PERSPECTIVAS: Espejo negro (Black Mirror)

Espejo negro

Autor: Alejandro Ariel

Conferencia dictada en la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires (28 de mayo de 2014). Transcripción de Natacha Salomé Lima, con revisión de Juan Jorge Michel Fariña.

Black Mirror (Espejo negro) se llama la serie sobre la que versa la siguiente conferencia. Espejo negro es el cristal ciego de las pantallas de las computadoras, los teléfonos y la televisión. Vamos a presentar el primer episodio de la primera temporada, que lleva como título “Himno Nacional”:

El primer ministro británico duerme junto a su mujer y el teléfono lo despierta en mitad de la noche. Son sus asesores, que lo convocan a una reunión urgente. En la sala de situación le exhiben un video que alguien ha subido de manera anónima a la web. En él se puede ver a la princesa, quien ha sido secuestrada y es obligada a leer ante la cámara un texto con las exigencias de sus captores. Los asesores del Primer Ministro han chequeado la información: el video es auténtico y efectivamente tienen a la princesa. El texto incluye una única petición, que le incumbe al primer ministro de manera personal. A las cuatro de la tarde de ese mismo día, el primer ministro debe aparecer en cámara por el canal oficial teniendo sexo en vivo con un cerdo. La princesa será ejecutada si no se cumple con esta petición. No hay modo de rastrear la fuente del video porque este ha sido hábilmente encriptado, ni vía alguna para ponerse en contacto con los secuestradores. La información tampoco puede permanecer en secreto, porque está en las redes sociales. A minutos de haber sido subido a la web, el video ya tiene decenas de miles de entradas y es hit en YouTube, Facebook y Twitter.

¿Qué hubiera hecho usted en el lugar del primer ministro? ¿Qué hubiera sentido usted en el lugar de la esposa del ministro? Las preguntas se me ocurrieron para que ustedes no solamente estuvieran implicados aquí como espectadores de esta magnífica y tremenda serie, sino que se vieran concernidos por la pregunta: ¿qué hubieran hecho ustedes en el lugar de los personajes?

Vamos a sostener que todo acto comporta, en términos estrictos, una decisión. Comporta dos tipos de responsabilidades: responsabilidades morales y responsabilidades éticas. Si podemos definir muy sucintamente la responsabilidad como la habilidad para “responder por”, la responsabilidad moral sería la habilidad para responder ante el otro por la dimensión de su conducta. En cambio, la responsabilidad ética sería la de responder ante el propio deseo por esa conducta. No disponemos de mucho tiempo, pero vamos a recorrer algunas de estas responsabilidades y desplegarlas para que ustedes puedan intervenir en ellas.

Las responsabilidades morales se abren para el primer ministro desde el inicio, a partir del lugar en que él está involucrado. La política está involucrada. La realeza está involucrada. Y hasta la democracia está involucrada. El poder en su versión actual está involucrado, en tanto lo que uno ve allí de manera clara es que el poder es básicamente información, capacidad de información. Ninguna fuerza de ataque es suficiente si no tiene la información necesaria. Sin la información necesaria no es posible hacer nada. También la prensa está involucrada, en cuanto ha perdido parte de su poder. Acá lo vemos. La prensa llegó a ser llamada “el cuarto poder”. Fíjense ustedes, eso es notable, ya que nada se puede ocultar. Nada se puede ocultar, ni en la política ni en la prensa. Con lo que podemos apresurar una conclusión temible: Internet, YouTube, Facebook, Twitter han destronado el optimismo de poder que la prensa tuvo durante la segunda mitad del siglo pasado. Hoy cualquiera sube información como esta y la prensa no la puede parar, la política no la puede parar. Reflexionar sobre la cuestión del poder es también reflexionar sobre la cuestión de Internet. La imposibilidad de contener o dirigir la información de las redes abre la cuestión de lo público y el poder de formas nuevas. En un momento dado, el primer ministro le pregunta a uno de sus colaboradores: “¿Qué sigue?” Y él le responde: “No sabemos… esto es nuevo”. No hay una respuesta prevista, no hay un paso previsto para lo que sigue.

Lo que se sabe ya no puede controlarse. Se disemina como un virus o como un cáncer, inevitablemente. Es el fracaso de la inteligencia militar o política en la dirección del Estado (los tipos no tenían ni idea de quién y por qué lo había hecho). Articularemos un intento de fundamentación de esta última novedad: descubrir que Internet y Twitter suponen una nueva limitación a ese poder que parecía tremendo, que es el de la prensa. Novedad que pone en jaque a la política, a la prensa, pero me parece que no pone en jaque a la ciudad, a la Polis. Lo veremos.

El primer ministro debe responder por la vida de una princesa. ¿Ante quién? Ante la madre de la princesa, la reina. Ante su partido. Ante la opinión pública. Ante la prensa. Ante sus colaboradores. Y ante su mujer. Imagínense… ¿qué hubiéramos hecho nosotros en su lugar? A quien le gusta gobernar, que gobierne…

La contingencia es dramática. Es totalmente pública y además apremiada por el tiempo. Es casi en tiempo real. El primer ministro sabe que debe responder. En tanto político, debe responder no por su propio bien sino por el bien de la Ciudad. Se espera de él que sepa hacer. Eso es la ética de la política. Se espera de un político que sepa hacer por el bien de la Ciudad. Debe contentar a un Otro temible… debe contentar a una madre, debe contentar a una reina, debe contentar a un partido político, debe contentar a la opinión pública y debe contentar a su mujer… Pobre tipo.

Todo su poder se va desbaratando en un solo día, paso a paso… No podrá impedir el fatídico momento que no eligió. Él no eligió esto. No hay comedia allí, algo raro ha ocurrido. No hay negociación allí. Y donde no hay negociación no hay comedia. Libertad o muerte, es su elección. Si el tipo quiere ser libre, está muerto, y si no se tiene que matar. Esa es la alternativa trágica. Una alternativa trágica en este sismo. Es tremendo. Es claramente una alternativa trágica en tiempos de comedias. Por otro lado, su responsabilidad ética ante su deseo se va resquebrajando. La ética lo llevaría a elegir su muerte, incluso la de la familia, porque no quiere sostener su acto. Suicidarse realmente, suicidarse políticamente, suicidarse socialmente, esa es la alternativa que le plantean. No tiene elección: o muere o se traiciona. A veces la ética es solo trágica… recordemos a Antígona.

Pero hay un detalle fundamental: él no responde a su mujer en el teléfono. Cuando se dirige al estudio de filmación, la mujer lo llama por teléfono y él no le responde. Cuando él termina y está en el baño vomitando, lo vuelve a llamar y él no responde. Prestemos atención a este detalle. Primero, él no puede decirle lo que ha decido hacer; luego, no puede decirle una sola palabra sobre lo que ha hecho. Él invoca tres cosas antes de su acción, dice: 1) lo hago por la vida de la princesa, o sea el bien de la polis, 2) que ama a su mujer, y 3) con temor ante el pecado que está por cometer, invoca a Dios. Es un hombre enfrentado ante una hora, una hora que él no eligió, una hora de la verdad que él no eligió. Tiene que decidirse por una cosa o por otra. Por eso les pregunto: ¿qué hubieran hecho ustedes en su lugar y por qué?

La otra pregunta es: ¿Cuáles son las responsabilidades de su mujer? Hay una responsabilidad de su mujer ante su marido, ante su hijo… En la primera escena ella está moviendo un moisés, en la última escena, cuando mira la tele, tiene a su hijo en brazos. Ante su marido, ante su hijo, ante su amor, ante la opinión pública. Ella imagina, antes de que sucedan, las cosas que todos imaginan, las cosas que están pasando por la cabeza de la gente. Y ante el Estado… cuando habla la reina, ella se retira. Uno se pregunta con ella, ¿lo acompañará?, ¿lo disuadirá?, ¿lo dejará?, ¿podrá soportar lo que le toca como mujer de ese hombre? Hay una frase impecable, que solamente los ingleses pueden sostener, dice: “Un primer ministro es reemplazable, una princesa no”. Es maravillosa esa frase. La pregunta que acompaña todo esto es: ¿una mujer es reemplazable? Esa pregunta es argentina.

Ella decide acompañarlo en lo público; la foto del final lo atestigua. Pero, ¿y las responsabilidades éticas de cada uno con respecto a sí mismo? ¿Del ministro, de su mujer? Él, creo yo, ha decidido contra su deseo. Ha entregado ese deseo en bien del Estado. Ha perdido su deseo en lo íntimo. Vomita y serás rechazado. Ella ha decidido contra su deseo por el bien de su marido. Pero en lo íntimo lo ha dejado, no hay vuelta atrás. No hay perdón en el amor de una mujer ante la traición. Ustedes se preguntarán “¿Cuál es la traición?, ¿lo que hizo con el chancho?” No. La traición que ella no perdona es, creo, no haberla atendido en el teléfono. Que por su vergüenza, por haber cedido ante su deseo, no tiene con qué responder. No está a la altura del deseo de esa mujer, y eso es lo que ella no le perdona. Dice Lacan: “Una mujer le puede perdonar cualquier cosa a un hombre, cualquier crimen, menos que no esté a la altura de su deseo por ella”. En el final, en lo íntimo, ella lo mira con total desprecio y se va. Creo que es porque él no está a la altura de su deseo por ella. Cuando ella lo llama, él no la atiende. Tiene más lástima de sí mismo que amor por ella.

Sobre el final hay dos cuestiones que se dicen muy rápido porque uno está tan impactado que casi no tiene tiempo de verlas. La primera cuestión, que se dice entre los titulares, es: «Quizás sea la primera gran obra de arte del siglo XXI». Triste, célebre frase de un crítico de arte. Lo que ahí se sitúa en relación a esta obra maestra del siglo XXI es que la vieron 19 millones de personas; eso habla del futuro, eso habla de una pregunta por el futuro.

Y la segunda cuestión, que es aún más importante, es que el actor ganador de un premio, el que realiza todo esto y se suicida —casi desde el anonimato porque solo se sabe quién es al final—, libera a la princesa media hora antes del acto del Ministro. Es tremendo. Cuando alcancé a darme cuenta de la dimensión de esto, me pareció lo más importante del episodio. La colaboradora se pregunta por qué. “Para verlo tranquilo por televisión… la liberó para poder verlo tranquilo”. La mujer reflexiona un momento y dice: “No, no, no… es una lección” (está traducido como “es una lección”, pero ella dice statement, que por un lado quiere decir lección, pero también quiere decir declaración, en el sentido de declaración de principios).

Entonces, fíjense: alguien que se suicida, produce este movimiento, libera a la princesa media hora antes, y hace algo que la colaboradora del primer ministro define como una lección, como una declaración. “Saquémoslo. No incluyas esta página”. Por un lado, no incluyas esta página porque el primer ministro nos mata a todos; por otro lado, no incluyas esta página porque la gente va a pensar que somos unos inútiles que no lo pudimos agarrar… Pero hay algo mucho más importante. Esta declaración, esta lección, este manifiesto, a mí me hizo recordar a Mishima: cuando Mishima se suicida para restituir la tradición japonesa, es una declaración, el acto mismo es una declaración.

Sea cual fuere la traducción, ella dice que esa hoja debe ser retirada. Lección, declaración, manifiesto en el acto, esta dimensión ética de este acto logrado en el suicidio. No solo porque indica un fracaso del Estado en la búsqueda y una inutilidad del acto del ministro. ¿De qué se trata? De algo mucho más importante, algo que sin palabras está firmado en esta lección, en esta declaración, en este acto suicida a la manera de Mishima. Fíjense ustedes que la princesa es liberada sobre un puente cercano al Parlamento. Pero no hay nadie en la calle. Nadie. Todos están mirando Black Mirror, todos están mirando la pantalla. Hay un recorrido, un paneo por la ciudad, y uno se da cuenta que no hay nadie en la calle. Entonces, cuando uno lee “es una declaración, es un statement, es una lección”, lo que se dice es “¿Vieron? Estaban todos mirando por televisión, nadie veía la vida real” Si hubieran visto la vida real, hubieran visto a la princesa media hora antes de que el ministro tuviera que hacer lo que hizo. Nadie la vio durante esos 30 minutos porque todos eran espectadores de ese Black Mirror.

Esto es lo que tiene de apuesta la serie. Se trata de una apuesta de enorme sutileza. ¿Cuál esl futuro? ¿Todos mirando la pantalla mientras lo que sucede no se ve? Si todos somos espectadores, esa es la lección, la declaración: ¿hacia qué bestialismo vamos, entretenidos como estamos en mirar las pantallas? Es por eso que hoy el verdadero sentido de la proliferación de la nube es el desarrollo de un nuevo poder. Un nuevo poder descontrolado que amenaza a la polis con producir habitantes hipnotizados, sin dirección ni política.

Pero no tengan miedo, es efímero, es apenas un ratito, este verdadero testimonio que les dejo es lo urticante de las preguntas y el escozor de un destino para todos nosotros.

Alejandro Ariel.  Psicoanalista. Presidente de la Fundación Estilos. Ha publicado numerosos libros, entre ellos El estilo y el acto.

Fuente: Intersecciones Psi
Revista Electrónica de la Facultad de Psicología de la UBA (Año 4 – Número 11, Junio de 2014)