Psicología Evolutiva: Educación sexual (6 a 12 años). La violencia sexual y los límites de la sexualidad

La educación sexual de niñas y niños de 6 a 12 años
(Autoras: Graciela Hernández Morales, Concepción Jaramillo Guijarro)

9- La violencia sexual y los límites de la sexualidad.

¿Dónde poner el acento?:

Educar la sexualidad es favorecer que un niño o una niña tengan una vivencia libre, sana, creativa y placentera de su cuerpo, de sus relaciones, de sus afectos. Para ello, es necesario que la violencia no forme parte de su forma de vivir y sentir la sexualidad. Ahora bien, poner el acento en la violencia, en lugar de en la sexualidad misma, es hacer que dejen de interesarse por lo que les cuentan sus mayores porque, de algún modo, sienten que algo profundo, complejo y maravilloso se reduce a peligro, miedo y prevención.
Esto no significa que no haya que abordar la violencia sexual. Es algo que existe y que está ahí. Niñas y niños tienen que aprender a preservar sus vidas de ella. Pero, para ello, es fundamental tener referentes que les permitan sentir y experimentar el gusto de vivir el cuerpo, las relaciones, los afectos sin violencia y con placer.

Las imágenes de violencia:

Niñas y niños tienen acceso a demasiadas imágenes en las que aparece una sexualidad mutilada, desprovista de relación. En ellas, la sexualidad se presenta como algo trivial y comerciable.
Pueden ver, por ejemplo, a hombres que ‘logran’ el beso o la caricia de una mujer por pasearse en un determinado coche; a mujeres que adornan, con sus cuerpos semidesnudos, el decorado de algún programa televisivo como si sólo fueran objetos de atracción masculina; o personas adultas que hacen ‘el amor’ sin afectos.
El impacto de una sola de estas imágenes es grande. Más aún, cuando vivimos en un momento
histórico en el que, a través del cine, revistas, vallas publicitarias, cómics, vídeo, internet o televisión, la fuerza de las imágenes tiene un protagonismo sin precedentes. Por eso, es importante, no sólo preservarles, en la medida de lo posible, de estas representaciones violentas, sino también crear y dar un mayor peso a esas otras imágenes que muestran una sexualidad rica y sana.
Un niño de 9 años fue a pasar unos días, con su madre y su primo, a casa de su abuelo. En esa casa no había restricción en la televisión por cable porque en ella habitualmente no vivían menores de edad. Ambos niños se despertaron cuando las personas adultas aún seguían durmiendo. Pusieron la tele y se toparon con una película pornográfica. Cuando su madre se despertó, vio la escena. Apagó la televisión y les dijo que era hora de desayunar. Más tarde preguntó a su hijo qué había visto.
Y éste le comentó el asco que sintió al ver esas imágenes.
La madre aprovechó esta situación para explicarle que lo que había visto en esta película no eran realmente relaciones sexuales, tal como las entiende la gran mayoría de la gente, tampoco es una expresión de libertad como algunas personas quieren hacernos entender. Le comentó que existen personas con problemas de relación y de interpretación de la realidad que buscan este tipo de contacto enfermo y dañino. Son personas que pretenden tener relaciones obligando a que otra persona haga lo que a ellas les apetece. Sin embargo, una relación para que realmente se pueda llamar así, tiene que ser compartida y querida por ambas personas. Le dijo a su hijo que es algo parecido a que alguien te obligue a jugar al fútbol o al ajedrez, es una contradicción obligar a jugar.
Y el niño lo entendió perfectamente.

Cuando la violencia se interioriza:

Un niño que levanta la falda a una niña, un niño que acosa a una niña de forma sistemática, una niña que siente que es normal que su novio la controle porque es su forma de expresar que la quiere, dos niños que se burlan de otro que es sensible y dulce, una niña que margina a otra que es gordita, cuatro niños que ocupan todo el patio del recreo dejando sin espacio a las niñas, un niño que dice que prefiere una prostituta a cualquier niña de su clase, son niños y niñas que, bien como víctimas o como verdugos, han interiorizado la violencia como algo normal.
En un aula, niñas y niños tenían a su disposición un oso de peluche muy grande. Uno de los niños inició un juego malsano, hacía como si violara a ese oso, que para él era una osa. Al hacerlo decía en voz alta: ‘te voy a follar’. No le hacía caricias ni gestos amorosos, simplemente le ‘follaba’.
Ante esta actitud, un profesor y una profesora, sin saber bien qué hacer, decidieron deshacerse del peluche.
No sabían bien qué hacer porque, cuando se desata la violencia de este modo tan virulento, no es fácil actuar sin quedarse atrapado o atrapada en su lógica. Por eso es fundamental trabajar antes de que estas situaciones ocurran para prevenirlas. Esta tarea permite, no sólo prevenir agresiones, sino también crear un ambiente en el que, cuando éstas ocurran, no serán percibidas como actitudes lógicas, normales o incluso divertidas, sino como lo que realmente son. Este tipo de contextos hace más factible una intervención educativa mínimamente eficaz con quien actúa con violencia.

Prevenir la violencia:

Las niñas y los niños están preparados para distinguir perfectamente entre una relación en la que hay violencia de otra en la que no hay. De hecho, cualquier criatura ha vivido y/o ha visto situaciones de violencia y también situaciones de bienestar junto a otra persona. Interrogarse por lo que han sentido y han vivido en cada una de esas experiencias es un buen punto de partida.
Es importante decirles una y otra vez que si alguien quiere usar su cuerpo de una manera que no les gusta o les incomoda, salgan de esa relación lo antes que puedan, pidan ayuda y, si es posible, no lo permitan. Asimismo, tienen que tener claro que, si les ocurre algo así, no son culpables de nada. Es la persona que invade o usa sus cuerpos quien tiene la responsabilidad de lo ocurrido.
Un intercambio placentero a través del cuerpo, también a través de sus genitales, donde exista afecto y consideración mutua, está bien. Excepto cuando la otra persona es adulta o exista entre ambas una diferencia de edad significativa. Ya que la diferencia de edad implica una asimetría, propia de la diferente maduración y expectativas, lo que impide la libertad de decisión por parte de la criatura más pequeña.
Para prevenir la violencia, es importantísimo que niños y niñas aprendan a decir NO, a no tener que agradar a cualquiera a cualquier precio, a no permitir que invadan sus cuerpos, a expresar lo que sienten sin miedo. Asimismo, es necesario que descubran quiénes son, qué quieren, qué desean y necesitan, o sea, que aprendan a ir más allá del estereotipo de hombre o de mujer que se les da.
Tener bien aprendido todo esto, les permite profundizar en la empatía y, a la vez, actuar de una manera adecuada y firme cuando sienten que una relación o la actitud de otra persona les hace daño. Asimismo, no permitir ni dejar pasar las actitudes violentas, y crear con las niñas y los niños una relación de confianza, hará más fácil que recurran a sus mayores cuando realmente necesitan apoyo.

Aprender de las niñas:

Los comportamientos violentos son protagonizados, en la mayoría de los casos, por niños. Son ellos, más que ellas, quienes interiorizan este tipo de conductas y quienes más necesitan aprender a relacionarse de otra manera. Una forma de hacer este trabajo, es acercarles a las niñas, descubrir con ellas otras formas de relación.
Una maestra propone a sus alumnas y alumnos jugar a un dominó a ciegas, con “atrevimiento
o prenda”. Esto permite que los niños se enganchen mejor porque, por ejemplo, pueden conseguir el beso de una niña sin necesidad de usar la fuerza. Asimismo, les hace jugar a un juego que habitualmente juegan sólo ellas.
Esta no es una tarea exenta de esfuerzo. Hay que tener en cuenta que esto supone dedicar
mucho tiempo a los niños, valorar sus cambios de conducta, etc. Pero, ¿cómo hacerlo de modo que esto no signifique que las niñas queden relegadas en un segundo plano? Se trata de hilar fino a la hora de atender lo que va sucediendo en cada contexto.
Una educadora impidió la agresión de un niño hacia una niña haciendo de escudo. En la asamblea, a la que también acudió un educador, hablaron sobre el miedo. La educadora dijo que ella no quería venir a la escuela a sentir miedo, que sabía que muchas niñas sentían lo mismo que ella y quería que todo el mundo lo supiera. En ese momento, el educador tomó la palabra para decir que él tampoco quiere estar en un espacio donde alguien sienta miedo. De este modo, él les dio a entender que no hace falta ser chica para no ser violento.

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