Primera división: Analitica transcendental contin.11

Primera división: Analitica transcendental contin.11

El uso empírico consiste en referirlo sólo a fenómenos, es decir, a objetos de una experiencia posible. Y nunca puede tener lugar otro uso que este último, como se ve fácilmente por lo que sigue: para todo concepto se 104 En los papeles de Kant se halló una corrección a esta frase. En lugar de «las cosas en general y en sí mismas» debe decir: «objetos que no nos son dados en ninguna intuición y son, por lo tanto, no sensibles». Nachträge zu Kants Kritik… publicados por Erdmann, en 1881. (N. del T.) requiere primero la forma lógica de un concepto (del pensar) en general, y segundo, la posibilidad de darle un objeto, al cual se refiera. Sin esto último, el concepto carece de sentido y está totalmente vacío de contenido, aun cuando pueda tener la función lógica de hacer un concepto con unos datos cualesquiera. Ahora bien, el objeto no puede ser dado, a un concepto más que en la intuición; y si bien una intuición pura es posible a priori antes del objeto, esta misma no puede recibir su objeto, es decir, la validez objetiva, si no es por medio de la intuición empírica, cuya mera forma es. Así, todos los conceptos y, con éstos, todos los principios, por muy a priori que sean, se refieren, sin embargo, a intuiciones empíricas, es decir, a datos, para la experiencia posible. Sin esto, carecen de toda validez objetiva y son un mero juego, ora de la imaginación, ora del entendimiento, cada uno con sus respectivas representaciones. Tómense, por ejemplo, conceptos de la matemática, y en sus intuiciones puras primero: el espacio tiene tres dimensiones; entre dos puntos no puede haber más que una recta, etc… Aun cuando todos estos principios y la representación del objeto de que trata esa ciencia, son producidos en el espíritu totalmente a priori, no significarían sin embargo nada, si no pudiéramos exponer su significación siempre en fenómenos (objetos empíricos). Por eso se exige hacer sensible un concepto separado, es decir, exponer en la intuición el objeto que le corresponde, porque, sin esto, el concepto permanecería (como se dice) sin sentido, es decir, sin significación. La matemática cumple esta exigencia por medio de la construcción de la figura, que es un fenómeno presente a los sentidos (aunque producido a priori). El concepto de magnitud busca también, en esa ciencia, su sustento y sentido en el número; y éste, en los dedos, en las bolas del tablero o las rayas y puntos que se ponen ante los ojos. El concepto permanece producido a priori y, con él, todos los principios sintéticos o fórmulas de esos conceptos; pero el uso de los mismos y la referencia a supuestos objetos no puede en último término buscarse más que en la experiencia, cuya posibilidad (según la forma) contienen a priori aquellos. Este caso es también el de todas las categorías y todos los principios tejidos con ellas, como se advierte fácilmente, porque no podemos dar una definición real de ninguna de ellas, es decir, hacer comprensible la posibilidad de su objeto105, sin acudir en seguida a las condiciones de la sensibilidad y, por tanto, a la forma de los fenómenos, a los cuales, como únicos objetos, deben por consiguiente estar limitadas esas categorías; en efecto, si se prescinde de esa condición, piérdese toda significación o sea referencia a objeto, y nadie 105 En la primera edición dice: «porque no podemos definir ni una sola de ellas, sin acudir enseguida etc…» (N. del T.) puede, por medio de un ejemplo, hacer concebible qué cosa propiamente se entienda en esos conceptos106. El concepto de magnitud en general no puede definirse, como no sea diciendo que es la determinación de una cosa, determinación que nos permite pensar cuántas veces en dicha cosa está contenida la unidad. Pero ese «cuántas veces» está fundado en la repetición sucesiva y, por lo tanto, en el tiempo y en la síntesis (de lo homogéneo) en el tiempo. La realidad sólo puede definirse por oposición a la negación, pensando un tiempo (como conjunto de todo ser) que o está lleno de esa realidad o está vacío. Si prescindo de la permanencia (que es una existencia en todo tiempo), nada me queda entonces para el concepto de substancia más que la representación lógica del sujeto, la cual creo realizar representándome algo que sólo como sujeto (sin ser predicado de nada) pueda tener lugar. Pero no sólo no conozco condición alguna bajo la cual esta preferencia lógica convenga a cosa alguna, sino que nada queda que hacer con ella, ni hay la menor consecuencia que sacar, porque por medio de ella no se determina objeto alguno del uso de ese concepto y por tanto no se sabe si significa algo. Del concepto de causa (si prescindo del tiempo, en el cual algo sigue a algo, según una regla) nada encontraría en la categoría pura, sino que hay algo de lo cual puede inferirse la existencia de otra cosa; y así no sólo no se podría distinguir uno de otro el 106 La primera edición contiene, antes del aparte siguiente, las siguientes frases, con su nota: «Más arriba, en la exposición de las tablas de las categorías, nos abstuvimos de definir cada una de éstas, porque nuestro propósito, enderezado simplemente al uso sintético de las categorías, no lo exigía y no se debe nadie exponer, con innecesarias empresas, a una responsabilidad de que se puede eximir. Esto no era un pretexto, sino una no despreciable regla de prudencia, de no aventurarse enseguida a definir y de no intentar o fingir integridad y precisión en la determinación del concepto, cuando con una u otra característica del mismo se puede ir adelante, sin necesitar precisamente para ello una enumeración completa de todas las características que componen el concepto íntegro. Pero ahora se muestra que el fundamento de esta precaución es aún más hondo, a saber: que no podíamos definir las categorías, aunque lo hubiéramos querido (*); pues cuando se prescinde de todas las condiciones de la sensibilidad, que las señalan como conceptos de un posible uso empírico, y se las toma por conceptos de cosas en general (por tanto, de uso transcendental), no queda nada que hacer en ellas más que considerar las funciones lógicas, en el juicio, como la condición de la posibilidad de las cosas mismas, sin poder en lo más mínimo mostrar dónde puedan ellas tener su aplicación y su objeto y, por tanto, cómo puedan tener alguna significación y validez objetiva en el entendimiento puro, sin sensibilidad. (*) Me refiero aquí a la definición real, que no es sólo substituir el nombre de una cosa por otras palabras más comprensibles, sino que es indicar una característica clara por la cual el objeto (definitum) pueda siempre ser conocido con seguridad y el concepto definido se haga aplicable. La definición real sería, pues, la que explica, no sólo un concepto, sino al mismo tiempo, la realidad objetiva del mismo. Las definiciones matemáticas, que exponen el objeto en la intuición, conforme al concepto, son de esta última especie. efecto y la causa, sino que -ya que ese «poder inferir» exige a veces condiciones de las cuales nada sé- resultaría que el concepto no tendría determinación alguna acerca de cómo conviene a algún objeto. El supuesto principio: «Todo lo contingente tiene una causa» se presenta sin duda con cierta gravedad, como si en sí mismo llevara su dignidad. Pero yo pregunto: ¿qué entendéis por contingente? Vosotros respondéis: aquello cuyo no-ser es posible. Y entonces yo digo que desearía vivamente saber en qué conocéis esa posibilidad del no-ser, si en la serie de los fenómenos no os representáis una sucesión y en ésta una existencia que sigue (o precede) al no-ser, por lo tanto, un cambio; porque decir que el no-ser de una cosa no se contradice a sí mismo, es apelar torpemente a una condición lógica que, si bien es necesaria para el concepto, no es ni con mucho suficiente para la posibilidad real. Puedo suprimir en el pensamiento toda substancia existente, sin contradecirme; pero de esto no puedo inferir la contingencia objetiva de la misma en su existencia, es decir, la posibilidad de su no-ser en sí misma. Por lo que toca al concepto de comunidad, es fácil comprender que si las puras categorías de substancia y de causalidad no admiten definición que determine el objeto, tampoco la admite la de causalidad recíproca, en la relación de las substancias unas con otras (commercium). Posibilidad, existencia y necesidad no han sido definidas nunca por nadie, si no es merced a evidentes tautologías, queriendo tomar su definición solamente del entendimiento puro. Pues la ilusión de sustituir la posibilidad lógica del concepto (la no contradicción) a la posibilidad transcendental107 de las cosas (que haya un objeto que corresponda al concepto), no puede satisfacer más que a los inhábiles108. 107 Los papeles dejados por Kant indican aquí una corrección, poniendo «real» en vez de «transcendental». V. Nachträge zu Kants Kritik… publicados por Erdmann, en 1881. (N. del T.) 108 En una palabra: ninguno de estos conceptos puede ilustrarse, ni por tanto su posibilidad real puede mostrarse, cuando la intuición sensible (única que tenemos) es suprimida. Entonces sólo queda la posibilidad lógica, es decir, que el concepto (el pensamiento) sea posible; pero no se trata de esto, sino de si el concepto se refiere a un objeto y, por tanto, si significa algo. La primera edición no tiene esta rota, pero en cambio lleva en el texto todo un aparte, suprimido en la segunda edición, y que dice así: «Hay algo de extraño y aun de contradictorio en afirmar que hay un concepto, al cual corresponde una significación, y que sin embargo no es susceptible de definición. Pero las categorías tienen esto de particular: que sólo por medio de la condición sensible general pueden tener una significación determinada y referencia a algún objeto; pero que esa condición queda excluida de la categoría, porque ésta no puede contener otra cosa que la función lógica de reducir lo múltiple a la unidad del concepto. Esta función sola, es decir, la forma del concepto, es empero algo, merced a lo cual nada puede ser conocido ni se puede distinguir qué objeto le pertenezca; porque precisamente se ha hecho abstracción de la condición sensible bajo la cual en general los objetos pueden pertenecerle. Por eso necesitan las categorías, además del concepto puro del entendimiento, determinaciones de su aplicación a la sensibilidad en general De aquí se sigue indudablemente que los conceptos puros del entendimiento no pueden nunca ser de uso transcendental, sino siempre sólo empírico y que los principios del entendimiento puro no pueden ser referidos más que -en relación con las condiciones universales de una experiencia posible- a los objetos de los sentidos, pero nunca a cosas en general (sin tener en cuenta el modo como podamos intuirlas)109. La Analítica transcendental tiene pues este resultado importante: que el entendimiento a priori nunca puede hacer más que anticipar la forma de una experiencia posible en general; y, como lo que no es fenómeno no puede ser objeto de la experiencia, nunca puede saltar por encima de las barreras de la sensibilidad, dentro de las cuales tan sólo nos son dados objetos. Sus principios son sólo principios de la exposición de los fenómenos y el orgulloso nombre de Ontología, que se jacta de dar en una doctrina sistemática conocimientos sintéticos a priori de cosas en general (por ejemplo el principio de causalidad) debe dejar el puesto al más humilde título de simple analítica del entendimiento puro. Pensar es la acción de referir a un objeto la intuición dada. Si la especie de esa intuición no es dada de ningún modo, el objeto es meramente transcendental y el concepto del entendimiento no tiene más uso que el transcendental, a saber: la unidad en el pensar de un múltiple en general110. Ahora bien, por medio de una categoría pura, en la cual se hace abstracción (esquemas) y, sin esto, no son conceptos por los cuales un objeto sea conocido y distinguido de otros, sino modos de pensar un objeto para posibles intuiciones y de dar a dicho objeto su significación, según alguna función del entendimiento (bajo otras condiciones sensibles) es decir, de definirlo; pero las categorías mismas, por lo tanto, no pueden ser definidas. Las funciones lógicas de los juicios en general: unidad y pluralidad, afirmación y negación, sujeto y predicado, no pueden ser definidas sin cometer un círculo, porque toda definición debe ser un juicio y por ende debe contener esas funciones. Las categorías puras no son empero otra cosa que representaciones de las cosas en general, en cuanto lo múltiple de su intuición debe ser pensado por una u otra de esas funciones lógicas. Magnitud es la determinación que sólo puede ser pensada mediante un juicio que tenga cantidad (judicium commune);realidad es aquélla que sólo puede ser pensada por un juicio afirmativo; substancia es aquello que, en relación con una intuición, debe ser el último sujeto de todas las demás determinaciones. Pero aquí queda totalmente sin determinar qué cosas sean aquellas con respecto a las cuales deba usarse tal función mejor que tal otra; por tanto las categorías, sin la condición de la intuición sensible, para la cual contienen ellas la síntesis, no poseen referencia alguna a un objeto determinado, no pueden por tanto definir objeto ninguno y consiguientemente no tienen en sí mismas ninguna validez de conceptos objetivos.» 109 En los papeles dejados por Kant hállase una variante de esta frase, que dice así: «…a los objetos de los sentidos, pero nunca sintéticamente a cosas en general (sin tener en cuenta el modo como podamos intuirlas) si es que han de proporcionar conocimiento». V. Nachträge zu Kants Kritik… publicados por Erdmann. 1881. (N. del T.) 110 Variante propuesta en los papeles dejados por Kant: «…en el pensar de lo múltiple de una posible intuición en general». V. Erdmann, Nachfräge. de toda condición de la intuición sensible, como única que nos es posible, no se determina objeto alguno111, sino que sólo se expresa en diferentes modos el pensamiento de un objeto en general. Al uso de un concepto pertenece además una función del Juicio, por la cual un objeto es subsumido bajo el concepto y por lo tanto la condición, al menos formal, bajo la cual algo puede ser dado en la intuición. ¿Falta esa condición del Juicio (esquema)? Pues entonces desaparece toda subsunción; pues nada es dado que pueda ser subsumido bajo el concepto. Así el uso meramente transcendental de las categorías no es en realidad uso alguno112 y no tiene ningún objeto determinado o aún determinable según la forma. De aquí se sigue que la categoría pura no basta para un principio sintético a priori y que los principios del entendimiento puro son sólo de uso empírico y nunca transcendental, más allá del campo de la experiencia posible, no puede haber ningún principio sintético a priori. Por eso es conveniente expresarse así: las categorías puras, sin condiciones formales de la sensibilidad, tienen sólo significación transcendental, pero no tienen uso transcendental, porque éste es en sí mismo imposible ya que faltan todas las condiciones de un uso cualquiera (en el juicio), a saber, las condiciones formales de la subsunción de algún supuesto objeto bajo conceptos. Así pues, ya que (como meras categorías puras) no deben ser de uso empírico y no pueden serlo tampoco de transcendental, no tienen uso alguno, si se las separa de toda sensibilidad, es decir, no pueden ser aplicadas a ningún supuesto objeto; son más bien sólo la forma pura del uso del entendimiento, con referencia a los objetos en general y al pensar, sin que con ellas solas se pueda pensar o determinar objeto alguno113. 111 Variante propuesta en los papeles dejados por Kant: «no se determina, y por tanto no se conoce, objeto alguno». V. Erdmann, Nachträge. 112 Variante propuesta en los papeles dejados por Kant: «…uso alguno para conocer algo y…» V. Erdmann. Nachträge. 113 Desde aquí hasta el párrafo de la pág. 159 que comienza: «Si de un conocimiento empírico retiro…», la primera edición tiene una redacción distinta, que es como sigue: «Llámanse fenómenos (phaenomena) a los objetos sensibles en cuanto son pensados según la unidad de las categorías. Mas si yo admito cosas que sólo son objetos del entendimiento y sin embargo, como tales, pueden ser dadas a una intuición, si bien no la sensible (como coram intuitu intellectuali), entonces estas cosas llamaríanse Noumena (intelligibilia). Ahora bien, debería pensarse que el concepto de los fenómenos, limitado por la Estética transcendental, proporciona de suyo la realidad objetiva de los noumenos y justifica la división de los objetos en fenómenos y noumenos, por lo tanto también la del mundo en mundo de los sentidos y mundo del entendimiento (mundus sensibilis et intelligibilis), y ello de modo que la distinción aquí no se refiere sólo a la forma lógica del conocimiento confuso o claro de una y la misma cosa, sino a la diferencia de cómo esos mundos pueden ser dados originariamente a nuestro conocimiento, por lo cual son distintos en sí mismos, por su genero. Pues si los sentidos nos representan la cosa simplemente como aparece, esta cosa debe de ser también en sí misma una cosa y objeto de una intuición no sensible, esto es, del entendimiento; es decir, que tiene que ser posible un conocimiento en donde no haya sensibilidad alguna, un conocimiento que posea realidad objetiva absoluta, esto es, que nos represente los objetos tal como son; mientras que en el uso empírico de nuestro entendimiento, por el contrario, las cosas son conocidas sólo como aparecen. Así pues, además del uso empírico de las categorías (limitado a condiciones sensibles) habría otro puro y sin embargo objetivamente valedero, y no podríamos sostener lo que hasta aquí hemos afirmado, a saber: que nuestros conocimientos puros del entendimiento no eran nada más que principios de la exposición del fenómeno, que, a priori, no van más allá de la posibilidad formal de la experiencia. En efecto, aquí tendríamos abierto ante los ojos un campo completamente distinto, y, por decirlo así un mundo pensado en el espíritu (acaso hasta intuido), que podría ocupar también nuestro entendimiento puro y aun con mucha mayor nobleza. Todas nuestras representaciones en realidad son referidas por el entendimiento a algún objeto y como los fenómenos no son nada más que representaciones, el entendimiento las refiere a algo, como objeto de la intuición sensible; pero ese algo es sólo, en ese respeto, el objeto transcendental. Este empero significa un algo = X, del cual nada sabemos ni, en general, podemos saber (según la actual disposición de nuestro entendimiento), y que sólo puede servir como un correlato de la unidad de la apercepción con la unidad de lo múltiple en la intuición sensible, por medio de la cual el entendimiento unifica lo múltiple en el concepto de un objeto. Ese objeto transcendental no se puede en modo alguno separar de los datos sensibles, porque entonces no queda nada por medio de lo cual sea pensado. No es pues objeto alguno de conocimiento en sí mismo, sino sólo la representación de los fenómenos bajo el concepto de un objeto en general, concepto determinable por medio de lo múltiple de los fenómenos. Precisamente por eso, las categorías no representan ningún objeto particular, dado tan sólo al entendimiento, sino que sirven para determinar el objeto transcendental (el concepto de algo en general) por medio de lo que es dado en la sensibilidad, para así conocer empíricamente fenómenos bajo conceptos de objetos. Pero en lo que se refiere a la causa por la cual, no siendo satisfactorio el substrato de la sensibilidad, se han añadido además de los fenómenos, los noumenos que sólo el entendimiento puro puede pensar, esa causa obedece solamente a que la sensibilidad y su campo, a saber el de los fenómenos, está limitado por el entendimiento y no puede referirse a cosas en sí mismas, sino sólo al modo como las cosas nos aparecen, merced a nuestra constitución subjetiva. Éste fue el resultado de la Estética transcendental; y del concepto de fenómeno se sigue naturalmente que algo debe corresponder a éste, algo que en sí no es fenómeno, porque el fenómeno no puede ser nada por sí mismo e independiente de nuestro modo de representación y, por lo tanto, si no ha de producirse un perpetuo círculo, la voz fenómeno indica ya una referencia a algo, cuya inmediata representación es ciertamente sensible, pero que en sí mismo, aun sin esa constitución de nuestra sensibilidad (sobre la cual se funda la forma de nuestra intuición), debe ser algo, es decir un objeto independiente de nuestra sensibilidad. Aquí se origina pues el concepto de noumeno, el cual, empero, no es nada positivo, ni un conocimiento determinado de cosa alguna, sino que significa tan sólo el pensamiento de algo en general, en el cual hago abstracción de toda forma de la intuición sensible. Pero para que un noumeno signifique un objeto verdadero, susceptible de distinguirse de todo fenómeno, no basta que yo libre mis pensamientos de todas las condiciones de la intuición sensible; debo además tener fundamento para admitir otra especie de intuición que la sensible, otra intuición bajo la cual semejante objeto pueda ser dado; pues si no, mi pensamiento es vacío, aunque sin contradicción. Ciertamente, no hemos podido, en lo que antecede, demostrar que la intuición sensible sea la única Hay aquí, sin embargo, en el fundamento, una ilusión difícil de evitar. Las categorías, según su origen, no se fundan en sensibilidad, como las formas de la intuición, espacio y tiempo; parecen, por lo tanto, permitir una aplicación ampliada más allá de todos los objetos de los sentidos. Pero, por su parte, las categorías no son más que formas del pensamiento, que no contienen más que la facultad lógica de reunir en una conciencia a priori lo múltiplemente dado en la intuición. Así es que, cuando se les retira la única para nosotros posible intuición, tienen todavía menos significación que aquellas formas sensibles puras, por medio de las cuales, al menos, es dado un objeto; mientras que un modo de enlace de lo múltiple, propio de nuestro entendimiento, no significa nada, si no le sobreviene aquella intuición, única en que puede darse este múltiple. Sin embargo, cuando a ciertos objetos, como fenómenos, les damos el nombre de entes sensibles (phaenomena) distinguiendo entre nuestro modo de intuirlos y su constitución en sí mismos, ya en nuestro concepto va implícito el colocar, por decirlo así, frente a ellos, o bien esos mismos objetos refiriéndonos a su constitución en sí mismos (aunque esta no la intuimos en ellos) o bien otras cosas posibles que no son objetos de nuestros sentidos, poniéndolas frente a ellos, como objetos pensados sólo por el entendimiento; y los llamamos entes inteligibles (noumena). Pero ahora se pregunta ¿no pueden nuestros conceptos puros del entendimiento tener una significación con relación a estos últimos y ser un modo de conocerlos? Desde el principio, empero, se advierte aquí una ambigüedad que puede ocasionar un grave malentendido; y es que el entendimiento, cuando llama en cierto sentido, mero fenómeno a un objeto, se forja al mismo tiempo, fuera intuición posible en general, sino sólo que lo es para nosotros; tampoco hemos podido probar que sea posible otra especie de intuición y aun cuando nuestro pensar puede hacer abstracción de aquella sensibilidad, sigue en pie la cuestión de si en ese caso no será una mera forma de un concepto y de si, tras esa separación, le queda algún objeto. El objeto al cual refiero el fenómeno en general es el objeto transcendental, es decir, el pensamiento, totalmente indeterminado, de algo en general. Éste no puede llamarse noumeno; pues no sé de él lo que en sí mismo sea y no tengo ningún concepto de él más que el de objeto de una intuición sensible en general, que por tanto es idéntico para todos los fenómenos. No puedo pensarlo por medio de ninguna categoría: pues la categoría vale en la intuición empírica, para reducirla al concepto de un objeto en general. Es ciertamente posible un uso puro de la categoría, es decir, que no encierra contradicción; pero tampoco tiene validez objetiva, porque no se refiere a ninguna intuición que deba, mediante la categoría, recibir unidad de objeto: pues la categoría es una mera función del pensamiento por la cual ningún objeto me es dado, sino que sólo es pensado lo que en la intuición pueda ser dado». de ese sentido, una representación de un objeto en sí mismo y por ende se figura poder también obtener un concepto de este objeto; pero el entendimiento no tiene de suyo más conceptos que las categorías, y entonces se figura que el objeto, en su última significación, debe poder ser pensado, al menos, por esos conceptos puros del entendimiento; por donde es engañosamente conducido a considerar que el concepto totalmente indeterminado de un ente inteligible, el cual no es más que un algo en general, fuera de nuestra sensibilidad, es un concepto determinado de un ente que, por medio del entendimiento, podríamos conocer de alguna manera. Si por noumeno entendemos una cosa, en cuanto esa cosa no es objeto de nuestra intuición sensible, y hacemos abstracción de nuestro modo de intuirla, tenemos un noumeno en sentido negativo. Pero si entendemos por noumeno un objeto de una intuición no sensible, entonces admitimos una especie particular de intuición, a saber, la intelectual, que no es, empero, la nuestra, y cuya posibilidad no podemos conocer; y este sería el noumeno en sentido positivo. La teoría de la sensibilidad es al mismo tiempo la de los noumenos en sentido negativo, es decir, la de cosas que el entendimiento debe pensar sin la relación con nuestro modo de intuir, y por tanto no sólo como fenómenos, sino como cosas en sí mismas; acerca de las cuales empero, en esta separación, el entendimiento concibe, al mismo tiempo, que no puede hacer ningún uso de sus categorías, en este modo de considerar las cosas, porque las categorías no tienen significación más que respecto a la unidad de las intuiciones en el espacio y el tiempo, y ellas pueden determinar a priori precisamente esa unidad por conceptos universales de enlace merced tan sólo a la mera idealidad del espacio y del tiempo. Donde esa unidad de tiempo no puede encontrarse, en el noumeno por tanto, cesa por completo todo uso y aun toda significación de las categorías; pues la posibilidad misma de las cosas, que deben corresponder a las categorías, no puede comprenderse; por lo cual no puedo hacer ms que remitirme a lo que he expuesto al principio de la observación general al capítulo anterior. Ahora bien, la posibilidad de una cosa no puede demostrarse nunca por la no contradicción de un concepto de ella, sino sólo garantizando este concepto por medio de una intuición correspondiente.