Obras de S. Freud: Sobre la conquista del fuego. (1932 [1931])

Sobre la conquista del fuego. (1932 [1931])

Nota introductoria:
El presente trabajo parece haber sido escrito en diciembre de 1931 (Jones, 1957, pág. 177).

El vínculo entre el fuego y la micción, punto central de este examen del mito de Prometeo, le era familiar a Freud desde mucho tiempo atrás. Ese vínculo suministra la clave del análisis del primer sueño en el caso «Dora» (1905e), AE, 7, págs. 57 y sigs., y vuelve a surgir en el análisis, muy posterior, del «Hombre de los Lobos» (1918b), AE, 17, pág. 84. En ambos casos está envuelto el tema de la enuresis, y esto se liga con otro de los hilos conductores principales del presente artículo: la estrecha asociación fisiológico y psicológica entre las dos funciones del pene (AE, 22, pág. 178). También esto tiene una larga historia en los escritos previos de Freud; en el análisis de «Dora» se lo destacaba explícitamente (AE, 7, pág. 29), y antes aún, en una carta a Fliess del 27 de setiembre de 1898, Freud había declarado: «Un niño que regularmente, hasta su séptimo año, se moja en la cama [ … ] tiene que haber vivenciado excitaciones sexuales en la infancia» (Freud, 1950a, Carta 97), AE, 1, pág. 318 (1). En todos los períodos, Freud insistió repetidamente en la equivalencia entre enuresis y onanismo; lo hizo, por ejemplo, en el caso «Dora» (1905d), AE, 7, págs. 69-70; en los Tres ensayos de teoría sexual ( 1905d), AE, 7, pág. 172; en las «Apreciaciones generales sobre el ataque histórico» (1909a), AE, 9, pág. 210, y, mucho más tarde, en «El sepultamiento del complejo de Edipo» (1924d), AE, 19, pág. 183, así como en «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» ( 1925f), AE, 19, pág. 269.

Hay otro nexo del erotismo uretral, en el terreno de la formación del carácter, que no se menciona en el presente artículo, aunque aparece en una nota al pie de El malestar en la cultura (1930a), AE, 21, pág. 89 -de la cual este artículo es una ampliación-. La relación entre erotismo uretral y ambición fue señalada expresamente por primera vez en «Carácter y erotismo anal» (1908b), AE, 9, pág. 158; pero su vínculo, muy similar, con los sentimientos de grandeza y con la megalomanía había sido examinado ya en dos lugares de La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, pág. 231, y 5, págs. 466-7; en este último sitio se hace referencia incidental a la extinción del fuego. Al vínculo con la ambición se aludió más tarde de pasada una o dos veces, considerándolo en forma bastante extensa luego de publicado el presente trabajo, en la 32ª de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a).

James Strachey

En una nota a mi obra El malestar en la cultura (2) (1930a)  mencioné -aunque sólo al pasar- la conjetura que sobre la base del material psicoanalítico era posible formarse acerca de la adquisición del fuego por los hombres primordiales. La objeción de Albrecht Schaeffer (1930) y la sorprendente referencia a la prohibición que rige entre los mongoles de orinar sobre las cenizas (3), mencionada en el artículo de Erlenmeyer que precede a este (4), me movieron a retomar el tema.

Opino, en efecto, que mi hipótesis de que la precondición para apoderarse del fuego ha sido la renuncia al placer -de tinte homosexual- de extinguirlo mediante el chorro de orina puede corroborarse mediante la interpretación de la saga griega de Prometeo, si se toman en cuenta las previsibles desfiguraciones que el hecho experimentó para formar el contenido del mito. Esas desfiguraciones son de la misma índole y no más graves que las que cotidianamente reconocemos al reconstruir, desde los sueños de pacientes, sus vivencias infantiles reprimidas, pero de extrema sustantividad. Los mecanismos ahí empleados son la figuración por medio de símbolos y la mudanza en lo contrario. No osaré explicar de este modo todos los rasgos del mito; además del asunto originario, quizás otros procesos más tardíos contribuyeron a su contenido. Sin embargo, los elementos que admiten una interpretación analítica son los más llamativos e importantes, a saber, el modo en que Prometeo trasportó el fuego, el carácter de la hazaña (sacrilegio, robo, fraude a los dioses) y el sentido de su castigo.

El titán Prometeo, un héroe cultural todavía de naturaleza divina (5), acaso originariamente un demiurgo y creador de hombres él mismo, entrega a los mortales el fuego que sustrajo a los dioses, lo esconde en un bastón hueco, una caña de hinojo. En la interpretación de un sueño nos inclinaríamos a comprender una cosa así como un símbolo del pene, aunque nos desconcertase la insólita insistencia en la cavidad. Pero, ¿cómo compaginar esta caña-pene con la preservación del fuego? Todo intento parece infructuoso hasta que recordamos el proceso, tan frecuente en el sueño, del trastorno, la mudanza en lo contrario, la inversión de los nexos, que hartas veces nos oculta el sentido del sueño. No es el fuego lo que el hombre alberga en su caña-pene, sino, al contrario, el medio para extinguir el fuego, el agua de su chorro de orina. A este vínculo entre fuego y agua se anuda, además, un abundante y bien conocido material analítico.

En segundo lugar, la adquisición del fuego es un sacrilegio; se la consigue por robo o hurto. Este es un rasgo constante de todas las sagas sobre la adquisición del fuego, se lo encuentra entre los pueblos más diversos y alejados, y no sólo en la saga griega de Prometeo, el dador del fuego. Por tanto, aquí debe de encerrarse el contenido esencial de esa reminiscencia desfigurada de la humanidad. Ahora bien, ¿por qué la adquisición del fuego se enlaza inescindiblemente con la representación de un sacrilegio? ¿Quién es el perjudicado, el engañado a raíz de ella? En la versión de Hesíodo, la saga proporciona una respuesta inequívoca: dentro de otro relato que no se entrama directamente con el fuego, Prometeo engaña a Zeus en beneficio de los hombres en la institución del sacrificio (6). ¡Por tanto, son los dioses los engañados! Es notorio que el mito concede a los dioses la satisfacción de todas las apetencias a que la criatura humana debe renunciar; lo sabemos por el incesto (7). En terminología analítica diríamos que es la vida pulsional, el ello, el Dios engañado por la abstención de extinguir el fuego; una apetencia humana se ha trasmudado en la saga en un privilegio divino. Pero en la saga la divinidad no tiene nada del carácter de un superyó; sigue siendo representante {Repräsentant} de la vida pulsional {Triebleben} hiperpotente.

La trasmudación en lo contrario es totalmente radical en un tercer rasgo de la saga, el castigo del dador del fuego. Prometeo es encadenado a una roca, un buitre le devora el hígado día tras día. También en las sagas sobre el fuego de otros pueblos un pájaro desempeña cierto papel, es forzoso que tenga algo que ver con el asunto; por ahora me abstengo de su interpretación. En cambio, nos sentimos sobre terreno seguro cuando se trata de explicar por qué se ha escogido al hígado como lugar del castigo. Los antiguos lo consideraban la sede de todas las pasiones {Leidenschaft} y apetitos; un castigo como el de Prometeo era entonces el correcto para un criminal movido por sus pasiones {triebhaft}, que hubiera cometido sacrilegio bajo la impulsión de malas apetencias. Ahora bien, justamente lo contrario es cierto respecto del dador del fuego; había practicado una renuncia de lo pulsional y mostrado cuán benéfica es ella, pero también cuán indispensable para un propósito cultural. ¿Y por qué la saga hubo de tratar un beneficio cultural así como si fuera un crimen punible? Pues bien; si a través de toda clase de desfiguraciones trasunta que la adquisición del fuego tuvo por premisa una renuncia de lo pulsional, en cambio expresa francamente el rencor que la humanidad movida por las pasiones {triebhaft} debió de sentir hacia el héroe cultural. Y esto armoniza con nuestras intelecciones y expectativas. Sabemos que el reclamo de renunciar a lo pulsional y su imposición provocan hostilidad y placer de agredir, que sólo en una fase posterior del desarrollo psíquico se trasponen en sentimiento de culpa (8).

La impenetrabilidad de la saga de Prometeo, así como de otros mitos sobre el fuego, aumenta por la circunstancia de que el fuego forzosamente aparece a los primitivos como algo análogo a la pasión enamorada -diríamos: como símbolo de la libido-. La calidez que el fuego irradia evoca la misma sensación que acompaña al estado de la excitación sexual, y la llama recuerda por su forma y movimientos al falo activo. Que la llama apareciera a la sensibilidad mítica como un falo no puede resultar dudoso; lo atestigua a las claras la saga sobre la concepción del rey romano Servio Tulio. (9) Cuando nosotros mismos hablamos del fuego devorador de la pasión y del lengüeteo de las llamas, y así comparamos la llama con una lengua, no estamos tan distanciados del pensamiento de nuestros ancestros primitivos. Es que nuestra derivación de la conquista del fuego contenía, sin duda, la premisa de que para el hombre primordial el intento de extinguir el fuego mediante su propia agua significaba una lucha placentera con otro falo.

Acaso por la vía de esta igualación simbólica se introdujeron en el mito otros elementos puramente fantásticos entretejiéndose con los históricos. A uno le cuesta defenderse de esta idea: si el hígado es la sede de la pasión, simbólicamente significa lo mismo que el fuego; y entonces el hecho de que sea devorado y se renueve cada día pinta con acierto la conducta de las apetencias amorosas que, satisfechas diariamente, se renuevan cada día. Entonces, al pájaro que se sacia en el hígado le conviene el significado del pene, que por lo demás no le es ajeno, según permiten discernirlo sagas, sueños, usos lingüísticos y figuraciones plásticas provenientes de la Antigüedad (10). Un pequeño paso más lleva al Ave Fénix que tras cada muerte por el fuego renace rejuvenecida, y que probablemente se refiera al pene reanimado tras dormirse, más bien (y antes) que al sol que se sepulta en el ocaso y vuelve a salir luego.

Cabe preguntarse si es lícito creer que la actividad formadora de mitos ensaya (como un juego, se diría) la figuración -disfrazada mediante expresión corporal- de procesos anímicos por todos conocidos, pero de extremo interés, sin otro motivo que el mero placer de la figuración. Por cierto que no puede darse una respuesta segura hasta que no se haya comprendido la esencia del mito, pero para nuestros dos casos es fácil discernir un mismo contenido y, con él, una determinada tendencia. Describen la renovación de las apetencias libidinosas después que se extinguieron por saciedad, o sea su carácter indestructible; y esta insistencia es bien pertinente como consuelo si el núcleo histórico del mito (11) trata de una derrota de la vida pulsional, de una renuncia de lo pulsional que se volvió necesaria. Es como la segunda parte de la comprensible reacción del hombre primordial afrentado en su vida pulsional; tras el castigo del sacrílego, el aseguramiento de que en el fondo no ha conseguido nada.

Tropezamos con el trastorno hacia lo contrario en un lugar inesperado, en otro mito que aparentemente tiene muy poco que ver con el mito del fuego. La Hidra de Lerna, con sus innumerables cabezas de serpiente lengüeteantes -entre ellas una inmortal-, es, como lo atestigua su nombre, un dragón acuático. El héroe cultural Hércules se traba en lucha con ella cortándole las cabezas, pero estas vuelven a crecer una y otra vez y él sólo triunfa sobre el monstruo tras quemarle mediante el fuego la cabeza inmortal. Un dragón acuático domeñado mediante el fuego es algo que no tiene sentido; pero lo tiene, como en tantos sueños, la inversión del contenido manifiesto. Entonces, la Hidra es un incendio, las cabezas de serpiente lengüeteantes son las llamas del incendio, y como prueba de su naturaleza libidinosa muestran, igual que el hígado de Prometeo, el fenómeno del renacimiento, la renovación tras la destrucción intentada. Pero Hércules extingue ese incendio por medio de … agua. (La cabeza inmortal es sin duda el falo, y su aniquilación es la castración.) Ahora bien, Hércules es también el liberador de Prometeo, el que mata al pájaro que le devora el hígado. ¿No colegiremos una conexión más profunda entre los dos mitos? En efecto, es como si la hazaña de uno de los héroes fuera compensada por la del otro. Prometeo -como la ley de los mongoles- había prohibido extinguir el fuego; Hércules lo consiente para el caso del incendio que amenaza infortunio. El segundo mito parece corresponder a la reacción de una época cultural más tardía frente a la ocasión de la conquista del fuego. Uno tiene la impresión de que a partir de aquí se podría penetrar todo un tramo en los secretos del mito, aunque, es verdad, sólo por corto trecho acompañado del sentimiento de la certeza.

Respecto de la oposición entre fuego y agua, que gobierna todo el ámbito de estos mitos, hay un tercer elemento además del histórico y el simbólico-fantástico; es un hecho fisiológico, que el poeta Heine describe en sus versos:

«Con lo que el hombre usa para orinar,
con eso mismo crea a su igual».
(12)

   El miembro del varón tiene dos funciones cuya coexistencia resulta enojosa a muchos. Permite el vaciamiento de la vejiga y ejecuta el acto amoroso que apacigua el anhelo de la libido genital. El niño cree todavía poder reunir ambas funciones; según su teoría, los hijos se producen porque el varón orina en el vientre de la mujer (13). Pero el adulto sabe que ambos actos son en realidad inconciliables entre sí …tan inconciliables como fuego y agua. Cuando el miembro está en ese estado de excitación que le ha válido la igualación con el pájaro, y mientras se sienten aquellas sensaciones que recuerdan la calidez del fuego, es imposible orinar; y a la inversa, cuando el miembro sirve al vaciamiento de las aguas parecen extinguirse todos sus nexos con la función genital. La oposición entre ambas funciones podría movernos a decir que el hombre extingue su propio fuego con su propia agua. Y el hombre primordial, obligado a concebir el mundo exterior con ayuda de sus propias sensaciones y circunstancias corporales, no pudo pasar por alto ni desaprovechar las analogías que le mostraba el comportamiento del fuego.

Notas:
1- [El trabajo «Sobre un frecuente síntoma concomitante de la enuresis nocturna en el niño» (Freud, 1893g) es de corte puramente neurológico, carente de implicaciones psicológicas. (Un brevísimo resumen se encontrará en AE, 3, pág. 237).]
2- [AE, 21, pág. 89.]
3- Por cierto, sobre cenizas calientes de las que todavía se puede obtener fuego, no sobre cenizas apagadas.  La objeción de Lorenz en «Chaos und Ritus» (1931) parte de la premisa de que la domesticación del fuego sólo empezó con el descubrimiento de que era posible provocarlo a voluntad mediante alguna manipulación. En contra de esto, el doctor J. Hárnik me remite a lo manifestado por el doctor Richard Lasch (en la compilación de Georg Buschan, Mustrierte Völkerkunde, 1922, 1, pág. 24): «Cabe presumir que el arte de conservar el fuego precedió al de producirlo; una prueba correspondiente de esto la ofrece el hecho de que los primitivos habitantes de las islas Andaman, de conformación semejante a los pigmeos, poseen y conservan hoy el fuego, pero no conocen ningún método autóctono para producirlo».
4- [El artículo de Erlenmeyer (1932) precedía inmediatamente al de Freud en el número de Imago donde este fue publicado por primera vez, y su versión al inglés también apareció inmediatamente antes que la del presente trabajo en International Journal of Psycboanalysis, 13. ]
5- Después, Hércules es un semidios, y Teseo, enteramente humano
6- {En un párrafo de la Teogonía, de Hesíodo, se lee que habiendo convenido el sacrificio que harían los hombres a los dioses, debatíase cuál parte del animal sacrificado sería para unos y otros. Llamado a oficiar de árbitro, Prometeo mató un buey y separó de un lado la carne y las vísceras, y del otro los huesos; escondió lo primero en el estómago de la bestia, y a los segundos recubriolos de una grasa suculenta, dándole a escoger a Zeus, «quien, en su sabiduría eterna, no se engañó y reconoció el fraude. (…) Y desde entonces, recordando siempre ese fraude, rehusó la fuerza del fuego inextinguible a los miserables mortales que habitan la tierra».}
7- [Cf. «Acciones obsesivas y prácticas religiosas» (1907b), AE, 9, pág. 109, y ¿Pueden los legos ejercer el análisis? (1926e), AE, 20, pág, 200.]
8- [Véase, sobre todo esto, El malestar en la cultura (1930a), particularmente el capítulo VII]
9- [Su madre, Ocrisia, era esclava en la casa del rey Tarquino. Un día -cuenta Frazer- «estaba como de costumbre ofreciendo manjares y libaciones en el ara real, cuando surgió del fuego una llama con forma de miembro viril ( … ) Ocrisia concibió con el dios o espíritu del fuego y en su momento dio a luz a Servio Tulio» (Frazer, 1911a, 2, pág. 195).]
10- [Cf. La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, págs. 397 y 574.]
11- [Véase mi larga nota al pie en el tercer ensayo de Moisés y la religión monoteísta (1939a), AE, 23, págs, 125-6.]
12- [«Zur Teleologie», tomado de Nachlese (Obras póstumas}, «Aus der Matratzengruft », nº XVII]
13- [Cf. «Sobre las teorías sexuales infantiles» (1908c), AE, 9, págs. 19-8-9.]