Obras de Sigmund Freud: Neurosis y psicosis. (1924 [1923])

«Neurose und Psychose»

Nota introductoria:
Neurosis y psicosis. (1924 [1923])
«Neurose und Psychose»

Ediciones en alemán

1924 Int. Z. Psychoanal., 10, nº 1, págs. 1-5.

1924 GS, 5, págs. 418-22.

1926 Psyckoanalyse der Neurosen, págs. 163-8.

1931 Neurosenlehre und Technik, págs. 186-91.

1940 GW, 13, págs, 387-91.

1975 SA, 3, págs. 331-7.

Traducciones en castellano

1930 «Neurosis y psicosis». BN ( 17 vols.), 14, págs. 258- 62. Traducción de Luis López-Ballesteros.

1943 Igual título. EA, 14, págs. 267-71. El mismo tra    ductor.

1948 Igual título. BN (2 vols.), 2, págs. 407-9. El mis    mo traductor.

1953 Igual título. SR, 14, págs. 206-9. El mismo tra    ductor.

1967 Igual título. BN (3 vols.), 2, págs. 499-501. El mismo traductor.

1974 Igual título, BN (9 vols.), 7, págs. 2742-4. El mismo traductor.

Este escrito data de fines del otoño de 1923. Es una aplicación de las nuevas hipótesis formuladas en El yo y el ello (1923b) al problema particular de la diferencia genética entre neurosis y psicosis. Un examen similar fue realizado por Freud en otro trabajo escrito pocos meses después que este: «La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis» 1924e). Las raíces de la cuestión ya habían sido investigadas en el primer artículo sobre las neuropsicosis de defensa (1894a), AE, 3, págs. 60-1.

En el segundo párrafo de este trabajo, Freud dice haber sido estimulado por «una ilación de pensamiento inspirada desde otro lado». Parece probable que se estuviera refiriendo a la obra de Hollós y Ferenczi (1922) sobre el psicoanálisis de la parálisis general, que acababa de aparecer y en la cual Ferenczi había colaborado con una sección teórica.

James Strachey

En mi obra recientemente publicada, El yo y el ello 1923b), expuse una articulación del aparato anímico sobre la base de la cual pueden figurarse una serie de nexos de manera simple y panorámica. En otros puntos, por ejemplo los referidos al origen y al papel del superyó, mucho es lo que permanece oscuro y sin respuesta, Pues bien; es lícito pedir que aquella división demuestre ser utilizable y fecunda también respecto de otras cosas aunque sólo fuera para ver bajo una concepción nueva lo ya familiar, agruparlo de otro modo y describirlo más convincentemente. Por otra parte, es probable que tal aplicación conllevara el beneficio de retrotraernos de la gris teoría a la experiencia que reverdece eternamente.

En la obra mencionada se describieron los múltiples vasallajes del yo, su posición intermedia entre mundo exterior y ello, y su afanoso empeño en acatar simultáneamente la voluntad de todos sus amos. Ahora bien: en conexión con una ilación de pensamiento inspirada desde otro lado, y cuyo asunto era la génesis y prevención de las psicosis, me acudió una fórmula simple sobre lo que quizás es la diferencia genética más importante entre neurosis y psicosis: La neurosis es el resultado de un conflicto entre el yo y su ello, en tanto que la psicosis es el desenlace análogo de una similar perturbación en los vínculos entre el yo y el mundo exterior.

Debe desconfiarse de las soluciones tan simples: advertencia justificada, sin duda. Pero nuestra máxima expectativa sobre esta fórmula se limita a que resulte correcta en lo más grueso. Ya sería algo. Y en efecto, uno se acuerda al instante de toda una serie de intelecciones y descubrimientos que parecen corroborar nuestro enunciado. Según resulta de todos nuestros análisis, las neurosis de trasferencia se generan porque el yo no quiere acoger ni dar trámite motor a una moción pulsional pujante en el ello, o le impugna el objeto que tiene por meta. En tales casos, el yo se defiende de aquella mediante el mecanismo de la represión; lo reprimido se revuelve contra ese destino y, siguiendo caminos sobre los que el yo no tiene poder alguno, se procura una subrogación sustitutiva que se impone al yo por la vía del compromiso: es el síntoma, A yo encuentra que este intruso amenaza y menoscaba su unicidad, prosigue la lucha contra el síntoma tal como se había defendido de la moción pulsional originaria, y todo esto da por resultado el cuadro de la neurosis.

De nada valdría objetar que el yo, cuando emprende la represión, obedece en el fondo a los dictados de su superyó, dictados que, a su vez, tienen su origen en los influjos del mundo exterior real que han encontrado su subrogación en el superyó. En efecto, queda en pie que el yo se ha puesto del lado de esos poderes, cuyos reclamos poseen en él más fuerza que las exigencias pulsionales del ello, y que el yo es el poder que ejecuta la represión de aquel sector del ello, afianzándola mediante la contrainvestidura de la resistencia. El yo ha entrado en conflicto con el ello, al servicio del superyó y de la realidad; he ahí la descripción válida para todas las neurosis de trasferencia.

Por el otro lado, igualmente fácil nos resulta tomar, de nuestra previa intelección del mecanismo de las psicosis, ejemplos referidos a la perturbación del nexo entre el yo y el mundo exterior. En la amentia de Meynert -la confusión alucinatoria aguda, acaso la forma más extrema e impresionante de psicosis-, el mundo exterior no es percibido de ningún modo, o bien su percepción carece de toda eficacia. Normalmente, el mundo exterior gobierna al ello por dos caminos: en primer lugar, por las percepciones actuales, de las que siempre es posible obtener nuevas, y, en segundo lugar, por el tesoro mnémico de percepciones anteriores que forman, como «mundo interior», un patrimonio y componente del yo. Ahora bien, en la amentia no sólo se rehusa admitir nuevas percepciones; también se resta el valor psíquico (investidura) al mundo interior, que hasta entonces subrogaba al mundo exterior como su copia; el yo se crea, soberanamente un nuevo mundo exterior e interior, y hay dos hechos indudables: que este nuevo mundo se edifica en el sentido de las mociones de deseo del ello, y que el motivo de esta ruptura con el mundo exterior fue una grave frustración {denegación} de un deseo por parte de la realidad, una frustración que pareció insoportable. Es inequívoco el estrecho parentesco entre esta psicosis y el sueño normal. Ahora bien, la condición del soñar es el estado del dormir, uno de cuyos caracteres es el extrañamiento pleno entre percepción y mundo exterior.

Acerca de otras formas de psicosis, las esquízofrenias, se sabe que tienden a desembocar en la apatía afectiva, vale decir, la pérdida de toda participación en el mundo exterior. Con relación a la génesis de las formaciones delirantes, algunos análisis nos han enseñado que el delirío se presenta como un parche colocado en el lugar donde originariamente se produjo una desgarradura en el vínculo del yo con el mundo exterior. Si esta condición (el conflicto con el mundo exterior) no es mucho más patente de lo que ahora la discernimos, ello se fundamenta en que en el cuadro clínico de la psicosis los fenómenos del proceso patógeno a mentido están ocultos por los de un intento de curación o de reconstrucción, que se les superponen.

De todos modos, la etiología común para el estallído de una psiconeurosis o de una psicosis sigue siendo la frustración, el no cumplimiento de uno de aquellos deseos de la infancia, eternamente indómitos, que tan profundas raíces tienen en nuestra organización comandada filogenéticamente. Esa frustración siempre es, en su último fundamento, una frustración externa; en el caso individual, puede partir de aquella instancia interna (dentro del superyó) que ha asumido la subrogación del reclamo de la realidad. Ahora bien, el efecto patógeno depende de lo que haga el yo en semejante tensión conflictiva: si permanece fiel a su vasallaje hacia el mundo exterior y procura sujetar al ello, o si es avasallado por el ello y así se deja arrancar de la realidad, Pero esta situación en apariencia simple se complica por la existencia del superyó, quien, en un enlace que aún no logramos penetrar, reúne en sí influjos del ello tanto como del mundo exterior y es, por así decir, un arquetipo ideal de aquello que es la meta de todo querer-alcanzar del yo: la reconciliación entre sus múltiples vasallajes. En todas las formas de enfermedad psíquica debería tomarse en cuenta la conducta del superyó, cosa que no se ha hecho todavía. Empero, podemos postular provisionalmente la existencia de afecciones en cuya base se encuentre un conflicto entre el yo y el superyó. El análisis nos da cierto derecho a suponer que la melancolía es un paradigma de este grupo, por lo cual reclamaríamos para esas perturbaciones el nombre de «psiconeurosis narcisistas». Y en verdad no desentonaría con nuestras impresiones que hallásemos motivos para separar de las otras psicosis estados como el de la melancolía. Pero entonces nos percatamos de que podríamos completar nuestra simple fórmula genética, sin desecharla. La neurosis de trasferencia corresponde al conflicto entre el yo y el ello, la neurosis narcisista al conflicto entre el yo y el superyó, la psicosis al conflicto entre el yo y el mundo exterior. Es verdad que a primera vista no sabemos decir si hemos obtenido efectivamente intelecciones nuevas o sólo hemos enriquecido nuestro acervo de fórmulas. Pero yo opino que esta posibilidad de aplicación por fuerza nos dará coraje para seguir teniendo en vista la articulación propuesta del aparato anímico en un yo, un superyó y un ello.

La afirmación de que neurosis y psicosis son generadas por los conflictos del yo con las diversas instancias que lo gobiernan, y por tanto corresponden a un malogro en la función del yo, quien, empero, muestra empeño por reconciliar entre sí todas esas exigencias diversas, exige otra elucidación que la completaría. Nos gustaría saber cuáles son las circunstancias y los medios con que el yo logra salir airoso, sin enfermar, de esos conflictos que indudablemente se presentan siempre. He ahí un nuevo campo de investigación. Sin duda que para dilucidarlo deberán convocarse los más diversos factores. Pero desde ahora pueden destacarse dos aspectos. Es indudable que el desenlace de tales situaciones dependerá de constelaciones económicas, de las magnitudes relativas de las aspiraciones en lucha recíproca. Y además: el yo tendrá la posibilidad de evitar la ruptura hacia cualquiera de los lados deformándose a sí mismo, consintiendo menoscabos a su unicidad y eventualmente segmentándose y partiéndose. Las inconsecuencias, extravagancias y locuras de los hombres aparecerían así bajo una luz semejante a la de sus perversiones sexuales; en efecto: aceptándolas, ellos se ahorran represiones.

Para concluir, cabe apuntar un problema: ¿Cuál será el mecanismo, análogo a una represión, por cuyo intermedio el yo se desase del mundo exterior? Pienso que sin nuevas indagaciones no puede darse una respuesta, pero su contenido debería ser, como el de la represión, un débito de la investidura enviada por el yo.