Parte teórica (Breuer) contin.1

Parte teórica (Breuer)

La conversión histérica. No creo hacerme sospechoso de identificar la excitación nerviosa con la electricidad si vuelvo a la comparación con un dispositivo eléctrico. Cuando en este la tensión se vuelve hipertrófica, hay el peligro de que falle el aislamiento en los puntos más endebles. Aparecen entonces fenómenos eléctricos en puntos anormales; o, si dos hilos se encuentran el uno junto al otro, se forma un « cortocircuito ». Puesto que en esos lugares se ha establecido una alteración permanente, la perturbación así condicionada puede aparecer cada vez que la tensión se incremente lo bastante. Así se ha producido una «facilitación» anormal. Acaso se pueda aseverar que las constelaciones del sistema nervioso son semejantes en alguna medida. Es una totalidad completamente entramada; pero en muchos lugares hay interpoladas unas resistencias grandes, aunque no insuperables, que impiden la difusión general y pareja de la excitación. Así, en el hombre normal despierto, la excitación no traspasa del órgano de la representación al de la percepción: no alucinamos. Los aparatos nerviosos de los complejos de órganos vitales, los de la circulación y digestión, están, en interés de la seguridad y capacidad operativa del organismo, separados por fuertes resistencias de los órganos de la representación; su autonomía está asegurada, no son influibles de manera directa por unas representaciones. Pero sólo resistencias cuya fortaleza varía con los individuos impiden el paso de la excitación intracerebral al aparato de la circulación y la digestión; entre el ideal, hoy raro, del hombre en absoluto no «nervioso», cuya acción cardíaca se mantiene constante en toda circunstancia vital y sólo es influida por el trabajo que debe rendir, y que frente a cualquier peligro mantiene invariable su apetito e imperturbada su digestión, y el hombre «nervioso» a quien cada suceso le causa palpitaciones y diarrea; entre esos dos, decimos, se extienden todas las gradaciones de la excitabilidad afectiva. Pero, comoquiera que fuese, en el hombre normal existen resistencias para el paso de excitación cerebral a los órganos vegetativos. Ellas se corresponden con el aislamiento de los conductores eléctricos. Dada una excitación cerebral de alta tensión, serán atravesadas en aquellos lugares donde son anómalamente débiles, y la excitación del afecto traspasará hacia el órgano periférico. Así se genera la «expresión anómala de las emociones». De las dos condiciones para ello antes mencionadas, una ya fue elucidada en detalle. Es un grado alto de excitación intracerebral, al que le está denegada la nivelación tanto por decurso de la representación cuanto por descarga motriz, o bien es demasiado alto para que esta última pueda bastar. La otra condición es una endeblez anormal de las resistencias en algunas vías conductoras. Puede ser inherente a la complexión originaria del ser humano (predisposición innata); puede estar condicionada por estados excitatorios de duración excesiva, que aflojan la ensambladura del sistema nervioso, por así decir, y rebajan todas las resistencias (predisposición de la pubertad), o por influjos debilitantes, enfermedad, mala alimentación, etc. (predisposición de los estados de agotamiento). La resistencia de ciertos caminos conductores puede ser rebajada por una enfermedad anterior del órgano respectivo, en virtud de la cual se facilitaron sus vías hacia el encéfalo y desde este. Un corazón enfermo padece el influjo del afecto con más intensidad que uno sano. «Tengo una caja de resonancia en el abdomen -me decía una paciente que sufría de parametritis crónica—, cuanto acontece despierta mi viejo dolor». (Predisposición por una enfermedad local.) Los actos motores en que normalmente se aligera la excitación de los afectos son ordenados, coordinados, si bien a menudo carentes de finalidad. Pero la excitación hipertrófica puede sortear los centros de coordinación o irrumpir por ellos y drenarse en mo vimientos elementales. En el lactante, además de los actos respiratorios del berreo, sólo son consecuencia y expresión del afecto unas contracciones musculares incoordinadas de esa índole, el agitar brazos y piernas. Cuando el desarrollo progresa, la musculatura cae cada vez más bajo el imperio de la coordinación y de la voluntad. Pero aquel opistótonos que constituye el máximo empeño motor de la musculatura corporal íntegra, y los movimientos clónicos de agitarse y patalear, siguen siendo durante toda la vida la forma de reacción para la excitación máxima del encéfalo: tanto la excitación puramente física del ataque epiléptico cuanto el aligeramiento de afectos máximos bajo la forma de una convulsión más o menos epileptoide (la parte puramente motriz del ataque histérico). Tales reacciones afectivas anormales son parte indudable de la histeria; pero también se presentan fuera de esa enfermedad; señalan un grado de nerviosidad más o menos elevado, no una histeria. Sólo es lícito designar como histéricos estos fenómenos cuando no afloran como consecuencia de un afecto de alta intensidad, pero de fundamento objetivo, sino como una manifestación patológica en apariencia espontánea. Respecto de esta, muchas observaciones, entre ellas las nuestras, han demostrado que tiene por base unos recuerdos que renuevan el afecto originario. O mejor dicho: lo renovarían si, precisamente, no se hubieran generado aquellas reacciones. Sin duda que en todos los hombres de mente algo movediza fluye, en estado de reposo psíquico, una queda corriente de representaciones y recuerdos a través de la conciencia; las más de las veces con una vivacidad de representación tan escasa que no deja huella alguna en la memoria, y uno no es capaz de decir luego cómo se ha producido Ja asociación. Pero si aflora una representación que originariamente se conectaba con un afecto intenso, también este se renueva con mayor o menor intensidad. La representación así «teñida de afecto» se presenta entonces lúcida y vivaz en la conciencia. La intensidad del afecto que un recuerdo es capaz de desencadenar varía mucho, con arreglo a la medida en que estuvo expuesta a las diversas influencias «desgastadoras». Sobre todo, con arreglo a que el afecto originario haya sido o no «abreaccionado». En la «Comunicación preliminar» hemos señalado cuán diversos grados de evocación en el recuerdo admite el afecto de ira por un ultraje, según que este último hubiera sido devuelto o tolerado calladamente. Si en el ocasionamiento originario sobrevino realmente el reflejo psíquico, el recuerdo desencadena un quantum de excitación mucho menor. En caso contrario, el recuerdo esfuerza una y otra vez hasta los labios las palabras de reprensión que entonces se sofocaron y que habrían sido el reflejo psíquico de aquel estímulo. Si el afecto originario no se aligeró en el reflejo normal, sino en un «reflejo anormal», también este es vuelto a desencadenar por el recuerdo; la excitación que parte de la representación afectiva es «convertida» (Freud) en un fenómeno corporal. Si en virtud de una repetición frecuente este reflejo anormal ha sido facilitado enteramente, la eficacia de la representación desencadenante puede, al parecer, agotarse de manera tan total que el afecto mismo no se genere o lo haga sólo con intensidad mínima; en tal caso, la «conversión histérica» es completa. Ahora bien, como acontece con otras representaciones exentas de afecto, es posible que el individuo no advierta, o vuelva a olvidar enseguida, la emergencia de la representación que ya no tiene más consecuencias psíquicas. Una sustitución así, por una excitación de vías periféricas, de la excitación cerebral que sería la destinada a producirse en virtud de cierta representación, quizá resulte más fácil de admitir si ese remplazo se produce por el recuerdo de la conducta inversa a raíz de la omisión de un reflejo preformado. Escojo un ejemplo en extremo trivial: el reflejo de estornudo. Cuando por alguna razón un estímulo que actúa sobre la mucosa nasal no desencadena ese reflejo preformado, se genera, como es bien sabido, un sentimiento de excitación y tensión. Es la excitación que no puede drenarse por las vías motrices y que ahora, inhibiendo cualquier otra actividad, se difunde por el encéfalo. Este ejemplo, el más trivial, brinda empero el esquema para el proceso que sobreviene cuando se omiten reflejos psíquicos, aun los más complejos. Lo mismo ocurre en esencia con la emoción producida por la pulsión de venganza, de que antes hablábamos; y podemos perseguir ese proceso hasta las más altas esferas de las operaciones humanas: Goethe no termina con una vivencia hasta no tramitarla en la actividad poética. En él, ese es el reflejo preformado de un afecto y, mientras no haya consumado este, subsiste la excitación acrecentada penosa. La excitación intracerebral y el proceso excitatorio en vías periféricas son magnitudes recíprocas: la primera crece si un reflejo no se ha desencadenado y en la medida en que no lo ha sido; disminuye y desaparece cuando se ha traspuesto en excitación nerviosa periférica. Así, deja de ser incomprensible que no -se genere ningún afecto notable cuando la representación que estaba destinada a ocasionarlo desencadena inmediatamente un reflejo anormal en que se drena enseguida la excitación en génesis. La «conversión histérica» es en tal caso completa; la excitación originariamente intracerebral del afecto ha sido trasmudada en el proceso excitatorio de vías periféricas; la representación originariamente afectiva ya no convoca al afecto, sino sólo al reflejo anormal. Con esto hemos dado un paso más allá de la «expresión anormal de las emociones». Si el fenómeno histérico (reflejo anormal) no les parece ideógeno aun a enfermos inteligentes y buenos observadores, ello se debe a que la representación ocasionadora ya no está teñida de afecto ni se singulariza frente a otras representaciones y recuerdos; todo se presenta como un fenómeno puramente somático, sin raíz psicológica en apariencia. Ahora bien, ¿qué es lo que determina {determinieren} el aligeramiento de la excitación afectiva de tal suerte que se cree un cierto reflejo anormal y no otro cualquiera? Para muchos casos, nuestras observaciones responden así esta pregunta: también ese aligeramiento obedece al «principio de la mínima resistencia» y acontece por aquellas vías cuyas resistencias ya han sido rebajadas por circunstancias concurrentes. Aquí se inserta el caso, antes mencionado, de que un cierto reflejo ya esté facilitado por una enfermedad somática. Por ejemplo, si alguien suele padecer de algia cardial, y esta le es provocada también por el afecto. O puede ocurrir que un reflejo sea facilitado porque en el momento del afecto originario fue intención voluntaria ejecutar la inervación muscular correspondiente a ese reflejo; así, Anna O., presa del afecto de terror, se afana por extender el brazo derecho, inmóvil a causa de la parálisis por presión, a fin de espantar la serpiente ; a partir de ahí, el tetanus del brazo derecho es provocado por la visión de todas las cosas que se parezcan a serpientes. 0 bien, presa de afecto, fuerza la convergencia de sus ojos para leer en el reloj , y entonces el strabismus convergens pasa a ser uno de los reflejos de este afecto, etc. Ese es el efecto de la simultaneidad, que gobierna ya sobre nuestra asociación normal; cada percepción sensorial reevoca en la conciencia otra que originariamente se presentó al mismo tiempo que ella (el ejemplo que dan los manuales de la imagen visual de la oveja y su balido, etc.). Por otra parte, si hubo una viva impresión sensorial simultánea al afecto originario, ella será reconvocada por el afecto renovado y ciertamente, puesto que se trata del aligeramiento de una excitación hipertrófica, no lo será como recuerdo, sino como alucinación. Casi todas nuestras observaciones ofrecen ejemplos de ello. Uno de estos es sin duda el de una señora que pasa por un afecto dolido mientras sufre un violento dolor de dientes a causa de una periostitis, y luego cada renovación de ese afecto, y aun su recuerdo, le convoca una neuralgia infraorbital . Y así otros casos. Esta es la facilitación de reflejos anormales según las leyes generales de la asociación. Pero, muchas veces (claro que sólo en grados más altos de histeria), entre el afecto y su reflejo se extienden verdaderas series de representaciones asociadas; es el determinismo por simbolismo. Son a menudo risibles juegos de palabras, asociaciones de sonido, que conectan el afecto y su reflejo; pero esto acontece sólo en estados oníricos con aminoramiento de la crítica, y ya cae fuera del grupo de fenómenos que aquí consideramos. En muchísimos casos, el determinismo no se llega a entender porque suelen ser en extremo incompletas nuestra visión del estado psíquico y nuestra noticia sobre las representaciones que eran actuales en el momento de la génesis del fenómeno histérico. Pero tenemos derecho a suponer que el proceso no ha de ser muy disímil del que hemos aclarado en casos más favorables. Llamamos traumas psíquicos a las vivencias que desencadenaron el afecto originario, y cuya excitación fue convertida luego en un fenómeno somático; y designamos síntomas histéricos de origen traumático a los fenómenos patológicos así generados.