El acto y/o la conducta agresiva, destructiva y/o violenta afecta tanto (no de igual manera, sino también) a quien la recibe como a quien la realiza . Sólo personas que sufren un trastorno mental grave, de disociación de la personalidad, pueden realizar un acto criminal sin padecer sentimientos de culpabilidad conscientes ni inconscientes, pues su conciencia moral se halla desconectada de su personalidad .
En líneas generales, el delincuente, el criminal, el violento, es aquél para el cual el «actuar» ocupa el lugar del «hablar»: en estas personas, el acto es lenguaje . A los psicoanalistas interesa sobre todo de dónde viene la imposibilidad de canalizar adecuadamente su violencia, sus impulsos primitivos destructivos, y por qué actúa contra sus seres «más» queridos. (El «qué» hace y «cómo» lo hace interesa, sobre todo, a juristas, policía, sociólogos, jueces, etc .) .
Además de los factores culturales y socioeconómicos que contribuyen a fomentar la violencia, también hemos de contar con aquellos de raigambre psicológica que forman parte de la singular personalidad del sujeto violento.
Algunas de esas características:
– Un oscuro sentimiento de culpabilidad, que puede empujar al individuo a cometer delitos . Al contrario que en las personas neuróticas normales, en que el sentimiento de culpa es posterior a la falta cometida, en estos casos la culpabilidad inconsciente precede al acto delictivo.
Así, en ellos, la falta tiene un efecto apaciguador de la culpabilidad inconsciente difusa. Se comprenden, pues, las reacciones paradójicas (pasa a menudo en niños y adolescentes) de sentirse «satisfechos» cuando se les castiga o encarcela.
– Sujetos con deficits afectivos sufridos en la temprana infancia o en la adolescencia. Los niños privados de amor se convierten en adultos llenos de odio, dedicados a la destrucción del orden social y/o familiar, del que han sido víctimas. Está demostrado que la carencia afectiva es un factor criminógeno innegable. El criminal destruye a otros porque se siente perseguido (él cree que es en la realidad, pero es en su mundo imaginario), y no puede superar la relación con el mundo, basada en la hostilidad y el miedo .
– La agresividad se transforma en violencia, fundamentalmente por el miedo: miedo a no ser reconocido, a no ser amado, a no tener suficiente, a perder poder . El sujeto violento se siente amenazado y no puede controlar sus impulsos . Se siente débil ante los demás y necesita demostrar y demostrarse que no es así. Esta situación es especialmente clara en la violencia contra las mujeres.
En cuanto a la víctima, ésta vive en un estado de terror crónico, que paradójicamente le hace caer en una situación de sumisión y empatía con el victimario. Además, suele tener un sentimiento de autoculpabilidad que le hace revertir el discurso, diciéndose: «me lo busqué yo».
Sin embargo, es preciso distinguir entre «víctima» y persona «objeto de violencia» . La «víctima» asume la violencia ejercida contra ella, cree que no puede hacer nada más que aceptarla, o incluso que se la merece (masoquismo). Por el contrario, la persona «objeto de violencia» no la asume, no la acepta, puede discriminar la realidad, y por lo tanto, salir menos dañada psicológicamente del acontecimiento o situación traumática.
Para finalizar, me parece importante destacar que un acto de violencia -física o psíquica; contra una mujer, un hombre o un niño- es devastador cuando es negado : por ejemplo, a menudo oímos frases como éstas:
-«¡Deja de llorar, que no te ha dolido» (cuando hay agresión física o psíquica).
-«¡Esto no es violencia, es educación!» (en situaciones de malos tratos).
-«¡Esto no es abuso, es amor!» (en situaciones de violación o abuso sexual).