PERSPECTIVAS: Miradas. El secreto de sus ojos

Miradas. El secreto de sus ojos

Autor: Hugo Dvoskin

Están Ricardo Darín, Soledad Villamil, las estupendas actuaciones y caracterizaciones de Guillermo Francella y Pablo Rago, la dirección de Campanella y el Óscar. Esta vez, la recomendación de ver la película antes de leer el comentario es innecesaria. Todos la han visto y la han disfrutado. No nos privaremos, de todos modos, de volver a algunas escenas para detenernos en algunos detalles o para armar alguna serie entre ellas que correrá a nuestro criterio.

La película permite varios abordajes que iremos descartando para quedarnos con el que es pertinente a nuestro campo, el psicoanálisis.

En primer lugar, el marco político en el que va a tener lugar no sólo el crimen sino el “debido proceso”, como gustan decir los abogados. El subrayado que el propio Francella ha hecho en cuanto a que la dura represión comenzó antes del Proceso, en tiempos de Perón e Isabelita, con López Rega y la triple A, es absolutamente pertinente. “Solo una cosa no hay, es el olvido”, dice Borges en Everness. Pero si algo sobra son las pequeñas modificaciones, los recuerdos encubridores, los falsos recuerdos y enlaces que nos hacen creer que quienes abusaron en forma nefasta del poder en el democrático período del 73 al 76 quedan a buen resguardo porque el Terrorismo de Estado habría empezado en el 76. Dejemos esto para políticos y sociólogos, pero no está demás, en este caso, tener presente lo que dicen los actores, los que actúan y los que vivimos aquellos días.

En segundo lugar, la cuestión moral. La película tiene sus diferencias con el libro original. Benjamín Espósito (R. Darín) se encuentra al final del film con Morales y lo descubre perpetrando un delito que sería el de “justicia por cárcel propia”. Esta vez, como muchas otras, la moral nos tiene sin cuidado. Se trata de la ética. Morales ha hecho su apuesta, que se cumpla la justa condena y a ello le ha dado su vida. También está dispuesto a correr los riesgos y no lo hace abusando de poderes estatales. No es una vendetta. Tampoco es “ojo por ojo”, por lo cual no habrá violación, golpes ni homicidio. Se trata, en todo caso, de una denuncia sin contemplaciones de los efectos de una Argentina que padece en la Justicia el eterno estado de excepción y contingencia. Podría decirse que como denuncia no sirve, porque nadie lo sabe, Espósito se entera de casualidad. También es cierto que algún día alguno de los dos podría morir y, si fuera Morales, inevitablemente todo se sabría con la muerte de Gómez por inanición, con el olor de la putrefacción, preso en esa singular cárcel.

Podría abordarse, como de hecho surgió en los ámbitos en que la película fue discutida, si el Estado de Derecho, tal como se plantea en el actual capitalismo salvaje, es suficiente protección para los ciudadanos o si la diferencia con aquel período de la historia es simplemente una diferencia cuantitativa, no así en lo cualitativo, y que la muerte y la injusticia golpean en la puerta de muchos sin que tengan medios para defenderse. La impunidad de algunos poderosos se mantiene perfectamente incólume tal como podría ejemplificarse con la desaparición de Bru, de López, o los muertos en Once que permanecen en expedientes sin culpables en las cárceles. Nosotros zanjaremos la cuestión por un lado cómodo para justamente no abordar aquello sobre lo que opinamos pero no estamos en condición de sostener con rigor. Por un lado, no nos consta que esas desapariciones respondan al poder propio del Estado o si este es ineficiente para resolverlo; por el otro, aunque discrepemos respecto de si el cambio es cualitativo o solo cuantitativo, mayoritariamente acordamos con que el cambio no es insignificante en la vida que nos toca vivir.

Abordaremos sí la cuestión amorosa y las pasiones que se desarrollan paralelamente al homicidio. Tengamos en cuenta que la película se inicia y concluye con un encuentro amoroso entre los protagonistas. Empieza con el recuerdo de la despedida en el tren que Benjamín está escribiendo, concluye con Irene diciéndole que será difícil la relación entre ellos. Al final del film –por algún motivo que por ahora desconocemos– ella entiende que él va a hablar de su relación. Ya han habido otras oportunidades y situaciones en que él había propuesto hablar y ella, entusiasmada, terminó frustrándose porque el tema era siempre el crimen. Esta vez, él solo dice “tenemos que hablar”, y ella sabe que hablarán de ellos. En el ínterin algo ha sucedido. Benjamín ha hecho algún progreso subjetivo que produce que el comienzo de esa relación ahora sea inevitable y no haya lugar a más procrastinaciones.

En rigor podría plantearse lo opuesto a lo que se ha formulado más arriba. No sería una relación amorosa que acompaña al homicidio, sino que el homicidio acompaña y se cruza con esta relación amorosa. Es más que posible, digamos, probable. Algo ha sucedido, homicidio incluido, que ha producido que estas vidas, la de Benjamín y la de Irene, hayan quedado detenidas en ese encuentro fallido.

La primera pista la entrega el comisario, ahora devenido funcionario del gobierno fascista. Para él es sencillo. La verdad que enuncia –una verdad que hoy sería políticamente incorrecta– da en uno de los centros de la cuestión. Llegado el momento, le dice a Benjamín: “Vos sos Espósito [con todas las connotaciones que tiene ese apellido, en los bordes de la falta de apellido], ella es Hastings [con las connotaciones que tiene un apellido inglés]; ella estudió en Harvard, vos no sos nadie; vos sos viejo, ella es joven; vos sos pobre, ella es rica”. Benjamín es obviamente “desaparecible” e Irene es “intocable” –con las implicaciones sexuales que tiene intocable–. Aun cuando el comisario lo haya dicho sin esas intenciones, en Benjamín hace touché. Con los riesgos que podría tener para nuestro gremio, digamos que el comisario ha hecho de psicoanalista. Habría faltado que dijera “tendrán que ver qué hacen con eso si es que existe un deseo más allá de esas identificaciones que portan”. Es cierto que para decir eso debería perder el goce con el que habla, el aire de superioridad, la satisfacción con que lo dice y, obviamente, no sería comisario.

Apuntemos entonces esta primera pista: Benjamín no está a la altura. Su encuentro con Morales (Rago) estará atravesado por esta cuestión. Morales, que se reconoce como un hombrecito gris de oficina, con poca personalidad y sin gracia, se animó con Juliana, esa mujer bellísima que fue suya. Nunca saldrá de su sorpresa: “Todavía no sé cómo me animé a hablarle”. Benjamín sabe que ahí ha fracasado hasta ahora, y lo seguirá haciendo. Luego de un cumplido de Sandoval (Francella), Irene (ella está vestida de negro y él le pregunta si se murió un ángel porque hay otro que está de luto) le dice explícitamente a Benjamín que para él es fácil porque no está enamorado. Que Benjamín está enamorado, todos los saben, Irene incluida. Que Irene está enamorada lo saben casi todos, Benjamín excluido porque está demasiado preocupado por sus inhibiciones, por no poder pensarla más allá de los nombres que le ha hecho reconocer el comisario, motivo por el cual deja de hablarle hasta que ella toma la iniciativa. El desencuentro que ellos tienen en la noche que muere Pablo es transparente. Irene le insiste con que Benjamín cuente sus objeciones a su matrimonio, que se encuentren fuera de la oficina. Él propone una pizzería, ella propone una confitería elegante, la “Richmond”. Benjamín se defiende aduciendo que no pensó en un lugar fino, ella le retruca –con lógicas razones– que simplemente pensó en un lugar alejado de Tribunales, su lugar de trabajo. Pero Benjamín tiene todo el tiempo en su cabeza las diferencias sociales y económicas. Es cierto que al espectador, particularmente argentino, no le resulta sencillo verlo a Benjamín y no pensar que es Darín. Les (nos) resulta muy difícil suponer que a Darín no le da para con una mujer. Es cierto que el actor es nuestro galán argentino, pero aquí es Benjamín, alguien que está inhibido, que sus diferencias le impiden acceder a esta mujer y lo muestran introvertido. Casi ni puede pensar que esa mujer se interese en él. Se le presenta una diplopía, entre lo que ve y lo que no puede ver.

La segunda pista la dará Gómez. Entre tanta sangre, caos, violencia y honestos ciudadanos torturados hasta inculparse de un crimen no cometido, Benjamín entra a la escena del crimen y encuentra la aguja en el pajar. Una foto perdida en el álbum, unos ojos que miran de soslayo, la mirada deseante y libidinosa de alguien que estando muy cerca a la vez se sabe muy lejos. Isidoro Gómez se viste de Ricardo III y decide que si la naturaleza no lo ha hecho suficientemente dotado de imagen, posee otras armas con las cuales podrá tomar su objeto. Ricardo III ha hecho uso de su modo seductor de hablar, de conocer la debilidad ajena y del bélico uso de los caballos. Gómez abusa de la confianza de ser un conocido de Juliana para entrar a la casa y, si las palabras fracasan, cuenta con el resentimiento y la violencia.

Sherlock Benjamín Holmes esta vez se viste de Peter Falk en Columbo. No necesita de las pistas para saber quién es el criminal, ya sabe de qué se trata. Sólo falta probar la evidencia. Los avatares de la búsqueda los dejaremos de lado. El del encuentro que se produce en la cancha de Racing, pero se pergeña en un bar de Tribunales, con el aporte de Sandoval; es un guion de antología sobre lo identitario: somos nuestras pasiones.

Volvamos a la mirada que solo Benjamín ha podido ver y decodificar. ¿Cómo la ve? Ahora ya han pasado más de veinte años. Nos volvemos a encontrar con un álbum de fotos. No es la foto de la división del colegio. Es un acontecimiento, la fiesta de compromiso de Irene. A la derecha, en el mismo ángulo en que Benjamín descubrió a Gómez en la otra foto, en esta alguien también mira de soslayo. Participa de la fiesta pero es ajeno, alguien “que estando muy cerca a la vez se sabe lejos”. Es Benjamín. Segunda pista. Benjamín mira igual que Isidoro Gómez, que, en sus cartas, entre tanto entusiasmo por los jugadores, había hecho una referencia que amerita destacarse. Una sobre un tal Sánchez que siempre habría sido suplente. Gómez dice no querer seguir sus pasos. Violación mediante, juega su partido. El comisario descubre que tiene ángel y lo lleva a la selección de Isabelita. Morales lo condenará al ostracismo.

Si para Irene la vida es mirar para adelante, para Benjamín es simplemente poder dejar de mirar como Gómez y llegar a mirarla a los ojos, de igual a igual; y autorizarse a pensar que una sonrisa irresistible de Irene también podría ser para él.

Benjamín se encuentra fascinado por la valía que tuvo Morales para dar el salto y hablarle a “su belleza”. Benjamín se siente como Gómez, aunque obviamente no le da ni le interesa cometer semejante tropelía y crimen. “Querría animarme como Morales pero apenas si miro como Gómez”. Ha quedado doblemente inhibido. Su mirar “agomezado” le ha permitido descubrir el crimen, pero le impide acercarse a Irene. Su fascinación “amoralizada” lo lleva a idealizar el amor entre Morales y Juliana pero le impide actuar.

Sandoval ha dado curso a sus pasiones: el alcohol, los bares y la amistad. Gómez se lo ha dado a su venganza a la vida y eso le costó la vida a Juliana, porque en ella encarnaba sus inferioridades subjetivas. Morales, a su amor por Juliana y a la de tener preso a Gómez de por vida. Irene, a la de casarse, pero tiene pendiente a Benjamín. También para Benjamín se trata de llegar a ser titular de su propia pasión. No se animó a llevarla a Irene en el tren. Jugó en otras ligas y no resultó. Vuelve jubilado, escritor, a hacer la recherche (la investigación y no la búsqueda) del tiempo pasado y encuentra que si quiere ser titular tendrá que ir más allá de la foto. Tendrá que hablar.

Este artículo ya ha sido publicado anteriormente por el autor (El Sigma, 2011).

Fuente: Intersecciones Psi
Revista Electrónica de la Facultad de Psicología de la UBA (Año 4 – Número 11, Junio de 2014)