Olvido de impresiones y de designios contin.2

Olvido de impresiones y de designios

 

Toco sin duda una afección que padecen la mayor parte de las personas sanas de mi conocimiento si confieso que, sobre todo en mi juventud, olvidaba con facilidad y por largo tiempo devolver libros prestados, o que por olvido solía dilatar el pago de deudas. Cierta mañana, no hace mucho, abandoné sin pagar la tabaquería donde había hecho mi compra cotidiana de cigarros. Omisión muy inocente, pues ya me conocen y por eso podía esperar que al día siguiente me recordarían la deuda. Empero, esa pequeña falta, el intento de contraer deudas, no dejaba de entramarse con las consideraciones presupuestarias que me habían ocupado durante toda la víspera. Sobre el tema del dinero y la propiedad, aun en las personas llamadas «honestas» no dejan de rastrearse las huellas de una conducta dual. Quizás en ningún caso la cultura y la educación hayan vencido más que de manera incompleta la codicia primitiva del lactante, que procura apoderarse de todos los objetos (para llevárselos a la boca) Temo que todos mis anteriores ejemplos hayan parecido simplemente triviales. Mas no puede sino favorecerme tropezar con cosas archisabidas y que todos comprenden de igual manera, pues sólo me propongo recopilar lo cotidiano y apreciarlo científicamente. No entiendo por qué la sabiduría que es el precipitado de la experiencia común de vida debería estar proscrita de las adquisiciones de la ciencia. Lo que define el carácter esencial del trabajo científico no es la diversidad de los objetos, sino el método más riguroso en la comprobación, y la busca de más amplios nexos. Para los designios de cierta gravedad hemos hallado, en general, que se los olvida cuando contra ellos se elevan unos oscuros motivos. En el caso de los que tienen importancia algo menor, se discierne un segundo mecanismo para el olvido: una voluntad contraria se trasfiere desde otra parte sobre el designio, después que se ha establecido una asociación extrínseca entre aquello otro y el contenido del designio. He aquí un ejemplo de esto último: Atribuyo valor a tener lindo papel secante {Löschpapier}, y a mi paso por el centro de la ciudad, hoy a la siesta, me propongo comprar papel secante nuevo. Pero durante cuatro días sucesivos olvido hacerlo, hasta que me pregunto por el motivo de esa omisión. Tras meditar sobre ello, descubro fácilmente que suelo escribir «Löschpapier», pero estoy habituado a decir «Fliesspapier» {otro modo de designar «papel secante»}. Y «Fliess» es el nombre de un amigo de Berlín que por esos mismos días me había dado ocasión para un pensamiento martirizador y preocupante. De este pensamiento no puedo librarme, pero la inclinación defensiva se exterioriza trasfiriéndose, a través de la identidad de palabra, sobre el designio indiferente y por eso poco resistente. Una voluntad contraria directa y una motivación más distanciada se conjugan en el siguiente caso de demora: Yo había escrito un breve ensayo Sobre el sueño que resume el contenido de mi libro La interpretación de los sueños, para la colección Grenzfragen des Nerven-und Seelenlebens {Problemas fronterizos de la vida nerviosa y anímica}. Bergmann [el editor], de Wiesbaden, envía un juego de pruebas con el pedido de que se lo reintegre a vuelta de correo, pues quiere publicar la entrega antes de la Navidad. Es a misma noche hago las correcciones y las dejo sobre mi mesa de trabajo con el propósito de llevármelas a la mañana siguiente. Olvido hacerlo a la mañana; sólo me acuerdo pasado el mediodía, al ver sobre mi escritorio el paquete con la faja postal. Pero de nuevo olvido las pruebas a la siesta, al atardecer y a la mañana siguiente, hasta que junto ánimos y a la siesta del segundo día las llevo a un buzón de correspondencia, perplejo sobre el motivo a que pudiera responder esa dilación. Es evidente que no quiero enviar las pruebas, pero no descubro por qué. Ahora bien, en esa misma caminata me topo con el editor de Viena que ha publicado mi libro sobre los sueños le hago un encargo y después, como pulsionado por una ocurrencia repentina, le digo: «¿Sabe que he escrito por segunda vez el libro sobre el sueño?». -«¡Ah! ¿Qué me dice usted?». – «Tranquilícese, es sólo un breve ensayo para la colección de Löwenfeld-Kurella». Pero él no quedó satisfecho; le preocupaba que ese ensayo perjudicara la venta del libro. Lo contradije, y al fin le pregunté: «Si yo me hubiera dirigido a usted primero, ¿me habría negado la publicación?». – «No, de ninguna manera». Yo creo haber actuado en mi pleno derecho y haber procedido en todo como es usual; pero me parece indudable que un reparo como el manifestado por el editor fue el motivo de mi demora en enviar las pruebas. Este reparo se remonta a una oportunidad anterior, en que otro editor opuso dificultades cuando juzgué inevitable trascribir inmodificadas algunas páginas de un texto mío anterior sobre la parálisis cerebral infantil, publicado por otra editorial, en la elaboración de ese mismo tema para el manual de Nothnagel. Pero tampoco en ese caso es legítimo el reproche; en efecto, en esa ocasión había comunicado lealmente mi intención a mi primer editor (el mismo que el de La interpretación de los sueños). Ahora bien: si esta serie de recuerdos se remonta aún más atrás, me traslada a una ocasión anterior, una traducción del francés en que yo realmente infringí los derechos de propiedad que rigen para toda publicación. Había agregado al texto traducido unas notas sin solicitar para ello el permiso del autor, y años después tuve motivos para suponer que a él no le gustó esa arbitrariedad mía. Hay un adagio que trasluce el saber popular de que el olvido de designios no es casual: «Si una vez se olvida hacer algo; luego se lo olvidará muchas veces». Más todavía: uno no puede sustraerse a veces de la impresión de que todo lo que pueda decir sobre el olvido y las acciones fallidas es ya consabido para los seres humanos como algo evidente. Es muy curioso, entonces, que sin embargo sea necesario llevar ante su conciencia eso tan resabido. ¡Cuántas veces hemos oído decir: «No me des ese encargo, pues sin duda lo olvidaré»! Y por cierto que el cumplimiento de esa profecía no contuvo nada místico. Quien así habló sentía en su interior el designio de no ejecutar el encargo, y sólo se rehusaba a confesárselo {sich bekennen}. El olvido de designios es muy bien ilustrado, además, por algo que se podría llamar «formación de falsos designios». Había yo prometido a un joven autor escribir una reseña sobre un opúsculo suyo, pero lo pospuse a causa de unas resistencias interiores, no desconocidas por mí, hasta que un día su insistencia me movió a prometerle que esa misma tarde lo haría. Y en verdad tenía el firme propósito de hacerlo, pero había olvidado que esa misma tarde debía confeccionar un informe impostergable. Tras haber discernido así la falsedad de mi designio, resigné la lucha contra mi resistencia y me excusé ante el autor.