Psicología Evolutiva: Educación sexual (6 a 12 años). Educar con lo que somos

La educación sexual de niñas y niños de 6 a 12 años
(Autoras: Graciela Hernández Morales, Concepción Jaramillo Guijarro)

3- Educar con lo que somos

Educamos en la relación:

El sentido y los significados que damos a la sexualidad se transmiten, fundamentalmente, a través de nuestra forma de ser y de relacionarnos. Son formas y maneras que, para una niña o un niño, tienen mayor significatividad que los discursos que les podamos dar. A través de la relación que establecemos con las criaturas, ellas observan y experimentan actitudes que podrán integrar a su propio universo, a través de su singularidad.
Tras separarse de su marido, una madre inicia una relación con una nueva pareja. En este proceso, esta mujer redescubre su cuerpo, su sexualidad y facetas de su personalidad que tenía adormecidas.
Todo esto le permitió enriquecer su relación con su hija y ambas reflorecieron juntas.
Más que con charlas, niñas y niños aprenden e integran su sexualidad con lo que las personas adultas hacen, con cómo viven sus vidas, resuelven sus conflictos y dificultades, expresan su sexualidad. Una maestra cuenta que, para poder tratar bien la sexualidad con su alumnado, le ha sido mucho más útil reflexionar previamente sobre su propia sexualidad, aprender a dar nombre a sus propias dificultades y tener espacios para compartir sensaciones y pensamientos con otras personas, que todos los recursos didácticos que ha tenido en sus manos. Es más, este proceso de reflexión personal, le ha permitido usar textos, manuales o cuentos, con más libertad, dándoles un mayor sentido.
Hacer educación sexual implica entrar en un proceso donde educamos también nuestra propia sexualidad y este es un camino lleno de sorpresas.

¿Ser natural?:

A menudo se dice que hay que tratar la sexualidad de forma natural, pero ¿qué es ser natural?
Imaginemos esta situación: Una madre no suele cerrar la puerta cuando va al baño en su
casa. Sin embargo, cuando tiene la menstruación prefiere tenerla cerrada porque así se siente más cómoda.
Puede ser que alguien le diga que debe tener la puerta siempre abierta, tenga o no tenga la
menstruación, porque eso es ser natural. Esto significaría para esta mujer no respetar su propia intimidad y pasarlo un poco mal. Esto ocurre cuando se considera que ‘ser natural’ es reproducir un determinado cliché, invitándonos a hacer teatro y pasar por encima de lo que realmente somos y sentimos. Pero, esto, de forma paradójica, nos lleva a establecer relaciones artificiales.
Para educar la sexualidad, es importante descubrir y nombrar los propios miedos, deseos, sentimientos y prejuicios en torno a ella. Y, tomando en cuenta esta realidad, plantearnos qué hacer desde ahí, cómo abordarla de la mejor manera posible sin que este ejercicio se vuelva en contra nuestra.

Los miedos:

Hablar sobre sexualidad no es una práctica habitual. Suele generar malestar, resistencias, miedos, porque tratar sobre ella significa repensar la propia sexualidad y obliga a quien educa a ponerse en juego. Y esto no es fácil.
Dos educadoras propusieron charlar sobre sexualidad a un grupo de madres y padres que aceptaron la propuesta. Sin embargo, el día que habían quedado, faltó un número significativo de personas porque a ellas les resultaba violento hablar en público sobre algo tan íntimo. No es que no se interesaran por favorecer una vivencia sana, libre y feliz de la sexualidad de sus hijas e hijos, sino que necesitaban más tiempo, más confianza y tal vez otro tipo de dinámica para poder abordar con serenidad esta cuestión.
Los miedos, prejuicios y dificultades forman parte de lo que somos, están ahí y no los podemos obviar. Un padre que nunca ha hablado de sexualidad con su hijo por miedo y por no saber bien cómo abordarla. Un día decidió comprarle un libro sobre sexualidad y regalárselo. El hijo sintió algo extraño porque no terminaba de entender ‘a qué viene esto ahora’ después de tanto silencio. Tener este libro no le supuso total libertad para preguntar a su padre todas las dudas que tenía sobre la sexualidad ni para relacionar lo que allí leyó con su propia vida. Ahora bien, también es cierto que este padre se atrevió a hacer lo mejor que podía y dio a su hijo la oportunidad de leer un libro interesante sobre sexualidad, y esto ya es importante.
Quizás, el deseo de este hombre de favorecer que su hijo viva libremente su sexualidad, sea
una motivación lo suficientemente fuerte para que él busque el modo de profundizar en sus dificultades y pueda, de este modo, seguir abordando esta cuestión del mejor modo que sepa y pueda, pero sin pasarlo mal.
Por otro lado, hay un miedo que tiene que ver con cómo los conocimientos que les damos pueden chocar con los que aprenden otros niños y niñas. Esta disonancia lleva a madres, padres, maestras y maestros, a dudar si realmente es conveniente darles información verídica y clara. Un niño de 10 años le comenta a su madre: ‘¡Jo, mamá, esto que me has dicho! ¡Me están diciendo que soy un mentiroso!’. No porque su madre le esté realmente mintiendo, sino porque los niños y las niñas que juegan con él han aprendido otras cosas.
Sin embargo, tengamos los miedos que tengamos, la sexualidad de cada niño y de cada niña, igual que la nuestra, está ahí, persistiendo en ser y expresarse.

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