Obras de S. Freud: La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis (1910)

La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis (1910)

«Die psychogene Sehstörung in psychoanalytischer Auffassung»

Estimados colegas: Desearía mostrarles, tomando como ejemplo la perturbación psicógena de

la visión, los cambios que bajo el influjo del método psicoanalítico de indagación ha

experimentado nuestro modo de concebir la génesis de tales afecciones. Ustedes saben que la

ceguera histérica es presentada como el caso típico de perturbación psicógena de la visión, Y

tras las indagaciones de la escuela francesa -Charcot, Janet, Binet- se cree conocer su

génesis. En efecto, es posible producir experimentalmente una ceguera de esa índole siempre

que se disponga de una persona proclive al sonambulismo. Si se la pone en estado de hipnosis

profunda y se le sugiere la representación de que no ve nada con un ojo, se comporta de hecho

como alguien que estuviera ciego de ese ojo, como una histérica que hubiera desarrollado

espontáneamente esa perturbación. Entonces es lícito construir el mecanismo de la

perturbación histérica y espontánea de la visión de acuerdo con el modelo del fenómeno

hipnótico sugerido. En la histérica, la representación de estar ciega no nace instilada por el

hipnotizador, sino de manera espontánea, por «autosugestión» como suele decirse; pero en

ambos casos esa representación es tan intensa que se traspone en efectiva realidad, tal y

como sucede con una alucinación, una parálisis y otros fenómenos sugeridos.

Esto suena por entero confiable y no podrá menos que dejar satisfechos a quienes puedan

omitir los múltiples enigmas que se esconden tras los conceptos de hipnosis, sugestión y

autosugestión. Esta última, en particular, da motivo a ulteriores preguntas. ¿Cuándo y en qué

condiciones puede una representación volverse tan intensa que pueda comportarse como una

sugestión y trasponerse sin más en efectiva realidad? Es que indagaciones más exhaustivas

han enseña. do que no es posible responder esta pregunta sin recurrir al concepto de lo

«inconciente». Muchos filósofos se niegan a aceptar eso inconsciente anímico porque no se

han ocupado de los fenómenos que obligaron a postularlo. Pero a los psicopatólogos se les ha

vuelto inevitable trabajar con procesos anímicos, representaciones, etc., inconcientes.

Experimentos adecuados han demostrado que los ciegos histéricos ven, empero, en cierto

sentido, aunque no en el sentido pleno. En efecto, las excitaciones del ojo ciego pueden tener

ciertas consecuencias psíquicas, por ejemplo provocar afectos, si bien nunca devienen

concientes. Entonces, los ciegos histéricos lo son sólo para la conciencia; en lo inconciente son

videntes. Experiencias de esta índole, justamente, fueron las que nos forzaron a separar entre

procesos anímicos concientes e inconcientes. ¿Cómo llegan a desarrollar la «autosugestión»

inconciente de estar ciegos, mientras que en lo inconciente siguen viendo?

A esta última pregunta, la investigación de los franceses responde explicando que en los

enfermo! predispuestos a la histeria está presente desde el comienzo una inclinación a disociar

-a disolver los nexos en el acontecer anímico-, a consecuencia de la cual muchos procesos

inconcientes no se continúan hasta lo conciente. No entremos a considerar para nada el valor

eventual de ese intento de explicación para entender los fenómenos considerados, y

situémonos en otro punto de vista – . Ya advierten ustedes, señores, que se ha vuelto a

abandonar la identidad destacada inicialmente entre la ceguera histérica y la provocada por

sugestión. Los histéricos no están ciegos a consecuencia de la representación autosugestiva

de que no ven, sino por la disociación entre procesos inconcientes y concientes en el acto de

ver; su representación de no ver es la expresión justificada del estado psíquico de cosas, y no

su causa.

Señores: Si ustedes reprocharan oscuridad a mi anterior exposición, no me resultaría fácil

defenderla. He intentado ofrecerles una síntesis de las opiniones de diversos investigadores y

es probable que por eso haya presentado los nexos demasiado esquemáticamente. Quise

condensar en una composición unitaria los conceptos bajo los cuales se ha subsumido la

comprensión de las perturbaciones psicógenas, y no podía tener más éxito en ello que los

propios autores franceses, con Pierre Janet a la cabeza. Esos conceptos son: la génesis a

partir de ideas hiperpotentes, la diferenciación entre procesos anímicos concientes e

inconcientes y la hipótesis de la disociación anímica. Discúlpenme entonces, además de la

oscuridad, la infidelidad de mi exposición, y permítanme les refiera cómo el psicoanálisis nos ha

llevado a una concepción más sólida, y probablemente más realista, de las perturbaciones

psicógenas de la visión.

También el psicoanálisis acepta los supuestos de la disociación y de lo inconciente, pero los

sitúa en una diversa relación recíproca. El psicoanálisis es una concepción dinámica que

reconduce la vida anímica a un juego de fuerzas que se promueven y se inhiben las unas a las

otras. Cuando en un caso cierto grupo de representaciones permanece en lo inconciente, no

infiere de ahí una incapacidad constitucional para la síntesis, que se anunciaría justamente en

esa disociación, sino asevera que una revuelta activa de otros grupos de representaciones ha

causado el aislamiento y la condición de inconciente de aquel grupo. Llama «represión»

{esfuerzo de desalojo} al proceso que depara ese destino a uno de los grupos, y discierne en él

algo análogo a lo que en el ámbito lógico es la desestimación por el juicio. Demuestra que tales

represiones desempeñan un papel de extraordinaria importancia dentro de nuestra vida anímica,

que a menudo el individuo fracasa en ellas y que el fracaso de la represión es la condición

previa de la formación de síntoma.

Por tanto, si, como hemos dicho, la perturbación psicógena de la visión consiste en que ciertas

representaciones anudadas a esta última permanecen divorciadas de la conciencia, el abordaje

psicoanalítico supondrá que esas representaciones han entrado en una oposición con otras,

más intensas -para las cuales empleamos el concepto colectivo de «yo», compuesto de

manera diversa en cada caso-, y por eso cayeron en la represión. Ahora bien, ¿a qué se debería

esa oposición, promotora de la represión, entre el yo y grupos singulares de representaciones?

Como bien notan ustedes, esta pregunta no era posible antes del psicoanálisis, pues nada se

sabía acerca del conflicto psíquico y de la represión. Nuestras indagaciones nos han habilitado

para proporcionar la respuesta pedida. Nos vimos llevados a advertir la significatividad de las

pulsiones para la vida representativa; averiguamos que cada pulsíón busca imponerse

animando las representaciones adecuadas a su meta. Estas pulsiones no siempre son

conciliables entre si; a menudo entran en un conflicto de intereses; y las oposiciones entre las

representaciones no son sino la expresión de las luchas entre las pulsiones singulares. De

particularísimo valor para nuestro ensayo explicativo es la inequívoca oposición entre las

pulsiones que sirven a la sexualidad, la ganancia de placer sexual, y aquellas otras que tienen

por meta la autoconservación del individuo, las pulsiones yoicas. (ver nota)(214) Siguiendo las

palabras del poeta(215), podemos clasificar como «hambre» o como «amor» a todas las

pulsiones orgánicas de acción eficaz dentro de nuestra alma. Hemos perseguido la «pulsión

sexual» desde sus primeras exteriorizaciones en el niño hasta que alcanza la conformación

final que se designa «normal», y la hallamos compuesta por numerosas «pulsiones parciales»

que adhieren a las excitaciones de regiones del cuerpo; inteligimos que estas pulsiones

singulares tienen que atravesar un complicado proceso de desarrollo antes de poder

subordinarse, de manera acorde al fin, a las metas de la reproducción. (ver nota)(216) La

iluminación psicológica de nuestro desarrollo cultural nos ha enseñado que la cultura nace

esencialmente a expensas de las pulsiones sexuales parciales, y estas tienen que ser

sofocadas, limitadas, replasmadas, guiadas hacia metas superiores, a fin de producir las

construcciones anímicas culturales. Como resultado valioso de estas indagaciones pudimos

discernir algo que nuestros colegas todavía no quieren creernos, a saber, que las afecciones de

los seres humanos designadas «neurosis» han de reconducirse a los múltiples modos de

fracaso de estos procesos de replasmación emprendidos en las pulsiones sexuales -parciales.

El «yo» se siente amenazado por las exigencias de las pulsiones sexuales y se defiende de

ellas mediante unas represiones que, empero, no siempre alcanzan el éxito deseado, sino que

tienen por consecuencia amenazadoras formaciones sustitutivas de lo reprimido y penosas

formaciones reactivas del yo. Lo que llamamos «síntomas de las neurosis» se componen de

estas dos clases de fenómenos.

Al parecer, nos hemos alejado mucho de nuestra tarea, pero en verdad hemos tocado el enlace

de los estados patológicos neuróticos con el conjunto de nuestra vida espiritual. Regresemos

ahora a nuestro problema más circunscrito. En general, son los mismos órganos y sistemas de

órgano los que están al servicio tanto de las pulsiones sexuales como de las yoicas. El placer

sexual no se anuda meramente a la función de los genitales; la boca sirve para besar tanto

como para la acción de comer y de la comunicación lingüística, y los ojos no sólo perciben las

alteraciones del mundo exterior importantes para la conservación de la vida, sino también las

propiedades de los objetos por medio de las cuales estos son elevados a la condición de

objetos de la elección amorosa: sus «encantos». (ver nota)(217) Pues bien; en este punto se

confirma que a nadie le resulta fácil servir a dos amos al mismo tiempo. Mientras más íntimo

sea el vínculo en que un órgano dotado de esa doble función entre con una de las grandes

pulsiones, tanto más se rehusará a la otra. Este principio tiene que producir consecuencias

patológicas cuando las dos funciones básicas estén en discordia, cuando desde el yo se

mantenga una represión {esfuerzo de desalojo} contra la pulsión sexual parcial respectiva. (ver

nota)(218) La aplicación de esto al ojo y a la vista se obtiene fácilmente. Si la pulsíón sexual

parcial que se sirve del «ver» -el placer sexual de ver- se ha atraído, a causa de sus

hipertróficas exigencias, la contradefensa de las pulsiones yoicas, de suerte que las

representaciones en que se expresa su querer-alcanzar cayeron bajo la represión y son

apartadas del devenir-conciente, queda perturbado el vínculo del ojo y del ver con el yo y con la

conciencia en general. El yo ha perdido su imperio sobre el órgano, que ahora se pone por

entero a disposición de la pulsión sexual reprimida. Uno tiene la impresión de que la represión

emprendida por el yo ha llegado muy lejos, como si hubiera arrojado al niño junto con el agua de

la bañera(219), pues ahora el yo no quiere ver absolutamente nada más, luego de que los

intereses sexuales en el ver han esforzado hasta tan adelante. Empero, sin duda es más

acertada la otra exposición, que sitúa la actividad en el lado del placer de ver reprimido.

Constituye la venganza, el resarcimiento de la pulsión reprimida, el hecho de que ella, coartada

de un ulterior despliegue psíquico, pueda acrecentar su imperio sobre el órgano que la sirve. La

pérdida del imperio conciente sobre el órgano es la perniciosa formación sustitutiva de la

represión fracasada que sólo se posibilitó a ese precio.

Este vínculo del órgano de doble requerimiento con el yo conciente y con la sexualidad reprimida

se advierte en los órganos motores con mayor evidencia que en el caso del ojo. Así, cuando

sufre parálisis histérica la mano que quiso ejecutar una agresión sexual, tras cuya inhibición ya

no puede hacer ninguna otra cosa, por así decir como si se obstinara en ejecutar esa inervación

reprimida, o cuando los dedos de personas a quienes se les ha prohibido la masturbación se

rehusan a aprender el delicado juego de movimientos que requieren el piano o el violín. En

cuanto al ojo, solemos traducir del siguiente modo los oscuros procesos psíquicos

sobrevenidos a raíz de la represión del placer sexual de ver y de la génesis de la perturbación

psicógena de la visión: Es como si en el individuo se elevara una voz castigadora que dijese:

«Puesto que quieres abusar de tu órgano de la vista para un maligno placer sensual, te está

bien empleado que no veas nada más», aprobando así el desenlace del proceso. Ahí está

implícita la idea del talión, y en verdad explicamos la perturbación psicógena de la visión de un

modo coincidente con la saga, el mito, la leyenda. En la hermosa saga de Lady Godiva, todos

los moradores del pueblo desaparecen tras sus ventanas cerradas para facilitar a la dama su

tarea de cabalgar por las calles a pleno día. El único que a través de los visillos espía sus

gracias reveladas es castigado con la ceguera. Y no es este el único ejemplo en que

vislumbramos que la doctrina de las neurosis esconde en su interior también la clave de la

mitología.

Señores: Injustamente se reprocha al psicoanálisis conducir a unas teorías sólo psicológicas de

los procesos patológicos. Ya su insistencia en el papel patógeno de la sexualidad, que por cierto

no es un ¡actor exclusivamente psíquico, debería ponerlo a salvo de ese reproche. El

psicoanálisis nunca oculta que lo anímico descansa en lo orgánico, aunque su trabajo sólo

puede perseguirlo hasta esa base suya y no más allá. Por eso el psicoanálisis está dispuesto

también a admitir, y aun a postular, que no todas las perturbaciones funcionales de la visión

pueden ser psicógenas como las provocadas por la represión del placer erótico de ver. Si un

órgano que sirve a las dos clases de pulsiones incrementa su papel erógeno, sin duda cabe

esperar, en términos generales, que ello no ocurra sin alteraciones de la excitabilidad y de la

inervación, que se anunciarán como unas perturbaciones de la función cuando el órgano pasa

al servicio del yo. Y por cierto, si vemos a un órgano que de ordinario sirve a la percepción

sensorial comportarse directamente como un genital a raíz de la elevación de su papel erógeno,

no consideraremos improbables aun alteraciones tóxicas en él. Para esas dos clases de

perturbaciones funcionales a consecuencia del aumento del valor erógeno -la de origen

fisiológico y la de origen tóxico-, nos veremos obligados a seguir usando, a falta de un nombre mejor, el antiguo e inapropiado de perturbaciones «neuróticas». Las perturbaciones neuróticas

de la visión son a sus perturbaciones psicógenas como en general las neurosis actuales son a

las psiconeurosis; es que perturbaciones psicógenas de la visión difícilmente dejen de ir

acompañadas por perturbaciones neuróticas, en tanto que estas últimas pueden presentarse

sin aquellas. Por desdicha, estos síntomas «neuróticos» son hoy muy poco apreciados y

comprendidos, pues el psicoanálisis no tiene acceso directo a ellos y las otras modalidades de

indagación han dejado de lado el punto de vista de la sexualidad. (ver nota)(220)

Desde el psicoanálisis se bifurca todavía otra línea de argumentación que llega hasta la

investigación orgánica. Es posible plantearse esta pregunta: si la sofocación de pulsiones

sexuales parciales, producida por obra de los influjos vitales, basta por sísola para provocar las

perturbaciones funcionales de los órganos, o bien deben preexistir constelaciones

constitucionales, las únicas que moverían a los órganos a exagerar su papel erógeno y de ese

modo provocarían la represión de las pulsiones. Y en esas constelaciones veríamos la parte

constitucional de la predisposición a contraer perturbaciones psicógenas y neuróticas. Se trata

de aquel factor que con relación a la histeria he designado provisionalmente como «solicitación

somática» de los órganos.

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