aquí. Por lo tanto, la desfiguración

onírica no pertenece a la esencia del sueño. Puedo suponer que esto les quita a ustedes un

peso del corazón. Pero tras una reflexión más atenta reconoceremos también en estos sueños

un poquito de desfiguración onírica, una cierta diferencia entre el contenido manifiesto del sueño

y los pensamientos oníricos latentes.

4. El sueño de un niño es la reacción a una vivencia del día, que ha dejado tras sí un lamento,

una añoranza, un deseo incumplido. El sueño brinda el cumplimiento directo, no disfrazado, de

ese deseo. Ahora piensen ustedes en nuestras elucidaciones sobre el papel de los estímulos

corporales externos o internos como perturbadores del dormir e incitadores de los sueños. Nos

familiarizamos entonces con hechos totalmente ciertos, pero pudimos explicar de ese modo

sólo un pequeño número de sueños. En estos sueños de niños nada indica la acción de tales

estímulos somáticos; no podemos engañarnos sobre esto, pues los sueños son plenamente

comprensibles y se captan con facilidad. Mas no por ello necesitamos abandonar la etiología del

sueño por el estímulo; sólo cabe preguntarse lo siguiente: ¿Por qué hemos olvidado desde el

comienzo que, además de los corporales, hay estímulos anímicos perturbadores del dormir? Y,

no obstante, sabemos que casi siempre son estas las excitaciones responsables de la

perturbación del dormir en el adulto, pues le impiden establecer la condición anímica que se

requiere para dormirse, la retracción del interés por el mundo. En vez de suspender la vida,

preferiría continuar el trabajo en las cosas que le ocupan, y por eso no duerme. Un estímulo

anímico así, perturbador del dormir, es por tanto en el caso del niño ese deseo no tramitado

frente al cual reacciona con el sueño.

5. Esto nos brinda, por el camino más corto, información sobre la función del sueño. El sueño

en cuanto reacción frente al estímulo psíquico tiene que tener el valor de una tramitación de

este, tal que lo elimine y se pueda seguir durmiendo. En cuanto al modo en que esta tramitación

por el sueño es posibilitada dinámicamente, no lo sabemos todavía. Pero desde ahora

observamos que el sueño no es el perturbador del dormir, según la acusación que se le hace,

sino el guardián del dormir, el que elimina las perturbaciones de este. Nos parece que

habríamos dormido mejor si no hubiera existido el sueño, pero nos equivocamos; en realidad,

sin la ayuda del sueño no habríamos dormido. Es mérito de él que hayamos dormido tan bien.

No pudo evitar perturbarnos en algo, así como el guardián nocturno muchas veces no puede

menos que hacer algún ruido mientras da caza a los perturbadores del descanso que quieren

despertarnos con su barullo.

6. Puesto que el excitador del sueño es un deseo, y su cumplimiento es el contenido del sueño,

esto constituye uno de los caracteres principales del sueño. El otro, también constante, es que

el sueño no expresa simplemente un pensamiento, sino que figura ese deseo como cumplido

en cuanto vivencia alucinatoria (ver nota(106)). Yo querría viajar por el lago, dice el deseo que

incita al sueño; el sueño mismo tiene por contenido: Yo viajo por el lago. Por consiguiente, aun

en estos sueños simples de niños subsiste una diferencia entre sueño latente y sueño

manifiesto, una desfiguración del pensamiento onírico latente: la trasposición del pensamiento

en vivencia. En la interpretación del sueño es preciso ante todo revertir esta cuota de alteración.

Si este resultare un carácter universal del sueño, entonces el fragmento de sueño antes

comunicado, «Yo veo a mi hermano dentro de una caja», no ha de traducirse «Mi hermano se

restringe», sino «Yo querría que mi hermano se restringiese, mi hermano debe restringirse». De

los dos caracteres generales del sueño aquí mencionados, es evidente que el segundo tiene

mejores perspectivas que el primero de ser aceptado sin contradicción. Sólo mediante extensas

indagaciones podremos certificar que el excitador del sueño tiene que ser siempre un deseo y

no puede consistir en una preocupación, un designio o un reproche, pero ello no afecta al otro

carácter, a saber, que el sueño no reproduce simplemente ese estímulo, sino que lo cancela, lo

elimina, lo tramita mediante una suerte de vivencia.

7. Anudada con estos caracteres del sueño, podemos retomar también la comparación del

sueño con la operación fallida. En esta última distinguimos una tendencia perturbadora y una

perturbada, y la operación fallida era un compromiso entre ambas. En ese mismo esquema

calza también el sueño. En él, la tendencia perturbada no puede ser otra que la de dormir. A la

perturbadora la sustituimos por el estímulo psíquico; digamos, mejor, por el deseo que urge ser

tramitado, puesto que hasta ahora no hemos llegado a conocer ningún otro estímulo anímico

perturbador del dormir. El sueño es, también, el resultado de un compromiso. Dormimos, y no

obstante vivenciamos la cancelación de un deseo; satisfacemos un deseo, pero seguimos

durmiendo. Ambas cosas se realizan en parte y en parte se resignan.

8. Recuerden ustedes que en su momento esperábamos obtener un acceso a la comprensión

de los problemas del sueño por el hecho de que ciertas formaciones de la fantasía, muy

trasparentes para nosotros, se llamen «sueños diurnos». Ahora bien, estos sueños diurnos son

realmente cumplimientos de deseo, cumplimientos de deseos eróticos o de ambición, que nos

son bien conocidos; pero, aunque se los representa vívidamente, son pensados, y nunca

vivenciados de manera alucinatoria. De los dos caracteres principales del sueño, por tanto,

corroboramos aquí el menos certificado, mientras que el otro, por depender del estado del

dormir y no ser realizable en la vida de vigilia, falta por completo. Por consiguiente, en el uso

lingüístico hay una vislumbre de que el cumplimiento de deseo es un carácter principal del

sueño. De pasada: si el vivenciar en el sueño es sólo un representar trasmudado, posibilitado

por las condiciones del estado del dormir, vale decir, un «sueño diurno nocturno», desde ahora

comprendemos que el proceso de la formación del sueño puede cancelar al estímulo nocturno y

procurar satisfacción, pues también el soñar diurno es una actividad ligada con una satisfacción

y sólo a causa de esto, por cierto, se la cultiva.

Pero no solo este: también otro uso lingüístico se manifiesta en el mismo sentido. Conocidos

refranes dicen: El chancho sueña con bellotas, el ganso con maíz; o preguntan: ¿Con qué

sueña la gallina? Con mijo (ver nota(107)). Esos refranes se remontan entonces todavía más

lejos que nosotros, desde el niño hasta el animal, y aseveran que el contenido del sueño es la

satisfacción de una necesidad. Otros tantos giros idiomáticos parecen apuntar a lo mismo,

como «hermoso como un sueño», «eso no se me ocurriría ni en sueños», «no lo habría

imaginado ni en mi sueño más atrevido». El uso lingüístico nos muestra ahí una evidente toma

de partido; en efecto, también hay sueños de angustia y sueños de contenido penoso o

indiferente, pero no han conmovido al uso lingüístico. Este conoce, por cierto, sueños «malos»,

pero decididamente el sueño es para él sólo el dulce cumplimiento de un deseo. Ningún refrán

nos asegura que el chancho o el ganso sueñan con que son sacrificados.

Sería inconcebible, desde luego, que ese carácter, el del cumplimiento de deseo, no hubiera

sido observado por los autores que se ocuparon del sueño. Al contrario; lo hicieron con harta

frecuencia, pero a ninguno se le ocurrió admitirlo como universal ni tomarlo como punto axial

para la interpretación del sueño. Imaginamos perfectamente lo que pudo hacerles abstenerse

de ello, y después lo consideraremos.

Ahora bien, vean ustedes la multitud de esclarecimientos que hemos ganado con la

consideración de los sueños de niños, ¡y casi sin trabajo!: la función del sueño como guardián

del dormir; su génesis a partir de dos tendencias concurrentes, una de las cuales, el afán de

dormir, permanece constante, y la otra aspira a satisfacer un estímulo psíquico; la prueba de

que el sueño es un acto psíquico provisto de sentido; sus dos caracteres principales:

cumplimiento de deseo y vivenciar alucinatorio. Y dilucidándolos pudimos olvidarnos casi de que

estudiábamos psicoanálisis. Además de su anudamiento con las operaciones fallidas, nuestro

trabajo no tuvo ningún cuño particular. Cualquier psicólogo que nada supiera de las premisas

del psicoanálisis habría podido esclarecer estas cosas sobre los sueños infantiles. ¿Por qué

ninguno lo ha hecho?

Si no hubiera otros sueños que los infantiles, el problema estaría resuelto, nuestra tarea

terminada, y por cierto sin indagar al soñante, sin sacar a luz lo inconciente y sin recurrir a la

asociación libre. Ahora bien, en este punto se sitúa evidentemente la continuación de nuestra

tarea. Ya hemos hecho repetidas veces la experiencia de que caracteres que se habían

presentado como universalmente válidos se corroboraron después sólo para cierto tipo de

sueños y para cierto número de ellos. Por eso tenemos por delante averiguar si los caracteres

universales que inferimos de los sueños de niños son más sostenibles, si valen también para

aquellos sueños que no son trasparentes y cuyo contenido manifiesto no permite reconocer

vínculo alguno con un deseo diurno pendiente. Nos hemos formado la idea de que estos otros

sueños han experimentado una vasta desfiguración y por eso es imposible juzgarlos de primera

intención. Sospechamos también que para esclarecer esa desfiguración necesitaremos de la

técnica psicoanalítica, que pudimos omitir en nuestra recién adquirida comprensión de los

sueños de niños.

De todos modos, queda todavía una clase de sueños que no están desfigurados y, lo mismo

que los sueños de niños, se dejan reconocer fácilmente como cumplimientos de deseo. Son los

provocados durante toda la vida por las necesidades corporales imperativas, el hambre, la sed,

la satisfacción sexual; son, pues, cumplimientos de deseo como reacciones frente a estímulos

corporales interiores. Así, de una niña de 19 meses he registrado un sueño que consistía en un

menú al que iba agregado su nombre («Anna F…,Er(d)beer, Hochbeer, Eier(s)pcis, Papp(108)»)

como reacción frente a un día de ayuno que le impusieron a causa de un trastorno digestivo, el

cual se había atribuido, precisamente, al fruto que aparece dos veces en el sueño. Al mismo

tiempo, la abuela, cuya edad sumada a la de la nietecita era de setenta años, debió ayunar un

día entero debido a las molestias de un riñón flotante, y esa misma noche soñó que la invitaban

(a un convite) y le ofrecían los más exquisitos bocados. Observaciones hechas en prisioneros

que padecieron hambre, y en personas que debieron soportar privaciones en viajes o

expediciones, enseñan que en tales condiciones se sueña, por regla general, con la satisfacción

de estas necesidades. Así, Otto Nordertskjold, en su libro Antaretic, dice lo siguiente acerca del

destacamento que debió invernar con él (1904, 1, págs. 336-7): «Muy característicos de la

orientación de nuestros pensamientos más íntimos eran nuestros sueños, nunca tan vivos ni

tan numerosos como entonces. Aun aquellos de nuestros camaradas que sólo por excepción

soñaban, ahora tenían por la mañana, cuando intercambiábamos nuestras últimas experiencias

de este mundo de la fantasía, largas historias que contar. Todas versaban sobre aquel mundo

exterior, tan lejano ahora de nosotros, pero a menudo se adecuaban a nuestra situación actual.

( … ) Comer y beber eran, por lo demás, los puntos nodales en torno de los cuales giraban casi

siempre nuestros sueños. Uno de nosotros, que descollaba por su participación en grandes

almuerzos nocturnos, era dichoso cuando por la mañana podía informar «que había asistido a

una comida de tres platos»; otro soñaba con tabaco, con montañas enteras de tabaco; otro, con

el barco que a toda vela se acercaba por el mar abierto. Aun otro sueño merece ser

mencionado: El cartero llega con la correspondencia y da una larga explicación sobre los

motivos por los cuales se hizo esperar tanto; la había entregado equivocado y sólo tras mucho

trabajo logró recuperarla. Desde luego, mientras dormíamos nos ocupábamos de cosas más

imposibles aún, pero era en extremo llamativa la falta de fantasía en casi todos los sueños que

yo mismo soñé o escuché contar. Sería de gran interés psicológico, ciertamente, que todos

esos sueños pudieran registrarse. Y fácil es comprender cuánto anhelábamos dormir, pues así

se nos ofrecía todo lo que cada cual apetecía fervientemente». Citaré todavía, siguiendo a Du

Prel: «Mungo Park, próximo a morir de consunción durante un viaje por el Africa, soñaba sin

cesar con los valles y las vegas de su patria, de abundantes aguas. De igual modo, el baró

Trenck, atormentado por hambre en la fortaleza de Magdeburgo, se veía rodeado por opíparos

manjares, y George Back, que participó en la primera expedición de Franklin, cuando a

consecuencia de terribles privaciones estuvo próximo a morir de hambre, soñaba de continuo y

monótonamente con abundantes comidas» (ver nota(109)).

Si alguien experimenta sed a la noche por haber disfrutado en la cena de platos muy

sazonados, es ‘fácil que sueñe que bebe (ver nota(110)). Es imposible, desde luego, tramitar

mediante el sueño una necesidad más intensa de comer o beber; de tales sueños despertamos

sedientos y entonces tenemos que beber agua real. El rendimiento del sueño es en este caso

de ínfimo valor práctico, pero no es menos claro que se recurrió a él con el fin de preservar el

dormir contra el estímulo que urge a despertar y a actuar. A menudo, siendo menor la intensidad

de estas necesidades, los sueños de satisfacción resultan suficientes.

De igual modo, el sueño crea satisfacciones bajo la influencia de los estímulos sexuales, pero

ellas exhiben particularidades dignas de nota. Como la pulsión sexual tiene la propiedad de ser

en cierto grado menos dependiente de su objeto que el hambre y la sed, la satisfacción dentro

de un sueño de polución puede ser real; y a consecuencia de ciertas dificultades (después las

mencionaremos) en el vínculo con el objeto, ocurre con particular frecuencia que la satisfacción

real se conecte empero con un contenido onírico oscuro o desfigurado. Esta peculiaridad de los

sueños de polución los convierte, como ha observado O. Rank [1912b], en objetos propicios

para el estudio de la desfiguración onírica (ver nota(111)). Por lo demás, todos los sueños de

necesidad de adultos suelen contener, además de la satisfacción, otra cosa proveniente de

fuentes de estímulo puramente psíquicas y que, para ser comprendida, requiere de la

interpretación.

Por otra parte, no pretendemos aseverar que en los adultos los sueños de cumplimiento de

deseo, formados según el tipo infantil, ocurren sólo como reacciones frente a las llamadas

necesidades imperativas. Conocemos igualmente sueños breves y claros de este tipo bajo la

influencia de ciertas situaciones dominantes que proceden, sin duda alguna, de fuentes

psíquicas de estímulo. Así, por ejemplo, los sueños de impaciencia, cuando alguien ha hecho

los preparativos para un viaje, para una representación teatral importante para él, para una

conferencia o una visita, y ahora sueña el cumplimiento anticipado de su expectativa, vale decir,

la noche anterior a ese suceso se ve a sí mismo llegado a su meta, en el teatro o en plática con

el visitado. 0 los llamados con acierto sueños de comodidad, cuando alguien, que de buena

gana querría seguir durmiendo, sueña que ya está levantado, se lava o se encuentra en la

escuela, mientras que en realidad sigue durmiendo, vale decir que prefiere levantarse en el

sueño y no en la realidad (ver nota(112)). El deseo de dormir, cuya regular participación en la

formación del sueño hemos reconocido, se expresa desembozadamente en estos sueños y se

muestra como su esencial formador. La necesidad de dormir se alinea con buen derecho junto

a las otras grandes necesidades corporales.

He aquí la reproducción de un cuadro de Schwind(113), de la galería Schack, de Munich; vean

ustedes cuán acertadamente captó el pintor la génesis de un sueño a partir de una situación

dominante. Se trata de El sueño del prisionero, y no puede tener otro contenido que su

liberación. Es muy lindo que la liberación haya de cumplirse a través de la ventana, pues por allí

penetra el estímulo luminoso que pone fin al dormir del prisionero. Los gnomos subidos unos

sobre otros representan sin duda las posiciones sucesivas que él habría debido adoptar en su

escalada hasta la ventana, y no me equivoco, no, ni supongo excesiva intención en el artista: el

gnomo que está en lo alto, el que corta las rejas, y por tanto hace lo que el propio prisionero

querría, tiene los mismos rasgos que él.

En todos los sueños, exceptuados los sueños de niños y los de tipo infantil, nos sale al paso y

nos estorba, según ,dijimos, la desfiguración onírica. A primera vista no podemos decir si

también ellos son cumplimientos de deseo, según conjeturamos; su contenido manifiesto no

nos deja adivinar el estímulo psíquico a que deben su origen, y no podemos demostrar que

también ellos se empeñan en apartar o tramitar ese estímulo. Sin duda tienen que ser

interpretados, o sea, traducidos; es preciso hacer revertir su desfiguración y sustituir su

contenido manifiesto por el latente, antes de que podamos pronunciar un juicio sobre si lo que

hemos descubierto en los sueños infantiles puede exigir validez para todos los sueños.

Volver al índice principal de «Obras Sigmund Freud«