Parte teorica (Breuer) contin.6

Parte teorica (Breuer) contin.6

El matrimonio trae nuevos traumas sexuales. Es asombroso que la noche de bodas no produzca con más frecuencia efectos patógenos, pues harto a menudo ella no tiene por contenido, desdichadamente, una seducción erótica, sino una violación. De todos modos, no son raras las histerias de señoras jóvenes que se pueden reconducir a ella y que desaparecen cuando, con el paso del tiempo, el goce sexual adviene y el trauma se borra. También en el ulterior trayecto de muchos matrimonios ocurren traumas sexuales. Lo comprobaron en buena profusión aquellos historiales clínicos de cuya publicación debimos desistir: requerimientos perversos del marido, prácticas innaturales, etc. No creo exagerar si asevero que en las mujeres casadas la gran mayoría de las neurosis graves proviene del lecho conyugal. Una parte de las noxas sexuales, la que consiste en lo esencial en una satisfacción incompleta (coitus interruptus, ejaculatio praecox, etc.), no lleva a la histeria, sino, según lo ha descubierto Freud (1895b), a la neurosis de angustia. Opino, sin embargo, que también en esos casos la excitación del afecto sexual es convertida harto a menudo en fenómenos somáticos histéricos. De suyo se comprende, y surge también suficientemente de nuestras observaciones, que los afectos no sexuales del terror, la angustia, la cólera, llevan a la génesis de fenómenos histéricos. Pero acaso no sea superfluo destacar una vez más que el factor sexual es, con mucho, el más importante y el de mayor fecundidad patológica. La observación ingenua de nuestros antepasados, cuyo resto conservamos en la palabra «histeria», se aproxima más a la verdad que la visión más moderna que sitúa la sexualidad casi en la última línea a fin de resguardar a los enfermos de todo reproche moral. Es cierto que en los histéricos las necesidades sexuales presentan tan grande variedad individual como en los sanos, y no son más potentes que en estos. Pero los histéricos enferman por ellas, y en buena parte por su empeño en combatirlas, por su defensa frente a la sexualidad. Junto a la histeria sexual es preciso mencionar aquí la histeria de terror, la histeria traumática en el sentido estricto. Constituye una de las formas mejor conocidas y admitidas de la histeria. En el mismo estrato, por así decir, de los fenómenos generados por conversión de una excitación afectiva se sitúan aquellos que deben su origen a la sugestión (auto-sugestión, las más de las veces) en individuos originariamente sugestionables. Una sugestionabilidad de alto grado, o sea la desmedida y no inhibida gravitación de representaciones de excitación fresca, no pertenece a la esencia de la histeria; pero puede presentarse como una complicación en personas de predisposición histérica, en quienes esta particularidad del sistema nervioso, justamente, posibilita la realización corporal de las representaciones hipervalentes. Por lo demás, casi siempre son sólo unas representaciones afectivas las que se realizan por vía sugestiva en fenómenos somáticos, y así es a menudo posible concebir este proceso también como una conversión del afecto de terror o de angustia concomitante. Estos procesos de la conversión de afecto y de la sugestión permanecen idénticos aun en las formas complicadas de histeria que hemos de considerar ahora; no hallan ahí sino condiciones más propicias; pero fenómenos histéricos de condicionamiento psíquico se generan siempre en virtud de uno de esos dos procesos. Aquel tercer elemento constitutivo de la predisposición histérica, que en muchos casos viene a sumarse a los ya considerados, es lo hipnoide, la inclinación a la autohipnosis. Este estado promueve en grado máximo tanto la conversión cuanto la sugestión, y las facilita, de modo tal que levanta, por así decir, sobre las pequeñas histerias, que sólo muestran fenómenos histéricos singulares, el vasto edificio de la gran histeria. Constituye un estado al comienzo sólo pasajero, y que alterna con el estado normal. Tenemos derecho a atribuirle el mismo acrecentamiento de la injerencia en el cuerpo que observamos en la hipnosis artificial; esa, injerencia es aquí más intensa y llega más a lo profundo cuanto que se produce en un sistema nervioso que, ya fuera de la hipnosis, es de una excitabilidad anómala. No sabemos en qué medida ni en qué casos la inclinación a la autohipnosis es una propiedad originaria del organismo. Ya antes formulé la opinión de que se desarrolla a partir de ensoñaciones henchidas de afecto. Pero con seguridad también cuenta en este caso una predisposición originaria. Si aquella opinión es correcta, también aquí se vuelve nítido el gran influjo que cumple asignar a la sexualidad sobre el desarrollo de la histeria. En efecto, salvo el cuidado de enfermos, no existe factor psíquico alguno tan apto como la añoranza amorosa para producir ensoñaciones henchidas de afecto. Y, por otra parte, el orgasmo sexual mismo, con su plétora de afecto y su estrechamiento de la conciencia, es pariente cercano de los estados hipnoides. Lo hipnoide sale a la luz de la manera más nítida como ataque histérico, y en aquel estado que se puede designar como de histeria aguda y que, según parece, desempeña un papel tan sustantivo en el desarrollo de la gran histeria. Son estados prolongados -a menudo duran varios meses-, nítidamente psicóticos, que es preciso designar sin más como de confusión alucinatoria; y aun si la perturbación no llega a tanto, en ellos afloran diversos fenómenos histéricos, algunos de los cuales persisten en lo sucesivo. El contenido psíquico de esos estados consiste en parte, justamente, en representaciones que en la vida de vigilia fueron combatidas por la defensa y reprimidas de la conciencia (véanse los «delirios histéricos de monjes y religiosas, de mujeres abstinentes, de niños bien educados». Puesto que tales estados muy a menudo son directamente unas psicosis y, empero, provienen de manera directa y exclusiva de la histeria, no puedo adherir a la opinión de Moebius (1895, pág. 18): «Si prescindimos de los delirios enlazados con el ataque, no se puede hablar de una locura histérica propiamente dicha». Aquellos estados lo son en muchos casos; y aun en la ulterior trayectoria de la histeria tales psicosis se repiten; si bien es verdad que por su esencia no son nada más que el estadio psicótico del ataque, dada su duración de varios meses no pueden ser designados como unos ataques. ¿Cómo se genera una de estas histerias agudas? En el caso mejor conocido (el de Anna O.) se desarrolló a partir de la acumulación de los ataques hipnoides; en otro caso (de histeria complicada ya existente), tras el retiro de la morfina. Las más de las veces el proceso sigue enteramente oscuro y aguarda su esclarecimiento por obra de ulteriores observaciones. Para las histerias a que nos referimos aquí vale, pues, la tesis de Moebius: «La alteración esencial de la histeria consiste en que, pasajera o duraderamente, el estado mental del histérico se asemeja al del hipnotizado». La persistencia, durante el estado normal, del síntoma histérico generado en lo hipnoide se corresponde por completo con nuestras experiencias sobre sugestión poshipnótica. Pero ello equivale a decir que unos complejos de representaciones insusceptibles de conciencia coexisten con las series de ideas de conciente decurso: la escisión de la psique se ha consumado. Parece seguro que esta puede generarse, aun sin lo hipnoide, de la plétora de representaciones combatidas por la defensa, reprimidas de la conciencia, pero no sofocadas, De una manera u otra se genera una vida psíquica ora pobre en ideas, rudimentaria, ora más o menos semejante al pensar despierto, cuyo discernimiento debemos sobre todo a Binet y a Janet. La escisión de la psique es la consumación de la histeria; ya se expuso (sección 5) cómo ella explica las características esenciales de la enfermedad. De modo permanente, pero con vividez variable en sus representaciones, una parte de la psique del enfermo se encuentra en lo hipnoide, aprontada siempre, para cuando el pensar de vigilia se relaje, a cobrar imperio sobre el hombre íntegro (ataque, delirio). Ello acontece tan pronto como un afecto intenso perturba el decurso normal de las representaciones, en estados crepusculares o de agotamiento. Desde eso hipnoide persistente penetran en la conciencia representaciones inmotivadas, ajenas a la asociación normal; alucinaciones son arrojadas a la percepción, y actos motores son inervados con independencia de la voluntad conciente. Esta psique hipnoide está habilitada en grado máximo para la conversión de afecto y la sugestión, y así se generan con facilidad nuevos fenómenos histéricos, que de no mediar la escisión psíquica sólo se habrían producido con mucha dificultad y bajo la presión de afectos repetidos. La psique escindida es aquel demonio de quien la observación ingenua de épocas antiguas, supersticiosas, creía poseídos a los enfermos. Es cierto que en estos últimos reina un espíritu ajeno a su conciencia despierta; sólo que en realidad no les es ajeno, sino que es una parte de ellos mismos. El intento aquí aventurado de construir sintéticamente la histeria desde nuestras actuales noticias está expuesto al reproche de eclecticismo, si es que semejante reproche se puede justificar. Ocurre que se debió asignar un sitio en él a tantísimas formulaciones sobre la histeria, desde la vieja «teoría del reflejo» hasta la «disociación de la personalidad». Sin embargo, difícilmente podría ser de otro modo. De la histeria se han ocupado numerosísimos observadores certeros y mentes agudas. Es inverosímil que cada una de sus formulaciones no contuviera una parte de la verdad. Parece indudable que la exposición futura del verdadero estado de cosas habrá de contenerlas a todas, limitándose a combinar, en una realidad de dimensiones plenas, las visiones unilaterales sobre este asunto, Por eso no considero censurable el eclecticismo. Pero, ¡cuán lejana se halla todavía hoy la posibilidad de ese entendimiento cabal de la histeria! Harto inseguros son los rasgos con que hemos delineado sus contornos, y con unas bien toscas representaciones auxiliares hemos más velado que llenado las lagunas abiertas. Sólo una reflexión nos tranquiliza un poco: he ahí un mal que aqueja, y no puede menos que aquejar, a todas las figuraciones fisiológicas de procesos psíquicos complicados. Para estas es siempre válido lo que de la tragedia dice Teseo en Sueño de una noche de verano {de Shakespeare}: «Aun lo mejor en este género no son más que sombras». Por cierto que ni siquiera lo más endeble carece de valor si busca, con fidelidad y modestia, establecer el contorno de esas sombras chinescas que los objetos reales desconocidos proyectan sobre la pared. No obstante, siempre está justificada la esperanza de que haya algún grado de concordancia y de semejanza entre los procesos reales y efectivos y nuestra representación de ellos.