Obras de S. Freud: Sobre los tipos de contracción de neurosis (1912)

Nota introductoria:
Este artículo apareció en el número de Zentralblatt zür Psychoanalyse correspondiente a marzo de 1912. En él se amplían ciertas puntualizaciones contenidas en un párrafo del análisis de Schreber (1911c), siendo su tema la clasificación de los ocasionamientos de las enfermedades neuróficas. Desde luego, Freud ya se había ocupado a menudo de esto; pero en sus anteriores escritos suposición quedaba empañada por el prominente papel adjudicado a los acontecimientos traumáticos. Cuando hubo abandonado casi por completo la teoría del trauma, su interés se centró en buena medida en las diversas predisposiciones para la neurosis (p. ej., en el «Resumen» final de Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, págs. 215 y sigs.). Los ocasionamientos son mencionados en uno o dos trabajos de esa época, pero únicamente en términos muy generales y algo desvalorizadores. (Véase, por ejemplo, «Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis» (1906a), AE, 7, págs. 269-71.) Cierto es que la noción de «privación» («Entbehrung») aparece en alguno que otro lugar (p. ej., en «Sobre psicoterapia» (1905a), AE, 7, pág. 256), pero sólo en el sentido de una abstinencia provocada por cierta circunstancia externa. La posibilidad de que la neurosis fuera la resultante de un obstáculo interno a la satisfacción surge en fecha algo posterior -v. gr., en «La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna» (1908d)-, quizá, como sugiere aquí Freud, bajo el influjo de la obra de Jung. En aquel trabajo se emplea, para caracterizar el obstáculo interno, el término «Versagung» {«frustración» o «denegación»}, que reaparece, aunque esta vez referido exclusivamente a obstáculos externos, en el análisis de Schreber (1911c), así como en otros dos trabajos contemporáneos: «Sobre la dinámica de la trasferencia» (1912b), y «Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa» (1912d), AE, 11, pág. 175. Ahora bien: en el presente artículo, Freud utilizó por primera vez esa palabra para introducir un concepto más comprehensivo, que abarcase ambas clases de obstáculos.

Desde entonces, la «frustración» como principal ocasionamiento de la neurosis pasó a ser una de las armas del arsenal clínico de Freud a las que más recurrió, y se la encuentra en muchos de sus escritos posteriores. Su examen más minucioso se halla en la 22º de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17). El caso aparentemente contradictorio de las personas que enferman al alcanzar el éxito -lo opuesto de la frustración- fue considerado y resuelto por Freud en «Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico» (1916d), en una sección que lleva por título «Los que fracasan cuando triunfan» (AE, 14, págs. 323 y sigs.), y volvió a ocuparse una vez más del asunto en su carta abierta a Romain Rolland (1936a), AE, 22, págs. 215-6.

En un pasaje del historial clínico del «Hombre de los Lobos» (1918b), Freud apuntó que en la presente lista de tipos de contracción de neurosis había una omisión: la neurosis resultante de una frustración narcisista (AE, 17, pág. 107).

James Strachey.

En estas páginas me propongo exponer, sobre la base de impresiones obtenidas empíricamente, los cambios de condiciones que son los decisivos para que en las personas predispuestas estalle una neurosis. Se trata, pues, del problema de los ocasionamientos de la enfermedad, y se hablará muy poco de las formas de esta. La peculiaridad de referir a la libido del individuo todas las alteraciones que se enumeraren distinguirá a este resumen de otros consagrados al tema de las ocasiones. En efecto, por medio del psicoanálisis hemos discernido en los destinos de la libido lo decisorio entre salud nerviosa o enfermedad. Tampoco malgastaremos palabras en este contexto para definir el concepto de predisposición. (1) Justamente la investigación psicoanalítica nos ha permitido pesquisar la predisposición neurótica en la historia de desarrollo de la libido, y reconducir sus factores eficientes a unas variedades congénitas de la constitución sexual y a unas injerencias del mundo exterior vivenciadas en la temprana infancia.

a. La ocasión más evidente, más fácilmente descubrible e inteligible para contraer neurosis reside en aquel factor externo que se puede describir en general como frustración {Versagung; «denegación»}. El individuo permaneció sano mientras su requerimiento amoroso era satisfecho por un objeto real del mundo exterior; se volvió neurótico tan pronto como ese objeto le fue sustraído, sin que se le hallase un sustituto. Aquí, dicha equivale a salud, y desdicha a neurosis. Más bien que del médico, la curación podrá venir del destino, capaz de brindar un sustituto para esa posibilidad de satisfacción perdida.

En este tipo, del que sin duda participan la mayoría de los seres humanos, la posibilidad de enfermar se abre sólo con la abstinencia, lo que permite apreciar cuán sustantivas pueden llegar a ser, para el ocasionamiento de las neurosis, las limitaciones culturales de la satisfacción asequible. La frustración produce su efecto patógeno al estancar la libido y someter así al individuo a una prueba: ¿cuánto tiempo será capaz de tolerar este acrecentamiento de la tensión psíquica, y qué caminos seguirá para tramitarla? Dada una frustración real duradera de la satisfacción, sólo hay dos posibilidades para mantenerse sano. Una es trasponer la tensión psíquica en una energía activa y vigorosa que permanezca dirigida hacia el mundo exterior y termine por arrancarle una satisfacción real para la libido; la otra, que se renuncie a la satisfacción libidinosa, se sublime la libido estancada y se la aplique a lograr metas que ya no sean eróticas y estén a salvo de la frustración. Ambas posibilidades se realizan en los destinos de los seres humanos, y ello nos prueba que desdicha no equivale a neurosis, y que la frustración no es lo único que decide sobre la salud o la enfermedad de los afectados. El efecto de la frustración reside sobre todo en otorgar vigencia a los factores predisponentes hasta ese momento ineficientes.

Toda vez que estos factores preexistan acusados con una ¡intensidad suficiente, amenaza el peligro de que la libido sea introvertida. (2) Ella se extraña de la realidad, que en virtud de la pertinaz frustración ha perdido valor para el individuo; se vuelve hacia la vida de la fantasía, donde se crea nuevas formaciones de deseo y reanima las huellas de formaciones de deseo anteriores, olvidadas. A consecuencia del nexo íntimo de la actividad fantaseadora con el material infantil, reprimido {desalojado-suplantado) y devenido inconciente, presente en todo individuo, y merced a la exención de que goza la vida de la fantasía respecto del examen de realidad, la libido puede retroceder todavía más, hallar por el camino de la regresión unas vías infantiles y aspirar a tales metas. Y si estas aspiraciones, que son inconciliables con el estado actual de la individualidad, se vuelven bastante intensas, por fuerza estallará el conflicto entre ellas y el otro sector de la personalidad que se mantuvo en relación con la realidad. Este conflicto es solucionado mediante formaciones de síntoma y desemboca en la contracción de una enfermedad manifiesta. El hecho de que todo el proceso ha partido de la frustración real tiene su reflejo especular en el resultado de ese proceso: los síntomas, con los cuales se recupera el terreno de la realidad, figuran unas satisfacciones sustitutivas.

b. El segundo tipo de ocasionamiento para enfermar no es, en modo alguno, tan llamativo como el primero, y en verdad sólo se lo pudo descubrir tras unos penetrantes estudios analíticos inspirados en la doctrina de los complejos de la escuela de Zurich. Aquí, el individuo no enferma a consecuencia de una alteración en el mundo exterior, que lo frustre ahora en vez de satisfacerlo, sino de un empeño interior por procurarse la satisfacción asequible en la realidad. Enferma en el intento de adaptarse a la realidad y cumplir la exigencia de realidad {de objetividad}, en lo cual tropieza con unas dificultades interiores insuperables.

Es recomendable que estos dos tipos de contracción de enfermedad sean deslindados nítidamente, más de lo que suele permitir la observación. En el primero resalta una alteración del mundo exterior; en el segundo, el acento recae sobre una alteración interior. En el primer tipo, se enferma por una vivencia; en el segundo, por un proceso de desarrollo. En aquel, surge la tarea de renunciar a la satisfacción, y el individuo enferma por su incapacidad de resistencia, en este, la tarea es trocar un modo de satisfacción por otro, y la persona fracasa por su rigidez. En este último caso está dado de antemano el conflicto entre el afán do perseverar tal como se es y el afán de alterarse según propósitos nuevos y nuevas exigencias de la realidad; en el primero, en cambio, el conflicto sólo sobreviene después que la libido estancada ha escogido otras posibilidades, inconciliables, de satisfacción. El papel del conflicto y de la fijación previa de la libido son en el segundo tipo incomparablemente más llamativos que en el primero, en el cual puede ocurrir que tales fijaciones inviables se establezcan sólo a consecuencia de la frustración exterior.

Un joven que venía satisfaciendo su libido mediante fantasías con desenlace masturbatorio y ahora quiere trocar este régimen próximo al autoerotismo por la elección real de objeto; una muchacha que regalaba toda su ternura al padre o al hermano y ahora, por un varón que la corteja, tiene que dejar que le devengan concientes los deseos libidinales incestuosos, antes inconcientes; una mujer que querría renunciar a sus inclinaciones polígamas y fantasías de prostitución para ser una esposa fiel y una madre intachable: todos ellos enfermarán a raíz de tales afanes, dignos del mayor encomio, si las fijaciones anteriores de su libido son lo bastante intensas para contrariar un desplazamiento, en lo cual son decisivos, también aquí, los factores de la predisposición, de la disposición constitucional y del vivenciar infantil. Todos ellos vivencian, por así decir, el destino del arbolito de los cuentos de los Grimm, aquel que quería hojas diferentes; desde el punto de vista higiénico, que sin duda no es el único válido aquí, no cabría sino desearles que permanecieran tan poco desarrollados, tan inferiores e inútiles como lo eran antes de contraer la enfermedad. La alteración a la cual los enfermos aspiran, pero que sólo producen incompleta o no la producen en modo alguno, tiene por regla general el valor de un progreso en el sentido de la vida real-objetiva. Diverso es, claro, si se lo mide con patrones éticos; uno ve a los seres humanos enfermar tanto si resignan un ideal como si quieren alcanzarlo.

Si prescindimos de las muy nítidas diferencias entre los dos tipos descritos de contracción de enfermedad, ambos coinciden en lo esencial y se dejan reunir fácilmente en una unidad. También el enfermar por frustración cae bajo el punto de vista de la incapacidad de adaptarse a la realidad: al hecho de frustrar esta la satisfacción de la libido. Y enfermar en las condiciones del segundo tipo lleva, sin más, a un caso especial de la frustración {denegación}. Es cierto que aquí no es frustrada por la realidad cualquier satisfacción, sino justamente aquella que el individuo declara la única posible para él, y la frustración no parte de manera directa del mundo exterior, sino, primariamente, de ciertas aspiraciones del yo; no obstante, la frustración sigue siendo lo común y lo más comprehensivo. A consecuencia del conflicto, que en el segundo tipo sobreviene instantáneo, quedan por igual inhibidas las dos variedades de satisfacción, tanto la habitual como aquella a la cual se aspira; y se llega al estancamiento libidinal, con las consecuencias que de él se siguen, como en el primer caso. En el segundo tipo son más visibles que en el primero los procesos psíquicos que llevan a la formación de síntoma; en efecto, las fijaciones patógenas de la libido no se establecen sólo ahora, sino que tenían vigencia cuando se era sano. Las más de las veces preexistía cierta medida de introversión de la libido; y un tramo de la regresión a lo infantil se ahorra porque el desarrollo aún no había recorrido todo el camino.

c. Como una exageración del segundo tipo, aquel en que se enferma por la exigencia de la realidad, aparece el tipo siguiente, que describiré como el enfermarse por una inhibición del desarrollo. Para deslindarlo, no habría ningún título teórico, pero sí lo hay práctico, pues se trata de personas que enferman tan pronto han rebasado la infancia irresponsable, y por tanto nunca han alcanzado una fase de salud, o sea una capacidad de goce y rendimiento no restringida en líneas generales. En tales casos salta a la vista lo esencial del proceso predisponente. La libido nunca ha abandonado las fijaciones infantiles; la exigencia de la real¡ » dad no se presenta de improviso al individuo -sea su madurez total o solamente parcial-, sino que viene dada en la circunstancia misma de ir creciendo: de suyo varía de una manera continua con la edad. El conflicto cede sitio a la insuficiencia; pero nosotros, en virtud de nuestras demás intelecciones, tenemos que postular también aquí un afán por superar las fijaciones de la infancia, pues de otro modo el desenlace del proceso no podría ser nunca la neurosis, sino sólo un infantilismo estacionario.

d. Así como el tercer tipo nos ha mostrado casi aislada la condición predisponente, el que sigue, el cuarto tipo, nos llama la atención sobre otro factor cuya acción eficiente interviene en todos los otros casos y por eso mismo era fácil pasarlo por alto en una elucidación teórica. Vemos enfermarse a individuos hasta entonces sanos, a quienes no se les presentó ninguna vivencia nueva y cuya relación con el mundo exterior no ha experimentado alteración, de suerte que su caer enfermos impresiona por fuerza como algo espontáneo. Sin embargo, un abordaje más ceñido muestra que también en estos casos se ha consumado una alteración que debemos estimar en extremo sustantiva para la causación patológica en general. Por haberse alcanzado cierto tramo de la vida, y a raíz de procesos biológicos que obedecen a una ley, la cantidad de la libido ha experimentado un acrecentamiento en su economía anímica, y este basta por sí solo para romper él equilibrio de la salud y establecer las condiciones de la neurosis. Según se sabe, tales acrecentamientos libidinales, más bien repentinos, se conectan de una manera regular con la pubertad y la menopausia, con ciertas edades en la mujer; además, en muchos seres humanos pueden exteriorizarse unas periodicidades todavía desconocidas. La estasis libidinal es aquí el factor primario; se vuelve patógeno a consecuencia de la frustración relativa que inflige el mundo exterior, el cual sin embargo habría permitido satisfacer una exigencia libidinal menor. Y la libido insatisfecha y estancada puede abrir también los caminos de la regresión y desatar los mismos conflictos que comprobamos para el caso de la frustración exterior absoluta. Esto nos advierte que en ninguna reflexión sobre ocasionamientos patológicos podemos omitir el factor cuantitativo. Todos los otros factores -frustración, fijación, inhibición del desarrollo- permanecen ineficientes mientras no afecten una cierta medida de la libido ni provoquen una estasis libidinal de determinada altura. Es cierto que no somos capaces de mensurar esta medida de libido que nos parece indispensable para que se produzca un efecto patógeno; únicamente podemos postularla después que la enfermedad advino. Sólo en un sentido estamos autorizados a formular una precisión mayor: podemos suponer que no se trata de una cantidad absoluta, sino de la proporción entre el monto libidinal eficiente y aquella cantidad de libido que el yo singular puede dominar, vale decir, mantener en tensión, sublimar o aplicar directamente. De ahí que un acrecentamiento relativo de la cantidad libidinal pueda tener los mismos efectos que uno absoluto. Un debilitamiento del yo por enfermedad orgánica o por una particular demanda de su energía podrá hacer salir a la luz neurosis que de otro modo habrían permanecido latentes, no obstante existir la predisposición.

El significado que nos vemos precisados a atribuir a la cantidad libidinal para la causación de la enfermedad armoniza a maravilla con dos tesis básicas de la teoría de la neurosis, resultado del psicoanálisis. En primer lugar, con la afirmación de que las neurosis surgen del conflicto entre el yo y la libido; en segundo lugar, con la intelección de que no existe ninguna diversidad cualitativa entre las condiciones de la salud y de la neurosis, y los sanos enfrentan la misma lucha para dominar la libido, sólo que les va mejor en ella.

No resta sino decir unas palabras sobre la relación entre estos tipos y la experiencia. Si abarco en un solo conjunto los enfermos de cuyo análisis ahora me ocupo, no puedo sino comprobar que ninguno de ellos realiza puro uno de los cuatro tipos de contracción de enfermedad. Hallo en todos un poco de frustración eficaz junto a una parte de incapacidad para adecuarse a la exigencia de la realidad; el punto de vista de la inhibición del desarrollo, que coincide con la rigidez de las fijaciones, cuenta para todos; y además, según acabamos de consignarlo, en ningún caso estamos autorizados a desdeñar la significatividad de la cantidad libidinal. Más todavía: averiguo que en varios de ellos la enfermedad salió a la luz por oleadas, con intervalos de salud entre una y otra, y que cada una de tales oleadas admite ser reconducida a un diverso tipo de ocasionamiento. Por tanto, el establecimiento de esos cuatro tipos no posee un valor teórico elevado; no son más que diversos caminos por los que se establece una cierta constelación patógena en la economía anímica, a saber, la estasis libidinal, de la cual el yo no puede defenderse con sus recursos sin daño. Pero aun esta situación sólo se volverá patógena a consecuencia de un factor cuantitativo; no es una novedad para la vida anímica ni es creada por la injerencia de una llamada «causa patológica».

Sin embargo, hemos de atribuir cierto significado práctico a estos tipos de contracción de enfermedad. En algunos casos hasta se los observa puros; nunca habríamos reparado en los tipos tercero y cuarto si no constituyeran los únicos ocasionamientos de enfermedad en muchos individuos. El primer tipo pone ante nuestros ojos el influjo extraordinariamente poderoso del mundo exterior; el segundo, el no menos sustantivo de la especificidad del individuo que contraría ese influjo. La patología no pudo dar razón del problema del ocasionamiento patológico en las neurosis mientras se empeñó meramente en decidir si estas afecciones eran de naturaleza endógena o exógena. A todas las experiencias que señalaban la significatividad de la abstinencia (en el sentido más lato) como ocasionamiento, no podía ella menos que oponer la objeción de que otras personas soportan ese mismo destino sin enfermar. Pero si pretendía destacar la especificidad del individuo como lo esencial para la salud o la enfermedad, debía admitir el reparo de que personas que la poseían permanecerían sanas todo el tiempo… que pudieran conservarla. El psicoanálisis nos ha advertido que debemos resignar la infecunda oposición entre momentos externos e internos, destino y constitución, enseñándonos que la causación de una neurosis se halla por regla general en una determinada situación psíquica que puede producirse por diversos caminos.

Notas:
1) Véase acerca de esto mi «Nota introductoria» a «La predisposición a la neurosis obsesiva» (191Y)
2) Para emplear un vocablo introducido por C. G. Jung. [Freud ya había tomado en préstamo este término en «Sobre la dinámica de la trasferencia» (1912b)